Notas Iniciales: Me encanta explorar al personaje de Ashley. Hay tantos aspectos en ella sumamente interesantes, no sé por qué a la gente le gusta reducirla a una yandere cuando tiene mucho más en su psicología. Claro, a mi también me gusta el meme pero hablando en serio Ashley tiene MUCHO para ofrecer.


Día 17.

Red String of a Fate

Rímel y delineador sobre sus ojos para adornar el color fucsia de sus irises, una base de maquillaje natural para su tersa piel y un brillo de labios discreto para mantenerlos humectados. No recordaba en qué momento comenzó esta rutina pero descubrió que lo disfrutaba, pero hoy no estaba teniendo un buen día. Desde que había amanecido sintió ese reconocido bajón emocional, ese con el que constantemente luchaba, por el que sus sentimientos eran siempre tan confusos, locos e inestables. Se miraba al espejo y visualizaba a un monstruo, algo inútil sin sentido. Ashley no se consideraba bonita, por más que se maquillara e hiciera resaltar su joven y bien proporcionado cuerpo, no se creía una persona atractiva. ¿Cuántas veces había obligado a su hermano Andrew para que dijera lo que necesitaba escuchar? Si, ella lo obligaba, él nunca la había elogiado en serio, siempre lo hacía para complacerla, nunca hablando con sinceridad genuina.

Ashley suspiró, se recargó en el respaldo de la silla y se olvidó del espejo. Distrajo su cabeza en la vista del nuevo cuarto de motel que ocupaban, había más muebles, más cosas con qué distraerse. Su mente al parecer no quiso cooperar. Volvía a sentirse fatal. Lo odiaba. Que suerte tenían esas personas que juzgaban desde su privilegiada estabilidad, que la rebajaban y juzgaban. Como los envidiaba por ser tan superiores a ella incluso en esto, pues Ashley ni siquiera podía dominar su propia mente, su peor enemiga.

Ni sirves para nada, por eso incluso tu hermano te odia.

Quería callar la voz de su subconsciente. Solía ser sencillo cuando hacía cosas malas, en palabras de Andrew. Pero ocasiones especiales como esta le impedía recuperar un tercio de defensas contra sus pensamientos intrusivos. Sabía que no estaba sana, nadie lo sabía mejor que ella pero vencer a su propia cabeza siempre la eludió y es que la terapia nunca funcionó con ella, por ello debía encargarse de protegerse a sí misma como le fuera posible. Estás sola. No le gustaba estar sola, indefensa. Sus demonios personales la acorralaban, la plagaban de heridas, le recordaban sus fallos, que estaba viva y sin amor. Que nadie la aceptaba ni aceptaría.

Eres el peor problema de Andrew. Muérete ahora. Le harías un favor. Líbralo de ti.

Ashley corrió al cajón donde guardaba su arma, las balas la saludaron y el cañón le brindó una suave caricia a su frente, como uno de esos calmantes besos que le dedicaba Andrew. Pero no te besa porque te ama, te besa porque sólo así lo dejas tranquilo. Ashley gruñó y le quitó el seguro a la pistola, rozó el gatillo, lista para presionarlo cuando una voz suave la llamó. Bajó el arma poco a poco, entonces la guardó de nuevo para girarse y descubrir que su hermano estaba en la puerta. Temblaba mientras fijaba sus turquesas ojos en su hermana pequeña, casi como si estuviera en pánico y a punto de enloquecer, que un solo soplo fuera capaz de romperlo. También Ashley estaba temblando pero no de manera tan evidente. Con cuidado Andrew avanzó cerrando la puerta a sus espaldas, caminó con sumo cuidado hasta que estuvo cerca de Ashley, quien no le entregó más que una expresión seria, junto a una sonrisa mecánica, falsa. Al menos hasta que los brazos de su hermano la rodearon y estrecharon con fuerza, aliviado de sentirla a salvo.

—Dios, Ashley. ¿Qué fue eso? ¿Qué estabas haciendo?

Ashley no pudo formular las venenosas palabras que tenía pensado escupir, la sensación de que su hermano realmente se había preocupado por lo que había visto trajo un poco de esa tranquilidad que sólo su presencia le regalaba. No lo había forzado abrazarlo, ¿o sí? No te estaría abrazando si no te hubiera visto tratando de volarte los sesos. Siempre le estás causando problemas. Eres un desperdicio de oxígeno. Se mordió el labio inferior, resistiendo las ansias de llorar.

—Andrew, ¿me amas?

—Eres lo que más quiero en este mundo, Ashley. No sé qué haría sin ti.

Mentiroso.

— ¿Lo dices en serio o te estás forzando a decirlo por lo que viste?

—Maldición, Ashley. No. No lo digo para tranquilizarte, no lo digo para quedar bien con nadie. Estoy siendo serio. Sí, me asustaste pero… por eso mismo me estoy deshaciendo aquí. Eres mi adorada hermana, mi todo. Si te murieras o incluso si yo mismo te asesinara, me suicidaría para alcanzarte. Grábate eso, cabeza hueca. Juntos hasta el final sin importar nada ni nadie, sin importar el resultado o el sendero. Te amo y hablo en serio. No intentes nada absurdo de nuevo.

—…Entonces úsame —demandó con aspereza.

—No, no vamos a hacer nada contigo en ese estado.

— ¡Necesito probar que al menos sirvo de algo, Andrew!

— ¡No necesitas probar nada, idiota! ¡Solo quedarte aquí así, conmigo!

Otra vez estás siendo una molestia para él.

— ¡Andrew! —lloró Ashley, aferrándose a la esperanza que las palabras de su hermano le brindaban, por mucho que las voces de su propia mente quisieran torcer el significado de cada una y hacerla creer que ninguna de sus palabras de aliento eran ciertas. No quería pensar en que realmente no significaba nada para él pero cada día le resultaba más imposible—. Quiero creerte, Andrew. Pero no puedo. No puedo, no puedo. ¡Ya no sé cuándo eres sincero! ¡No sé cuándo intentas mantenerme bajo control! ¡No eres Andy! ¡Quiero de vuelta a Andy!

—…No.

—Por favor…

— ¡No! ¡No! Aquí estoy yo, ¿me escuchas? Sólo yo. Nadie más te aceptará como yo.

Los hermanos Graves se quedaron ahí abrazados un largo rato, ambos temblando, torturados por sus propios pensamientos, sólo siendo conscientes de lo que tenían y compartiendo el pensamiento de que sin el otro no eran nada. Estaban unidos por esta retorcida serie de circunstancias desafortunadas y por los lazos que forjaron desde que eran niños. Tal vez incluso desde antes de nacer o siquiera forjarse por separado en el vientre de su madre. Había algo más uniendo sus destinos, sus cuerpos y sus almas. Nadie podía interponerse ni nadie podía ayudarlos, sólo ellos mismos decidirían o uno elegiría por ambos su final. Andrew quería maldecir aquello que los hacía sufrir, terminar con sus propias manos esta tristeza inmensa. Y aunque sabía que no tenían remedio, quería seguir creyendo que Leyley desaparecería de sus vidas y sólo se quedaría Ashley ahí con él, pues si después de todo no conseguía ser reconocido por la mujer a quien deseaba, sus esfuerzos no valían la pena.

Déjala en paz. Maldita sea, déjala ir. Ella es sólo mía. No te pertenece. Suéltala.

Andrew odiaba a Leyley. Ella siempre estaba susurrándole a Ashley sus peores pensamientos, siempre le estaba recordando cómo podía empujarlo, manipularlo, someterlo. Ella impedía que Ashley comenzara a confiar en él, luchaba porque el Andy que dormía en su interior saliera de la caja para jugar de nuevo, ser el títere monstruoso con máscara de inocente. Andrew no iba a permitirlo. El tiempo de Andy y Leyley había terminado, era turno de los adultos, así que se aseguraría de que los niños se quedaran permanentemente en el ataúd.

Fin