Disclaimer: los personajes son propiedad de Masashi Kishomoto y sólo la historia es de mí autoría.

¡Feliz Halloween! Aprovecho para subir este fic que andaba debiendo por el reto terrorífico del grupo Shhh narusasu sasunaru.

Portada hecha por Adriana Mariana Atahuichi

Cap 1: La misión

El bosque solía ser un lugar asociado a la tranquilidad. Un sitio que ofrecía paz a aquellos que gustaban de caminar y perderse en sus pensamientos sin ningún ruido externo. Nada de personas haciendo escándalo o conversaciones ajenas a alto volumen para distraer a oyentes involuntarios. Se podía considerar el sitio ideal para muchos, pues casi cualquier bosque podría cumplir con aquellas condiciones. Menos este. Poseía un particular efecto contrario al esperado. No calmaba ansiedades, las intensificaba o incluso las creaba de ser necesario. Pocas personas, las más tontas o valientes, —nadie sabría discernir si eran una u otra, pues la muerte les llegaba por igual—, se atrevían a ingresar allí pese a las múltiples advertencias y leyendas que le rondaban.

―No deberíamos estar en este bosque ―dijo una joven dama de cabellos castaños vestida humildemente con un kimono verde olivo algo viejo.

―¿Aun te preocupan esas tontas supersticiones? ―preguntó su pareja mientras le sonreía burlonamente.

―Deberíamos hacer caso a los lugareños y aguardar a la mañana ―sugirió con voz temblorosa.

―Ellos sólo quieren que nos quedemos para poder cobrarnos alojamiento y comida ―respondió con fastidio.

El hombre de cabellos azabaches tenía alrededor de unos veinte años. Caminaba delante sujetando las riendas del caballo tirando de la carreta donde iba sentada su esposa. Ellos eran dos simples vendedores que iban de pueblo en pueblo llevando artesanías fabricadas por ellos mismos. En ocasiones recurrían al trueque cuando se sentían interesados en algún artículo cuyo poseedor no tenía con qué pagarles. Ante la falta de dinero, el intercambio era lo más lógico y sencillo de hacer para que todos quedaran satisfechos. En general a su humilde trabajo no le iba nada mal, tenían lo necesario para vivir y siempre podían conseguir cosas valiosas sin que sus dueños siquiera conocieran el valor por el cual se los estaban comprando. Y era ese mismo olfato para detectar una buena oferta el que había causado que estuvieran viajando con su carreta en medio del tenebroso bosque. Debido a la gran confianza del hombre en su toma de decisiones.

―Pero dijeron que este lugar estaba maldito ―insistió la fémina queriendo hacerlo cambiar de opinión.

―En el anterior nos dijeron que habían tengus y no fue más que una vil treta para robarnos la mercancía ―respondió con rabia por el suceso―. Esta vez son kitsunes, ¡pues bien, no caeré de nuevo en eso! ―exclamó envalentonado por la furia.

La mujer estaba aún intranquila por ello. Si bien, en el pueblo anterior fueron víctima de un asalto por parte de lugareños, aquellas criaturas mencionadas existían legítimamente. Los tengu eran un tipo de criatura legendaria considerada un tipo de dios shinto o yokai. Se creía que tomaba la forma de aves de presa, siendo tradicionalmente representado con características humanas y de aves. Los primeros tengus se mostraban con picos, siendo un rasgo que a veces se humanizaba como una nariz anormalmente larga, que seguía siendo su rasgo identificativo en la imaginación popular. El budismo los consideró durante mucho tiempo como demonios disruptivos y heraldos de la guerra. Sin embargo, su imagen se suavizó gradualmente hasta ser la de unos protectores, —aunque aún peligrosos—, espíritus de las montañas y los bosques.

―¡Las personas muertas son reales! ―reclamó la joven alterada tras oír un aleteo demasiado cerca de la posición en la que ellos estaban provocando que su cuerpo se estremeciera de anticipación

―¡No sabemos si esas tales víctimas siquiera existieron! ―protestó tercamente su pareja siguiendo hacia delante.

No obstante, pese al orgullo funcionando de motor para tan peligroso viaje, una parte de él sabía del peligro. Aquel instinto primitivo que posee cada ser viviente que busca asegurar su propia supervivencia estaba activado, pero opacado por una terquedad que podría salirles caro. Los cuervos graznaban de una manera tétrica mientras el bosque se sumía en una quietud sobrenatural. Una repentina niebla estaba emergiendo del suelo de una manera tan espontanea que sólo podía atribuirse a un ente malvado acercándose. El viento pareció silbar cual señal de alarma, pues no pasó mucho tiempo antes de que el aleteo de las aves de rapiña se hiciera sentir. La neblina se espesaba y subía convirtiendo el lugar en una trampa. No podían ver nada a su alrededor y las sombras de los árboles de a momentos se veían como personas o peor, como criaturas de forma humanoide.

―Deberíamos regresar, vámonos, vámonos por favor ―pidió la mujer temblando mientras se abrazaba así misma.

—¡Deja de molestar, mujer! —ordenó el hombre de manera tosca y agresiva—. Pronto saldremos de este lugar, sólo debes aguantar un poco más —consoló a su manera a pesar del tono irritado de su voz.

Como el hombre a cargo su orgullo le impedía demostrar el miedo que recorría su cuerpo en forma de sudor frío. Quizás fuera por aquella fina capa líquida producto de su transpiración, pero el roce del viento contra su piel se sentía tan cálido como el de un animal respirando cerca de su cuello. La humedad era tan espesa que bien podría convertirse en una imitación de la salivación de alguna bestia; algo pegajoso y tibio. Hizo caso omiso a los sonidos y sensaciones a su alrededor, pero silenciosamente aceleraba el paso para salir de allí cuanto antes. Si estas sensaciones eran causadas por el bosque estando a plena luz del día, ¿qué sería de ellos cuando la noche alcanzara su punto más oscuro? Precisamente cuando llegara la hora de los demonios. Ese temido horario donde no existía ninguna protección celestial e incluso monjes y cazadores de demonios eran precavidos.

Casi como si alguien hubiera tocado un interruptor, el cielo se oscureció repentinamente.

Un acontecimiento tan antinatural sólo podía deberse a la intervención de fuerzas malignas. Conscientes del peligro, la pareja aceleró el paso. Mas, el caballo comenzó a agitarse. Relinchaba y saltaba negándose a avanzar donde ellos le indicaban. La mujer bajó de la carreta por precaución. Con el animal tan agitado podría hacer caer la carreta en cualquier momento y ocasionar algún accidente. Nada más descender, el equino se paró en dos patas amenazando con sus cascos delanteros con aplastarla. Rápidamente, el hombre soltó las riendas para poder resguardar a su pareja. Una vez liberado del agarre de aquel hombre, el animal corrió despavorido por el camino usado anteriormente.

El matrimonio se miró mutuamente con consternación. El caballo que tanto tiempo los había acompañado era sumamente leal y dócil. Casi como otro miembro de la familia. Más extraño aún era que jamás había renegado de las órdenes dadas. Sin importar las largas distancias recorridas o lo agotado que estuviera de cargar con todas las baratijas de una ciudad a otra. Dejaron de lado esos pensamientos para centrarse en lo importante: perseguir al caballo. Se había llevado la carreta que contenía no sólo sus artículos para vender sino también todas sus provisiones. Avanzaron por el mismo camino que el animal de carga, pero lógicamente fue más rápido que ellos y no pasó mucho antes de que lo perdieran por completo de la vista.

El matrimonio caminó junto sujetos por las manos vigilando sus alrededores para no perderse cualquier indicio de una salida o el caballo fugitivo. Lo primero que se presentara ante ellos. Esa atención a su entorno les hizo notar algo fuera de lugar pese a la oscuridad reinante.

—Esa... ¿esa es una persona? —preguntó la mujer rompiendo el prolongado silencio que se había mantenido hasta ese momento.

—Parece que así es... —respondió el hombre dubitativo.

A unos cuantos metros delante de ellos se podía apreciar la figura de un hombre de cabellos negros cuyo color de ojos era desconocido al tenerlos cerrados. Estaba apoyado cerca de un árbol seco. Sus ramas estaban totalmente secas desprovistas de cualquier tipo de hojas o frutos. Aun así, el joven recogió algo de una de sus ramas. Debido a la oscuridad propia de la noche no alcanzaron a distinguir por completo su forma, pero se trataba de algo redondo, probablemente un fruto debido a la forma en la que el joven lo chupaba ávidamente y el jugo se escurría entre sus labios. Como si el propio firmamento quisiera advertirles del peligro, las nubes del cielo se movieron dejando que la blanca luz de la luna brillara con tal intensidad que fueron testigos de lo que sucedía frente a ellos. El joven delante de ellos realmente era de cabello y ojos azabaches y no era un producto de la oscuridad empañando sus verdaderos colores. Aunque poco y nada importaban esos detalles al ver lo que tenían delante de ellos.

—¡Dios nos guarde! —gritó la mujer cubriendo su boca con ambas manos debido al horror de la escena delante de ellos.

El gran árbol del cual creían que aquella persona estaba recogiendo frutos, en realidad no tenía ramas secas, al menos no como tales. Sino que cada una de ellas tenía un rostro humano. Todos de distintos tipos, no era algo preciso, mas creían distinguir una colorida variedad de hombres y mujeres de todas las edades. Viendo con mayor atención lo que se encontraba debajo de los rostros notaron lo que parecía un cuerpo, presumiblemente antes humano, seco y retorcido adherido al árbol. Dejando sus caras sobresaliendo por las ramas. Y lo que creyeron se trataba de una fruta era en realidad un ojo. Definitivamente lo que tenían delante de ellos era un demonio. El escalofrío que los recorrió de cuerpo entero los hizo volver a la realidad, al ser conscientes que podrían ser los siguientes.

—¡Vámonos de aquí! —afirmó el hombre sujetando la mano de su esposa para tirar de ella e instarla a correr.

Las piernas de aquella fémina se habían vuelto completamente blandas, incapaz de mantenerla erguida, mucho menos estaba lista para correr por su vida. El hombre había mantenido la mirada en aquel joven delante de ellos en todo momento, negándose a darle la oportunidad de matarlos. No obstante, dada la condición de su esposa, la sujetó en brazos como si se tratara de una princesa y comenzó a correr. Detrás de ellos se oyó el aleteo de diversas aves y sus horribles graznidos. Mas no se atrevió a voltear a ver lo que sucedía a sus espaldas. Temía que de hacerlo no sería capaz de escapar.

–Ese joven... —tartamudeo la mujer aferrándose al cuello de su pareja con ambos brazos—. ¿Sería acaso un demonio? —preguntó volviendo la mirada hacia atrás rogando que no los estuviera persiguiendo.

—Es lo más probable, pero no me quedaré a averiguarlo —respondió aumentando la velocidad.

A su alrededor eran notorias sombras ondulantes y sonidos de diversos animales. O quizás se trataba de demonios sedientos de sangre imitando los sonidos de las bestias. Fuera cual fuera el caso, lo único que tenían en mente era salir de allí. Contrario a sus planes, el bosque parecía estarse cerrando a su alrededor. Cosa imposible. Lógicamente un bosque era un gran espacio abierto y, —pese a su amplia vegetación—, no dejaba de ser un sitio que no debería ser capaz de producir claustrofobia. Entonces, ¿por qué se sentían acorralados? Era una sensación opresiva en sus cuerpos. Un instinto primitivo que les dictaba que si se dirigían hacia el origen de los sonidos encontrarían su final.

—¡Debemos salir de aquí! –gritó la mujer con el rostro pálido cuando creyó oír el siseo de una serpiente.

—¿Crees que no lo sé? —preguntó el varón con molestia que enmascaraba su miedo—. Escondámonos por ahora en un lugar seguro y esperemos al amanecer.

—Tienes razón, querido —concordó soltando un largo suspiro—. Gracias por no abandonarme allá atrás —dijo sonriendo enamorada a pesar de la situación peligrosa—. En momentos así recuerdo por qué me casé contigo.

—¿Por qué puedo levantarte y hasta correr contigo en brazos? –cuestionó en broma intentando calmar sus nervios para proceder a bajarla sobre el suelo.

—Porque siempre me demuestras lo confiable que eres cuando realmente importa —agregó ella sonriendo dulcemente.

—Sólo para ti sería de esa manera —aclaró el hombre con buen humor—. Eres la persona que más amo. No puedo imaginar una vida sin ti —suspiró mientras caminaba con el objetivo en mente de escapar de aquel bosque cuanto antes—. Lamento no haberte escuchado cuando me advertiste, nos puse en peligro a ambos —se disculpó profundamente arrepentido.

—No importa —disculpó su esposa con voz suave—. Cuando nos casamos te lo dije: En las buenas y en las malas. Siempre estaríamos juntos.

—Pero si te hubiera hecho caso ahora estaríamos descansando cómodamente en una posada y no huyendo por nuestras vidas —insistió sin dejar de caminar.

Temía que de quedarse quieto serían atrapados por aquel extraño jovencito que dejaron atrás. No lo habían visto correr tras ellos, pero eso lejos de darles tranquilidad, los tenía más alerta, pues no sabían dónde estaba ni qué estaba planeando. El hombre no logró dar el siguiente paso cuando se vio imposibilitado a causa de unas lianas enredándose en sus tobillos. Al principio se movieron como si fueran serpientes enroscándose, pero no tardaron mucho tiempo antes de cernirse como si fueran espadas desgarrando la piel e incluso atravesando el hueso para clavarlo firmemente al suelo. Soltó un aullido de dolor, pero logró balancear sus brazos para empujar a su esposa lejos de él temiendo que fuera atrapada también. Ella cayó al suelo con fuerza, pero no le importó el dolor de caderas y de inmediato buscó en el suelo algo para liberar a su esposo.

—¡Vete de aquí! —gritó el hombre mientras con sus manos intentaba arrancar aquellas plantas.

—Debe haber algo con lo que pueda cortarlo —respondió ella con nerviosismo mientras tocaba su propia ropa intentando encontrar algo para ayudar.

Tenía un abanico y una pequeña daga que conservaba con ella para emergencias. Su marido había insistido mucho en que la tuviera siempre encima por si acaso algún hombre intentaba propasarse con ella. Nunca pensó que podría convertirse en su esperanza de salir con vida de allí. Con gran decisión comenzó a apuñalar la tierra de donde nacían las raíces buscando cortarlas sin dañar aún más los lastimados tobillos de su pareja. El hombre la miraba con desesperación insistiendo en que se fuera antes de que quedara atrapada como él, pues no había garantía de que esa planta monstruosa se dejara liquidar dócilmente. Tal y como predijo una de aquellas raíces surgió desde el suelo y atravesó la delgada muñeca de la mano que ocupaba la navaja. Ella soltó un grito desgarrador por el dolor de ver su carne y hueso siendo atravesados de lado a lado. No obstante, usó su mano restante para recuperar la navaja y retomó su tarea hasta lograr finalmente liberar uno de los tobillos de su marido.

—No sigas, no sigas —rogó el hombre viendo la hemorragia en una muñeca y la sangre en la otra, producto de haber estado sujetando con demasiada fuerza la navaja—. Adelántate, yo puedo liberar mi otro pie. Por favor busca donde ponerte a salvo.

—Nos iremos juntos —prometió ella mientras forcejaba para quitar los restos de la planta de su cuerpo.

Los constantes ruegos de su pareja cayeron en oídos sordos mientras ella seguía batallando por ayudarlo a liberar su otro pie. Cuando finalmente lo lograron, comenzaron a caminar estando el hombre apoyado en su mujer para no caer a causa de las heridas en sus tobillos. Ambos iban dejando un rastro de sangre por cada paso que daban. Avanzaron lo más rápido que sus cuerpos les permitieron y cuando creyeron estar cerca de la salida se miraron el uno al otro con alegría anticipada. Cuando sin previo aviso el pecho de la mujer fue atravesado por una enorme rama. La sangre salpicada manchó el rostro de su esposo. Pálido por la cruenta escena no era capaz siquiera de gritar. Mucho menos se dio cuenta cuando la muerte lo alcanzó a él también. Todo lo que quedó en ese lugar fue el sonido de alas agitándose en el aire y el graznido de los cuervos.

—La sangre sabe mejor cuando la persona fallecida ha sufrido la desesperanza más absoluta —murmuró el joven de cabellos negros viendo el cadáver de la mujer atravesado por aquella rama—. Y nada sume más en la desesperación que haber creído en un milagro —dijo con malicia.

El cuerpo de la fémina fue arrastrado directamente hacia el árbol para retorcerse de forma grotesca quebrando sus huesos uno por uno hasta acomodarse junto a los demás. Mientras el cuerpo del hombre era arrastrado por el muchacho de cabellos oscuros, quien lo sujetaba por el cuello de la ropa. Lo dejó tirado frente al árbol sin ningún cuidado. En su pecho se podían apreciar enormes agujeros de garras de un ave gigante. Más específicamente de un cuervo. El misterioso joven extendió unas enormes alas oscuras antes de levantar vuelo y cargar al hombre hasta una especie de nido. Ese matrimonio se sumó a varias otras personas desafortunadas que se atrevieron a ingresar a aquel bosque maldito.

La situación siguió repitiéndose, sumando más y más víctimas hasta que ya no se pudo tolerar por más tiempo. La gente aledaña al bosque, temerosa por éste, acudió al templo a rogar ayuda divina.

—¡Señor Danzou por favor escuche nuestros ruegos! —gritó una multitud delante de un templo—. Necesitamos desesperadamente de su ayuda.

—El señor Danzou se encuentra demasiado ocupado en estos momentos —respondió un joven vestido con túnicas negras y blancas típicas de los monjes al servicio del santo de la montaña.

—Pero cada vez hay más y más víctimas a causa de ese bosque —explicó alguien de la multitud.

—Pueden evitar el bosque al rodear y escalar la montaña —respondió el monje con una falsa sonrisa.

—El único camino directo hacia el siguiente pueblo es atravesar el bosque —opinó alguien en voz alta.

—Si no mueres a manos de los monstruos, mueres en la montaña. Ninguna opción es segura para nadie —explicó una anciana—. ¡Necesitamos su ayuda con urgencia!

—¡Por favor tengan misericordia! —gritó desesperado un hombre abrazando a la anciana que habló anteriormente—. Mi madre es una mujer mayor, si yo muriera cuando voy al pueblo vecino, ¿quién cuidará de ella?

—¡O de mis hijos! —gritó un robusto hombre abrazando a dos pequeños.

—Nuestro pueblo no sobrevivirá mucho tiempo si nos aislamos completamente —presagió con temor una de las jóvenes.

—Eso es… —iba a replicar el monje cuando fue interrumpido por gritos de repentina algarabía.

—¡Es el señor Danzou! —clamaron esperanzados al verlo salir del templo.

Las personas allí de inmediato se pusieron de rodillas y comenzaron a orar. Algunos con rosarios de cuencas esféricas en sus manos. El anciano hombre tenía diversas partes de su cuerpo vendadas. Uno de sus ojos y todo su brazo derecho. Según se contaba, eso se debía a las horribles cicatrices que le quedaron producto de sus luchas contra diversos demonios. Desde muy joven su poder sagrado había sido motivo de admiración y sumisión. Era gracias a él que existía una "zona segura". Sus poderosos rezos y hechizos hacían al templo y áreas circundantes libres de demonios. La parte contraproducente era que no podía alejarse por mucho tiempo o su poder decrecía y las entidades diabólicas comenzaban a manifestarse. Por ese motivo rara vez se le podía ver en público. Su sagrada misión era sumamente importante para la supervivencia de los aldeanos. Sin embargo, al haberse visto superados por la situación, no les quedaba otra opción más que pedir su ayuda.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Danzou de manera clara y firme observando a sus creyentes.

—¡Unos demonios están asesinando de manera despiadada en el bosque! —gritaron varias voces al unísono.

Algunos hablaron atropelladamente al mismo tiempo causando que las frases se mezclaran. Era casi imposible entender lo que querían decir. Sin embargo, parecía que Danzou comprendió lo que intentaban comunicarle.

—Solucionaré este problema rápidamente —declaró tras una corta evaluación.

Esa sola frase logró acallar momentáneamente a todos. Tras recuperarse de la impresión y habiendo digerido aquellas palabras, una nueva ola de gritos y festejos se hizo oír. Por un momento, habían creído que el santo no iba a hacer nada al respecto por lo ocupada de su agenda. Siempre le estaban pidiendo realizar diversos trabajos de exterminación y bendiciones. Y aun con la ayuda de sus diversos discípulos, no siempre se obtenía la ayuda de inmediato. Hubo señores feudales y miembros de la nobleza ofreciendo exorbitantes sumas de oro y riquezas que fueron rechazados. Si eso podía sucederles a los poderosos, ¿qué urgencia habría para atender a unos pobres campesinos como ellos?

Definitivamente, el señor Danzou era un santo como ningún otro. Un monje abnegado a los menos afortunados. A sus ojos era alguien que no se dejaba llevar por el materialismo mundano y valoraba sus vidas por muy humildes que fueran.

Mientras todos estaban ocupados alabando al monje y rezando en agradecimiento, el joven de la sonrisa falsa caminó hasta ingresar al templo. Más específicamente avanzó hasta donde estaban los aposentos privados de Danzou. Le había notado hacerle un gesto de que le siguiera antes de retirarse de la vista del público. Seguramente los detalles de sus planes futuros se los daría a él en privado. Al llegar lo vio sentado en posición de loto sobre un almohadón con dos quemadores de incienso a ambos lados. Esto último formaba parte de sus ritos de purificación. Podía ser algo irrelevante para muchas personas, pero quemar inciensos limpiaba el lugar de energías negativas. Siendo Danzou una persona en constante contacto con entes demoníacos buscando devorar sus poderes espirituales siempre le quedaban residuos de energía maligna en su cuerpo. De no ser eliminados podrían convertirse en un problema a futuro.

—¿Esta seguro, señor Danzou? —interrogó el joven monje inclinándose ante él—. Solucionar el problema de ese bosque representaría una gran carga para su salud —comentó preocupado.

—¿Me estás subestimando, Sai? —preguntó en un tono difícil de descifrar.

El joven monje no estaba seguro de su error en esos momentos. Quizás el santo había malinterpretado sus palabras. Pero es que pese a las nobles intenciones de ayudar a las personas su salud podría no permitírselo. Y su deber como discípulo era velar por el bienestar de su maestro. Aquel a quien le debía la vida y todo cuanto era. Lo había criado desde pequeño y lo veía como a una figura paterna. Justamente eso hacía más dura la situación. Al ser un monje al servicio de la humanidad era capaz de sacrificar todo de sí por los demás, pero Sai tenía algunos sentimientos prohibidos para alguien en su profesión. Pues egoístamente estaba dispuesto a permitir que los demonios siguieran haciendo de las suyas si así procuraba la vida de su maestro.

—No me atrevería, Danzou-sama —respondió el menor con un gesto de arrepentimiento—. Es sólo que dejar el templo…

—No voy a dejar el templo —expresó de manera directa—. Si lo hiciera muchas personas estarían en peligro.

—Pero dijo que solucionaría el problema —le recordó con clara confusión en su tono de voz.

—Y lo haré —declaró el anciano con firmeza antes de observarlo fijamente con su único ojo sano—. Pienso enviarte a ti a hacerte cargo de esos demonios —expresó con suavidad.

—¿En serio? ¿Piensa que estoy cualificado para la tarea? —preguntó sorprendido y sumamente orgulloso por el reconocimiento.

—Por supuesto —declaró Danzou sin ningún tipo de duda en su voz—. Tus habilidades sagradas son realmente sorprendentes.

—Tenga por seguro que exterminaré a esos demonios —prometió Sai solemnemente.

—Es necesario que traigas a esos demonios con vida —habló el anciano con un tono de aprehensión—. Te elegí especialmente por tus habilidades para sellar y domar demonios.

—Entendido, Danzou-sama —aceptó Sai de manera honrada aquella misión impuesta por el santo.

—Pero antes de que partas debo informarte que no harás esta misión en solitario —dijo sacando una carta de su manga para entregársela en las manos a Sai—. Recibí una solicitud de una persona inesperada.

—¿Hay nobles interesados en el bosque? —interrogó sorprendido. Creía que sólo a los pueblerinos les estaba afectando de manera directa este suceso.

—Así es —asintió el anciano mientras explicaba—. El señor del país del fuego Jiraiya envió una carta solicitando ayuda a diversos especialistas desde monjes, sacerdotisas y exterminadores de demonios. Harás equipo con dos exterminadores y un médico según puso en su carta. Te daré los detalles para tu tarea de manera verbal, procura memorizar cada una de mis palabras —ordenó antes de susurrarle al oído algunos datos extra.

—Completaré con éxito esta misión —aceptó sin ninguna duda sobre su deber.

Con todo dicho, el monje más joven se preparó para la misión. Según las instrucciones dadas por su superior, debía reunirse con un grupo de exterminadores que lo acompañarían en su tarea. No sólo las personas del pequeño pueblo habían solicitado su ayuda. El señor feudal del país del fuego había enviado una carta pidiendo lo mismo. Lógicamente una persona de alto perfil como él no se presentó personalmente como sí hicieron las personas comunes y corrientes. Aun así, era algo extraño. Era verdad que a largo plazo podría afectar a las riquezas de un gran señor como Jiraiya, pero no en lo inmediato. Alguien con sus recursos podría comercializar y obtener lo que deseara de cualquier otro sitio. Sin importar el costo de importación, podría pagarlo sin problemas. Entonces, ¿por qué la urgencia de solicitar ayuda? De los aldeanos se comprendía porque los afectaba de manera directa.

—¿Por qué tan pensativo, Sai? —interrogó el hermano adoptivo del joven de tes pálida, Shin.

—Tengo una nueva misión —informó al de cabello grisáceos con normalidad—. Danzou-sama me encargo la tarea de ir al bosque maldito. Aquel que está causando problemas últimamente.

—No irás a esa misión tú solo, ¿o sí? —cuestionó preocupado por el bienestar del menor.

—No te preocupes, estaré en un equipo junto a otros exterminadores —respondió para tranquilizarlo.

Ellos dos fueron recogidos por Danzou cuando aún eran muy pequeños. En aquel entonces, Shin tenía tan sólo cuatro años y cargaba al pequeño Sai que no era más que un bebé con pocas semanas de nacido. Unas aves del paraíso habían exterminado a su pueblo. Esos demonios emplumados solían causar todo tipo de problemas cuando bajaban a los pueblos a matar a los humanos sin ninguna clase de piedad de por medio. Incluso devoraban otros demonios. Mientras fueran inferiores a ellas en número o poder, atacarían y se darían un festín con la carne de sus víctimas. Los padres de Shin habían muerto para darle tiempo de escapar a un sitio más seguro. Fue durante su carrera lejos de aquellos demonios que se topó con una mujer moribunda en el suelo.

Ella estaba muy malherida. Parte del hueso blanco podía verse en sus piernas y brazos. Incluso su espalda dejaba asomar levemente sus vertebras entre la piel que no parecía más que un pedazo de tela cubriendo su columna. El llanto de un bebé se dejaba oír cerca de ella. La fémina con sus últimas fuerzas le suplicó al pequeño Shin que se llevara al bebé que con tanto ahínco había protegido. No se había movido de su lugar usando su cuerpo como escudo a pesar de que desgarraban su carne a picotazos. Fue una fortuna para ella que las aves se distrajeran con un nuevo objetivo. Había otros intentando escapar que consiguieron la atención de las aves, quienes fueron perseguidos alejándolas de la madre de Sai.

El menor no entendía bien lo que estaba sucediendo. ¿Por qué si la mujer estaba viva quería que se llevara a su bebé? La agonizante mujer le pidió como última voluntad que cuidara de Sai como haría con un hermanito menor hasta que pudiera llevarlo a un sitio seguro. A simple vista se había notado que Shin era demasiado joven para tener una carga tan pesada como lo sería hacerse cargo de un bebé, pero con que lo llevara con adultos responsables, se daría por servida. Lo que no esperaba la madre de Sai era que Shin se tomara en serio el papel de hermano mayor. No se despegó del bebé azabache ni siquiera cuando Danzou los encontró y acogió en el templo. Siempre siguió velando por el otro sin importar que de aquel fatídico día ya hayan pasado dieciséis años.

—No puedo dejar de preocuparme por mi hermano menor —alegó Shin con una tenue sonrisa mientras le golpeaba suavemente con el puño.

—Ya no soy un niño —se defendió brevemente empujando su mano—. Además, Danzou-sama cree que mis habilidades son lo suficientemente buenas para hacerme cargo del pedido de Jiraiya-sama.

—¿El excéntrico señor feudal? —interrogó Shin con un rostro pensativo—. ¿Él solicitó esta misión?

—Así es —confirmó el azabache con un asentimiento de cabeza—. Le envió una carta a Danzou-sama pidiendo ayuda con esto.

—¿No es extraño? —preguntó Shin en voz alta—. Alguien con sus recursos podría simplemente poner una recompensa o dejarle la tarea a esos otros exterminadores que contrató. ¿Por qué pedir ayuda al templo si nunca hemos tenido trato directo con ellos? —cuestionó confundido.

Algo de todo esto no le parecía encajar. Sumado a eso, su hermanito menor estaría involucrado en una misión poco clara con varias incongruencias. Lógicamente, eso despertaba sus sospechas y lo ponía alerta acerca de la seguridad del menor. Tal vez debería ir a pedirle a Danzou que le permitiera acompañar a Sai, o mejor aún, tomar su lugar por precaución. Se había quedado en silencio meditando posibles soluciones hasta que la voz del menor lo sacó de sus pensamientos.

—Estaré bien, nii-san —aseguró Sai con una sonrisa sincera—. Verás como regreso pronto.

La única persona a la que le dedicaba ese tipo de expresión genuina era a su hermano y ocasionalmente a Danzou. A este último no porque no quisiera, sino porque el propio monje le enseñó a controlar sus emociones. Existían diversos hechizos de alto nivel de complejidad en los que su vida corría riesgo, pero para las personas comunes, quienes confiaban en ellos, debían tener siempre una sonrisa para tranquilizarlos. Hacerles saber que todo estaba bien. También servía para despistar a los demonios, pues ellos gozaban de la desesperación de sus presas. Una sonrisa vacía, les causaba irritación y en ocasiones desinterés. Por lo mismo, Sai se forzó así mismo a mantener una eterna sonrisa falsa usada para demonios y humanos.

—Eso espero, hermanito —suspiró Shin a sabiendas de que no podría hacerlo cambiar de opinión—. Prométeme que tendrás mucho cuidado.

—Lo haré, te lo prometo —repitió para darle algo de calma.

Preparó una bolsa de viaje con provisiones para comer, una cantimplora llena de agua fresca, su estuche de tinta, rollos de papel papiro, inciensos y talismanes. Estaba listo para cumplir con su encomienda, pero primero debería de reunirse con sus futuros compañeros de equipo. Para ello debería ir al país del fuego, al lugar acordado por Jiraiya para explicarles con mayor profundidad la información recopilada acerca de los ataques en el bosque maldito hasta el momento.

CONTINUARÁ…