DISCLAIMER: Los personajes de InuYasha no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi. La obra es mía, escrita sólo con el fin de entretener – a ustedes y a mí. Sin fines de lucro.
— Je vais T'aimer —
V
— Lágrimas secas —
— "¿Está bien de esta manera? Es sólo una pregunta.
Este es el resultado que nació de la agonía.
Por favor, no me preguntes nada más.
¿Será culpa mía que mis sentimientos
se volvieran un poco más confortables?"—
— Crying Rain; Girugamesh —
Tocó el timbre un tanto ansiosa e impaciente. La llamada de su amiga la tenía preocupada, porque era muy inusual que ella se sintiera tan mal al punto de faltar al trabajo. De hecho, jamás se había ausentado, ni siquiera cuando estaba enferma – momentos en los que su anterior Jefe la tenía de secretaria y para los recados debido a la imposibilidad de enviarla a terreno sin que su salud estuviese al cien por ciento – y hoy se había quedado en casa. ¿Qué habría pasado que la hubiese dejado tan mal para que ella faltara a la Estación? Debía averiguarlo y, si estaba en sus manos, ayudarla a encontrar una solución y salir de eso.
— Hola, señorita Kagome — Kohaku la saludó amablemente, haciéndole una leve reverencia mientras la dejaba entrar —. ¿Viene a ver a mi hermana?
— Hola, Kohaku — le sonrió en respuesta y entró en el departamento —. Sí, supongo que está en su habitación, ¿verdad?
— Así es.
— ¿Sabes qué le pasó? — La preocupación se tatuó en su rostro, el adolescente lo notó de inmediato.
— Bueno… sí, pero creo que ella tendría que contárselo.
— Tienes razón. Muchas gracias, iré a verla.
Kagome se encaminó hasta el cuarto y golpeó un par de veces la puerta, obteniendo una respuesta ahogada pidiéndole que entrara. Eso sólo causó que sus alarmas estuviesen más atentas y que su instinto de amiga sobreprotectora saliera a flote como hacía tiempo no pasaba. Ingresó al cuarto y vio a la muchacha recostada en la cama, abrazando un cojín y con una caja de pañuelos junto a ella, con algunos tirados en el suelo o a su lado, usados seguramente por ella para limpiarse la nariz o los ojos. Cerró la puerta tras de sí y se encaminó hacia su ubicación, abrazándola lo mejor que pudo debido a la posición de Sango en la cama.
— ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás llorando así, acaso pasó algo con Miroku…?
Su pregunta fue respondida con un sollozo un poco más notorio ante la mención del ojiazul, logrando que más lágrimas cayeran de sus ojos. Necesitó un par de minutos para calmarse lo suficiente y responder con palabras lo que le estaba preguntando.
— S-Sí… ayer, quise darle una sorpresa y llegué a su departamento, p-pero… él no estaba para sorpresas. Aún vestía la ropa del día anterior y bueno… digamos que nuestra charla no fue muy amistosa.
Kagome se mordió el labio, preocupada y nerviosa ante la situación, presentía que eso no iba por buen camino. Durante 3 años había visto cómo la relación de sus amigos se nutría, crecía junto con ellos, maduraba de una forma en la que no había imaginado que podría hacerlo, en especial considerando que Miroku había encontrado su centro con Sango. Y ahora, cuando ella pensaba que estaban listos para dar el siguiente paso, las cosas comenzaban a desmoronarse...
— ¿Discutieron? ¿Por qué? — Su voz reflejó toda la angustia que le produjo el ver así a su amiga.
— Principalmente, por culpa de mi padre... — Sango se sentó en la cama, dándole espacio a la azabache para que también hiciera lo mismo, y siguió su relato. — Sabes que nunca le ha simpatizado del todo Miroku y que eso empeoró cuando comenzamos a ser novios...
— Sí, lo sé... pero eso nunca había causado que discutieran...
— Porque no habíamos tenido que enfrentar ese hecho sumado a otros problemas... — La castaña suspiró abatida, apretando los puños. — Estoy harta de esta situación. Intento hacer todo lo posible por demostrarle que estoy de su parte, que él fue y seguirá siendo mi elección, que no puedo evitar que mi padre sea como es pero que eso no significa que yo no lo quiera... — las lágrimas habían comenzado a caer nuevamente, los sollozos fueron audibles otra vez. — ¡Discutí con mi padre ayer por esto! ¡Jamás le había levantado la voz a papá! Pero estoy cansada, harta de escucharlo criticar y menospreciar a Miroku, como si fuese su culpa todo lo que está pasando... ¡Y él no es capaz de tener una conversación civilizada conmigo! En lugar de que hablemos de esto, ¡me reclama, me saca en cara que jamás lo he defendido frente a mi padre! Si supiera...
— Por favor, cálmate — Kagome intentó que ella respirara profundo y se tranquilizara, no era bueno que estuviese tan alterada analizando la situación —. Miroku está pasando por un muy mal momento ahora, lo sabes.
— Sí, y él no tiene la culpa — Sango se sorbió los mocos, inhalando profundo antes de continuar —. Nosotros no pedimos que esto pasara. Sabíamos los riesgos, pero nunca pensé que sería tan difícil. Con mi padre acá sólo hay más tensión y eso no nos ayuda en nada.
— Siempre ha sido un tema tu padre, pero no entiendo por qué ahora les causa tantos problemas, llegando al punto de que discutan de esa forma…
— Es todo, Kagome. No sólo el hecho de su trabajo y nuestros encuentros en la corte, ni su poco tiempo para nosotros, o que tenga que cumplir esas obligaciones tan molestas, o las opiniones y comparaciones de mi padre… Es todo eso junto. Es demasiado, porque va sumando y… estoy cansada. Nunca imaginé que nuestra relación sería así, que llegaríamos a tener este tipo de peleas… ¡Ayer me pidió que lo dejara solo! ¡Me reclamó que no lo he defendido frente a mi padre! ¿Qué más puedo hacer? No había imaginado que nuestra vida sería así… él está mal y yo… yo ya estoy llegando a mi límite.
La azabache inhaló profundo, ordenando las ideas que se venían a su mente mientras abrazaba a su amiga para que ella supiera que no estaba sola. Tras unos segundos en los que Sango sollozó hasta que logró calmarse un poco, su amiga decidió volver a tomar la palabra, quería ayudarla con sus dilemas.
— Es bueno que te des cuenta del punto en el que estás. Si sientes que ya no puedes más, es porque tienes que actuar. Creo que Miroku debe sentirse igual, pero ninguno de los dos sabe muy bien qué debería hacer. Todo esto los está superando y los tiene tan mal, que no han sido capaces de ver más allá del dolor.
— Es cierto, duele... — Negó con un gesto afligido, si ella estaba así, de seguro su novio se sentiría peor. — Y no quiero pensar en cuánto debe estar sufriendo Miroku con todo el peso que tiene encima...
— De seguro también está desesperado. Ustedes no deberían alejarse, por el contrario...
— Lo he intentado, pero... tengo miedo.
— ¿Miedo, a qué?
— Yo... — Sango respiró hondo, pensando si debía confesarle sus temores a su amiga, después de todo eran algo que nadie conocía, sólo ella. Pero sabía que Kagome jamás la traicionaría. — Estoy asustada de lo que siento. He vivido estos tres últimos años con la presencia de Miroku siempre a mi lado, considerándolo hasta en lo más mínimo... y he comenzado a necesitarlo. Más que extrañarlo, su ausencia me duele. En algún punto, siento que no podría seguir adelante sin él, yo... creo que amo a Miroku.
Los ojos de su compañera se abrieron por la emoción. No eran sorpresa para ella los sentimientos que le estaban siendo confesados, pero ver la fuerza y sinceridad en los ojos de la castaña era algo reconfortante.
— Entiendo ese sentimiento, Sango... y me alegro mucho por ti. ¿Se lo has dicho a él?
— No... me da miedo — se mordió el labio inferior, un poco nerviosa —. Temo que él no sienta lo mismo, quizá esté apresurando las cosas...
— No seas tontita — le golpeó suavemente la cabeza, como si así pudiese ordenarle las ideas —. Apuesto que él también debe sentir lo mismo... y es probable que también tenga miedo, después de todo tiene muchas cosas en contra...
— ¿De verdad crees que él...?
— Se nota a kilómetros, tú lo eres todo para Miroku. Deberías decírselo, creo que eso podría mejorar un poco las cosas. Quizá con sus sentimientos más claros, todos los obstáculos que están enfrentando ahora sean más simples de sortear.
La castaña lo pensó un momento, eso parecía tener lógica. Después de tanto tiempo juntos, era normal que el siguiente paso fuese ése, y no había motivos para aplazarlo más. Debería ir a ver a Miroku para decirle lo que de verdad sentía y así intentar darle otro enfoque a los problemas que tenían.
— Tienes razón. He sido una idiota, debo decírselo cuánto antes. Quizá pueda ir mañana temprano a su departamento y hablar con él antes de que nos vayamos al trabajo...
— Me parece una buena idea. Verás que todo va a salir de maravilla.
— Gracias, Kagome. No sé qué haría sin ti.
— No es nada, sólo quiero verlos felices.
Ambas sonrieron, Sango mucho más tranquila ahora que tenía un plan que seguir. Esperaba que pronto pudiera ver más luces al final del camino y que todas esas dificultades se hicieran cada vez menos importantes en sus vidas. Porque ella lo único que deseaba era poder seguir su camino junto al hombre que amaba y que había escogido a pesar de todos los pronósticos.
Se miró por enésima vez en el espejo y soltó un suspiro abatido, se sentía derrotado. Sabía que alejarse de Sango era lo mejor para ella, porque la estaba haciendo sufrir y no quería ser el causante de sus lágrimas. El día anterior había sido un idiota, echándola de su casa y recriminándole por la actitud que tenía su padre con él, como si ella fuese la culpable de que el hombre considerara que él no era apto para su hija...
Había sido un completo imbécil y ahora sabía que la mujer de su vida se sentía decepcionada de la relación. Sintió un nudo en el estómago y la angustia se asentó en su pecho, ya no podía seguir haciéndole eso a su novia. Lamentablemente, no estaba pensando con claridad y el departamento sólo lo ahogaba más. Miró la hora en su reloj de pulsera y decidió que lo mejor era distraerse de alguna forma. Olvidar el problema por un par de horas para luego tener la mente más despejada.
Tomó sus cosas y se encaminó directo a un pub, decidido a servirse un par de tragos para aplacar un poco esa pesadez en su pecho que lo lastimaba. Pidió whiskey puro y lo bebió rápidamente, mientras escuchaba la música del local resonar en su cabeza, con ritmos alegres y contagiosos que aún no lograban llamar del todo su atención. No tardó en pedir más alcohol y beberlo casi tan rápido como el primero, demostrando que tenía una buena tolerancia y que, además, no le importaba mucho si terminaba ebrio o no. Luego de varias copas de más, sacó su móvil y miró la fotografía que tenía como papel tapiz, sonriendo de medio lado con tristeza. ¿Dónde había quedado esa pareja feliz que le regalaba una radiante sonrisa en la pantalla? Si tan sólo hubiera sido capaz de cumplir su promesa de jamás dañarla...
Guardó el aparato en su bolsillo y volvió a pedir otra bebida, sabiendo que debería parar, pero sin la voluntad para hacerlo, porque quería dejar de sentir y pensar, olvidar el dolor y dejar de escuchar el llanto de Sango en su cabeza. Quizá volver a ser el Miroku de antes, ese sujeto que se ponía una coraza antes de entregarse por completo; aquel que temía tanto dañar o ser herido que no entregaba nada más que cariño físico en relaciones superficiales, evitando así situaciones como la que estaba viviendo ahora. Era cierto que antes no había experimentado la felicidad y calma que Sango le había dado a su vida, pero tampoco tanto dolor al ver la tristeza en los ojos de alguien más. Y menos sabiendo que gran parte de esa tristeza era causada, directa o indirectamente, por él. Volvió a ingerir lo que le quedaba en su vaso de un sorbo y agitó la cabeza, no estaba seguro de si debía marcharse a su departamento y pensar en una solución al día siguiente, o si era mejor quedarse ahí hasta que el alcohol le borrara todo sentimiento.
— ¡Pero miren a quién tenemos aquí! — Una voz femenina interrumpió su divagación, llamándole la atención. Levantó la vista para ver a la dueña, sorprendido. — ¿Si no es Tsujitani Miroku?
— ¿Sakasagami Yura? — Preguntó extrañado, hacía mucho tiempo que no la veía.
— En persona — le sonrió astuta, sentándose a su lado —. Pensé que no volveríamos a verte la nariz, como ya fuiste pescado…
Él negó involuntariamente con un gesto que su acompañante pudo notar con facilidad, extrañándose con la reacción. Levantó una ceja, curiosa, mientras le hacía un gesto al barman para que le sirviera un trago y se acercaba un poco más a Miroku.
— Sólo me enfoqué en terminar la carrera y luego, en trabajar…
— Cierto, pero no — lo interrumpió la chica, sonriéndole con astucia —. Todos sabemos que te alejaste por esa chica, Kuwashima… Miss Puritana — ella soltó una risita al ver cómo el ojiazul fruncía el ceño al escuchar el apodo —. ¿Lo olvidaste? Así le puso Renkotsu antes de terminar el primer año… y creo que tú estuviste de acuerdo.
— Yo… no estoy seguro — murmuró, mirando su vaso vacío y pidiéndole al muchacho que atendía que le sirviera más —. Creo que no lo recuerdo.
Yura lo miró detenidamente un par de segundos, pensativa. Nunca había sido muy cercana a Miroku, antes de que ambos ingresaran a la facultad de Derecho apenas sí lo ubicaba porque estudiaban en el mismo establecimiento, y durante los años que fueron compañeros en la carrera, sólo habían compartido en contadas ocasiones en fiestas o salidas en grupo, nada que los hiciera realmente cercanos. Quizá no lo conociera tanto, pero sabía leer las expresiones de los hombres y no fue tan difícil para ella hacerlo con él.
— ¿El Paraíso se convirtió en el Infierno? — Preguntó, sonriendo de medio lado ante la expresión confundida del moreno. — Oh, puedo ver que no has tenido días muy buenos últimamente y, si no me equivoco, todo tiene que ver con ella…
— ¿Qué te hace pensar eso? Sólo… ha sido una semana difícil.
— Vamos, Tsujitani… estás metido en un pub, solo, bebiendo alcohol como si quisieras terminar con una falla hepática y con esos divinos ojos azules reflejando nada más que tristeza y preocupación — terminó su análisis con una fugaz caricia en su mejilla, su mirada fija en él —. ¿Pelearon, terminaron? ¿Te diste cuenta de que es demasiado correcta para alguien como tú?
Él apretó los labios, era difícil hablar del tema con alguien más, y considerando que Yura no era ni siquiera su amiga, no se sentía en confianza. Por otro lado, el nudo en su garganta y el vacío en su pecho lo estaban consumiendo más rápido de lo que hubiese esperado, mientras sentía la cabeza un poco más pesada y comenzaba a ver un tanto distorsionado: el alcohol estaba haciendo efecto. Se encogió de hombros, como resignándose a todo eso.
— Prefiero no hablar del tema, sólo diré que sí tenemos problemas — aclaró antes de volver a beber otro sorbo de su vaso —. Y que vine acá tratando de olvidarlos por un rato.
— Es un lugar ideal para lograrlo, ¿no? — Yura soltó otra risita y luego chocó su vaso con el de Miroku, en una señal de brindis. — ¡Salud por eso! Aquí tienes todo lo que necesitas: música, alcohol, tabaco si gustas, mujeres… el Miroku que yo recuerdo no le habría hecho el quite a las posibilidades.
Sonrió al escucharla, sabiendo que tenía razón si lo que él buscaba era ser el de antes y que esa coraza que usaba tiempo atrás, ahora lo hiciera olvidar y dejar de sentir todo ese pesar. Terminó su trago y con una mueca galante, le extendió su mano a Yura en una invitación insinuante.
— Tienes razón, quizá ya sea el momento… — Ella sonrió al escucharlo mientras tomaba su mano. — ¿Bailamos?
— Seguro, es una buena forma de comenzar… ya luego veremos qué pasa, guapo.
Se dirigieron a la pista de baile, con la noche apenas comenzando y el ritmo contagiándose con el compás de cada movimiento enérgico, sensual e íntimo. Sí, la noche apenas comenzaba…
Miró el llavero entre sus dedos, indecisa. A pesar de que ambos tenían copias de las llaves del departamento del otro, era muy raro que las usaran. Era más bien una medida en caso de emergencia, pero jamás las habían usado para interrumpir la privacidad ajena. Se mordió el labio, sintiendo que iba a hacer algo indebido; sin embargo, ya había golpeado unas 3 veces sin obtener respuesta, y sus llamadas eran todas redirigidas al buzón de voz, lo que sólo lograba preocuparla más. Miró la hora, inhaló profundo y decidió abrir la puerta, segura de que su novio comprendería sus razones para hacerlo.
Ingresó en el lugar, tardando unos segundos en acostumbrarse a la menor iluminación del interior. Miró alrededor, extrañándose al encontrar la chaqueta y otras cosas de él tiradas por el suelo. Eso no le estaba dando tranquilidad, por el contrario: cada paso que daba en dirección a la habitación contraía más su pecho, tenía un mal presentimiento y esperaba que todo estuviese bien, que Miroku estuviese bien.
La puerta del cuarto estaba cerrada, algo que le llamó la atención porque él acostumbraba a dejarla abierta cuando estaba solo. Se mordió el labio, quizá no debiese estar ahí. Por un instante, el impulso de marcharse y dejar la conversación que deseaba tener con él para otro momento fue bastante fuerte y la hizo dudar, pero también estaba preocupada y temía que algo hubiese pasado. Golpeó la madera, sin obtener respuesta por lo que giró la manilla y abrió, dando un paso al frente para entrar en el cuarto, que se encontraba levemente iluminado por la luz del amanecer que entraba por la ventana. El cambio de luminosidad la cegó por un segundo, hasta que nuevamente se acostumbró al nivel de iluminación y observó el interior de la habitación. Una puntada le atravesó el pecho al tiempo que su corazón se paralizaba, el dolor que la recorrió fue tal que ni siquiera fue capaz de verbalizar lo que sentía, dejando caer las llaves sin darse cuenta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las aguantó el tiempo suficiente para salir del departamento y encontrarse sola y lejos de Miroku. Se dirigió a un parque cercano y se sentó en una de las bancas, intentando tranquilizarse antes de volver a su casa, no quería que nadie la viera así.
Apretó los puños, sin poder sacarse la imagen de su mente. Miroku estaba acostado boca abajo en su cama, su cuerpo cubierto hasta la cintura sólo por la sábana, su brazo derecho rodeaba por las caderas a una mujer que también estaba tapada por la tela blanca de la cama sólo hasta los muslos, una de sus piernas abrazaba la de él y su brazo descansaba en su espalda. Ambos estaban desnudos, su ropa estaba regada por el suelo sin mucha preocupación y de seguro habían pasado una noche bastante cálida. Negó bruscamente con la cabeza, logrando que las lágrimas que habían comenzado a salir fueran a parar al suelo por el movimiento. Miroku se había atrevido a engañarla… ¿Por qué? Era verdad que estaban teniendo un muy mal momento, pero ella lo amaba y él…
Cerró con fuerza los párpados, luego se limpió el rostro lo mejor que pudo y se puso de pie para irse a casa. No se dejaría vencer por eso, no caería en el juego de las lamentaciones ni mucho menos se encerraría en su cuarto a llorar. Seguiría adelante, ocultando el dolor que sentía y fingiendo que todo iba a estar bien. En algún momento terminaría de romperse, lo sabía, pero no permitiría que su padre la viera sufrir por el chico que él mismo le había advertido que la lastimaría. Por lo menos no ahora, quizá cuando ya no doliera tanto todo lo que estaba pasando…
Inhalo profundo y siguió su camino, intentando no pensar mucho. Llegó a su departamento sólo para lavarse la cara y luego volvió a salir rumbo al trabajo, con la intención de enfocarse sólo en eso el resto del día. No fue difícil que lo hiciera, porque el día estuvo bastante ajetreado debido a que las festividades de fin de año se acercaban y los delincuentes solían aprovecharse de estas fechas para robar y crear caos. Agradeció, por una vez en su vida, que eso fuera así porque le ayudó a no pensar en nada más que el trabajo durante su jornada. Kōga había notado que algo estaba ocurriéndole a su compañera, pero no contaba con la confianza suficiente para preguntarle y, además, sabía que ella tampoco quería hablar del tema. InuYasha también se había percatado, sin embargo, trabajaban en departamentos diferentes y le fue imposible hablar con ella, pero sí le advirtió a Kagome que su amiga estaba extraña. Incluso le mandó un par de mensajes a Miroku preguntándole si habían discutido o algo, pero no obtuvo más respuesta que un cortante "Por favor, deja que nosotros arreglemos nuestros problemas". Eso sólo le dio más mala espina, hubiese insistido, pero no era su estilo y tenía el presentimiento de que terminaría golpeando a ambos por idiotas, ya que sentía que se estaban ahogando en un vaso de agua.
Así que nadie pudo indagar en lo que tenía a Sango de malas, y de esa forma, ella pudo volver al final del día a su casa, deseando estar tranquila y sola en su habitación, llorar lo que necesitara y desquitarse probablemente con sus cojines y almohadas. Como ya se estaba haciendo costumbre cuando salía a esa hora, Kuranosuke la fue a dejar a su casa, con más silencio en el trayecto que en otras ocasiones, aunque él no quiso ser impertinente y preguntar, y ella lo agradeció. Se bajó del vehículo en el parque que quedaba frente a su edificio y vio de inmediato el automóvil azul oscuro estacionado unos metros más allá, con la figura de su dueño apoyado en el vehículo, al parecer la estaba esperando. Su acompañante notó la tensión que recorrió el cuerpo de Sango y se preocupó, después de lo extraña que había actuado ella durante todo el día, temía que tuviese más problemas.
— ¿Estás bien? Si quieres, podemos ir a algún otro lado… o le pido que se vaya — preguntó, mirando con cierta desaprobación al chico que esperaba.
— N-No… — Le hizo un gesto restándole importancia, para que no se alarmara. — Estaré bien, descuida. Y gracias por preocuparte. Nos vemos mañana en la Estación.
— ¿Estás segura?
— Sí, tranquilo. Hasta mañana.
El castaño se despidió con otro gesto y se marchó, Sango no comenzó a caminar hasta que lo perdió de vista, asegurándose de que se alejara lo suficiente para que no interviniera. Luego, se acercó al muchacho que la esperaba, notando que no era capaz de mirarla a la cara y que su aspecto estaba bastante demacrado. Apretó los puños, conteniendo el estúpido impulso de abrazarlo que nació en su vientre y deteniéndose frente a él, intentando mantener el semblante serio.
— Sango…
— ¿Qué quieres? No creo que tengamos nada que hablar ya — le espetó, no iba a permitir que se disculpara, que llorara o intentara explicarle lo que había pasado, si lo hacía ella no sería capaz de mantenerse firme.
— Yo… por favor — miró las manos de la chica, deseaba tomarlas, pero no podía tocarla de nuevo. También apretó sus puños —. Lo siento, de verdad. ¿Podemos hablar? Sólo…
— No quiero escucharte — volvió a interrumpirlo, reteniendo las lágrimas —. Fue suficiente con lo que vi en la mañana. ¿De qué quieres hablar? Nada de lo que digas va a borrar lo que hiciste.
Miroku sabía que ella tenía razón, no quería que lo perdonara porque lo que había hecho no merecía su perdón. Sólo quería que supiera que no había sido culpa de ella, que él había sido un idiota… Levantó el rostro para mirarla a los ojos, notando el dolor y la rabia, la decepción. Su pecho se encogió, quizá era mejor que se marchara, seguía dañándola de una u otra forma.
— Tienes razón, soy un estúpido. Y tú eres demasiado buena para mí. No mereces lo que hice… lo lamento. Creo que lo mejor es que me vaya. No te pediré que me perdones, porque no lo merezco. Si pudiera pedirte algo, sería que olvidaras todo esto y siguieras adelante, que fueras feliz… Nunca quise hacerte daño, pero parece que no puedo dejar de ser yo… Lo siento. Adiós, Sango.
Comenzó a caminar hacia la puerta del conductor para irse lo más rápido que pudiera, no soportaría ver cómo ella se rompía por su culpa. Accionó la manilla, listo para subirse, y de pronto sintió el tacto de la mano de la castaña en la suya, deteniéndolo. La miró extrañado, ella ya no retenía las lágrimas y le devolvía una mirada cargada de reproche.
— ¿Por qué? — Le preguntó, sin importarle que él la viera llorar o que notara lo afectada que estaba con todo eso. — ¿Por qué lo hiciste? Puedo entender que estuvieses molesto por mi padre, que te sintieras mal por lo del juicio, que estés cansado, agotado, harto de todo esto… Pero ¿por qué acostarte con otra? ¿Por qué traicionar mi confianza? ¿Por qué darle la razón a todos los que me dijeron que terminarías haciéndolo? ¡Confíe en ti, Miroku!
— Sango… — Intentó interrumpirla, pero ella no se lo permitió, ya no podía quedarse callada.
— ¿En qué fallé? ¡Me esforcé, estaba haciendo todo lo que podía para que esto resultara! ¿Acaso te faltaba sexo? Porque si fue por eso, podrías habérmelo dicho, yo habría…
— ¡Sango, basta! — Esta vez sí logró que ella guardara silencio, agitando su mano para liberarse de su agarre y mirándola con el semblante duro. — No busques una excusa o un motivo, porque no lo tengo. Sólo fui demasiado estúpido como para detenerme a pensarlo. Te fallé, te herí y rompí tu confianza. Si quieres quedarte con alguna excusa, piensa que simplemente todos tenían razón y que yo jamás voy a cambiar. Lamento que hayas perdido tanto tiempo conmigo, te mereces algo mejor. Por favor, sólo deja que me aleje y sé feliz. Es lo mejor para los dos.
Ella lo miró incrédula, luego entrecerró las cejas, molesta. Los ojos de Miroku no expresaban indiferencia, a pesar de que intentaba mantener el semblante duro. Sus ojos estaban cargados de dolor, podía notarlo sin dificultad. Quizá incluso la tristeza la hubiese palpado si acercaba su mano a su rostro. Lo supo, él le estaba mintiendo y nunca le diría la verdad, a pesar de la desesperación que ocultaba su mirada. Sin embargo, no pudo saber qué era lo que realmente sentía, porqué le mentía de esa forma, sin ser capaz de aceptar su ayuda para enfrentar el problema, fuese cual fuese. Miroku se estaba rindiendo, y eso ella jamás se lo perdonaría. Lo abofeteó furiosa, mientras más lágrimas abandonaban sus ojos.
— Cobarde y mentiroso. No sé en qué momento perdí a mi novio, pero si esto es lo que vas a ofrecerme, no lo quiero. Si quieres alejarte, hazlo: no puedo retenerte. Sólo espero que logres encontrar la respuesta que ahora no eres capaz de darme y que seas feliz. Adiós, Miroku.
No esperó una respuesta, ni siquiera quiso quedarse para ver el rostro afligido, no iba a presenciar cómo él se rompía por el simple hecho de rendirse, sin importar el motivo. Prefería guardar en su memoria la imagen y la idea del Miroku seguro, perseverante y decidido con ella, de ese chico que había dejado a un lado su coraza para demostrarle que podía ser la persona que ella sabía que era. La del hombre que le había prometido seguir a su lado pese a las dificultades, de aquel que, a pesar de todo, había jurado no rendirse.
Caminó a su casa sin mirar atrás, intentando calmarse durante el trayecto, para que no la viesen llorar al llegar. Ingresó a la sala y fingió una sonrisa cansada, aguantando las ganas de romper en llanto que la consumían en ese momento.
— ¡Bienvenida de vuelta a casa, hija! ¿Qué tal el trabajo hoy?
Levantó la mirada para encontrarse con el rostro cariñoso de su padre y apretó la mandíbula antes de sacar las fuerzas para hablar sin que se le quebrara la voz. Inhaló profundo antes de responder.
— Bien, fue una larga jornada — murmuró, encogiéndose de hombros en un intento de ocultar su dolor —. Estoy cansada, hoy hubo bastante movimiento.
— Sí, algo así supe — el mayor también se encogió de hombros y luego le sonrió, invitándola a la mesa —. ¿Cenamos?
— O-Oh… lo siento, no tengo apetito — se disculpó, mordiéndose el labio inferior antes de continuar —. M-Me daré una ducha y luego iré a dormir…
— De acuerdo…
Ella se apresuró en salir de la sala, aunque pudo sentir la mirada inquisidora sobre su persona tanto por parte de su padre como de su hermano, quien, aunque no había dicho palabra, la había escrutado desde el momento en que había cruzado la puerta, seguramente sospechando que algo había ocurrido. Negó con un gesto mientras daba la llave de la ducha y se metía bajo el chorro, las lágrimas mezclándose con el agua que golpeaba suavemente su cuerpo. Lloró en silencio mientras terminaba de bañarse, se colocó su pijama y rápidamente se encerró en su cuarto, quería estar sola para terminar de caer.
Se lanzó en su cama y abrazó a un peluche que Miroku le había regalado poco tiempo después de empezar la relación, soltando más lágrimas entre los brazos de felpa y guardando los lindos momentos, las promesas hechas, cumplidas y rotas, y los sentimientos, en lo más profundo de su pecho, un lugar en donde se quedarían para siempre, porque no iba a dejar que nadie se los arrebatara, a pesar de que ya no tuviese razones para protegerlos de esa forma. Ella seguiría atesorándolos, pasara lo que pasara.
Apretó aún más los puños mientras la observaba alejarse, esperando que ella le diera una última mirada, que se volteara para verlo, rogando poder encontrarse con sus ojos una vez más… pero eso no ocurrió. Sango continuó alejándose en dirección a su hogar, con pasos firmes a pesar del temblor mal disimulado de sus hombros, hasta que la perdió de vista tras las rejas que resguardaban la entrada a su edificio. Cerró los ojos un par de segundos, sabiendo que nunca podría volver a disfrutar de su mirada de la misma forma, consciente de que acababa de perder todo lo que en esos momentos le daba sentido a su vida, lo que lo hacía feliz…
Se subió a su automóvil, cerrando con fuerza los puños alrededor del manubrio para luego darle un golpe y apoyar su cabeza en él, derrotado. Hizo un esfuerzo, sonriendo de medio lado al recordar la hermosa sonrisa de la castaña, el alegre sonido de su risa, sus ojos que siempre le transmitían tanta paz, ese lugar cálido entre sus brazos que había considerado por tanto tiempo su hogar… Intentó darse fuerza, pensando el motivo por el que debía alejarse de ella, el pecho apretado al saber que la dañaba cada vez más, que la única manera de volver a verla sonreír de esa forma espontánea y sincera, era como un espectador, alguien que la observara desde lejos realizar sus sueños y siendo feliz con su felicidad.
Sintió las lágrimas abandonar sus ojos, ya no tenía motivos para retenerlas: era el fin. Lo supo desde que se despertó después de esa maldita noche de malas decisiones, cuando se dejó llevar por el alcohol, la desesperación y la culpa, y cometió ese estúpido error de enredarse con Yura; cuando se sentó en la cama, arrepentido y con el alma acongojada, viendo la puerta de su cuarto abierta y las llaves abandonadas en el suelo, conociendo el motivo de inmediato, su corazón roto al saber que había causado una fractura irreparable en Sango. No intentó dar explicaciones ni buscarla el resto del día, ella no lo escucharía y era comprensible, no podía exigirle nada porque lo que había hecho no tenía perdón. Había considerado la opción de simplemente alejarse, asumiendo su error y evitándoles a ambos pasar el disgusto de la pelea, las recriminaciones y las lágrimas, pero al final del día no pudo soportarlo, Sango no merecía eso. Ella siempre había dado la cara fuese cual fuese el problema, él le debía eso.
Sin saber qué le diría, ni cómo reaccionaría ella al verlo, ni siquiera cómo lo haría él, decidió esperarla para terminar con eso. Guardaba una diminuta esperanza en su pecho, la ingenua idea de que las cosas podrían volver a ser como antes; pero era una ilusión, un simple engaño que él mismo se empeñaba en aferrar. Todo se rompió cuando la vio, cuando ella habló, cuando su voz cargada de dolor, tristeza, reproche y decepción atravesó sus oídos y llegó hasta cada rincón de su ser. No la merecía, ni ahora ni nunca. Era la peor opción para ella, siempre lo fue. Era quien tenía más posibilidades de dañarla, con un historial bastante amplio, una reputación que lo perseguiría toda la vida, una situación socioeconómica muy lejana a la que el padre de Sango consideraba adecuada para su hija y, fuera de todo eso, ahora era el abogado que defendía a los criminales que ella tanto se esmeraba en atrapar… Definitivamente, había cometido un error al siquiera pensar que podría tener una vida junto a ella.
Soltó un pesado suspiro, recordando la primera vez que, ebrio, le había declarado que era diferente para él; luego su primera cita, su forma tan torpe de intentar explicarle que quería llevar eso a algo más que una amistad, lo precipitado que había parecido su propuesta de noviazgo y el hermoso brillo emocionado en los ojos de Sango junto con la lágrima que se había escapado luego de darse cuenta que había malinterpretado lo que él acababa de decirle y que en realidad sí la quería… Ese día había sido uno de los mejores de su vida, buscaba ese recuerdo cada vez que necesitaba darse ánimos para algo y ahora, sólo sería el inicio de algo que podría haber sido hermoso y que terminó arruinando, como todo lo que hacía.
Negó con un gesto bruscamente, se limpió las lágrimas y puso en marcha el motor, era hora de irse de ahí, alejarse para permitirle a la mujer que amaba que fuera feliz, sin que él se interpusiera en sus sueños, ni que le diera más problemas. Era momento de cerrar el capítulo más feliz de su existencia, y dejar que la vida continuara…
¡Hola! Lo sé, estuve bastante desaparecida (con respecto a actualizaciones) y la verdad, este cap estaba listo hace harto tiempo (el año pasado ya, si no mal recuerdo), pero entre tanta cosa y nuevo proyecto... ya saben, el mundo adulto es cruel, más de lo que podrían imaginar. Pero aquí estamos, intentando sobrevivir y seguir con esta historia, que cada vez se pone más color de hormiga. Ahora sólo queda esperar si al enfriárseles un poco la cabeza, pueden aclarar las cosas.
Miles de agradecimientos a quienes se han pasado, en especial a quienes dejaron sus hermosos reviews~ lamento la tardanza y lo agrio del capítulo, pero es lo que la musa pide. Gracias inmensas a lana diamonds, Loops, Caroan185, Laura y lucesita, todas son un amor de persona. Y, por supuesto, a Nuez que sigue ahí pese a todo (lamento las lágrimas). Prometo que si me envían su dirección por MP, les mando chocolate para el trago amargo (?)
Un abrazo enorme~
Yumi~ *Quien se va a dormir porque se supone que mañana madruga*
