DISCLAIMER: Los personajes de InuYasha no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi. La obra es mía, escrita sólo con el fin de entretener – a ustedes y a mí. Sin fines de lucro.


Je vais T'aimer —

XXXIII

Acontecimientos insospechados —


Mi corazón, desde algún día, brillará,
porque tú estás aquí,
incluso hasta que todas mis lágrimas se sequen,
será precioso porque tú estás aquí.

Incluso si una tormentosa noche nos espera,
incluso si el sol cae, no importa. —

Anata; L'Arc~en~Ciel


Los últimos rayos del sol entraban por la ventana, iluminando levemente la habitación. Miroku apretó un poco más los párpados, intentando aferrarse al sueño para no desvelarse otra vez, pero el dolor de cabeza le palpitaba tan fuerte que no le permitía hacerlo. Se frotó la sien, fastidiado porque la molestia había sido tan intensa, que lo había logrado despertar. Se sentó en su cama, mirando por unos instantes el cielo que lograba verse por su ventana, y nuevamente el dolor lo obligó a cerrar los ojos.

—Necesito un analgésico —murmuró a la soledad de su departamento, mirando con pereza la puerta de su cuarto.

Soltó un suspiro, poniéndose de pie para dirigirse al baño, se lavó la cara para espantar la somnolencia y luego abrió lentamente la gaveta en donde tenía un botiquín, buscando en su interior el medicamento que necesitaba e ingiriéndolo de inmediato, para cerrar el mueble y mirarse en el espejo, su reflejo mostrándole que no sólo se sentía mal, sino que también lo aparentaba. Soltó un suspiro, pasándose la mano ahora por la barbilla y negando con un gesto.

—Ah, también debería afeitarme… Quizá mañana.

Hizo una mueca, dispuesto a volver a su cuarto para intentar dormir nuevamente, cuando el sonido del timbre interrumpió sus intenciones. Frunció el ceño, encaminándose hasta la sala para atender el llamado, mirando de paso la hora en el reloj que tenía allí y extrañándose aún más, no tenía idea de quien podría ir a visitarlo tan tarde. Se detuvo por un instante, pensando que podía ignorar a quien estaba del otro lado y volver a la cama, no se sentía de ánimo para recibir a nadie. Sus pensamientos fueron cortados otra vez por el timbre, así que decidió abrir sin siquiera comprobar quién era por la mirilla.

En el instante en el que vio a Sango esperando fuera, se arrepintió de no haber corroborado de quien se trataba y de haber ignorado la sugerencia de su subconsciente de volver a dormir. Parpadeó un par de veces, sin encontrar palabras para recibirla, porque el nudo causado por la incertidumbre de las intenciones de la muchacha subió rápidamente hasta su garganta. Ella lo observó un segundo, sonriendo tristemente al notar su aspecto descuidado y sintiéndose aún más culpable por eso.

—Hola, Miroku —lo saludó, rompiendo el silencio incómodo que se había impuesto —. Yo… disculpa que haya venido tan tarde y sin avisar, pero tenemos que hablar. ¿Puedo pasar?

Él negó bruscamente con un gesto, aún no terminaba de procesar la presencia de la castaña ahí. Su pecho se apretó, temiendo que la razón no fuese algo positivo.

—No sé a qué hayas venido, pero no es un buen momento —respondió, intentando mantenerse imperturbable en su lugar —. Lo mejor será que te vayas.

—Lo siento, pero es algo que no puede esperar. Después puede ser demasiado tarde —buscó sus ojos, sintiendo angustia al ver la desesperanza en el profundo azul —. Por favor…

—Quizá ya lo sea. Fuiste tú quien decidió no causarme más problemas e irse. Creo que no tenemos nada más que hablar, lo dejaste todo muy claro ese día.

—Lo siento —no separó su mirada de la de él, pero dejó salir un par de lágrimas, conteniendo el impulso de gritarle —. Perdóname, estaba equivocada. Sólo… sólo vine a disculparme y tratar de enmendar mi error. ¿Puedes escucharme? Sólo eso te pido…

Miroku soltó un suspiro, haciéndose a un lado para dejarla entrar, porque todo el enfado que sentía se había esfumado al verla llorar, nunca podría ignorar sus lágrimas. Sango tomó su mano y le pidió que la acompañara hasta la sala, para que se sentaran en el sofá a conversar. Él lo hizo, aunque no pudo evitar sentirse indefenso ante ella, como si no tuviese nada que ofrecer. Aún así, decidió hablar para terminar eso pronto.

—Bien, te escucho.

Sango volvió a buscar su mirada, consciente de que el dolor que podía ver en ella era por culpa de su actuar precipitado y arbitrario. Suspiró, armándose de valor para admitir que había sido completamente injusta y desconsiderada con él y con todo lo que habían vivido.

—Y-Yo… lo lamento. Todo lo que dije ese día… estuvo mal. No puedo simplemente decidir alejarme por el miedo a que algo salga mal, menos en este caso. Después de todo lo que hemos vivido, fui egoísta y cobarde. Quería protegerte del daño que pudiesen hacerte por culpa de nuestra relación, y no vi que yo te estaba dañando mucho más. Olvidé que tú habías tomado una decisión y habías aceptado las consecuencias. Ni siquiera fui capaz de preguntarte si sabías que algo así podía pasar, simplemente reaccioné de forma impulsiva, dejándome dominar por el miedo y la culpa y… te herí. Te herí Miroku, fui yo quien más te lastimó, cuando lo único que quería, era que fueses feliz… Y terminé hiriéndote, lo siento…

Sango había comenzado a llorar sin impedimentos, sollozando de vez en cuando, las lágrimas empapando todo su rostro, demostrando así cuánto se arrepentía de sus acciones. El ojiazul no pudo ignorar el llanto de su compañera, su indiferencia se desvaneció en cuanto vio la primera lágrima, y su pecho se apretó al sentir la desesperación en las palabras de la castaña. Negó con un gesto antes de decidir abrazarla, refugiándola en su pecho y sintiéndola aferrarse a él con aflicción, como si temiera perderlo. Inhaló profundo, también llorando, mientras acariciaba suavemente el cabello castaño antes de decidirse a hablar.

—Está bien, lo entiendo… —Murmuró, haciendo una mueca triste. —He estado ahí, Sango. Sé lo que es sentir que los sueños de quien amas no van a cumplirse por tu culpa. Pero tú estuviste del otro lado, creí que sabrías lo doloroso que es cuando ignoran tus deseos y deciden alejarse, sin considerar que tú estás dispuesto a enfrentar todas las tormentas que vengan, siempre que sigan junto a ti.

—Lo olvidé, fui tan estúpida, tan ciega, tan… tan cobarde. Perdóname, incluso ignoré todo lo que estabas arriesgando, no valoré tus esfuerzos y… —Sollozó nuevamente, abrazándolo con más fuerza. —Oh, cielos, ni siquiera merezco todo lo que has hecho, me porté horrible contigo…

—Bueno, no puedo quejarme, si no mal recuerdo, yo también lo hice… —Intentó sonreírle para alivianar un poco la culpa. —Podría considerarlo karma

—Que tú hayas cometido un error similar, no significa que yo pueda hacerlo —se reprochó a sí misma, frunciendo el gesto —. Por el contrario, debería tenerlo presente… pero no lo hice. Y soy consciente de lo mucho que eso te lastimó, y entiendo si no me perdonas, si prefieres que me mantenga alejada, si ya no tienes fuerzas y estás cansado de todo esto… —Buscó de nuevo sus ojos, las lágrimas sin dejar de caer por su rostro. —Y respetaré tu decisión, porque esta vez será tuya… Sin embargo, si te soy sincera, sólo quiero que me regañes por ser tan idiota, y luego me dejes seguir a tu lado, esta vez sí, pase lo que pase.

Miroku esbozó una sonrisa cansada, volviendo a acariciarle el cabello mientras recordaba todo lo que había sentido esos dos días que llevaba sin verla, lo devastado que estaba y lo desalentador que era pensar en la situación, al punto de concluir que lo mejor era no seguir esforzándose. Negó con suavidad, más lágrimas cayendo de sus ojos, y luego volvió a hablar, ordenando las ideas.

—No puedo negar que estoy agotado, no tengo las mismas energías que antes y el miedo a volver a fallar, o a sentirme así de decepcionado, es bastante fuerte y desagradable —admitió, su gesto expresando pesar y desilusión —. Sin embargo, pensar en un futuro lejos de ti y de las gemelas es aún más doloroso y triste. Lejos o cerca, ya sea en Kyōto, aquí o en Hokkaidō… o en cualquier parte, si no es con ustedes, ningún lugar se siente acogedor. Pero si estamos juntos, podemos construir nuestro hogar donde sea. Así que puedo aceptar tu oferta de regañarte y seguir adelante.

Sango volvió a soltar lágrimas, sólo que esta vez fueron de alivio. Se aferró aún más al pecho del moreno, abrazándolo con algo de efusividad, necesitaba sentir su calor cerca, a su lado.

—Gracias, Miroku… muchas gracias… Y lamento haber sido tan idiota, yo no quería…

—Está bien… Lo sé —sonrió, sintiéndose más tranquilo —. Sólo te pido que prometamos que ninguno de los dos volverá a ser tan estúpido como para cometer una tontería así de nuevo.

—Lo prometo —dijo mirándolo a los ojos, sonriendo también mucho más calmada al ver nuevamente el brillo en la mirada azul.

—Yo también lo prometo, pequeñita… —Le acarició el rostro antes de decidir acercarse para besarla, gesto que Sango correspondió de inmediato, porque ambos lo extrañaban.

—Estás pinchudo —ella soltó una risita, pasando su mano por la mejilla y barbilla del abogado, sintiendo el vello incipiente debido a la falta de rasurado de esos días.

—Cierto, no me he afeitado… —Sonrió, buscando el cuello femenino y refugiándose ahí. —Aunque en parte, también es culpa tuya… Así que merezco una compensación…

—Me haces cosquillas… —Volvió a reírse, el tono juguetón de Miroku le transmitía paz.

—De acuerdo, entonces mejor lo hago de inmediato…

—No, déjatela por hoy… Prefiero aprovechar el tiempo de otra forma —sonrió pícara ante la mirada confundida de Miroku —. Tengo que compensarte, ¿verdad?

Él soltó un suspiro, volviendo a abrazarla y besándole la frente con cariño.

—La verdad, por ahora sólo quiero abrazarte y saber que estás aquí. Quizá pasar la noche refugiado en tu pecho, sintiendo tu aroma y escuchando tu corazón…

—Está bien, puedo concederte eso. Deja avisarle a papá…

Ambos sonrieron, respirando la calma que sentían en ese momento y disfrutando tan sólo su compañía, porque en esos momentos no les importaba nada más, y esperaban que esa experiencia les ayudara a fortalecer su relación, preparándolos para enfrentar lo que tenían por delante y superarlo por difícil o duro que fuese, porque ahora estaban juntos de nuevo y seguirían así, sin importar lo que pasara.


Sonrió al ver a Kohaku y Rin jugar con sus hijas, esta vez ellos se habían ofrecido para cuidarlas mientras ella estudiaba para los exámenes de promoción. Quedaban apenas unos días y se sentía algo nerviosa, más porque había pedido ingresar al Kidotai, la unidad antidisturbios de la policía, y esa tarde le tenían la respuesta.

Habían vuelto a Kyōto luego de las vacaciones de Año Nuevo, decidiendo mantener su relación con Miroku con un perfil bajo, aún cuando el divorcio había salido hacía unos días y ahora, oficial y legalmente, ella había vuelto a ser Kuwashima Sango. Además, se sentía mucho más tranquila, pues había comprobado que Miroku sí había considerado perder sus empleos, pues llevaba ahorrando desde que eso había comenzado para no verse en apuros económicos en el momento en el que eso ocurriera. Un hombre precavido siempre está preparado para las adversidades, había comentado su padre al enterarse, aunque de igual modo les ofreció a ambos su ayuda en lo que necesitaran mientras la situación iba mejorando, gesto que los dos agradecieron profundamente.

Soltó un suspiro, ya estaban llegando a finales de enero y sentía que en ese punto, el tiempo pasaba demasiado lento, a pesar de que eso le generaba sentimientos encontrados, porque sabía que en algún momento Shishinki le ofrecería a Miroku irse nuevamente a Hokkaidō, y ella no quería que eso ocurriera, porque tanto irse con él como estar separados un tiempo eran escenarios que le dolían de distinta forma; y, sin embargo, también deseaba poder llegar pronto al momento en el que no tuviesen que cuidar sus pasos y ocultar que se amaban y eran felices juntos.

Estaba pensando en eso cuando el sonido de una llamada entrante la interrumpió. Miró la pantalla con extrañeza, pues era un número desconocido.

—¿Sí? —Contestó con duda, frunciendo un poco el gesto.

Buenos días, ¿ubico en este número a la señorita Kuwashima Sango? —La voz de una mujer logró desconcertarla aún más, sumado al hecho de que se dirigiera a ella como una Kuwashima y no como una Takeda, era bastante raro considerando lo reciente del divorcio.

—S-Sí, con ella —decidió responder, para saber de qué se trataba todo eso —. ¿Quién habla?

Oh, disculpe que la moleste, mi nombre es Himura Jin, soy abogada y trabajaba con Tsujitani Miroku en la universidad… —Explicó la desconocida, provocando aún más dudas en Sango.

—Oh, sí… creo que la recuerdo —pudo asociar una cara a su interlocutora, la imagen de la muchacha que estaba con Miroku en su oficina el día que ella había ido para informarle que se mudaría a Tōkyō y que finalmente habían terminado besándose, siendo el desencadenante de la infidelidad y todo lo que conllevó. Frunció un poco el gesto, también recordando que era ella quien se le había declarado a él hacia un tiempo —. ¿En qué puedo ayudarla?

Quisiera saber si podemos reunirnos, tengo un asunto importante que tratar con usted… —Informó, sonando tan formal y educada como debía serlo una abogada.

—¿Asunto importante? —Preguntó con aún más curiosidad, sintiéndose levemente desconfiada ahora. —¿De qué se trata?

No puedo decírselo por teléfono, preferiría hacerlo en mi oficina. Prometo que no se arrepentirá —Sango arrugó con más fuerza el entrecejo ante esas palabras —. ¿Puede venir hoy?

—Ah… De acuerdo, ¿le acomoda después de las 6? Tengo algo que hacer antes… —Informó, aún algo confundida con la situación.

Por supuesto, no tengo problemas. El estudio no queda lejos del centro —comentó, para luego darle el nombre y la dirección, que Sango anotó rápidamente —. Cualquier inconveniente, puede llamarme a este número. Nos vemos por la tarde.

—Sí, muchas gracias, hasta luego.

La comunicación se cortó, dejando a la oficial bastante desconcertada. No tuvo mucho tiempo para pensar en eso, porque al mirar la hora se dio cuenta de que debía prepararse para ir hasta la estación, sino terminaría retrasándose. Rápidamente se alistó, despidiéndose de sus pequeñas con un beso en la frente, y agradeciéndoles a Kohaku y Rin que las vieran mientras el señor Kuwashima llegaba a casa.

Se dirigió a su lugar de trabajo, informándole a la oficial que hacía de secretaria sobre su presencia, y pronto fue recibida en la oficina de su superior, quien la saludó con un gesto reservado, incluso un poco severo, lo que causó que ella se sintiera nerviosa. Tomó asiento tal como él le indicó y esperó, aguantando la respiración mientras el inhalaba profundo para comenzar.

—Oficial Takeda… o Kuwashima creo que volvió a ser, ¿no? —Su mirada le demostró que esa situación le parecía totalmente delicada, y lo entendía, dado el importante cargo de su ex en la Fuerza y todas sus influencias, aunque ella sabía que él no usaría nada de eso en su contra.

—S-Sí… hace un par de días terminamos con el proceso de divorcio —reveló, sonriendo levemente —. Debo actualizar los formularios y todos mis documentos con mis antecedentes, lo haré en cuanto pueda…

—Estoy seguro de que así será, y realmente es necesario que sea pronto —indicó, abriendo un cajón de su escritorio y sacando una carpeta, para dejarla frente a ella con una mueca de disgusto.

—¿Por qué lo dice? ¿Ocurrió algo…?

—La verdad, sí. Lamento informarle que su solicitud para incorporarse al Kidotai ha sido rechazada —le hizo un gesto para que revisara el contenido de la carpeta que aún estaba sobre el escritorio.

—¿Q-Qué? Pero, no entiendo, ¿por qué…?

Ella revisó los documentos, sin poder creer lo que estaba diciéndole su jefe. Nunca había escuchado que a alguien le rechazaran la solicitud, porque si bien muchos la pedían, siempre habían puestos vacantes porque los oficiales usaban el paso por esa unidad para avanzar y luego desarrollarse en campos con mayor prestigio. Las palabras impresas en las hojas tampoco le dejaron nada claro, porque los informes habían entregado una evaluación destacada, con un gran desempeño que sólo podía facilitar su ingreso al escuadrón. Soltó un suspiro, sospechando que eso podía ser parte del plan de venganza que estaban ejecutando sus exsuegros, porque ellos también tenían muchas influencias en la Agencia Nacional de Policía y de seguro no iban a dudar en usarlas.

—Lo lamento, sólo se me informó del resultado. Además, se me ordenó que fuese trasladada a un kōban —las palabras fueron una especie de balde de agua fría, dejándola perpleja.

—E-Espere… ¿qué? P-Pero eso no tiene sentido, el examen de promoción será dentro de poco y si lo apruebo…

El hombre negó con abatimiento, causando que a Sango se le oprimiera el pecho ante lo que eso significaba.

—Lo siento, el examen tampoco podrá rendirlo. Revocaron la autorización dada para eso —también soltó un suspiro, se veía sinceramente apenado con las noticias que estaba dando —. La justificación explicada en la orden es bastante fuerte, la verdad, así que no puedo hacer más que obedecer.

Sango miró ahora la hoja que él le mostraba, en donde pudo leer la conclusión al final: "La fuerza policial no puede premiar el comportamiento indecoroso e impropio de una oficial, como lo es tener una relación extramarital, incurriendo en la infidelidad, por lo que las medidas tomadas serán las enumeradas anteriormente. Se ruega comprensión y pleno cumplimiento de las indicaciones dadas en este documento."

Sango exhaló pesado, esperaba una represalia por sus acciones, pero hubiese preferido que la despidieran antes que degradar su carrera de esa forma. Sin embargo, nada podía hacer, en esos momentos tampoco podía darse el lujo de abandonar su trabajo y debía acatar las decisiones tomadas por sus superiores.

—Supongo que entiende lo delicada de la situación, ¿verdad? —Ella asintió a la pregunta, no era algo que no hubiese considerado en su momento. —Había escuchado los rumores, pero no pensé que fuesen ciertos… Tal parece que me equivoqué, aunque quisiera escucharlo de su propia voz… ¿Fue infiel?

—S-Sí… lo fui. Lamento haberlo decepcionado y ensuciar así la imagen de la fuerza…

—Conociéndola, supongo que deben ser razones muy fuertes, así que no voy a reprocharle nada —el hombre sonrió levemente antes de seguir —. Sin embargo, no puedo ignorar las órdenes que he recibido. Pronto le estaré informando sobre el kōban al que será asignada y desde cuándo comenzará sus funciones ahí. Por ahora, es todo.

—De acuerdo, muchas gracias por su comprensión, estaré esperando sus instrucciones. Hasta pronto.

Se despidió con una reverencia, luego salió de la oficina y volvió a soltar un suspiro cansino, dirigiéndose hasta el mesón donde había informado su llegada, para solicitar los documentos que necesitaba llenar por su cambio de apellido. Los guardó en su bolso y se dirigió hacia el exterior, sintiendo el pecho apretado y reprimiendo las ganas de llorar que sentía. Sacó su móvil y buscó a Miroku entre sus contactos para enviarle un mensaje, buscando algo de consuelo.

"¿La cena de esta noche sigue en pie? Quizá ya no debamos celebrar, pero creo que lo necesito."

Esbozó una mueca, recordando que él había planeado cocinar algo delicioso para ella, esperando recibir buenas noticias sobre su solicitud de unión al Kidotai. Miró la hora y decidió que era mejor dirigirse a la oficina de la ex compañera de trabajo del ojiazul, que no quedaba demasiado lejos de la estación y podía llegar caminando en algunos minutos. Estaba en eso cuando la vibración de su móvil le indicó que el abogado ya le había respondido.

"Por supuesto que la cena sigue en pie. ¿Ocurrió algo? Si quieres, puedes venir antes, aunque ahora no estoy en casa pero no tardo en llegar. Te amo."

Sonrió al sentir la sincera preocupación, sabía que él comprendería cómo se sentía y le brindaría el apoyo que necesitaba, aunque primero tenía que salir de dudas respecto a la extraña citación que había recibido más temprano.

"No te preocupes, aún no me desocupo, así que iré luego. Te estoy avisando, nos vemos. Te amo, besos."

Siguió caminando, intentando distraerse con el paisaje del sector, sonriendo casi melancólicamente al ver las parejas que estaban en el parque que debía atravesar antes de llegar a su destino, paseando o simplemente sentadas disfrutando de la mutua compañía. Recordó cuando ella podía hacerlo, años atrás, antes de que todo se complicara tanto y terminara siendo ese desastre. Volvió a suspirar, mirando la pantalla de su móvil cuando otro mensaje de Miroku llegaba.

"De acuerdo, nos vemos entonces. Besos."

Guardó el aparato y luego se detuvo, observando con detenimiento el edificio al que acababa de llegar y corroborando la numeración, las letras grabadas en la placa de metal junto a la entrada comprobándole que había llegado a su destino. Ingresó y se presentó con la secretaria, quien le pidió que tomara asiento mientras informaba de su presencia a la abogada que la había citado ahí, aunque apenas alcanzó a sentarse cuando la muchacha volvió y le indicó el camino hasta la oficina, haciéndola pasar con una educada reverencia.

Grande fue la sorpresa de Sango al ver dentro no sólo a la mujer que la había llamado más temprano, sino a Miroku también, sentado frente al escritorio y quien parecía tan sorprendido como ella de verla ahí. El incómodo instante fue interrumpido por la anfitriona, quien rompió el silencio saludándola educadamente.

—Buenas tardes, señorita Kuwashima, creo que no hemos tenido el honor de presentarnos adecuadamente —le dedicó una sonrisa tranquila y amable, indicándole con un gesto la silla que estaba junto a Miroku —. Yo soy Himura Jin. Por favor, tome asiento…

—E-Esperen… ¿Por qué Miroku…?

—En estos momentos, estoy tan confundido como tú, Sango —respondió él, observando interrogante a su colega —. Creí que esto tenía que ver con el caso…

—Por supuesto que se trata de eso —la aludida intentó explicarse, volviendo a hacerle un gesto a la castaña para que tomara asiento —. Por favor, si me escuchan un momento, les explicaré todo. Sólo denme un minuto para ir por unos documentos y vuelvo en seguida.

La mujer abandonó la oficina y Sango se sentó finalmente, mirando a su compañero con duda. La única razón por la que podía imaginar que estuviesen los tres ahí, era una no muy agradable y que involucraba un romance, y no precisamente el suyo. No había querido pensarlo más temprano, aunque ahora le parecía casi obvio, pero al mismo tiempo ridículo después de todo lo que estaban pasando. Inhaló profundo, intentando no sacar conclusiones apresuradas, sabía que eso no iba a ayudarla en nada. De pronto, sintió la calidez de la mano de Miroku sobre la suya y lo miró a los ojos, notando la confusión en ellos.

—Sé lo que debes estar pensando, pero te juro que no hice ninguna estupidez ahora —murmuró, y ella pudo sentir la pizca de miedo que tenían sus palabras.

—Te creo, además, no tendría sentido que lo hicieras… —Le regaló una sonrisa, intentando calmarlo. —Aunque no imagino por qué nos citó a los dos…

Él no alcanzó a agregar nada, pues Jin volvió con un par de carpetas en sus manos y una sonrisa tranquila en el rostro, sentándose en su puesto y observándolos un par de segundos antes de romper nuevamente el silencio.

—Bueno, supongo que la señorita Kuwashima aún no lo sabe, así que tendré que explicarle desde el principio —comentó, mirándola a los ojos antes de comenzar su relato —. Hace algunas semanas, justo antes de las festividades de Año Nuevo, Miroku se acercó a mi oficina para contarme sobre su desvinculación y la razón de ella, y ante la posibilidad de perder su credibilidad como abogado, me pidió que me hiciera cargo de un par de casos de suma importancia para él, ya que con todo lo que estaba ocurriendo, era muy probable que en su situación, no pudiese resolverlos de la forma que esperaba. Después de que me comentó de qué se trataban, hablamos con el cliente, Takeda Kuranosuke, y él comprendió y aceptó el cambio de abogado…

—¿Kuranosuke? ¿De qué te pidió que te hicieras cargo? —Sango parecía aún más confundida, por lo que interrumpió la historia para intentar entender qué ocurría.

—De un par de temas importantes y delicados, y me pidió que no lo supiera nadie, para evitar que alguien pudiese intervenir… —Respondió él, soltando un suspiro. —Pero con todo lo que ocurrió, tuve que hacerme a un lado.

—Y fue lo mejor, porque de cualquier modo, su participación habría sido cuestionada —explicó nuevamente la abogada, sonriendo levemente —. Así que tomé ambos asuntos en mis manos y, tras mucho trabajo, porque se me pidió que lo resolviera lo antes posible, por fin ayer pude finalizar los trámites. Pero era mi deber informar no sólo a Miroku y al señor Takeda, sino a usted también, señorita Kuwashima.

—Espera, ¿ya salió la resolución…? —Miroku la observó con algo de incredulidad, era evidente que no esperaba esa noticia.

—¿Por qué tendría que estar al tanto yo también…? —Sango aún no comprendía su participación en eso, por el contrario, estaba más contrariada.

—Sí, ayer me llamaron para darme la noticia —le respondió Jin primero al moreno, para luego dirigirse a la oficial —. Señorita Kuwashima, es mi deber informarle que la mansión Kuwashima, propiedad que ha sido herencia familiar por décadas y que actualmente usted habita, ahora legalmente es suya.

Sango parpadeó un par de veces, procesando las palabras que acababa de escuchar.

—¿Mía? ¿Qué quiere decir con "mía"?

—Usted es la propietaria. Estos son los títulos y toda la documentación que lo acredita —le entregó una de las carpetas, sin borrar la sonrisa de su rostro.

Ella recibió los documentos, mirándolos aún perpleja, pero viendo su nombre escrito como prueba de la veracidad de las palabras de la abogada, quien no tardó en volver a hablar.

—Y eso no es todo. La custodia de sus hijas es, por ahora, completamente suya, pero el señor Takeda renunció a su paternidad, legalmente hablando. Sin embargo, ante los hechos presentados por él y las pruebas otorgadas, el juzgado aceptó la solicitud de reconocimiento de paternidad de Miroku, por lo que ahora, ante la ley, él es oficialmente su padre. Felicidades.

Sango abrió los ojos con sorpresa, mirando primero a quien acababa de darle esa noticia y luego a su compañero, las lágrimas acumulándose por la emoción. Tomó la mano de Miroku, quien también estaba feliz, y la presionó con cariño, abriendo y cerrando la boca un par de veces antes de encontrar palabras que pudiesen expresar cómo se sentía.

—Tú… ahora eres su padre legalmente… Eres su padre…

—Lo soy, Sanguito…

—No puedo creerlo… por eso, Kuranosuke no quiso tocar estos temas durante nuestro divorcio… Ah, no sabes lo feliz que me siento…

—Yo también, preciosa.

—Muchas gracias —Sango se dirigió a la mujer que les sonreía con calma, quien les había dado las noticias —. De verdad, gracias por todo…

—No agradezcan, me alegra ayudarlos —su gesto fue sincero —. Esto también es suyo.

Le pasó la otra carpeta que tenía en la mesa, Sango la abrió para encontrarse con la documentación que acreditaba la paternidad de Miroku sobre sus hijas y dejó caer un par de lágrimas emocionada.

—Parece que sí tendremos motivos para celebrar, después de todo —murmuró, sonriéndole a Miroku, quien asintió con un gesto.

—Así es.

—Bien, no quisiera retrasarlos más, entonces. Merecen esa celebración —Jin les dedicó un gesto amable, que ellos respondieron de la misma forma.

—La tendremos, muchas gracias, Jin —el abogado le sonrió, poniéndose de pie —. Sabía que podía contar contigo.

—No es nada. Les deseo lo mejor.

Se despidieron con un gesto educado, felices después de haber recibidos esas noticias. A pesar de los intentos de la familia de Kuranosuke por arruinarlos, aún tenían razones por las que sentirse agradecidos y el poder disfrutar de eso juntos era algo que no cambiarían por nada, porque así eran felices.


¡Tigue bebé! ¡Quiero tigue bebé!

—No, espera Mao, no te subas ahí —se apresuró a tomarla antes de que comenzara a trepar por la estantería en donde se encontraba la figura que quería alcanzar, y al darse vuelta para dejarla junto a su hermana, vio a Mei en el sofá, inclinada en el respaldo, a punto de caer de cabeza. Rápidamente llegó a su lado para afirmarla, evitando el accidente y soltando un suspiro, al mismo tiempo que ambas comenzaban a llorar.

—¡Quiero tigue bebé, tigue bebé!

—¡Salto en la montaña!

Cerró los ojos un segundo, contando hasta diez mentalmente antes de intentar calmar a las niñas, preguntándose cómo lo hacían Sango y el resto de su familia para no enloquecer cuando debían cuidarlas sin ayuda. Se dejó caer en el sofá, recostado hacia atrás, aún con los ojos cerrados y una gemela a cada lado, abrazándolas para evitar que volvieran a escaparse y estar en peligro.

—Veamos, pequeñas… ¿qué tal si buscamos sus tigres de peluche y hacemos una montaña aquí para que jueguen?

Ambas lo miraron un instante, pero siguieron llorando después, negándose a su idea y reclamando lo que querían casi a gritos.

—¡Tío Midoku malo, malo!

—¡Muy malo! ¿'On 'tá ojisan?

¡Ojisan, ojisan!

—Esperen, yo no… —Negó con un gesto, no podía discutir con un par de niñas de poco más de tres años, estaba seguro de que sólo terminaría frustrándose más.

Abrió los ojos y miró la estantería donde estaba el adorno de tigre que Mao tanto reclamaba, pensando en una alternativa. No tenía muchos arreglos en su casa, porque era de un estilo más minimalista, pero esa figura de tigre había sido un obsequio de su mentor Mushin, y desde que él falleciera, se había aferrado a ese recuerdo con cariño. Sin embargo, sabía que esa actitud no era propia del budismo, doctrina que el anciano había intentado enseñarle – pese a no ser quien mejor representara la ideología. Se puso de pie y tomó la pieza, mirándola por un segundo antes de volver junto a las niñas y mostrárselas. Era una escultura de cristal, pintada a mano con delicadeza y cuidado, las líneas negras resaltaban en la superficie transparente. Las gemelas guardaron silencio y lo miraron con curiosidad, hasta que Mao, tímidamente, decidió tocar la figura, quitando la mano casi de inmediato ante el frío contacto. Mei la imitó, teniendo la misma respuesta, y tras unos segundos observando al tigre, parecieron aburrirse y pidieron bajarse del sofá, buscando sus propios tigres de peluche para ponerse a jugar.

Miroku volvió a soltar un suspiro, observándolas un momento con una sonrisa tenue. Ya habían pasado poco más de dos meses desde que saliera la resolución sobre su paternidad, y de a poco había ido involucrándose en la vida de las niñas, cuidándolas junto a su abuelo, Kohaku o Sango, quienes demostraban que la tarea era sencilla. Ese día, era la primera vez que las veía solo, porque su cuñado estaba en clases, el señor Kuwashima tenía algunos asuntos que atender y la castaña estaba trabajando; él se ofreció animado, porque quería aprovechar la oportunidad y que las gemelas comenzaran a tenerle más confianza. Aún no lo llamaban "papá", aunque Sango iba enseñándoles de a poco y a veces le decían "papá Midoku". Sonrió, cuando eso ocurría, la calidez al escuchar las palabras lo emocionaba en sobremanera.

Viendo que ambas estaban entretenidas jugando con los tigres y los cojines de sus sofás que, inevitablemente, terminaban siempre en el suelo cuando ellas iban a su casa; decidió ir rápidamente por un café a la cocina y algunos documentos que Shishinki le había pedido revisar como una especie de asesoría para un nuevo abogado que trabajaba con él. No tardó más de un minuto, pero al regresar Mao y Mei ya no estaban donde él las había dejado. Aguantó la respiración, buscándolas con apremio hasta que las vio frente al librero que tenía en la sala, con algunos libros en el suelo y ellas intentando usarlos de escalera para subirse y alcanzar otros tomos.

—¡Niñas, bájense de ahí! —Dejó las cosas en la mesita de estar que había frente al sofá y caminó hasta donde estaban las gemelas, que lo habían mirado con duda. —Es peligroso, pueden caerse y…

Su intento de explicación fue interrumpido por el llanto de ambas, causando que volviera a soltar otro suspiro, algo agotado. De partida, no sabía qué podía haber llamado tanto su atención como para que quisieran subirse a su librero; además, sentía que se estaban comportando peor de lo que él recordaba, porque solían ser más tranquilas cuando estaban con su familia materna. Se agachó para quedar a su altura y tomarlas, pero ambas se molestaron, comenzando a hacer pataleta en sus brazos y, de paso, dándole algunos golpes. Logró llevarlas nuevamente al sofá, sentándose otra vez con cada una a su lado y volviendo a contar mentalmente hasta diez, intentando no explotar en ese preciso momento.

El sonido de su móvil interrumpió su conteo, causando que ellas también guardaran silencio un instante, mirando el aparato que estaba sobre la mesita con curiosidad. Miroku aprovechó el momento de calma, tomando su teléfono y sonriendo de medio lado al ver que se trataba de Sango.

—Hola, preciosa —saludó, intentando sonar animado.

Hola, Miroku. ¿Cómo va todo? —Preguntó de inmediato, él pudo sentir la ansiedad en su voz. —Estaba un poco preocupada porque no has contestado mis mensajes…

—Oh, lo siento… he estado ocupado con las niñas —respondió, mirándolas de reojo y viendo que habían dejado atrás el berrinche y ahora volvían a intentar bajarse del sofá, así que las ayudó mientras seguía la conversación —. Están bastante inquietas.

Bueno, puede que sea porque es primera vez que las cuidas solo —comentó, aunque parecía un tanto intranquila —. ¿Estás seguro de que todo está bien? Te escuchas algo… agotado.

—Sí, descuida —sabía que Sango lo conocía demasiado bien, pero no quería preocuparla de más, la castaña ya tenía bastante que soportar ahora en su trabajo como para que le sumara otro problema más —. ¿Cómo van las cosas por allá?

Igual que todos los días, pero Renkotsu quiere que me quede a hacer un papeleo hoy, así que saldré más tarde —informó, él pudo imaginarla con el gesto fruncido por la molestia y resignación ante el hecho —. Espero llegar a cenar.

—Está bien, te estaremos esperando con… ¡No, Mao, baja de ahí! —A pesar de su intento por no preocupar a la castaña, su hija mayor parecía tener un complejo de mono e insistía en intentar treparse a cada mueble al que tenía acceso. —¡Eso es malo, muy malo!

—¡Tú malo! ¡Quiero pelota de oro!

—Eso no es una pelota, es un globo terráqueo y…

—¡PELOTA DE ORO!

Creo que mejor voy para allá, parece que tienes problemas —Sango demostró su angustia, algo que alarmó a Miroku.

—No es necesario, de verdad… no quiero que tengas más inconvenientes allá. Puedo encargarme de esto… ¡Mei, dije que ahí no!

—¡Ahí sí, ahí sí!

Escuchó a Sango suspirar del otro lado antes de agregar algo más.

Déjame hablarles por video, quizá se calmen un poco —Miroku dudaba que eso fuese efectivo, pero le hizo caso, colocando la imagen y luego mostrándosela a las niñas, que inmediatamente guardaron silencio y la observaron con atención. —Hola, pequeñas.

—¡Mama, mama! —Ambas la saludaron, haciéndole gestos que casi eran sollozos. —Tío Midoku malo, ven acá mama.

No es malo, su papá sólo las está cuidando porque las ama.

—¿Papá Midoku bueno? —Preguntó Mei, llevándose un dedo a la boca.

Sí, papá es muy bueno y ustedes deben portarse bien.

—Pero… Pelota de oro… —Mao hizo un puchero, señalando el objeto que había llamado su atención.

Eso no es un juguete, Mao. ¿De acuerdo? —La niña asintió levemente, calmándose un poco. —Papá las cuidará mientras yo sigo trabajando. ¿Me prometen que se portarán bien hasta que yo regrese?

¡Pometido!

Bien, ahora vayan a jugar tranquilas, las amo.

Miroku sonrió levemente, esperando que esa pequeña charla realmente calmara un poco a las niñas y le diera algo de paz para, por lo menos, preparar la cena. Mao y Mei se sentaron en el suelo frente al sofá, tomando sus peluches y comenzando a jugar con ellos, por lo que él dio vuelta la pantalla de su móvil para mirar a Sango, evidentemente aliviado.

—Bueno, parece que tengo que trabajar mucho en mis capacidades paternas…

No creo que lo estés haciendo mal, pero apenas es primera vez que se quedan solas contigo. Supongo que es cosa de que se vayan acostumbrando…

—Es probable que tengas razón. Tendré que comenzar a hacer esto más seguido —sonrió, en sí la idea no le parecía mala, aunque sospechaba que podía ser algo agotador —. Espero que se comporten para poder preparar la comida…

Oh, no te preocupes por eso. Yo llevaré la cena, así sólo te encargas de ver a las niñas.

—¿Segura? No quiero abusar de tu bondad…

Por supuesto, no tengo problema. Ahora debo irme, pero si necesitas ayuda de nuevo, no dudes en llamarme, ¿de acuerdo? —Sango usó un tono de suave regaño que enterneció a Miroku, sacándole una sonrisa.

—Está bien, lo haré. Nos vemos más tarde, te amo.

También te amo, nos vemos.

La comunicación se cortó y el ojiazul soltó un suspiro, observando a las gemelas divertirse mientras atacaban una torre de cojines que acababan de apilar, quedando recostadas en ellos y riendo alegremente. Miró ahora su taza con café, algo frío ya, y decidió ir a calentarlo para poder servírselo, aprovechando también de llevarles la merienda a sus hijas. Regresó tras unos instantes, llevando fruta para ellas, y las encontró revisando los documentos que había dejado en la mesita de estar. Soltó un suspiro, sabía que haber dejado los papeles a su alcance era su error, por lo que decidió no regañarlas, aunque se sentó junto a ellas y dejó su postre al lado, las niñas lo miraron con una sonrisa radiante, mostrándole casi orgullosas algunas hojas arrugadas, otras rotas, y unas pocas, con dibujos hechos con la pluma que había dejado junto a su trabajo, las manos sucias con algo de tinta.

—Hicimos tarea.

—¡Sí, tadea! ¿Te gusta?

Inhaló profundo, sonriéndoles con toda la calma que pudo juntar en ese momento, después de todo, debía aprender todavía qué cosas en su vida tendrían que cambiar cuando las niñas estuviesen con él.

—Sí, Mei, están muy lindas sus tareas —le respondió, causando que ambas sonrieran felices —. Pero es hora de su merienda, así que iremos a lavarnos las manos para comer.

Las pequeñas obedecieron la orden, poniéndose de pie para acompañarlo hasta el baño, mientras él hacía la nota mental de nunca volver a dejar documentos de su trabajo al alcance de ellas y agradecía que por lo menos ahora, tenía el respaldo de esos papeles en su computadora, ya que de no haber sido así, hubiese tenido algunos problemas. Sonrió en tanto limpiaba con cuidado las manchas oscuras en las manos infantiles, definitivamente tenía mucho por aprender aún, pero pese a lo extenuante que parecía la labor, lo hacía feliz finalmente poder disfrutar de esa forma a su familia.


—También te amo, nos vemos.

Cortó la comunicación con una sonrisa, le enternecía que Miroku cumpliera su rol paterno con tanto esmero, a pesar de que estaba segura de que le significaba un gran esfuerzo acostumbrarse a ese cambio de vida. Sin embargo, el sentimiento fue momentáneo, interrumpido con brusquedad.

—¡Kuwashima, deja de perder el tiempo! —La voz de su superior, Renkotsu, la sacó de golpe de sus pensamientos. —El trabajo no es lugar para tus romances. Te di diez minutos, ya han pasado quince.

Rodó los ojos e inhaló profundo, controlando el impulso agresivo y mirando la hora antes de voltearse para ver de frente a quien la estaba regañando.

—No tengo romances. Y apenas han pasado siete minutos, sargento.

—Insolente y desvergonzada, me aseguraré de ponerlo en tu evaluación…

—P-Pero yo no…

—Y atrevida. ¿Debería agregarlo también? —La miró con una sonrisa burlona, ella prefirió no responder para evitar más conflictos. —Así está mejor. Ahora, creo que te di una orden.

Sango caminó en silencio hasta el escritorio que estaba ubicado en un rincón, detrás del puesto principal en donde Renkotsu solía atender a quienes acudían ahí buscando ayuda. Pasó por el lado de sus compañeros, quienes la miraron con desaprobación, pero sin decir nada. Se sentó en su lugar y tomó el montón de hojas que debía revisar, comenzando a ordenarlas para facilitarse el trabajo, ya que los informes de temas distintos estaban mezclados, y eso hacía más tedioso el trabajo de traspasar los datos que necesitaba al sistema.

Intentó concentrarse en su labor, ignorando las risas del resto del grupo que trabajaba con ella, quienes pronto se irían a casa cuando el par de oficiales que harían la guardia nocturna llegaran para cambiar el turno. La única que tenía que quedarse era ella, porque Renkotsu había insistido en que era su responsabilidad como novata del kōban hacerse cargo de eso. El ambiente ahí no era muy agradable para ella y la situación sólo parecía hacerse menos soportable a medida que pasaban los días. Cuando fue asignada a ese lugar y llegó el primer día, pensó que esa actitud indiferente y algo fría de todos iría cambiando con el tiempo, porque debía ganarse su confianza. Sin embargo, pronto comenzó a sentir la desaprobación y el desprecio de sus pares, quienes fueron informados sin ningún tipo de discreción sobre su infidelidad y todo lo que eso implicaba, pues el sargento a cargo del lugar consideró necesario que supieran la razón de su traslado. Sus compañeros, principalmente hombres, la habían calificado como alguien poco confiable, sentenciándola a un menosprecio constante, el cual su superior disfrutaba liderar.

Dejó apartados los grupos de papeles que acababa de ordenar, tomando una pila y leyendo la información, sintiéndose subestimada. Renkotsu solía asignarle ese tipo de trabajos de escritorio, manteniéndola lejos de cualquier patrullaje o labor que implicara algo más de movimiento, a pesar de que se habían dado las oportunidades un par de veces. Su argumento era que no necesitaba lucir ninguno de sus sobrevalorados atributos puestos en su hoja de vida, porque no estaba ahí como un premio, y la displicencia de los demás oficiales sólo la hacían sentir aún más desestimada. Kuranosuke se había enterado de la situación y le había ofrecido ayuda, pero ella la rechazó para evitar aún más inconvenientes en su carrera, porque ya se hablaba bastante sobre lo sinvergüenza y aprovechada que era al haber terminado tan beneficiada del proceso de divorcio, sacando ventaja de la bondad de su exesposo. Frunció un poco los labios, escuchando a uno de sus compañeros comentar lo que él haría si su mujer le fuese infiel, mientras el resto del grupo le celebraba la idea.

—Hay gente que necesita conocer su lugar —lo apoyó Renkotsu, sonriendo con malicia hacia ella —. ¿No lo crees, Kuwashima?

—Por supuesto, sargento —respondió a regañadientes, mirando la hora con impaciencia. ¿Cuándo llegaría el turno de noche?

—Por cierto, mañana también tendrás que quedarte para más papeleo. Necesito que revises las encuestas del mes pasado…

—Disculpe, señor, pero ya las revisé hace algunos días, dejé el informe en su escritorio, y…

—No recuerdo haberlo recibido, así que necesito otro. ¿Hay algún problema con eso?

—No, lo tendrá en cuanto esté listo.

Él le dedicó una sonrisa burlona justo en el momento en el que llegaban los dos oficiales que se harían cargo del kōban desde ese momento, y ella agradeció el cambio. Podía no llevarse bien con quienes le harían compañía el rato que tardara en terminar su labor, pero en ese punto prefería ser ignorada. Luego de que Renkotsu y el resto se marchara, aprovechó de pedir algo para cenar, quería evitar hacerlo demasiado tarde y correr el riesgo de quedarse sin comida; y después se dispuso a acabar con la tarea que debía llevar a cabo, lo que le tomó unas horas hasta que, finalmente, terminó de traspasar la información al computador y pudo irse. Le informó a Miroku que ya iba en camino y pidió un taxi, llegando finalmente a la casa del abogado, evidentemente cansada. Él la recibió alegre, y aunque se veía algo agotado, parecía que luego de su llamada, las cosas habían ido un poco mejor.

—Bienvenida —la saludó, recibiendo las bolsas con la cena y haciéndola pasar —. ¿Cómo estás?

—Bien, algo exhausta. ¿Y tú? ¿Dónde están las niñas? —Preguntó, buscando con la mirada a sus hijas.

—Yo, bien, y las niñas, duermen —le señaló tras la mesita de estar, donde las gemelas descansaban sobre algunos cojines y almohadas, cubiertas por una manta a medias, ya que ellas mismas la desacomodaban al moverse —. Estuvimos jugando a la guerra con almohadas, y después de un ataque, cayeron rendidas.

—Parece que se divirtieron —sonrió, eso la reconfortaba.

—Ellas, sí. Yo fui la víctima, eran dos contra uno —hizo una especie de puchero, sacándole una sonrisa a su compañera —. Bien, iré a calentar la comida para que cenemos.

—De acuerdo, yo veré a las niñas.

Miroku se dirigió a la cocina y Sango se sentó en el sofá frente a sus hijas, observándolas con algo de pesadumbre, últimamente no podía disfrutar tanto de ellas como quería, porque su trabajo estaba demandando mucho más tiempo del que deseaba, y ni siquiera sabía si el sacrificio iba a valer la pena. Había considerado la opción de renunciar, pero le apasionaba su profesión y no se veía haciendo nada más, a pesar de que últimamente vestirse su uniforme podía terminar siendo una tortura. Soltó un suspiro, la situación era exasperante, y no estaba segura de poder soportarlo mucho más. Podía solicitar un cambio de kōban o permiso para rendir los exámenes de promoción dentro de un año, tiempo que en esos momentos le parecía una eternidad. Y, además, no podía darse el lujo de renunciar en esos momentos, porque si bien Miroku recibía algo de dinero sólo por ser socio de la firma y aún le quedaban ahorros para moverse un tiempo, no sabían cuánto tendría que esperar para poder retomar sus actividades como abogado, y ella debía apoyarlo en lo que pudiera. Cerró los ojos, se sentía algo atrapada en esos momentos.

—Está listo, preciosa.

La voz del ojiazul la sacó de sus pensamientos, causando que lo observara con una sonrisa, porque él había llevado las cosas hasta la mesita de estar, seguramente para que ella no se molestara en levantarse y pudiesen ver a las gemelas sin problemas. Agradeció el gesto y, luego de que se sentara a su lado, comenzaron a comer con calma.

—¿Y qué tal el día? ¿Fue muy caótico cuidar a estas pequeñas traviesas tú solo? —Preguntó, interesada en saber los detalles.

—Un poco, la verdad. No pensé que serían tan inquietas, ustedes lo hacen parecer fácil —comentó, sonriendo —. O, lo más probable, es que yo no tengo habilidades de padre como tú. Debo trabajar en eso.

—Yo creo que lo haces bastante bien. Después de todo, fue su primera vez, y creo que ellas no pusieron de su parte. Están acostumbradas a otros rostros.

—Eso también es cierto. Pero siento que al final, logramos entendernos. Gracias por tu ayuda —le acarició la mano, reflejando el alivio que había significado para él su intervención más temprano —. ¿Qué tal te fue a ti?

—Igual que siempre —masculló, haciendo una mueca —. Renkotsu insiste en fastidiarme, a veces pareciera que quiere agotar mi paciencia. Dice que soy insolente, desvergonzada y atrevida… —Soltó un suspiro, se sentía frustrada. —No sabes los deseos que tengo que golpearlo.

—Puedo imaginarlo. Lamento que sea así, es totalmente injusto —la acercó un poco a él, para abrazarla por los hombros —. ¿Estás segura de poder seguir tolerando ese ambiente?

Sango hizo una mueca, pensativa. Miroku conocía lo mucho que la agobiaba la situación y ella era consciente de que notaba lo frustrada que estaba, incluso si ella intentaba aparentar que no era así. Sin embargo, no veía una solución al problema, no en el corto plazo, por lo menos.

—Tengo que hacerlo, sabes que no puedo renunciar y tampoco es factible que solicite un traslado pronto, estoy atrapada ahí por lo menos por un año más —respondió, demostrando su resignación.

—Lo sé, pero estoy preocupado por ti, Sanguito —fue sincero, causando que ella se sintiera aún más angustiada, porque lo que menos quería era ser otro problema más en la vida de Miroku.

—No deberías, estaré bien. Es como cuando Naraku era el jefe de la estación y le gustaba fastidiar a todos…

—Es distinto. En esos momentos, tenías apoyo de tus compañeros y, además, no era algo sólo contra ti —dio su punto, él conocía las diferencias y notaba cuán afectada estaba ella —. Y no quieras que ignore lo que pasa, es imposible. Debemos buscar una solución, está situación no es sana para ti y…

—¿Y qué sugieres, que renuncie? No puedo. Tampoco me estoy quejando, asumo que esto forma parte de las consecuencias de nuestras decisiones y no voy a vacilar ahora —el tono fue decidido, demostrando que no se arrepentía de las acciones que la habían llevado hasta ahí —. Sólo será un año, luego podré dar el examen de promoción y trasladarme a otro lugar…

—¿Y si no es así? —A pesar de que no quería ser pesimista, Miroku temía que esa situación no fuese algo pasajero. —Sé que hay cosas que se irán olvidando con el tiempo, pero puede que otras sea más difícil dejarlas atrás. Si la influencia de la familia Takeda es tan fuerte como dicen, quizá sigas teniendo dificultades a futuro.

Sango soltó un suspiro, era consciente de esa posibilidad, porque su exsuegro había sido claro, la última vez que hablaron fue el día que el divorcio había concluido y sus palabras reflejaron que jamás perdonaría ni olvidaría la vergüenza que le había causado a su familia, con una amenaza que se hacía realidad cada día en su trabajo. Le aseguró que no tendría futuro como oficial de policía, y eso se estaba cumpliendo. Negó suavemente, mostrando una sonrisa desganada.

—Entonces, supongo que tendría que resignarme, o seguir esforzándome hasta que todo mejore —intentó ser optimista, aunque el cansancio era evidente en su mirada —. No veo ninguna otra opción, porque si acepto la ayuda de Kuranosuke, podría ser aún peor. No me queda de otra —terminó encogiéndose de hombros y dibujando una sonrisa conformista, tratando de calmar al abogado.

Miroku inhaló profundo, pensando en el difícil panorama que tenía Sango por delante. Él había escuchado mucho sobre lo peligroso que era hacer enfadar a los Takeda, porque tenían mucha influencia en distintas esferas de poder del país, pero principalmente ahí en Kyōto. Eran una familia de larga tradición y prestigio, que habían contribuido de distintas formas al desarrollo y la historia de Japón, por lo que no era raro que aún mantuvieran su influjo. Había tenido una reunión hacía un par de días con Shishinki, quien estaba evaluando qué pasos seguir respecto a su rol en la firma, y cuando le dijo que quizá necesitara que se hiciera cargo del estudio de Hokkaidō pronto, Miroku le había comentado de forma superficial la situación de Sango. Pese a que su socio pareció divertido al ver que los Takeda se estaban tomando muy en serio la represalia contra ella, dijo que le fastidiaba lo importantes que se creían y que no eran los únicos con contactos poderosos, incluso en la Agencia Nacional de Policía. Le ofreció mover conexiones para que Sango fuese trasladada temporalmente a Hokkaidō con él, y dependiendo de cómo se dieran las cosas, podía ayudarlos también a futuro. El ojiazul sabía que no lo hacía de forma desinteresada, era un favor que seguramente le cobraría en algún momento; pero también se había dado cuenta que parecía algo ansioso por demostrar cuánto peso tenía su influencia. Solía olvidar que era un Tokugawa porque él mismo prefería no usar su apellido para beneficiarse; sin embargo, su familia arrastraba una larga y poderosa tradición, con aportes tan importantes como los de los Takeda, e incluso podían considerarse un clan más vigente. No había dado una respuesta, diciéndole que debía conversarlo con Sango, pero ahora consideraba que era la mejor opción que tenían.

—Creo que hay otra alternativa —comentó, llamando la atención de la castaña —. Shishinki dijo que podía hablar con algunos contactos para que te trasladen a Hokkaidō conmigo, siempre que quieras venir, claro —dio la información con una sonrisa, causándole extrañeza a su compañera.

—¿A Hokkaidō? ¿Y será posible? Es decir, no sé si la influencia de Shishinki…

—Es un Tokugawa, estoy seguro de que eso debe pesar bastante. Y considerando que Hokkaidō es una isla bastante independiente, es probable que las represalias de tus exsuegros no lleguen allí.

Sango lo pensó un segundo, nunca había considerado la ascendencia del socio de su compañero como parte de su poder, porque pensaba que los contactos que tenía los había logrado gracias a su profesión. Sin embargo, Miroku tenía razón, esa podía ser una solución y, considerando que no involucraba a Kuranosuke, parecía ser lo menos conflictivo para ella.

—Y si se puede, ¿cuándo sería? Siendo sincera, no quisiera alejarme mucho de papá, Kohaku y los muchachos.

—Sería dentro de un mes, Shishinki dijo que estaba haciendo los arreglos para que pudiese tomar el puesto en el estudio sin problemas. Sé que no es sencillo, a mí tampoco me gustaría irme tan lejos, pero quizá sea lo mejor mientras todo se calma. Podríamos volver después, si queremos. O puedes quedarte también, no voy a obligarte a venir. Tendríamos que organizarnos para viajar y todo lo que implica vivir lejos, pero puede que la distancia también tranquilice el ambiente.

Ella sonrió con calma, pensando en las palabras de Miroku y notando el anhelo en sus ojos. De cualquier modo, él tendría que irse a Hokkaidō eventualmente para cumplir con su compromiso con Shishinki, y ella no quería separarse de él. Ahora le estaban dando la oportunidad de mantenerse a su lado al conseguir que la trasladaran, eso era precisamente lo que necesitaban.

—Bien, entonces deberías decirle pronto a Shishinki que sí, no queremos que lo haga a último momento, ¿verdad?

El ojiazul la miró con los ojos abiertos demostrando su sorpresa, esa respuesta no era lo que esperaba, porque realmente pensó que ella no iba a alejarse de su familia tan fácilmente.

—E-Espera… ¿Quieres decir que…? ¿Te irías conmigo? ¿Aunque sea tan lejos?

—Por supuesto, tontito —le sonrió, tocándole la punta de la nariz —. Ya hemos sufrido bastante estando lejos como para que ahora desaproveche la alternativa que nos está dando Shishinki. ¿O acaso querías que me quedara…? Quizá esperabas poder coquetear de nuevo con Shima, ¿no? —Lo regañó casi infantilmente, juguetona, bromeando de manera despreocupada, sacándole una sonrisa al abogado.

—Oh, me descubriste… tendré que cambiar mis planes y coquetearte sólo a ti —rio antes de besarla fugazmente —. Muchas gracias, no sabes lo feliz que me haces.

—Tú también me haces feliz, y no quiero alejarme de ti. Así que gracias a ti.

Se sonrieron antes de volver a besarse con cariño y luego decidieron que era hora de dormir, ya era bastante tarde como para que Miroku las fuese a dejar a la mansión Kuwashima, por lo que decidieron que se quedarían con él esa noche, después de todo, eran una familia y pronto tendrían que acostumbrarse a vivir como tal.


Aporte cultural:

Kidotai: Unidad antidisturbios de la policía de Japón. Por lo general, los oficiales usan esta unidad como paso para ocupar cargos más importantes, por lo que normalmente siempre hay cupos disponibles.

Kōban: Caseta o estación de vigilacia pequeña, por lo general cuenta con pocos oficiales (desde 1 a 3, no más que eso), y se encargan de la seguridad comunitaria, por ejemplo recolectan información de los vecinos de un lugar, dan guía a turistas, entre otras labores consideradas casi básicas. Los oficiales que apenas van comenzando su carrera, inician aquí.


¿Hola? No sé si alguien todavía sigue esta historia o espera actualización, sólo vengo a decir que no la voy a abandonar, pero en este punto me está resultando muy difícil poder escribir lo que sigue. Sé qué es lo que va a pasar, ya tengo hasta el final, sólo que no puedo sacarlo, este fic me está doliendo. Creo que es la crisis de saber que pronto acabará.

En fin, si alguien todavía lo sigue, le pido mil disculpas por el retraso. Sólo puedo prometer que no lo voy a abandonar.

Agradecimientos miles a todos los que leen (si es que aún hay alguien), sería inmensamente feliz si me dejan un review diciéndome qué les pareció. Y mi infinito amor a Nuez, que es la mejor beta y amiga de la vida (L)

Nos leemos espero que pronto~

Yumi~