Capítulo 1: El Reino Bajo la Sombra de la Calamidad
Hyrule, un vasto reino conocido por su esplendor, se alzaba majestuoso bajo los cielos abiertos. La luz dorada del sol bañaba sus praderas ondulantes, sus bosques antiguos y las montañas coronadas por la niebla. Las hojas susurraban secretos olvidados mientras el viento las mecía suavemente. Aquel era un reino forjado por la perseverancia de su gente y protegido por la bendición de los cielos. Sus paisajes eran tan vastos como las leyendas que los recorrían, y entre sus tierras, las diversas razas coexistían en armonía.
Los Zora, con su elegancia acuática, protegían los ríos y mares cristalinos, donde las aguas reflejaban la calma y la furia del océano. Los Goron, de fuerza titánica, moldeaban las montañas con manos hechas de roca y fuego, mientras los Orni, habitantes de los cielos, surcaban los vientos con gracia inigualable desde las cumbres más altas. Las Gerudo, guerreras indomables, defendían con fervor sus ancestrales tradiciones bajo el sol abrasador del desierto. Los Sheikah, guardianes silenciosos, vigilaban desde las sombras, sus ojos siempre fijos en los secretos del pasado y del futuro. Y los Hylianos, la raza que unía a todas las demás, actuaban como el pilar del reino.
Pero incluso en medio de tanta diversidad y belleza, una oscura sombra se cernía sobre Hyrule. Era una amenaza invisible para la mayoría, una maldición que resonaba desde tiempos inmemoriales, susurrando en las noches más frías. Una condena eterna que pendía sobre los descendientes de la diosa y el héroe, como una espada invisible siempre lista para caer. El ciclo de destrucción y renacimiento nunca cesaba, un eco incesante del mal primordial que había nacido mucho antes de que Hyrule siquiera existiera.
El origen de esta maldición se remontaba a un encuentro antiguo, cuando un feroz y oscuro ser, heraldo de la muerte y la desesperación, fue derrotado por el primer héroe. Sin embargo, aquella victoria, aunque legendaria, no trajo paz verdadera.
¡Humano, me has vencido! Pero esta no es una batalla final. Yo… te condeno... a ti y a tu descendencia. Desde este día, la maldición de los demonios te perseguirá en un ciclo sin fin. Los poseedores de la sangre de la diosa y el alma del héroe jamás escaparán de este destino. Mi odio renacerá, y mi furia volverá a encontrarlos, una y otra vez. ¡Esta batalla se repetirá a lo largo de la eternidad!
Esas fueron las últimas palabras del heraldo antes de desvanecerse en la oscuridad, pero su maldición permaneció viva, silenciosa pero siempre presente. Desde entonces, cada cierto tiempo, una nueva forma de la calamidad resurgía en Hyrule, un eco distante del mal original que nunca había sido destruido por completo.
Incluso los cielos, antes tranquilos, parecían presagiar un futuro incierto. Los Orni sentían los vientos cambiar, mientras los Zora notaban cómo las aguas comenzaban a agitarse en lo profundo de sus ríos. Los Sheikah, siempre atentos a los secretos del mundo, guardaban silencio, preparándose para lo inevitable. En el corazón del castillo de Hyrule, la descendiente de la diosa, aún joven e inexperta, comenzaba a sentir el peso de un destino que apenas comprendía. El ciclo estaba a punto de repetirse, y el reino, una vez más, debería prepararse para enfrentar la calamidad.
Aldea Hatelia
La calma de la tarde envolvía a la aldea Hatelia, una de las más grandes y prósperas de Hyrule después de la capital. El sonido del viento meciendo los árboles y el murmullo de los aldeanos llenaban el aire mientras un pequeño grupo de niños se sentaba en un banco de madera, bajo la atenta mirada de un hombre vestido con la armadura de un soldado real.
Link, un niño de apenas cinco años, estaba entre ellos. Con su cabello rubio despeinado y sus ojos curiosos, observaba con una mezcla de admiración y asombro a su padre, Rohin, uno de los miembros de las fuerzas de élite del reino. A su alrededor, otros niños escuchaban con atención las historias que Rohin les contaba sobre el mundo, aunque Link parecía más interesado que el resto.
"Escuchen bien, pequeños," comenzó Rohin, su voz grave pero suave, "porque esto es algo que todo habitante de Hyrule debe entender. Hace mucho, mucho tiempo, cuando las diosas vieron cuánto sufrimiento traía cada resurgimiento de la calamidad, decidieron darnos una oportunidad de defendernos mejor. Así, nos otorgaron la Gracia Divina, un don especial que permitió a todos los seres vivos crecer y fortalecerse a través de la experiencia."
Los niños escuchaban con los ojos muy abiertos. Rohin continuó, trazando con su dedo en el aire, como si intentara mostrarles algo que sólo él podía ver.
"Cada persona en este reino, ya sea humano, Zora, Goron o cualquier otra raza, tiene la capacidad de mejorar en cinco áreas fundamentales. Estas son: Ataque, Defensa, Resistencia, Velocidad y Magia."
Los ojos de los niños brillaban de emoción al escuchar sobre estos misteriosos conceptos. Uno de ellos, un niño más grande que Link, levantó la mano y preguntó con impaciencia: "¿Y cómo hacemos para hacernos más fuertes en esas cosas?"
Rohin sonrió ante la curiosidad del niño. "Es una buena pregunta. Para fortalecer cualquiera de estas áreas, debes ganar experiencia. Y esa experiencia la obtienes enfrentando desafíos, derrotando monstruos o entrenando duramente. Cada vez que superas una prueba, aprendes, y al aprender, mejoras."
Link, sentado al final del banco, observaba todo con una sonrisa, pero en su mente bullían más preguntas de las que se atrevía a hacer. Después de un momento de silencio, Rohin continuó.
"Cada persona es diferente. Algunos nacen con una afinidad natural por la magia, otros son más fuertes físicamente. Es importante descubrir qué es lo que te define y trabajar en eso. Por ejemplo," dijo, levantando un brazo y flexionando el músculo con orgullo, "mi fortaleza es la defensa y la resistencia. Pero pocos pueden dominar la magia, ya que es lo más difícil de entrenar."
Link levantó tímidamente la mano. "Papá... ¿cómo sé cuál es mi fortaleza?"
Rohin miró a su hijo con una sonrisa cálida. "Eso, hijo, lo descubrirás con el tiempo. No tienes que apresurarte. Aún eres joven, y pronto podrás experimentar el mundo por ti mismo."
Al escuchar esto, los otros niños se levantaron emocionados, corriendo alrededor mientras se imaginaban a sí mismos como grandes guerreros y magos. Gritaban que se volverían más fuertes, peleando entre risas y empujones. Pero Link, en lugar de unirse a ellos, permaneció sentado, sus pensamientos viajando mucho más allá de las historias que acababa de escuchar. Había algo en lo que su padre había dicho que lo mantenía profundamente intrigado.
"Papá, si todas las personas pueden volverse más fuertes, ¿por qué siempre hay alguien que tiene que detener a la calamidad?" preguntó con seriedad.
Rohin se arrodilló frente a su hijo, colocando una mano firme sobre su hombro. "Porque la calamidad no es un enemigo común, Link. Es un mal que renace una y otra vez, y siempre ha existido un héroe destinado a enfrentarlo. Aunque todos podemos hacernos más fuertes, solo el héroe tiene el poder necesario para derrotar al mal."
Link asintió, aunque no entendía completamente las implicaciones de esas palabras. Pero en su corazón, algo resonó profundamente. ¿Qué pasaría si algún día fuera él quien tuviera que enfrentarse a esa calamidad?
1 mes después
En el vasto y pacífico reino de Hyrule, alcanzar el nivel 10 de poder es lo mínimo necesario para vivir una vida plena y productiva. Los ciudadanos comunes solían alcanzar ese nivel antes de la adolescencia, asegurándose un futuro estable. Con esa fuerza básica, podían realizar trabajos de campo, construcción y otras tareas físicas sin dificultad. Sin embargo, no todos compartían el sueño de convertirse en caballeros o magos. La mayoría vivía satisfecho con sus vidas, sin aspirar a mucho más. Pero para aquellos con ambiciones mayores, el entrenamiento para alcanzar niveles superiores era inevitable, sometiéndose a rigurosos esfuerzos físicos y mentales para convertirse en protectores del reino, soldados de élite o sabios que salvaguardaban la paz.
Para Link, un niño hyliano nacido en la aldea Hatelia, hijo de Rohin, uno de los guerreros más renombrados del reino, alcanzar siquiera ese umbral de poder parecía imposible. A pesar de todos sus esfuerzos, su nivel de poder apenas rozaba el de un recién nacido. Mientras que otros niños de su edad ya poseían la fuerza suficiente para vivir sin preocupaciones o para aspirar a ser guerreros. Aunque su nivel era comparable al de los demás, su fuerza, velocidad y resistencia eran prácticamente inexistentes.
"¡Mira! Ahí va Link, el hyliano más débil," solían burlarse los otros niños mientras él pasaba. Con el tiempo, las bromas y humillaciones solo aumentaban, haciéndolo sentir más aislado y desanimado. Incluso los adultos, aunque más discretos, comenzaban a dudar de su potencial, susurrando entre ellos: "¿Cómo es posible que el hijo de un héroe sea tan débil?"
Sin embargo, a pesar de las burlas y las dudas constantes, Link no se rendía. Contaba con el apoyo incondicional de su padre y su madre, quienes siempre lo animaban a seguir adelante. Algo dentro de él, una llama pequeña pero constante, le decía que había algo más en su vida, algo que aún no había descubierto. Y con ese impulso silencioso, comenzó a escaparse regularmente a entrenar por su cuenta.
Las vastas llanuras de Hyrule eran conocidas por su seguridad, vigiladas constantemente por soldados para proteger a los niños y habitantes. Sin embargo, Link, a pesar de su lentitud y aparente debilidad, lograba escabullirse entre los guardias que patrullaban la región. Durante dos horas, Link atravesaba los caminos con esfuerzo, usando ese largo trayecto como parte de su entrenamiento. Su padre, aunque amoroso y atento, no siempre estaba en casa debido a sus deberes como soldado de élite, y su madre creía que su hijo pasaba los días jugando con otros niños de la aldea, ajena al tormento que Link sufría.
Con el paso de los meses, Link continuaba esta rutina de escaparse a un bosque al norte del castillo de Hyrule. Allí, en soledad, entrenaba lo mejor que podía. Aunque no tenía acceso a la tecnología avanzada de los Sheikah para medir su progreso, sentía que se estaba volviendo más fuerte. No obstante, aún estaba lejos del promedio, y sabía que necesitaba esforzarse mucho más que los demás para mejorar.
Cierto día, mientras entrenaba en el bosque, Link decidió llevar su cuerpo al límite. Corrió con todas sus fuerzas, golpeando árboles, saltando obstáculos y esquivando ramas. Aunque su velocidad era limitada, su determinación lo impulsaba. Con su túnica de aventurero desgastada y una espada de madera que apenas soportaba los golpes, Link avanzaba por el bosque, rechazando rendirse. Sin embargo, tras un tiempo, su resistencia se agotó por completo. Cayó al suelo, agotado, sintiendo los estragos de su escasa defensa.
Tras descansar un momento, sacó un emparedado de su alforja y lo devoró rápidamente para recuperar algo de energía. A pesar de su cansancio extremo, su capacidad para recuperarse era sorprendente, una característica envidiable que pocos notaban debido a su bajo poder general.
Después de comer, Link se levantó con nuevas energías y decidió explorar más profundamente el bosque en el que llevaba meses entrenando. Sin darse cuenta, el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar. Una niebla densa cubrió el terreno, y la luz del sol se desvaneció lentamente, sumiendo el bosque en una atmósfera inquietante. Link sintió un escalofrío recorrer su cuerpo; algo no estaba bien.
Mientras caminaba, de repente, un rostro se asomó entre la niebla, tallado en la corteza de un árbol. El miedo brotó de su estómago y gritó instintivamente:
"¡AHHHHHHHH!"
Pero al mirarlo detenidamente, comprendió que no era más que un árbol.
"Solo es un árbol, Link," se dijo a sí mismo para calmarse.
Aún nervioso, decidió regresar por donde había venido, pero la niebla había cubierto todo a su alrededor, distorsionando el paisaje. Sus intentos por orientarse fueron en vano; cada camino que tomaba lo devolvía al mismo punto. El pánico empezó a apoderarse de él mientras corría sin rumbo, atrapado en un ciclo que no parecía tener fin.
"¡No puede ser! ¡Debo salir de aquí!", exclamaba entre jadeos.
Después de casi una hora corriendo en círculos, Link cayó al suelo, exhausto. Su resistencia se había agotado, y su cuerpo temblaba. Pero no podía rendirse.
"Quiero volver a casa. No puedo perderme aquí. No quiero morir."
Después de calmar su respiración, Link se quedó inmóvil durante unos momentos, el corazón aún latiendo con fuerza en su pecho. Sus ojos, desorbitados por el pánico, comenzaron a recorrer desesperadamente el entorno cubierto por la densa niebla. No había más caminos visibles, solo árboles oscuros que parecían cerrar el paso en todas direcciones. Entonces, algo capturó su atención: una antorcha encendida, solitaria, cuyas llamas luchaban por permanecer vivas en medio de aquella oscuridad.
Link se acercó lentamente, sintiendo el miedo aún presente en su estómago, pero había algo más en ese fuego. Observó cómo pequeñas brasas eran arrastradas por una suave brisa, la única señal de vida en ese inquietante bosque. La brisa era débil, casi imperceptible, pero constante, como si lo estuviera guiando.
"Debe haber algún camino…," pensó, con un atisbo de esperanza naciendo en su mente. Pero sabía que, si quería encontrar la salida, tendría que confiar en algo más que su vista. Sin pensarlo mucho más, cerró los ojos, bloqueando el pánico y la confusión. Debía concentrarse.
Con los ojos cerrados, Link dejó que sus otros sentidos tomaran el control. Al principio, era casi imposible percibir algo con claridad: la brisa era suave, apenas un susurro en el aire. Pero poco a poco, su cuerpo comenzó a sintonizarse con el entorno. Sintió el leve cosquilleo del viento en su piel y el murmullo de las hojas meciéndose a su alrededor. Dio un pequeño paso hacia adelante, luego otro. La brisa lo acariciaba suavemente, marcando un camino invisible.
A medida que avanzaba, su cuerpo parecía adaptarse a la situación. Sus pasos se volvieron más seguros, su respiración más constante. A pesar de la oscuridad que lo rodeaba, algo dentro de él se agitaba. No era miedo, era concentración. Link sentía cómo sus sentidos, por primera vez, despertaban, agudizándose con cada paso que daba. Con el tiempo, empezó a moverse más rápido, sin necesidad de abrir los ojos. Sabía que la brisa estaba ahí, guiándolo.
Finalmente, cuando abrió los ojos, no perdió la conexión. Su cuerpo y mente estaban sincronizados, permitiéndole correr siguiendo el rastro de la brisa. Mientras lo hacía, el bosque dejaba de parecer un lugar inhóspito. Ahora, se sentía como parte de él, un espacio que respondía a sus movimientos. Corrió durante varios minutos, aferrándose a la sensación de la brisa y a la esperanza de que lo llevaría a la salida.
Cuando por fin divisó una luz en la distancia, el corazón de Link saltó de emoción. Había logrado encontrar un camino, o eso pensaba. Aceleró su paso, emocionado, pero cuando llegó al lugar, se dio cuenta de que no era la salida.
"Espera... esto no es lo que esperaba."
Link se encontraba en el corazón del Bosque Perdido. Un claro luminoso se extendía frente a él, rodeado por gigantescos árboles cuyas copas parecían tocar el cielo. A diferencia del resto del bosque, aquí no había niebla ni oscuridad. El lugar irradiaba una extraña calma. Pero, sorprendentemente, en lugar de sentir miedo o confusión, Link se sintió emocionado. Era su primera verdadera aventura.
Por primera vez en su corta vida, había logrado algo por sí mismo. No había vuelta atrás; quería seguir explorando, descubrir lo que este misterioso lugar le ofrecía. Caminó con pasos lentos, saboreando cada momento. Había algo mágico en el aire, y Link, a pesar de su aparente debilidad, lo sentía.
"Creo que puedo investigar un poco más antes de que oscurezca…," murmuró para sí mismo, con una sonrisa en el rostro. Su espíritu aventurero había despertado, y aunque no lo sabía aún, este momento marcaría el comienzo de su verdadero destino.
Siguió un sendero natural que lo llevó hacia un punto en el que se erguía un árbol colosal con un rostro tallado en su tronco. Frente a él, en el centro de un pedestal de piedra, reposaba una espada antigua, cuyo brillo llamaba a Link. Era como si todo en ese lugar lo hubiese estado esperando.
Link se quedó asombrado ante la vista de la espada. Brillaba con una energía antigua y misteriosa, como si estuviera esperando a alguien digno de blandirla. Con cautela, avanzó hacia ella, sus pasos resonando en el claro, como si el mismo bosque estuviera amplificando el sonido. A pesar de la apertura del lugar, cada eco hacía que la tensión en el aire aumentara. El silencio era abrumador. Link sentía el peso de las miradas invisibles sobre él; los árboles gigantescos parecían observarlo, aunque cada vez que volteaba, no había nadie, ni un solo animal en el entorno. Sin embargo, algo en su instinto le decía que no estaba solo. El bosque lo veía.
Aunque no lo comprendía del todo, Link había nacido con un talento natural único, una conexión con lo invisible, con lo que no podía ser percibido fácilmente por otros. A pesar de su corta edad, había una parte de él que respondía a esos misterios. Pero ahora, frente a la espada, lo único que sentía era un impulso abrumador: debía intentarlo.
Con pasos decididos, se acercó al pedestal. La espada parecía latir bajo la luz, irradiando un suave brillo celeste que lo envolvía con su misteriosa energía. Colocó ambas manos sobre el frío mango, sintiendo cómo esa energía recorría sus dedos, subiendo por sus brazos hasta su pecho. Tomó una respiración profunda y, con el corazón palpitando de emoción y nervios, comenzó a tirar.
Al principio, la espada no se movió. Pero Link no se rindió. Tensó todos los músculos de su cuerpo, apretando los dientes con fuerza. La espada comenzó a brillar más intensamente, bañando el claro con una luz azulada que parecía provenir de otro mundo. Link apretó con más fuerza, tirando y gritando con el esfuerzo, pero algo extraño comenzó a suceder.
Sentía como si algo tirara de él también. No solo estaba luchando contra el peso de la espada, sino que sentía una fuerza invisible que absorbía su energía. A medida que luchaba por levantarla, su vitalidad empezaba a drenarse. Su respiración se volvió irregular, y el sudor caía por su frente en gotas grandes. Sus manos temblaban mientras mantenía el agarre firme, y sus piernas comenzaron a ceder.
El brillo celeste se intensificó. Link gritó, un rugido de puro esfuerzo, de dolor y de desafío. Su cuerpo entero temblaba bajo la presión, pero no se rindió. El mundo a su alrededor se desvanecía, hasta que, finalmente, sus fuerzas lo abandonaron por completo. Sus ojos se pusieron blancos, incapaz de resistir más la energía que lo drenaba. Con un último suspiro, soltó el mango, y su cuerpo, ya sin energía, tambaleó antes de desplomarse al suelo.
Quedó tendido en el claro, inmóvil, inconsciente. El bosque entero parecía suspirar. La luz de la espada se fue apagando lentamente, volviendo a un brillo tenue, como si hubiera decidido que aún no era el momento.
Mientras Link yacía en el suelo, pequeñas figuras comenzaron a salir de las sombras. Eran los Kologs, diminutas criaturas con apariencia de pequeños árboles. Se movían con cautela, rodeando al joven hyliano, observándolo con curiosidad. Aunque Link no lo sabía, esos seres habían estado observándolo desde que llegó. Y ahora, mientras él descansaba en el suelo, se acercaban lentamente, estudiando al muchacho que había intentado despertar un poder más allá de sus fuerzas.
El bosque, aunque en silencio, lo había aceptado.
Una hora después...
Link comenzó a despertar, lentamente. Al principio, todo a su alrededor era borroso. Sentía el cuerpo pesado, y su mente aún se encontraba en un estado de confusión. Intentó moverse, pero sus brazos parecían de plomo. Poco a poco, su vista se aclaró, y lo primero que notó fue el suave murmullo de voces a su alrededor. Se encontraba aún en el claro del bosque, pero algo había cambiado.
"¿Qué...?" murmuró con voz ronca, mientras sus ojos se abrían por completo.
Lo primero que vio fueron pequeñas figuras moviéndose alrededor de él. Kologs, pequeños seres con formas similares a árboles, pero con rostros simpáticos y curiosos, lo rodeaban. Estaban murmurando entre ellos, aunque se callaron al ver que Link comenzaba a moverse.
"¡Mira, está despertando!" dijo uno de los Kologs con una voz aguda y animada. Otro, con una máscara hecha de hojas, se acercó más, inclinando la cabeza mientras lo examinaba de cerca.
"¿Te sientes bien, amigo?" preguntó el Kolog de la máscara, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Link se incorporó con dificultad, sentándose lentamente mientras trataba de recordar lo que había sucedido. "¿Dónde... dónde estoy?" preguntó, todavía aturdido. Las imágenes de la espada, la luz y su colapso comenzaron a inundar su mente.
"¡Estás en nuestro hogar! Este es el Bosque Perdido," respondió uno de los Kologs con entusiasmo, dando pequeños saltitos alrededor de él. "Nosotros somos los Kologs, y hemos estado observando cómo entrenas en nuestro bosque."
Link parpadeó, aún intentando asimilar todo lo que estaba pasando. "¿El Bosque Perdido...? Entonces... ¿quiénes son ustedes?"
Los Kologs se rieron, como si la pregunta fuera algo obvio. "Ya te lo dijimos, somos los Kologs, los guardianes de este bosque. Cuidamos de los árboles, las plantas y todas las cosas que crecen aquí. ¡Y también de visitantes especiales como tú!"
Link frunció el ceño, recordando por qué estaba allí en primer lugar. "La espada... intenté sacar la espada... pero no pude."
Los Kologs intercambiaron miradas antes de uno de ellos, el que parecía ser el líder, hablar con tono más serio. "Esa espada no es una espada cualquiera. Es la Espada Maestra, el arma destinada a un héroe. Solo aquel que está verdaderamente destinado puede sacarla de su pedestal. No es algo que cualquiera pueda hacer."
Link bajó la mirada, sintiendo el peso de la frustración. "¿Entonces no soy lo suficientemente fuerte...?"
"No se trata solo de fuerza," respondió otro Kolog con una voz más suave. "Se trata de algo más profundo. Pero no te preocupes, no estás solo. Hay alguien que puede explicártelo mejor."
Los pequeños Kologs comenzaron a moverse en fila, con pequeñas risitas y murmullos, invitando a Link a seguirlos. Aunque aún sentía el cuerpo débil, se puso de pie, curioso por saber más. Los siguió mientras lo guiaban a través del bosque, el ambiente cargado de una magia antigua y misteriosa que nunca antes había percibido.
Los árboles alrededor se volvieron más altos y viejos, sus raíces extendiéndose como si quisieran conectar con el mismo suelo. La luz suave del claro se filtraba a través de las ramas, iluminando un sendero oculto que no había notado antes.
Finalmente, los Kologs lo condujeron a un claro mayor, donde un majestuoso árbol, mucho más grande que los demás, se erguía en el centro. Su tronco era inmenso, y en su corteza había un rostro tallado que irradiaba sabiduría. El Gran Árbol Deku.
"Bienvenido, joven aventurero," resonó una voz profunda y serena. El mismo árbol hablaba, su voz reverberando por todo el claro. "He estado observándote desde que llegaste a este bosque."
Link miró al Gran Árbol Deku con asombro, incapaz de hablar por un momento. Finalmente, murmuró: "¿Quién eres...?"
"Soy el Gran Árbol Deku, guardián del Bosque Perdido y protector de la Espada Maestra," respondió la voz del árbol con calma. "Esa espada que intentaste sacar es más que un simple arma. Es un símbolo de valor y justicia. Solo aquellos destinados a luchar contra la oscuridad pueden empuñarla."
Link apretó los puños. "Lo intenté... pero no fui capaz. ¿Por qué?"
El Gran Árbol Deku guardó silencio por un momento, como si estuviera considerando cuidadosamente su respuesta. "No fue tu falta de fuerza, joven Link. La Espada Maestra elige a su portador, y aunque hoy no pudiste empuñarla, tu destino aún está por escribirse. El tiempo te revelará tu verdadero propósito."
Link miró hacia el suelo, sintiendo un torbellino de emociones. ¿Qué significaba eso? ¿Realmente algún día podría empuñar esa espada?
"Tu viaje no ha hecho más que comenzar," continuó el Gran Árbol Deku. "La espada te llamó porque hay algo especial dentro de ti, aunque aún no lo entiendas. Pero no te desanimes. Lo que necesitas ahora es tiempo, entrenamiento y el deseo de descubrir quién eres realmente."
Los Kologs, que habían estado observando en silencio, dieron pequeños pasos hacia Link, como si quisieran reconfortarlo. "¡No te preocupes, Link! Siempre puedes volver aquí a entrenar. ¡Nosotros te ayudaremos!"
El Gran Árbol Deku sonrió cálidamente, o al menos así lo pareció en su rostro tallado en la corteza. "Este bosque siempre estará abierto para ti, joven aventurero. Cuando el momento llegue, sabrás qué hacer."
Link asintió, con el corazón aún pesado, pero algo más dentro de él había despertado. Este bosque, con su magia y sus misterios, parecía haberlo aceptado. Sabía que volvería, no solo por la espada, sino porque algo dentro de él lo llamaba a regresar.
Con un suspiro de determinación, miró una vez más al Gran Árbol Deku y a los Kologs. Su aventura apenas comenzaba, y aunque no sabía cómo ni cuándo, algo le decía que estaba destinado a grandes cosas.
Link se quedó pensativo mientras observaba al Gran Árbol Deku y a los Kologs que lo rodeaban. A pesar de las revelaciones y el misterio del bosque, algo empezó a invadir su mente: el tiempo. De repente, la imagen de su madre, esperando en casa sin saber dónde estaba, lo golpeó como un rayo.
"¡El tiempo!" exclamó, mirando hacia el cielo que ya comenzaba a tornarse de un tono anaranjado. "Si no regreso pronto, mi mamá se preocupará mucho."
Los Kologs lo miraron con curiosidad, sus ojos redondos parpadeando, y uno de ellos, el más pequeño del grupo, soltó una risa ligera. "¡Oh, claro! No queremos que tu mamá esté preocupada."
El Gran Árbol Deku también habló con su profunda y serena voz. "Es comprensible, joven Link. No querrás causar angustia a tu familia. Sin embargo, debes saber que este bosque siempre estará abierto para ti cuando lo necesites. Los Kologs te guiarán de vuelta."
Link se sintió agradecido, pero la urgencia de regresar lo apremiaba. "Gracias… de verdad, gracias por todo. Pero... ¿cómo salgo de aquí? No quiero volver a perderme."
Uno de los Kologs, con una máscara de hojas especialmente grande, dio un paso al frente y sonrió. "¡Eso es fácil! Síguenos, te mostraremos el camino. Solo tienes que confiar en nosotros."
Los pequeños seres comenzaron a caminar hacia la espesa niebla que rodeaba el claro, y Link los siguió de cerca. A medida que se adentraban en la bruma, los Kologs se movían con una sorprendente facilidad, guiando a Link a través de los sinuosos caminos del bosque. Aunque la niebla intentaba envolverlo de nuevo, esta vez, no sintió miedo. Sabía que estaba en buenas manos.
"Puedes venir aquí cuando quieras," dijo uno de los Kologs mientras caminaban. "Siempre estaremos cerca para ayudarte a entrenar y a descubrir más cosas del bosque."
"Sí, ¡será divertido!" agregó otro Kolog saltando de un lado a otro.
Link sonrió ante sus palabras, sintiendo una profunda conexión con estos pequeños seres. "Volveré. Lo prometo," dijo con sinceridad. A medida que se acercaban al borde del bosque, la niebla comenzó a disiparse lentamente, y el sol poniente se hacía visible en el horizonte.
Los Kologs, que habían estado caminando a su lado, empezaron a desaparecer entre la niebla, como si nunca hubieran estado allí. "Nos veremos pronto, Link," susurraron mientras sus figuras se desvanecían por completo.
Link se quedó parado un momento, observando cómo el bosque volvía a su calma. Luego, sin perder más tiempo, comenzó a correr hacia su casa. El cielo ya estaba tornándose oscuro, y aunque su cuerpo aún sentía algo de cansancio, su energía se había recuperado sorprendentemente rápido. No podía llegar tarde.
De vuelta en el claro del bosque, el Gran Árbol Deku observaba en silencio mientras los Kologs volvían a reunirse a su alrededor.
"Es un niño especial," dijo la profunda voz del Gran Árbol Deku, sus hojas moviéndose suavemente al compás del viento. "La espada lo llamó. No cualquiera puede sentir ese llamado."
Uno de los Kologs, llamado Makore, asintió lentamente mientras contemplaba el lugar donde Link había estado. "Lo sentí... no es un hyliano cualquiera. Cuando lo vi intentando sacar la espada, algo en su esencia resonó conmigo. Hay algo en él que no puedo explicar, pero... es especial."
El Gran Árbol Deku cerró sus ojos con sabiduría. "Así es. Aunque aún no está listo, su espíritu es fuerte. Lo que vimos hoy fue solo una señal de lo que está por venir. La Espada Maestra espera por él, pero su cuerpo aún debe fortalecerse."
Otro de los Kologs, más curioso, dio un paso adelante y miró al Gran Árbol Deku con admiración. "¿Pero no es extraño, Gran Árbol Deku? Link se recuperó en tan solo una hora... Recuerdo a aquel aventurero de hace muchos años. Él también intentó sacar la espada, pero el drenado de vida lo dejó inconsciente durante semanas."
"Así es," respondió el Gran Árbol Deku. "Ese aventurero tardó dos semanas en despertar tras su intento fallido. Link, en cambio, lo logró en una sola hora. Su capacidad de recuperación es extraordinaria. Es algo que no se ve a menudo."
Makore, aún intrigado por lo que había sentido, dio un paso más cerca del Gran Árbol. "No solo eso... Sentí algo más profundo en él. No puedo recordar del todo, pero... hay algo antiguo en su sangre. Es como si no fuera un hyliano común. Como si fuera de... otro linaje."
El Gran Árbol Deku asintió lentamente. "Lo que has percibido puede ser cierto. Quizá, con el tiempo, todas nuestras preguntas encuentren respuesta. Por ahora, lo único que sabemos es que este niño está destinado a grandes cosas. Su conexión con la espada es solo el comienzo."
Los Kologs permanecieron en silencio, mirando al Gran Árbol Deku mientras la brisa del bosque danzaba a su alrededor. El destino de Link era claro para ellos: aunque aún era joven, su futuro estaba lleno de desafíos y aventuras que lo llevarían a descubrir quién era realmente. El bosque lo había aceptado, y un día, cuando estuviera listo, la espada también lo haría.
El sol estaba ya bajo cuando Link llegó a las afueras de la aldea Hatelia, el cielo teñido de un profundo naranja que pronto cedería paso a la noche. A pesar del cansancio, su cuerpo parecía haber recuperado energía suficiente para mantener su paso ligero. Con cada zancada, el polvo del camino se levantaba ligeramente, dejando una estela tras de sí. Sus botas desgastadas y su túnica manchada por el polvo y la tierra eran testigos del día agotador que había tenido.
Mientras avanzaba por las calles, sintió una mezcla de alivio y nerviosismo. No quería preocupar a su madre, pero sabía que al verla, habría preguntas. La casa de Link, una humilde vivienda de piedra y madera, apareció a la vista. La chimenea aún despedía un suave humo, señal de que la cena estaba lista.
Link abrió la puerta con cautela, intentando hacer el menor ruido posible, pero el crujido de la madera bajo sus pies lo delató de inmediato.
"¡Link!" La voz de su madre, Saria, lo recibió al instante, dulce y preocupada a la vez. Al girar, la vio de pie junto a la mesa, secándose las manos en un paño mientras lo observaba con los ojos entrecerrados. "¿Qué te ha pasado? Estás cubierto de tierra de pies a cabeza."
Link se detuvo un momento, titubeando antes de responder. No podía contarle lo que había vivido en el bosque, no aún. "Ehm... Estuve... estuve entrenando en las afueras del pueblo," dijo, esforzándose por mantener su voz tranquila, aunque sentía una leve agitación en su pecho. Desvió la mirada, jugando con el borde de su túnica sucia.
Saria lo observó un poco más antes de suspirar, acercándose a él con una sonrisa. "Entrenando, ¿eh? Haces todo lo posible por seguir los pasos de tu padre, ¿verdad?" Sacudió la cabeza ligeramente y le acarició la mejilla con ternura, limpiando un poco de la suciedad. "Ve a lavarte antes de cenar, joven aventurero."
Link asintió rápidamente, agradecido de que su madre no insistiera más. Subió las escaleras hacia su habitación, donde un pequeño lavamanos lo esperaba. Mientras se limpiaba, sus pensamientos volvían al Bosque Perdido. El brillo de la espada, las palabras del Gran Árbol Deku, la extraña sensación de ser observado por los árboles. ¿Por qué la espada lo había llamado? ¿Por qué había sido incapaz de empuñarla? Las preguntas lo atormentaban, pero sabía que debía guardarlas para sí mismo. Aún no estaba listo para compartirlo con nadie.
El crepitar del fuego en la chimenea llenaba la pequeña sala de la casa con una calidez reconfortante. Link había terminado de cenar junto a su madre, pero su mirada se dirigía constantemente a la puerta. Su padre debía llegar pronto, y la emoción en su corazón crecía con cada minuto que pasaba. A pesar de todo lo que había vivido en el bosque, quería mostrarle los avances de su entrenamiento, aunque sabía que no podría contarle toda la verdad.
Finalmente, la puerta se abrió, y Rohin, su padre, entró. Vestía su armadura ligera de soldado, desgastada por el uso diario, pero su rostro reflejaba una serenidad que Link siempre había admirado.
"¡Papá!" exclamó Link, corriendo hacia él con una energía renovada.
Rohin rió suavemente, dejando su casco a un lado mientras se agachaba para abrazar a su hijo. "¡Ah, mi pequeño guerrero! ¿Cómo te ha ido hoy?"
Link, con los ojos brillantes, sonrió ampliamente. "Estuve entrenando todo el día, papá. Estoy mejorando, ¡lo sé!"
"¿Ah, sí? A ver, enséñame qué has aprendido," dijo su padre con tono jocoso, palmeando su espalda y guiándolo hacia el centro de la sala. Aunque estaba cansado por el día de trabajo, siempre encontraba tiempo para su hijo.
Link comenzó a mostrarle algunos movimientos que había practicado, un par de golpes con su espada de madera y saltos para esquivar. Aunque a simple vista sus movimientos parecían torpes y lentos, Rohin observó con atención. No pudo evitar notar algo peculiar en su hijo: los reflejos de Link eran rápidos, y su capacidad para adaptarse a cada situación, aunque físicamente limitada, era notable.
Cuando terminó, Rohin sonrió y lo abrazó de nuevo. "Estás mejorando mucho, hijo. Estoy muy orgulloso de ti."
Link sonrió, pero guardó silencio sobre el bosque, la espada y el Árbol Deku. Había algo dentro de él que le decía que ese secreto debía ser solo suyo por ahora.
El sol apenas comenzaba a levantarse cuando Link salió de la casa, acompañado por su padre. El aire fresco de la mañana llenaba sus pulmones, y el canto de los pájaros anunciaba el comienzo de un nuevo día. Los campos alrededor de Hatelia estaban cubiertos de rocío, y el olor a tierra mojada flotaba en el ambiente.
"Hoy haremos algo de entrenamiento básico," dijo Rohin mientras ajustaba su espada. "Quiero ver cómo te desenvuelves después de lo que me mostraste anoche."
Link asintió con entusiasmo, aunque el cansancio del día anterior aún rondaba en sus músculos. Se pusieron a trabajar de inmediato. Los primeros ejercicios eran simples: movimientos con la espada, saltos y equilibrio. Pero lo que más intrigaba a Rohin era cómo Link parecía recuperarse rápidamente. Apenas se detenía unos segundos, y ya estaba listo para seguir. La velocidad con la que se reponía tras cada esfuerzo era asombrosa, mucho más rápida que la de cualquier niño o incluso adulto que hubiera entrenado.
"Tu recuperación es... sorprendente," murmuró Rohin para sí mismo, observando cómo su hijo, después de correr y saltar durante varios minutos, se detenía solo unos instantes antes de retomar el ejercicio sin dificultad aparente.
Link, ajeno a los pensamientos de su padre, se concentraba en cada movimiento, esforzándose al máximo. Sentía que debía mejorar, que debía ser más fuerte si quería volver al bosque y algún día empuñar esa espada.
Rohin, por otro lado, se dio cuenta de otra cosa: los sentidos de su hijo eran notablemente agudos. Aunque su cuerpo aún carecía de la fuerza que necesitaba, su capacidad para anticipar los movimientos, notar los cambios en su entorno y reaccionar rápidamente era algo inusual.
"Lo estás haciendo muy bien, Link," dijo su padre, colocándose junto a él y posando una mano sobre su hombro. "Tienes algo especial, aunque aún no lo entiendas por completo. Sigue entrenando, hijo. Estoy seguro de que llegarás lejos."
Link miró a su padre, una mezcla de orgullo y determinación en sus ojos. "Lo haré, papá. No me detendré hasta ser más fuerte."
Y mientras entrenaban juntos bajo el suave sol de la mañana, Link se dio cuenta de que, aunque su camino era más difícil que el de los demás, no estaba solo. Tenía a su familia y, ahora, también al Bosque Perdido y sus guardianes.
Un nuevo día había comenzado, y con él, la promesa de un futuro lleno de desafíos y descubrimientos.
2 años después
Habían pasado dos años desde que Link descubrió el Bosque Perdido y comenzó a entrenar tanto con su padre como con los Kologs. A medida que el tiempo transcurría, Link se fortalecía, no solo físicamente, sino también mentalmente. Su conexión con el bosque se había profundizado, y los pequeños guardianes del bosque, siempre dispuestos a ayudarlo, le enseñaron antiguas técnicas y secretos sobre cómo moverse de forma fluida en la naturaleza, cómo escuchar los susurros del viento y cómo sentir el mundo a su alrededor con una agudeza que pocos podían alcanzar.
Junto a su padre, Rohin, Link perfeccionaba sus habilidades marciales. Aunque su progreso era más lento que el de otros niños debido a sus particulares circunstancias, la brecha entre él y los demás comenzaba a cerrarse. Su cuerpo, cada vez más resistente, se recuperaba rápidamente tras cada sesión de entrenamiento. Lo que antes era una debilidad evidente, poco a poco, comenzaba a convertirse en una fortaleza oculta.
En Hyrule, los niños podían enlistarse en el ejército a partir de los 15 años, pero para ello debían cumplir un requisito crucial: alcanzar al menos el nivel 100. Hasta entonces, era demasiado peligroso luchar contra monstruos, incluso los más débiles, ya que la falta de experiencia podía ser letal. El reino de Hyrule estaba lleno de peligros que no discriminaban entre guerreros novatos o veteranos, y solo aquellos que alcanzaban ese umbral mínimo tenían el derecho y la capacidad de enfrentarse a esas amenazas.
El Asentamiento de los Caballeros de Élite
Un día, mientras paseaban por el asentamiento de los caballeros de élite, Link y su padre se encontraban visitando la sala principal donde los soldados entrenaban, descansaban y planificaban sus misiones. El asentamiento era un lugar impresionante, con grandes salones de piedra y estatuas de antiguos héroes que decoraban los pasillos. Las paredes resonaban con las voces de los guerreros, el sonido metálico de las armaduras y las espadas entrechocándose en las prácticas diarias.
Rohin, siempre orgulloso de su hijo, decidió mostrarle algo especial ese día.
"Link, ven conmigo," dijo con una sonrisa mientras lo guiaba hacia una sala más pequeña, apartada del bullicio principal del asentamiento. Al entrar, la sala estaba iluminada por una luz suave que provenía de una gran esfera brillante colocada en el centro de la habitación.
"¿Qué es esto?" preguntó Link, fascinado por el brillo de la esfera y la energía que parecía emanar de ella.
"Este es uno de los inventos de Prunia, la gran científica Sheikah," explicó Rohin. "Es un dispositivo que mide el nivel y el poder total de una persona. Es una herramienta valiosa para el ejército, ya que nos ayuda a entender mejor nuestro potencial y el de los nuevos reclutas. ¿Quieres probarlo?"
Los ojos de Link brillaron con emoción. Desde que comenzó su entrenamiento, no había tenido una forma precisa de saber cuán fuerte se había vuelto. Era la oportunidad perfecta.
Sin pensarlo dos veces, se acercó a la esfera, posando su mano sobre ella con un leve temblor de emoción. El artefacto comenzó a emitir un brillo más intenso y cálido, y, tras unos segundos de espera, los números aparecieron.
Nivel 50.
Puntos de poder: 75
Link soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Una sonrisa se formó en su rostro mientras miraba las cifras. Aunque su poder seguía siendo bajo en comparación con otros, había mejorado muchísimo. Dos años atrás, se encontraba muy por debajo del promedio, pero ahora, a sus 7 años, estaba mucho más cerca de alcanzar a los demás. La brecha, que alguna vez parecía imposible de cerrar, comenzaba a reducirse.
"¡Nivel 50!" dijo emocionado, volviendo la vista hacia su padre. "¡Estoy mejorando, papá! ¡Ya casi lo consigo!"
Rohin lo miró con orgullo, posando una mano sobre su hombro. "Lo has hecho increíble, hijo. Estás logrando mucho más de lo que crees. Con esfuerzo y dedicación, llegarás lejos."
Link, animado por las palabras de su padre, miró la esfera una vez más. "¿Tú crees que algún día alcanzaré el nivel 100?"
"Sin duda alguna," respondió Rohin con una sonrisa cálida.
De repente, un pensamiento cruzó la mente de Link, y con la curiosidad aún latente en su corazón, miró a su padre con los ojos llenos de admiración. "Papá, ¿puedo... puedo ver cuál es tu nivel?"
Rohin soltó una pequeña risa, pero asintió, complacido por el entusiasmo de su hijo. "Por supuesto, Link."
Con calma, Rohin se acercó a la esfera y colocó su mano sobre ella. La luz que emitió el dispositivo fue mucho más intensa que la anterior, envolviendo la sala en un brillo dorado. Los números aparecieron tras unos segundos, y tanto Link como su padre los observaron.
Nivel 1000.
Puntos de poder: 5100.
Link abrió los ojos de par en par, impresionado por la magnitud del poder de su padre. Sabía que era uno de los guerreros más fuertes de Hyrule, pero verlo reflejado de manera tan clara lo llenaba de asombro.
"¡Eres increíble, papá!" exclamó Link, sin poder ocultar su entusiasmo. A pesar de la diferencia abrumadora entre sus niveles, esa brecha no lo desanimaba. Al contrario, le daba más razones para seguir entrenando, para mejorar y alcanzar algún día ese nivel de grandeza.
Rohin sonrió, orgulloso del joven que su hijo estaba comenzando a ser. "Cada persona tiene su propio ritmo, hijo. Lo importante no es cuán rápido llegas, sino cómo mantienes la constancia y el coraje para seguir adelante, sin importar los obstáculos."
Link asintió, absorbiendo las palabras de su padre. Sabía que el camino por delante sería largo y difícil, pero después de dos años de arduo entrenamiento, de descubrir el Bosque Perdido y de conectar con los Kologs, Link sentía que estaba destinado a algo grande. El nivel 100 ya no parecía un sueño imposible, y aunque aún le quedaba mucho por recorrer, estaba más decidido que nunca a continuar su viaje.
Al salir de la sala donde se encontraban con la esfera de medición de poder, Link y su padre caminaron por los amplios pasillos del cuartel de los caballeros de élite. A medida que avanzaban, el sonido del entrenamiento resonaba en sus oídos: espadas chocando, órdenes gritadas por los capitanes y el constante ritmo de los soldados perfeccionando sus movimientos. Link no podía apartar la mirada de los soldados que entrenaban en el patio, sus movimientos precisos y llenos de energía lo llenaban de admiración.
"Papá," dijo Link mientras miraba a un grupo de soldados que practicaban con lanzas, "¿cuánto poder tienen ellos?"
Rohin observó a los soldados por un momento antes de responder. "Esos son soldados normales. Su poder está entre los 1700 y 1900 puntos."
Link abrió los ojos, impresionado. "¿Y los soldados de élite?"
"Los de élite son mucho más fuertes," respondió su padre con una sonrisa. "Ellos superan los 2000 puntos y algunos llegan hasta los 2900."
Link asintió, aunque cada nuevo número que escuchaba solo aumentaba su asombro. Mientras caminaban, Rohin continuaba explicándole sobre las diferentes clases de soldados.
"Los caballeros de la caballería real son aún más poderosos. Ellos pueden tener entre 3000 y 5000 puntos de poder," dijo señalando a un grupo de soldados que entrenaban con armaduras más pesadas y caballos a su lado. "Y solo los generales superan los 5000 puntos."
Link quedó en silencio por un momento, procesando toda la información. Ver a tantos guerreros poderosos lo llenaba de admiración, pero lo que más lo impactaba era el hecho de que su padre, con 5100 puntos, estaba entre los más poderosos de todo el reino. El orgullo que sentía por él crecía con cada paso que daban.
"Papá... eres increíble," murmuró Link mientras seguía caminando junto a su padre. Rohin solo rió y le dio una palmada en la espalda.
"Vamos, aún queda tiempo para entrenar antes de irnos. No pierdas la concentración, Link."
Después de un rato de observar a los soldados, Rohin decidió que era hora de que entrenaran. Se dirigieron a un área más tranquila del cuartel, donde había espacio suficiente para practicar sin ser molestados. Padre e hijo comenzaron su rutina de entrenamiento, con Rohin enseñándole a Link nuevas técnicas de combate y ayudándole a perfeccionar sus movimientos.
El tiempo pasó rápidamente mientras ambos se concentraban en el entrenamiento. Link, aunque aún era mucho más débil que su padre y que los soldados que había visto, sentía cómo sus habilidades se agudizaban poco a poco. Sus reflejos y sentidos seguían mejorando, algo que su padre no dejaba de notar.
"Descansas mucho menos que los demás," comentó Rohin mientras Link terminaba una serie de ejercicios. "Tienes una capacidad de recuperación impresionante, Link. Eso es algo especial en ti. Si sigues así, estarás listo para más desafíos pronto."
Link sonrió ante el comentario, siempre ansioso por seguir mejorando. Después de un rato más de entrenamiento, Rohin decidió que era momento de descansar y fue a buscar algo de comida para ambos.
"Quédate aquí, volveré en un momento," dijo su padre mientras se alejaba.
Link se quedó solo en el área de entrenamiento, mirando a su alrededor. De repente, algo llamó su atención: una chica rubia que andaba por el lugar, moviéndose con cierta cautela, como si intentara evitar ser vista por los guardias. Parecía estar jugando, escondiéndose entre las columnas y observando de reojo cada vez que un soldado pasaba.
Intrigado, pero sin darle mucha importancia a sus acciones, Link se acercó con curiosidad. La chica se detuvo cuando lo vio, y ambos se quedaron mirándose por un momento. Era hermosa, con una sonrisa tímida pero divertida, y sus ojos azules brillaban con una energía especial.
"Hola," dijo Link, rompiendo el silencio con una sonrisa amable. "¿Estás... jugando a esconderte de los guardias?"
La chica rió suavemente, algo sorprendida de que él no la hubiera delatado. "Algo así. Solo estoy explorando. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?"
"Vine a entrenar con mi padre," respondió Link. "Él es un soldado de élite."
"¡Qué interesante! ¿Eres fuerte entonces?" preguntó la chica con un tono travieso.
Link se sonrojó levemente y bajó la mirada, algo avergonzado. "Estoy mejorando, pero... aún me falta mucho."
La chica lo miró por un momento, como si estuviera evaluándolo, y luego sonrió con complicidad. "Estoy segura de que lo harás bien."
Link, aunque algo nervioso por la presencia de la chica, sintió una inexplicable atracción hacia ella. Había algo en su manera de hablar y en su mirada que lo hacía sentir cómodo, como si ya se conocieran de alguna forma. Aunque no sabía exactamente por qué, notaba que su corazón latía más rápido cada vez que ella sonreía.
Antes de que pudiera decir algo más, Rohin apareció con una bolsa de comida en la mano. Al ver a su hijo hablando con la chica, se detuvo un momento y luego se acercó lentamente.
"Link, veo que has hecho una nueva amiga," comentó Rohin con una sonrisa mientras observaba a la chica. Pero entonces, sus ojos se ampliaron ligeramente al reconocerla.
"Princesa... Zelda."
Link, confundido por el tono de su padre, volteó rápidamente hacia la chica, sorprendido al escuchar ese nombre.
"¿Princesa...?" balbuceó, mirando a la chica rubia con nuevos ojos.
Zelda, algo avergonzada, se rascó la cabeza y sonrió tímidamente. "Sí... Supongo que ahora lo sabes. Soy Zelda, la hija del rey."
Link se quedó sin palabras por un momento. Había estado hablando todo este tiempo con la princesa de Hyrule sin siquiera saberlo. Pero lo que más lo sorprendía era lo sencilla y divertida que ella era, a pesar de su título.
"No te preocupes," dijo Zelda con una sonrisa cálida. "No me gusta que me traten diferente solo por ser la princesa. Me caes bien, Link."
Link sonrió, aunque su mente seguía dando vueltas por la sorpresa. Había conocido a la princesa de Hyrule, y aunque la situación era inesperada, sentía que este encuentro era solo el comienzo de algo importante.
Rohin, todavía algo sorprendido, hizo una reverencia rápida hacia Zelda. "Princesa Zelda, es un honor tenerla aquí. ¿Puedo preguntar qué la trae a este lugar?"
Zelda solo rió suavemente, haciéndole un gesto para que no se preocupara tanto. "Solo estaba explorando un poco. Siempre es interesante ver cómo entrenan los soldados. Pero me alegra haber conocido a tu hijo."
Link no pudo evitar sentir un fuerte respeto y admiración hacia Zelda. Aunque sabía que su mundo estaba lleno de grandes guerreros y poderosos líderes, había algo en la princesa que lo hacía sentir diferente, y sabía que este encuentro marcaría un antes y un después en su vida.
Link miró a su padre mientras este sostenía la bolsa de comida. Aunque la presencia de la princesa lo ponía un poco nervioso, no podía evitar sentir una cálida conexión con ella después de su conversación.
"Papá, ¿te parece bien si... si Zelda cena con nosotros?" preguntó Link, con una mezcla de timidez y emoción.
Rohin miró a la princesa por un momento, sorprendido por la naturalidad con la que su hijo hablaba con ella. Sonrió y asintió con la cabeza. "Por supuesto. Pero parece que tendremos que buscar otro plato de comida. El que traje solo alcanza para dos."
Zelda rió suavemente y agitó la mano. "Oh, no es necesario, no quiero molestar."
"¡No es molestia en absoluto!" respondió Rohin con una sonrisa. "Voy a buscar algo más. Disfruten de la comida, regreso en un momento."
Con eso, Rohin dejó la comida sobre una mesa cercana y salió en busca de más. Link se quedó allí, solo con Zelda, mientras el crepitar de la hoguera del cuartel y el bullicio lejano de los soldados entrenando llenaban el aire. Link, un poco nervioso pero decidido, tomó el plato que su padre había traído y se lo ofreció a Zelda.
"¿Tienes hambre?" preguntó con una sonrisa.
Zelda tomó el plato, agradecida. "Gracias, Link."
Se sentaron juntos, compartiendo el plato de comida mientras el ambiente tranquilo del cuartel los rodeaba. Mientras comían, Link comenzó a hablar sobre algo que lo había estado inquietando desde hacía tiempo.
"Estaba pensando... me esfuerzo mucho para ser como mi padre. Él es tan fuerte... a veces siento que nunca podré alcanzarlo," admitió, con una leve melancolía en su voz.
Zelda lo miró con una sonrisa comprensiva. "No es fácil ser hijo de alguien tan fuerte, ¿verdad? Siempre parece que tienes que esforzarte el doble."
"Exacto," respondió Link, asintiendo. "Pero sigo entrenando todos los días. Estoy decidido a mejorar."
Zelda asintió, y luego, como si estuviera compartiendo un secreto, dijo: "Yo también tengo algo que quiero ser, pero no es lo que todos esperan de mí."
Link la miró, curioso. "¿Qué quieres ser?"
"Una investigadora, como Prunia," dijo Zelda con entusiasmo. "Siempre me han fascinado los inventos Sheikah y la ciencia detrás de ellos. Quiero dedicarme a eso, pero mi padre insiste en que estudie magia. Cree que, como princesa, debería dominar las artes mágicas."
Link se quedó pensativo, impresionado por las palabras de Zelda. "¿Y qué te parece eso? ¿Te interesa la magia?"
Zelda suspiró, mirando al cielo. "No lo sé. Aún no he despertado ningún poder mágico. De hecho, soy bastante débil en comparación con otros. Pero, de alguna manera, siento que algún día lo haré. Mi padre está convencido de que tengo un gran poder escondido."
Link, fascinado por lo que escuchaba, la miró con ojos llenos de admiración. "Es raro ver a alguien usar magia... me pregunto cómo será."
Zelda sonrió con suavidad. "Espero poder mostrarte algún día. Aunque, por ahora, sigo esperando que ese poder despierte."
Antes de que pudieran continuar hablando, Rohin regresó con otro plato de comida. "Aquí está. Ahora, todos podemos cenar."
Los tres se sentaron juntos, disfrutando de una cena tranquila. Link, su padre y Zelda charlaron sobre todo tipo de temas: el entrenamiento de los soldados, las invenciones de Prunia, y algunas historias que Zelda compartió sobre la vida en el castillo. Aunque la presencia de la princesa le añadía cierta formalidad a la situación, la conversación fluyó de manera natural, y Link, poco a poco, se sentía más cómodo a su lado.
Cuando terminaron de comer, Zelda se levantó y se despidió con una sonrisa encantadora. "Gracias por la cena, fue un placer conocerlos. Espero que nos veamos pronto."
Link se levantó también, un poco triste de verla partir, pero agradecido por haberla conocido. "¡Hasta pronto, Zelda!"
Rohin inclinó la cabeza con respeto. "Siempre será bienvenida, princesa."
Zelda sonrió antes de marcharse, desapareciendo entre las sombras del cuartel con la misma elegancia y discreción con la que había llegado.
Mientras Link y Rohin regresaban a casa, la luna iluminaba las calles de Hatelia. El aire nocturno era fresco y agradable, y ambos caminaban en silencio por un rato, disfrutando de la tranquilidad de la noche. Sin embargo, Rohin, siempre atento a su hijo, no pudo evitar notar la forma en que Link había estado mirando a Zelda durante la cena.
Con una sonrisa traviesa, rompió el silencio. "Así que... te vi muy embobado con la princesa, ¿eh?"
Link, sorprendido por el comentario, se detuvo en seco, sintiendo cómo el calor subía por su rostro. "¿Qué? ¡No, no es eso!" protestó de inmediato, aunque el rubor en sus mejillas lo delataba.
Rohin soltó una risa suave y le dio un suave golpe en el hombro. "Vamos, Link, es normal. La princesa es una chica muy especial, cualquiera se sentiría impresionado."
Link, después de unos momentos de nerviosismo, suspiró y miró a su padre, con una mezcla de vergüenza y sinceridad en sus ojos. "Bueno... sí. Es muy... bonita."
Rohin levantó una ceja, claramente sorprendido por la sinceridad de su hijo. "¿De verdad?"
Link asintió, con una pequeña sonrisa en el rostro mientras el rubor seguía en sus mejillas. "Sí, lo es."
Rohin se quedó sin palabras por un momento, divertido y un poco perplejo por la franqueza de Link. Nunca había esperado una respuesta tan directa, y aunque no quería seguir molestándolo, no podía dejar de sonreír ante el hecho de que su hijo estaba creciendo, y con ello, sus sentimientos también se volvían más claros.
"Bueno, hijo," dijo finalmente Rohin, palmeando su espalda una vez más. "No puedo culparte. La princesa es una joven especial... y parece que también le caíste bien. Veremos qué depara el futuro, ¿no?"
Link simplemente asintió, sintiendo una mezcla de emociones que aún no podía explicar del todo. Mientras caminaban hacia casa, su mente seguía en la conversación que había tenido con Zelda, y la sensación de que ese encuentro, por casual que pareciera, cambiaría su vida de alguna manera.
