Capítulo 10: cita, aventura y yigas?

El sol comenzaba a caer sobre la Ciudadela de Hyrule, tiñendo el cielo con suaves tonos anaranjados mientras Link y Zelda caminaban uno al lado del otro por las calles empedradas. El aire estaba lleno de vida, con comerciantes pregonando sus productos y niños corriendo de un lado a otro, pero a medida que avanzaban, el murmullo de la multitud se tornaba más evidente. Los ojos de los transeúntes se posaban sobre ellos, cautivados no solo por su porte, sino por el brillo dorado de sus cabellos que destacaba bajo la luz del atardecer.

Los susurros no tardaron en aparecer entre la gente, entremezclados con el bullicio del mercado.

Mira, es la princesa... murmuró una mujer mayor a su amiga, sus ojos fijos en Zelda.

¿Estás seguro? respondió su compañera, mirando incrédula.

Sí, claro que sí. Y ese... ese no es el famoso héroe que porta la Espada Maestra?

Los murmullos se esparcían como el viento. Mientras más caminaban, más personas se detenían a observar, y las palabras viajaban rápidamente de boca en boca.

¡Qué linda es la princesa! comentó una joven, sonriendo al ver la delicadeza y elegancia con la que Zelda caminaba.

Y él... el héroe no solo es fuerte... es muy guapo, añadió otra, sus mejillas sonrojándose al cruzar miradas con Link, aunque él no parecía notar.

A pesar de la multitud, los pasos de ambos eran silenciosos, y el aire parecía tornarse más denso alrededor de ellos. Fue entonces cuando una voz, casi perdida entre los murmullos, se hizo notar ante los oídos agudos de Link.

No serán pareja, ¿verdad? Se les ve muy bien juntos.

Zelda, inmersa en sus pensamientos, no pareció haber escuchado, pero Link sí. Las palabras lo golpearon inesperadamente, haciendo que su mente viajara a recuerdos lejanos, de un tiempo en el que apenas era un niño. Recordó las palabras de su padre, palabras que, en su momento, no le parecieron tan importantes.

"Una cita solo debes tenerla con la chica que te guste."

Link frunció levemente el ceño mientras el recuerdo se hacía más nítido. Aquel día, él le había preguntado cómo sabría si era una cita o simplemente una salida normal con alguien. Su padre solo había reído, colocándole una mano en el hombro y con una mirada tranquila le había dicho:

"Lo sabrás, hijo. Cuando llegue el momento, lo sabrás."

Volvió al presente, sintiendo el peso de esas palabras resonar en su interior. Caminaba al lado de Zelda, y aunque el entorno estaba lleno de vida, Link no podía evitar sentir que algo había cambiado, que ese simple paseo era diferente a cualquier otro que habían tenido antes. ¿Era esto lo que su padre había mencionado? ¿Podría ser una cita?

La mirada de Zelda se desvió hacia un grupo de niños que jugaban con una pelota cerca del camino, sin notar la incomodidad de Link. Pero para él, la presencia de la gente, susurros y miradas curiosas, y la proximidad de Zelda lo hicieron sentir una mezcla de confusión y nerviosismo que nunca antes había experimentado.

A su alrededor, el bullicio continuaba, pero en su mente solo quedaba la duda: ¿Es esto una cita...?

El paseo por la Ciudadela continuaba, y aunque la atención de las personas los seguía a cada paso, ni Link ni Zelda parecían dispuestos a detenerse. A pesar de los murmullos y las miradas curiosas, intentaban disfrutar del día. Zelda se detuvo frente a un puesto de frutas, observando los colores vibrantes de las manzanas y peras.

¿Te gustaría una? —preguntó Zelda con una sonrisa suave mientras señalaba una manzana brillante y roja.

Link asintió ligeramente. Ambos compraron algo de fruta y se sentaron en un banco de piedra cercano, bajo la sombra de un roble que ofrecía un respiro del sol del atardecer. La cercanía entre ellos era cómoda, pero cada tanto sus manos rozaban levemente al moverse, lo que provocaba que ambos se separaran instintivamente, como si el contacto despertara una sensación nueva y desconocida.

El aire se volvía más fresco a medida que las horas pasaban, y decidieron continuar caminando. Cruzaron por la plaza principal, donde un grupo de músicos callejeros tocaba una melodía suave que llenaba el ambiente con una serenidad palpable. Sin decir nada, Zelda se detuvo para escuchar, y sin darse cuenta, Link hizo lo mismo a su lado. De nuevo, estaban más cerca de lo que solían estar, el codo de Link apenas rozando el brazo de Zelda. Ambos lo notaron al mismo tiempo, y con una sincronía casi graciosa, retrocedieron un paso.

La música es hermosa, ¿verdad? —comentó Zelda, intentando llenar el silencio.

Sí, muy hermosa, —respondió Link con una voz más baja de lo normal, distraído por la confusión interna que sentía.

Siguieron su recorrido, explorando las tiendas y los puestos, y entre risas tímidas, ambos parecían olvidar, por momentos, que la gente seguía observándolos. En una tienda de objetos antiguos, Zelda se inclinó para ver de cerca un pequeño artefacto Sheikah. Al hacer esto, su cabello rozó el rostro de Link, que estaba junto a ella observando lo mismo. El olor suave y dulce de su cabello lo envolvió de repente, y ese roce involuntario lo hizo retroceder rápidamente.

Zelda levantó la cabeza, sorprendida, pero solo sonrió con suavidad al ver la reacción de Link. El calor en sus mejillas era inevitable, aunque intentó disimularlo.

Tienes razón, esto parece muy antiguo, —dijo, aunque su voz traía un tinte de nerviosismo que no pudo esconder.

Más tarde, el día comenzaba a despedirse, y la luz del sol se debilitaba, dando paso al crepúsculo. Decidieron caminar hacia los jardines que rodeaban las murallas de la Ciudadela. Las flores silvestres estaban en plena floración, llenando el aire con un delicado aroma que contrastaba con el bullicio de la ciudad. Había un pequeño puente de piedra que cruzaba un arroyo cristalino, y Zelda, con una risa suave, corrió adelante, deteniéndose en medio del puente.

Ven, Link. Mira cómo el agua refleja el cielo, —dijo con emoción, señalando el arroyo.

Link se acercó, parándose junto a ella en silencio. La vista era tranquila, el cielo reflejado en las aguas claras como un espejo. Sin embargo, lo único que Link notaba era la cercanía entre ambos, una vez más. Sus brazos casi se rozaban, y por un instante, ninguno se alejó. La sensación fue extrañamente reconfortante, pero de nuevo, esa incomodidad sutil hizo que se separaran, aunque esta vez, de manera más lenta.

Zelda no dijo nada al respecto, pero había un leve rubor en su rostro que el ocaso apenas lograba disimular. Siguieron caminando por los jardines, y a medida que el sol se hundía en el horizonte, las sombras se alargaban, creando un ambiente íntimo y relajado.

El día se deslizaba hacia la noche, y las luces de las lámparas comenzaron a encenderse alrededor de la Ciudadela. El murmullo de la gente se hacía más tenue, mientras las estrellas comenzaban a aparecer una por una. Caminaron en silencio durante un rato, disfrutando de la brisa nocturna. Sin embargo, la proximidad entre ambos parecía inevitable, cada tanto sus pasos los llevaban demasiado cerca, y nuevamente, volvían a separarse, como si un invisible hilo los acercara y alejara continuamente.

Finalmente, cuando la luna ya iluminaba el cielo, Zelda se detuvo frente a una pequeña fuente que adornaba uno de los rincones más tranquilos de la ciudad. El sonido del agua corriendo era lo único que rompía el silencio.

Ha sido un día largo, —murmuró Zelda, mirando la luna reflejada en la fuente.

Link asintió. Él también sentía el peso de las horas en sus piernas, pero más que el cansancio físico, era la extraña sensación de todo lo que había pasado lo que ocupaba sus pensamientos. Se quedaron allí, en silencio, contemplando la fuente bajo la luz de la luna, sin decir nada más, pero ambos conscientes de la cercanía que, sin querer, parecía marcar su día.

La noche había caído por completo sobre la Ciudadela, y el bullicio del día había dejado paso a una calma que apenas era perturbada por el suave murmullo del viento. Link y Zelda caminaban en silencio por las calles, ya sin la presión de las miradas curiosas que los habían seguido durante todo el día. El cansancio de las horas que habían pasado juntos comenzaba a notarse en sus cuerpos, pero ambos mantenían el paso firme hacia el castillo, el hogar que se alzaba imponente bajo la luz de la luna.

Sin embargo, al llegar casi a la puerta gigante que separaba la Ciudadela del castillo, Zelda se detuvo de repente. Link, siempre atento, lo notó de inmediato y se giró hacia ella con preocupación.

¿Qué te pasa, Zelda? —preguntó con suavidad, sus ojos azules buscando los de ella.

Zelda levantó la mirada, y en su rostro había una mezcla de tristeza y cansancio que hasta ese momento había logrado ocultar. Tragó saliva y, finalmente, abrió su corazón.

Link… mañana comienza mi viaje para liberar mi poder, —dijo en un susurro, como si el peso de sus palabras aumentara al ser pronunciadas—. Y... no sé qué va a pasar. Esta podría ser mi última oportunidad. Me siento... perdida.

El tono de Zelda reflejaba un temor profundo, algo que había estado guardando durante mucho tiempo. Aunque siempre se mostraba fuerte y decidida, ahora, en la soledad de la noche, frente a Link, dejaba ver su vulnerabilidad.

Antes de que Zelda pudiera continuar, Link se acercó a ella y, con un gesto cálido, la tomó suavemente por los hombros. La calidez de su toque hizo que Zelda lo mirara directamente a los ojos, sorprendida por el gesto pero reconfortada por la cercanía.

Zelda, —comenzó Link, su voz firme pero tranquilizadora—, entiendo cómo te sientes. Pero quiero que sepas que todo va a salir bien. La diosa está esperando el momento exacto para actuar. Así como pasó conmigo y la Espada Maestra.

Zelda lo miraba en silencio, sus palabras calando en lo más profundo de su corazón.

A los cinco años, la Espada Maestra me llamó, —continuó Link, sus ojos cargados de recuerdos—, pero no fue hasta los diecisiete que pude empuñarla. La diosa sabía que no estaba listo antes, y esperó el momento perfecto. Estoy seguro de que con tu poder será igual. Tienes que confiar en que el momento llegará, cuando estés preparada.

Zelda asintió lentamente, intentando no dejarse llevar por el peso de sus emociones. Las palabras de Link eran reconfortantes, llenas de una sabiduría simple pero profunda, y eso la ayudaba a recuperar algo de su compostura. No quería que él la viera en ese estado de decaimiento, y mucho menos en lo que... ¿era una cita? Zelda apenas entendía lo que estaba sintiendo, pero después de pasar todo el día juntos, ahora empezaba a comprender lo que esa salida realmente había sido.

Un rubor intenso comenzó a cubrir el rostro de Zelda, algo que no había sentido durante toda la tarde, pero que ahora se hacía imposible de ocultar. No había prestado atención antes, pero ahora que estaban tan cerca, el calor en su pecho era innegable. Vio a Link, tan sereno, con sus manos aún sobre sus hombros, dándole el apoyo que tanto necesitaba. Ese simple gesto provocaba que su mente diera vueltas sin control.

Zelda sabía lo que era ese sentimiento… o al menos, creía saberlo. Aunque hacía solo una semana que se habían reencontrado de verdad, y aunque de niños apenas intercambiaron palabras, la presencia de Link se sentía diferente a la de todos los demás. No quería alejarse de él. La cercanía no la hacía sentirse incómoda, sino todo lo contrario. Pero tampoco sabía qué hacer. Las manos de Link aún estaban sobre sus hombros, y su mente estaba dividida entre lanzarse en un abrazo o simplemente salir corriendo.

Zelda miró a Link, su mirada intensa y a la vez llena de confusión. Él, por otro lado, mantenía la calma, pero había una leve curiosidad en sus ojos, como si esperara a que ella tomara una decisión. Para él, cada segundo parecía eterno. Zelda, en cambio, se sentía atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones que la mantenían inmóvil.

Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, Zelda decidió escuchar lo que su corazón le decía. Aunque sus pies parecían querer huir, su pecho le pedía otra cosa: un abrazo. Quería sentir el consuelo de Link, más cerca de lo que ya estaba. Y aunque el rubor seguía ardiendo en sus mejillas, Zelda se lanzó sobre él, envolviéndolo en un abrazo repentino.

Gracias, —murmuró Zelda, su voz apenas un susurro contra el pecho de Link, usando la excusa de sus palabras de consuelo para justificar el abrazo.

Link, algo sorprendido al principio, sintió cómo los brazos de Zelda lo envolvían con fuerza. La cercanía era intensa, pero no incómoda. Al contrario, era como si en ese abrazo se fusionara todo lo que no habían dicho durante el día. Lentamente, Link respondió envolviendo a Zelda en sus brazos, ofreciéndole el consuelo que buscaba.

El abrazo fue profundo, más largo de lo que cualquiera de los dos esperaba. Zelda cerró los ojos, sintiendo el calor del cuerpo de Link, y se permitió disfrutar de ese momento, por breve que fuera. Había tantas emociones cruzando por su mente, pero en ese instante, solo el latido del corazón de Link y su respiración tranquila la mantenían centrada.

Zelda, aún abrazada a Link, comenzó a sentirse un poco avergonzada por lo impulsivo que había sido su gesto. A pesar de que había murmurado un "gracias" como excusa, sintió que no era suficiente para justificar el abrazo que no podía soltar. Así que, en un intento por evitar el silencio incómodo, continuó hablando.

Gracias por tus palabras de aliento, —dijo con la voz ligeramente temblorosa, aún sin apartarse de él—. Gracias por haberme traído a conocer la Ciudadela…

Link la escuchaba en silencio, notando cómo Zelda seguía agradeciéndole por una serie de cosas, aunque cada vez parecía menos coherente.

Gracias por regresar al reino... —añadió Zelda, y entonces comenzó a desvariar un poco—. Gracias por derrotar al Centaleón dorado…

Link, sin poder evitarlo, comenzó a encontrar graciosa la manera en que Zelda intentaba excusarse con palabras. Estaba claro que no sabía cómo detenerse y tampoco parecía dispuesta a soltar el abrazo, ni dejar de hablar. Él, en cambio, se mantenía sereno, aunque una sonrisa empezaba a asomar en sus labios. Después de unos momentos, decidió detenerla antes de que sus agradecimientos fueran aún más exagerados.

Gracias a ti, Zelda, —interrumpió Link, sin soltar el abrazo.

Zelda levantó la vista, sorprendida por sus palabras.

¿Gracias por qué? —preguntó, sin entender a qué se refería.

Link se quedó en silencio por un instante, y activó su habilidad "Procesamiento Paralelo". En ese breve segundo para Zelda, él desaceleró el tiempo en su mente y comenzó a analizar todo lo que había ocurrido durante el día. Pensó en cada pequeño detalle, cada momento de cercanía, cada mirada compartida, y se preguntó si esto realmente había sido una cita, tal como lo había imaginado desde que escuchó los murmullos de la gente.

Después de reflexionar lo suficiente, Link tomó una decisión. Volviendo al presente, con una mezcla de picardía y timidez, la miró a los ojos y dijo:

Gracias por ser mi amiga y recibirme tan bien en el castillo.

Hizo una pequeña pausa, observando la reacción de Zelda, quien parecía aliviada por esa respuesta. Pero antes de que pudiera responder, Link añadió con una leve sonrisa:

Y gracias... por permitirme tener este lindo paseo contigo.

Las palabras golpearon a Zelda como una ráfaga. Su rostro se puso de un rojo intenso al instante.

Link, al ver su reacción, no pudo evitar soltar una pequeña risa, divertida y llena de cariño.

Vamos, Zelda. Es hora de descansar, —dijo con suavidad—. Mañana comienza nuestro viaje y necesitas descansar bien.

Dicho esto, Link la soltó con delicadeza y extendió su mano hacia ella. Zelda, aún con el rostro encendido, tomó su mano sin pensarlo dos veces, mientras su mente seguía procesando todo lo que había ocurrido. Aún en estado de confusión, dejó que Link la guiara en silencio hacia el castillo. Caminaron juntos por las calles ahora desiertas de la Ciudadela, con la luna brillando sobre ellos y solo el eco de sus pasos resonando en la quietud de la noche.

Y así, de la mano, dejaron atrás el bullicio del día, y lo que podría haber sido solo un paseo se transformó en algo mucho más profundo.


El sol apenas asomaba en el horizonte cuando Link despertó, listo para el día que marcaría el comienzo de su misión junto a Zelda. Se levantó con calma, recogió su túnica de Campeón, recientemente confeccionada para él, y comenzó a vestirse. La túnica era ligera pero resistente, hecha especialmente para soportar las duras condiciones de su viaje. Link se aseguró de que su bolsón estuviera lista, aunque llevaba pocas cosas: provisiones básicas y algunos objetos esenciales. No necesitaba mucho más. Se colocó su espada en la espalda y, con todo preparado, se dispuso a salir.

Mientras tanto, en otro rincón del castillo, Zelda yacía despierta en su cama. No había podido dormir bien luego del día anterior. Los recuerdos de su paseo con Link, de la cercanía que compartieron, aún la tenían inquieta. Sabía que debía levantarse, pero el cansancio y la confusión emocional la mantenían en su lugar un poco más de lo necesario. Finalmente, tomó fuerza de donde pudo y se obligó a ponerse de pie. Caminó hasta el lugar donde colgaba la túnica que le habían confeccionado el día anterior. Prunia había asegurado que la tela era superresistente, pensada para la protección durante el viaje, pero a la vez flexible y cómoda. Zelda la tomó entre sus manos, respiró hondo y comenzó a vestirse. Hoy comenzaría su misión sagrada, y no podía permitirse dudar.

Al salir de su cuarto, vio a Impa esperándola, lista para ir a desayunar.

¿Lista para un gran día, princesa? —preguntó Impa con su habitual tono directo, aunque con una sonrisa sutil.

Zelda asintió, aunque en su mente todavía resonaban los eventos del día anterior. Intentaba mantener la compostura, pero su corazón latía con fuerza.

Por su parte, Link ya estaba en el comedor, compartiendo el desayuno con Daruk y Mipha. La comida estaba llena de risas y camaradería, pero Link sabía que pronto tendría que partir. Con un suspiro tranquilo, dejó su taza a un lado y miró a sus compañeros.

Ha sido un gusto verlos nuevamente, —dijo, su tono sincero—, pero debo partir junto a Zelda en nuestra misión.

Mipha, siempre tranquila y dulce, le sonrió con afecto.

Cuídate mucho, Link... —dijo con suavidad—, y por favor, cuida bien de la princesa.

Daruk, con su habitual entusiasmo, dejó escapar una risa fuerte y le dio una palmada en la espalda que casi hace que Link se tambalee.

¡Sigue entrenando, amigo! No dejes que te vuelvas blando durante el viaje.

Link, siempre sereno, asintió ante ambos.

Igual ustedes, vuélvanse más fuertes. —Su tono era serio, pero su sonrisa demostraba el aprecio que sentía por ellos.

Con las palabras de despedida dichas, Link se levantó del desayuno y se dirigió al cuarto de Zelda para recogerla. Sabía que debían hablar con el rey antes de partir y emprender el viaje. Al llegar frente a la puerta del cuarto de Zelda, tocó suavemente, pero no hubo respuesta. Esperó un momento, asumiendo que quizás ella aún no estaba allí, así que decidió quedarse a esperarla fuera.

Poco después, vio a Zelda e Impa acercarse por el pasillo. Al ver a Link esperándola, Zelda sintió que el rubor subía rápidamente a sus mejillas. Sus pensamientos todavía rondaban el día anterior, y la cercanía con él la hizo recordar cómo había sido incapaz de controlar sus emociones. Impa, al notar el sonrojo de Zelda, esbozó una sonrisa pícaramente divertida. Zelda le había contado sobre su día con Link durante el desayuno, y ahora parecía que esa información era una fuente de entretenimiento para la anciana Sheikah.

Solo voy a traer mi bolso, —dijo Zelda con voz suave, evitando la mirada de Link mientras se apresuraba a entrar en su cuarto.

Link asintió, viéndola desaparecer detrás de la puerta. Mientras esperaba, Impa aprovechó la oportunidad para acercarse a él con una sonrisa que dejaba claro que sabía más de lo que decía.

Así que... —comenzó Impa con un tono juguetón—, tuviste un día interesante con la princesa ayer, ¿no es así?

Link, siempre reservado, solo la miró de reojo, sin responder de inmediato.

No te preocupes, —continuó Impa, ahora con un tono más serio—. Sé que la cuidarás bien, pero asegúrate de hacerlo, Link. Zelda necesita más apoyo del que aparenta.

Link la miró con una firmeza tranquila y asintió. Sabía lo que tenía que hacer, pero la advertencia de Impa le dejó claro que su responsabilidad iba más allá de la misión. Zelda necesitaba algo más que un protector: necesitaba a alguien en quien confiar.

Zelda salió de su cuarto con su bolso en la mano, lista para partir. Aún con un leve rubor en sus mejillas, se acercó a Link e Impa.

Estoy lista, —dijo, con una voz que denotaba determinación, aunque en el fondo seguía sintiendo la inquietud del día anterior.

Link extendió su brazo hacia ella en un gesto protector, y aunque el rubor no abandonaba su rostro, Zelda la tomó sin dudar.

Juntos, los tres comenzaron a caminar hacia el salón del trono, donde el rey Rhoam los esperaba para despedirlos formalmente antes de partir hacia la siguiente etapa de su destino.


Link, Zelda e Impa caminaban por los largos pasillos de piedra del castillo, dirigiéndose hacia la sala del trono. La luz suave que entraba por las ventanas bañaba el suelo, creando un ambiente tranquilo a pesar de la tensión que todos sentían. Zelda caminaba aferrada al brazo de Link, buscando en su cercanía un poco de consuelo ante la reunión que estaba por suceder. Link, siempre sereno, mantenía su paso firme, mientras Impa los seguía en silencio, vigilante y atenta.

Cuando llegaron a la entrada de la sala real, dos soldados vestidos con las armaduras del ejército de Hyrule bloquearon el paso. Uno de ellos, con voz firme pero respetuosa, habló:

Lady Impa, Link, la princesa debe entrar sola. El rey ha dado órdenes estrictas.

Los soldados eran imponentes, pero algo en la forma en que miraron a Link e Impa revelaba un ligero nerviosismo. Ambos Sheikah poseían una reputación bien conocida en el castillo, y enfrentarlos no era algo que los soldados hicieran a la ligera. A pesar de esto, Impa se limitó a asentir, y Link, en su habitual silencio, no mostró objeción. Zelda, al ver que la soltaban, los miró con algo de nerviosismo.

Link le sonrió, y con un leve gesto de la cabeza, le transmitió tranquilidad. Impa hizo lo mismo, mostrando una confianza inquebrantable. Zelda tomó aire, asintió, y soltó el brazo de Link, sintiéndose algo vacía sin esa protección cercana, pero sabiendo que debía enfrentar esto por su cuenta. Con una última mirada a ambos, abrió la puerta y entró sola.

La gran sala del trono estaba iluminada por la luz que se filtraba a través de los ventanales, tiñendo todo de tonos dorados. En el centro, sentado en su trono, estaba el rey Rhoam, imponente como siempre a los ojos de los demás. Pero para Zelda, al verlo ahí, sentado, su figura era algo más que la del soberano de Hyrule. Era su padre. Y con esa dualidad, el amor y el temor se mezclaban en su pecho.

Zelda avanzó lentamente, sintiendo el peso de la expectativa. Sabía que la conversación sería crucial. Cada paso resonaba en la inmensidad de la sala, hasta que se detuvo a pocos metros de su padre. Rhoam se levantó, una figura firme y majestuosa, lo que hizo que Zelda se tensara un poco más, esperando quizás un regaño o una reprimenda. Pero en lugar de eso, su padre dio unos pasos hacia ella y, para sorpresa de Zelda, la abrazó con ternura.

Zelda... —susurró el rey, sus brazos envolviendo a su hija con calidez—. Sé que te he presionado mucho todo este tiempo. Lo he hecho porque te amo y quiero lo mejor para ti.

Zelda, al sentir el abrazo, dejó escapar el aire que no sabía que había estado conteniendo. Las palabras suaves de su padre rompieron la barrera que había estado construyendo en su interior.

Padre... —comenzó, con un nudo en la garganta, pero Rhoam la interrumpió, acariciando su cabello con una suavidad inesperada.

Te he pedido mucho, hija mía. Te he exigido cosas que ningún padre debería exigir. Pero lo hice porque veo en ti un destino más grande de lo que puedas soñar. —La voz del rey era cálida, casi paternal, una faceta que Zelda había olvidado—. Hoy, quiero pedirte algo más, pero no como tu rey, sino como tu padre: concéntrate en tu labor sagrada. Sé que amas tus estudios, y te prometo que después de que todo esto pase, podrás dedicarte a lo que más te guste. Ya hablé con Prunia, y ella será tu maestra, tendrás un laboratorio propio. Pero primero, debes despertar tu poder para detener la calamidad que se avecina.

Las palabras del rey resonaron profundamente en Zelda. Rodeada por los brazos de su padre, se sintió segura y reconfortada, aunque la preocupación aún pesaba en su corazón.

Lo siento, padre... —Zelda dejó escapar un sollozo—. Nunca le di la importancia necesaria a este poder... y ahora estamos tan cerca de que la calamidad llegue. No estoy lista.

El rey se separó un poco y la miró directamente a los ojos, con una expresión de confianza y amor.

No te preocupes, Zelda. Sé que lo lograrás. Eres mi hija y tienes la fuerza de tu madre. Confío en que encontrarás el poder cuando más lo necesites.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Zelda, y su padre la abrazó nuevamente, esta vez más fuerte, como si quisiera protegerla del destino que ambos sabían que debía enfrentar. El abrazo fue largo, lleno de emociones contenidas, y entre sollozos suaves, la conversación terminó.

Cuando finalmente se separaron, el rey Rhoam, con una señal, llamó a los guardias que esperaban fuera. Link e Impa entraron en la sala, haciendo una reverencia al rey en cuanto cruzaron el umbral.

Impa, —dijo el rey con solemnidad—, te agradezco profundamente por haber servido a la familia real todos estos años y, sobre todo, por haber cuidado de mi hija. Pero en este viaje, será Link quien se encargue de protegerla.

Impa asintió con respeto, y Link dio un paso adelante, haciendo una reverencia aún más profunda. Para él, ser designado como el protector de Zelda era un honor que no tomaría a la ligera.

Confío plenamente en tus habilidades, Link, —dijo el rey, su mirada fija en el joven guerrero—. Sé que traerás de vuelta a Zelda sana y salva cuando todo esto termine.

Link asintió con determinación, dejando clara su comprensión de la magnitud de la tarea que se le había encomendado. El rey, con una sonrisa leve, se giró hacia ambos.

Ya les tenemos preparados dos caballos en la salida sur del castillo. Deben darse prisa, pero antes de partir, vayan a ver a Prunia. Tiene algo importante que decirles.

Zelda y Link asintieron, preparados para lo que vendría. Se retiraron de la sala, dejando al rey con Impa.

Cuando las puertas se cerraron, el rey miró a Impa con un rostro más relajado.

Impa, ahora que ya no tienes la responsabilidad de cuidar a Zelda, tengo una última petición para ti: entrena con los Sheikah y ayuden a los campeones a hacerse más fuertes. Sé que, aunque has estado ocupada, tu fuerza rivaliza con la de los generales de Hyrule. Incluso, hace años, solo Rohin, el padre de Link, era más fuerte que tú. Pero ahora, ese tiempo ha pasado, y debes prepararte para lo que viene.

Impa, con la solemnidad que la caracterizaba, asintió profundamente. Sabía lo que debía hacer. Era su deber seguir protegiendo Hyrule, esta vez en el campo de batalla, fortaleciendo a los campeones y preparándolos para el inevitable enfrentamiento con la calamidad.

Cumpliré con mi deber, majestad, —respondió Impa con firmeza, antes de inclinarse una última vez y salir de la sala.

El rey Rhoam se quedó solo, sus pensamientos vagando entre el deber de proteger el reino y el amor por su hija, consciente de que la verdadera batalla aún estaba por comenzar.

Link y Zelda se dirigieron hacia el laboratorio de Prunia, aún en el castillo. Mientras caminaban, Zelda seguía aferrada al brazo de Link, como si estuviera siendo escoltada por un caballero en un baile. A pesar de que el día anterior se había sentido nerviosa al hacer algo así, ahora todo parecía más natural. Los dos caminaban en silencio, disfrutando de la compañía mutua, mientras la tensión de la reunión con el rey se disipaba lentamente.


El laboratorio de Prunia estaba lleno de tecnología avanzada Sheikah. Al entrar, lo primero que llamó la atención de ambos fue la increíble cantidad de dispositivos y mecanismos que cubrían cada rincón del lugar. Pantallas luminosas, proyecciones holográficas, y complejas máquinas emitían un leve zumbido. La sala era un espectáculo de luces y artefactos de diseño futurista que parecían no pertenecer a ese tiempo. Los paneles brillaban con símbolos Sheikah, y las cámaras de vigilancia conectadas a proyecciones de imágenes en tiempo real les permitían observar cualquier parte del castillo desde ahí. Había partes de mecanismos flotando dentro de burbujas de energía, y herramientas desconocidas para ellos descansaban sobre mesas de trabajo. Ya habían estado en este lugar varias veces pero nunca dejaban de sorprenderse, en especial Zelda quien tenía un gusto extraordinario por la tecnología sheikah que ahí se investigaba.

Zelda no podía ocultar su asombro, sus ojos se llenaron de emoción mientras observaba la tecnología con una fascinación casi infantil. Aunque Link, siempre reservado, no mostraba tanto entusiasmo como Zelda, era evidente que también estaba impresionado. Los artefactos ante ellos superaban cualquier cosa que hubiera visto en su vida.

Prunia los estaba esperando, y cuando vio a Zelda aún aferrada al brazo de Link, no dejó pasar la oportunidad de bromear.

Vaya, vaya... —dijo Prunia con una sonrisa pícara—. Ojalá un día aparezca un caballero que me ande escoltando de su brazo y me haga sentir tan segura como tú, Zelda.

Las palabras de Prunia cayeron como una bomba. Zelda, que hasta ese momento no había reparado en lo natural que le parecía ir del brazo de Link, se sonrojó intensamente, soltando su brazo de inmediato con torpeza. Link, por su parte, aunque más discreto en sus gestos, intentó evitar que sus nervios se notaran, pero no pudo evitar que un leve rubor subiera a su rostro, lo cual hizo que Prunia se riera con ganas.

Oh, no te pongas así, Link. Es adorable verte nervioso. No lo disimulas muy bien, —dijo Prunia, provocando que el rostro de Link se tensara aún más en un intento fallido de mantener la compostura.

Tras divertirse un poco con su broma, Prunia finalmente volvió a su habitual actitud profesional y extendió la mano hacia Zelda.

Zelda, necesito tu tableta Sheikah por un momento, —dijo Prunia con tono más serio.

Zelda asintió, entregándole la tableta con cuidado. Prunia ya había descargado todos los datos necesarios de ella, por lo que ahora Zelda la usaba más que nada para sus investigaciones personales. El sistema de vigilancia del castillo, las proyecciones holográficas y otras funciones avanzadas habían sido posibles gracias a la información que la tableta proporcionaba. Pero esta vez, Prunia tenía algo especial que mostrarles.

Bien, chicos, escuchen atentamente. —Prunia se ajustó sus gafas y comenzó a explicar mientras manipulaba la tableta—. Estoy a punto de instalar un módulo prototipo en la tableta de Zelda: el "módulo de teletransportación". Básicamente, les permitirá viajar instantáneamente de un lugar a otro, siempre y cuando ya hayan estado allí con la tableta y haya un punto de teletransporte activado en ese lugar.

Los ojos de Zelda brillaron ante la perspectiva de una tecnología tan avanzada. Pero entonces, el tono de Prunia cambió un poco mientras su entusiasmo decaía.

Pero hay un pequeño detalle... —Prunia suspiró—. Actualmente, solo tenemos un punto de teletransporte activado, y está aquí, en este laboratorio. Así que, por ahora, no podrán viajar a ningún otro sitio.

El entusiasmo de Prunia se apagó por completo, y se dejó caer sobre una silla con exagerada desilusión, casi como si estuviera al borde de las lágrimas, en una especie de comedia dramática.

¡No es justo! ¡Todo mi trabajo y solo puedo hacer que vuelvan aquí! ¡Es ridículo! —se quejó, cubriéndose el rostro con ambas manos.

Zelda, siempre amable, se acercó a Prunia y la consoló con una sonrisa tierna.

No te preocupes, Prunia. Seguro que con el tiempo podremos activar más puntos de teletransporte, —dijo Zelda con un tono suave.

Link, siempre más pragmático, intervino también.

Aun así es una habilidad increíble. Nos permitirá volver al castillo cuando sea necesario, —comentó Link, mirando a Prunia con una leve sonrisa.

Al escuchar las palabras de Link, Prunia se animó de inmediato. Se levantó de un salto, con la energía renovada.

¡Exactamente! Esto servirá por si pasa algo en el castillo y necesitamos que ambos regresen de inmediato o para que escapen de alguna situación que se les complique —exclamó Prunia, volviendo a su habitual entusiasmo.

Zelda no pudo evitar sonreír ante la reacción exagerada de Prunia, mientras Link simplemente asentía, contento de haber levantado los ánimos. Tras un último ajuste en la tableta, Prunia les entregó el dispositivo de vuelta a Zelda.

Está listo, —dijo Prunia con una sonrisa orgullosa—. Ahora están listos para su viaje.

Cuando llegó el momento de despedirse, Prunia no perdió la oportunidad de hacer un último comentario pícaro.

¡Adiós, tortolitos! ¡Tengan cuidado en su viaje! —les dijo con una sonrisa divertida.

Zelda, que estaba a punto de tomar de nuevo el brazo de Link, se detuvo en seco al escuchar esas palabras, su rostro volviéndose rojo de inmediato. Decidió mantener las manos a su lado mientras salían del laboratorio. Link, aunque intentó disimular, también sintió cómo el rubor se apoderaba de su rostro. Pero esta vez, logró contenerse y mantener su expresión más o menos tranquila.

Al salir del castillo, encontraron a dos caballos ya preparados para ellos en la salida sur. Zelda montó su caballo, una hermosa yegua de color blanco, mientras Link subía a lomos de un corcel marrón oscuro. Link colgó los bolsones de ambos en sus respectivos caballos y luego ayudó a Zelda a montar su caballo. Ambos se miraron brevemente antes de iniciar su marcha, sabiendo que el viaje que tenían por delante sería largo y lleno de desafíos.

Mientras cabalgaban en silencio, una sombra apareció en el cielo. Revali, el orgulloso guerrero Orni, sobrevolaba el área, observando desde las alturas. Su mirada se centró en Link, y en sus ojos había un brillo de rechazo. A pesar de que Link había demostrado ser un guerrero capaz, Revali no podía evitar pensar que no era digno de una misión tan importante.

Con un batir de alas, Revali se dio la vuelta y voló en dirección a su región, su expresión reflejando claramente sus pensamientos: No es digno....


El viaje hacia la región de Farone había comenzado, y el sonido constante de los cascos de los caballos sobre el terreno era el único sonido que llenaba el aire durante los primeros momentos. El paisaje verde y ondulante de Hyrule se extendía ante ellos, mientras el viento suave acariciaba sus rostros. Zelda y Link cabalgaban en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Habían dejado atrás el bullicio del castillo y del laboratorio de Prunia, y ahora se adentraban en los vastos campos abiertos.

Conforme avanzaban, Zelda rompió el silencio con una voz tranquila pero curiosa.

Link... —comenzó mientras mantenía su mirada fija en el horizonte—, hay algo que siempre he querido preguntarte...

Link la miró con atención, pero no dijo nada, dándole espacio para continuar.

He oído hablar de tu habilidad "Procesamiento Paralelo". Sé que te permite ver el tiempo de manera más lenta y que parece no tener límites. Pero lo que quiero saber es... ¿cómo se siente? ¿Cómo sabes que puedes activarla? —Zelda lo miró ahora directamente, con sus ojos brillando de curiosidad.

Link pensó por un momento antes de responder. No estaba acostumbrado a explicar lo que sentía, especialmente cuando se trataba de sus habilidades, pero hizo un esfuerzo por ponerlo en palabras.

Es... natural, —empezó—, como mover una parte del cuerpo. No es algo que pase por sí solo, no es como respirar, que simplemente ocurre. Es algo que debo activar conscientemente, pero no me cuesta nada hacerlo. Es como si siempre supiera que puedo hacerlo, como si fuera parte de mí.

Zelda asintió lentamente, procesando la explicación. Luego, Link continuó.

Cuando obtuve mi primera habilidad, "Pensamiento Acelerado", recuerdo que en mi mente vi una especie de instrucción. Era vaga, casi incompleta. La descripción decía algo como: "La habilidad permite al portador ver el tiempo de manera suspendida por unos segundos, permitiendo lanzar contraataques. Solo se activa al esquivar un ataque enemigo".

Zelda lo miró intrigada mientras él continuaba hablando.

Al principio, no entendía del todo lo que significaba. Pero, durante un combate, cuando esquivé un ataque por primera vez, el tiempo se ralentizó a mi alrededor, y de repente, pude moverme normalmente mientras todo lo demás estaba suspendido. Sin embargo, en mis entrenamientos con mi padre y con Mipha, descubrí algo más... —Link hizo una pausa, recordando esos días—. La palabra "enemigo" en la descripción estaba mal. No solo se activaba contra enemigos; se activaba contra cualquiera con quien me enfrentara. Incluso descubrí que podía activar la habilidad de maneras inusuales, como cuando lanzaba un boomerang y lo esquivaba al regresar. Eso activaba el "Pensamiento Acelerado".

Zelda no pudo evitar sonreír ligeramente. A pesar de la complejidad de las habilidades, la explicación de Link parecía sencilla. Vagamente absurda, pero lo suficientemente clara para que ella lo entendiera.

Es curioso cómo esas habilidades funcionan de manera tan vaga, pero al mismo tiempo, depende del usuario cómo las fortalezca o cómo les saque más provecho, —comentó Zelda mientras procesaba lo que Link le había explicado.

Link asintió y luego añadió:

Sí, es así. Pero "Procesamiento Paralelo" es diferente. Es mucho más fuerte. A veces, me parece que usarla es casi excesivo... como si fuera un poder demasiado grande. Puedo activarla en cualquier momento, y aunque el tiempo que me da solo son unos segundos, es más que suficiente para hacer lo que necesite. Nada se mueve lo suficientemente rápido como para igualarme cuando estoy en ese estado.

Los ojos de Zelda se agrandaron ante esa revelación. ¿Tanto poder...? pensó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Después de un momento, no pudo evitar su curiosidad.

¿Me lo puedes demostrar? —preguntó con un tono de emoción y curiosidad. Link la miró por un segundo, y luego asintió con una leve sonrisa.

Sin decir una palabra, activó su "Procesamiento Paralelo". Zelda, sin darse cuenta, seguía cabalgando en silencio, pero cuando sintió un leve movimiento detrás de ella, su mente tardó en comprender lo que había pasado.

Al girar la cabeza, Link ya no estaba en su caballo. En su lugar, se encontraba sentado detrás de ella en su yegua. El corcel de Link ni siquiera se había inmutado por la ausencia de su jinete. Zelda estaba a punto de decir algo, pero al girar de nuevo, Link ya no estaba. En ese breve segundo, volvió a estar en su caballo, como si nada hubiera pasado.

Zelda parpadeó sorprendida, y justo cuando pensaba en lo que acababa de presenciar, notó algo en su cabello. Al tocarlo, se dio cuenta de que Link, en esos pocos segundos, le había hecho una cola de caballo perfecta.

Los ojos de Zelda se abrieron con incredulidad. ¿Cómo...?

¿Entiendes ahora? —preguntó Link con una sonrisa apenas perceptible, mientras cabalgaba con serenidad.

Zelda apenas podía creerlo. En cuestión de segundos, Link había bajado de su caballo, subido al suyo, arreglado su cabello y luego vuelto a su posición original sin que ella siquiera lo notara. Era una habilidad casi divina. Por un momento, comprendió lo que debieron sentir Revali y Daruk al enfrentarse a Link. El poder de Link estaba a un nivel completamente diferente.

Es... impresionante, —dijo finalmente Zelda, aún atónita. Luego, sonrió ligeramente—. Ahora entiendo por qué Revali siempre parece tan frustrado contigo...

Link rió suavemente, aunque mantuvo su enfoque en el camino. Ambos continuaron cabalgando en silencio por un rato más, disfrutando de la paz del viaje y del viento que los rodeaba. A pesar de la inminente calamidad, había algo reconfortante en el simple acto de cabalgar juntos, rumbo a su destino.


La tarde comenzó a caer lentamente, y las sombras de los árboles se alargaban sobre el camino. Link y Zelda mantenían un ritmo constante, y aunque ya no intercambiaban palabras, una nueva comprensión se había formado entre ellos. El viaje hacia Farone continuaba, y con cada paso de los caballos, se acercaban un poco más a su próximo desafío.

El sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas, y la luz del día se desvanecía rápidamente mientras Link y Zelda cabalgaban hacia el Bosque de Farone. La densa espesura de los árboles se cernía sobre ellos, y aunque el bosque de día era conocido por su belleza, al caer la noche, tomaba una apariencia más oscura y misteriosa. Las sombras se alargaban, y el silencio del bosque, roto ocasionalmente por el sonido de algún animal nocturno, comenzaba a crear una atmósfera inquietante.

Link cabalgaba con la misma seguridad de siempre, sus ojos adaptándose con facilidad a la penumbra. Sin embargo, notó que Zelda, a su lado, comenzaba a mostrar signos de incomodidad. Su mirada nerviosa y su agarre más fuerte en las riendas de su yegua lo hicieron darse cuenta de que la oscuridad y el entorno estaban comenzando a afectarla.

Cuando el camino se volvió demasiado oscuro para continuar con seguridad, Link decidió que era mejor buscar un lugar donde acampar.

Vamos a detenernos aquí por la noche, —dijo Link con su habitual tono sereno.

Zelda lo miró sorprendida, pero agradecida de que no tendrían que seguir avanzando en la oscuridad. Link encontró un claro rodeado de árboles, con uno en particular que era grande y robusto, lo suficientemente alto como para ofrecerles algo de protección natural. Tras desmontar de su caballo, Link ató su corcel a una rama cercana, haciendo lo mismo con la yegua de Zelda antes de ofrecerle una mano para ayudarla a bajar.

Zelda aceptó la ayuda, pero cuando sus pies tocaron el suelo, el nerviosismo regresó a su voz.

Link... ¿trajiste una carpa o algo para pasar la noche? —preguntó, esperando que él sacara algo para protegerlos del frío y la oscuridad.

Link, en su característico tono plano, respondió simplemente:

No.

Zelda lo miró con los ojos muy abiertos, agitada. Ella tampoco había traído nada, asumiendo que él se encargaría de todo. Al ver su expresión de sorpresa, Link intentó tranquilizarla.

No es necesario, —dijo sin emoción—. Dormir al aire libre en un bosque no es tan malo como parece.

Zelda no podía creer lo que estaba escuchando. Cada vez que habían salido del castillo, los soldados siempre llevaban campamentos portátiles, carpas y todo lo necesario para pasar la noche cómodamente. Pero ahora, sin esas comodidades y con Link encargado de su protección, entendía que no podían ir cargados con tanto equipo si querían moverse rápido. Hasta ahora Zelda comprendió porque solamente traían 2 pequeños bolsón, y uno era el de ella, y estaba segura que ella no traía nada que le ayudará en esta situación.

Pero... —empezó Zelda, buscando una manera de expresar su preocupación, pero rápidamente se recordó a sí misma que siempre había querido acampar. Aunque acampar en el Bosque de Farone no era su idea original, tener a Link a su lado la hacía sentir más segura.

Lo que Zelda no esperaba era el nivel de adaptación de Link al bosque. Tras vivir cinco años con los Kolog en el Bosque Perdido, Link había aprendido a vivir en plena naturaleza, durmiendo sobre árboles, piedras, o cualquier lugar sin necesidad de comodidad. Esto no era un problema para él.

Sin embargo, al ver que Link no hacía ningún esfuerzo por preparar una fogata o algún tipo de refugio, Zelda comenzó a inquietarse.

Link, ¿no sientes frío? —preguntó, mientras la temperatura comenzaba a bajar—. ¿No crees que está demasiado oscuro? ¿No deberíamos preparar un lugar para dormir?

Link simplemente inclinó la cabeza, su expresión reflejando tranquilidad.

No es necesario.

Zelda comenzó a preocuparse más. Sabía que Link era el mejor guardaespaldas que podía pedir, pero en cuanto a campamentos, estaba claro que no era el mejor guía. No tenía ni idea de cómo afrontar la noche de esa manera, y no estaba segura de qué hacer.

Justo en ese momento, un leve tintineo en lo alto de un árbol llamó la atención de Link. Reconoció el sonido al instante: era Makore, uno de los Kolog, sus antiguos compañeros del Bosque Perdido. El pequeño ser descendió suavemente con su hoja Kolog, aterrizando en la mano extendida de Link.

Hola, Link, —saludó Makore con su habitual alegría.

Hola, Makore. Tiempo sin verte, —respondió Link con una sonrisa leve, recordando los años que había pasado con ellos.

Aunque en realidad no había pasado ni un mes desde la última vez que lo había visto, después de convivir cinco años juntos, ese tiempo se había sentido más largo.

Zelda, que no podía ver a Makore, frunció el ceño confundida.

¿Con quién hablas, Link? —preguntó, mirando alrededor con curiosidad.

Link la miró sorprendido.

¿No puedes ver a Makore? —preguntó, señalando al pequeño Kolog en su mano.

Zelda negó con la cabeza, y antes de que pudiera decir algo más, Link le preguntó a Makore por qué Zelda no podía verlo.

Porque nosotros podemos mostrarnos solo a quienes queramos que nos vean, —explicó Makore—. Como no la conozco, no quiero mostrarme todavía.

Link, sorprendido, intentó explicarle a Makore.

Pero ella es Zelda, la princesa de Hyrule. Es una buena persona.

Makore asintió, pero no cambió de opinión.

Sé que es una buena persona. Puedo ver su corazón, —dijo el Kolog—. Pero eso no importa para los Kolog. No nos afecta si alguien es noble o no. No me mostraré solo porque es la princesa, pero... en realidad, no lo hago porque veo que estás en apuros y quiero ayudarte.

Link lo miró confundido por un momento. ¿En apuros? pensó. Justo cuando iba a responder, Makore continuó.

Eres un tonto tratando así a tu chica, —bromeó el pequeño Kolog con una risa traviesa.

Link se sonrojó y estaba a punto de responder que Zelda no es su chica, pero al notar la mirada curiosa de Zelda, que lo veía hablar aparentemente solo, decidió no corregirlo. En lugar de eso, buscó otra manera de expresarse, pero Makore lo interrumpió.

Da igual si es tu chica o no, —dijo, con un tono despreocupado—. Pero no deberías tratarla así. Ella no es como tú. Tú has vivido en el bosque muchos años, obviamente estás acostumbrado a esta vida. Pero ella es la princesa, ¿o eso es lo que dices? Deberías darle un poco más de comodidad.

Link reflexionó sobre las palabras de Makore y asintió con agradecimiento.

Tienes razón, Makore. No había pensado en eso... —admitió Link, avergonzado.

Makore, con una expresión orgullosa, sonrió.

No te preocupes, para eso están los amigos, —dijo antes de lanzarle una pequeña alforja mágica a Link. Zelda, que no podía ver a Makore, solo observó cómo la alforja aparecía mágicamente en las manos de Link.

Link miró la alforja con curiosidad.

¿Qué es esto? —preguntó.

Es una alforja mágica que el Gran Árbol Deku preparó para ti, pero se nos olvidó dártela cuando te fuiste del bosque. Tiene más espacio del que parece, puedes meter muchas cosas ahí aunque no es infinita. En su interior hay una cama al estilo Kolog para que se la des a la princesa.

Link, sintiéndose aliviado, preguntó si por casualidad había otra cama para él, a lo que Makore respondió con una risa traviesa.

No, si quieres una cama, tendrás que dormir con la princesa, —dijo Makore, riéndose mientras se elevaba de nuevo en su hoja Kolog.

Link suspiró, rascándose la cabeza, sabiendo que probablemente podrían haber puesto más camas dentro de la alforja, pero Makore no lo hizo por pura maldad. Aun así, agradeció al Kolog por el regalo, aunque sabía que su pequeño amigo se estaba divirtiendo a su costa.

Antes de irse, Makore le lanzó una última advertencia.

Y ahora, explícale a tu chica por qué la has ignorado todo este tiempo en la oscuridad mientras hablabas solo.

Link parpadeó, dándose cuenta de que Zelda seguía allí, observándolo con una mezcla de confusión y molestia. Los ojos de Zelda, al ser los de una hyliana normal, no podían ver bien en la oscuridad, a diferencia de Link, cuyo nivel le otorgaba mejoras físicas, incluyendo una visión superior incluso en la penumbra. Además, su alta resistencia le permitía ignorar el frío que Zelda había mencionado antes.

Link se giró hacia ella, viendo su expresión molesta. Se dio cuenta de que había estado hablándole a Makore mientras ignoraba completamente las preocupaciones de Zelda sobre el frío y la oscuridad del bosque. Con un suspiro, entendió finalmente su error y se preparó para explicarle todo.

Link, al ver la expresión de incomodidad y molestia en el rostro de Zelda, decidió que era momento de disculparse.

Lo siento, Zelda, —dijo con sinceridad, inclinando levemente la cabeza—. No debería haberte ignorado. Estaba hablando con un Kolog, su nombre es Makore. Son criaturas del bosque, muy amigas mías. Pasé mucho tiempo con ellos mientras vivía en el Bosque Perdido.

Zelda, aún algo confundida y sin poder ver a Makore, comenzó a relajarse poco a poco ante las palabras de Link. Respiró hondo y le dedicó una pequeña sonrisa.

Está bien... —dijo, aunque el temblor en su voz por el frío era evidente—. Pero si quieres que te perdone por completo, ¿podrías hacer algo para quitarme este frío? No traje nada para abrigarme...

Link asintió, comprendiendo de inmediato. Metió la mano en la alforja mágica que Makore le había dado, buscando algo que pudiera ayudar a Zelda. Su mano se hundió en la alforja mucho más de lo que parecía posible, como si hubiera un espacio infinito dentro. Zelda observó con asombro mientras Link sacaba una cama lo suficientemente grande para dos personas. Aunque Makore la había llamado "cama", en realidad era una gruesa sábana Kolog que se extendía sobre el suelo, proporcionando una comodidad sorprendente para lo que parecía ser solo una manta.

Link la colocó cerca del gran árbol y luego, con un leve movimiento de cabeza, activó su "Procesamiento Paralelo". En ese instante, el tiempo a su alrededor pareció detenerse. Link se movió rápidamente entre los árboles cercanos, talando algunos con su espada en cuestión de segundos y recogiendo suficiente madera para armar una fogata. Al regresar al campamento, frotó dos ramas con destreza, encendiendo el fuego sin dificultad.

Todo el proceso, que debería haber tomado mucho más tiempo, ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Para Zelda, apenas habían pasado unos segundos cuando la cama ya estaba colocada, la fogata crepitaba con un fuego cálido, y la oscuridad del bosque retrocedía ante el suave brillo de las llamas. Finalmente, comenzó a sentir el calor recorrer su cuerpo, y un suspiro de alivio escapó de sus labios.

Gracias... —murmuró mientras se sentaba sobre la cama improvisada—. Me siento mucho mejor ahora.

La cama Kolog, aunque simple, era sorprendentemente cómoda y cálida, mucho mejor que el frío suelo del bosque. Zelda, sin embargo, parecía cabizbaja. A pesar de sentirse mejor, no podía evitar sentir que no había aportado nada al campamento.

Lo siento, Link... —dijo, con un leve temblor en la voz—. No sé hacer nada por mí misma. Ni siquiera sé cómo ayudar...

Antes de que pudiera continuar, Link la interrumpió suavemente, sentándose cerca de ella.

No te preocupes, Zelda, —le dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Fue mi error no haber pensado en todo esto desde el principio. Soy yo quien debe protegerte y asegurarme de que estés bien. Si no fuera por Makore, probablemente ni siquiera me habría dado cuenta. Podrías haberte enfermado por mi culpa.

Zelda lo miró, sorprendida por su sinceridad, y una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Sin embargo, no podía evitar sentirse culpable.

No, Link, —dijo—. Yo debería haber traído algo para abrigarme. Fui descuidada...

Link negó con la cabeza, y así comenzó una especie de competencia entre los dos, donde ambos intentaban disculparse más que el otro. Al final, fue Zelda quien rompió el ciclo con una risa suave.

Gracias, Link. A pesar de todo, ahora ya puedo ver y estoy calentita, así que... gracias.

Link sonrió, sintiéndose aliviado por verla más tranquila.

No te preocupes. A partir de ahora todo estará bien. Prometo mejorar como guía en este viaje.

Zelda sacudió la cabeza suavemente, sus ojos brillando bajo la luz del fuego.

No eres mi guía, Link, —dijo con un tono firme pero cálido—. Eres mi compañero de viaje. Aprendamos juntos. No quiero ser solo un estorbo. Divirtámonos y aprendamos nuevas cosas juntos. De hecho, la próxima vez, quiero aprender a encender la fogata yo misma.

Link se echó a reír levemente ante el entusiasmo de Zelda.

Está bien, Zelda, —dijo, aceptando su propuesta.

Después de un momento de paz compartida, Link volvió a meter la mano en la alforja, buscando algo más. Para su sorpresa, encontró dos platos de comida preparados, una cortesía mágica de Makore. Agradeció en silencio al pequeño Kolog por el regalo. Los platos estaban llenos de frutas, algo típico en la dieta de los Kolog, pero al ser frutas del Bosque Perdido, eran mucho más grandes y sabrosas que las normales.

Toma, Zelda, —dijo Link, ofreciéndole un plato.

Zelda aceptó con gratitud. Al probar la primera fruta, sus ojos se iluminaron. Era dulce, jugosa, y mucho más deliciosa de lo que hubiera esperado. Ambos compartieron la comida, disfrutando del silencio cómodo entre ellos, y de la tranquilidad del bosque, ahora iluminado por el resplandor de la fogata.

Finalmente, cuando Zelda terminó de comer, se dejó caer sobre la cama Kolog. Aunque era solo una gruesa manta sobre el suelo, la comodidad y el calor que proporcionaba eran más que suficientes para ella.

Voy a dormir ahora, —dijo Zelda con un bostezo. Gracias por todo, Link.

Duerme tranquila, —respondió él—. Yo haré guardia.

Zelda, al borde del sueño, lo miró por un momento.

Sabes que puedes descansar también, ¿verdad? —preguntó suavemente.

Es mi deber protegerte, Zelda. Estaré aquí, cuidando de ti, —dijo Link con serenidad.

Zelda sonrió, sabiendo que estaba en buenas manos. Cerró los ojos y, arrullada por el sonido suave del viento entre los árboles y el calor de la fogata, se dejó llevar por el sueño.

Link se quedó junto a la fogata, observando cómo las llamas danzaban en la oscuridad. Aunque su misión era proteger a la princesa, por primera vez en mucho tiempo, no sentía el peso de la responsabilidad como una carga, sino como algo natural. Sabía que, de ahora en adelante, ambos enfrentarían lo que viniera como compañeros.

El bosque de Farone, aunque oscuro y lleno de misterios, parecía menos amenazante con el calor de la fogata y la presencia de sus compañeros cercanos. Con la vista fija en el horizonte y sus sentidos alerta, Link se preparó para una larga noche de vigilancia.

Habían pasado alrededor de cuatro horas desde que Zelda se había dormido. La madrugada comenzaba a avanzar lentamente, y el ambiente en el bosque de Farone era tranquilo, casi en calma absoluta. Link estaba sentado junto a Zelda, recostado contra el tronco del gran árbol que les servía de refugio. Sus ojos estaban cerrados, y sus manos entrelazadas descansaban sobre la Espada Maestra que yacía en su regazo. Aunque sus ojos parecían cerrados, sus sentidos estaban más alerta que nunca. El más mínimo sonido en el bosque no escapaba a sus oídos agudizados.

Zelda, durmiendo a unos centímetros de él sobre la cama Kolog, comenzó a agitarse en su sueño. Tal vez estaba teniendo una pesadilla, o tal vez simplemente buscaba algo en qué refugiarse. Sus manos intentaban abrazar la gruesa sábana sin éxito, buscando consuelo. Link, al notar su inquietud, abrió los ojos con calma y la observó. Durante un momento dudó, pero finalmente decidió hacer algo para tranquilizarla. Extendió su mano hacia Zelda, permitiéndole tomarla.

Zelda, aún dormida, sintió el contacto de la mano de Link. Aunque su mano estaba algo fría debido al sereno de la noche, también desprendía un calor reconfortante, rodeada por la textura del guante que siempre llevaba. Inconscientemente, Zelda apretó la mano de Link con fuerza, encontrando la calma que necesitaba. Su respiración se estabilizó, y su agitación se desvaneció mientras volvía a dormir plácidamente.

Link la observó con ternura. Verla tan tranquila, aferrada a su mano como una niña con su peluche, lo hizo sonreír levemente. Entonces, recordó las palabras de Makore: "Tu chica". De repente, en la soledad de la noche, un leve sonrojo se extendió por su rostro. Negó con la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos, pero su mente lo llevó de vuelta a una conversación que había tenido con su padre hacía muchos años.

Recordó cómo, cuando apenas era un joven, su padre le había preguntado:

"¿Es linda la princesa, Link?"

En aquel entonces, Link había respondido que sí. Ahora, en la oscuridad del bosque, la voz de su padre resonó de nuevo en su mente:

"¿Es hermosa la princesa, Link?"

Link suspiró, respondiéndose a sí mismo en un susurro apenas audible:

Ahora es mucho más hermosa que antes, padre... —Su voz, apenas un murmullo, cargaba con un ligero peso de desmotivación—. Pero no creo que alguien como yo pueda tener ese tipo de relación con la princesa del reino...

Link no lo había pensado detenidamente hasta ese momento, pero tras la "cita" que habían tenido el día anterior, entendió que se sentía atraído por la princesa. No estaba seguro si era amor, pero lo que sí sabía es que Zelda le gustaba. Sin embargo, trataba de mantener la compostura y la serenidad. No quería distraer a Zelda de su misión sagrada, así que durante este viaje debía mantenerse profesional. Lo más importante era ser su amigo, su protector.

Mientras sus pensamientos vagaban, un ruido leve captó su atención. Sus oídos agudos lo detectaron de inmediato: un sonido como el de una explosión, cada vez más cercano. En cuestión de segundos, el humo se dispersó entre los árboles y aparecieron dos figuras con las vestimentas características del Clan Yiga. Instantes después, un tercer miembro del clan, más imponente, un general Yiga, emergió de entre las sombras. Su voz gruesa rompió el silencio del bosque.

Así que esta es la princesa y su guardia... Creo que el comandante Kog estará feliz de que le llevemos sus cabezas.

Link, sin cambiar su expresión, miró a los Yiga desde su posición. Su mano seguía firmemente tomada por Zelda, y él sentía que, por nada del mundo, quería romper ese contacto. Menos aún por unos bandidos. El cansancio de las últimas horas y los pensamientos que había tenido lo habían dejado sin ánimo para pelear. Con una voz serena pero firme, les respondió:

No tengo ganas de pelear. Desde que maté al Centaleón Dorado, he estado conteniendo mi fuerza. Y ahora quieren venir a matar a la chica de la que me estoy enamorando. No les conviene pelear conmigo. Les doy tres segundos para huir si quieren salir con vida.

Los Yiga, incrédulos ante la advertencia, soltaron risas burlonas y prepararon sus armas.

Uno, —contó Link, sin emoción.

Los Yiga tomaron posición, listos para atacar.

Dos.

Los Yiga comenzaron a correr hacia él. Pero cuando Link pronunció el "tres", los dos reclutas Yiga desaparecieron de inmediato, como si hubieran sido lanzados por los aires. Volaban en direcciones opuestas, sus ecos resonando en la distancia mientras el bosque los engullía.

El general Yiga, que aún permanecía frente a Link, observó con incredulidad. Al mirar de nuevo, vio que Link seguía sentado junto a Zelda, con su mano tomada por ella, como si nada hubiera pasado. Pero antes de poder reaccionar, en un parpadeo, Link apareció frente a él.

Un golpe directo al estómago del general Yiga lo dejó sin aire. El dolor era insoportable, pero lo que realmente lo congeló fue la voz de Link, susurrando en su oído.

No te dejo ir para que informes a tu jefe, porque sé que seguirán mandando a más después de ti. Pero tampoco quiero matarte aquí y dejar este lugar ensangrentado. No quiero que Zelda vea eso. Así que dejaré que la caída haga el trabajo por mí. Si sobrevives, dile a los tuyos que cualquiera que intente poner una mano sobre Zelda... tendrá que vérselas conmigo.

Con ese último susurro, Link propinó un golpe tan fuerte que el general Yiga fue lanzado por los aires, volando en una dirección diferente a la de sus reclutas. Link volvió a su posición junto a Zelda, su mano de nuevo tomada por ella como si nada hubiera pasado.

Mientras el general Yiga volaba por el cielo nocturno, el dolor lo despertó de la inconsciencia. En su mente solo había una cosa clara: Si sobrevivo, solo les diré a los míos que se alejen de ese monstruo... No podemos con él. Esos fueron sus últimos pensamientos antes de estrellarse contra el mar de Farone a una velocidad aterradora. El impacto fue suficiente para terminar el trabajo que Link había comenzado.

Link, de vuelta junto a Zelda, la observó una vez más. Su mano seguía aferrada a la suya con fuerza, ajena al peligro que había pasado en cuestión de segundos. Miró su rostro tranquilo y relajado, y se permitió un leve suspiro. A pesar de los peligros que los acechaban, por un momento, todo estaba en calma.