El Ascenso de un Científico Loco
¡Descubriré cómo funcona el mundo!
Epílog 2
Lazos Eternos. Myne.
"¿Padre, madre? ¿De verdad deben dejarnos?"
Rozemyne tomó la mano de su hija menor, Irene, sonriéndole en un intento por calmarla. Su pequeña que ahora tenía pequeños propios, traviesos y revoltosos deambulando por los pasillos de una finca del barrio noble de Ehrenfest. Alexander, el mayor, también estaba ahí. Su precioso primogénito era ahora un Zent Emeritus, parte de los ministros y consejeros del Zent actual, una joven de Ahrsenbach ni más ni menos que parecía llevarlo bien tras tres años en el trono.
"Su madre y yo debemos irnos juntos. Tenemos asuntos pendientes con los dioses." Explicó Ferdinand con calma y paciencia, cómo si sus retoños fueran todavía niños preguntando maravillados por todo cuanto los rodeaba.
"Pero…"
"¡Irene, basta!" regañó Leonardo, el segundo de sus hijos "De sobra sabes que no pueden sobrevivir sin el otro. Y por más que sea nuestro deseo tenerlos aquí para que vean crecer a nuestros hijos, Dregarnuhr no va a parar de hilar ni los otros dioses de intervenir en el tejido. Si el momento ha llegado, debemos aceptarlo con elegancia."
Su querido Leo seguía siendo tan empático… y tan bueno para el drama como Sylvester, ¿quién lo habría pensado? Rozemyne soltó una leve risita divertida al recordar a su hijo discutiendo con Ferdinand por cómo se comportaba en ocasiones… aunque la risa fue pronto interrumpida, tornándose en tos.
"¿Mamá, estás bien?"
"Estoy bien, Francoise. Es solo una tos, mi niña."
Francoise, la tercera, tan solo puso sus brazos en jarras mirándolos a ambos con el ceño fruncido y una fina línea en sus labios.
"Les he dicho que puedo traerles alguna píldora o poción para ayudarles con la incomodidad, pero…" comenzó a quejarse su hija, una de las mejores eruditas especialistas en sanación, a nadie en partículas, tomándose el puente de la nariz sin llegar a terminar.
"Estamos bien, Francoise. Tu madre y yo no podríamos estar más cómodos. No nos despidas tan ceñuda, por favor."
"¡Si, papá!" suspiró la aludida y Rozemyne tuvo que sonreír.
Ferdinand la tomó de la mano y luego alargó la otra para tomar las de sus hijos y colocarlas sobre las manos entrelazadas de ambos.
No estaban enfermos, solo demasiado cansados. Sus vidas habían sido buenas y muy fructíferas. Era cómo si los dioses se hubieran asegurado de pagarle todo el dolor y el sufrimiento de su infancia con una vida de matrimonio cargada de amor y calidez. Era cómo un sueño, o al menos así lo sintió por años.
Se casó con el hombre que amaba, al cual procuraba seducir sin importarle el momento o el lugar. Verlo sonrojarse siempre la ponía de muy buen humor, sentirlo reclamarla con tanta pasión aquellos días en que ella y Alerah se ponían más creativas de lo usual era algo de verdad increíble. Tener a su madre cuando llegaron sus hijos uno a uno, guiándola sobre cómo ser una madre amorosa, con Margareth del otro lado moderandolas a ambas para que no los consintiera de más fue toda una experiencia. Aunque no tan satisfactorio cómo ver a sus hijos creciendo rodeados de otros niños, ya fueran los hermanos gemelos de Rozemyne, que los visitaban de manera constante, o los hijos de su séquito y el de Ferdinand.
Fue cómo tener una inmensa familia feliz, escribiendo memorias agradables del lugar donde nació, dejando solo buenos recuerdos en su memoria.
Volver a Eisenreich cuando Alexander tuvo a su hijo más pequeño y destruir Adalgiza para siempre fue doloroso, pero también lo correcto. Su hijo se desempeñó como un excelente gobernante y ellos pudieron gozar de un retiro tranquilo en Eisenreich, con el resto de su familia.
"Madre, padre" dijo Alexander cuando los demás se soltaron, saliendo a petición de Ferdinand en tanto ella se perdía en sus memorias "yo… gracias. Creo que nunca les dije cuánto significó su apoyo constante para mí, o todas esas lecciones que me hicieron aprender al volverse Glukitat para mí en mi juventud."
"Porque no era necesario agradecernos nada, Alexander" respondió Ferdinand sonriendo "¡Todo lo que hicimos por ti , por tus hermanos, fue por amor!"
"Estamos muy orgullosos de ti , Alexander." Dijo ella sin dejar de mirarlo, su pequeño milagro.
"Lo sé. Siempre nos lo dicen."
"Porque es cierto, Alexander. La vida es demasiado corta y Dauerleben puede retirarnos su bendición en cualquier momento. No quiero que nadie en esta familia suba la imponente escalera con arrepentimientos."
Hubo algunos abrazos más, a parte de los ya intercambiados menos de media campanada atrás y Alexander salió, dejando entrar a todos los juramentados que tenían.
Los hermanos de Ferdinand con sus esposas y nadie más.
Rozemyne sonrió. A lo largo de los años varios no les les entregaron sus nombres con señal de devoción absoluta… y a todos les devolvieron sus nombres una o dos semanas atrás, a todos excepto a estos cuatro.
"¿Y cuándo nos vamos?" preguntó Laurenz, siempre juguetón y fuera del protocolo al estar fuera de servicio y de la vista de otros.
"No creo que tardemos mucho" respondió Ferdinand indicando los otros dos sillones para que las otras dos parejas pudieran sentarse "¿Algo que decir antes de que seamos arrastrados a la guardia de Mestionora?"
Tuvo que reír de aquella expresión. A pesar de todo ese tiempo, Ferdinand nunca dejó de sentir cierto desdén hacia la diosa de la sabiduría. A estás alturas ya era un hábito del que no podía dejar de reírse.
"No, milord. Justus y yo ya nos hemos despedido de nuestras familias."
"Nosotros también nos despedimos ya, milady" aseguró Alerah recargandose con una enorme sonrisa gatuna "dejamos nuestras empresas a buen recaudo, nos despedimos de nuestros hijos y tuvimos un ultimo trío con nuestra dulce Freida."
"¡Alerah!" regañó Margareth con los pómulos rojos, en tanto los demás se reían.
"¿No está Freida muy molesta de que no podrá Ir con nosotros?" preguntó Rozemyne con curiosidad. Nunca supo cómo lograron que ese matrimonio funcionará tal y cómo deseaba el pervertido de su cuñado.
"Admitió que va a ser difícil dormir sola" respondió Laurenz alza do los hombros y mirando al techo.
"También dijo que al fin podrá descansar de las labores maritales" sonrió Alerah tratando de no soltar una risilla "Estará bien. Le dijimos que tome un amantv o un esposo si se siente muy sola, sin embargo, ya saben cómo es. Dijo que cuidar y administrar las ganancias de la empresa de lencería y la de los cursos y libros de las artes materias la mantendría ocupada."
"¡Una vez comerciante…!" comentó Justus en tono divertido y todos tuvieron que asentir.
"Espero que no les moleste mucho, pero hice algunos arreglos" comentó Ferdinand luego de un momento, dando un par de toques con el schtappe a un pequeño papel que no tardó en convertirse en avión y volar.
No pasó más de tres respiraciones cuando las puertas se abrieron.
Hartmuth y Clarissa estaban ahí con su entusiasmo usual, colmando a Rozemyne de alabanzas antes de mirar a Ferdinand y cruzar los brazos en deferencia sin que nadie alcanzará a comprender, salvo por el peliazul.
"Zent Emeritus nos ha solicitado un par de favores especiales" explicó Clarissa de inmediato, sonriendo y ya en pie "Los ayudaremos a que la transición entre este reino mortal y la ascensión de la altísima sea lo más pacífica posible con una bendición para dormir."
"Por supuesto, nos quedaremos atrás para asegurarnos de guiar a los nobles de todo el país y asegurar que el culto a los dioses y a nuestra divina y santa reina siga en pie. La cuarta generación de protectores del Templo ya ha comenzado a balbucear, así que los alcanzaremos cuando estemos seguros de que sean conscientes del enorme regalo que Zent Emeritus y la Reina Santa han dejado para ellos en este simple jardín de mortales. ¡Ay de ellos! ¡Nuestros pobres y desafortunados bisnietos por no poder…!"
"¡Hartmuth!"
"¡Por supuesto, mi santa señora! No los entretendremos más."
"Solo acomódense y relájense. Estarán soñando y luego subiendo en apenas un suspiro."
Decidió que no le importaba más lo que hicieran los otros. Ella solo se abrazó a Ferdinand, intercambiando un último beso y acurrucándose entre sus brazos antes de que las luces de bendición de sus antiguos juramentados pudieran darles alcance para ayudarlos a dormir y, en efecto, a saludar a los dioses.
.
Nota de las Autoras:
¡Feliz Navidad a todos!
Por problemas técnicos no habíamos podido actualizar, pero esos problemas han quedado atrás, dándonos la oportunidad de obsequiarles dos capítulos por Navidad. Esperamos que los disfruten.
