Capítulo 6: Reflexionar
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Sería absurdo volver a negarse. Creía que era la mejor escapando de la realidad en cuanto quisiese, encontrar pretextos para desmentir algún sentimiento que aborrecía por el simple hecho de que era prohibido, apocalíptico y aterrador en el mundo de Mogami Kyoko. Si no luchaba y consentía fácilmente la tenebrosidad de los que ella misma sentenciaba pecados, perdería la cabeza, desvariaría luego culpándose por ser débil y ceder al infierno.
Pero...
Todo comenzó con esa película. Todo comenzó por culpa de Akiko. Mogami Kyoko se escandalizaría de tan solo oír las escenas que incluiría esa película, y sería inadmisible y aún peor que le ofrecieran encarnar a una fémina de tal naturaleza, hasta que oyó a Tsuruga Ren. A los ojos de él nunca pasó a ser considerada una mujer. Era una mojigata, insulsa y puritana, inexperta en hombres, que jamás podría personalizar la sensualidad o sexualidad de una mujer como Akiko. Y todo eso era verdad. Frente a ese hombre, jamás debió ser objeto de deseo, y aquello dolió mucho más después de saber que él no contenía algún sentimiento romántico hacia ella. Cometió un pecado, fue débil y consintió volverse una vez más una tonta por amor.
Ya sea por orgullo o por venganza persiguió a un personaje que no sabría retratar, no sin la experiencia de un mundo en el que una señorita decente y decorosa no debía siquiera pensar. Encontró la oportunidad, y la utilizó, entregándose a los labios del enemigo. Era adictivo y tan caliente, sentir sus labios y su lengua explorar su boca. Su intensa mirada y sus manos recorriendo su cuerpo, la hicieron sentir por primera vez una mujer deseada, sensual y sexual. Una mujer que creyó jamás sería Mogami Kyoko. Algo había cambiado en ese momento. Ya no era una ordinaria mujer sin atractivo sexual, no una mojigata e inexperta en hombres. Y lo reconoció solo después de mucho tiempo, le gustó desde un comienzo.
Pero una cosa era practicar para el rol y otra era de verdad desear sexualmente a un hombre. Era bochornoso e inaceptable, era un pecado que se acentuaba con el hecho de que ese hombre era el enemigo, el bastardo número dos, el perro pervertido e infernal: el Beagle.
Como si fuese una hembra en celo, se retorció despacio, jadeante, buscando que esos dedos que se acercaban insinuante bajo sus brazos fuesen hacia sus senos excitados. Fue un placentero masaje el que le dio a su espalda, solo por esa razón lo había dejado seguir. El Beagle sabía dar masajes, y llevarla luego al terreno de la lujuria y el libertinaje. Con el tacto de sus dedos, sintiéndolo aspirar cerca de su cuello, y susurrándole cosas al oído, lo conseguía. Su voz era pecaminosa y sus labios lo eran aún más cuando rozaban su oreja.
Cuando sintió que sus dedos rozaron sus sensibles senos, se mordió el labio para contener un gemido de excitación y expectación. Esperaba que dejara de tentarla, que actuase precipitadamente y le tocase los senos. Estaba por volverse loca, y también estaba muy cerca de frustrarse si él no lo hiciera.
Él debió saberlo, porque dejó de tocarla en ese instante, y sin darse cuenta, ella dejó salir un gruñido.
Kyoko se abochornó por su reacción y por el intenso deseo que la encendía hacia lo prohibido.
Reino se levantó de la cama, y Kyoko se volvió hacia él, sobresaltada, cerca de enfurecerse sin motivo alguno, más que la frustración a la que él la sometía. Se vengaría y sería insoportable con él si la dejaba así. Él debió ver fuego en sus ojos, porque parecía medianamente sorprendido. La comisura de sus labios se curvaba con esa sonrisa y esa mirada prometedora, que mandaban escalofríos por todo el cuerpo.
—¿Quieres más?
Era eso lo que quería, una parte de ella gritaba que sí, y otra que se apagaba, con el mal funcionamiento de su cerebro debía decir que no, que aquello era un pecado, y que una señorita decente y de buena moral, diría que...
—Sí —se sorprendió susurrando, sintiendo que la piel ardía con anticipación. Inconscientemente se relamió los labios, le miró a sus ojos violetas, su boca y luego su cuerpo.
Él volvió a sentarse tras su espalda, fuera de su campo de visión, y cuando sintió sus dedos masajear sus hombros, gimió de placer. Aunque no era lo esperado, él era bueno en eso. Sus dedos eran firmes y callosos. Algo en lo que antes no se había fijado ni pensado tanto.
—¿Qué tocas? —preguntó en lo bajo, su voz de repente temblorosa al sentir su boca cerca de su cuello.
—Tu piel —le susurró besándole tras la oreja, y bajando a su cuello.
—¿Q-Qué instrumento musical tocas? —reparó, ruborizada, alejando un poco la espalda de él. Encontró de nuevo la indecisión por lo que estaba por suceder, no es que se sintiese incómoda con él, debía ser lo contrario, pero una vez conoció su boca y su cuerpo, ya no se sintió tan intimidada como antes lo hacía. Lo que la detenía, cada que su cerebro funcionaba, era el hecho de que eso estaba mal, que una señorita solo debería pensar en consumar en el matrimonio, además él era el Beagle, y jamás...
Lo sintió tras su espalda. Sus manos fueron a sus muslos e iban hacia la camiseta. Atrapó sus manos y lo detuvo, jadeando y llevando la cabeza hacia atrás, contra su hombro.
—No quiero perder la virginidad contigo —le dijo Kyoko con la voz entrecortada. Lo decía siempre como un mantra, aunque estuviese frustrada por lo que no terminó en el motel.
—Hoy solo serás tú, quiero verte correrte con mis dedos.
Kyoko agrandó los ojos. Se puso más roja de lo que estaba, y sintió la garganta seca. Ese término solo lo había conocido en el porno, y solo por esa razón lo entendía.
—¿U-Una mujer virgen puede tener un...orgasmo? —preguntó, ignorante y avergonzada.
Sintió su aliento en su cuello, e intuyó su sonrisa. Apretó sus manos, conteniendo la respiración.
—Sí, una virgen puede masturbarse y llegar al orgasmo —le dijo al oído, sobrecogiéndola —. La mera penetración no es lo ideal para un orgasmo femenino, se necesita más que solo eso. ¿Quieres probarlo? —El calor se centró súbitamente en su entrepierna, haciendo que pegase más la espalda a su torso.
La libido subía a niveles inimaginables, y la cabeza le daba vueltas. Él no tenía ni un poco de pudor para hablar de eso, y ella se puso demasiado abochornada por la curiosidad y por lo caliente que le estaba resultando todo. Ya no podía pensar en nada coherente. Solo podía pensar en la cercanía y en la palpable tensión sexual que había entre ellos.
Tal vez fuera lo que dijo lo que la hizo acceder con una irreconocible facilidad, o tal vez fue aquel masaje que la había relajado y dejado más receptiva a su tacto. Apartó las manos de los de él, con la respiración cada vez más agitada. Lo quería.
Reino arrastró los dedos hacia el borde de la camiseta que cubría sus muslos, mientras que la otra mano fue cerca de su nalga, instándola a que la levante para subir la camiseta. Kyoko lo hizo inconscientemente, demasiado excitada para pensar en lo que hacía.
—Demonios, caperucita. Eres tan hermosa y sensual, que me harás perder la cordura.
Kyoko respondió con un leve gemido, sin captar lo que decía. Sintió sus dedos recorrer los costados de su piel estremecida, y cuando bajó la vista, se dio cuenta que la desnudaba. Soltó un pequeño grito y tomó con una mano la camiseta que llegó cerca de sus pechos, mientras que con la otra se cubrió la entrepierna.
—No —le dijo, jadeante. Debajo de la camiseta no llevaba ninguna ropa interior, estaba completamente desnuda. Había lavado la tanga y la había puesto a secar al aire. No tenía otra lencería más que eso.
Reino bajó de nuevo la camiseta. Kyoko suspiró, pero se tensó cuando él llevó las manos adentro. Él comenzó a besar de nuevo su cuello, y por instinto, ella alzó una mano para alcanzar su cabellera. Se movía lento, le acariciaba el vientre e iba arriba, hasta tomar su seno. Tembló y gimió cuando lo estrujó suavemente, y le mordisqueó el lóbulo de su oreja.
—¿Y esto sí?
—B-Beagle...no...
Kyoko le negó, sin mucha convicción, y dejó salir otro gemido, mientras él masajeaba su seno lentamente. Todo lo hacía lento, como si tuviera especial cuidado con ella, tal vez lo hacía así, porque le tratase como un animalito con el que debía ir a ese ritmo para no asustarla, o tal vez lo hacía así solo para alargar el momento.
Manipuló y movió con facilidad su cuerpo a un costado para verle el rostro, apartando la mano de su seno, y la de ella de su cabello en el acto. Kyoko emitió un sonido, confusa, pero cuando se encontró con sus ojos, supo lo que quería. Él se acercó a su rostro para besarla, y Kyoko llevó las palmas de las manos a su pecho, deteniéndolo.
—Creo que es mejor que paremos —dijo con esa voz que desconocía. Lo que sucedía podía ser algo íntimo, pero la manera en que la tocaba sobrepasaba lo íntimo. Aquello no podía compararse en nada a lo que vio en la pornografía, y le estaba gustando tanto, que temía.
—¿Por qué? —preguntó tomando una de sus manos, y alzándolo para besar su palma.
Kyoko alejó sus manos de él, agrandando los ojos y reculando hacia atrás, pasmada por esa clase de cariño viniendo de él. Reino aprovechó eso, y la tendió sobre la cama, tumbándose sobre ella.
—E-Esto está siendo muy íntimo, creo que estás siendo muy cariñ... —lanzó de repente un gemido, y arqueó la espalda cuando sintió que sus dedos tomaron su pezón por encima de la tela, y lo rotaron suavemente— ¡Beagle! —gritó, llevando las manos a su espalda.
—Caperucita, te he dicho que quiero hacerte el amor, no tener sexo. Contigo quiero tomarme el tiempo, tocarte, besarte y disfrutar de todo tu cuerpo —tiró suavemente su pezón, haciéndola gritar de placer— ¿No te gusta cómo lo estoy haciendo?
Kyoko se agarró con más fuerza a su espalda, tirando y haciendo que su rostro se hallase más cerca al de él. Clavó sus ojos en los violetas, y esta vez no pudo evitarlo. La besó y ella cedió, con las oposiciones y resistencias en el olvido. Sus alientos se mezclaron mientras se devoraban la boca. Y cuando él alzó y arremangó la camiseta por arriba de su pecho, soltó sorprendida un pequeño grito contra sus labios, pero lo extremadamente cachonda que le puso cuando sus dedos fueron de nuevo a su pezón hizo que cualquier vergüenza fuese arrojada al vacío. Jadeó, algo reacia, cuando él bajó el rostro hasta sus senos, y le rodeó el otro pezón con la boca, humedeciendo antes de rodearlo con la lengua varias veces y después succionarlo. Echó la cabeza hacia atrás, llevando una mano a su cuello, y arañando con la otra la sábana, desesperada. Sus caderas se alzaron sin darse cuenta, en un reclamo de atención.
Reino succionó con más fuerza el otro pezón, arrancando de ella un gemido estrangulado de agonía y placer. Arqueó las caderas una vez más, enloqueciendo por el ardor y palpitar de su humedecido sexo.
—¡Beagle! —exclamó inconscientemente en una súplica.
La mano de él fue arrastrándose con lentitud desde su vientre hacia abajo. Su boca se apoderó de la suya antes de llegar hasta su centro empapado. Kyoko agrandó los ojos, y se agarró a su espalda, estrujando la tela de su camisa en sus manos. Cualquier palabra o sonido que emitiera fue amortiguado con sus labios y con un gruñido que él lanzó al notar lo mojada que estaba. Se retorció, azorada, por la manera en que la estaba tocando. Él se separó de su boca, y ella cogió, temblorosa, la mano que tenía en su sexo, intentando detenerlo.
—N-No lo hagas... Detente... —gimió, ladeando la cabeza de la vergüenza por verse desnuda frente a su mirada, y por sentir sus dedos tocando una vez más su intimidad.
—Me detendré entonces —Sus dedos se detuvieron, y Kyoko, sorprendida, volvió su mirada a él. Sintió molestia por la expresión arrogante que tenía en su rostro, y se enojó y frustró por la inmovilidad de sus dedos en su entrepierna. Él de repente volvió a moverlo, sacando de ella un gemido. Kyoko esta vez agarró con fuerza su mano. Sus caderas se movieron involuntariamente arriba, y ella quiso sacar esa sonrisita de triunfo de su rostro a cualquier costo.
—No me gustas...—jadeó, llevando la mano a su antebrazo, y pellizcándole la piel, para que quitase esa expresión—. Esto no es...lo que piensas...Esto solo es...
—¿Sexo? —Presionó rítmicamente el dedo sobre su clítoris, arrancando de ella un grito—. Sigue utilizándome, Kyoko...Pero lo que pasará entre nosotros no solo será sexo, me gustas demasiado, tanto que veneraría todo tu cuerpo.
—¿Te gusta tanto mi cuerpo? —Kyoko enredó sus dedos en su cabello, y se mordió el labio para contener sus gemidos. Estaba perdiendo la razón. No podía negarlo, quería que siguiese.
—Amo tu cuerpo —Detuvo sus dedos unos segundos y cuando los volvió a mover, sus ojos se oscurecieron, fijos en la expresión lasciva y sensual que había hecho—. Carajo—dijo en voz baja, inclinándose hacia su boca— Amo tu cuerpo... tu boca... Eres sensual, hermosa, tan deliciosa...
—Algo debe estar...mal con tu cabeza —susurró ella sintiéndose saciada de su respuesta. Se sentía una chica mala, sexual y poderosa ante aquel hombre que detestaba, y le gustaba.
Dejó que sus labios bajasen a los suyos, y no lo paró. En su cerebro se fue esfumando todo tipo de vestigio de razonamiento o vergüenza, al tiempo que sus hábiles dedos la enloquecían aún más con el placer que preponderaba. Sus lenguas se encontraron, y sus bocas se precipitaron, insaciables y voraces como si un afrodisíaco néctar los enajenase de cada minuto del reloj.
Kyoko comenzó a mover las caderas a la vez que sus dedos aumentaban el ritmo de sus movimientos. El explosivo placer, la tensión y la presión en su sexo que se incrementaba a segundos la sobrecogía y la tenía retorciéndose y gimiendo cada vez más alto. Reino la sujetaba de la cadera para que no se escapase de sus dedos. Llevó la boca a su cuello para lamerlo y chuparlo, yéndose sin prisa hacia sus senos.
—Beagle... ¡Beagle! —sollozaba la de ojos ámbares, ofreciéndole sus senos cuando su tibio aliento se detuvo cerca de su piel, acariciando el canalillo de su pecho. Le miró, y la vista que tuvo de su rostro cerca de su seno fue demasiado vergonzoso pero a la vez erótico. Sus pupilas dilatadas, su acelerada respiración, observándola con una mirada tan intensa y penetrante que la llevaba al límite.
—Carajo, Kyoko, me harás correrme en mis pantalones si sigues así.
Su voz ronca y lasciva vibró en su pecho, hasta que su boca capturó su pezón, y sus dedos intensificaron el movimiento circular en su clítoris. Su vista se nublaba. Se aferró con fuerza a su cabello y empuñó la sábana con la otra, gimiendo, descontrolada, mientras se retorcía intentando escapar de algo que de repente, temía su desenlace. El gruñido que sintió cerca de su seno y el preciso y firme movimiento de sus dedos, hizo que la cabeza le diese vueltas, y que la presión acumulada explotase entre sus muslos. Gritó y elevó las caderas, perdiendo completo control de su cuerpo. Sus piernas temblaron, y aunque quisiese escapar de sus dedos, Reino la sostuvo, siguiendo la tortuosa labor de alargar aquello que no podía comprender.
La yema de sus dedos fueron aminoraron su tacto, a la vez que Kyoko descendía del elevado e impetuoso clímax. Su vista fue recuperando la nitidez y claridad de lo que veía a su lado. Él la observaba en silencio, apartando algunos pelos que se pegaron en su frente por el sudor. Sintió que pequeñas lágrimas corrían en su sien por lo intenso que fue aquello.
Pasó unos minutos, mirando sus ojos, sin decir ni pensar en nada. Sentía el cuerpo laxo y aún vibrante. Nunca lo sintió así. Eso no tenía comparación a cualquier actividad deportiva que hubiese realizado. Se sentía liberada, tan satisfecha que creyó sentir la comisura de sus labios estirarse en una sonrisa. Su cabeza parecía adormecida, hasta que los ojos violetas en los que permaneció hipnotizada, parpadearon, y los ojos ambarinos, se agrandaron, despertando a la realidad.
—Eres hermosa cuando te corres —le susurró llevando un mechón de cabello tras su oreja.
Correrse. ¿Ella? ¿Un orgasmo? Las imágenes regresaron a su cabeza, a ella retorciéndose, lujuriosa, ofreciendo su cuerpo, pidiendo, gimiendo, gritando y contorneando las caderas...
Miró hacia su cuerpo, y vio la camiseta arremangada bajo su pecho. Se puso roja como el tomate, y se cubrió rápido. De repente estuvo extremadamente avergonzada al recordar todo lo que hizo en un lapso de desvarío. Dio la vuelta hacia un costado, y sigilosa, fue acercándose a la orilla de la cama.
Sintió que una mano la atrapó de la cintura y dio un respingo.
—¿Dónde te estás yendo? —preguntó él, divertido.
—A-Al baño... —Kyoko tragó en seco. Había perdido la cabeza. Se lo había consentido. Iría directo al averno, por caer en tentación y disfrutar como una zorra de aquella alucinante experiencia. ¿Lo esperaría él en el averno? Tal vez eso fue su objetivo, y cuando estuviese en el infierno, él por fin se presentaría como el demonio de la lujuria y el libertinaje que era, y la haría una de sus esclavas sexuales.
—¿Por qué estás huyendo? Sé lo mucho que te gusto y enloqueció esto.
Kyoko soltó un grito ahogado cuando sintió su boca pegado a su oreja, su mano bajando hacia su vientre, y su dura erección en sus nalgas. Debió haberle pegado el rostro con la cabeza, ya que oyó su quejido. Quiso huir, aún más cuando, sin quererlo, sintió un cosquilleo de calor resurgiendo en el bajo vientre; pero ahí se quedó y se echó boca abajo, porque él volvió a atajarla.
—¿Qué haces, Kyoko? —El leve quejido en su voz le confirmó que lo había golpeado.
—Y-Yendo al baño —chilló contra las sábanas.
—Quédate un rato —Sus dedos se deslizaron por el centro de su espalda, provocándole escalofríos—. Quiero saborear tu boca un poco más.
Kyoko entreabrió los labios. Se volvió de costado, dándole la espalda.
—N-N-No lo volveremos a repetir...E-Esto ya no volverá a suceder...Una señorita decente y de buena moral no debería...estar haciendo e-e-esto...con cualquier hombre...No antes de casarse. No sin un matrimonio.
—¿Me estás pidiendo matrimonio?
—¡No! ¡Nunca! ¡Jamás! —dijo horrorizada—. ¡Esto fue un error! ¡No te entregaré la pureza que me queda! ¡No quiero tener ningún tipo de relación contigo!
—¿Por qué? —Su tono pausado y calmo, le molestó, más la sensación de sus ojos recorriendo su cuerpo detenidamente, la hizo morderse el labio—. Lo hemos disfrutado, Kyoko, y sabes que tú fuiste la que más lo ha hecho. Deberíamos seguir —Sintió sus ojos clavados en sus posaderas, y sin poder adivinar su siguiente movimiento, una mano apretó su nalga.
Ahogó un grito por la sorpresa y se volvió finalmente hacia él, escandalizada.
—¿Qué te hace pensar que querré repetirlo contigo? —exclamó a la defensiva, y molesta de su arrogante expresión.
—Lo demostrabas, cuando me pedías más.
—¡No te pedí nada!
—Si lo hiciste
—No lo hice —gritó colorada, e incorporándose estiró de la camiseta hacia abajo, intentando cubrirse más. Lo miró y lo descubrió mirando sus senos que se marcaban a través de la camiseta y sus piernas apenas cubiertas. Agarró una almohada y se tapó con ella—. ¿Q-Qué haces? N-N-No me mires así
—Una buena vista debe ser admirada.
—Eres un perro pervertido.
—Me conviertes en uno, Kyoko, y sabemos que yo te causo lo mismo.
—No es así—exclamó agitada y ruborizada—. Es la naturaleza. E-Es una reacción natural de mi cuerpo al sexo opuesto...A-A esta edad, las hormonas se alborotan...S-Solo tenía curiosidad...de cómo...de cómo...—se calló y evitó su mirada al recordar lo intenso que fue aquello al final. Si le permitía que le tocase una vez más, no creía que resistiría. Acabaría cayendo en sus redes y en medio de esa locura, temía entregarse por completo a él, y eso no lo permitiría.
—Te gustó, y sé cuánto te ha gustado, y no queremos que esto termine —dijo él y se incorporó de la cama, aproximándose lentamente a ella.
—E-Espera, Beagle, creo que ya tuve...su-suficiente... —¿Creo? Por dentro quiso darse bofetadas por la vacilación en sus palabras. Sin poder controlarlo, su mirada fue bajando hacia su dura erección. Las mejillas le ardieron, y estiró más la camiseta para taparse las piernas—. Te he dicho que ya no lo quiero, que esto ya no volverá a...
—¿Segura? —Llevó una mano a su mejilla y fue deslizándola por su cuello. Kyoko echó la mirada hacia abajo, notando como su respiración volvía a acelerarse con su tacto, hasta que de repente, visualizó algo en su pecho, una marca.
—¿Qué...es esto? —Arrugó el ceño, y apartó la mano de él con impaciencia—. Beagle, ¿qué es esto? —Encontró otra marca más, y el calor subió como un volcán hasta su cabeza, pero esta vez de furia.
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Pequeños demonios se agitaban como si de un nido de avispas fuesen recién molestadas dentro de su panal. Kyoko pisó fuerte el pavimento, y sus tacones resonaron ruidosas con cada paso.
—Maldito —decía una demonio— Beaglee —canturreaba entre dientes otra, seguido de unos y miles de insultos escupidos con desdén por las demás.
El rostro de su ama, flameaba roja de la ira, pero no pasó solo segundos antes de que ésta fuese enrojecida por el escabroso recuerdo de sus dedos explorando hábilmente su sexo y de su cabeza enterrada entre sus senos. Se detuvo de repente en la acera y se sentó sobre sus talones, queriendo entrar en una caparazón de tortuga y esconderse ahí de por vida.
—Kyoko-chan —Ai la levantó cogiéndola de los brazos, y la arrastró con ella para que siguiesen caminando—. Tenemos que llegar rápido a mi casa, y cambiarte de ropa antes de que llegue tu manager. Con la misma ropa del día anterior, pensará que tuviste una aventura de una noche... cosa que no se escapa mucho de la realidad.
—¡A-Ai-san! —se quejó, acelerando el paso junto a ella. Tenía razón, debían llegar rápido, Yashiro había llamado de repente, y el tono de su voz y las escasas y concisas palabras que intercambió con ella decía que no eran buenas noticias. Aunque estuviese en esa situación, en su mente solo podía rememorar la noche pasada. Vergonzosos recuerdos llenas de calor, lujuria, enojo, arrepentimiento y culpabilidad; las palabras del actor que quería olvidar, aún hacían eco en su memoria, y la experiencia que, sí, la enloqueció, se unían para apuntar y vocear en sus oídos la clase de mujer que era, una zorra. El rostro despectivo y reprobatorio de Tsuruga Ren, y la aflicción y culpabilidad pulsaban en sus sienes con fuerza. La ducha de agua fría la ayudó, más el cabello mojado y el poco abrigo con unas horas de sueño, sería resultado de un mal resfriado.
Ai metió la llave en la ranura y abrió la puerta con prisa.
—Si esto no hubiese pasado, jamás me enteraría que tenías un manager y que eres una actriz —soltó con fingida molestia, mientras se dirigía hacia su habitación y abría el armario, sacando al azar varias prendas—. Ahora entiendo el posible conocimiento de vocalistas como el capullo de la voz sensual.
Kyoko se quedó inmovilizada con las últimas palabras. La voz del Beagle era sexual, y era un potente afrodisíaco cuando estaba excitado. Se detestaba por recordarlo. Solo podía pensar en eso en todo el día y luego sentirse culpable cuando su senpai aparecía condenándola por su pecado.
—¿Kyoko-chan?
—Ahh —Kyoko apretó sus labios tras el tapaboca desechable que llevaba.
Lo sucedido ayer, la había llevado a encerrarse en la habitación y evitarlo a él durante el resto del día. No habían ido por sus cosas, y una camiseta y el calzoncillo que le ofreció esa mañana, fueron las prendas que tuvo que, vergonzosamente, aceptarlos del Beagle.
Se acercó a ella cuando la vio tenderle un vestido suelto, de color negro con estampados de flores.
El timbre sonó, y Kyoko se apresuró en vestirse y ponerse unas sandalias que Ai también le había prestado. Se sonó por última vez la nariz, y se puso la mascarilla antes de salir.
—Kyoko-chan, por favor, cuídate. Regresa a su casa pronto.
—Ai-san...—No quiso rectificarla, y decirle que en la casa del perro pervertido también corría riesgos pero de consumar un pecado—. Me cuidaré. Muchas gracias.
Se despidieron en el vestíbulo de la puerta, y cuando salió, se sorprendió al ver a Yashiro, de espalda, murmurándose algo en el rellano de la escalera.
Con un leve carraspeo le hizo saber de su presencia, y lo saludó.
—¡Kyoko-chan! —Él dio media vuelta y cuando vio su mascarilla, sus ojos se ampliaron. Con un gran paso, se acercó a ella y tomó sus manos— ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Te has enfermado?
—Yashiro-san, estoy bien...S-Solo es un pequeño resfriado —Kyoko vio, confusa, como su expresión se tornaba aliviada y luego muy afligida— ¿Yashiro-san?
Él soltó sus manos y dio un paso atrás.
—Kyoko-chan...Lo siento mucho, todo ha sido mi culpa —Inclinó el torso en una profunda reverencia de disculpas.
—E-Espera, Yashiro-san, ¿Qué ocurre?, por favor, levántate —dijo atónita.
—Kyoko-chan, de verdad, lo siento —Su manager se irguió, poniéndose muy serio—, Tenemos que irnos, te explicaré en el camino.
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No fue lo acostumbrado y se sentó a su lado como lo pidió. Quería que le prestase su entera atención por lo que estaría por contar, y solo quería que la escuchase y no lo interrumpa con preguntas ya que el tiempo no lo permitiría.
Sintió que el ambiente tenso pesó sobre sus hombros, en cuanto movió la palanca de cambios y el auto avanzó a una baja velocidad. Lo vio inhalar una bocanada de aire y expulsarlo con suavidad, mientras tenía la mirada fija hacia delante.
Tenía razón para estar tan nervioso, porque ella también lo estuvo cuando le contó que Morizumi Kimiko pidió encontrarse con ellos a través de Erika Koenji. Le contó los detalles de la llamada que tuvo, y coincidió en que fuera un posible chantaje el motivo de su comportamiento.
—Kyoko-chan, puede ser solo un presentimiento, pero pienso que fue ella la que te atropelló—La repentina confesión hizo que un escalofrío recorriese su espalda.
—Pero ella solo tiene...diecisiete...no podría conducir... —Sintió que una fría gota de sudor se deslizaba de su sien cuando lo vio negar con la cabeza.
—Obtuvo una licencia de conducir cuando estaba en los Estados Unidos, después de todo lo que ha hecho...que infringiese la ley aquí no me parecería extraño.
Su corazón bombeó con fuerza contra su pecho. El miedo la inmovilizó al rememorar el momento en que el coche impactaba contra ella. No quería pero se sintió atemorizada.
—Nos ha estado siguiendo desde ya varios días atrás —Su voz le hizo volver el rostro a él, más la detención del coche y el silencio total del motor la puso alerta. Acercó una mano temblorosa a la otra y las apretó con fuerza—. Hoy piensa extorsionarte con algo. Kyoko-chan... —Yashiro desabrochó su cinturón de seguridad y la miró serio a los ojos— ¿Hay algo con el que te pueda chantajear?
Su corazón aceleró dentro de su pecho.
Sabía lo que tenía. Fotos o incluso tal vez vídeos de cuando se fue al motel.
—Lo...Lo tiene —murmuró, empalideciendo.
Ya lo había utilizado, se lo había enviado al director Ito, y la había calumniado de prostituirse a cambio de obtener buenos papeles. Si aquello fuese divulgado a la prensa sería el final de su carrera.
Yashiro la miró preocupado, y sacudió su cabeza, impidiendo que pensamientos innecesarios carcomiesen su cabeza en ese momento.
—No tienes que preocuparte, sea lo que sea solo te chantajeará a cambio de que... —Paró al notar que ella parecía agitada y le costaba respirar— ¿Kyoko-chan?
Tiritaba. Sentía que el aire no le llegaba. Se sacó el tapabocas. Aún le costaba respirar.
Vio que Yashiro desabrochaba con prisa su cinturón y abría las ventanas. Lo oyó llamarla dos veces, y a la tercera sintió que sus manos sostuvieron sus mejillas y la guiaron hacia su rostro para que le atendiese. Él la soltó cuando sus dorados ojos se fijaron en los suyos.
—No puedo...No puedo...respirar—le dijo con un hilo de voz, sintiendo que sus palpitaciones aceleraban aún más e hiperventilaba. Atemorizada, se volvió hacia la puerta y salió en busca de aire. Visualizó una jardinera cerca y se sentó al borde de ella, sintiendo que el pánico incrementaba. Yashiro apareció de repente en frente, y se sentó en cuclillas. El desasosiego en su mirada no influyó en su voz cuando le pidió que siguiese su respiración lenta y profunda.
En unos minutos su respiración se estabilizaba, más unas palabras que la impuso a recordar los buenos momentos que tuvo con su amiga que se había ido al extranjero, logró aplacar el pánico.
—Gracias... —le susurró cabizbaja, mirando las sandalias con plataforma que tomó prestado.
—Kyoko-chan... Esa chica podrá tener algo con que chantajearte, pero nosotros también tenemos algo con qué... Su regreso al mundo del espectáculo es su objetivo, y nosotros somos sus últimos obstáculos.
—Pero ya lo utilizó, contactó con el director Ito de forma anónima y le dijo que...
Yashiro se pasmó y se volvió a ella, preocupado.
—Kyoko...
—Estoy bien —le interrumpió, alzando su mirada a él con una sonrisa triste—. Esa noche en el estacionamiento él me lo contó todo. No quiere tenerme en su película, y sé que me aborrece —frunció levemente el ceño al verlo paralizado y con los ojos bien abiertos.
—No, no es así —dijo con confusión y asombro—. Además de ti, Takuma-san seleccionó a dos actrices para hacer una audición, pero incluso así te estará dando mayores ventajas y oportunidades...Como actriz tú eres su favorita, él te quiere en la película.
—¿Eh?...¡¿EH?! —exclamó incrédula.
Yashiro revisó su reloj y se levantó.
—Supongo que ya la hemos hecho esperar mucho. Esa chica debe estar furiosa —comentó serio y sin emoción.
—Yashiro-san —Kyoko se levantó y le observó aún sin creerlo—. Ito-san, él...
—Takuma-san gusta bastante de ti —le reiteró con una sonrisa—, así que no te preocupes, aunque no te lo demuestre, sé que para él y Risa-san tú eres la candidata número uno para el papel protagónico.
¿Takuma Ito gustaba de ella? ¿Él la quería para su película? Esas preguntas se repetían en su cabeza, y pese a saber las respuestas, aún no podía aceptarlas, hasta que rememoró algunos momentos. La primera vez que lo oyó hablar con Tsuruga Ren, él la había descrito como una mujer bonita y sensual y se había presentado como un fan. En la noche de la cena, él hasta había admitido que como actriz se interesaba mucho por ella, e incluso cuando le pidió que renuncie al papel protagónico, mencionó que tenía mucho talento y se mostró algo contrariado al decirle que no le convendría tenerla en la película.
¿Aún tendría oportunidad para actuar a Akiko?
Una sonrisa se formó en sus labios, y se rió entre dientes sin poder reprimirse la felicidad.
—¿Qué demonios le pasa?
Un murmullo la sacó del ensimismamiento y al distinguir la mirada ensombrecida y antipática de la chica que estaba sentada enfrente, soltó un pequeño aullido del susto. Morizumi Kimiko la miraba con desprecio, al lado de ella estaba un hombre trajeado, un abogado que aguardaba con algunos papeles en sus manos, y detrás de ellos, sentada en un sofá, estaba a la que conoció como su manager, mirando su celular.
Le había seguido a Yashiro adentro, y sentados frente a ellos, su mente había ido hacia un lugar lejano, tanto que el miedo fue sustituido por la felicidad, y las palabras que debía estar escuchando no las oyó.
Se irguió en su asiento, y adoptó una expresión seria. Una vez que lo hizo Kimiko prosiguió.
—Es simple, firma este contrato y olvidamos nuestras desavenencias, Kyouko-san —La mirada de la joven, paseó en los rostros que estaban frente suyo, y estiró la comisura de sus labios en una sonrisa malvada—. Yashiro-kun, puede verificar que las clausulas estén en los términos idóneos para ambas partes. Eso si no tienes problemas en que sepa de tus actividades recientes.
Los ojos dorados se ampliaron, revelando sin querer sus nervios. No quería que Yashiro ni nadie lo supiera. Pero la realidad era que no quería que llegase a los oídos de Tsuruga Ren, y se detestaba por saberlo, y saber que esa chica también conocía su debilidad.
—Yo lo leeré —declaró mordiéndose la lengua.
El contrato estaba muy bien detallado, con enunciados verídicos que no incluía el falso rumor de una prostitución. Como lo dijo Yashiro, el trato consistía en el silencio de ambas partes, y aunque le disgustase, debía firmarlo sin importar sus oposiciones. El contrato era solo una falsa formalidad, y que le haya expuesto un rumor falso al director Ito fue una advertencia previa a lo que haría después si le desafiaba.
Lo firmó con un bolígrafo que Yashiro se lo tendió, y luego se los pasó a él para que también lo firmé, temiendo que leyese las palabras claves que le haría reconocer el origen del chantaje.
Suspiró silenciosamente cuando le vio firmar con rapidez y entregar uno de los papeles del contrato a ellos y el otro dárselo a ella. El hombre que estaba frente a ellos, cuyo nombre desconocía, los recibió sin ningún rastro de emoción en su rostro. Sintió un escalofrío cuando sin querer se encontró con su mirada. Él, junto a Kimiko y su manager estaban confabulados, y sabía que eran capaces de todo para cumplir con sus objetivos.
Sin decir una palabra, se levantó junto a Yashiro para salir de ahí.
—Eres realmente diferente a lo que imaginaba —Una voz la detuvo, y giró cuando oyó unos pasos acercarse. Kimiko se acercó tanto, que los pequeños espíritus vengativos emergieron planificando el contraataque. Kyoko frunció el ceño e irguió la espalda, aparentando mayor estatura gracias a su calzado. La vio arrugar la frente y luego sonreír con malicia—. Solo resultaste ser una pequeña zorra —le gruñó cerca de su oído—. Me pregunto qué pensaría ese alguien si supiera que eres una puta.
Kyoko afiló la mirada, y adelantando un pequeño paso, le pisó el pie.
Kimiko aulló de dolor, y cuando dejó de pisarla, alzó la mano para abofetearla. Kyoko le sostuvo de la muñeca, pero la otra mano fue rápidamente hacia su rostro, alcanzando su cabello.
—Maldita puta —le gritó Kimiko tironeando su cabello.
Kyoko soltó el contrato y sujetó con ambas manos de su mano y su muñeca; dando un paso atrás, la hizo perder equilibrio y soltar de su cabello, tomó otro paso más en dirección contraria, y la hizo caer por completo al piso.
—¡Kimi! —La manager se adelantó a ellas, y Kyoko le soltó la muñeca.
Divisó al abogado riéndose entre dientes, y evadió los gruñidos de Kimiko, dándose vuelta, tomando el arrugado contrato y llevándose consigo a un sorprendido Yashiro.
Entraron en el auto. Yashiro todavía estaba sorprendido pero condujo en silencio, mientras Kyoko se arreglaba el cabello.
—Eso fue...increíble —murmulló su manager después de unos segundos—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —respondió con satisfacción, aunque en realidad le doliese un poco la cabeza.
Su manager la invitó a almorzar en un restaurante, cuando terminaron de comer, él le contó sobre su conocimiento de que una persona les había estado siguiendo hace unos días, sobre su culpabilidad y responsabilidad al no tomar mayor importancia a ese hecho, no cuidarla correctamente y permitir que todo se tornase como era entonces. Kyoko aceptó sus disculpas, pero no aceptó su culpabilidad.
Más tarde la dejó en el Darumaya, y de ahí tomó un taxi para llegar a la casa de Reino. No quería entrar en el Darumaya en el horario más ocupado y hacerles preocupar al presentarse con otra nueva lesión en la frente.
Las horas que pasó encerrada en la casa fueron aburridas, tanto que aunque le costase, le preguntaría al Beagle por si tuviera una televisión en su departamento para traerlo ahí.
La noche llegó. La falta de un mensaje o una llamada avisando que no llegaría en casa la enfadó. Revisó por última vez su celular y apagó las luces para dormir.
La claridad de la habitación en el amanecer la despertó. Pestañeó lánguidamente, y se desperezó con una sonrisa. El mullido y confortable colchón, más el rico aroma de sus sábanas la hacía dormir plácida.
—Buenos días, Kyoko
Sus ojos se abrieron como platos, y se incorporó de la cama con un grito.
Al lado de ella estaba Reino, acostado y cubierto con la sábana. Él se incorporó un poco, apoyándose del codo, y la observó detenidamente, antes de caer de nuevo en la cama y cerrar los parpados.
—¿Q-Qué haces aquí? —tartamudeó ella.
—Durmiendo
Frunció el ceño y estiró con fuerza de la sábana para destaparlo. Los ojos de Reino se volvieron a abrir.
—¿Acaso no tienes otra cama? ¿Y por qué te apareces a estas horas a arruinar mis ansiados buenos días? —refunfuñó enojada.
—No hay otra cama —respondió con un suspiro, incorporándose.
—No...¿no? —murmuró para sí misma, aturullada.
—¿Me extrañaste?
Kyoko pegó la espalda a la cabecera al ver como él se acercaba y acariciaba su mejilla. Sus orejas ardieron y sacudió su cabeza, intentando olvidar la noche que tanto le mortificaba.
Jadeó cuando lo vio acercar su rostro y sintió su nariz rozar la suya. El desespero afectó a su corazón, que comenzó a latir con violencia. El suave roce de sus labios la hizo exhalar un suspiro. Sus ojos se quedaron fijos en los violetas, temerosa de lo que haría a continuación.
—Vamos por tus cosas —le dijo alejándose un poco e intercalando la mirada entre sus labios y sus ojos.
Kyoko se quedó muda, y lo vio bajar de la cama, sacarse la camiseta y tomar una goma de la mesita de noche para atarse el cabello. Esa visión la dejó hipnotizada, más los chupetones y mordidas que aún se visualizaban en su cuello y su torso la hizo tragar en seco.
—¿Quieres? —le dijo él haciendo que diese un respingo.
—¿Q-Qué?
—Mi cuerpo —contestó curvando sus labios en una sonrisa sensual.
—No, ¡no! —exclamó ladeando la cabeza hacia otro lado.
Oyó que entró en el baño integrado a la habitación, y se levantó rápidamente para vestirse con el vestido de ayer. Necesitaba con urgencia sus cosas e irse a esa hora de la mañana le vendría bien. Bajó por las escaleras, y fue al otro baño para lavarse el rostro y cepillarse.
Espero unos minutos antes de verlo bajar.
—¿No desayunas? —le dijo Reino al verla abrir la puerta que daba hacia el garaje.
—¿Quieres desayunar? —le respondió a cambio.
—No
Una vez dentro del auto, Kyoko comenzó a repiquetear el pie, nerviosa. Ya no podía aguantar estar cerca de él, no si tan solo verlo recordaba el pecado que cometió al ceder con tanta facilidad y lujuria a él.
"Ese bastardo te ha dado un buen orgasmo, no te quitó la virginidad, y no solo piensa en su propio placer. Lo querías y lo gozaste, no veo nada malo"
Sintió que el rostro le ardió.
Por más que Ai le dijese que no hizo nada malo, no podía aceptarlo. ¿No se suponía que ese tipo de cosas se hacía con el hombre a quien uno ama?
El recuerdo de Ai contándole sobre su primera vez, la hizo sentir una puñalada en el corazón. De repente creyó estar equivocada. Pese a su dificultad de imaginarlo, pensó en cómo sería si le diese su virginidad a Tsuruga Ren, pero por más que lo intentase no pudo hacerlo. Podría recrear una falsa fantasía de cómo quisiera fuese su primera vez, pero si ideaba la realidad, era todo lo contrario. No podría hacerlo con Tsuruga-san porque frente a él no se sentía deseada. Se sentiría demasiado insegura y avergonzada de mostrar su cuerpo.
Y entonces la respuesta menos pensada llegó a su cabeza.
Le miró a Reino.
No es que fuese una mujer fácil que cedería ante cualquier hombre, pero si era realidad que los primeros deseos sexuales habían despertado. Reino era el bastardo dos, un enemigo, pero con él se sentía una mujer deseada, segura de su sexualidad y de su cuerpo. Lo quería y lo gozó. Era eso lo que Ai le repetía, y ahora lo entendía.
Llegaron al Darumaya y le pidió que se quedase en el auto antes de bajar. Era la casa de Ai en donde se suponía se estaría quedando y no con un hombre.
Caminó hacia la puerta, y exhalando un suspiro alzó el brazo para tocar el timbre.
—Mogami-san
Su corazón se saltó un latido.
Se giró. La mirada áspera con la que se encontró hizo que su estómago se encogiera del pánico.
—¿T-Tsuruga-san?
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N/A: ¡Hola chicas/os! Hago un copy pages más edición de lo escrito en mi otra actualización (Relaciones Fraudulentas) jejeje
Hace muchísimo tiempo que no escribo en fanfiction y realmente lamento mucho por mis seguidores (Se disculpa con dogeza)
A decir verdad la razón es que me he desalentado bastante con la falta de lectores y más por falta de comentarios. Me prometí seguir escribiendo pese a falta de lectores y comentarios pero me ha sido difícil, debo admitirlo. Tal vez incluso con tanto tiempo pasado ya no haya lectores, pero entre mi deseo de querer seguir escribiendo y la empatía con los seguidores ante una fanfic sin terminar, estoy aprovechando de la mini vacaciones que estoy teniendo. La vida me mantiene ocupada y la universidad me satura de tarea y exámenes sin parar TnT
A parte de todo lo dicho, realmente deseo que quienes lean esto hayan disfrutado del capítulo!
Sin más, agradezco muchísimo estos últimos comentarios que me enviaron alentándome a seguir
Les envío besos, abrazos y buena salud. ¡Cuídense chicas/os! (≧ω≦)
