Capítulo 8: Confesión
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—Ese chico maldito... Pensé que ya se deshacía de esta maldita casa...
Kyoko miró desde el marco de la puerta como el hombre murmuraba quejas, mientras subía a las escaleras de mano y cambiaba todos los focos de la grande habitación. Era un hombre que rondaba los cincuenta años, de baja estatura, con lentes redondos, vestido con una camisa y un pantalón impecablemente planchados.
El atardecer casi acababa, cuando en la penumbra el hombre colocó el último foco, bajó las escaleras y dio un fuerte aplauso. Las luces se prendieron y Kyoko miró maravillada el artilugio.
—Está todo listo, señorita...—El hombre la observó interrogativo.
—Mogami Kyoko —Le respondió un poco retraída por la mirada arisca que le daba.
—Mogami...Kyoko... —repetía el hombre afilando la mirada—, ¿y quién es usted del señor? El señor no le daría una habitación tan grande a una joven ama de llaves, ni tampoco me llamaría para hacer los aseos... ¿Tal vez es usted una nueva forma de entretenimiento que encontró? Porque más viviría aquí con una mujer —se murmuró yendo a recoger la escalera, y saliendo de ahí entre más murmullos de quejas.
—Hiro
Kyoko reconoció la voz de Reino, y miró que el hombre se detenía y se ponía tenso.
—Sí, señor —Su tono cambió a uno cortés.
—Te quedarás aquí hasta la media noche y me ayudarás.
—¡¿Pero qué?! —El hombre exclamó con desprecio y tiró la escalera al suelo, ocasionando un fuerte estruendo—. ¡Dijiste hace unas semanas que sería el fin de mi trabajo, por qué ahora me llamas de nuevo aquí, hijo del demonio!
—Shhh —siseaba Reino, y Hiro se erguía, respirando pesadamente—. Esta vez te daré un buen pago extra por lo que harás.
—¿Un buen pago extra? —Hiro se alisaba la tela de su camisa y cogía de nuevo la escalera con una sonrisa—, ¿y de cuánto estamos hablando, señor?
Kyoko vio como el hombre le seguía a Reino hacia los pasillos y desaparecían bajando por las escaleras. Entró a la habitación y cerró la puerta, exhalando un fuerte suspiro.
Aquel hombre le había puesto los pelos de punta. Había aún muchas cosas que no sabía de Reino, pero no entendía cómo y por qué trataría con un hombre que le despreciaba tanto. Las palabras hijo del demonio fueron pronunciadas con tal aborrecimiento, que siquiera podía compararlo al resentimiento que sentía por él; aunque el planteamiento de más dinero parecía cambiar en absoluto el malhumor de Hiro.
Observó la elegante cómoda que había ocupado la vasta habitación y respiró hondo. Mientras organizaba sus ropas en cada cajón, murmuraba más quejas contra el Beagle. No, no le hacía falta una cómoda, con unas cajas de cartón era suficiente. Tampoco había necesidad de mandar a colocar los cuantiosos focos, ni de mandar a limpiar la ya limpia habitación, ella pudo haber comprado algunos focos y haberlos puestos por sí misma; aunque hubiese sido poca iluminación aquello bastaría.
Agrandó los ojos al percatar la similitud de los murmullos de quejas interminables con las de Hiro. Sacudió su cabeza, no queriendo parecerse a él, y se acostó en el suelo, cerrando los ojos.
¿Pero cómo podría devolverle todo lo que él hacía? Jamás le entregaría su virginidad, no podía corresponder a sus sentimientos, y pese a que le gustasen sus besos, su cerebro razonaba la anulación total de ellos por la detección de una peligrosa adicción.
Si le diese una generosa cantidad de dinero no sería suficiente. Todo lo que él hizo y hacía por ella no podía ser devuelto con solo algunos billetes.
Quería escaparse de ahí, de él y de sus sentimientos. Ya no quería utilizarlo, quería que hiciese nada por ella. ¿Por qué era tan tonto? ¿Por qué aún gustaba de una chica que le había humillado?
El enredo de pensamientos la estaba volviendo loca, que decidió extender su futón y dormir. Aplaudió, las luces se apagaron y dio vueltas y vueltas intentando conciliar el sueño que ansiaba para olvidar todo, hasta que finalmente lo logró.
—Kyoko...
—Mmm
—Kyoko...
—Mmmmmm
Pestañeó lánguidamente, una suave luz venía de alguna parte en medio de la oscuridad. Podía ver el rostro de Reino, podía sentir sus dedos acariciar delicada y lentamente su mejilla. La estremecía su mirada. ¿Cómo no pudo darse cuenta antes lo expuesto que se mostraba ante ella con esa mirada?
Los parpados le pesaban y los cerró. Sintió de pronto su dedo rozando su labio inferior. Gimió suavemente de placer.
—Beagle... Deja de tocarme así —susurró con voz ronca.
—Caperucita, despierta...o te comeré entera
—¿Eh?
Sus parpados se abrieron de golpe, se incorporó y aplaudió. Las luces casi cegaron su vista, pero pudo verlo sentado próximo al futón.
—¿Q-Qué haces aquí? —tomó su celular y vio que en unos minutos serían las doce de la noche. Había dormido mucho.
—Haremos un hechizo de protección —extendió el brazo y le acomodó su cabello.
Kyoko se distanció y ladeó la cabeza. Miró que las cortinas estaban algo abiertas. Con un fuerte aplauso y con las luces prendidas, hubiese sido suficiente para despertarla.
—¿Un hechizo de protección? —preguntó evitando su mirada.
—Intentaré hacer el mismo que me han hecho, con ese hechizo debería ser suficiente para que la maldición desaparezca, pero...
—¿Pero...? —Por un momento se emocionó de que todo acabase, hasta que ese pero la puso tensa.
Se volvió hacia él cuando no lo oyó decir nada.
—El hechizo que conseguí...no creo que sea el mismo que el de ese entonces.
—¿No puede...funcionar?
—Kyoko, aunque sea un hechizo de protección, este es magia negra, puede ser muy peligrosa... Por ahora bajemos, ya está todo listo.
Lo vio levantarse y salir. Lo siguió. Magia negra, pensó nerviosa. Tenía sentido. Ese tipo de protección en la que una maldición caía a quien quisiese hacerle algo malo, no era nada indulgente.
Miró de soslayo el perfil de su rostro. Su semblante la dejó atónita.
—¿Beagle? —No pudo evitar llamarlo, él se detuvo y giró a ella.
—Si esto no logra funcionar, nos hará daño de algún modo —le dijo entre pausas—. Pero como estoy siendo protegido tal vez no me afectará tanto como puede afectarte a ti.
—¿Qué tipo de daño? —musitó temerosa.
—Probablemente...un dolor intenso e insoportable por unas horas.
Kyoko se tensó y bajó la mirada.
—¿Quieres continuar con esto? —le preguntó él.
—Sí, aún así...hay que intentarlo —confirmó con seriedad.
—Kyoko, he preparado esto para que lo hagamos ahora, pero si no quieres hacerlo, lo dejaremos.
—Beagle...—Se sintió sobrecogida por la preocupación en sus ojos. Apretó el puño—. Yo quiero intentarlo, quiero que la maldición acabe, no me importa las consecuencias.
Lo vio dudar, pero luego se volvió y fue hacia las puertas corredizas de vidrio que daban hacia el patio trasero.
Había ido ahí algunas veces, tenía unos increíbles y hermosos rosales color amarillo y rosa, pero las que predominaban eran las rojas. Pese al encanto y preciosidad del jardín, nunca pudo fantasear con hadas debido a que ese territorio era propiedad del Beagle, el demonio de la lujuria y el libertinaje.
Las luces no estaban prendidas en el patio ni dentro de esa parte de la casa, y fue un bote de metal, con fuego llameando de su interior el que iluminaba desde afuera. Las puertas corredizas estaban abiertas. En el piso estaba dibujado un grande pentagrama con símbolos que no entendía, y velas negras ubicadas en cada punta. Escuchó un leve cacareo. Un gallo negro amarrado de una pata estaba en el patio. Le recorrió un escalofrío, y dio un paso atrás cuando distinguió que el pentagrama había sido dibujado con sangre.
Las luces que aún estaban prendidas atrás se apagaron. Se dio la vuelta con brusquedad y vio que fue Hiro.
—Está todo listo, señor.
—Entra en el pentagrama, Kyoko. No pises la sangre.
Se volvió hacia él. Un sudor frío bajó por su espalda.
—Beagle...
—Ahora, Kyoko. Se nos agota el tiempo.
Entró temblorosa y agachó la cabeza. Percibió que se acercaba, él entró con ella al pentagrama. Sus manos cogieron de su rostro, pero los ojos dorados siguieron con la vista baja, hasta que sintió sus labios presionar los suyos.
Le miró con ojos amplios.
—¿Qué haces?
—Aprovecharme de tu distracción. Mantente callada. No salgas del círculo, ni pises el pentagrama, ¿entiendes?
Asintió con tardía, y él salió.
—Es la hora, señor.
Kyoko lo vio coger un puñal de un mueble cercano, más las siguientes palabras que salió de sus labios fueron de un idioma que no pudo identificar.
—El idioma del demonio —le oyó murmurar a Hiro, quien se situó próximo al pentagrama con una manga arremangada y con otro puñal en la mano.
Unas palabras más y entonces ahogó una exclamación cuando Reino aproximó el puñal por debajo de su muñeca y se cortó.
—Bastardo loco... El maldito dinero...Mi maldito dinero—murmuró de nuevo Hiro, quien cerrando con fuerza los parpados, se cortó en la misma área con el puñal.
Kyoko quedó inmovilizada, mirando como la sangre que goteaba en el suelo parecía ser succionada por las líneas del pentagrama. Aturdida y temblorosa no dejó de mirar como aquellos símbolos satánicos parecían tener vida.
—Tráelo y mátalo, Hiro. ¡Ahora!
Agrandó los ojos, pero el tono extraño de su voz, hizo que lo mirase.
—B-Beagle —balbuceó asustada.
La sangre ya no goteaba, y ahora brotaba con abundancia, siendo acogida por el pentagrama con más rapidez.
El abrupto cacareo le avisó que había cogido al gallo. Cerró los ojos, cuando escuchó que los pasos de Hiro se aproximaban, y unos segundos después un fuerte sonido de agonía animal resonó en sus oídos.
Tembló aún más. Y después ya no oyó absolutamente nada, hasta que las palabras ininteligibles de Reino cortaron el silencio.
Abrió los ojos de golpe al sentir que un frío inmenso se adueñó de su cuerpo.
Todas las velas en el pentagrama se apagaron al mismo tiempo, y el lugar quedó únicamente iluminado con el fuego que se había encendido dentro del bote de metal que estaba en el patio.
—¿T-Terminó? —murmuró Hiro en la penumbra.
Kyoko oyó un extraño sonido discordante, y soltó un grito cuando las líneas del pentagrama estallaron, escupiendo gran cantidad de sangre fuera del círculo.
Oyó un quejido de dolor, y le distinguió a Reino tomando un paño de su bolsillo queriendo detener el masivo sangrado, pero antes de que alcanzase a hacerlo su sangre brotó con un anormal estallido, haciendo que algunas salpicaduras llegasen hasta ella. Lo vio caer al suelo con un grito, jadear y gemir del dolor.
—¿Beagle?...B-Beagle...
Musitó arrastrándose temblorosa hacia él, sintiendo como la abundante sangre empapaba su ropa y su cuerpo. El nudo arañó su garganta y unas lágrimas estaban cerca de rodar por sus mejillas. Su cuerpo se paralizó cuando su corazón latió tan fuerte que dolió como nunca lo había hecho antes. Un dolor en su cabeza comenzó a palpitar cada vez más fuerte. Se agarró del cabello, creyendo que explotaría. Los huesos dolieron también como si le fueran a partir. Comenzó a llorar, a gemir y gritar del dolor, mientras se retorcía. El pulso cardíaco fue acelerando tanto que creyó estar muriendo.
—Kyoko...
Sintió una mano coger su cintura. Su vista borrosa por las lágrimas no pudo entrever nada, pero sabía quién era. Se agarró con fuerza de su camiseta y ahogó sus gritos en su pecho.
—Lo siento...Lo siento —le oía confusamente repetir.
El sonido de sus propios gritos fue siendo cada vez más distante. Ahogó un último jadeo y perdió el conocimiento.
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Pestañeó con dificultad. El dolor punzante en la cabeza iba creciendo a la vez que recuperaba el conocimiento. Había claridad. Sintió que estaba acostada en algo mullido y confortable, debía ser la cama del Beagle. Ladeó la cabeza débilmente. Él estaba a su lado, con el rostro demasiado pálido. Percató una bolsa de sangre colgando cerca de él, y siguió el fino tubo que fue colocado en la vena de su brazo.
Gimoteó por el fuerte dolor que regresaba.
—¿Kyoko?
Sus ojos violetas la miraron con preocupación.
—Miroku, llama rápido al médico
Divisó muy borrosamente al susodicho, sus ojos se empañaban de nuevo de lágrimas.
El dolor en todo su cuerpo era cada vez más fuerte que estaba por gritar.
—¿Moriré? —le preguntó llorando.
—No lo harás —respondió alto y severo, acariciando su cabello.
Segundos después no pudo identificar casi nada más que el dolor. Se retorció y gritó. Unas manos parecían querer aquietarla. El pequeño pinchazo que debía sentir no fue percibido, pero el insoportable dolor hizo que volviese a desmayar.
Fueron unas voces los que la despertaron luego de unos largos minutos. Adormecida, quiso volver a dormir para no sentir tanto dolor, pero una fuerte y represiva voz la espabiló.
—¡Podrías haber muerto, Reino! ¡¿Por qué demonios estás haciendo tanto por esa chica?!
Abrió los ojos y ladeó la cabeza hacia esa voz, era el amigo de Reino, Miroku. Estaba enojado. Reino estaba sentado en la cama, dándole la espalda a ella.
—La despertarás —le decía con ese tono de indiferencia tan conocido.
Silenciaron por un momento.
—¿Qué si ese viejo no me hubiese llamado y te dejaba morir? ¿Qué es lo que pensabas para hacer que te acompañe?
—Le di el suficiente dinero para que no me extorsionase si esto pasaba.
—¿Por qué no solo me pediste que lo hiciera?
—¿Pedirte que matases a un gallo y te cortases? La idea me gustaba más si fuese hecho por Hiro.
Silenciaron.
—No lo vuelvas a hacer, Reino.
—Te estas poniendo muy sentimental, Miroku —se excusó, restándole importancia.
—Les encontré tirados en un charco de sangre. Te estabas desangrando —le recordó disgustado.
Kyoko vio que Reino se daba la vuelta hacia ella. Cerró enseguida los ojos.
Oyó un suspiro.
—No he muerto, ni habría muerto...Es ella la que sufrió más.
Desatendió la restante conversación, y sintiendo que las lágrimas querían volver a salir, se acostó de costado y se acurrucó.
Cuando percató el silencio, unos pasos y el sonido de una puerta cerrándose, sintió el calor de su cuerpo en su espalda, una mano se escabulló bajo las sábanas y fue hacia su cintura deslizándose hasta tocar su vientre.
—¿Ha disminuido el dolor? —le preguntó él al oído.
—Duele...—musitó reprimiendo una lágrima—, pero me gusta más este dolor, es soportable.
—Lo siento, Kyoko
—¿Q-Qué? —Sus ojos se agrandaron por la sorpresa.
—Por mi culpa estás pasando por esto.
Aspiró con fuerza el aire y negó con la cabeza, nerviosa.
—No te disculpaste por todo lo que me has causado, ¿por qué te estás disculpando ahora? —tartamudeó.
—Sé qué clase de dolor has sufrido...Sé que tú...
—¡No lo hagas! —Apartó su mano y se incorporó de la cama— ¡Ya deja de hacer esto! —Sus ojos titilaron al mirarlo e intentar retener las lágrimas—. Creí que morirías, creí que estabas muriendo... Te estabas desangrando frente a mis ojos, y no podía hacer nada —Se limpió las lágrimas con dedos temblorosos—. Tenía mucho miedo, por mi culpa tú estarías muerto, por mi culpa tú...
—Kyoko...—se sentó y agarró sus manos—. Estoy vivo, te dije que no me afectaría tanto.
—Pero...la sangre...—hipó y apretó los puños.
—Aún no fue la suficiente cantidad de sangre como para poner en riesgo mi vida... Sabía que estaría a salvo, pero por mi culpa tú...
—No es tu culpa, sabía lo que podía suceder, quería intentarlo...Pero no sabía qué te sucedería algo así...Yo...Yo no sé cómo podré recompensártelo...No quiero que hagas esto por mí. No lo vuelvas a hacer.
—Es la única manera que hay, debemos volver a intentarlo con otro hechizo.
Kyoko alejó sus manos de los de él y con la cabeza gacha, negó agitada.
—No habrá una próxima vez.
—Tampoco quiero que sufras así, pero es la única opción que nos queda.
—¡¿Por qué hablas de mi sufrimiento?! Preocúpate por ti, no quiero que vuelvas a hacer este tipo de cosas por mí.
—¿Por qué no lo entiendes? Te dije que estaré bien, eres tú quien...—se detuvo, enojado. Respiró hondo y apretó la mandíbula—. Tú eres la que sufrirá más por dolor. Sé lo que se siente... Kyoko, tú solo has sufrido el dolor de muchas muertes.
—¿El dolor...de muchas muertes? —balbuceó con espanto. Las punzadas repentinas que tuvo en el abdomen y el pecho, pese a sentirlas con mucho menos dolor que antes, esta vez las recreó cómo balas o flechas que la acribillaban. Sintió que desfallecía por el impacto que tuvo por ese pensamiento, pero él la sostuvo antes de que cayera—. Beagle...
—No quería que supieras esto porque sabía que te sería más difícil aguantarlo.
Se acercó más a ella y la abrazó, queriendo aplacar el temblor de su cuerpo. Kyoko cerró los ojos por un rato, y las abrió, aturdida, separándose de inmediato de él.
—E-Estoy bien —le dijo cohibida.
—¿Nos duchamos?
—¿Eh?
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Despertó inmovilizada por unos brazos que la abrazaban por detrás. Tragó en seco e intentó extender el brazo para alcanzar su celular y ver la hora, pero no pudo cogerlo y se rindió cuando oyó un pequeño gruñido de queja.
—¿Beagle?
No escuchó su respuesta y suspiró con resignación.
No sabía la hora, solo que las horas de sueño debieron ser largas. Ya no sentía dolor y los fuertes rayos del sol que apenas se filtraron, en un pequeño orificio que dejaron las cortinas entreabiertas de los ventanales, le decía que debía ser algo tarde.
Estaban en su futón, tan conscientemente pegados que el calor de su cuerpo y la respiración en su cuello hacía que su corazón se agitase cada vez más rápido.
La cama ha sido manchada con algo de sangre, había dicho él cuando se escabullía con ella en el futón. Y, en la oscuridad de la habitación, le permitió que se acueste a su lado y se pegase a su espalda tanto como quisiera. Tal vez porque aún se hallaba adolorida y sensible o tal vez porque simplemente no podía negarse a su compañía. Minutos antes de ir a su futón, había llorado mientras se duchaba y se deshacía de la sangre que quedó en su piel. Lloró por ella, pero también lloró por él. Estar así acostados, con el olor de su cuerpo recién duchado, y con la calidez de su piel , le reconfortaron tanto que le tomó solo unos segundos quedar dormida. Pero una vez despierta y muy lúcida, entró en shock.
Intentó calmarse. No era la primera vez estando así con un hombre; y estar así de pegada al Beagle ya debía ser costumbre. Se retorció un poco y se arrepintió. No pudo evitar soltar una pequeña exclamación al descubrir su erección. No podía tranquilizarse, aún más al sentir que la mano de él iba cada vez más abajo hasta tomar su muslo.
—Beagle, detente —dijo acalorada y abochornada.
Sintió su nariz acariciar la piel de su cuello, y se estremeció cuando sus labios lo sustituyeron.
—¿Ya te pasó el dolor?
Fue una simple pregunta, pero su voz fue demasiado erótica que la hizo dar un respingo. Sus nalgas rozaron una vez más su dura erección, pero antes de tomar un poco de distancia él la acerco de nuevo hasta quedar pegados.
—Sí —suspiró ella con la respiración pesada—. Y-Ya pasó...
Se frotó un poco, y Kyoko jadeó.
—Solo tú podrías ocasionar esto...—le susurró subiendo la mano hasta meterlo dentro de su camiseta—, incluso después de lo de ésta madrugada.
—E-Espera...
Kyoko gimió, pero antes de que tomase su seno, sujetó su mano e hizo que lo sacase de su camiseta. Reino no puso oposición cuando se apartó un poco y se volvió de costado hacia él para verlo a la cara.
—¿E-Estas desnudo? —le preguntó ella sonrojada al descubrirlo desnudo arriba.
—Un poco —le dijo con una sonrisa sensual, y cogiendo de la sábana, la apartó de un tirón.
Kyoko soltó un grito ahogado. Llevó las manos hacia sus ojos para cubrírselos, pero a través de sus dedos entreabiertos logró notar que llevaba un bóxer.
Agarró la sábana y le cubrió la entrepierna.
—B-Beagle, ayer...yo te dije...que...—Su mirada recorrió su torso desnudo. Aún podía ver los chupetones y mordidas que le había hecho, pero estaban desapareciendo. Su cabello estaba suelto y desarreglado. Su piel diferente a lo que fue hace unas horas, se veía lustrosa y saludable. Se detuvo más de lo que tenía pensado en sus labios. Y cuando lo miró a sus ojos violetas tragó en seco al notar el deseo y el apetito en ellos—. Ayer...te dije...que...
Reino se abalanzó sobre su boca y devoró sus labios sin prisa. La acercó más a su cuerpo, hasta que Kyoko reaccionó, y enredando sus dedos en su cabello, le devolvió el beso con mucha lujuria. Sin dejar de besarlo, rodó y le tumbó sobre su espalda, quedando a horcajadas sobre él. Sus labios se separaron por un instante, pero enseguida se encontraron de nuevo con más apetito.
Kyoko se apartó de su boca con la respiración entrecortada, y se irguió, atendiendo de no sentarse sobre su entrepierna.
—Aquello fue el último beso —le dijo ruborizada—. Ya no quiero que tú...
—El último beso fue demasiado bueno —le interrumpió—, pero...—Se incorporó y con las manos en sus caderas la acercó hasta hacerla sentir su erección—, fue tan bueno que no dejaré que sea el último.
Sus labios volvieron a buscar los suyos, y lenta y pausadamente, Kyoko cedió a ellos. Con la mano dentro de la camiseta, sus dedos se deslizaron por el centro de su espalda, haciendo que se estremezca de placer. Profundizó aún más el beso. Sus lenguas se entrelazaron al ritmo de las caricias. Un ritmo lento y erótico, que hizo que ella gimiese y moviese inconscientemente las caderas en busca de más placer. Las manos de ella fueron titubeantes en la piel desnuda de su torso, y una fue deslizándose hasta detenerse en el lado izquierdo de su pecho. Sentía los latidos de su corazón acelerado.
Tembló un poco cuando sintió que él desabrochaba su sostén. Se separó de sus labios, y abriendo los ojos se encontró con su fija mirada.
Agarró su rostro entre sus manos y lo besó con suavidad.
—No puedo hacer el amor contigo —La voz se le quebró al decirlo.
Vio la turbación en sus ojos, y sintió que sus manos se distanciaban de su piel.
—Cuando me tocas—continuó al verlo en silencio—, siento que soy otra persona. Soy una mujer hermosa y sensual...Soy poderosa ante ti...soy una chica mala y...lujuriosa...Pero también cuando me tocas siento...la manera en que me deseas... Me gusta como me haces sentir...Pero a la vez me hace sentir culpable...
—Kyoko...
—Soy culpable porque soy infiel a mis sentimientos...No puedo entregarme a ti —susurró y una lágrima rodó por su mejilla—. Aunque intente, no puedo solo olvidarlo de una vez... Aún sigo enamorada de ese hombre.
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