Capítulo 11: Inequívoca Atracción
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—Takuma-san —dijo con un hilo de voz. No pudo contenerlo más, y un jadeo salió de su boca—. Por favor, ya no...—El sudor empapaba su frente. Elevó las caderas, y jadeó con los labios entreabiertos, en busca de aliento—. Ya no más...
—Separa más las piernas...Justo así —La observó bajar lentamente hasta desplomarse—. No te detengas.
—No más, por favor... —suplicó jadeante.
—Solo un poco más.
—Estoy en mi límite —gimió sofocada, pero su penetrante mirada azul hizo que su corazón latiese con mayor fuerza. Le exigía con la mirada, y no lo volvería a repetir con palabras.
Con la última gota de energía que le quedaba subió y bajó hasta quedar en cuclillas.
—Ya no más...No puedo —Le dijo histérica, con los dientes apretados.
El torrente de sudor mojaba toda su ropa, y sus piernas temblaban sin control a punto de derrumbarse. Escupía miles de groserías en su mente, y estaba segura que en ese momento su cara parecía el de una psicópata cerca de asesinar al hombre que estaba enfrente.
Las Rencores le rodeaban a él, planeando el asesinato entre murmullos a la próxima que le obligase a hacer otra sentadilla más.
Él bajó lentamente la mirada de su rostro hacia sus piernas.
—Puedes descansar un rato —consintió soltando una corta risa nasal.
Kyoko le miró con furia antes de dejar caer las mancuernas y tirarse al suelo.
Segundos después oyó unos pasos acercarse.
—¿Ya terminó la tortura?
Era la voz de Risa.
—Nada de tortura. Desahogo emocional —dijo Takuma a su hermana.
—¿Desahogo? Tu técnica de desahogo es mortal.
—Funcionará. Después de una buena ducha, una terapia hablada o escrita y un rico postre con una taza de té. Dormirá como un bebé.
Kyoko cerró los ojos y respiró hondo al oír su plan de desahogo emocional. Debía admitir que su terapia mortal de desahogo estaba dando resultados, porque no podía pensar más que en sus piernas adoloridas. En la noche lloraría como un bebé.
—Kyoko-san, levántate ahora y haz los estiramientos con los que comenzaste.
Tardó tres segundos en levantarse. Sabía que era primordial hacerlo y que aquello marcaba el final de la tortura, pero aquel tono autoritario la enervaba. Refunfuñó por lo bajo e hizo los estiramientos.
—¿Dónde te vas?
Volvió con rapidez la cabeza para mirarlo. El tono alto de su voz la había asustado.
—Tengo que atender algunos asuntos en casa —dijo Risa con las manos en las caderas—. Regresare en unos minutos.
—Risa —la llamó severo, pero ella siguió su camino y salió.
Kyoko miró hacia otro lado y fingió ignorancia.
El silencio y la repentina tensión la inquietaron.
Sabía lo que pasaba. Estaban en el gimnasio de su casa, él había llamado a su hermana, quien vivía cerca, para que los acompañe y le prestase a ella alguna ropa deportiva. Pero la verdad era que él no quería que quedasen solos.
—Cuando termines descansa unos veinte minutos, y luego te duchas.
Respingó al oírlo, y asintió con tardía.
Al acabar de hacer los estiramientos dejó caer sus posaderas sobre el banco de pesas, mientras maldecía la hora en que aceptó su ayuda para desahogarse.
Tomó de la botella de agua, observándole con el entrecejo fruncido.
¿Acaso temía que intentase seducirlo? Si era así, no entendía porque se ofreció a llevarla a su gimnasio cuando seguía desconfiando.
Sentado ahí, vistiendo una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos, tiraba de la polea en la máquina de remo.
Inconscientemente, los ojos ambarinos siguieron el camino de los musculosos brazos que se tensionaban cada que tiraba. Le ardieron las mejillas. No pudo evitar mirarlo. De alguna manera le pareció algo sexy.
—¿Qué miras?
Como si fuese una criminal, siendo descubierta en pleno delito, sintió que su corazón casi se le sale por la garganta.
Tragó en seco.
—Yo...Yo...Te estaba mirando —confesó de repente con seguridad e irguió su espalda.
—¿Qué? —dijo atónito.
—Te miraba —repitió con indiferencia—. ¿Hay algo malo en eso?
Gritaba por dentro por su descaro, pero era la única defensa que se le ocurrió, al recordar que él siempre la miraba sin tapujos. No había nada de malo en que le observara también. O eso creyó.
—Lo hay —le respondió él con fríaldad—. No lo hagas más, me fastidias.
Kyoko sintió que el calor del enojo subía a su cabeza.
—Takuma-san, usted...
—¿Sabes lo que es el baño de contraste?
—¿Eh?
—Dúchate con agua caliente por tres a cinco minutos y luego con agua fría por dos minutos. Haz eso durante veinte minutos. El baño esta allá —le dijo señalándole—. Las toallas están limpias. Úsalas.
Él no dijo más y se levantó yendo lo más alejado de ella para ejercitarse con la prensa de piernas.
Sintió que se llenaba de vergüenza. Pero enseguida el bochorno cambió de nuevo por el enojo.
Enojo consigo misma porque sus malditos ojos no pudieron ignorar el espectáculo de sus musculosos brazos. Y enfurecida con él, por insinuarle que se puso cachonda viendo su cuerpo muy entrenado.
¿Qué se dé una ducha de agua fría y agua caliente varias veces?
Sus piernas cansadas y temblorosas apenas sostuvieron su cuerpo cuando se paró.
Gruñó con rabia, y clavando su mirada en él, le enseñó el dedo medio.
Se tambaleó cuando él volvió la cabeza hacia ella. Escondió su dedo, y fue al baño lo más rápido posible. Esperaría ahí cerca los veinte minutos solo para no volver a encontrarse con su cara. Aunque se arrepentía de haber aceptado su ayuda e ir a su casa, debía al menos reconocer el intento de generosidad que tuvo con ella. Nunca tuvo tanta ambivalencia emocional como lo tenía en ese momento.
Tomó su cartera de paso y buscó su celular para mirar la hora.
Inhaló y exhaló despacio con los ojos cerrados.
En realidad los exhaustivos ejercicios que hizo la ayudaron a desquitarse de alguna manera del incordio que oprimía en su corazón por culpa de la persona que quería olvidar. Pero era imposible hacerlo. Debía enfrentarlo.
Sacó la piedra azul violáceo y lo contempló en su palma.
Su memoria fue hacia Guam, en los recuerdos del joven rubio de ojos verdes. Él no era Corn, el príncipe de las hadas. Él solo era un personaje que inventó Tsuruga Ren para esconder su verdadera identidad. Kuon Hizuri, el hombre que conoció en su infancia, y quien tenía un oscuro pasado que lo atormentaba.
Exhaló un largo suspiro.
El corazón le dolía, pero sus ojos estaban secos, sin lágrimas. Lo pensó, y mientras más lo pensaba, más se reía de sí misma. De su inocencia y de su ingenuidad. Del supuesto príncipe Corn, quien arrodillado, le pedía el beso del renacimiento para romper la maldición que portaba. De la insistencia y la molestia de Corn cuando no quiso acceder al beso porque no quería incumplir la promesa que le hizo a Tsuruga Ren. Estaba tan preocupada y afligida por Corn, y él estaba usando sus sentimientos para manipularla y hacer que le besara.
¿Qué demonios pensabas, Tsuruga-san...? No, Kuon Hizuri. Eres un cobarde egoísta
Una sonrisa amarga se formó en sus labios. De repente todo tenía sentido. Tenía una lista cada vez más larga de manipulaciones por parte de Kuon Hizuri. Fue fácil manipularla. Para ella Tsuruga Ren era el Dios o el Buda de la actuación. Un ser celestial, pero también un ser imperfecto.
No. Debía aceptar la realidad. Él era el hombre de quien estuvo enamorada, y se había vuelto una irremediable tonta que se dejaba manipular. Por él hubiese hecho lo que fuera. Por él hubiese cumplido esa absurda promesa de castidad. Aunque le doliese mucho, le vería e intentaría felicitarlo con una sonrisa al encontrar una buena novia, casarse, tener hijos y nietos, mientras ella se convertía en una anciana amargada, que nunca supo besar.
Un escalofrío recorrió su espalda ante esa imagen.
Sacudió su cabeza en negación, y se cuestionó hasta donde hubiese llegado su lealtad. Tal vez no iría hasta tales extremos.
Empuñó la piedra y la guardó de vuelta en la cartera.
Ya había pasado más de veinte minutos. Entró al baño, se desnudó y abrió el grifo de agua caliente de la ducha.
Ai tenía razón. No debía sentirse culpable por tener deseos sexuales. No le debía lealtad a nadie.
Tomó el champú, desenroscó la tapa y lo olió. Olía muy bien, pero el del Beagle era mucho mejor.
La fragancia de su cabello y de su cuerpo era delicioso. El calor de su piel, la manera en que se estremecía cuando posaba sus labios sobre él. Sus gemidos y sus gruñidos, tan sensual y tan varonil, mientras la sostenía de las nalgas y frotaba su prominente erección contra su sexo.
Soltó un grito ahogado, al mismo tiempo que dejaba caer la botella de champú.
La piel se le enrojeció de pies a cabeza.
No debía tener esos deseos hacia él. No hacia alguien a quien no podía corresponder.
Sintió un líquido espeso en el pie, y sus ojos se agrandaron al ver que el champú discurría por el suelo.
Trató de alcanzarlo, pero resbaló y cayó al piso con un fuerte golpe que le hizo aullar de dolor.
Su cabeza zumbaba. La nariz le dolía mucho. Al intentar levantarse, sus pies resbalaron. Había dejado caer demasiado champú. Logró ponerse en cuclillas. Gimió por la dolorosa tensión que aquello ocasionó a sus piernas ya cansadas. Bajó las rodillas. Sería difícil levantarse así.
—Hey, ¿todo bien ahí?
Alzó con pasmo el rostro hacia la puerta. Sintió que algo se deslizó de su nariz. Se limpió con los dedos y vio que era sangre.
—¿Eh?
—Hey, ¿te encuentras bien? ¿me oyes?
Oyó el golpeteo en la puerta y ésta de repente se abrió por la fuerza que ejerció su puño al tocar. Se le había olvidado cerrar el pestillo.
—¡No, no, no mires! —chilló desesperada.
Se levantó, y con un paso hacia adelante resbaló y esta vez sintió que todo a su alrededor daba vueltas. No fue consciente de nada. El sonido de la ducha silenció y algo cubrió su cuerpo. Cuando sintió que la levantaban del suelo, entreabrió los ojos. Alzó la mirada y sus ojos se abrieron más al encontrarse con los azules. Se zarandeó entre sus brazos, pero al sentir que caería se agarró de su camiseta.
—¡N-No fue a propósito! —vociferó nerviosa y muy ruborizada—. ¡No quería que me vieras desnuda! ¡No estoy intentando seducirte! ¡Solo tenías que ignorarme y dejarme aquí!
—¿No fue adrede? Dejaste la puerta abierta —preguntó con el ceño levemente fruncido.
—¡No lo fue! —le dijo irritada—. Si piensas así, ¿por qué no solo me ignoraste?
—Porque aunque lo hubieses hecho a propósito, te caíste muy fuerte y vi un poco de sangre en el piso.
Kyoko silenció unos segundos, mordiéndose la lengua para evitar explotar y decir cosas precipitadas.
—Ahora estoy despierta, así que bájame ya —murmuró con voz sombría mirando hacia el vacío. Solo quería que la tierra le trague.
Solo fueron dos segundos los suficientes para que se impaciente. Su piel quemaba de la vergüenza.
—Hazlo ya, esto es muy vergonzoso —le dijo ella, cerrando con fuerza los ojos.
La bajó, y Kyoko se hizo un ovillo en el suelo, abrazándose a sus rodillas y aferrándose a la toalla que cubría su cuerpo.
Cuando él se dio vuelta, trató levantarse, pero el mareo y el dolor no se lo permitieron.
—¿Puedes levantarte? —preguntó Takuma, deteniéndose en el marco de la puerta, dándole la espalda.
—Claro que sí —le dijo molesta.
Intentó de nuevo pero sus piernas parecían rocas pesadas clavadas en el suelo.
Alzó el rostro. Él ya no estaba ahí. La puerta estaba cerrada.
—¡E-Espera! —exclamó titubeante. Enterró su cara entre sus manos, avergonzada de lo que estaría por pedir.
—¿Qué? —dijo tras la puerta unos segundos después.
—A-Ayúdame a levantarme —tartamudeó—, podré pararme por mí misma después.
Se hizo el silencio durante largos segundos, y sintió que la piel le picaba de los nervios.
—¿Por qué me mirabas así antes? ¿Te sientes atraída sexualmente hacia mí? —preguntó él.
—¿Se-Se-Sexualmente? —chilló incrédula, roja como un tomate—. ¡No me siento atraída! —refunfuñó con tono ofendido—. ¡Como todo el mundo lo hace, solo me detengo a admirar a las personas que han sido bendecidas por los cielos con un cuerpo y una cara lo suficientemente atractiva y bella que no se puede ignorar!
Respirando pesadamente, y apretando los dientes, intentó levantarse. Casi lo logró, pero una punzada en su pierna la hizo caer. Contuvo un gemido de dolor, sintiendo que sus ojos se le humedecían.
¿Reino le había mentido? Esa piedra no le protegía de nada.
—Si te quedas mirando tan fijamente el cuerpo de alguien —señaló él pausadamente—, es muy incómodo para esa persona, ¿no lo crees? —Tras un largo rato sin respuesta, él golpeó suavemente la puerta— ¿Kyoko-san?
—Ya no quiero tu... —se calló antes de soltar una palabrota. Quería ser empática, y agradecida por todas las oportunidades que le daba, pero en momentos como ese, ya no podía soportarlo— Tu ayuda —gruñó resoplando—. Solo vete ahora.
Sufriría un inaguantable dolor por levantarse sola, pero prefería eso a que él se ponga a acusarla de depravada mientras se decidía si le ayudaba.
La puerta se abrió de repente, y los ojos de Kyoko se ensancharon al ver que él entraba rápidamente, la agarraba de los brazos y la estiraba hacia arriba.
Gimoteó y se le contrajó el rostro de dolor y rabia por su brusquedad. Era un patán.
Sus piernas flaquearon por el mareo y tuvo que agarrarse de su brazo para mantenerse en pie. Aunque le soltó de inmediato como si tuviese alguna enfermedad contagiosa, e intentó quedarse en pie apoyándose de la pared.
—Eres tan molesta...Solo te sentaré en la bañera, ¿bien?
Dejó escapar un pequeño grito cuando Takuma la alzó en vilo como lo hizo antes.
Kyoko empuñó la tela de su camiseta, mientras que con la otra mano sostuvo su toalla que se estiraba hacia abajo, queriendo revelar sus pechos.
—¡E-Espera! ¡No me levantes así! ¡No seas un bruto!—se quejó sacudiéndose entre sus brazos, perdiendo la pizca de paciencia que le quedó con él— ¡Te dije que podía pararme sola!
—No te muevas tanto.
Dio un paso hacia adelante, pero al siguiente paso casi resbaló. Ambos soltaron un pequeño grito. Kyoko envolvió sus brazos alrededor de su cuello, sintiendo que caía cuando él alejó su mano de su espalda. Con prisa, Takuma volvió a sostenerla, deteniéndose y logrando el equilibrio.
Sus rostros quedaron muy cerca y sus miradas chocaron. Atónitos contuvieron la respiración, sin poder apartar la mirada del uno del otro.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó sin apartar los ojos de ella.
—D-D-Debe ser...el champú.
—No, ¿por qué me miras así?
—No...¿por qué usted...me mira siempre así? Es...Esto es...muy—pausó y susurró lo último muy bajo— incomodo...
—Es...incomodo...—repitió lo último sin ser consciente de lo que escuchó ni de lo que dijo.
Hacía mucho calor.
Kyoko sintió que el corazón resonaba en sus oídos, y estando así de cerca podía sentir que el de él estaba también bombeando como loco. Aquello solo hizo que le ardiera todo el rostro y emitiera un pequeño sonido de la sorpresa. Takuma desvió la mirada hacia sus labios y se puso completamente rojo. Kyoko agrandó los ojos con incredulidad. El calor de sus manos traspasando la toalla la puso nerviosa. Sus labios se entreabrieron, sintiendo que se le secaba la garganta.
La tensión era tanta que se quedaron rígidos.
—¿T-Takuma-san? —musitó avergonzada, y él parpadeó varias veces.
—Ah...—Tragó saliva dificultosamente.
—Dios...
—¿Eh?
—¡Oh, santo Dios!
Ambos giraron la cabeza hacia la puerta.
Risa estaba ahí, cubriéndose la boca.
—¡Perdón por interrumpir! —exclamó sonriente antes de cerrar la puerta.
—No...¡No es eso!
Takuma la soltó inconscientemente y Kyoko cayó en el suelo, con un grito que hizo que él volviese la mirada a ella.
—L-L-Lo siento —dijo nervioso y titubeante—, ¿estás...bien?
La vio acomodarse la toalla con manos temblorosas y con la cabeza gacha.
La oyó murmurar algo, pero no la entendió.
—¿Pasa...algo? —dijo preocupado cuando oyó que sollozaba.
—Eres un...—murmuró.
—¿Eh?
—¡Me duele mi culo! ¡Me duele todo! ¡Ya no podré caminar por tu culpa!
Los sollozos se hicieron más fuertes y la vio llorar.
—Lo siento...Hey, lo siento
—Duele mucho...Ya no te quiero ver —lloriqueó ocultando su rostro entre sus brazos.
—Lo siento, de verdad lo siento —dijo a toda prisa, intranquilo—. Te ayudo.
—¡No! Eres un bruto —hipó y se arrastró en el suelo tratando de alejarse de él.
—Ven, seré más cuidadoso.
—¡No!
No le hizo caso, y la alzó. Kyoko la miró aterrorizada y se sacudió.
—¡No, bájame ahora!
—Tranquila —dijo sentándola.
Kyoko gimió de dolor e hizo una mueca cuando sus posaderas tocaron la bañera. Sus lágrimas se intensificaron.
—¡Lo siento! —exclamó él antes de cerrar la puerta.
Takuma se frotó el rostro con ambas manos y respiró profundo antes de salir y encontrarse con la cara maliciosa de su hermana.
—No es lo que piensas —le advirtió. Tomó una toalla pequeña para secarse el sudor y Risa le siguió.
—Yo solo sé lo que vi...y lo que sentí —sugirió con voz coqueta, enarcando las cejas—. Había tanta tensión que incluso a mí me costó respirar. Y la manera en que la mirabas...
—¿De qué hablas? —bufó frunciendo ligeramente el ceño.
—Esos ojitos azules la miraban pasmado, asustado de lo que tenía entre sus brazos.
Takuma le tiró la toalla hacia el rostro.
Risa logró cogerlo en el aire.
—Hermanito —le dijo acercándose, y devolviéndole la toalla—. Tú tenías miedo de lo que sentías. Tenías miedo porque te diste cuenta de que sostenías a una mujer.
—No digas estupideces —espetó alejándose.
—¿Entonces cómo se sintió? El pequeño Takuma de ahí abajo revivió después de décadas.
—Insolente —Hizo una bola de la toalla y esta vez dio con su cara. Risa lo tomó cuando caía y arrugó la nariz—. Ella se cayó mientras se duchaba y no echó el pestillo de la puerta, ¿tú que crees?
—Oh...—Dio dos pasos hacia adelante con una media sonrisa—. Todo fue un plan. Tú, picarón. Fuiste corriendo a socorrerla con la intención de verla desnuda y tocarla cuando más indefensa estaba.
—¿Estás hablando en serio? Fue ella quien...—silenció, dubitativo.
—Si no la hubiese conocido anteriormente, y visto ese momento en el baño tal vez te creería. Las mujeres tenemos un sexto sentido. Créeme, Kyoko-chan no tiene ningún plan malicioso para tenerte en su cama. De hecho, en el baño estaba mirándote tal y como tú lo hacías. Sobresaltada, asustada, llena de vergüenza, nerviosa...y...
—¿Y?
—¿Curioso? Solo piensa en lo que te hizo sentir y lo sabrás.
—Basta —le dijo severo y seco— ¿Le puedes ayudarla con el baño? Parece que se ha lesionado con los ejercicios, tal vez me excedí...Sus piernas se sentían muy... —Se detuvo al recordarlo. Un sonrojo cubrió sus mejillas.
—Oh, oh, ¿y ese lindo y tierno rubor de adolescente?
—¿La ayudarás o no? —se molestó.
—Claro que sí, pobre Kyoko-chan. Te dije que la estabas torturando, estaba sufriendo y tú solo le exigías más. Te estará odiando.
—Detente —dijo jalándose del cabello, sintiéndose culpable.
—Hermanito, no te atormentes. Es lo que querías. Aunque te obligues a intentarlo, no eres ningún caballero con las mujeres, siempre la acusas sin sentido y hoy la obligaste a seguir haciendo ejercicios a pesar de que te repetía que ya no podía. Que seas guapo no te salva, hoy conjurará a los espíritus malignos o hará algunos muñecos vudú con propósitos de venganza.
—Eres excesiva.
—No lo soy, es lo que haría yo si fuera Kyoko-chan.
...
—¡Aaaargh! Maldito...imbécil... —murmuró mientras hacía un muñeco vudú instantáneo con los materiales que cargaba en su cartera—. No te detengas, sigue con las sentadillas —comenzó a imitarlo con voz aguda— ¿Qué miras?...Si te quedas mirando tan fijamente el cuerpo de alguien, es muy incómodo para esa persona —arrugó el ceño, e hizo una mueca despectiva—. ¡Como si fuera una acosadora sexual! ¡Maldito patán!
El chofer del taxi tragó saliva e ignoró a la pasajera que explotó apenas arrancó el coche.
Kyoko clavó con alfileres las piernas del muñeco vudú de Takuma, deseando que el karma lo castigase y sea testigo cuando sucediese.
Su piel aún quemaba por la ira cuando oyó que estallaron con una risa al verla caminar. Los hermanos Ito eran malvados por reírse de su desgracia en su presencia. Pero sabía que intentaron contenerse, así que perdonó a Risa porque, aunque lo rechazó, le ofreció ayudarla con el baño, y a pesar de que se rió la ayudó inmediatamente a llegar hasta el taxi. Sin embargo, con Takuma era otro tema...
—Es un bruto
Tocó la cabeza del muñeco vudú, abstraída.
Takuma era un hombre que definitivamente no sabía cómo tocar ni mucho menos brindar cuidados a una mujer. Era evidente que tenía problemas en cómo lidiar con las mujeres. Las evitaba y le tenía pavor a que le acosen. Viendo como en el set de filmación algunas modelos le tocaban furtivamente los brazos o las manos, tenía algo de razón.
Suspiró.
Sabía que tenía que tener un poco más de comprensión con él. Debía tener algún pasado o motivo de su comportamiento, por eso el presidente le había encargado acercarse a él y ser su amiga.
Pero sus acusaciones a cualquier ocasión la ponían furiosa.
Retorció la cabeza del muñeco vudú, y en cuanto miró que estaba llegando, lo dejó y lo guardó en su cartera.
Le pagó al taxista y arrugó el entrecejo cuando oyó que se reía al verla salir. Ladeó el rostro, y el coche marchó a toda velocidad antes de lanzarle una mirada furiosa.
Sus nalgas dolían y sus piernas temblaban como mantequilla a cada paso. Solo quería llegar y echarse en la cama...
En la cama del Beagle.
Detuvo la llave cerca de la puerta.
La cama del Beagle era grande, suave y mucho más cómoda. Y tenía su aroma, su rico aroma que le perturbaba la paz. Pero su aroma tal vez lo tendría ahora su futón después de que se pasó durmiendo con ella los últimos días.
—¿Eh?
La puerta estaba abierta.
Entró extrañada. Tal vez el Beagle ya no estaba y se había olvidado de cerrar.
Entonces por lo menos podía dormir una hora en su cama.
Una sonrisa se formó en sus labios, pero desapareció cuando se encontró con las escaleras.
Sacudió su cabeza, y se aferró al pasamanos, mientras subía paso a paso.
Maldijo a Takuma unas cuantas veces entre dientes, pero cuando terminaron los escalones, su rostro se iluminó al estar cerca de su objetivo.
Arrastrando los pies por el piso, llegó a la puerta, cogió el pomo y lo abrió.
Se paralizó y sus ojos se abrieron más, al encontrar a unos metros a Reino, tumbado en el suelo, desnudo, con un pañuelo atado alrededor de sus muñecas y otra en su boca. Una mujer vestida con unos pantalones de chándal y un sostén, estaba sentada encima de él, a horcajadas, mirándole a ella con ojos fríos.
Apretó los dientes y cerró la puerta de un portazo, furiosa sin saber la razón.
—¿No sabías que los perros son leales a sus dueños? En este caso, si soy el perro, tú eres la dueña.
—Perro infiel y pervertido —murmuró cerrando los puños con fuerza.
—A la única a quien quiero es a ti, Kyoko.
—¿La única? Embustero de mierda...Entonces que haces así con esa...
Se detuvo y volvió. Abrió la puerta y escrutó la habitación y luego al Beagle, que intentaba decir algo. Bajó la mirada hacia su entrepierna y entrecerró los ojos.
—Espera un momento, su banana no está parada —dijo suspicaz—. ¿Quién eres tú?
La mujer cogió una percha de madera del suelo, se levantó y fue a ella.
—No, ¿Quién eres tú de Reino-sama, mujerzuela?
Kyoko sintió que un escalofrío recorría su espalda. Avanzó y, antes de que usase esa percha, lo agarró y trató de quitárselo, pero la mujer lo sostuvo con fuerza, y bastó con una sacudida para que lo soltase y cayese.
Gimió por el dolor que le causó a sus nalgas. Esa chica era demasiado fuerte. Cuando vio que alzaba la percha para pegarle, lanzó una patada giratoria desde el suelo, dando con sus tobillos y haciendo que cayera.
—Mierda, mi pierna —masculló Kyoko por el dolor que sufrió al hacer ese movimiento.
El timbre comenzó a sonar repetitivamente, y la desconocida alzó el rostro, pálida. Aprovechó su distracción, cogió rápidamente la percha y lo tiró al otro lado de la habitación. Ésta volvió la mirada y chasqueó la lengua. Se levantó, y Kyoko se encogió, temerosa de esa chica. Era joven, una psicópata con mucho más fuerza que ella, y en su condición no creía poder hacer demasiado para defenderse.
Se sorprendió cuando vio que no le hizo nada, y en cambio cogió una camiseta del mismo color rosa de sus pantalones de chándal, se lo puso y le lanzó una mirada repulsiva.
—Puta —le gritó antes de salir como si estuviera de paso.
Oyó que bajaba por las escaleras, la puerta se abría, y oía unas fuertes vociferaciones antes de que se cerrase de vuelta.
Estuvo paralizada por unos segundos, antes de reaccionar y arrastrarse hacia Reino.
—¿B-Beagle? —le llamó dudosa.
Estaba inmóvil, mirando el techo con iracunda expresión.
Le quitó el pañuelo de la boca, y sus ojos violetas se movieron con rapidez hacia ella.
—¿Estás...bien? —murmuró algo turbada.
Estaba lleno de cólera, y no le respondió nada.
Kyoko miró que le había dejado tres chupetones en su torso. Desvió la mirada hacia sus muñecas e intentó desatar el pañuelo, pero estaba atado con fuerza.
—Carajo —soltó enojada—. Ya vuelvo —aviso. Iría a buscar sus tijeras en su habitación.
—En la cama —le dijo con sequedad.
Fue la primera vez que habló, así que se demoró un tiempo en reaccionar. Se levantó bruscamente a pesar del dolor de sus piernas. Tomó las tijeras y se echó al piso, cortándolas con prisa.
Reino observó sus muñecas, mientras se las frotaba.
—Maldita zorra —despotricó con los labios apretados.
Se levantó, sin pudor a su desnudez. Kyoko se ruborizó y alejó la mirada de su falo. Oyó sus pasos y la puerta del baño cerrarse con violencia.
Se derrumbó en el suelo, y cerró los parpados, sintiendo que el descanso y la paz se volvían cada más lejanas. Su entrecejo se arrugó y abrió los ojos.
—Maldita zorra —masculló, sentándose y mirando el desastre a su alrededor.
Estiró la comisura de su labio en un remedo de sonrisa.
Había hecho lo mismo, e incluso le había azotado. Se aprovechó del deseo que tenía por ella, y lo uso para castigarlo. Se sentía como una mierda al verse reflejada en esa mujer al que consideraba una sucia psicópata.
Exhaló el aire despacio. Ser fría e insensible era vital después de consumar su venganza. No quería arrepentirse. Lo hizo antes, pero no lo haría esta vez.
A pesar de ello, verlo así le provocó algo de lástima, y furia con esa mujer.
—Tal vez sea el karma —lo pensó con más detenimiento mientras doblaba las ropas tiradas del suelo—. Esa vez...su banana estaba muy dura...—dijo abstraída oprimiendo su camiseta negra contra su pecho—. Y además gemía de placer...Suplicaba que le quitase las esposas para...fo...follar —musitó casi en silencio.
Escondió el rostro en la camiseta que cogía.
Estaba demasiado acalorada que se abanicó con la mano. Miró con el rabillo del ojo la puerta, y tragó grueso, ordenando con más rapidez las ropas en su placar.
—Supongo que eres fiel a tu dueña —murmuró complacida cuando terminó de arreglar.
Agrandó los ojos cuando percató lo que dijo.
—¡No es como si me importara!
Se sonrojó, y por primera vez notó algo en la cama.
Agarró los pedazos de encaje negro de su sostén con el ceño fruncido. Suspiró y los tiró en la basura.
Se acostó en su cama por largos minutos. Divisó de reojo la puerta y tamborileó los dedos sobre el borde de la cama. Se levantó y fue despacio hacia la puerta del baño, tratando de oír alguna señal de vida. Ya había pasado más de una hora.
La puerta se abrió de repente y Kyoko trastabilló hacia atrás, sobresaltada.
—¿Estabas esperando? —le dijo Reino, sorprendido.
—S-Solo...quería saber...si estabas bien —tartamudeó mirándolo boquiabierta de pies a cabeza. Tenía el cabello mojado echado hacia atrás, siguió una gota de agua que corrió por su cuello y fue bajando hacia su torso. Los latidos de su corazón aceleraron. Los ojos ambarinos dejaron atrás la gota de agua, y continuaron recorriendo el camino de sus pectorales, tenía un lindo ombligo, pero lo que la petrificó fue la diminuta toalla que tenía enrollado alrededor de sus esbeltas caderas, estaba tan caída que casi pierde el equilibrio por el mareo y sofoco que le dio.
No tenía un cuerpo magníficamente entrenado, pero de alguna manera su sola presencia era tan sensual.
Percibió que él daba un paso hacia adelante y alzó la mirada hacia su rostro.
—¿Beagle?
Fue muy rápido. Su brazo envolvió su cintura y la atrajo hacia su pecho, llevando una mano en su nuca y capturando sus labios. A pesar de su brusco movimiento, sus labios se fundían a los suyos en un beso lento pero muy intenso.
Kyoko deslizó sus manos desde su pecho hasta sus hombros, sintiendo que el corazón bombeaba con tanta fuerza, que le preocupaba sufrir un paro cardíaco.
Se separó un poco de su boca e intento protestar, pero él lo aprovechó e introdujo su lengua.
—Oh, Dios
Kyoko gimió y se aferró con más fuerza a él. Cedió segundos después, sintiendo que sus piernas temblaban. Él la sujetó con ambas manos de la cintura, evitando que cayera para así seguir devorándola sin piedad.
—Be...Beagle...e-espera...—dijo apenas pudo apartarse un poco de su boca, respirando pesadamente.
Reino abrió los ojos y alejó un poco su rostro.
—Lo he olvidado, ¿puedo besarte? —preguntó con seriedad e indiferencia.
—¿Q-Qué...?
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N/A: ¡Agradezco a los lectores por seguir la fanfic! ¿Qué opinan de los capítulos? Leo comentarios :D
