CXXXVI
La cuestión es la siguiente: Henry siempre ha sabido del potencial de Eleven. Es posible que se haya encontrado al tanto de este incluso antes que Brenner.
No obstante, ¿la manera en la que Eleven ha transportado un edificio entero a la otra dimensión y lo ha desmantelado de paso…?
Repentinamente, el instinto de supervivencia de Henry le advierte que hay algo demasiado peligroso en su vecindad.
Y no, no es el otro Henry, sino…
Henry traga saliva. Su cuerpo ha reconocido a un nivel instintivo aquello que su mente no le ha dejado ver: el hecho de que toda Eleven escapa a sus fantasías más absurdas. El hecho de que Eleven, aunque carece de la destreza que él posee, es superior en términos de fuerza y potencia absolutas.
El pensamiento es aterrorizante, sí, pero también… exhilarante. El tipo de exhilarante que le crea un nudo en la garganta.
Que le crea incomodidad en la parte inferior del cuerpo.
No tiene tiempo, sin embargo, de ahondar en esto, pues desde su lugar, uno de sus brazos apoyado sobre los hombros de Joyce, Henry ve lo que ocurre como en cámara lenta.
La forma en la que Brenner cae muerto detrás de Eleven y ella se voltea a mirarlo mientras las criaturas chocan contra una pared invisible.
Ella levanta la vista entonces y sus ojos se encuentran. Su mirada ya no resplandece como antes, mas en ella ve un entendimiento que antaño no se encontraba allí.
Y pese a que esto debería alegrarlo —el saber que por fin Eleven ha comprendido al menos una mínima parte de la realidad en la que viven—, la verdad es que la situación entera parece escarbar un agujero en su pecho como si de un parásito se tratase.
De pronto, la idea de una Eleven poderosa y aterrorizante quebrando cuellos y vaciando ojos a su lado en un mundo que siempre los ha odiado no se le hace la imagen tan atractiva que se ha pintado anteriormente.
Al contrario, ahora mismo…
Pero no hay tiempo para contemplar sentimientos o percepciones: la horda de criaturas no hace más que avanzar, Eleven dándole la espalda de vuelta para concentrarse en frenarlas.
La situación es complicada: Henry sabe que sus poderes tienen un límite en cuanto a la energía que requieren para ser utilizados. El repeler a las criaturas y abrir un portal para escapar —o, en su defecto, retirarle el collar y la soteria de modo que pueda ayudarla— son misiones imposibles ahora mismo.
Hopper parece notarlo, pues corre rápidamente hacia el cuerpo de Brenner y retira de su bolsillo el interruptor que controla el collar.
—¡Mierda, mierda, mierda…!
—Es el botón de abajo —le avisa Henry.
El oficial no necesita que se lo digan dos veces: el aparato se desabrocha al instante.
Pero eso no es suficiente.
—Joyce —murmura entonces—, necesito que me saques esto del cuello. —Toma la mano más cercana a sí y la obliga a presionar sus dedos contra la protuberancia bajo su piel.
—¿Qué…? ¿Qué es esto?
—¡¿De qué demonios hablas?! —reclama Hopper con urgencia—. ¡¿Qué demonios está pasando?!
—Algo que necesito que me saquen ya si vamos a sobrevivir —replica Henry sin perder la calma.
—Pero ¡¿cómo…?! —Como toda respuesta a la pregunta de Joyce, la mirada de Henry se posa sobre el hacha descartada en el suelo—. Oh, no. No, no, no, por favor dime que no esperas que yo…
—Carajo —resopla Hopper, pasándose una mano por el cabello despeinado.
—Es la única manera —replica él, liberándose de ella y sentándose con cuidado en el suelo a la par que sujeta el arma—. Estoy seguro de que puedes hacerlo, Joyce. —Como la mujer sigue dudando, Henry alza la voz—: ¡Si no lo haces, vamos a morir aquí!
Con lágrimas en los ojos, Joyce se arrodilla junto a él. Henry inclina levemente la cabeza hacia el lado contrario, dejando su cuello al descubierto.
—L-lo siento si te lastimo, pero…
—Está bien, Joyce. Confío en ti.
—¡Jim! ¡Ayúdame a mantenerlo quieto! —grita Joyce.
—¡Entendido!
No es fácil: Henry se levanta el dobladillo de la camiseta y la muerde. Intenta enfocarse en su propia respiración, en la manera en que su pecho y su abdomen —ahora descubierto— suben y bajan mientras Hopper se apoya sobre sus piernas y hace su mejor intento por evitar movimientos súbitos de su parte.
Con un chasquido húmedo y un eco metálico, el filo del hacha atraviesa la carne con sorprendente facilidad, dejando un corte limpio detrás.
Pero, de vuelta, no es suficiente.
—No puedo ir más lejos que esto —le confirma Joyce.
Henry ya sabía que esto pasaría. Libera un momento su boca para decir:
—No basta. Retírala usando tus dedos.
—¡¿QUÉ?! ¡ESO ES UNA LOCURA!
—¡No hay tiempo! —Apenas logra pronunciar la última palabra cuando Hopper vuelve a introducirle la tela de su camiseta en la boca.
—¡Joyce, ya oíste al hombre! —le grita el sheriff—. ¡MÉTELE LOS DEDOS!
—Ugh, ¡maldita sea…!
La mujer protesta, mas aún así lo hace.
Los músculos de Henry se tensan al instante: duele horrores, y debe hacer acopio de toda su determinación para no moverse incluso con la ayuda de Hopper. Aun así, todo lo puede mientras mantiene la vista fija en Eleven, sus dientes clavados en el improvisado mordedor creado por la tela de su camiseta.
—Estás loco —murmura Joyce, estirando un brazo frente a su rostro para enseñarle, entre las yemas ensangrentadas de sus dedos, la pequeña cápsula roja—. Y es posible que yo también.
Hopper lo libera al instante, un profundo suspiro escapando sus labios. Henry, por su parte, vuelve a bajarse la camiseta y se toma apenas un par de segundos para recomponerse: Eleven lo necesita, después de todo.
Se pone de pie con algo de trabajo.
Y esboza una sonrisa.
—Sí —le responde a Joyce, si bien su mirada sigue fija en la muchacha cuyas piernas parecen a punto de flaquear a metros de todos ellos—. Definitivamente lo estamos.
