CXXXII
A lo largo de ese día y de su noche, Eleven solloza en brazos de Max. Para el tercer ataque de llanto, Max finalmente entiende que Eleven no desea compartirle nada más allá de que efectivamente la raíz del problema concierne a Henry.
Así que Max hace lo mejor que puede, e intenta confortarla un poco y distraerla otro tanto.
Sin embargo, al anochecer del día siguiente Eleven asume que ya no podrá seguir evitando lo inevitable.
Consecuentemente, se limpia las lágrimas, se lava la cara y le agradece a su amiga.
—¿Estás segura de que quieres volver a tu casa así? —le pregunta Max, cuya falta de tacto ya se le hace querible tras casi dos años de amistad.
—Tengo que —replica Eleven, dándole un abrazo de despedida a su amiga—. Gracias por todo.
—Ni lo menciones.
No quiere llegar a su casa, pero, como le ha dicho a Max, debe hacerlo. Así que arrastra los pies durante todo el trayecto, retrasando una situación que no sabe cómo manejar.
No obstante, Hawkins es pequeño, e indefectiblemente arriba a su casa apenas una hora luego.
—Llegué —anuncia en un hilo de voz, encendiendo la luz. ¿Tal vez Henry ha salido…?
Y es entonces cuando nota la catástrofe en que se ha transformado la sala de estar.
No sabe qué pensar: ¿alguien ha atacado a Henry? ¿El otro Henry? Debe ser él, debe…
Corre escaleras arriba lo más rápido que puede, repitiendo una y otra vez el nombre de alguien de quien hubo huido un día antes.
—¡Henry, Henry, Henry…!
El portal del ático ya no existe. Su corazón cae a sus pies.
Es entonces que escucha un estridente «¡miau!» tras ella.
Se gira al instante: Poe la ha seguido al escuchar su voz. Al menos una parte suya se permite sentir alivio mientras corre a abrazar a su gato. Ipso facto lo carga en sus brazos como si de un bebé se tratara.
—Poe, estás bien… Estás bien, estás… —repite, lágrimas nublando su visión—. ¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿Dónde está…?
Y entonces, observando los brillantes ojos azules del felino, tiene una idea.
—Poe —murmura—, ¿puedes mostrarme… lo que has visto?
—Me parece curioso que optaras por vivir de vuelta en la antigua casa de tu familia, Henry —comenta Brenner con tono casual mientras sus hombres lo amarran a una silla muy similar a aquella que habita sus peores recuerdos—. ¿Se relaciona tu elección con tus sentimientos de insuficiencia?
Henry siente que lo invade una rabia avasalladora, mas tan solo aprieta los puños y levanta la barbilla lo más que puede, desafiante.
—Ciertamente, no pensé que te encontraría allí —comenta el científico casi para sí mismo, las palmas de sus manos gesticulando tranquilamente, una de sus piernas cruzada sobre la otra—. No pensé que te encontraría en Hawkins, a decir verdad.
—Yo no pensé que siguieras con vida —masculla Henry.
—Obviamente —coincide Brenner, claramente inmune a su intento de intimidarlo—. Solo eso explica que hayas hecho lo que hiciste con esa jovencita Angela.
Los ojos de Henry se abren enormemente.
—¿Angela?
Brenner esboza una sonrisa cansina.
—Luego de que Ten me salvara, confieso que no fui lo suficientemente perspicaz como para considerar el que no hubieses ido lejos. —Una pausa—. O, tal vez, te consideré lo suficientemente inteligente como para no hacerlo.
Si tan solo pudiese acceder a sus habilidades… Oh, cómo disfrutaría desmembrarlo lentamente.
—Imagina mi sorpresa —continúa Brenner, ajeno a sus pensamientos— cuando un colega me informó sobre un matrimonio cuya hija había destrozado su hogar sin razón aparente. «Como si hubiese estado poseída», en palabras de los padres. —Como él permanece callado, Brenner lo dice claramente—: Algo diferente a tu modus operandi, es verdad, pero esa virulencia tan característicamente tuya me sacó de toda duda.
—Y ahora me tienes a tu disposición —le dice Henry a regañadientes—. Me pregunto con qué sórdidos planes saldrás ahora.
—Hm, tengo varias ideas —replica Brenner—, pero debes saber, Henry, que no es a ti a quien quiero.
Por primera vez en mucho tiempo, Henry siente genuino terror ante sus palabras. Clava sus ojos en los del hombre frente a él, todos sus músculos tensos.
—¿Eleven? Esa niña es una inútil —miente.
Brenner deja escapar una suave risa.
—Oh, tú y yo sabemos que no es así, Henry. Tú también lo viste, todos esos años atrás. —Brenner se levanta y pasea la mano por uno de los mosaicos blancos, su mirada perdida como si pudiese ver más allá de los límites del cuarto donde se encuentran—. Aunque destruiste todo lo demás, estas mismas paredes fueron testigos…
»Eleven ha sido, desde un comienzo, mi experimento más exitoso.
Eleven se adentra en la mente de Poe con mucho cuidado, buscando con suavidad entre sus recuerdos recientes como quien poda una delicada planta. Como la memoria de un gato no es tan detallada como la de un ser humano, lo único que ve son flashes de recuerdos entrecortados.
Poe dormitando en el cuarto de Henry, molestos ruidos despertándolo cada tanto.
Poe oyendo un estrépito y echando a correr al ver a Henry destrozar el pasillo que lleva a sus habitaciones.
Poe escondiéndose debajo de la cama.
…
Henry postrado en el suelo, inmovilizado.
…
La sonrisa de Papá justo antes del castigo.
