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Ezio huía de los guardias de los Pazzi en Florencia. Estaba en mitad de una búsqueda para vengar a su familia perdida por la codicia de unos pocos. Su madre y su hermana estaban a salvo en Monteriggioni, lo que le quitaba un peso de encima. De repente sintió un tirón en el brazo hacia un callejón. Un joven de más o menos su edad le presionó contra una pared con la mano en su boca a la que le faltaba el anular, observando con ojos calculadores la calle principal. El grupo de guardias pasó de largo. Solo entonces le miró.
-¿Auditore?
Su voz tenía un ligero acento extranjero que Ezio no podía identificar.
-Ezio Auditore.
El hombre se separó.
-Siento la forma en la que he tirado, pero era lo más rápido para quitarte de en medio. Me llamo Alessandro Santamaría, ahijado de Gian Orio.
Ezio abrió los ojos.
-¿Cómo está él?
-Desapareció en el mar hace un año.
-¿Qué?
Alessandro le empujó de nuevo contra la pared por un hombro y le pidió silencio, escuchando los pasos de otro grupo de guardias.
-Llevo estudiando las patrullas durante unos días. Hoy se han adelantado cinco minutos. ¿Qué has hecho?
-¿Por qué crees que he hecho algo?-la mirada de Alessandro fue suficiente respuesta-. Vale, estoy cazando a los Pazzi. Ya he acabado con Vieri en San Gimignano.
-Quedan Jacopo y Francesco... Ven, hablemos en un lugar más seguro.
Se alejó de la calle principal y se agachó para abrir una alcantarilla. Ambos saltaron al interior justo a tiempo de esquivar a un soldado de los Pazzi que había decidido que ese era un buen lugar para esconderse.
-¿Cómo sabías que esto estaba aquí?
-Lo primero que hice al llegar fue informarme de quién o qué podría ayudarme-sacó dos pañuelos de una bolsa que colgaba de su hombro-. Ten, te ayudará con este olor.
Ezio notó el perfume de romero y tomillo.
-Grazie.
Siguió al joven español por las alcantarillas, a veces cruzándose una enorme rata. Por fin salieron a una casa en los barrios más pobres. Uno de los dos hombres se levantó con la hoja oculta preparada para defenderse. Alessandro le tranquilizó con unas pocas palabras en árabe.
-¿Él es el Auditore?
Su voz definitivamente tenía un exótico acento árabe, aunque su pronunciación era perfecta.
-Sí, él es Ezio Auditore. Ezio, te presento a Arnaldo-indicó al hombre que se había levantado, con unos extraños ojos dorados y pelo corto-. Y a Maurizio.
Maurizio estaba inclinado sobre una mesa, estudiando algo que no podía ver desde su posición. Él tenía el pelo negro algo más largo, pero aun no lo suficiente como para poder recogérselo.
-Creo que tengo una ruta, pero no es segura hasta que no podamos comprobar las posiciones de los guardias.
Su acento árabe era aun más patente que el de Arnaldo. Levantó la mirada y observó a Ezio con los ojos más oscuros que había visto nunca.
-¿Cuál es la ruta?
Alessandro y Ezio también se acercaron a la mesa y Ezio descubrió un mapa de Santa María Novella.
-Hemos, bueno, Arnaldo ha oído de una reunión en las catacumbas de Santa María Novella. Hay un pasadizo en el exterior que lleva a ellas, pero la ruta hacia la entrada está llena de guardias-señaló un camino sobre tejados, atravesando callejones y pasando peligrosamente cerca de puestos de guardias-. Esta es la más segura hasta ahora. Si alguien más tiene alguna idea...
-¿Por qué hacéis esto?
-Estamos en deuda con los Médici por Gian. Te ayudaremos en lo posible.
Alessandro miró sus ropas.
-Deberías cambiarte y dejar que mire tus heridas. Maurizio hará la siguiente guardia.
Maurizio asintió y cogió su espada del rincón.
-Estaré arriba.
Alessandro hizo que Ezio se sentara en la mesa después de quitarse la túnica. Arnaldo había seguido a Maurizio por la puerta a la otra habitación.
-¿Eres médico?
-En España llevo el título de Maestro Médico, heredado de mi maestro, quien a su vez lo heredó de su maestro y... ya te haces una idea. El título empezó con Tazim Kasaab, tío del Mentor Altaïr, nacido en mi ciudad-sacó una tela enrollada de su bolsa y la desplegó en la mesa junto a Ezio, permitiéndole ver varios instrumentos médicos. Cogió una aguja curvada y un hilo blanco-. He estudiado durante toda mi vida desde que tengo memoria para conseguir el honor de ser el único Maestro Médico de la Hermandad-ensartó la aguja con mucha atención-. La medicina y la Biblia son mi refugio-limpió la sangre de un corte en el bíceps-. Ahora quieto o dejará cicatriz.
Ezio siseó cuando se hizo la primera pasada. Alessandro trabajó en silencio y con precisión.
-¿Quienes son ellos dos?
-Mis hermanos, los otros ahijados de Gian. Sus auténticos nombres son Umar y Farid, se los cambiaron al llegar a Florencia para no llamar la atención.
-¿Y tu nombre?
-Alejandro, en realidad. Solo lo he cambiado de idioma-se apartó para coger unas tijeras muy finas y cortar el hilo restante-. Listo. Te prestaré algo de ropa mientras arreglo la túnica. No puedo permitir que vayas por ahí con la ropa destrozada.
Le dio una camisa de color azafrán y se sentó en una silla junto a la ventana para remendar la túnica. Arnaldo regresó con los puños apretados y una expresión temible. Alessandro le dijo algo en árabe que le hizo tranquilizarse.
-¿Por qué siempre sabes lo que decir?
-Conozco al ser humano. Y te conozco a ti-sonrió ligeramente-. Duerme un poco, estás agotado.
-Eso haré.
Se frotó los ojos mientras subía las escaleras.
-¿Desde hace cuando os conocéis?
-Casi un año, desde que llegamos a Venecia para reunirnos con Gian. Fue más o menos el mismo tiempo en el que descubrimos que había desaparecido. Los tres... tuvimos una infancia difícil. Ellos tuvieron que sobrevivir en las calles y yo pude refugiarme en un monasterio en Sevilla. Eso nos unió, incluso habiendo crecido en extremos diferentes del Mediterráneo.
Terminó con la manga y pasó a otros pequeños cortes e imperfecciones de la tela. Cuando terminó, se levantó y se acercó al fuego para poner agua a hervir. De su bolsa sacó unos frascos llenos de hierbas secas y dos trozos de seda vieja y gastada. De una estantería cogió dos tazas de arcilla cocida.
Puso un pequeño puñado de hierbas en el centro de las telas cuadradas y creó un saquito atando las esquinas con un trozo de cuerda.
-Es un truco que aprendí en el monasterio, así puedo reutilizar las hierbas una vez más. A Maurizio le gusta más la segunda vez, dice que el sabor es más suave. Sinceramente, no sabría decirte si es cierto.
Le entregó una taza de té de menta, que Ezio agradeció. No había tenido nada caliente en semanas. Había sobrevivido a base de pan que compraba con las pocas monedas que se había atrevido a robar.
-Estoy en deuda con vosotros.
-Tonterías. Tenemos el mismo objetivo, proteger a los Médici. Y en las cartas de Gian hablaba con cariño de tu familia como si fuera suya, así que nosotros somos familia.
Ezio bajó la mirada a la taza de té entre sus manos. Él tenía a su madre y su hermana, pero no sentía la misma conexión que antes de que su padre y hermanos fueran ahorcados.
Volvió a mirar a Alessandro. Él, ante su silencio, se había distraído con el mapa.
-Descansa tú también, Ezio. Mereces más que nadie escuchar esa reunión.
Ezio se terminó el té de un trago.
-¿Dónde...?
-Ven, te dejaré mi habitación. Tengo que volver a salir pronto, de todas formas.
Le llevó hacia arriba a una de las dos puertas en el descansillo.
-¿Solo dos puertas?
Alessandro le estudió por un momento en silencio.
-Arnaldo y Maurizio duermen juntos.
La forma en la que lo había dicho indicaba a Ezio que no era tan platónico como las palabras. Amor entre hombres... ¿Era realmente posible?
Decidió no decir nada y Alessandro aceptó su silencio como respuesta. Abrió la puerta de la izquierda. La habitación era modesta, solo con una cama y un escritorio bajo la ventana. Pero estaba claro que Alessandro la había hecho suya. Dos pilas de libros sobre el escritorio, que sujetaban varios rollos de pergamino. Un tintero con pluma, un libro de plantas abierto y un pergamino extendido con anotaciones. Sobre el cabecero había un ramillete de romero colgando de una cuerda de esparto junto a una concha del Camino de Santiago y un rosario de madera.
-Ponte cómodo, te despertaré para cenar.
-De nuevo, gracias. No sé lo que habría hecho si no me hubieras sacado de esa calle.
-Habrías sobrevivido, seguro.
Alessandro se despidió y cerró la puerta tras él. Ezio se dejó caer en la cama. Tenía mucho que procesar y quizás el sueño le ayudara con todo. No había dormido bien desde que dejó Monteriggioni.
– O –
Maurizio estudió el círculo de piedra que Ezio había llevado de las catacumbas.
-Es interesante...
-¿Puedes ver esto también?
Ezio le entregó los pergaminos que había reunido. Arnaldo tosió y se disculpó para ir a buscar agua. Maurizio también estudió los códigos.
-Parece árabe, pero no creo que pueda traducirlo. Creo que es una mezcla de varios dialectos. ¿No conoces a alguien que puede hacerlo?
-Sí, ya ha traducido uno de ellos y arregló mi hoja oculta. Es un artista.
-Un artista y capaz de todo eso... ¿Leonardo da Vinci?
-El mismo.
-Deberías ir otra vez, quizás haya algo interesante en estos textos.
Maurizio miró una vez más los pergaminos antes de enrollarlos de nuevo y entregarlos a Ezio. Arnaldo regresó con un cántaro lleno de agua fresca.
-¿Puedes volver a repetir lo que has escuchado?
-Bernardo Baroncelli exponía el plan de ataque a la Guardia Real de los Médici. Otro hombre preguntó por el permiso del Papa y el líder respondió que Sixto IV había accedido mientras nadie muriera. Luego preguntaron por si los Médici sabían de sus planes y se burlaron diciendo que son arrogantes y estúpidos. Y me encontré con La Volpe, dice que os conoce y que os informe de que atacarán en la misa del domingo 26.
Alessandro hizo un gesto de fastidio.
-Típico de los ateos el profanar una celebración sagrada.
-Debemos evitarlo.
-Por supuesto, Ezio. ¿Tenemos planos del Duomo?
Maurizio sacó un gran pergamino de un baúl y lo extendió sobre la mesa.
-Tú eres quien más ha estado por la zona, Sandro. ¿Qué sabes?
Arnaldo y Maurizio seguían la religión islámica, lo que realmente no molestaba ni a Alessandro ni a Ezio. El médico español indicó la plaza frente a la Catedral de Santa María del Fiore.
-Creo que lo harán en público, como una declaración de principios. Hasta aquí llega el gobierno de los Médici o lo que sea que quieran hacer. La mejor oportunidad sería a la entrada, todos los feligreses se congregan en la plaza para ver entrar a la nobleza, entre ellos los Médici-indicó un camino-. Siempre utilizan la misma ruta. Nosotros podemos camuflarnos entre la multitud y buscar a los conspiradores o defender si llegamos a ello.
-¿Cómo escondemos las armas?
-Capas, por supuesto. Necesitaré tela para crearos túnicas adecuadas.
Arnaldo arqueó las cejas.
-¿Sabes coser?
-Puedo coser piel humana, la tela no es tan diferente. También necesito cinta métrica, otras agujas y unas tijeras más fuertes. Y mucho tiempo, voy a necesitar los seis días.
Maurizio se puso en pie.
-Voy a buscar las telas. ¿Cuánto necesitas?
Alessandro calculó mentalmente.
-Dos metros para cada uno de vosotros. Elije los colores que quieras. Y un metro más para cada uno de un color secundario.
-¿Qué hay de ti?
-Negro, también dos metros. Y un metro más en rojo. Empezaré a preparar los patrones.
Arnaldo también se levantó.
-Iré con Maurizio.
-¿Digamos dos horas?
-Me parece bien.
Uno de ellos siempre se quedaba dentro de la casa para protegerla de guardias demasiado curiosos. Ezio salió con los árabes para visitar a Leonardo.
El artista se alegró de verle de nuevo y le dio la bienvenida como a un amigo muy querido, que de hecho era. Ezio no podía pensar en un mejor amigo.
-Te traigo más páginas del Códice, Leonardo.
-¡Fantástico!-Leonardo cogió las páginas-. ¿Estás bien, amigo? ¿Dónde te estás quedando?
-Estoy bien, tengo unos conocidos en la ciudad.
-¿Los conozco?
-Lo dudo, son extranjeros.
Leonardo levantó la mirada de las páginas.
-No me importa que no me digas lo que estás haciendo, pero dime que estás a salvo.
Ezio asintió, acercándose un paso a un amigo.
-Te aseguro que con ellos estoy a salvo. Y si no te digo más es para no ponerte en peligro.
-Lo entiendo, te lo aseguro-Leonardo volvió a las líneas de código-. Haz algo para entretenerte, voy a tardar un rato.
Ezio, de hecho, se quedó dormido. Se despertó cuando Leonardo le golpeó suavemente en el hombro.
-¿Cuánto tiempo ha pasado?
-Unas horas.
-Debería volver... empezarán a preocuparse-se levantó y aceptó las páginas traducidas-. Gracias, te lo debo.
-No hay de qué. Puedes agradecérmelo trayéndome más de estas páginas.
-No lo dudes.
Se despidió de él y se marchó de regreso a la casa en los barrios bajos. Encontró solo a Arnaldo y Maurizio que le informaron de que Alessandro estaba fuera consiguiendo agujas e hilo. El español llegó a tiempo para la cena, que preparó Maurizio.
– O –
Las calles eran un caos. Los hombres de los Pazzi luchaban contra los hombres de los Médici. Ezio había perdido de vista a Arnaldo y Maurizio casi al inicio y distinguió a Alessandro inclinado sobre un herido.
Tuvo que llevar a Lorenzo a un lugar seguro antes de que le mataran. Consiguieron alcanzar el Palacio Médici sin demasiados problemas, hasta que descubrieron que el médico había huido.
-Conozco a alguien, esperad aquí.
Corrió de vuelta a las calles, esquivó pequeñas escaramuzas y encontró a Alessandro recostado en un callejón, observando su alrededor con atención y la hoja oculta sobresaliendo del hueco que dejaba su anular cercenado.
-¿Estás herido?
-Yo no, Lorenzo.
Alessandro tiró de Ezio hacia sí mismo y dio un paso hacia su espalda, clavando la hoja oculta en el cuello de uno de los hombres de los Pazzi. Ezio nunca había visto un movimiento tan fluido y hermoso.
-Vamos.
Regresaron al palacio de los Médici y Alessandro enseguida se puso a atender a Lorenzo.
-No, mis hombres...
-Las muertes que ya han pasado serían en vano si mueres. Ahora quieto.
Ezio decidió que no podía hacer nada más allí y corrió de vuelta a las calles.
