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Había sentimientos encontrados cuando Ezio salió de la Toscana para dirigirse a Venecia. Arnaldo iba silbando alguna melodía. Maurizio, a su lado, leía un libro. Alessandro iba delante de todos ellos, guiando el camino.
Los caballos se detuvieron junto a un carro.
-¿Leonardo?
El artista alzó la mirada de la rueda rota.
-¡Ezio! Me alegra verte aquí.
Él desmontó y le ayudó a levantar el carro para cambiar la rueda.
-¿Qué hay del caballo?
-Las correas se rompieron y salió huyendo.
Arnaldo también había desmontado y examinó las correas.
-Con razón. Fueron cortadas. ¿Tienes enemigos?
-¡No! Bueno... al menos no creo.
Alessandro miró el carro y los caballos.
-¿A dónde vas?
-Forli. Cogeré un barco a Venecia.
-Nosotros vamos en la misma dirección. Te acompañaremos. ¿Quién va en el carro?
Quitaron las alforjas del caballo de Ezio y lo amarraron al carro. Luego Leonardo y Ezio subieron al pescante. Iniciaron de nuevo el camino después de unas presentaciones rápidas. Arlando volvió con su melodía.
-¿No puedes quedarte en silencio un momento?
-Sabes que no, Maurizio.
-Arnaldo, silencio.
Esas palabras de Alessandro fueron suficientes. El español miraba hacia el camino que dejaban atrás.
-¿Qué pasa?
-Corred y no miréis atrás. Maurizio, ve con ellos. Arnaldo y yo les detendremos.
-¿Les?
En ese momento dos carros preparados para el combate y varios soldados a caballo aparecieron de la nada. Ezio no dudó en acelerar el carro. Escuchó el sonido de una ballesta al ser disparada y un cuerpo cayendo al suelo con fuerza.
Maurizio desenvainó la espada, pero no se detuvo. Leonardo se sujetaba donde podía y Ezio hostigaba al caballo hasta la extenuación.
-¡Cuidado con las rocas!
Las esquivó justo a tiempo. Y en una vuelta del camino vio que Arnaldo y Alessandro iban en uno de los carros y que ya habían destruido el otro.
Maurizio les detuvo varios kilómetros más adelante.
-Creo que ya estamos a salvo.
-¿Quiénes eran?
Alessandro detuvo el carro de guerra junto al de Leonardo y Arnaldo se levantó para mirar hacia atrás, con la ballesta preparada.
-Quedaba uno, creo que lo hemos perdido-observó un momento más, alzó la ballesta y disparó con precisión. El jinete que les seguía cayó medio kilómetro más atrás-. Necesito un arma más precisa...
-Deberías ser menos exigente, tu puntería ya es lo bastante buena.
Arnaldo saltó del carro y Maurizio bajó del caballo al mismo tiempo. Alessandro rodó los ojos y se volvió hacia Ezio y Leonardo.
-Creo que yo cogeré el caballo de este carro y Maurizio seguirá en el suyo. ¿Crees que ahí dentro hay hueco para Arnaldo?
-Deja que haga uno.
Leonardo abrió las cortinas al interior del carro y empezó a apartar cajas.
-¿Qué es eso?
-Un invento, aunque no consigo que vuele.
Alessandro observó con curiosidad y luego pateó el lado del carro de guerra más cercano a él.
-Vosotros dos, ya vale. No tenemos todo el día. Luego revisaré por heridas, aunque Arnaldo ha luchado a distancia.
-¿Y por qué he encontrado un corte en el torso?
-¡¿Quieres soltarme?!
Alessandro parecía cansado de todo.
-Venid aquí ahora si no queréis que os clave la daga entre las costillas.
Arnaldo se acercó tirando de los bajos de su túnica y murmurando para sí en árabe. Maurizio, con la capucha firmemente puesta, llegó detrás.
-Así que has sido tú.
La mirada de Alessandro le silenció, junto a unas pocas palabras en un tono cortante.
-Tenemos que irnos enseguida si no queremos más compañía. Desengancha al caballo, Arnaldo. Y tú, Maurizio, rompe las cuatro ruedas. No necesitamos darles algo con lo que perseguirnos.
Apenas diez minutos después estaban en marcha de nuevo. Arnaldo volvió a silbar desde la parte trasera del carro. Con eso, todo volvió a la relativa normalidad.
