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Se habían separado poco después de encontrarse con Leonardo. Ezio acompañó al artista mientras los hermanos Orio se desviaban hacia Roma, necesitaban contactar con alguien que no quisieron mencionar.
En el viaje a Venecia de cinco años, Leonardo y Ezio se hicieron muy cercanos. Llegaron a conocer los detalles de la vida del otro, Ezio incluso le habló de la Hermandad ante la insistencia del artista.
Al llegar a la ciudad, Ezio acompañó a Leonardo por la ciudad hasta que descubrió que le habían robado el dinero, lo que le llevó a conocer al líder del gremio de ladrones.
Con Antonio organizó la muerte de Emilio Barbarigo, el líder de los mercaderes de Venecia. Pero el plan cayó cuando notaron que los guardias eran más de los que habían previsto. Ezio retrocedió y se dispuso a buscar otra forma. Mientras observaba a los guardias esperando una apertura, alguien apareció a su lado. Se giró alertado solo para descubrir a Alessandro.
-Sandro...
-Por fin te encuentro, llevo toda la mañana detrás de ti. Escucha, he oído sobre tus planes para matar a Emilio y puedo ver que tienes dificultades para hacerlo.
-¿Cómo lo has escuchado? ¿Y cuándo has llegado?
-Cosas de Asesino y anoche. Tengo un plan y podré ayudarte-miró a ambos lados y le indicó que le siguiera a un jardín cubierto por cortinas, en el que se escondieron para mayor seguridad.
-¿Cuál es tu plan?
-Mis hermanos y yo hemos descubrimos que la figura del líder de los mercaderes de Venecia ha sido un títere bajo el control de los Orio. Los Barbarigo se impusieron a esto matando a Gian. He organizado una reunión con Emilio para esta tarde y he informado de que iré con un guardia para protegerme. Supuestamente voy a revisar la salud de Emilio, mi reputación en España se me ha adelantado. Te daré la mejor oportunidad para matarlo. Podrás pasar frente a todos los guardias sin que nadie diga nada.
Ezio miró a su amigo y pensó en el plan.
-¿Y si no hay oportunidad de matarlo?
-Entonces pasamos al otro plan, le envenenaré.
-¿Por qué no empezar por ahí?
-Intento matar lo menos posible, deformación de médico.
-Vale, iré contigo. ¿Cuándo?
-En una hora junto a San Marcos. Déjame el resto a mí.
Ezio asintió y se separaron. El italiano fue a ver a Antonio para informarle del cambio de planes.
-¿Confías en ese Alessandro?
-Como en nadie. Tenemos motivos conjuntos para querer ver desaparecer a Emilio de su puesto.
-Entonces yo también confío en él. Tendrás que presentarnos en algún momento.
-Cuando sea posible, amigo mío.
Alessandro ya le esperaba frente a San Marcos, con su bolsa médica y un rosario de madera entre las manos. Observaba el agua del Gran Canal pensativo, pero se giró hacia él cuando estuvo cerca.
-¿Listo?
-Todo lo que puedo estar.
-Pues vamos.
Iniciaron el camino hacia el Palacio de la Seda en silencio. Los guardias que custodiaban la entrada miraron la carta que les entregó Alessandro.
-Signore Santamaría, el signore Barbarigo le espera-miraron a Ezio, pero no dijeron nada más.
-Parece que realmente tienes influencia.
-Esperemos que sea suficiente para salir de aquí. Tú haz lo que te diga para evitar acabar en el fondo del Gran canal.
Un criado les llevó a la sala donde esperaba Emilio Barbarigo. Ezio permaneció junto a la puerta, al igual que un guardia de Emilio. Uno era mejor que decenas. Alessandro sonrió con amabilidad al estrecharle la mano.
-Por fin conozco al famoso médico sevillano. He oído mucho de ti.
-Y yo de usted, signore Barbarigo.
Se sentaron en dos sillones enfrentados a ambos lados de una mesita baja. Alessandro dejó su bolsa médica junto a su asiento. Iniciaron una charla intrascendente sobre el viaje desde Sevilla hasta Venecia. Pronto Emilio le pidió que hiciera el reconocimiento.
Alessandro abrió su maletín y sacó un extraño tubo.
-Necesitaré la ayuda de mi asistente.
-Pensé que era tu guardia.
-Le contraté para ello, pero me sirve de asistente de vez en cuando.
-Preferiría que fuera mi guardia quien se acercara.
Alessandro sonrió complaciente.
-Por supuesto-hizo un gesto, que significaba más para Ezio que para el otro guardia. Ezio esperó a que el guardia estuviera inclinado sobre el brazo de Emilio para acercarse y apuñalarle. Luego, sin esperar más, hizo lo mismo con Emilio, quien no había superado la sorpresa. Alessandro les tomó el pulso-. Han muerto. Ahora necesito que me apuñales a mí en el vientre. Yo te haré unos cortes superficiales en las manos. Luego llamaré a los guardias que están fuera y les dirás que un Asesino ha entrado por la ventana, ha matado a Emilio y lo ha intentado conmigo. Luego insiste en llevarme a recibir atención médica de uno de mis acompañantes.
-No sé si...
-Ezio, te diré exactamente dónde apuñalarme para hacer el mínimo daño posible. Me recuperaré pronto.
Primero Alessandro le hizo los cortes superficiales, dos en el cuello y unos pocos más en las manos. Luego señaló un punto exacto en su vientre. Ezio respiró hondo antes de apuñalarle. Alessandro se desplomó en la silla con un grito.
-¡Guardias! ¡Guardias!
A partir de ahí siguió con el plan. Salió mejor que su plan original de entrar por la fuerza y rezar para salir.
Alessandro pesaba más de lo que esperaba y parecía desmayado contra su hombro. Luchó por un momento hacia dónde ir, pero se decidió por el escondite de los ladrones. Antonio abrió los ojos sorprendido.
-¿Qué ha pasado?
-Su plan para salir. ¿Puedes enviar a alguien a buscar a Arnaldo y Maurizio Orio?
-Creo que sé de alguien que puede encontrarles.
Envió a uno de sus ladrones y trabajó en detener la hemorragia interna. Los árabes aparecieron enseguida.
-¿Quién ha sido?
-Yo.
Maurizio miró a Ezio.
-Más te vale haber acertado en el lugar que te dijo. Es una zona peligrosa.
-¿Sabes cómo coserle?
-Oh, Allah, no. El médico está en la mesa de operaciones. Aunque... dadme veinte minutos.
-Puede que no tenga eso.
Maurizio salió corriendo. Arnaldo presionó la herida, que por suerte sangraba menos. Para sorpresa de Ezio, Maurizio iba con Leonardo.
-Date prisa.
Leonardo miró la herida con cuidado.
-No soy médico, pero conozco el cuerpo humano. Necesito saber si algún órgano interno ha sido dañado-se limpió la mano a conciencia con alcohol y sin dudarlo metió dos dedos en la herida. Ezio y Antonio apartaron la mirada-. No noto nada más que músculo.
Se limpió la sangre, enhebró una aguja y cosió la herida con puntos algo descuidados.
-Esperemos que eso sirva... gracias, Leonardo.
-Tuviste suerte de recordar esa conversación en el barco.
-No es muy común escuchar que alguien contradice las leyes para descubrir el funcionamiento del cuerpo.
-Al menos ha servido de algo.
-¿Alguien sabe cuándo se despertará?
-El médico es él, debimos haberle escuchado cuando quiso hablarnos de cómo tratar a alguien inconsciente...
-No es culpa mía que me quedara dormido. Apenas pude escuchar lo que dijo sobre sutura antes de caer-Arnaldo se frotó los ojos-. Escucharle hablar de medicina es lo mejor para dormir.
Alessandro gimió algo en español que hizo a todos inclinarse hacia él.
-¿Quién sabía español?
-Pensé que tú lo habías aprendido-Maurizio le dijo algunas cosas en árabe que sonaron bastante mal a las que Arnaldo alzó las cejas-. Ya verás cuando Sandro se despierte.
-¿Qué veré?
Todos saltaron al escuchar la voz baja y rasposa de Alessandro. Ezio se inclinó enseguida sobre él.
-¿Estás bien? ¿Deberías estar despierto tan pronto?
El médico cerró los ojos y le empujó ligeramente.
-He perdido mucha sangre, creo... veo borroso y me tiemblan las manos... ¿Tengo los labios pálidos?
-No más de lo normal.
-Dadme un par de horas y podré correr por ahí...-se enderezó con bastante facilidad, llevándose una mano inconsciente a las puntadas-. Por la forma asumiré que son tuyas, Leonardo.
-¿Cómo puedes saberlo?
-Eres el único con una mínima idea de suturar piel humana. Por cierto, es la clásica sutura de tipo colchonero, que se suele utilizar en cadáveres, bastante buena debo decir. Yo habría usado una sutura discontinua, pero no está mal.
Se inclinó hacia el lado de la mesa y se sentó. Siseó de dolor antes de llevarse una mano a la herida e inclinarse hacia delante. Maurizio le empujó hacia atrás.
-La de veces que nos has dicho que no pongamos la cabeza a la altura del corazón...
-Sí, sí, he perdido mucha sangre. Necesito algo líquido...
Antonio le entregó una taza de agua.
-Creo que oí en algún lado que algo caliente te vendría mal ahora.
-Ahora mismo sí, mi cuerpo no tiene suficiente sangre para enviar el calor a las extremidades, pero en una hora o así sí que me vendría bien.
-Lo siento, estoy... algo sorprendido de que estés despierto y hablando.
-Sí, estoy acostumbrado a sufrir. ¿Me ayudáis a quitarme la camisa?
Arnaldo, sabiendo que ya estaba arruinada, la rasgó por la espalda. Cicatrices de un látigo aparecieron en la piel de su espalda, un laberinto de líneas plateadas y levantadas, claramente golpe sobre golpe. Casi cincuenta de ellos. Pero no eran las únicas cicatrices. Había heridas de cuchillo, una quemadura de fuego sobresaliendo de la cintura de los pantalones y arañazos de fieras salvajes.
No había dudas de que había estado al borde de la muerte.
Arnaldo sacó de la bolsa que había llevado con él una capa de color negro que le colocó por encima.
-Gracias.
Alessandro sujetó el borde casi con desesperación. Leonardo preguntó con un gesto si podía sentarse a su lado, a lo que él asintió.
-Antes revisé tu herida, tuviste suerte.
-Lo calculé bien y confié en que Ezio tuviera la puntería adecuada para no golpear un centímetro más abajo, me habría destrozado el intestino. Y un poco más arriba y me quedo sin estómago-apoyó una mano en el hombro de Ezio-. Tienes talento.
-Preferiría que fuera talento para algo más...
-La vida no nos ha dado más cartas con las que jugar. Hagamos lo mejor que podamos con lo que tenemos.
Fue a levantarse pero Maurizio se apresuró a detenerle.
-¿A dónde crees que vas?
-Tengo cosas más importantes que hacer que quedarme quieto como un niño bueno.
-Has perdido mucha sangre y no estás vestido para salir a la calle.
Alessandro apoyó ambas manos en los hombros de Maurizio.
-La muerte de Emilio Barbarigo fue el primer paso de un plan que espero que me situe en un buen lugar dentro de varios años, no confío en nadie más con esa clase de información. Además, soy el mayor, puedo cuidar de mí mismo.
Fue a dirigirse a la salida. Ezio vio una mirada intercambiada entre Maurizio y Arnaldo antes de que este último hablara.
-¿Y quién cuidaría de nosotros cuando tú no estés?
Alessandro se detuvo de repente a medio paso, pero pudo recomponerse.
-Eso es trampa.
-La excusa de ser el mayor tiene doble filo, tú nos lo enseñaste. Ahora descansa, reponte y ya harás lo que quieras hacer con ese plan tuyo. ¿Qué plan, por cierto?
-Si te lo digo tendría que matarte-sonreía. Volvió a la mesa, pero decidió sentarse en una silla-. Ahora en serio, es información muy delicada por la que yo podría morir. Estoy caminando en el filo de la espada. Un paso en falso y desapareceré tan rápido que ni siquiera sabréis que me he ido-apoyó una mano en los puntos-. Este es mi seguro.
-¿Una herida?
-Una cicatriz del atacante que mató a Emilio Barbarigo. Me elimina por completo de todas las sospechas.
Antonio parpadeó.
-Eso es... brillante. Tienes habilidad para jugar a la política.
Alessandro sonrió ligeramente.
-Tengo práctica. Creo que no nos han presentado-extendió una mano, que Antonio no tardó en estrechar-. Alessandro Santamaría, médico y político.
-Antonio de Magianis, ladrón.
-Posiblemente el único oficio honesto que queda-compartieron una sonrisa cómplice. Leonardo decidió que ese era el momento de interrumpir.
-Voy a decidir no preguntar por nada de eso, pero sí hay algunas cosas que quiero decir. Primero, Arnaldo, creo que tengo una idea de una ballesta con una mejor visual para ti. Y segundo, contad conmigo si necesitáis ayuda. Solo he estado aquí un día, pero la presencia de los Barbarigo es como una cadena en Venecia.
-Una buena descripción, pero me interesa más esa primera parte.
-Arnaldo...
-¿Qué?
Alessandro solo rió al ver la mirada irritada de Maurizio y la confusa de Arnaldo.
