Ezio se despertó cuando sintió un pincel rozar la parte posterior de su hombro. Lo primero que hizo fue reconocer su posición. Estaba abrazando la almohada, con la manta por las caderas y toda la espalda al aire. Volvió a sentir el pincel y una línea fría de pintura, supuso.

-¿Leo?

-No te muevas.

Sí pudo girar la cabeza lo suficiente como para mirar a Leonardo. El artista también estaba desnudo y con tres cuencos llenos de pintura a su lado y unas cuantas hojas llenas de carboncillo.

-No deberías malgastar la pintura.

El rubio le mandó a callar y siguió pintando en su espalda.

Era su cuarta noche durmiendo en el taller de Leonardo y la segunda mañana que se despertaban en la misma cama después de... poner en práctica lo que Alessandro le había enseñado.

-¿Cómo te sientes?

Leonardo tarareó feliz. Las dos veces él había expresado su preferencia por estar abajo, metafóricamente hablando. Ezio tenía marcas de uñas en el pecho que dolían un poco.

-Como dije ayer, esto no cambia que seamos amigos. Y para serte sincero, tengo algo por Alessandro.

Ezio enterró la cara en la almohada, recordando la forma en la que había huido apenas al amanecer solo para volver una hora después y disculparse con Leonardo de rodillas. El artista le golpeó y le dijo que por nada del mundo dejarían de ser amigos.

Luego pensó en el médico español.

-Yo también.

Ambos compartieron una risa suave. Sabían perfectamente que ese ligero flechazo por Alessandro se iría muy pronto y que seguramente era un amor más fraternal que nada.

Por fin Leonardo dejó de pintar su espalda y le permitió levantarse mientras él iba a buscar un trapo para limpiarle. Ezio cogió los papeles que estaban esparcidos tanto por la cama como por el suelo y se vio a sí mismo con unas enormes alas, una cayendo hacia el suelo y la otra extendida en el lugar de Leonardo.

Algo le hizo levantarse y tratar de mirar su espalda en el espejo. Encontró un espejo de mano para poder hacerlo más fácil. Unas alas grises se extendían por su espalda hasta prácticamente los muslos, cada pluma traza con maestría, con su luz propia y ensombreciendo las que estaban bajo ella. Si no lo supiera, diría que tenía alas.

Leonardo volvió para descubrirle fascinado por su dibujo en la piel.

-Tienes talento, amico.

-Deja que te quite la pintura, después será más difícil.

Limpió el óleo con rapidez antes de tirar el trapo. Luego se vistieron y comieron algo rápido. Ezio solía sentarse a observar a Leonardo pintar o investigar, pero empezaba a aburrirse. No sentaba a esperar desde... ni recordaba cuándo.

Puede que antes de que todo empezara. Tenía veintisiete años, así que habían pasado once años.

-Te has puesto serio de repente. ¿Qué pasa?

Leonardo bajó el pincel y se alejó de la tabla.

-Solo pensaba en mi familia-colocó los pies descalzos sobre la mesa y las manos tras la cabeza-. Ha pasado más de una década desde entonces.

-¿Desde cuándo somos amigos, Ezio?

-¿Seis años? Más o menos. Nos conocimos por mi madre, pero nos hicimos amigos en el viaje de Forli.

-Vale, digamos seis años. ¿Aun no me consideras tu familia?

Ezio pensó seriamente en sus palabras.

-No es que solo seas mi familia, Leonardo. Eres una de las pocas personas en las que confiaría si mi vida estuviera en riesgo.

-Me honras-dejó el pincel sobre la mesa y se acercó a él-. Lo que quiero decir es que perdiste a una familia, parte de ella, pero has encontrado otra en Alessandro, Arnaldo, Maurizio y yo mismo. Eso es algo que nunca debes olvidar.

Ezio miró a su amigo y sonrió brevemente.

-Tardaré un poco en aceptarlo, pero creo que no voy a olvidarlo más.

Hubo un par de golpes en la puerta antes de que Maurizio entrara, tirando el brazo de Arnaldo, a quien también empujaba Alessandro. Esos tres sí que se comportaban como hermanos.

-¿Estáis muy ocupados?

-No realmente. ¿Por qué?

-Arnaldo necesita practicar y nos vamos a las afueras. ¿Quién mejor que el inventor para seguir de cerca el funcionamiento de su invento?

Leonardo se animó, olvidando por completo la conversación anterior con Ezio. Cogió varios papeles y carboncillos, totalmente preparado para un día de campo. Ezio supo que mataría el aburrimiento por el día, quizás también el día siguiente recordando las bromas que sabía que ocurrirían.

-Aseguráos de llevar algo para la noche. Alessandro quiere explorar unas ruinas que hay al norte y tardaremos unas horas en llegar.

-¿Vamos a acampar bajo las estrellas?

-Un par de días si mis cálculos son correctos. Ya tengo provisiones en un carro en tierra firme, estoy deseando salir de tanta agua...

Arnaldo despreciaba el agua, era como un gato. Ezio no se imaginaba cómo había permanecido en Venecia tanto tiempo sin huir. Creía que Maurizio había tenido algo que ver, aunque una mirada de Alessandro tampoco estaba fuera de las posibilidades. Las miradas del médico eran aterradoras.

Pronto caminaban por las calles hacia las afueras de la ciudad. Un carro les esperaba a cargo de uno de los chicos que trabajaban en los establos junto a las puertas. Alessandro le entregó unas monedas antes de subirse al pescante. La mirada asustada de Maurizio hizo que Ezio le sustituyera casi sin problemas. No quería enfrentarse a lo que fuera que hiciera temblar de miedo a Maurizio.

-¿A dónde?

Detrás, entre varias bolsas con provisiones y los catres desmontados, Maurizio extendió un mapa.

-Sigue el camino principal hasta que te diga.

-Debería ser un trayecto tranquilo, Agostino me ha prometido contener a los guardias a cambio de un par de trabajos personales.

-¿Qué tipos de trabajos, Arnaldo?

-Espiar, sobre todo. Quiere mantenerse al día con lo que ocurre en su ciudad y hasta que no pueda encontrar a alguien adecuado me ha pedido que me encargue yo. No es que me moleste, tengo algo que hacer más que mirar el techo.

-Salvo que llevas tres días sin dormir en casa.

Arnaldo decidió ignorar a Maurizio a favor de sacar un laúd de una de las cajas. Tocó algunas notas sueltas y afinó el instrumento de oído. Mientras hacía lo suyo, Leonardo procedió a cuestionar a Alessandro por su trabajo.

-¿Y qué hay de ti? Ya he oído que Maurizio se encarga de la empresa comercial Orio.

-Estoy igual que Arnaldo. Me aburro con facilidad, así que me puse a revisar los papeles de Gian.

-Dejó el despacho intransitable.

-Está organizado-Maurizio sacudió la cabeza pero le dejó continuar-. Entre los papeles encontré varias pistas que llevaban a más páginas del Códice. Según esos registros hay una en las ruinas que vamos a explorar. Si es cierto, creo que valdrá la pena seguir las otras pistas. Y he estado haciendo mis propios negocios por ahí-se giró en el pescante para mirar al interior del carro-. He conseguido permiso para examinar el cuerpo de un hombre que falleció poco después de que le empezara a sangrar la nariz. Estoy deseando volver para saber cómo...

Arnaldo y Maurizio se estremecieron de forma visible.

-No puedo llegar a imaginar cómo puedes ser capaz de abrir un cuerpo humano. ¿Qué te enseñaron en el monasterio?

Alessandro se encogió de hombros.

-Conocimiento ante todo. Y yo quiero conocer el funcionamiento de la mayor obra de Dios.

Arnaldo interrumpió su charla sobre el cuerpo humano con los primeros acordes de una melodía. Se entretuvo tocando el laúd durante un buen rato, el mismo tiempo que todos permanecieron en silencio. En algún momento Alessandro reconoció los acordes y Arnaldo los repitió para que cantara la canción árabe. Maurizio se unió pronto.

-No sabía que conocías árabe, Alessandro.

-El hombre que me enseñó medicina era musulmán. Le dimos refugio en el monasterio. Yo era un niño entonces, cinco o seis años, creo. Al principio permanecía en silencio la mayor parte del tiempo, creo que aun no se había repuesto de que su familia entera fuera quemada dentro de su casa. Esposa e hijos. Los monjes me dijeron que fui yo quien le animó a salir al mundo, más tarde me dijo que yo tenía la edad de uno de sus hijos. Alí me acogió como su pupilo y me enseñó todo lo que sabía sobre medicina, botánica, química y lenguas. Falleció cuando cumplí trece años, que fue más o menos el mismo tiempo en el que Gian llegó a Sevilla y vino a mí con unas horribles quemaduras que ningún otro médico cristiano podía tratar. Debo decir que la medicina árabe está mucho más avanzada, los demás solo hacen sangrías para cualquier cosa y si me acerco a una de esas horribles sanguijuelas las aplasto con lo primero que tenga en la mano.

El carro se tambaleó con un bache bastante profundo. El carboncillo que Leonardo utilizaba para dibujar a Arnaldo se deslizó por el papel, una de las cuerdas del laúd se rompió, Maurizio se golpeó la cabeza con una caja que estaba a su lado y Alessandro cayó desde el pescante hacia el interior con un grito sorprendido.

-Lo siento.

Alessandro se frotó la nuca.

-Decidme que nadie está más herido que yo, por favor.

Arnaldo flexionó los dedos.

-Tendré la mano entumecida un tiempo, pero no.

-Yo creo que estoy sangrando-Maurizio se llevó una mano al lado que había sido golpeado con la caja y vio unas gotas de sangre en los dedos-. Sí, definitivamente.

-La cabeza siempre sangra más de lo que debería. Déjame ver-Alessandro se inclinó hacia él y apartó el pelo negro-. Nada serio, pero deberías dormir hasta que se te pase el mareo.

-¿Cómo sabes...? No, déjalo, dejé de preguntarme por cómo sabías esas cosas hace tiempo.

Sin muchas palabras más le quitó el laúd a Arnaldo y se recostó usando su muslo como almohada. Arnaldo no se molestó, en su lugar le acarició la mejilla con cariño. Alessandro les miró un momento antes de volverse a Leonardo.

-¿Tú estás herido?

-No, solo he destrozado un dibujo. Empezaré otro.

Leonardo no era de los que se lamentaba sobre el pasado. Y le gustaba más la composición de Arnaldo y Maurizio en su conjunto.

Alessandro volvió a sentarse en el pescante.

-¿Tú estás herido?

Ezio había notado que el médico no se reconoció a sí mismo.

-Solo en el orgullo-pero se frotó la nuca con una mueca de dolor-. Deberías prestar más atención al camino.

-Lo siento, me distraje con la conversación.

Alessandro miró hacia atrás para asegurarse de que Leonardo estaba distraído con el dibujo. Arnaldo se había quedado dormido al mismo tiempo que Maurizio.

-¿Has vuelto a pensar en esa conversación sobre sexo?

-Sí... verás...

-Te has acostado con Leonardo, lo he notado. ¿Y?

Ezio se aclaró la garganta, sonrojado.

-Es diferente.

Intentó ignorar la sonrisa divertida de Alessandro.

-Sé que es diferente, por eso pregunto. Llámalo curiosidad médica.

Ezio se rindió de intentar evitarlo, pero sí bajó la voz. De todas formas tenía algunas preguntas para Alessandro que él estuvo más que dispuesto a responder sin hacer la situación más vergonzosa de lo que ya era.

Se sobresaltaron cuando Maurizio apareció para decirles que se detuvieran, el caballo necesitaba un descanso y ellos estirar las piernas.

Pararon el carro a los pies de un acantilado. Arnaldo se estiró, mirando la pared de roca.

-Casi puedo leer tu mente.

-Necesito aire fresco.

-Tienes todo el aire que necesitas aquí abajo.

-Déjale que suba, Maurizio. Luego no se estará quieto.

-Pues te toca a ti bajarle.

Mientras eso sucedía, Arnaldo ya iba por medio camino escalando la pared de roca. Ezio y Leonardo no podían hacer otra cosa que mirar. Maurizio notó que Arnaldo había desaparecido y le gritó algo en árabe. Alessandro rió a carcajadas.

-¿Traducción?

-No queréis saber los detalles, pero parece que Arnaldo va a tener unas noches muy frías. ¿Almuerzo?

Maurizio, después de gritar un poco más, estaba en el carro sacando una caja con lo que parecía el almuerzo. Pan, queso, una olla con un guiso de verduras y una botella de vino.

-Tendré que calentarlo.

-¿Quieres que prepare un fuego?

-Por favor.

Alessandro y Ezio recorrieron la zona para reunir madera seca. Leonardo observó de cerca mientras el español encendía el fuego con dos piedras.

-¿Soléis acampar a menudo?

-Nos gusta la naturaleza, así que tanto como podemos-escucharon un grito desde arriba y los tres alzaron la mirada para ver a Maurizio tirando a Arnaldo al suelo, los dos riendo-. A esos dos más que a mí, debo reconocerlo. Se sienten atrapados en la sociedad-sonrió ligeramente-. Espero que en algún momento eso deje de estar prohibido. A Grecia y Roma no les fue mal con el sistema militar incluyendo el sexo entre soldados.

-¿Qué sistema militar incluiría algo como eso?

-El que conquistó todo el Mediterráneo.

-Los soldados se preocupan los unos por los otros como hermanos, algo así como vosotros dos, y darían sus vidas para proteger al otro. Ese es un lazo que no podemos ignorar a nivel social.

-¿Tenías que mencionar lo nuestro?

-Sin duda alguna. Sois el ejemplo vivo de cómo el contacto físico puede fortalecer la amistad entre dos personas. Lo que daría por estudiaros...

Arnaldo cayó al suelo con un fuerte golpe, seguido de cerca por Maurizio.

-Hay una caravana militar que se acerca desde el oeste. Llevan el blasón de los Borgia. ¿Qué sabes de ellos?

Miraban a Alessandro.

-En España son los Borja, Borgia solo es la traducción al italiano. El patriarca actual es Rodrigo, fue nombrado Cardenal gracias a su parentesco con el papa Calixto III. Tiene varios hijos con diferentes mujeres. Pedro Luis, Jerónima, Isabella, Juan, Cesare, Lucrecia y Godofredo, este último tiene apenas unos cuatro años-pensó por un momento-. Tienen poder y contactos tanto en España como en Italia. Y si mal no recuerdo hay rumores de incesto entre el mayor y Jerónima, pero no podría confirmarlo.

-¿Cómo sabes todo eso?

-Me mantengo al día con los asuntos del Vaticano. Sus redes se extienden por todos los reinos cristianos y parte de los musulmanes y no hay una sola guerra que no se inicie sin el permiso del Vaticano.

-Nos vendría bien tener a alguien dentro...

-Tú dame tiempo, Ezio. Ya he iniciado mi plan para meterme en los círculos internos de los Borgia. O algo parecido. Tendré que volver a Valencia en algún momento y definitivamente tengo que ir a Sevilla para hablar con unos amigos.

-Intentas abarcar mucho.

-Pues vosotros dos podéis ir a oriente, necesito a alguien en Bizancio.

-Si quieres vernos muertos...

-Sois lo bastante mayores como para sobrevivir sin mí.

Maurizio apartó el guiso del fuego.

-No me obligues a hablar, hermano. Ambos sabemos muy bien lo que realmente pasó en Módena.

Alessandro se sonrojó.

-Aquello fue un accidente.

-Ya, claro, un accidente.

Arnaldo asintió, partiendo uno de los panes. Maurizio alzó una ceja en su dirección, así que le entregó un trozo.

-Un accidente fue lo que sucedió en Milán, aquello fue tu culpa por completo.

-¿Qué sucedió en Módena?

-Ese haciendo estupideces, como siempre. Enfadó a un juez y a un abogado y quisieron colgarle.

-¡¿Cómo iba a saber que era su hija y prometida?!

Arnaldo y Maurizio empezaron a reír.

-Solo tú, hermano.

Alessandro refunfuñó algo en español antes de coger su cuenco de guiso.

-¿Cuánto creéis que hemos hecho?

-Casi diría que hemos adelantado camino-Maurizio subió al carro para sacar el mapa-. Desde arriba he visto algunos puntos que puedo usar como referencia. Veamos...

Mientras trabajaba, Arnaldo cortó un trozo de queso que le entregó. Maurizio lo cogió sin prestar atención.

-Cuando tiene un mapa delante no existe el mundo alrededor. Es bastante interesante...

-Te he oído, novato.

-Solo para que quede claro, eres un Maestro, ¿verdad?

-Sí, Ezio. Pero insiste en llamarme novato.

-Porque lo eres.

-Ya he oído eso suficientes veces-Alessandro agitó su cuchara, por suerte vacía, en el aire-. ¿Tienes algo?

-Según esto... estamos a cuatro horas de nuestro destino si seguimos a buen ritmo.

-No si Ezio sigue dirigiendo los caballos. ¿Por qué no puedo hacerlo yo?

-Porque la última vez que lo hiciste tardamos un mes entero en llegar a nuestro destino y no tenemos ese tiempo. Yo tengo reuniones que espiar y Maurizio reuniones a las que asistir.

-Y yo un cuerpo que abrir antes de que empiece a pudrirse, créeme, no voy a perderme. No pienso esperar a otra oportunidad como esta.

-Vale, pero como nos perdamos...

Maurizio se inclinó hacia delante intentando amenazar, pero retrocedió cuando Alessandro le dedicó unas pocas palabras en árabe. Arnaldo silbó de forma inocente.

Leonardo fue a preguntar algo, pero se distrajo con un pájaro que se posó en una de las ruedas del carro. Silenciosamente cogió un trozo de papel y bosquejó su forma.

-Los pájaros son increíbles... dejar atrás la tierra y alzarse en el aire...

Alessandro se acercó poco a poco al pájaro con un trozo de pan en la mano. El pájaro, un gorrión común, pió por un momento antes de saltar a su mano y picotear el pan. Leonardo aprovechó eso para dibujarlo sobre la mano, fascinado por cómo se sentía lo bastante seguro como para comer cerca de un humano. Pronto volvió a alzar el vuelo.

-¿Nos ponemos en marcha?

– O –

Ezio observó las paredes con su segunda visión. Había un aplique que resaltaba... Arnaldo tiró de él para abrir una puerta secreta con una escalera descendente.

-¿Por qué siempre hacia abajo?

-No me digas que ahora tienes miedo a la oscuridad, Arnaldo.

Arnaldo miró la endeble escalera de madera.

-La oscuridad no, pero Maurizio me matará si me hago un solo rasguño.

-Yo te mataré si te haces un solo rasguño-Alessandro también miró la escalera y apoyó un pie en la madera. Un crujido resonó en el espacio-. ¿Por qué no te quedas aquí arriba?

-Buena idea.

-Ezio...

-Yo pienso bajar.

-Pues bajemos.

Alessandro fue el primero en iniciar el descenso con una antorcha en alto. Ezio le siguió algunos metros después para minimizar el peso sobre las mismas tablas de madera.

Entre crujidos y más de un susto cuando una tabla cedió de más, llegaron a un gran espacio ovalado con tumbas.

-Se parece al Santuario de Monteriggioni...

-En Sevilla hay lugares similares.

Se acercaron a la estatua central. Era de una Asesina sujetando un cáliz frente la vientre.

-¿Sabes quién puede ser?

Alessandro se inclinó sobre la placa en la peana escrita en árabe.

-Aquí dice... Adha, el Cáliz, primer amor del Mentor Altaïr.

-No sabía que tuvo un primer amor.

-Muy pocos lo saben. Me parece increíble que esté aquí enterrada...

Quitó el polvo que cubría la tumba a los pies de la estatua y dio un paso atrás. No era de mármol, como habían supuesto. Era un ataúd de cristal y había preservado a la perfección el cuerpo de la bella mujer árabe. Vestía de un blanco puro y sujetaba un cáliz enjoyado sobre el vientre.

-¿Cómo es posible?

Ezio pasó la mano por el lateral de la tapa solo para descubrir que era un bloque de cristal sólido.

-Fascinante... la falta de aire permite que el cuerpo se conserve a la perfección.

-Deja de decir cosas raras. ¿Cómo llegó aquí?

-No tengo la menor idea-Alessandro se arrodilló junto a la tumba y pareció buscar algo en un hueco que había visto. Sacó un viejo pergamino en árabe-. Maurizio entiende de esto más que yo, deberíamos dárselo.

-¿Y qué hay de Leonardo?

-Maurizio es de un pueblo que aun utiliza un dialecto muy antiguo, será más rápido. Y Leonardo va a estar distraído con el Códice. Solo nos queda encontrarlo para poder subir.

En ese momento escucharon una piedra caer en las escaleras de madera y un enorme crujido antes de que todo se viniera abajo. Se miraron antes de correr para ver que no había forma de volver.

-¿Chicos?

El eco les transmitió la voz de Arnaldo.

-Estamos bien.

Leonardo también se escuchó.

-No hay una cuerda lo bastante larga...

Alessandro maldijo en voz alta. Maurizio respondió rápidamente algo que no llegaron a identificar.

-¡Ni se te ocurra intentarlo, Maurizio! ¡Tú no eres el que está aquí abajo sin forma de salir!

Ezio miró alrededor con su segunda visión antes de notar algo extraño.

-Sandro, creo que por ahí hay una salida.

Alessandro dejó de hablar consigo mismo, más o menos, y miró hacia donde Ezio señalaba. Mientras se acercaba a ese sitio seguía murmurando algo sobre Templos y nunca volver a entrar en uno. Con decisión presionó una piedra para abrir un hueco en la pared.

-Es realmente parecido a uno de los lugares que hay en Sevilla. Quedé atrapado allí durante tres días antes de averiguar cómo salir. Solo que en lugar de una mujer muerta hace trescientos años había una calavera.

Acercó la antorcha al pasillo oscuro. Era largo y recto, con paredes llenas de grabados antiguos.

-Bueno, supongo que solo tenemos que caminar.

-Vigila el suelo, puede que haya trampas.

Alessandro fue quien dio el primer paso en el pasillo.

– O –

Arnaldo bajó su nueva ballesta para observar el cañón, había sentido algo extraño en el disparo. De hecho notó una grieta minúscula en la abertura.

-¿Le pasa algo?

-Una grieta. Vas a necesitar otro tipo de metal para esto, el calor de la pólvora lo destrozará con el tiempo.

Leonardo la cogió y miró.

-Yo no veo nada. Espera, creo que la siento con la uña. ¿Cómo puedes ver esto tan pequeño?

Arnaldo se encogió de hombros, incapaz de explicar cómo su vista era muy superior a la común. Maurizio gruñó desde su lugar junto al carro.

-Empiezo a preocuparme. Quizás alguien debería bajar.

-No podemos hacerlo, Mau. Sandro nos matará si nos rompemos algo.

-Pues deja de disparar y usa las flechas, me estoy cansando de escucharlo.

Arnaldo rodó los ojos, pero aceptó. Sería mucho más fácil de todas formas. Desplegó los brazos de la ballesta antes de coger los virotes. Pero cuando preparó uno escuchó un crujido en los arbustos cercanos. Disparó hacia allí sin pensarlo, repentinamente alerta.

Escuchó la flecha clavarse en un árbol y luego dos gritos sorprendidos, uno de ellos su nombre.

-¡Sandro! ¡Ezio!

Los dos aparecieron de detrás de los arbustos, con la flecha en la mano de Alessandro.

-Deberías apuntar mejor, hermano.

Maurizio apareció de la nada y abrazó a Alessandro.

-Nos has preocupado.

-¿Qué te pasa hoy? No sueles abrazar a nadie.

-No todos los días te quedas encerrado Allah sabe dónde.

-Habría encontrado el camino de regreso. Siempre lo hago.

Leonardo también les abrazó, juntos. Hizo que sus cabezas se golpearan con un sonoro crujido. Ambos que quejaron, por supuesto.

-¿A qué oléis?

-No quieres saber por dónde nos hemos tenido que meter, Leo. Necesito salvia y romero para quitarme este olor... y puede que corteza de sauce, su humo ayuda a enmascarar olores. Puede que por aquí cerca haya saponaria...

-¿Quieres que vaya a buscar?

-No, ya iré yo. Necesito pensar sin nadie alrededor. Las preguntas de Ezio aun resuenan en mi cabeza y necesito responderlas, aunque sea solo a mí-se desordenó la coleta y los mechones de pelo cayeron alrededor de su cara-. Volveré en un par de horas. Ezio, déjame tu ropa, la limpiaré también.

-Te la llevaré cuando me cambie junto a un juego para ti.

-Gracias.

Se dirigió al otro lado de la casa, donde un arrollo cercaba el jardín descuidado. De hecho encontró algunas plantas de jabonera. Se desnudó y dejó la ropa en la orilla. Se restregó la suciedad a conciencia. Supo que Ezio había llegado porque vio otros dos montones de ropa, uno sucio y otro limpio, junto a la suya. Había estado tan sumergido en sus pensamientos que ni lo había notado.

Se tumbó en la hierba en un parche de luz, esperando a secarse antes de ponerse la ropa. Sentir el sol y el viento le recordaba a Sevilla y las tardes enteras rodeado del olor a azahar y tierra abonada.

Pensó seriamente en lo que parecían años. ¿Estaba haciendo lo correcto con su vida?