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Leonardo le entregó las dos últimas páginas del Códice traducidas el día de su cumpleaños.
-Cuando las junté, vi que las marcas del dorso formaban una frase. Mira: "El Profeta aparecerá cuando el segundo Fragmento llegue a la ciudad flotante".
Recordó algo que escuchó mucho antes.
-¿Profeta? "Solo el Profeta puede abrirlo". "Dos Fragmentos del Edén..."
-¿De qué estás hablando, Ezio? ¿Qué significa?
-Nos conocemos desde hace mucho, Leonardo, y sé que puedo confiar en ti más que en nadie. Mi tío Mario me dijo hace mucho tiempo que el Códice oculta una profecía, que lleva a una antigua Cripta en la que se esconde algo... muy poderoso.
-Es increíble. Pero si les quitaste estas hojas a los Barbarigo, puede que conozcan la existencia de la Cripta. Mal asunto.
-Un momento... ¿Y si esa es la razón por la que enviaron el barco a Chipre? Para encontrar el Fragmento del Edén y traerlo de vuelta a Venecia.
-"Cuando el segundo Fragmento llegue a la ciudad flotante..."
-"...el Profeta aparecerá". "Solo el Profeta puede abrir la Cripta". ¡Dios mío! Cuando mi tío me habló del Códice, yo era un joven atolondrado, y pensé que se trataba de fantasías de un viejo. Ahora lo comprendo... Las muerte de Morcenigo, de los Médici, de mi padre y mis hermanos... Todo era parte de un plan para encontrar la Cripta. ¡El Español!
-Rodrigo Borgia.
-El barco de Chipre llega mañana. Estaré allí para recibirlo.
-Buena suerte, Ezio-antes de separarse, Leonardo le detuvo-. Pásate luego por el taller, tengo un regalo de cumpleaños para ti.
-Lo intentaré.
Se despidió de él y corrió a buscar a Alessandro. Necesitaba consejo sobre los Borgia.
– O –
No se sorprendió de ver a Alessandro y Arnaldo correr en su ayuda en la batalla contra El Español, pero sí a tío Mario, Antonio, Bartolomeo y La Volpe. Cuando la pelea terminó Paola y Teodora también aparecieron junto a un hombre que no conocía, pero ante el que Alessandro frunció el ceño.
-¿Qué...? ¿Qué estáis haciendo todos aquí?
Fue el hombre desconocido quien habló.
-Creo que lo mismo que tú, Ezio. Esperábamos ver al Profeta.
-Yo he venido a matar al Español. Vuestro profeta me trae sin cuidado. ¡No ha aparecido!
-¿Estás seguro, Ezio?
-¿Qué?
-Se vaticinó la llegada de un Profeta. Y aquí estás tú, sin que nosotros lo supiéramos. Puede que tú seas la persona que buscamos.
-¿Cómo? ¿Quién eres tú?
-Nicolás Bernardo de Maquiavelo. Soy un Asesino, adiestrado a la antigua usanza para salvaguardar la evolución de la humanidad. Igual que tú y que todos nosotros.
-¿Sois todos Asesinos? ¿Paola, Volpe?
Lo esperaba de los Orio, ellos mismos se lo habían confirmado, pero no del resto. Y estaba un poco dolido de que no le informaran.
-Así es, sobrino. Durante años hemos guiado tus pasos, enseñándote todo lo que necesitabas para unirte a nosotros. Ha llegado el momento.
Antonio avanzó.
-Tenemos lo que buscábamos, pero queda mucho que hacer. Vuelve aquí al anochecer.
Le entregó un pergamino y todos se fueron, dejándole con más preguntas que respuestas.
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Ezio miró cómo Alessandro calentaba algo en el fuego que habían encendido en lo alto de una torre. murmuraba para sí algo que sonó a medicina.
-Laa shay'a waqi'un moutlaq bale kouloun moumkine. Son palabras escritas por nuestros antepasados, el núcleo de nuestro Credo.
Maquiavelo avanzó.
-Aunque otros hombres sigan ciegamente la verdad, recuerda...
-Nada es verdad.
-Aunque otros hombres se dejen coartar por la ley o la moral, recuerda...
-Todo está permitido.
-Actuamos entre las sombras para servir a la luz. Somos Asesinos.
Todos los demás hablaron a la vez.
-Nada es verdad, todo está permitido.
-Es la hora, Ezio-Alessandro le observó-. En esta era moderna no somos tan literales como nuestros ancestros. Pero nuestro Credo no ha cambiado. ¿Listo para unirte a nosotros?
-Lo estoy.
Él avanzó quitándose el guante y tendió la mano izquierda. Antonio sacó las pinzas del fuego.
-Esto solo te dolerá un rato, hermano. Como tantas otras cosas.
Le marcó a fuego el símbolo Asesino en el dedo anular. Siseó de dolor, pero no hizo nada más.
-Bienvenuti, Ezio. Ya eres uno de nosotros. Ven, tenemos mucho que hacer.
De uno en uno saltaron hacia un montón de paja sin miedo. Arnaldo le esperaba abajo junto a Alessandro. El médico miró la nueva quemadura y sacó una pasta de hierbas para curarla más rápido.
-¿Y Maurizio?
-Recopilando nueva información. Nos espera en el taller de Leonardo.
Alessandro parecía molesto, no dejaba de fruncir el ceño.
-¿Y tú qué? No has dejado de fruncir el ceño.
-Maquiavelo y él no se llevan especialmente bien. Discutieron ayer sobre si era conveniente que te unieras a la Hermandad. Por supuesto Sandro ganó, es imposible que pierda cuando está motivado.
Alessandro bufó.
-Vamos, se nos hace tarde.
Se ajustó la capa negra alrededor de los hombros y se dirigió hacia el taller. Arnaldo y Ezio se miraron antes de seguirle a cierta distancia.
-También está un poco tenso por algo que pasó en Roma. Se niega a hablar del asunto.
-Intentaré que me lo cuente... espero poder meterle algo de sentido.
Leonardo abrió la puerta sin dejar de hablar con Maurizio.
-Estoy seguro de que se traduce por amigo.
-Y yo por amante.
Alessandro se acercó al pergamino de la discordia y lo leyó.
-Amante. ¿Podemos seguir?
-¿Cómo estás tan seguro?
-Aprendí normando en el monasterio-hizo un gesto de disgusto-. Maquiavelo y Mario llegarán pronto. ¿Quieres que te pongamos al día antes?
-Ya lo ha hecho Maurizio-sin esperar mucho cogió la mano de Ezio para mirar la quemadura-. Es curioso cómo cada rama jura de una forma diferente. ¿Cómo lo hace la de Tierra Santa?
-Un simple juramento y tres días de meditación. Con el Mentor Altaïr las cosas cambiaron. Creo que solo en España se sigue haciendo el sacrificio ritual.
Alessandro se encogió de hombros.
-Somos muy nuestros con las tradiciones. Pero también selectivos con quienes hacen el sacrificio. En mi generación solo otro aprendiz fue elegido, Aguilar. No sé lo que habrá sido de él...
Miró hacia la puerta distraído mientras Mario y Maquiavelo entraban. Al instante el Mentor y el médico fruncieron el ceño el uno al otro. Se sentía la tensión en el ambiente. Arnaldo murmuró algo en árabe que le ganó un golpe de Maurizio.
Maquiavelo dejó el Fruto en la mesa. Leonardo lo observó con mucha curiosidad.
-Fascinante. Absolutamente fascinante,
Ezio se cansó pronto de escuchar esas palabras, llevaba el último año haciéndolo.
-¿Qué es eso, Leonardo? ¿Para qué sirve?
-Soy tan incapaz de explicártelo como de contarte porqué la Tierra gira en torno al Sol.
Mario interrumpió la conversación.
-Querrás decir el Sol alrededor de la Tierra.
Aun así Leonardo le ignoró. Alessandro tosió para ocultar la sonrisa.
-Está hecho de materiales que no deberían existir. Aun así, es evidente que este artefacto es muy antiguo.
-El Códice se refiere a él como "Fragmento del Edén".
-Y el Español lo llamó "el Fruto".
-¿La manzana de Eva? ¿La fruta del conocimiento prohibido? ¿Me estáis sugiriendo que esta cosa...?
-Bueno, nunca se mencionó que el fruto del conocimiento prohibido fuera una manzana...
Algo hizo que Ezio tocara el Fruto. Al instante un sonido extraño y unas luces aparecieron en todo el taller. Mario y Maquiavelo retrocedieron, pero Leonardo pudo observar las formas de la luz antes de que Ezio volviera a tocar el Fruto.
Notó que Arnaldo estaba en una esquina, prácticamente escondido y con una mirada atormentada en los ojos dorados.
-Si cayera en las manos equivocadas, podría enloquecer a las mentes más débiles.
-Es evidente que el Español hará cualquier cosa por recuperarlo.
-Ezio, debes protegerlo con las habilidades que te hemos enseñado.
-Llévalo a Forli. Está defendida por cañones y murallas y la controla nuestra aliada.
-¿Cómo se llama?
-Su nombre es Caterina Sforza.
-Algo me dice que voy a disfrutar de esta misión-se acercó a Leonardo para abrazarle-. Muchas gracias por todo, viejo amigo.
Mario también se acercó al artista.
-Leonardo, Ezio me ha dicho que sueles ir a Milán. Tengo una gran villa en Toscana. Pásate por allí a visitarme.
Alessandro avanzó entonces.
-Yo tengo un par de cosas que hacer aquí en Venecia y Arnaldo y Maurizio irán a Roma a establecer conexiones entre el Bureau con los de Constantinopoli y Tierra Santa. Buena suerte.
Lanzó una última mirada a Maquiavelo, que fue devuelta sin duda, y salió del taller. Arnaldo tuvo que ir detrás suya para no reír a carcajadas. Ezio sentía que no le habían contado algo importante. Maurizio apoyó una mano en su hombro.
-Algún día lo entenderás, espero. Es imposible seguirle el ritmo a un español cuando no te cuenta nada. Ni siquiera nos cuenta nada a Arnaldo y a mí. Ya sabes cómo es.
-Sí, le conozco bien.
-Pues eso, ya nos dirá algo. Nos despedimos ahora, nuestro barco sale mañana al amanecer.
-Buen viaje.
-Puede que estemos en Roma varios años, así que podrás enviarnos cartas. Pero Alessandro... yo esperaría a que él te enviara una.
-¿Y cómo sabrá dónde estoy?
-Él está más acostumbrado a los caminos de la Hermandad que tú, solo espera. Sabe cosas que no debería saber-sacudió la cabeza-. Hasta la próxima, Leo. Algo me dice que no será la última vez que nos veamos.
El artista se despidió, algo distraído aun con las imágenes que había podido vislumbrar. Maurizio se fue rápidamente. Mario y Maquiavelo dejaron al artista y Ezio.
-¿Tú estás bien, Leonardo?
-Sí, sí, solo...-los ojos azules brillaban-. Tengo muchísimas ideas, Ezio. Más de las que creí capaz.
-No te obsesiones, amigo.
Pero sabía que era una causa perdida. Si Leonardo pensaba en algo, no paraba hasta conseguirlo. Se despidieron como mejores amigos. Ambos estaban seguros de que lo que había pasado entre ellos en Venecia, no saldría de la ciudad.
