– O – 1500 – O –

Abrió los ojos a un techo cruzado por vigas y a una mujer que le apretaba las vendas.

-Tranquilo. Pronto dejará de doler.

La punzada en el vientre le recordó todo. El ataque a Monteriggioni, el disparo, tío Mario...

-¿A dónde me has traído?

-A ningún sitio. Un hombre le dejó aquí.

-¿Dijo alguna cosa?

Se sentó en la cama con un gemido de dolor. Lo que daría por uno de los remedios de Alessandro...

-Solo esto: debe encontrarse con messere Maquiavelo frente al mausoleo de Augusto. Deje que le ayude a vestirse.

La mujer le ayudó a levantarse y se giró para coger un montón de ropa blanca y roja.

-¿El hombre que me trajo aquí dejó esta ropa para mí?

-Sí, messere.

Se vistió con algo de dificultad por la herida y acabó poniéndose la hoja oculta, la única que había podido sacar de su habitación en Villa Auditore. Cerró los ojos al recordar cómo había perdido la armadura de Altaïr.

Abrió la puerta de la casa para encontrarse a las afueras de Roma. Le agradeció a la mujer por todo lo que había hecho y se fue. Su día fue de mal en peor cuando el galeno mencionó su edad. Y la última gota fue cuando sintió crujir su espalda al empezar a escalar una iglesia para saber su localización.

Cuando bajó, escuchó a unos guardias hablar de asaltar a un campesino, así que les siguió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era su trabajo. En una plaza les vio atacar al campesino y él entró en la lucha. Al menos no había perdido su toque con la edad, de hecho parecía mejorar. Escuchó sus lamentos por la mujer ahorcada, Livia, y le prometió encargarse del verdugo. Ya que era nuevo en Roma, debía hacerse una reputación desde temprano.

Terminó con ese asunto y se dirigió al mausoleo de Augusto. Maquiavelo le esperaba mirando el horizonte de la ciudad.

-Ezio, qué sorpresa verte aquí.

-Pensé que me mandaste a buscar.

-Yo no. La noticia del ataque de la villa llegó a la ciudad. Teníamos la certeza de que habías muerto.

-Aun no. Todavía sigo muy vivo. ¿Quién me trajo, entonces?

Maquiavelo miró alrededor, claramente esperaba a alguien.

-Recibí un mensaje de Arnaldo de esperarte aquí, pero no estoy seguro de que fueran ellos. Los Borgia no deben descubrir que has escapado. Sígueme. E intenta no llamar la atención de todo el mundo.

-¿Acaso lo hago?

Maquiavelo ignoró la pregunta con una sonrisa y le guió hacia algún lado.

-Harías bien en comprar algunas cosas. No vivirás mucho en Roma sin ir bien pertrechado.

-Tengo mi hoja.

-Y los guardias armas de fuego, cortesía de los Borgia. Por fortuna, puedo ayudarte-le entregó una pequeña bolsa de dinero. Ezio la cogió pensando en que las armas de fuego eran un invento de Leonardo. ¿Estaría bien?

-Grazie.

-Estando en deuda conmigo, tal vez me hagas más caso.

-En cuanto digas algo sensato, por supuesto.

Compró un estilete en la armería y volvió a su lado.

-Bene. Ahora podrás sobrevivir de vuelta a Florencia.

-Quizá. Pero no regreso a Florencia.

-¿No?

-No puede haber paz hasta que nos rebelemos contra la estirpe de los Borgia y los templarios que los sirven.

-Recuerdo que tus palabras no eran tan bravas en Monteriggioni.

-¿Cómo iba a saber que me encontrarían tan rápido? ¿Que matarían a Mario?

-Rodrigo se rodea de serpientes y criminales. Incluso a convertido a Lucrecia, su hija, en una de sus armas más poderosas. Pero ella no es nada comparada con el hombre que está tras el ataque a la Villa. Es ambicioso, soberbio y cruel como ninguno. Las leyes del hombre no le incumben. Mató a su propio hermano para acaparar el poder. No conoce el peligro ni la fatiga. Aquellos que no mueren por su espada se unen a sus filas. Las poderosas familias Orsini y Colonna ya se han postrado ante sus pies y hasta el rey de Francia está de su lado.

-Dame su nombre.

-Cesare, señor del ejército del Papa. Qué pretende hacer con ese poder o qué es lo que le impulsa... aun lo desconozco. Pero, Ezio... Cesare ha puesto sus miras en toda Italia y si esto no cambia, será suya.

-Percibo cierta admiración en tu voz.

-Sabe cómo hacer que le obedezcan. Una virtud poco corriente hoy día.

Llegaron a un establo abandonado.

-¿Es que no vamos a caballo? Roma es muy grande.

-Al avanzar las conquistas de Cesare en la Romaña y crecer el poder de los Borgia, han cerrado las zonas más importantes de la ciudad para su uso. No podemos ir a caballo aquí.

-Ah... ¿El deseo de un Borgia ahora es ley?

-¿Qué pretendes decir, Ezio?

-No me digas que no lo sabes, Maquiavelo.

-¿Acaso tienes algún plan?

-¡Ya pensaré en algo!

Se movió con rapidez esquivando a los guardias de la puerta yendo por los tejados. Y una vez con el capitán, le lanzó hacia el andamio antes de que se diera cuenta. Regresó con Maquiavelo justo cuando la alarma sonaba.

-Que mates a unos guardias no garantiza que tengamos acceso a las caballerizas.

Miró hacia la alta torre con los blasones de los Borgia.

-Tienes razón, debemos enviar una señal. Espera aquí.

Volvió a irse, esa vez con la idea de quemar la torre y anunciar a todos que esa zona ya no estaba bajo el control de los Borgia.

Maquiavelo estaba impresionado cuando regresó con él.

-Parece que ahora ya podemos comprar en el establo.

-Tú primero.

Subieron a los caballos y se dirigieron al Coliseo. Discutieron por el camino y justo cuando por fin había encontrado un argumento adecuado, un ladrón lo echó por tierra quitándole la bolsa del dinero. Le persiguió y regresó con Maquiavelo, quien se burló un poco antes de mencionar una carta. Y por supuesto tuvo que salvar al contacto y perseguir al mensajero Borgia. Maquiavelo le dijo que se encontrarían en las Termas de Trajano. Y, cómo no, le atacaron un grupo de hombres de un culto extraño y les persiguió a su guarida, donde perdió bastante tiempo.

Por la tarde consiguió ir con Maquiavelo a conocer a sus aliados en la ciudad a través de la red de alcantarillas. La base de los Asesinos estaba en la Isla Tiberina. El primero que conoció fue Fabio Orsini, primo de Bartolomeo D'Alviano, a quien pertenecía el almacén.

Cuando Fabio se fue, Maquiavelo empezó con los planes.

Había sido un día largo, pero tuvo tiempo de pensar en muchas cosas.

-Propongo que empecemos a planear nuestro asalto contra los Borgia.

-Oh, ¿crees que estamos listos para tal ataque?

-Sí.

-¿Sabes, por ejemplo, dónde llevaron los hombres de Borgia a Caterina Sforza?

La noticia pilló por sorpresa al Mentor Asesino.

-¿Qué?

-¿Tampoco te han dicho que los Borgia nos quitaron el Fruto del Edén?

-¿Cómo hemos perdido el Fruto?

-Así que no sabes qué pasos dan nuestros enemigos. ¿Al menos nos quedan apoyos en los bajos fondos?

Una tercera voz les sorprendió a ambos.

-Nuestros mercenarios se baten en batalla perdida con los aliados franceses de Cesare. Ya hemos enviado cartas a unos amigos en España. También tenemos chicas trabajando en un prostíbulo frecuentado por cardenales y otros romanos influyentes, pero su meretriz es indolente y prefiere asistir a fiestas antes que apoyar nuestra causa. En cuanto a los ladrones, hemos perdido el contacto sin saber el motivo.

-¡Arnaldo!

Le abrazó. Hacía solo unos meses que se vieron, cuando Ezio fue en busca de Rodrigo Borgia, pero parecía que había pasado más tiempo.

Maquiavelo no tenía el mismo compañerismo.

-¿Cómo sabéis todo eso?

Arnaldo le miró de forma neutra.

-Maurizio se ha ocupado de mantener la red de contactos de la Hermandad mientras yo me ocupaba de las Ramas de Oriente. El poder de la Hermandad se centra en las alianzas con los bajos fondos, no solo en las altas esferas.

La puerta se abrió de nuevo y se escucharon unos pasos bajando las escaleras.

-En serio, me voy unos meses y todo por aquí se va al infierno.

Alessandro se cruzó de brazos para mirarles cuando llegó al final de los escalones. Ezio no dudó en ir a abrazarle. Hacía muchos meses que le dejó en Venecia.

El médico le abrazó, pero luego le miró desde la cabeza a los pies.

-Herida en el hombro, un tobillo torcido y has forzado tu cuerpo al límite. Yo pongo el límite ahora. Vas a dormir unas cuantas horas y yo trataré en condiciones esa herida, a saber lo que ha hecho ese otro galeno... No me puedo creer que dejaras a alguien más te tratara.

-Pero...

-Atrévete a contradecirme y te encadeno durante una semana.

Arnaldo rió.

-Hazle caso, es capaz.

-Tú sé útil y ve a por agua limpia, no la de las alcantarillas. Ezio, siéntate.

Maquiavelo se fue, sabía bien que no debía interponerse entre Alessandro y un paciente. Ezio también sabía eso, por lo que se sentó en la primera silla que encontró después de quitarse la túnica. Al levantar el brazo por enésima vez en el día sintió un dolor ardiente en el hombro herido. Siseó.

Alessandro retiró la venda ensangrentada y frunció el ceño.

-No está ni cosida y casi puedo decir que la bala sigue dentro. Voy a tener que sacarla.

Prácticamente arrastró una mesita para poner sus instrumentos médicos. Ezio se estremeció al verlos. Arnaldo llegó con un cubo lleno de agua fresca.

-¿Necesitas algo más?

-Alcohol, muchos trapos y que no te desmayes.

-No puedo prometer eso último.

-Pues corre a buscar a Maurizio.

-Pero...

Una mirada hizo que Arnaldo huyera a la carrera. Mientras tanto Alessandro hirvió el agua y esterilizó lo que iba a usar para ponerlos sobre una gasa. Ezio estaba fascinado por los movimientos tranquilos y pausados, sin desperdiciar un solo gesto. Su expresión estaba concentrada en su trabajo.

-Te gusta ser médico.

Las manos se detuvieron y Ezio vio una sonrisa.

-Me encanta salvar a la gente y ayudar a traer nueva vida al mundo. Es... casi como si intentara compensar las vidas que arrebato por un bien mayor o expiar mis pecados.

Maurizio llegó seguido de Arnaldo.

-El novato me ha dicho que me necesitas.

-Sí, sujeta a Ezio, va a doler. Aunque...-llenó un vaso hasta arriba con el alcohol ambarino que Arnaldo le había llevado-. De un trago, Ezio.

-¿Quieres emborracharme?

-Te ayudará a sobrellevar el dolor.

-Es la primera vez que escucho eso...

Pero se lo bebió de un trago. Maurizio se lo quitó para dejarlo en la mesa.

-Arnaldo, ponte justo detrás y mantén su cabeza hacia el lado contrario. Puedes no mirar, si lo necesitas.

Ezio, en una nube de bruma inducida por alcohol, se dejó manejar. Pero sí que sintió el dolor de algo entrando en la herida abierta, algo metálico y frío. Fue a mirar, pero Arnaldo le sujetó la cabeza. Fue a moverse, pero Maurizio le mantuvo inmóvil.

Lo que fuera que Alessandro utilizaba fue retirado antes de escuchar el sonido de algo pequeño cayendo en el mismo vaso que había utilizado antes. Sintió una gasa limpiando la sangre. Hubo un momento de descanso antes de la inconfundible aguja uniendo los bordes de la herida. Cómo la odiaba...

-Terminado, nada mal, debo decir.

Y Ezio se derrumbó en el hombro de Maurizio. Él acarició su nuca.

-Descansa, chico.

Ezio se desmayó.

– O –

Ezio movió suavemente el hombro para acomodar la túnica limpia. Había salido de la zona de habitaciones de la sede y se dirigía a la biblioteca, donde le dijeron que estaban el español y los árabes.

-¿Cómo te encuentras, Ezio?

La mirada de Alessandro reflejaba preocupación.

-Como si me hubieran cosido el hombro-intercambiaron una sonrisa-. Estoy bien, en serio.

-Aun así te haré un té que te ayudará con el dolor. Tenemos mucho que hacer hoy.

-¿Tú vienes?

-Por supuesto. Sería muy irresponsable de mi parte dejarte ir por ahí solo con un hombro herido.

Le cedió su silla mientras él iba a preparar el té.

-Ignórale, llegó esta mañana de bastante buen humor. Preferimos no agriarlo.

-¿Qué puedes decirme de nuestros aliados, Maurizio?

-Hay un prostíbulo al norte, la Rosa en Flor, su madame es... no exactamente contraria a nuestras ideas. Mientras nos entregue la información, seguirá trabajando con nosotros. La Volpe también se ha establecido en la ciudad, al suroeste, en una vieja taberna. Y Bartolomeo ha reunido a un pequeño grupo de mercenarios al este. Ahora mismo es quien se encarga de detener el avance de los aliados franceses de Cesare.

-La Rosa en Flor, la taberna de La Volpe y los mercenarios de Bartolomeo, entendido.

Alessandro le entregó una taza de té y un panecillo dulce.

-Come, te iré dando más cosas por el camino.

-¿Y tú por qué estás de tan buen humor?

-¿No puedo estar feliz?

-Te has acostado con alguien, ¿verdad?

Alessandro se sonrojó.

-¿Qué?

-La última vez que te vi sonreír así fue en el Carnaval y habías pasado la noche con... ¿cómo lo pusiste? Dos damas ávidas de afecto.

El español intentó evadir la pregunta, pero Arnaldo también quiso saberlo.

-Vale, sí, puede... que haya encontrado un amante. Y no puedo deciros más, es una situación precaria.

-¿Por qué? ¿Está casada?

-No, pero como si lo estuviera. Familia sobreprotectora, su hermano es capaz de arrancarme la piel y... no sería la primera vez que me enfrento a su padre, así que...

Se encogió de hombros y mordió otro pan. Maurizio suspiró.

-Un día vas a meterte en problemas graves.

-Ya estoy metido en problemas hasta el cuello, peor no puedo estar. ¿Listo, Ezio?

-Espera, una cosa más. ¿Qué sabes de Leonardo?

Alessandro frunció el ceño.

-Por el momento está a salvo, es lo que puedo decirte sin ponerle en peligro. Un poco más adelante, cuando la influencia de los Borgia no sea tan extensa en Roma, creo que podré organizar algo para que os veáis.

-¿Tú puedes visitarle?

-Tengo que pedir muchos favores, pero sí. O... podría probar con el otro camino...

Se distrajo rápidamente en sus propios pensamientos. Ezio se puso en pie después de terminarse el té.

-Vámonos, va a ser un día completo.

-¿Qué haréis vosotros?

-Tengo algunas cartas que escribir y Arnaldo hará varios recados.

Arnaldo rodó los ojos, pero parecía resignado a su destino. Ezio y Alessandro salieron a la calle.

-¿A dónde primero?

-Yo diría Bartolomeo, luego La Volpe y terminamos en la Rosa en Flor.

-Busquemos unos caballos.

Por suerte los Asesinos mantenían unos establos justo al lado de la sede.

Con Bartolomeo conocieron a su esposa Pantasilea y supieron de la situación con los franceses, por parte de la esposa, por supuesto. Bartolomeo nunca lo habría aceptado.

Con La Volpe Ezio intentó convencerle de que Maquiavelo no era un traidor mientras Alessandro intentaba desviar toda la atención posible de sí mismo. Ezio empezaba a sospechar que el español tenía "amigos" entre los Templarios.

Pero fue en la Rosa en Flor cuando los problemas aparecieron. No solo la anterior madonna había muerto, sino que la nueva dueña del prostíbulo era su hermana pequeña Claudia. Ezio estaba furioso, más allá de furioso. Alessandro hizo todo lo posible para calmarle, pero solo consiguió empeorar la situación.

Aun así se iniciaron las construcciones de los tres nuevos edificios. Pasarían meses hasta que estuvieran completos, pero eso también daría tiempo a reunir la información que Ezio había pedido.

-Vamos, volvamos a Isla Tiberina. Espero que haya llegado la carta que espero...

Ezio no contestó, solo subió al caballo.

– O –

Había pasado una semana desde que Ezio llegó a Roma. Se había acostumbrado a recorrer la ciudad junto a Arnaldo haciendo recados y por la tarde, en el momento más caluroso del día, ayudar a Maurizio en la biblioteca con las cartas de la Hermandad. Alessandro iba y venía conforme sus conocimientos médicos eran necesarios y pasaba las noches con su amante.

Fue Ezio quien notó la carta sellada para "Alejandro Santamaría, médico". Estudió el sello de lacre como Maurizio le había enseñado, se aprendía mucho de la simbología. Era un escudo simple, con un racimo de uvas y unas elegantes letras "VS" a ambos lados.

En ese preciso momento entró Alessandro, silbando feliz.

-Carta para ti.

Maurizio se la tendió.

-Gracias, la llevo esperando un buen tiempo.

Se recostó en la mesa para leerla. Sonrió antes de entregarla a Ezio.

Señor Alejandro Santamaría,

Nos complace anunciarle que su compra de la casa de campo y los viñedos de la propiedad ha sido aceptada por su anterior propietario. El nombre ha sido cambiado a Vignedo di Sandro, como requirió, y la casa ha sido preparada con nuevos muebles comprados con parte del fondo que depositó en nuestro banco, tal y como solicitó.

Si hemos tardado tanto en enviarle esta carta es para asegurarnos de que todo queda tal y como pidió en la carta que usted adjuntó a su inversión.

Los trabajadores requeridos para los terrenos han sido contratados y alojados en las dependencias recién construidas y la mujer que usted eligió como ama de llaves está ya en la propiedad.

Mi más sincero agradecimiento por confiar en nosotros,

Giacomo Salviati.

-¿Has comprado un viñedo?

-Necesitaba algún lugar para pasar unos cuantos años, además un ingreso extra nunca viene mal. Planeo exportar el mejor vino de la región. ¿Venís a visitarlo?

Arnaldo abrió un ojo desde el lugar donde intentaba dormir.

-¿A qué distancia está?

-Como a medio día a caballo, pasaremos la noche allí.

-¿Trabajadores?

-Un ama de llaves que funciona como cocinera y una criada para la limpieza uno de cada tres días. Pilar no dirá nada.

Arnaldo se levantó.

-Mau, andando. Estoy harto de correr por la ciudad.

Maurizio, sin levantar la mirada de los papeles, dijo algo en árabe que Ezio empezaba a relacionar con alguna insinuación sexual. Al menos Alessandro así se lo hizo entender cuando preguntó una vez.

-Perfecto, salimos en diez minutos. Quiero irme antes de que llegue Maquiavelo.

-Tendréis que solucionar eso pronto.

-Me niego a dar el primer paso.

– O –

Los viñedos se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Una gran casa de piedra encalada con tejas rojas dominaba la colina. Infinidad de macetas cubrían el viejo pozo y un enrejado con unas fragantes flores moradas daba sombra al espacio frente a la puerta principal. Los caballos fueron atados en una valla y una mujer extremadamente pálida con pelo blanco salió de la casa.

-Bienvenido, señor Santamaría.

Se inclinó brevemente antes de abrir más la puerta para dejarles entrar.

El interior era tan magnífico como el exterior. El patio central porticado de dos alturas estaba cubierto de macetas con plantas solo de hojas y flores de todos los colores. A la derecha estaba la cocina y la alacena, ocupando toda la zona tras la pared. En el lado izquierdo de la casa había un despacho médico y una enorme biblioteca con dos mesas de estudio enfrentadas.

Pero el comedor era lo que realmente llamaba la atención de la planta baja. La pared del fondo eran arcos sobre pilares clásicos que permitían una vista perfecta de la larga mesa de madera y otro conjunto de arquería en el lado exterior. Y justo detrás un patio empedrado con otro enrejado para darle sombra con unas impresionantes vistas del campo.

-Eso es...

-Impresionante, ¿verdad? Insistí en comprar estos terrenos por esas vistas.

De uno en uno fueron al piso de arriba por una de las dos escaleras en las esquinas de la casa, tras las paredes completas del comedor.

Había siete habitaciones, dos a cada lado, dos en el frente de la casa y una enorme hacia el patio trasero. Por supuesto, Alessandro se adjudicó la última.

Los grandes ventanales al exterior permitían la entrada de una gran cantidad de luz. La cama con cuatro postes de los que colgaban cortinajes de damasco amarillo a juego con el tapizado de las dos sillas junto a la mesita redonda con una calavera humana sobre un pequeño pedestal. En el otro lado de la habitación había un tocador con espejo sobre el que descansaban varias cajas con cerradura y una cajita trampa de madera. Una descalzadora con el mismo tapizado de damasco ocupaba el espacio vacío frente al amplio armario.

Alessandro apoyó una mano sobre la cajita de madera, pero no la abrió. No estaba preparado para lo que había en su interior.

-Sandro, tu ama de llaves...

-Pilar, se llama Pilar.

-Eso. Pilar me ha dicho que empezará con la cena y que descansemos hasta entonces.

-Gracias, Ezio-por fin encontró lo que había solicitado expresamente, un pequeño compartimento oculto con varios licores-. ¿Quieres sentarte conmigo?

-Por favor-ocuparon las dos sillas, Ezio mirando con recelo la calavera. Aceptó la copa con un licor ambarino-. ¿Qué es?

-Licor de naranja. Lo hago yo.

-¿Tú?

Ezio miró el licor con sospecha. Alessandro rió.

-Sé destilar, chico. Cualquier cosa en realidad. ¿Quién crees que hace el veneno que utilizas?

-Razón de más para dudar.

Al final lo probó. No era del todo malo...

Escucharon un crujido al otro lado del pasillo y algo pesado arrastrarse por el suelo.

-Esos dos han elegido una habitación lateral, relativamente lejos. Yo me he quedado con la más cercana a esta en el otro pasillo.

-Hoy dormiremos poco.

-¿Cómo los soportas?

Alessandro se encogió de hombros mirando el licor a contraluz.

-Cercanía y una buena dosis de confianza. Yo no comento sobre sus actividades salvo para burlarme y ellos intentan mantener el volumen bajo. Solo conseguí lo de las burlas porque acuden a mí en busca de consejos o más aceite-se quedó en silencio un momento-. Leonardo está bien, por cierto, pude verle de lejos el otro día.

Ezio se relajó un poco.

-¿De verdad que no puedes decirme dónde está?

-No, lo siento. Sería poner en peligro mi nueva posición.

-Algún día tendrás que contarnos esa "nueva posición".

-¿Por qué no hoy? Soy el nuevo médico del Vaticano, alguien de confianza entre los obispos cuando sus amantes quedan embarazas. Intento acercarme al círculo interno de Rodrigo, pero aun no lo consigo. Puede que en unos meses...

Ezio le miró realmente preocupado.

-¿Te has metido en los Templarios?

-Dios, no, por supuesto que no. Solo... me he situado en una mejor posición que Maquiavelo.

-Si esto tiene algo que ver con vuestra rivalidad...

-¿Por quién me tomas? No estoy tan loco como para meterme en la guarida del lobo sin un plan de salida y por un motivo tan estúpido. ¿Recuerdas cuando me acompañaste para matar a Emilio? Cuando me recuperaba os dije que la herida que me hiciste era parte de un plan mayor. Encontré varios papeles de Gian que indicaban la necesidad de la Hermandad de mantenerse cerca de El Español y yo decidí que sería quien se acercara.

-Pudiste haberlo discutido con los demás.

-Prefería no encontrarme con el muro que iba a representar Maquiavelo y su "posición" en la corte de Cesare. Soy de los que piensan que siempre es mejor tener un plan extra por si el primero no funciona.

-Mientras estés a salvo...

-Nadie estará a salvo mientras los Borgia estén en el poder.

Con esas palabras funestas y una sonrisa divertida, Alessandro se terminó su bebida de un trago.

– O –

Los meses pasaron en una extraña calma, una que todos sentían antes de la tormenta. Ezio se recuperó con rapidez de la herida de bala gracias a la atención de Alessandro, aunque el español desaparecía durante días para ver a su amante o lo que fuera que hiciera. Maurizio, entre las cuentas de las muchas empresas que los Orio tenían, supervisó la construcción de los nuevos edificios de los gremios. Arnaldo, sin saber muy bien lo que hacer, entrenó a Ezio en todas las artes de lucha que conocía, que no eran pocas. Cuerpo a cuerpo, dagas simples y dobles, espadas y lanzas fueron la base, luego pasaron a cuerdas, arcos, ballestas, dardos, hachas... incluso pañuelos.

El florentino no pasó de los conocimientos básicos en la segunda fase de su entrenamiento, pero vio luchar a Arnaldo con unas dagas gemelas que llamó haladíes y Alessandro con una espada y una daga. Era, en palabras de Maurizio, poesía en movimiento.

Un día, cuando todo estuvo construido y los gremios establecidos, Maquiavelo envió un mensaje a Vignedo di Sandro informando de que los líderes habían organizado una reunión en Isla Tiberina. Fue uno de esos periodos en los que Alessandro estaba en Roma. Se plantearon por un momento enviar a alguien a avisarle, pero lo descartaron sabiendo que él siempre acababa por saberlo todo.

Claudia, Bartolomeo y La Volpe esperaban en la sala de los cuadros junto a Maquiavelo. Ezio observó a todos.

-¿Qué habéis descubierto?

Bartolomeo apretó la mano en la empuñadura de su fiel espada.

-Ese bastardo de Cesare está en el Castel San Angelo con el Papa.

La Volpe inclinó ligeramente la cabeza lejos de Maquiavelo.

-Mis espías dicen que han confiado el Fruto a un erudito para su estudio. Estamos intentando saber de quién se trata.

Claudia miró con desprecio a su hermano.

-Caterina será traslada a la prisión del castillo en una semana.

Maquiavelo asintió conforme con toda la información, pero cuando fue a hablar una nueva persona apareció en la sala. Alessandro, con el ceño fruncido y oliendo a sudor de caballo, impuso su presencia como solo él podía hacerlo.

-No tenéis ni idea de lo que he tenido que hacer para conseguir lo que voy a deciros. El erudito al que le han entregado el Fruto es Leonardo, Cesare prepara su marcha para la Romaña y Caterina llega hoy mismo.

-¿Cómo has...?

-Estoy bien situado, me ha costado años enteros, pero he podido colocarme como médico del Vaticano. Oí hablar a unos cardenales, la amante de un arzobispo me dijo lo de Cesare y he podido visitar a Leonardo para "tratar" algunas heridas que se ha causado creando las nuevas armas.

Maquiavelo dio un paso adelante.

-¿Y dónde está el Fruto?

Todo el peso de la ira y la furia en los ojos de Alessandro cayeron sobre el Mentor, quien se estremeció. Nunca había visto tan enfadado al médico. Pero en lugar del esperado monólogo lleno de acusaciones e intentos de recordar el origen de la Hermandad, solo dijo una frase.

-Tú no eres, ni serás, un Asesino.

Con eso dicho en un tono que solo indicaba una absoluta seguridad en sus palabras, Alessandro giró y se fue. El silencio tras su marcha pareció sujetarse a cada rincón y dejó un ambiente frío. Maurizio miró a Arnaldo y siguió al español hacia el exterior.

-Las cosas poco a poco. Empecemos por salvar a Caterina, es una buena aliada y nos ha ayudado en el pasado. ¿Vas tú, Ezio?

-Sí. ¿Qué pasa con Leonardo?

-Estará a salvo mientras se mantenga en el laboratorio. Yo empezaré a minar la influencia de los Borgia en los alrededores de la ciudad-apoyó una mano en el hombro de Ezio-. Recuerda por lo que luchamos, por lo que el Mentor Altaïr dio su vida entera.

Los ojos dorados brillaron con algo parecido a remordimiento.

-Proteger al inocente.

-Exacto. Ve con cuidado en Castel San Angelo, no querrás acabar en la mesa de operaciones.

Palmeó su hombro y se alejó con pasos silenciosos.

– O –

Su primera impresión de Lucrecia Borgia era la de una mujer que hacía alarde de su belleza y atributos, que no eran pocos. Pero enseguida su atención se vio desviada hacia Caterina, maltratada y con un vestido sucio y rasgado.

La mano de Maurizio le detuvo de avanzar.

-Ahora no, hay demasiados ojos-le llevó a un lado del Tiber-. Cruza el río y rescata a Caterina, estaré esperando en la sede.

Ezio le vio perderse entre las multitudes que se habían reunido para ver a la condesa caída en manos de los Borgia. Esperó a que los guardias se hubieran llevado a Caterina al otro lado del puente. Luego se las arregló para entrar sin que le descubrieran, secuestró a Lucrecia para que le diera la llave y se llevó a Caterina a la sede de Isla Tiberina.

Alessandro llegó poco después y se concentró en curar las heridas de Caterina en silencio. La sede nunca había parecido tan fría y Maquiavelo ni siquiera estaba presente. Arnaldo y Maurizio hablaron en voz baja en árabe, claramente preocupados por él. Cuando el español se enderezó, ambos se apresuraron a su lado.

-¿Estás bien?

-Sí, solo... tengo mucho en mente. Demasiado-les miró atentamente-. Debo irme, tengo que encontrarme con alguien. Estaré varios días fuera, necesito calmarme sin...-frunció el ceño pensando en Maquiavelo.

Arnaldo se apresuró a hablar.

-¿A dónde irás?

-A donde me lleve mi caballo-sonrió ligeramente-. Paz y seguridad, hermano.

Maurizio se tensó y se mordió el labio inferior cuando el español salió.

-¿Qué pasa?

-Alguien va a morir. Y no será agradable.

-Alguien debería ir a vigilarle...

-Quieres que te apuñale, ¿verdad? Pues ese es el camino más corto. No quieres enfadarle, Ezio.

-Una vez fue a buscar a un hombre que había impedido que salvara a su propia hija solo porque era mujer. Digamos que la tortura medieval queda como un juego de niños comparado con lo que hizo.

-Enfadar a un médico es lo peor que se puede hacer en la vida. Ya lo aprenderás.

Los dos árabes se despidieron y se fueron, anunciando que estarían buscando reclutas. Ezio se quedó con Caterina, quien se había quedado dormida después de que curaran sus heridas, y leyó las instrucciones precisas en la elegante letra de Alessandro. Pero debajo, en una letra un poco más pequeña y más rudimentaria, había una nota para Ezio.

No te preocupes, Caterina estará bien. Y yo también, solo he descubierto algunas cosas que no esperaba de mi amante y la pregunta de Maquiavelo simplemente ha sido el último golpe en un día extremadamente largo.