– O – 1501 – O –

Ezio estaba allí porque Alessandro le había entregado una nota, por nada más. No sabía lo que le esperaba.

De repente escuchó un silbido que reconoció. Como para no hacerlo. Era un silbido característico que había aprendido a responder al instante desde que a Arnaldo se le ocurrió en su viaje de campo al norte de Venecia. Se repitió una vez más y Ezio empezó a seguir el sonido hasta llegar a un rincón apartado junto al Tíber.

Sintió un golpecito en el hombro, un ritmo que también reconoció de muchas noches despierto en Venecia. Leonardo estaba detrás suya, sonriendo.

-¡Ezio!

-¡Leonardo!

-Alessandro me dijo que estabas detrás del ataque a San Angelo... ¡Me alegra verte, amigo!

-Ven aquí.

Se abrazaron con fuerza.

-Perdóname. Los Borgia han comprado mis servicios. En realidad, me habrían matado si rechazaba el trabajo.

La mirada azul de Leonardo estaba llena de remordimiento. El arma que mató a Mario era su creación. Ezio apoyó las manos en sus hombros.

-¿Qué quieren de ti?

-Máquinas de guerra. He creado armas de fuego para sus guardias y otras monstruosidades terribles. Están bien diseñadas, Ezio. Ten-le entregó un pergamino sellado con lacre-. Los nombres de los Templarios que vigilan su construcción. Cesare pretende suministrar mis creaciones a su ejército. Debes desmantelar todo. Yo intentaré ocuparme de las armas de fuego, Alessandro me ha dado algunas ideas.

Ezio asintió.

-Grazie. Me ocuparé de los planos y de las máquinas.

-Hay noticias peores, me temo. Tienen el Fruto.

-¿Qué? Alessandro dijo que lo tenías tú.

-Cesare lo dejó en mis manos para que lo estudiara y que funcionara. Luego Rodrigo se lo llevó, no sé a dónde.

-¿Funcionara?

-Al parecer solo tú lo conseguiste. Primero en la Cripta del Vaticano y luego en mi taller. Sigo sin entender cómo es posible...

-Tranquilo, recuperaré el Fruto a tiempo, pero parece que en sus manos no tiene uso, así que es una carga menos. Aunque... he perdido los inventos del Códice que preparaste para mí.

-Hacerlos de nuevo será fácil, nunca olvido un diseño. Pero tendrías que pagarme primero los materiales.

-¿En serio? ¿Es que no te pagan bien en el Vaticano?

-Poco. Una minucia. Si hacemos esto, deberíamos hacer como si no nos viéramos.

Parecía bastante entusiasmado cuando dibujó con un trozo de caliza una mano señalando en un banco cercano.

-¿Una mano señalando?

-Señala dónde debes sentarte. Siéntate.

Ezio sonreía.

-Sí, maestro-se sentó y se inclinó hacia delante. Muy pronto Leonardo se sentó a su lado-. Pareces muy divertido con esto.

-El taller que tengo ahora es muy aburrido. Solo Alessandro viene a verme de vez en cuando para curar algunas heridas pequeñas. ¿Qué quieres que te haga?

-La doble hoja oculta. Ya hablaremos de lo demás.

-Ven mañana a la misma hora, si no estoy la enviaré con Alessandro más tarde en el día. Es difícil escabullirme.

-¿Tienes que irte ya?

-Debo hacerlo. Alessandro aboga por mí, no quiero decepcionarle-apoyó una mano en el antebrazo de Ezio-. Tú... confía en él, lo que hace es por el bien de la Hermandad.

-¿Qué...? Leo, no te entiendo.

Leonardo apretó los labios.

-Ya he dicho demasiado. No debí haberlo mencionado. Solo confía en él, está arriesgando mucho por la información que puede entregar.

Cogió la bolsa que Ezio había puesto entre ambos y se fue a paso rápido, dejando al Asesino con más preguntas que respuestas.

– O –

Maurizio encontró a Ezio estudiando la lista de nombres que Leonardo le había dado.

-Reconozco esa letra...

-He visitado a Leonardo, o más bien él me ha visitado a mí. Estos son los nombres de los que supervisan la construcción de sus máquinas de guerra. Si Cesare se hace con ellas, estamos perdidos. Debo destruirlas.

-Investigaré por ti, si quieres.

-Te lo agradecería, Maurizio-suspiró-. También... hay algo que dijo Leonardo que me preocupa. Dijo que Alessandro estaba arriesgando mucho para conseguir la información que nos proporciona. ¿Qué crees que hace?

-No lo sé... hace tiempo que dejó de decirnos sus planes, aunque sospecho que nunca nos ha dicho todo lo que hace. Pero estará bien, no es la primera vez que sale de una situación comprometida.

-Tengo el presentimiento de que no será el mismo cuando salga de esta.

-Yo también, Ezio-frunció el ceño-. Desde la última vez que habló con Maquiavelo se ha comportado de forma muy extraña. Habla con nosotros cada vez menos y pasa más tiempo fuera. Arnaldo y yo hemos intentado hablar con él, pero no dice nada. Quizás tú...

-Yo tampoco lo conseguí.

Era verdad que Alessandro estaba cada vez más distante, pero siempre llegaba cuando era necesario y se quedaba hasta que Maquiavelo llegaba. Ezio también había escuchado por casualidad una discusión entre él y La Volpe por la que supo que Sandro estaba metido hasta el fondo como espía para la Hermandad. Sus palabras exactas fueron "si vas a matar a Maquiavelo por espía, deberías matarme a mí primero, porque estoy más arriba que él". La Volpe no volvió a mencionarlo, ni siquiera dudaba de que Alessandro fuera un traidor, conocía la dedicación del hombre al Credo.

Maurizio sacudió la cabeza.

-Investigaré esos nombres por ti, dame unos días.

Ezio le entregó el pergamino en silencio, aun pensando en Alessandro.