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Sevilla era, en pocas palabras, luz y calor. No se comparaba con las ciudades del norte y este de la región, las únicas en las que Ezio había estado. La multitud atestaba las calles como hormigas, había cruces en cada esquina, olía a una extraña mezcla de basura podrida, orina, flores, perfume femenino y pan recién horneado.
Tuvo cuidado de seguir a Alessandro por el laberinto de calles apretujadas hasta una gigantesca construcción.
-Esta es la catedral-Alessandro observó los andamios vacíos-. Creo que ya han terminado la obra. Quizás pueda asistir a alguna misa...
-¿Sabes a dónde vamos? Porque me perdí nada más salir del puerto.
Alessandro rió.
-Sevilla es una dama muy caótica, es cierto, pero para los que nacemos aquí, caminar por ella es tan natural como respirar. La sede de la Hermandad está en el barrio de Santa Cruz, en la iglesia de la Santa Cruz.
-¿Tenéis algún problema con las cruces?
Alessandro volvió a caminar.
-Tras la reconquista de manos de los árabes se decidió hacer alarde de la victoria poniendo cruces por todos lados para simbolizar el cristianismo. Inútil, si me lo preguntas, pero Sevilla no sería la que es sin sus cruces.
Siguieron en silencio hasta alcanzar la iglesia. Alessandro le indicó que le siguiera hacia un pequeño cobertizo a un lado. Abrió después de mirar a todos lados. Ezio se adentró tras él.
La sede era subterránea y se parecía mucho a la de Roma. Grandes espacios con paredes de piedra y tapices para intentar eliminar la sensación de caverna. Varias habitaciones adyacentes como una biblioteca, una sala de descanso y la sala de ceremonias completamente engalanada.
-¡¿No hay alguien por aquí?! ¡Menudos vagos!
De la biblioteca salieron tres personas que vestían como novicios. Detrás de ellos llegó un hombre mayor con el atuendo de Maestro Asesino.
-¿Alejandro?
Él abrió los brazos.
-En carne y hueso.
-Dios mío... bajad las armas, novicios. Es un viejo amigo.
El hombre pasó entre ellos y abrazó a Alessandro.
-Bueno, bueno, Maestro Asesino Aguilar.
-Y tú sigues siendo el Maestro Médico.
-No puedo subir de rango-de repente Aguilar le golpeó con fuerza en el brazo-. ¡Hey! ¿A qué ha venido eso?
-Treinta años, Alejandro. Te has pasado treinta años sin enviarnos una mísera carta. Empezaba a pensar que habías muerto.
Alessandro hizo una mueca.
-Lo siento, las cosas por allí han sido una locura.
-Sé que te fuiste a buscar a tu... ¿padrino?
-Padrino, sí. Gian Orio.
-¿Y?
-Había muerto antes de llegar allí. Pero tenía que vengar su asesinato y recuperar la posición familiar en Venecia. Luego me vi involucrado en intentar detener a los Borgia en Roma y...
-Espera. ¿Los Borja? ¿En Roma?
-Rodrigo se convirtió en Papa, ¿no estás al día?
-He estado ocupado con los reyes. No quiero ni pensar en cómo ha sucedido eso. ¿Qué pasó?
-Ezio consiguió minar su influencia, Cesare mató a Rodrigo y ahora necesita tu ayuda para detener a Cesare de atacar Viana.
Aguilar frunció el ceño.
-¿Cómo sabéis eso?
-El Fruto...
El Maestro español alzó las manos.
-No, no me digas más. Ya tuve suficiente experiencia con uno de esos. ¿Por qué no ir directamente a Navarra?
-Aguilar, aunque haya estado lejos me he mantenido al día con lo que sucedía aquí y sé que has ganado una gran influencia en la Hermandad. No te pido que vengas con nosotros, sé que no has salido de Andalucía, pero sí que escribas una carta, que envíes a alguien o que me digas quién más puede sernos de ayuda.
Aguilar frunció el ceño.
-Conozco a algunas personas, pero...
Miró a Ezio, quien se había mantenido en silencio durante todo el intercambio.
-Cierto, presentaciones. Él es Ezio Auditore, Mentor de Roma.
Al instante los novicios y Aguilar inclinaron las cabezas hacia él, como una muestra de respeto a todos los Mentores.
-Mentor Ezio.
Ezio mismo sabía poco de castellano, pero podía defenderse gracias a las clases intensivas de Alessandro en el viaje. Aunque antes de que pudiera hablar, el médico volvió a hacerse con la atención.
-¿Los altos cargos siguen siendo iguales?
-El Mentor Expósito se estableció en Toledo, algo sobre que los reyes la convertirán en capital o similar. Ha establecido a un Maestro como líder de cada provincia, yo soy el de Sevilla.
Alessandro bufó.
-Establecer la corte en Toledo sería seguir el mismo camino que los visigodos. Ningún rey lo haría de forma permanente, al menos-miró hacia un tapiz con la variación sevillana el símbolo Asesino-. No tenemos tiempo de detenernos en Toledo, debemos ir directamente a Viana. El ataque será en dos meses.
-Tardaréis esos meses en cruzar España, eso seguro. Yo iría por Poniente, la vieja Vía de la Plata sigue funcionando. Uníos a un grupo de peregrinos que se dirijan a Compostela, os ayudará a adelantar camino y os protegerá de los soldados extraviados, nadie ataca a los peregrinos por miedo a represalias del Señor. Enviaré un ave a mi contacto en Mérida, pasaréis por allí en el camino. Si me hace el favor, tendréis un pequeño número de Asesinos esperando en Viana. Puedo enviar a alguien a preguntar por ahí por si hay un grupo de peregrinos preparándose.
-Gracias, Aguilar.
-Por ahora descansad, ha tenido que ser un viaje largo desde Roma.
-A la vuelta pienso volver por tierra.
Aguilar sacudió la cabeza con una sonrisa.
-Mentor Ezio, por aquí, por favor.
El italiano de Aguilar era correcto, con un poco de acento y alguna pronunciación "castellanizada". Pero Ezio se había acostumbrado tanto a escuchar hablar a Alessandro que no tuvo problemas para entenderle. Sintió al médico apoyarse en su hombro para hablar a Aguilar mientras se dirigían a los dormitorios.
-¿Cómo te hiciste esa cicatriz?
Aguilar también estaba acostumbrado a la lectura de Alessandro de antiguas heridas, porque ni siquiera se inmutó.
-Mi propio trato con un Fruto y los sicarios de Torquemada. Prefiero no recordar los detalles.
-¿Qué hay del Fruto?
-A salvo con Colón.
Ezio se detuvo de repente, haciendo tropezar a Alessandro con su espalda.
-¿Cristóbal Colón? ¿Un civil?
-¿Le conoces?
-Le salvé de una emboscada de los Borgia hace unos años y le volví a escoltar a España. Un hombre curioso. No pensé que estuviera conectado con la Hermandad más allá de su secretario Luis de Santángel.
Aguilar frunció el ceño.
-Me comentó algo de un italiano, pero no pensé que fueras tú... El mundo es muy pequeño-dudó un momento, mirando hacia la biblioteca-. Ven, te enseñaré la joya de la corona de nuestra sede.
Entró a la biblioteca, ignorando a los novicios que volvían a estudiar lo que les había ordenado, y señaló un pergamino enmarcado en la pared. Ezio reconoció los trazos.
-Se parece al... mapa del Códice de Altaïr.
-Lo dibujó su tío, Tazim Ibn-La'Ahad. Fue un erudito y médico. También conservamos algunos diarios suyos, una biografía de la vida del Gran Mentor Altaïr y un análisis de la política del momento. ¿Sabías que nació aquí, en Sevilla? Por supuesto fue cuando la ciudad aun estaba en control árabe. En la Rama Española le hemos respetado siempre como médico, hombre y Asesino, de ahí que la posición de Maestro Médico tenga tanta importancia en nuestras tierras. El hijo mayor de Altaïr se aseguró de devolver sus posesiones a su hogar de nacimiento para su conservación-indicó las zonas en las que el pergamino había sido cosido entre sí-. Este mapa fue encontrado por casualidad hecho pedazos en páginas que no parecían elegidas al azar de la vida del Mentor. Todos fueron momentos importantes.
Ezio no dudó en usar su segunda visión, igual que en el Códice. Notó algo de escritura árabe en los bordes y un dibujo que no tenía ningún sentido. Era una serpiente que se mordía su propia cola.
-¿Ves algo?
La voz de Alessandro le sacó de sus pensamientos.
-No... solo palabras en árabe. No las entiendo.
-¿Tienes la segunda visión del Mentor Altaïr?
-Eso parece. Desde que tengo memoria puedo distinguir a inocentes, aliados, enemigos y objetivos.
-Tazim escribió que el Mentor le contó sobre colores en la niebla.
-Yo no lo describiría de otro modo.
Alessandro observó el mapa en silencio incluso cuando Aguilar se llevó a Ezio hacia las habitaciones. Los novicios susurraron algo que pasó completamente desapercibido por él.
Cerró los ojos. La segunda imagen en el pergamino estaba grabada en su mente por mucho que intentara borrarla. Y lo había intentado más veces de las que podía contar.
