– O – 1511 – O –

Nunca imaginó que la fortaleza de Masyaf fuera tan grandiosa. Ni estuviera tan infectada de ratas. Alessandro, el único que le había acompañado aunque también había iniciado el viaje con Maurizio, había ido al pueblo a investigar mientras él subía a la fortaleza. Esperaba encontrarle, pero estaba tan herido que empezaba a ver doble. No era un buen comienzo para su estancia en Tierra Santa.

Se adentró en un callejón para mirarse la herida. Larga y profunda, como suponía. Sus reacciones se volvían cada vez más lentas por el cansancio de un largo viaje. Y la edad, pero eso último no quería reconocerlo.

Fue así como le encontró Alessandro, casi desmayado en un callejón lleno de ratas con un corte por el que creía que podía ver sus costillas...

-¿Cómo es que siempre estás donde se te necesita?

-Secreto de médico. Ahora quieto-cosió la herida con puntadas apretadas y firmes, limpió la sangre con un trapo y envolvió una venda con firmeza-. Listo, casi como nuevo. Me he asegurado que puedas moverte con los puntos, pero no los fuerces demasiado.

-Gracias, Sandro.

Alessandro sonrió y volvió a guardar sus instrumentos.

-Mientras estabas encerrado he podido descubrir algunas cosas. ¿Qué hay de ti?

-Han encontrado la puerta a la Biblioteca y tienen la localización de las llaves. Debemos conseguirlas antes que ellos.

-Pero ya tienen una.

-Eso me temo.

-Pues hay que apresurarse a recuperarla antes de que encuentren las demás-se puso en pie y le tendió las manos-. Vamos, viejo.

-Eres dos años mayor que yo, ¿cómo es que tienes tanta energía?

-Eso también es secreto. Si te portas bien, puede que te lo enseñe algún día.

Ezio aceptó su ayuda para ponerse en pie. Hora de volver a la misión.

– O –

Constantinopoli era una ciudad única y hermosa, él sabría decirlo. Había cruzado el Mediterráneo y conocido ciudades en ambos extremos.

Un joven otomano había aparecido a su lado. Le había visto hablando con Alessandro algunas veces.

-Una vista magnífica.

Había aprendido turco por insistencia de Alessandro, no podía hacer siempre de traductor.

-Pero aun no está acabada.

-Ninguna ciudad europea tiene un perfil como este.

-Bueno, para ser precisos, eso es Europa-el joven señaló hacia la izquierda-, y eso es Asia-señaló a la derecha.

-Ah... Algunas fronteras ni los otomanos las pueden cambiar.

-Pero pocas-el joven se giró más hacia él-. Por el acento pareces italiano, aunque tus ropas no lo son. Tu acompañante tiene un acento de más al oeste. ¿Lleváis mucho de viaje?

-Sí, hace mucho. Partimos de Roma hace doce meses, buscando... inspiración. Esta búsqueda nos ha traído aquí. De niño, mi padre me contaba historias sobre la caída de Constantinopoli.

-Querrás decir la conquista de Kostantiniyye. Supongo que la moraleja de cada historia depende del carácter de quien la cuente.

Ezio inclinó la cabeza.

-En eso te doy la razón.

-Me alegro. Kostantiniyye es una ciudad para todos los credos y personas. Estudiantes como yo o... viajeros como tú.

Ezio sonrió por la forma en la que le definió y se acercó a Alessandro. Él también observaba la ciudad desde una zona más elevada.

-Hace mucho que no vemos a Arnaldo.

-Me pregunto si Maurizio le habrá matado ya.

-Yo también.

Siguieron observando la ciudad mientras el barco continuaba con sus maniobras.

-Solo conozco otra ciudad con un perfil tan reconocible. Y ambas son igual de bellas.

-¿Estás traicionando a Sevilla, Sandro?

Él rió.

-Ojalá pudiera, pero lo que siento por Sevilla es tan profundo que dudo que pueda olvidarlo tan rápidamente-le miró-. Mis hermanos seguramente hayan vuelto a adoptar sus nombres de nacimiento, Umar y Farid. Siempre odiaron los otros, les hacía olvidar sus raíces. De hecho, a mí también me gustaría que me llamaras por mi nombre árabe.

-¿Tienes un nombre árabe?

-Cuando hice el juramento elegí mi propio nombre. Alejandro por su significado, "protector del hombre", y Tazim por el tío de Altaïr, mi ejemplo cuando decidí convertirme en médico. Alejandro Tazim Santamaría, Maestro Médico sevillano.

-Te conozco desde hace años y es la primera vez que escucho sobre esto.

-No es algo que diga muy a menudo.

-Me costará llamarte Tazim...

-Puedes seguir utilizando mi nombre italiano, tú me has conocido toda la vida por él, pero aquí el nombre de Tazim aun tiene fuerza y me gustaría ser respetado desde el principio. Me costó mucho serlo en Venecia y no voy a desperdiciar años enteros, ya no soy tan joven.

-No necesitas mencionar eso.

Alessandro le sonrió sobre el hombro.

-Envejecer es algo que todos debemos afrontar tarde o temprano, hermano.

Por fin bajaron la plancha a tierra firme. Alessandro fue a buscar sus bolsas médicas y Ezio se dirigió a la salida del barco, donde volvió a encontrarse con el joven otomano.

-Me espera mucho trabajo a mi vuelta, pero me alegra estar en casa.

-¿Trabajo? A tu edad lo que más me interesaba era... sobre todo...

Sus ojos se deslizaron hacia una bella mujer pelirroja que les había acompañado.

-Me sorprende que hayas hecho algo bien en tu vida.

-Como a mi madre.

Alessandro apareció en la puerta del camarote del capitán, hablando con él mientras terminaban las negociaciones del precio por los servicios como médico que había realizado en el viaje. Ezio siguió hablando con el joven.

-Ha sido un placer hablar contigo, amigo. Espero que encuentres algo de tu interés por aquí.

-Confío en que así sea.

Algunos libros de la mujer cayeron y el joven se giró.

-¿Me permite, señora?

-Grazie, querido.

Su voz sonó dulce y aun más cuando reconoció su lengua materna lejos de Italia.

-Un erudito y un caballero. Estás lleno de sorpresas.

-Je. Muy pocas, amigo mío. ¡Que Allah te proteja!

Un toque en su hombro le sobresaltó. Un hombre otomano con ropas blancas, amarillas y azules le sonrió.

-¡Bienvenido, hermano! Salvo que la leyenda sea falsa, eres el hombre que ansiaba conocer. ¡El conocido maestro y Mentor, Ezio Auditore de bla, bla, bla!

Su acento era ligero, con cierta diversión y jovialidad.

-¿Perdón?

-Eh, disculpa. Me cuesta mucho recordar ese galimatías italiano.

-Da Firenze. La ciudad en la que nací.

-Ah, claro. Entonces, según tú, yo sería... Yusuf Tazim da Estambul. Me gusta.

-¿Estambul? ¿Otro nombre más para esta ciudad?

-Sí, nuestro preferido. Ven, Mentor da Firenze. Te mostraré esto.

-Espera un momento, mi acompañante está recogiendo sus instrumentos médicos.

Yusuf miró con curiosidad al barco. Justo en ese momento bajó Alessandro, lanzando una pequeña bolsa de monedas al aire.

-No sé tú, hermano, pero he descubierto que por aquí pagan mejor a un médico. Quizás me quede.

-Ya ganando dinero, hay que ver...

-¿Qué? No puedo quedar mal ante mis hermanos-miró a Yusuf y arqueó una ceja-. Alejandro Tazim Santamaría, Maestro Médico español. Puedes llamarme solo Tazim.

-Curioso, compartimos el mismo nombre. Yusuf Tazim.

Sonrieron a la vez y se estrecharon las manos.

-Muy bien, hermano del mismo nombre, dependemos de ti para guiarnos en esta bella ciudad.

Yusuf rió, ya encantado con el médico español. Ezio sonrió, nada como las palabras de Alessandro para abrir relaciones.

-Bienvenidos al barrio Gálata. Durante siglos, ha acogido a los huérfanos tanto de Europa como de Asia. No encontraréis más diversidad en ninguna otra parte. Por tal motivo, es donde residen los Asesinos.

-Me gustaría ver dónde es.

-Pues claro. La Hermandad siempre tiene ganas de conocer al hombre que mandó a los Borgia al otro barrio.

-¿Es que todos en esta ciudad ya saben que he llegado?

-Bueno, vuestra pelea con los Templarios en Tierra Santa no ha pasado desapercibida.

Ezio hizo una mueca, odiaba recordar eso.

-Cuando partí por primera vez, la violencia era lo último que quería. Buscaba sabiduría. El contenido de la Biblioteca de Altaïr.

-¿Sin pararte a pensar que lleva tres siglos cerrada?

-No, eso lo suponía. Pero no esperé hallar a los Templarios custodiándola.

-Preocupante, ¿eh? Hace cinco años, la influencia de los Templarios era mínima aquí. Una facción menor con sueños de restaurar el trono de Bizancio. Pero crecen en número, día a día. Y con Beyacid II con un pie fuera, podrían intentar algo drástico.

-¿No hay ningún heredero al trono otomano?

-No solo uno, dos hijos furiosos. Algo habitual en estas casas reales. Cuando el sultán tose, los príncipes desenvainan.

Para ese punto de la conversación, Alessandro se había quedado un poco por detrás, pero no se perdía ni una sola palabra.

-Entre los Templarios y los otomanos, estarás muy ocupado.

-¡Ezio! Apenas tengo tiempo de sacar brillo a mi hoja.

Alessandro les sujetó a ambos y les detuvo justo a tiempo de ver una bala estrellarse en la pared justo frente a sus narices. Yusuf mató al tirador con un cuchillo. Y de repente había tres hombres cortándoles el paso.

La edad no había influido en las habilidades de Ezio, todo lo contrario. Era más mortífero que nunca. Por eso no fue extraño que el hombre con quien se enfrentara cayera rápidamente, seguido de cerca por el enemigo de Alessandro y el de Yusuf.

Corrieron hacia delante, pero Yusuf detuvo a Ezio cuando fue a atacar a una nueva oleada.

-No, no. Observa.

Un grupo de otomanos cortó el paso a los templarios y ambos entraron en combate. Los Asesinos aprovecharon para huir de la zona.

-¡La ciudad entera sale a recibiros! ¡Antes los regentes, ahora las ratas! Los otomanos sienten aversión por estos matones bizantinos. Eso nos da cierto respiro.

Ezio intercambió una mirada con Alessandro.

-¿Cuánto?

-Tampoco gran cosa. Te matarán igual como los mires mal, pero luego se sentirán mal por ello.

-Conmovedor.

-No está mal, la verdad. Por primera vez en muchas décadas, los Asesinos gozan aquí de una fuerte presencia. Gracias, en parte, a Umar. No siempre fue así. Bajo el emperador bizantino, daban caza a los Asesinos y los ejecutaban.

-Aquí y muchas otras partes.

-Casi llegamos.

Yusuf les llevó a una puerta medio escondida en un pequeño jardín con un par de palmeras y algunas plantas. Al entrar, el incienso se hizo presente en el aire.

El interior era oscuro, apenas iluminado con algunas velas y candiles dispersos. La guarida tenía una organización caótica a primera vista, pero una búsqueda más cercana revelaba que se habían acomodado lo mejor posible en un viejo sistema de túneles subterráneos.

Un grupo de hombres se levantaron de sus lugares alrededor de una mesa llena de papeles y mapas.

-Mentor, saluda a todo tu clan familiar.

Sabía por las cartas de Arnaldo, Umar, que los Asesinos de Constantinopoli no tenían un Mentor formal, solo una serie de líderes que formaban un consejo y que protegían ciertas zonas de la ciudad. No dudaba que Yusuf fuera uno de ellos.

-Saludos, Asesinos. Es un honor encontrar tan buenos amigos tan lejos del hogar.

-¿Veis, hermanos? Nuestro Mentor no teme ponerse sentimental ante sus pupilos.

-No os preocupéis, no lo convertiré en costumbre.

Se dejó caer cansado en una silla libre. Alessandro se quedó de pie, observando con atención todo su alrededor.

-Hemos sufrido una emboscada. Me gustaría que unos cuantos peinarais la zona. Vamos-los hombres se fueron a toda prisa-. Y tú, Ezio. El estado de tus armas y tu armadura es lamentable. Consigue dinero y repara lo que puedas. Hay un herrero cerca, es un amigo.

-Buena idea.

Pero antes de que pudiera ponerse en pie de nuevo, la puerta se abrió. Alessandro saltó sorprendido, algo impropio para él.

Quienes entraron fueron Arnaldo y Maurizio. El primero sonrió al verles.

-Hermanos.

Ezio se levantó para abrazarle. Hacía años que no se veían. Había envejecido, como todos. Su pelo era más canoso y tenía algunas arrugas alrededor de los ojos, pero su sonrisa seguía siendo la misma.

Alessandro también se acercó y le abrazó.

-Tú y yo tenemos mucho que hablar, Sandro. Farid me ha dicho que te has metido en muchos problemas mientras yo no estaba.

-Para ser justos, siempre me he metido en problemas, incluso cuando tú estabas.

-Sois terribles.

Maurizio rió.

-Nos ponemos luego al día, quiero arreglar mis armas y armadura.

-¿Sabes dónde está el herrero?

-Yusuf me ha informado.

-Luego te enseñaremos algunos trucos que han perfeccionado. Serán un buen aporte a tu ya amplio repertorio. Quizás puedas enseñarles algunas cosas.

-¿Cómo abrir cerraduras?

Los cuatro rieron. Era de nuevo como los viejos tiempos. Ezio salió, compró lo que necesitaba con el dinero que le había prestado Alessandro y regresó a la sede. Encontró a los novicios reportando ante Yusuf.

Aprendió algunas nuevas técnicas antes de que un mensajero informara que atacaban en otra zona y Yusuf saliera corriendo. Arnaldo se situó a su lado, comprobando la ballesta modificada que Leonardo le hizo años antes.

-¿Una carrera hasta lo más alto de la torre del Gálata?

-Hecho.

Los dos salieron corriendo. Desde abajo escucharon los gritos de ánimo de los demás Asesinos. Arnaldo ganó por muy poco. Se sentaron en una plataforma con vistas al Cuerno de Oro.

-Farid me ha contado todo sobre lo que habéis pasado en Roma. Siento haberme ido cuando podría haber ayudado.

-Eras necesario en otro lado. Y nos arreglamos muy bien sin ti.

-Que Farid no te escuche decir eso, me enviaría por toda Estambul como un novicio.

-Ya lo hace.

-Al menos tiene cierto nivel de respeto por mi posición. Creo-Arnaldo no parecía muy convencido de sus propias palabras. Ezio siempre había pensado que la relación de ambos era extraña-. ¿Quieres ver algo que yo mismo he perfeccionado?

-¿Qué es?

Arnaldo cogió la ballesta y preparó un virote. También cogió un trozo de pergamino con una cruz dibujada.

-Lánzalo al aire.

Ezio lo hizo y no se sorprendió al ver un virote atravesar la cruz y clavarse en el suelo entre los pies de Alessandro. Él saltó y les gritó algo en español que les hizo reír.

-Has mejorado.

-He tenido muchos objetivos para practicar.

-¿Muchos?

-Ni te imaginas cómo estaba esto cuando llegué. Los ataques eran más seguidos y solo nos manteníamos aquí en el Gálata. Poco a poco nos fuimos expandiendo por la ciudad hasta llegar al punto en el que estamos ahora. Me ofrecí para eliminar a los inquilinos desde lejos en lugar de arriesgar a los nuestros en el cuerpo a cuerpo.

-La Hermandad va aumentando su poder. Es bueno verlo-miró la ciudad a su alrededor-. ¿Te imaginas cómo debió ser cuando el Gran Mentor Altaïr la ocultó?

Arnaldo se recostó en los codos mirando hacia el cielo.

-Si te digo la verdad, yo nací en Masyaf.

-¿En serio?

-Sí. Farid también. La Hermandad se fue de Masyaf siguiendo órdenes del Gran Mentor, pero regresaron pocos años después para proteger a sus hijos y simplemente no se fueron. Ya has estado allí, es un lugar fácilmente defendible-Ezio asintió-. Cuando yo tenía unos... nueve años, creo, los Templarios llegaron para hacerse con la Biblioteca y su contenido. Arrasaron con todas las familias. Farid y yo tuvimos suerte de ser lo bastante pequeños como para escondernos y escapar.

Ezio recordó entonces que Maurizio se había negado totalmente cuando le preguntó si quería acompañarles a Masyaf. En principio había pensado que era porque quería estar con Arnaldo, pero ahora sabía que era para no recordar el horror que había pasado de niño.

-Lo siento...

-Fue hace mucho-sus ojos dorados brillaban con la luz del sol-. Volvamos abajo, tenemos mucho de lo que hablar.