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Claudia,
Constantinopoli, llamada Estambul por los turcos, me ha recibido como si fuera de los suyos. Aquí los Asesinos, dirigidos por un afable luchador llamado Yusuf, están muy orgullosos de su ciudad, un lugar tan vistoso y variado como cabría imaginar. Pero también es una ciudad con problemas.
Una facción rebeldes de Templarios bizantinos sigue luchando por conservar su influencia y sus recientes ataques han retrasado mi búsqueda de las llaves de Masyaf. Pero no durará mucho. En cuanto pueda, intentaré localizar el antiguo puesto comercial de Niccolò Polo, en busca de pistas que me ayuden a llegar hasta las llaves de Masyaf.
Arnaldo ha sido de gran ayuda para establecer la Hermandad. Maurizio le ha echado realmente de menos, tenías razón en eso. Y Alessandro ha descubierto a varias almas afines por la medicina, nunca le había visto tan emocionado y se ha pasado horas enteras hablando con los médicos de la Hermandad, creo que incluso ha descubierto algunas cosas que no sabía. Deberías verle, es como un niño.
Estoy seguro de que te encantaría visitar Estambul en algún momento. Es muy diferente de Florencia o Roma.
Con cariño,
Ezio.
– O –
El antiguo puesto comercial de los Polo era un edificio como cualquier otro. Tenía un cartel que lo marcaba como librería. Entró y miró con curiosidad hacia los libros apilados por cualquier lado. El olor a tinta, pergamino e incienso cubría el espacio. Varias telas colgaban del techo y creaban un ambiente más acogedor.
La mujer del barco le saludó. Era hermosa, con un brillante pelo rojo y un revelador vestido verde.
-¡Buongiorno! Hola. Adelante, por favor-estaba recolocando libros y rollos de pergamino-. Disculpa el desastre. No he tenido tiempo de poner orden desde mi viaje.
Ezio se adelantó para ayudar a recoger algunos libros que había tirado, haciendo todo lo posible para que sus ojos no se desviaran.
-Viniste desde Rodas, ¿no?
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Íbamos en el mismo barco-se levantaron-. Soy Ezio Auditore.
-Sofía Sartor. ¿Nos conocemos?
Sonrió ligeramente, volviendo a las viejas costumbres de su juventud de forma inconsciente.
-Ahora sí. ¿Puedo echar un vistazo?
-Claro. Muchos de mis mejores libros están atrás.
Ezio se retrasó un poco solo observando cómo se sentaba tras el escritorio.
-Me alegra ver a otro italiano en este distrito. La mayoría no sale del barrio veneciano y el Gálata.
-Igualmente. Suponía que la guerra otomana con Venecia habría hecho irse a la mayoría.
-Vivía aquí con mis padres cuando era niña. Tuvimos que irnos por la guerra, pero siempre supe que volvería.
Caminó entre los estantes, buscando cualquier indicio que le permitiera encontrar una de las llaves o algo similar.
En el patio trasero, con el suave murmullo del agua, encontró un pequeño símbolo que no debería estar ahí. Utilizó la hoja para abrir la puerta oculta.
-¿Has encontrado algo interesante?-la voz de Sofía le sobresaltó. La edad le pasaba factura. La puerta se abrió con algún mecanismo secreto-. ¡Dios mío! ¿De dónde ha salido? Increíble. ¿A dónde lleva eso?
-¿Por qué no lo vemos?
-¿Quién eres tú?
No se resistió a algo de coqueteo.
-Solo el hombre más interesante de tu vida.
-¡Ah, qué presuntuoso!
Pero su sonrisa seguía el matiz de la provocación.
-Adiós, Sofía. En un momento estoy de vuelta.
Se metió con cuidado por la puerta secreta, que se cerró detrás suya.
– O –
Cuando volvió a la librería por la puerta principal, Sofía le esperaba sentada y leyendo.
-Hola, Ezio. Te ha llevado tiempo. ¿Qué has encontrado?
-Algo que podría ser de tu interés.
Sacó el mapa que había encontrado junto a la llave y lo extendió en la mesa.
-¡Dios mío, qué maravilla! Y ahí está mi tienda.
-Mira los márgenes.
-Símbolos extraños. Y estos son títulos de libros. ¡Libros raros! Algunos no se han visto desde hace más de un milenio.
-Niccolò Polo escondió estos libros por la ciudad. Este mapa podría indicar dónde.
-Mm. Estás despertando mi interés. Un poco.
Giró para ponerse tras el escritorio y estudiar el mapa desde otro punto. Ezio señaló tres nombres.
-Según parece, tendré que encontrar primero estos tres libros. Quizás contengan pistas para localizar al resto...
Le mostró la llave. Algo le decía que confiara en Sofía, el mismo algo que le hacía quitarse la capucha cuando entraba en la librería.
-Muy curioso.
-Encontraron otro bajo el Palacio de Topkapi, pero aun hay tiempo de llegar hasta los demás.
-¿Quién lo encontró?
-Hombres que no leen. Sofía, ¿sabrías descifrar este mapa? ¿Ayudarme a buscar esos libros?
-¿Podré pedírtelos cuando acabes con ellos?
-Ya llegaremos a un acuerdo.
Sonrió como hace mucho que no sonreía. Una dama tan inteligente como hermosa. Sería un placer trabajar con ella.
Al salir de la tienda se encontró a Yusuf apoyado en una entrada a las alcantarillas.
-Yusuf. Saludos.
-Piri me dijo que podría encontrarte aquí. ¿Has dado con lo que buscabas?
-Más de lo que creí posible-sacó de nuevo la llave-. Mira, esta es una de las cinco llaves de Altaïr. Extraño artefacto. Ojalá pudiera explicarlo.
-Vaya... No había visto nunca nada igual. Guárdala en un lugar seguro.
-Sí, en nuestro cuartel general. Lo haré. Y ¿qué te trae por aquí?
La guardó de nuevo dentro del cinturón de cuero, en un bolsillo especial que había creado para eso.
-Hoy me coordinaré con nuestros aliados: los ladrones del bazar, los mercenarios cerca del arsenal y los gitanos, en el distrito de Constantino.
-Estás abarcando demasiado, Yusuf. Si tú llevas la llave, yo hablaré con los gitanos. He tenido un mínimo contacto con ellos en el pasado.
-Eso me tranquilizaría. Si tienes prisa, puedes utilizar nuestra red de túneles. El aire está un poco viciado allí abajo, pero las ratas son grandes como perros. Diviértete.
-Grazie.
Yusuf se fue con la energía que le caracterizaba. Ezio apenas podía mantenerse al día con él. Notó a Arnaldo acercarse desde otra de las calles.
-Ezio, qué suerte que te encuentro. ¿Has visto a Yusuf? Llevo horas detrás suya.
-Acaba de irse-Arnaldo maldijo en voz baja y miró alrededor-. ¿Es urgente?
-No demasiado, solo una carta para él...
-Déjame adivinar, ¿Maurizio te ha ordenado que se la entregues?
-Sí.
-¿Por qué siempre haces lo que dice? Solo tengo curiosidad, no es que piense menos de ti por ello.
Arnaldo frunció el ceño ligeramente.
-Hace años... hice algo que le hizo mucho daño, algo que nos destrozó a los dos. Fui estúpido y arrogante. Aunque me perdonó con el tiempo aun siente algo de resentimiento. Ordenarme le hace sentir mejor consigo mismo, así que le dejo. También es una especie de castigo para mí, para recordarme que no debo olvidar quién soy ahora.
-¿Lo que hiciste fue tan horrible?
-Y peor aun. No quiero decirlo, no por ahora al menos. Es algo de lo que no me siento orgulloso en absoluto-miró al suelo y se removió inquieto sobre los pies-. ¿Sabes hacia dónde se ha ido Yusuf?
-Hacia el bazar, iba a hablar con los ladrones.
-Gracias. Nos vemos más tarde.
Se alejó, desapareciendo entre la multitud con la facilidad de un buen Asesino entrenado. Ezio quedó solo con sus pensamientos.
– O –
Ezio regresó a la sede aun pensando en lo que Arnaldo le había revelado de su pasado, a pesar de que había ayudado a los gitanos con su recaudación. Se había dado cuenta de que no sabía nada de ellos dos. Encontró a Maurizio estudiando un tablero de ajedrez frente a uno de los aprendices. Alessandro estaba en una mesa baja junto a varios otros médicos, estudiando varios libros y plantas. El español parecía estar en su elemento y Ezio podía ver que era muy respetado por los otros médicos.
Maurizio levantó la mirada y arqueó una ceja.
-¿Has encontrado el puesto de los Polo?
-Sí. Y una Llave junto a un mapa con la localización de las demás.
-¿Tienes ese mapa?
-Se lo he dejado a alguien que puede descifrarlo.
El aprendiz movió un alfil y Maurizio respondió rápidamente con una torre.
-Echas de menos a Leonardo, ¿verdad?
-Ni te imaginas. Pero Sofía es igual de inteligente.
-Sofía, ¿eh?
Los ojos oscuros del sirio brillaron con diversión.
-No sé lo que estás pensando, pero no es eso.
-Claro que no. Sandro pensará lo mismo. Y el novato también. ¿Le has visto, por cierto? Lleva horas fuera.
-Si dejaras de enviarle a hacer cosas cada momento del día no estaría fuera tantas horas.
Prácticamente notó la sonrisa de Alessandro aunque no mirara. Maurizio se volvió al tablero.
Ezio entró en la biblioteca a estudiar la Llave de Masyaf. Hizo un bosquejo rápido en un libro vacío que había comprado para eso. De repente su visión se nubló y vio un recuerdo de Altaïr, cuando ascendió a Gran Maestro Asesino.
Despertó con una mano de Alessandro en su hombro.
-¿Estás bien, Ezio?
-Sí... creo... La Llave... me ha mostrado un recuerdo, creo que era un recuerdo. Los Cruzados atacaban Masyaf y Altaïr salvó a la Hermandad en solitario.
-¿Puedo?
Hizo un gesto hacia la Llave y Ezio se la entregó. Alessandro observó los grabados.
-Se parecen a... Creo que vi algo parecido en uno de los libros de Tazim. Lo pasé de largo para concentrarme en sus estudios del cuerpo humano, pero lo recuerdo. Deberíamos...
-¿Deberíamos qué?
-No sé, es un mal presentimiento. Deberíamos hacer copias de las Llaves y protegerlas como si fueran las reales. Las reales...
-Deberías protegerlas tú.
Alessandro miró de la Llave a Ezio. Había un brillo malicioso en sus ojos, del tipo que Ezio había relacionado mucho tiempo antes con alguna maldad que terminaba en risas.
-Debería ser Arnaldo.
-No sé porqué pienso que estás siendo un mal hermano a propósito...
-Quizás. Me perdió un juego de agujas hace algunos años y aun no le he hecho pagar por eso-observó la Llave-. Creo que podría hacer una copia. Si consigues las demás Llaves antes no sabrán su forma, así que me ayudará a hacer las cosas más fácilmente.
-Necesitarás los materiales.
-Yusuf podrá ayudarme con eso-palmeó su hombro con cariño-. Descansa, has tenido un día duro. Voy a traerte algo de cena.
-Grazie-Ezio se dirigió a la mesa de la habitación principal y se dejó caer en una silla. Alessandro le entregó un cuenco con sopa. También llevaba su maletín médico-. No voy a librarme, ¿verdad?
-Sabes que no.
Ezio había aprendido hace mucho tiempo que no valía la pena luchar. Se quitó la túnica para que pudiera curar una herida en el antebrazo. Por suerte llevaba una camisa ligera debajo, aunque estaba llena de sudor.
Ni siquiera hizo una mueca cuando le dio un par de puntos.
-Antes estuve hablando con mis colegas de las nuevas armas y me gustaría mostrarles la cicatriz de tu disparo, si no te importa.
-¿Es realmente necesario?
-Un médico debe conocer las armas para mantenerse al día con sus heridas.
-Ni siquiera hay armas de ese tipo por la zona.
-Estamos en la Encrucijada del Mundo y los chinos ya están creando armas con pólvora. Armas similares a la de Leonardo no tardarán en llegar.
-Supongo que es necesario...
-Te devolveré el favor.
-En realidad yo te debo muchos, me has salvado más de una vez.
-Mi trabajo médico no es un favor.
-Me refería a las veces que has saltado a protegerme activamente.
-Bueno, eres mi hermano, no te dejaría morir tan fácilmente. Pero deberías dormir antes de eso, te ves horrible.
-¿Vigilas la Llave?
-Hasta que llegue Arnaldo.
-Una última cosa, Sandro, no eres mi madre.
Alessandro rió.
-Pero soy mayor que tú.
Ezio por fin se tumbó sobre los cojines en el lado de Arnaldo de la biblioteca. Él y Yusuf compartían la biblioteca como habitación y Arnaldo había insistido en que se quedaran con él.
Alessandro tomó su lugar tomando notas sobre la Llave y creó un diseño exacto de los grabados. Maurizio se unió a él con un libro cuando ganó la partida de ajedrez.
De repente Arnaldo entró, goteando agua del pelo y la ropa y una expresión de un gato medio ahogado. Maurizio parecía divertido mientras se acercaba a él. Alessandro le lanzó una mirada antes de volver a su trabajo.
-Juro que no vuelvo a hacerte caso. Me he pasado cuatro horas siguiendo a Yusuf y he tenido un encuentro con los templarios junto al puerto.
-¿Es que ahora odias el agua?
Arnaldo podía amar a Maurizio con todo lo que tenía, pero en ese momento iba a matarle. Alessandro se interpuso entre ambos.
-Suficiente. Si vais a pelear que sea lejos de aquí y de los guardias.
De hecho, les empujó hacia la salida. Luego se secó las manos en los pantalones, murmurando para sí en varios idiomas. Ninguno de los dos tuvo muchas quejas cuando desaparecieron durante unas horas.
