Claudia,

He conocido a un príncipe otomano llamado Suleimán. Es un joven inteligente, con una fortaleza propia de su edad. A sugerencia suya, voy a investigar a unos jenízaros descarriados que podrían estar confabulados con los Templarios. Con suerte, me llevarán directamente hasta los cabecillas templarios.

Entretanto, la veneciana Sofía Sartor continúa ayudándome a encontrar las llaves escondidas de Masyaf. Es una mujer diligente, llena de pasión y vigor, y disfruto inmensamente en su compañía.

Pero no me atrevo a contarle el motivo de mi estancia aquí, ni mi verdadera ocupación. Los que no participan voluntariamente en nuestra lucha no deberían verse obligados a librarla...

– O –

Mientras más se acercaba a la tienda de Sofía, más sentía alejarse los problemas. Ella era lo mejor que le había pasado en la vida.

Se quitó la capucha al entrar y sonrió al ver a Sofía distraída con el mapa de las llaves. Hizo ruido a propósito para hacer notar su presencia.

-Ezio, ¿qué tal? Casi tengo localizados dos libros más, uno cerca de Topkapi y el otro en el distrito de Beyazid.

Giró el mapa y se acercó a él más que las otras veces. Ezio, por supuesto, no se quejó. Olía a incienso y sándalo.

-Beyazid primero. Topkapi será infructuoso.

-Ah, vale.

Notó su expresión triste y decidió alegrarla.

-¿Sandro te entregó el libro?

Sus ojos verdes brillaron.

-Sí, es una auténtica maravilla-lo sacó de una estantería cercana-. Encuadernación copta antigua en buen estado. He descubierto que es una transcripción del siglo III del original.

Solo entonces Ezio notó el desorden nada habitual.

-Sofía, ¿qué ha pasado aquí?

-Oh, suele pasar un par de veces al año. Entran a robar, pensando que encontrarán dinero. Apenas guardo nada aquí, pero esta vez se han encontrado un retrato de cierto valor. Es una lástima.

No soportaba ver esa expresión en su rostro.

-Tu sigue trabajando. Yo encontraré tu cuadro.

-Ezio, a saber dónde estará ya el ladrón.

-Si el ladrón vino buscando dinero, pero se llevó un cuadro, no andará lejos, deseando deshacerse de él.

-Pues si encuentras el cuadro en las próximas horas, búscame por el acueducto. Estaré haciendo recados.

Asintió suavemente, estudiando su ligera sonrisa y sus ojos brillantes. Se alejó antes de hacer algo inapropiado, no confiaba en sí mismo junto a ella.

– O –

Encontró el cuadro con facilidad y lo robó sin que nadie lo notara. No era algo que le gustara, pero era un hábil ladrón desde joven.

Sofía estaba donde dijo, con una bolsa llena de trozos de cuero, botes de tinta y cálamos.

-Es un estupendo retrato, ¿verdad?

-Prefiero el original.

-Qué bobo-sintió el calor de su mano incluso a través de la armadura-. Es un regalo que me hizo mi padre, cuando cumplí veintiocho años. Tuve que posar para el señor Alberto Durero una semana entera. ¿Te lo imaginas? ¿Yo sentada quieta durante siete días? ¿Sin hacer nada?

-No me lo imagino.

-¡Una tortura!-se sentó en un banco cercano y Ezio la imitó sin pensarlo mucho-. He averiguado la ubicación de otro libro. Y la verdad es que no queda lejos de aquí.

Ezio aceptó el pergamino con un gesto de la cabeza.

-Grazie.

-Ezio, ¿de qué va todo esto? No eres un erudito, eso está claro. ¿Trabajas para la Iglesia?

Ezio rió por lo bajo, recordando todo lo sucedido con los Borgia y el Vaticano.

-No, la Iglesia no. Pero soy una especie de... maestro. Algún día te lo explicaré, Sofía. Cuando pueda.

Se levantó antes de que pudiera hacer más preguntas. Tendría que hablarlo con Sandro y meditarlo profundamente. No quería involucrarla más de lo que ya estaba haciendo.

– O –

La sede del Gálata había sido secuestrada por los médicos, no había otra palabra para definirlo. Yusuf buscó a Ezio con la mirada y se encogió de hombros.

-Llevan horas haciendo algo con unos cachivaches que no conozco.

Ezio miró a Arnaldo y Maurizio en busca de una explicación mejor.

-Están destilando veneno. No preguntes más, es todo lo que sabemos.

-Sandro ha mencionado algo de inmunidad a los vapores y matarnos si nos atrevemos a entrar. No sé si él o los vapores, creo que ambos.

-¿Cuánto llevan?

-Varias horas.

-Pues solo podemos esperar. Sabéis que es capaz de mucho más que matarnos.

Yusuf parecía interesado en eso.

-¿Mucho más?

-Nunca enfades a un español y mucho menos si es médico. Le hemos visto matar con un par de toques en el antebrazo. Fue bastante aterrador.

El líder turco frunció el ceño.

-No sabía que tenía tanto conocimiento.

-Y muy mal humor.

Ezio se recostó en la pared frente a la puerta principal y se deslizó hacia el suelo. Estaba agotado física y mentalmente. Todas las pistas habían apuntado a una traición de Tarik Barleti, pero resultó que estaban trabajando para descubrir al verdadero templario en la familia real.

Arnaldo y Maurizio se sentaron junto a él, como una muralla de comodidad silenciosa.

Las horas pasaron y la puerta se abrió por fin. Los médicos salieron aun charlando animadamente sobre las nuevas técnicas de destilado y la gran variedad de venenos que conocían ahora. Alessandro fue el último en aparecer, quitándose algunos mechones de la sudorosa frente. Sus agudos ojos recorrieron a Ezio y le tendió ambas manos para ayudarle a levantarse.

-Sea lo que sea, todo irá bien.

Ezio le abrazó, necesitando la comodidad que solo su hermano mayor podía darle. Solo Alessandro era capaz de mantenerse fuerte para cuando le necesitaran. El español suspiró e indicó a los demás que les dejaran solos. Arnaldo se llevó a Yusuf, murmurando sobre hermandad y compañerismo. Maurizio les miró una vez más antes de alejarse.

-Todo indicaba que era él... Me di cuenta demasiado tarde que buscábamos lo mismo...

-No se puede ser infalible en la vida, Ezio. En algún momento, tarde o temprano, cometemos errores. Con el tiempo nos volvemos demasiado confiados en nuestras habilidades como para creer que estamos haciendo algo mal.

-¿Por qué duele tanto?

La mano de Alessandro en su nuca se sentía fría.

-Dañar a un inocente está en contra de todo lo que has seguido toda tu vida. Has creado tu moral con trabajo y práctica y siempre cuesta desprenderse de ella.

-¿Tú has...?

-Como médico he tenido pacientes que no han sobrevivido porque estaban más allá de mis capacidades. Y por supuesto que ha dolido, pero avanzar aprendiendo de nuestros errores y la voluntad de no cometerlos de nuevo lo que nos hace humanos.

Ezio permaneció en silencio un momento.

-¿Por qué siempre sabes lo que decir?

-Algún día lo sabrás.

Había un tono extraño en su voz, melancolía y pesar. Permanecieron en silencio un rato más antes de que Ezio mirara hacia la calle.

-Debería... ir a ver a Sofía.

Alessandro volvió a sonreír.

-Sí, deberías. Te ayudará a despejar la mente.

Ezio decidió no contestar a eso. Ya estaba pensando en la hermosa veneciana.

Cuando reconoció al plaza en la que estaba la librería, toda la tensión restante desapareció. Entró en silencio al tiempo que se quitaba la capucha. Ella le saludó con una sonrisa, pero estaba ocupada con algunos textos. Ezio no se molestó, le bastaba con estar en su presencia. Cogió un libro al azar y se sentó frente a ella.

Permanecieron un rato en silencio.

-¿Te gusta el poema?

-¿Quiénes eran esos que condenó al infierno?

Cerró el libro y leyó el título. La divina comedia. La verdad es que era interesante.

-Rivales políticos, tipos que lo agraviaron. La pluma de Alighieri es afilada, ¿eh?

-Sí. Una manera sutil de cobrarse venganza.

Se puso en pie, repentinamente inquieto.

-Ezio. Tengo previsto hacer un viaje a Adrianópolis en unas semanas para visitar una nueva imprenta.

-Eso suena divertido.

-Es un viaje a cinco o seis días de aquí y necesitaré acompañante...

-¿Perdón?

La pregunta le pilló desprevenido, sin duda.

-Lo siento. Estarás muy ocupado.

-Sofía, me encantaría acompañarle, pero ando escaso de tiempo.

-Lo mismo nos pasa a todos-intercambiaron una mirada-. Oye, podría tratar de descifrar el código ahora, pero aun tengo algo que hacer antes del ocaso. ¿Puedes esperar un día?

-¿Qué necesitarías?

-Es una tontería... un ramo de flores frescas. Tulipanes blancos, concretamente.

Cualquier cosa por Sofía.

-Te conseguiré las flores. No hay problema.

-¿Estás seguro?

-Será algo agradable, para variar.

-Vale. Nos vemos en el parque al este de Santa Sofía y haremos el intercambio. Flores por información.

Ezio sonrió, gesto que fue correspondido de inmediato. Ambos sintieron que su relación había cambiado.

Preguntó en un puesto de flores cercano, pero no quedaban tulipanes blancos. Maldijo en voz baja. Entonces recordó una de las quejas de Arnaldo. Ese día había recorrido la ciudad buscando información sobre flores, Maurizio había descubierto que el objetivo enviaba sus mensajes con ellas. Arnaldo dio su reporte de localización de grandes grupos de diferentes flores en varias partes de la ciudad. Mencionó tulipanes en un jardín al oeste.

Se apresuró hacia allí. Vio los tulipanes enseguida. Usar la hoja oculta para cortar unos cuantos y formar un ramo era un buen cambio del uso de la delicada arma. Luego utilizó atajos para llegar a tiempo a los jardines de Santa Sofía.

Estaba sorprendido al ver un pequeño picnic bajo un árbol. Sofía le recibió con una sonrisa.

-¿Qué es esto?

-Un regalo. Siéntate.

No podía rechazar un gesto como ese de una dama. Se recostó junto a ella y le entregó el ramo.

-Para ti.

-Son preciosos, grazie. Quería agradecerte que me permitieras desempeñar un pequeño papel en tu aventura.

-Un pequeño papel es suficiente en esta aventura, créeme.

-Eres todo un misterio, Ezio Auditore.

-Lo siento. No pretendo serlo.

-No pasa nada. Es fascinante.

La mirada intercambiada dijo algo que ninguno podía definir. Ezio apartó la mirada avergonzado.

-Parece exquisito.

-Vaya, gracias.

De nuevo esa mirada indefinida, pero esa vez fue más atrayente.

-¿Qué tal con el último código?

-Ah, el código, sí. Lo resolví hace unas cuantas horas. Te lo daré muy pronto.

La tensión subió de golpe cuando Sofía le pasó una copa de vino. Sus dedos se rozaron y de nuevo sus ojos se cruzaron. Sofía fue la que apartó la mirada para acercar un plato de la deliciosa comida.

Ezio no había pasado una tarde tan agradable en años, quizás desde su infancia.

Recogieron juntos y Ezio insistió en acompañar a Sofía a la librería y en llevar la cesta.

-Ha sido una hermosa sorpresa, Sofía. Mille grazie.

Besó el dorso de su mano con caballerosidad.

-De nada, Ezio. Me alegra haber podido hacer algo que alegrara tu vida.

-Mi vida ha dejado de ser oscura desde que apareciste en ella.

Sofía avanzó un pequeño paso y le acarició la barba, justo al lado de la vieja cicatriz. Su toque suave combinado con su olor a sándalo y la calidez de su cuerpo fue demasiado.

Despacio, más despacio de lo que nunca había ido, se acercó a Sofía y levantó su barbilla. Sus ojos volvieron a encontrarse, ambos habían perdido la cuenta de las veces que había ocurrido. Sus labios fueron los siguientes. Delicado, dulce y lento con un muy leve toque de pasión muy en el fondo.

El beso fue casto y corto, demasiado corto para el gusto de ambos. Se separaron a la vez.

-Que descanses, Sofía.

-Buenas noches, Ezio.

Esperó a que se entrara en la tienda y a escuchar el sonido del seguro antes de empezar a pensar en alejarse.