El día que debía marcharse hacia Capadocia, Ezio se despertó con un codo en las costillas. Sabía que era Alessandro, Arnaldo y Maurizio dormían más o menos abrazados y no se movían en toda la noche.

Se giró para ver a Alessandro abrazando una almohada y con el pelo completamente revuelto. Tenía incluso marcas de la almohada en la mejilla libre. Era algo entrañable, debía aceptarlo.

Decidió levantarse en silencio. No quería despertar a nadie. Falló, por supuesto. Sus hermanos no eran Asesinos por nada.

Maurizio fue el primero en despertarse con un gemido y enterrando la nariz en el cuello de Arnaldo. Él le atrajo con un suspiro y los ojos medio abiertos. Alessandro se giró resoplando.

-Es muy temprano...

Ezio sonrió al ver las reacciones de todos. Pudo salir de la biblioteca sin moverles más. Se había despedido de ellos la noche anterior para que pudieran dormir un poco más. Alessandro le había prometido proteger a Sofía, Ezio no sabía cómo pero se habían hecho buenos amigos, quizás ideas similares.

Llegó al puerto a tiempo de ver la enorme cadena bloqueando el puerto. Yusuf apareció a su lado para darle una bomba capaz de destruir uno de los enganches y la información del barco que necesitaba. El plan salió más o menos como había previsto, aparte de la flota incinerada.

Observó Constantinopoli mientras se hacía cada vez más pequeña. Si era sincero consigo mismo, se sentía algo nervioso viajando solo. ¿Cuándo fue la última vez que lo hizo? La primera vez que fue a España en 1488. Hacía veintitrés años de aquello.

Pero se sentía joven otra vez. En esa ciudad había encontrado el amor de nuevo, algo que no esperaba sentir después de perder a Cristina. Estaba agradecido por esa oportunidad.

– O –

He partido de Constantinopoli, rumbo al interior de Anatolia, a una región llamada la Capadocia, donde Manuel prepara su ejército. Con suerte, no estaré solo, y quizás haya espías otomanos la zona, esperando para atacar. Pero, como siempre, no puedo contar más que conmigo mismo y guardar con sumo cariño los recuerdos de mi querida Sofía.

Claudia, te reirías si supieras las ideas que se le pasan por la cabeza a tu hermano. He llegado a admirar a Sofía con más afecto de lo que me parecía posible. Tras la muerte de Cristina, algo se marchitó en mí... Pero ese sentimiento, esa capacidad de amar, ha vuelto. Adoro a Sofía, pero no me atrevo a arrastrala a esta vida... no sin temor a hacerle daño o a perderla.

– O – 1512 – O –

Disculpa mis prisas al escribirte, Claudia. Han sucedido muchas cosas, y poco o nada bueno.

Navego nuevamente rumbo a Constantinopoli, en busca de un tipo cuya traición se me había pasado por alto hasta ahora: el príncipe Ahmed, tío de Suleimán, es el líder de los Templarios aquí. Es el cerebro responsable de su expedición a Masyaf y no se detendrá ante nada para recuperar las llaves, que obran ya todas en poder de los Asesinos.

Así que, ¿qué me retiene? ¿Por qué no llevo yo mismo las llaves a Masyaf y me olvido de esos necios? Porque he sido descuidado. Porque los Templarios saben de la existencia de Sofía y la están buscando.

Oh, Claudia, si le pasara algo no me lo perdonaría jamás. La he arrastrado a una guerra de la que no sabe nada y, si resulta mal parada, tendré que vivir con esta carga.

– O –

Su peor pesadilla había pasado. Habían cogido a Sofía para usarla como cambio por las llaves de Masyaf. Alessandro había sido herido, un horrible corte en el muslo desde la ingle hasta casi la rodilla. Le encontraron desmayado, pálido y casi sin respirar, en un charco de su propia sangre, rodeado de tres enemigos.

Yusuf había muerto en el mismo combate, quizás el golpe más duro porque utilizaron su cuerpo para clavar el mensaje.

Arnaldo le acompañó en el ataque en el palacio para llegar a Ahmed. Al final retrocedieron para salvar a Sofía. Decidieron hacer el intercambio de las Llaves, agradeciendo por el plan de Sandro de hacer réplicas.

Tras recogerlas se encontró con los Asesinos junto a la tumba de Yusuf. Le saludaron con inclinaciones de cabeza.

-Estos deberían ser momentos de duelo y recuerdo, lo sé... pero nuestro enemigo no nos permite ese lujo-miró a uno de ellos-. Yusuf te tenía en alta estima. No veo razón alguna para cuestionar su criterio. ¿Te sientes capaz de dirigir a estos hombres y mujeres y mantener la dignidad de nuestra Hermandad, como Yusuf hiciera con tanta pasión?

-Será un gran honor.

-Bien. Me alegro-miró a las calles de alrededor-. Hay enemigos cerca. Ocupad posiciones en torno a la torre. Luego aguardad mi orden.

Se fueron de uno en uno, después de presentar sus últimos respetos ante la tumba de Yusuf. Arnaldo se arrodilló delante y pasó los dedos por el nombre grabado.

-No serás olvidado, amigo mío. Me aseguraré de ello.

Se volvió a poner en pie.

-¿Listo?

Sus ojos dorados relampagueaban con ira.

-A por los asesinos de Yusuf.

Antes de subir a las murallas, Maurizio les interceptó. Él iba a quedarse con Alessandro por si algo pasaba.

-He escuchado rumores que merecen la pena seguir. Si no nos reunimos esta noche, esperadme en el distrito de Avcilar dentro de tres días.

Arnaldo frunció el ceño.

-¿Es realmente importante?

-Te enviaría a ti si no lo fuera-Maurizio acarició su mejilla y le besó suavemente-. Ahora daros prisa. Estaré bien.

-¿Y Sandro?

-Él también.

Maurizio se marchó rápidamente y Arnaldo y Ezio subieron donde ya esperaban Ahmed y unos jenízaros. Ezio avanzó, confiando en los Asesinos para cubrirle las espaldas.

-¿Dónde está?

-Te admiro, Ezio. Pero tu sed de sangre hace que me cueste llamarte amigo.

-¿Sed de sangre? Extraño insulto del hombre que ordenó un ataque contra su propio sobrino.

-Debían secuestrarlo, Ezio, no asesinarlo.

-Ya veo. ¿Secuestrado por los bizantinos, para que su tío lo rescatara y fuera recibido como un héroe?

-Más o menos-Ahmed indicó a sus hombres que avanzaran-. Bueno... Las Llaves.

Ezio también llamó a los suyos. Arnaldo apareció a su derecha con ambas hojas ocultas desenvainadas.

-Primero, la chica.

Ahmed rió y señaló lo alto de la torre.

-Es toda tuya.

Allí estaba ella, en el borde, solo sujeta por un bizantino que podría soltarla en cualquier momento.

-¡Sofía!

-Haz retirarse a tus hombres-les indicó que retrocedieran, pero Arnaldo se mantuvo cerca de su espalda, preparado para defenderlo en caso necesario. Ezio lanzó la bolsa con las Llaves hacia Ahmed-. Es toda tuya.

Solo le bastó un toque en el hombro de parte de Arnaldo para que esquivara a los bizantinos y empezara a escalar. Pero al llegar arriba descubrió que no era ella. Buscó frenéticamente hasta encontrarla a punto de ser colgada de un árbol. Se lanzó con un paracaídas a toda velocidad. Los Asesinos, dirigidos por Arnaldo, le defendieron de los tiradores en los tejados. Se soltó a unos metros del suelo y cortó la cuerda enseguida. Sofía tosió y jadeó por aire.

-¿Estás herida?

-No, herida no. Pero sí muy confusa.

-No era mi intención implicarte en esto. Lo siento.

-No eres responsable de los actos de otros hombres.

Su cuello se notaba rojo por la fricción de la cuerda. La ira volvió a encenderse en su pecho.

-Esto acabará pronto. Pero necesito recuperar lo que se han llevado.

Usaría esa excusa para vengarse, no ir a por él sería sospechoso.

-No entiendo qué es lo que está pasando, Ezio. ¿Quiénes son estos hombres?

Pero no había tiempo para explicaciones. Un disparo golpeó el árbol.

-¡Corre!

Subieron a un carro cercano y salieron a toda velocidad por unas puertas de la muralla cercanas. Ezio vio el carruaje de Ahmed en la distancia y sonrió. Hora de la venganza.