Llevaban tres días esperando en Avcilar y se acaba el tiempo. Arnaldo no dejaba de ir de un lado a otro de la pequeña habitación. Ezio no estaba del todo conforme con cómo había terminado la vida de Ahmed, ser asesinado por un hermano era un final que no le deseaba a nadie.

Escucharon un carro y varios caballos. Arnaldo cogió su espada y se preparó para abrir. Ezio se situó frente a Sofía, nadie iba a hacerle daño mientras él estuviera vivo.

Al otro lado de la puerta estaba Suleimán y una guardia de honor protegiendo el carro. El príncipe les mostró un anillo con un símbolo que los Asesinos reconocían. El emblema de la Hermandad, pero con una cruz cristiana en su interior.

-¿Sandro?

-Él está bien. Tuve que negociar con mi padre para poder sacarle de la ciudad-indicó el carro-. Vuestro amigo estará aquí enseguida, fue a buscar un barco para que podáis iros lo más lejos posible.

Arnaldo avanzó hacia el carro, ignorando a los guardias cuando estos le amenazaron con las espadas. Alessandro estaba dentro, aun inconsciente pero con más color.

-¿Quién le ha tratado?

-Los médicos de palacio.

El árabe miró a Ezio.

-Vamos a bajarle.

-¿Deberíamos moverle?

-No tengo ni idea, siempre me he quedado dormido cuando ha empezado a hablar de medicina, pero estará más cómodo en una cama que en el suelo de madera.

Arnaldo y Ezio le levantaron con cuidado de no mover su pierna herida, que por suerte estaba entablillada. Sofía reorganizó las almohadas en un lado de la cama. Alessandro se movió inquieto y murmuró algo en un idioma que nadie reconoció.

Sofía le apartó el pelo de la frente.

-Está ardiendo... Necesito agua y un trapo, intentaré bajarle la fiebre.

Maurizio llegó justo cuando Ezio regresaba con el agua. Se despidió de Suleimán entregándole un pergamino doblado.

-La información prometida. Gracias por la ayuda.

-Gracias a ti.

El príncipe miró una vez más a Alessandro y se marchó con su guardia. Arnaldo por fin pudo abrazar a Maurizio. Habló con él en un veloz árabe. Maurizio le acarició la nuca con cariño.

-El barco sale esta noche. Nos vamos directos a Acre. También he organizado suministros. Sandro ha hecho amigos poderosos, solo he necesitado usar su anillo.

-Desde Venecia ha estado moviéndose por las altas esferas.

-¿Cuánto dura el viaje?

-Algunas semanas, haremos puerto en varias ciudades. Pero he conseguido un camarote privado para que Sandro pueda recuperarse. Esperemos que despierte pronto...

– O –

Sofía era quien se encargaba de cuidar de Sandro en el barco, se sentía responsable de él porque le habían herido mientras intentaba protegerla. Por suerte Maurizio había pensado en llevar sus libros más valiosos y sus favoritos personales.

-Lu...-Alessandro habló en voz baja y se removió inquieto antes de abrir los ojos. Parpadeó algunas veces y sonrió tristemente-. Color equivocado...

Sofía se inclinó hacia él.

-Sandro, gracias al cielo, empezábamos a preocuparnos.

-¿Dónde...?

Ella alcanzó un vaso de agua y le ayudó a beber cuando notó su voz ronca.

-Estamos en un barco hacia Acre. Has pasado seis días inconsciente. Por suerte leí algo sobre tratar a personas inconscientes y pudimos darte algo de sopa y agua.

Alessandro cerró los ojos con fuerza y se frotó las sienes.

-Seis días...

Empezó a enderezarse. Hizo una mueca al sentir cómo los puntos se estiraban, así que decidió no sentarse del todo.

-¿Debería ir a por tus hermanos?

Ezio era prácticamente uno de ellos.

-Por favor.

Mientras Sofía estaba fuera, Alessandro miró la herida. Tendría que rehacer algunos puntos demasiado flojos o demasiado apretados. Sacudió la cabeza. Eran demasiado uniformes como para que hubieran sido hechos por un novato, así que el médico había estado nervioso.

La puerta del camarote se abrió justo cuando bajaba de nuevo la sábana.

-¡Sandro!

Tuvo que detener a sus hermanos para que no se abalanzaran sobre él.

-Cuidado, estoy herido.

Se apretujaron a su alrededor en su lugar.

-¿Cómo te sientes?

-Mareado, creo que por falta de una comida adecuada. ¿Tengo los labios pálidos?

-No más de lo normal.

-No me falta sangre. Y voy a necesitar rehacer los puntos. ¿Tenéis mi maletín?

-Sí, justo aquí.

Ezio se lo entregó. Alessandro lo abrió para buscar algunas cosas.

-Esencia de opio, hilo, agujas, tijeras... ¿Dónde...? Aquí, vendas. Espera, esta no es la aguja adecuada... Esta.

La sostuvo en el aire con una sonrisa triunfante. Arnaldo empalideció.

-Nunca entenderé cómo no te desmayas.

-Te acabas acostumbrando. Voy a necesitar vuestra ayuda. Sofía, si pudieras...

-¿Permanecer fuera hasta que estés más decente? Vuelve a llamarme cuando vayas a cortar los puntos, siento curiosidad por el trabajo de un médico.

Salió antes de que Alessandro pudiera decir algo.

-Justo la mujer que necesitabas en tu vida, hermano.

-No lo menciones, aun sigo esperando llegar a puerto y que desaparezca.

-Si no lo hecho antes no lo hará, te lo aseguro. Ahora acércame ese trapo y mira para otro lado, lo último que necesito ahora es tratarte a ti.

Arnaldo le ayudó a ajustar la manta de forma que mostrara la herida pero poco más. Todos se estremecieron al ver la larga herida.

-¿Cómo vas a hacerlo?

-La esencia de opio adormecerá la zona. Solo necesito algo con lo que apretar la parte superior, empezaré desde la rodilla.

-¿Te servirá un cinturón?

-Creo.

Adormeció la zona antes de empezar a cortar los puntos. Ezio fue a buscar a Sofía, sabiendo que no se lo perdonaría si se perdía algo.

-¿Necesitas ayuda?

-Enhebra la aguja, voy a terminar con esto.

Sofía observó con curiosidad el hilo, más resistente que el que se usaba en la ropa. También notó que Alessandro intentaba separar los lados de la herida y asintió.

-¿Para qué haces eso?

-Es la forma de saber si se está curando bien desde dentro-apretó el cinturón en la parte superior de la herida y señaló una zona hacia la mitad-. Parece que aquí hay una pequeña infección, déjame la aguja-pinchó la zona y apretó. Un poco de pus salió-. Sí, una infección.

-¿Cómo la tratarás?

-Intentando sacar el pus y usando una cataplasma. Si puedes ir preparándola...

-Por supuesto. ¿Cómo?

-En mi bolsa hay una bolsita de cuero cerrada con una cinta azul, solo añade agua de la botella que hay dentro. Pero no toques el agua pura, añadí algunos ingredientes secretos para ayudar con los medicamentos que son muy ácidos con la piel sin los reactivos contrarios.

-Nunca había oído hablar de eso.

-Secretos de médico.

En el silencio repentino, Sofía miró hacia arriba para ver a Arnaldo y Maurizio mirándola como si nunca hubieran visto a una mujer.

-¿Qué pasa?

-Hemos conocido a Sandro por más de treinta años y nunca nos ha dejado mirar dentro de su maletín.

-Sofía ha leído sobre la mitad de las cosas que hay y no preguntaría por la otra mitad.

Mientras buscaba la bolsita con la cinta azul vio un destello rojo. Miró con curiosidad la cruz incrustada de rubíes, pero no preguntó. Sentía que era un tema que Alessandro no quería tratar.

Mezcló el polvo con el agua sin dejar de mirar las puntadas firmes y decididas.

-¿Sientes algo?

-Casi nada. La concentración de opio es muy fuerte.

Hizo un nudo al final del hilo y enhebró otro.

-Tus puntadas son muy iguales.

Alessandro colocó una uña entre dos.

-Las puntadas bien espaciadas son la marca de un buen cirujano. Es de las primeras cosas que aprendí, junto a los nudos.

-Debe ser difícil coser los músculos.

-Practiqué mucho en los cerdos durante la época de matanza-Arnaldo y Maurizio fruncieron el ceño-. Aceptadlo, el cerdo es un alimento fundamental en España.

-Nunca entenderé porqué...

Ezio, aun mirando la pared, interrumpió.

-¿Puedes terminar pronto?

-Sí, sí, enseguida acabo-desató el cinturón y siguió con los puntos. Vendó cuidadosamente todo el muslo-. Ya puedes mirar, Ezio. No hay herida visible.

-No puedo creer que seas capaz de desmayarte viendo una herida con todo lo que eres capaz de hacer.

-Son dos cosas muy diferentes.

-¿Puedes explicarme ahora qué haces en realidad?

Ezio miró a Alessandro en busca de ayuda.

-Ah, no, te he salvado en muchas ocasiones, pero en esto te has metido tú solo. Además necesito descansar.

-De todas las veces que puedes elegir no hacer nada...

Maurizio y Arnaldo eligieron ese momento para hacer una retirada estratégica. Ezio se llevó a Sofía a cubierta para poder contarle todo sobre la Hermandad. Lo que no sabía era que se había ofrecido casi voluntario para semanas enteras de preguntas constantes. Pero eliminar todos los secretos entre ellos fue lo que les unió más que nada.