Claudia,

Te escribo estas líneas con pulso firme y alegría de corazón. Hemos llegado a Acre, Sofía, Alessandro, Maurizio y yo, con cinco llaves de Masyaf en nuestro poder y todo el tiempo del mundo. Sofía es una veterana viajera y una excelente compañía para tener tan lejos de casa.

Mañana nos dirigiremos nuevamente a Masyaf y, una vez allí, a la Biblioteca de Altaïr, para hacer realidad el sueño olvidado de nuestro padre. Disculpa la brevedad de esta carta, querida hermana, pues es tarde y estamos cansados. Quizá, con suerte, lo próximo que oigas de mí sea en persona.

Con cariño,

Ezio.

– O –

Sofía observó la enorme fortaleza de Masyaf sobre la montaña antes de mirar a sus acompañantes. Habían decidido montar un campamento antes de dirigirse a ella. Notó que Arnaldo se había situado de espaldas a la fortaleza y apretaba sus manos con demasiada fuerza. Maurizio le miró preocupado más de una vez y acabó por abrazarle, dejando que prácticamente se ocultara en su hombro. También notó cómo Ezio les miraba a ambos preocupados. Alessandro no dejó de escribir en su diario, con un rostro neutro y al mismo tiempo lleno de ira.

-¿Me acompañarás arriba, Sofía?

-Sí. Pero... dame un momento.

-Tenemos todo el tiempo del mundo.

Sofía se acercó a Alessandro.

-Luego necesito hacerte algunas preguntas.

El español la miró por un momento. Sus ojos no reflejaban nada.

-Intentaré responderlas.

Se unió a Ezio en la base de la enorme montaña.

-¡Menuda subida! Esto es precioso. ¿Aquí es donde empezó vuestra orden?

-Empezó hace miles de años, pero aquí es donde renació.

-¿Con ese tipo que dijiste? ¿Altaïr?

-Altaïr Ibn-La'Ahad. Nos fortaleció y luego nos liberó. Vio la locura de mantener un castillo así. Era un símbolo de arrogancia, que llamaba la atención de nuestros enemigos.

-Y la necesidad de capuchas amenazadoras... ¿También fue idea suya?-Ezio rió por lo bajo-. ¿Me repites el Credo?

-Nada es verdad, todo está permitido.

-Eso es bastante cínico.

-Lo sería si fuera una doctrina. Pero es una mera observación de la naturaleza de la realidad. Decir que nada es verdad supone darse cuenta de que los cimientos de la civilización son frágiles y que debemos ser los pastores de nuestra propia civilización. Decir que todo está permitido es comprender que somos los arquitectos de nuestros actos y que debemos vivir con las consecuencias, ya sean gloriosas o trágicas.

Se detuvieron en la entrada hacia el pasillo de la Biblioteca.

-¿Lamentas tu decisión? ¿De vivir tanto tiempo como Asesino?

-No recuerdo haber tomado esa decisión. Esta vida me eligió a mí. Durante tres décadas he servido a la memoria de mi padre y mis hermanos y luchado por aquellos que han sufrido el dolor de la injusticia. No lamento esos años, pero ha llegado el momento de vivir por mí y dejarlos de lado. Dejar todo esto.

-Entonces déjalo. Todo irá bien.

Ambos se detuvieron frente a la enorme puerta a la Biblioteca. Ezio sacó las llaves.

-El final del camino.

Con su sexto sentido pudo ver unas líneas distintivas en las llaves.

-¿Qué esperas encontrar tras esa puerta?

-Sobre todo, conocimiento. Altaïr fue un hombre muy profundo y un escritor prolífico. Construyó este lugar para guardar toda su sabiduría. Vio muchas cosas en su vida, descubrió muchos secretos, tanto inquietantes como extraños. Conocimientos que llevarían a meros mortales a la locura.

-¿Eso no te preocupa?

-Sofía, ya deberías saberlo: no soy un mero mortal.

Sofía sonrió a su espalda. Eso era cierto.

-Altaïr significa "águila que vuela" en árabe. Y en la constelación del águila hay una estrella que se llama Altaïr, justo esa-señaló el hueco central en el águila.

-Entonces pondré las llaves en los lugares.

La puerta se abrió hacia arriba con un sonido retumbante.

-Más te vale volver de ahí con vida, Auditore.

Ezio sujetó la mano de Sofía sobre su pecho y sonrió.

-Eso pretendo.

Ezio inició el descenso por las escaleras y encendió las cuatro antorchas. El lugar era enorme, con tres círculos concéntricos de estanterías vacías. Y en el centro, en una de las viejas sillas, estaba Altaïr, un esqueleto aun vestido con la ropa del Mentor.

-Ni libros... ni sabiduría... Solamente tú, hermano mío. Requiescat in pace, Altaïr.

El otro Mentor se arrodilló frente a él con respeto. Cogió el último disco de debajo de la mano esquelética y revivió sus últimos instantes.

Había otro Fruto, uno que el Gran Mentor protegió con su vida.

Se levantó para acercarse al Fruto escondido. Abrió el compartimento secreto. El Fruto brillaba con una luz tenue.

-¿Otro artefacto? No, mejor quédate ahí. He visto suficiente para una vida-el brillo aumentó con pulsos regulares-. ¿Desmond? Ya había oído antes tu nombre, Desmond, hace mucho tiempo. Y ahora persiste en mi mente, como la imagen de un viejo sueño. Ignoro dónde te encuentras o de qué medios te vales para oírme. Pero sé que me escuchas-se quitó las hojas ocultas con un movimiento decidido-. He llevado la mejor vida que me ha sido posible, sin saber su fin, pero atraído como una polilla a una luna lejana. Y aquí, al fin, descubro una extraña verdad. Que soy un mero conducto para un mensaje que escapa a mi entendimiento. ¿Quiénes somos, quién ha hecho que compartamos así nuestras historias? ¿Hablar a través de los siglos? Quizás tú llegues a responder a las preguntas que he formulado. Quizás seas tú quien haga que todo este sufrimiento merezca al fin la pena-el Fruto formó una imagen difusa de un hombre frente a él-. Ahora, escucha.

Un único toque en el hombro de la figura fue suficiente para que todas las luces se apagaran, incluso las antorchas.

Luego regresó con Sofía, dejando atrás la vida que había llevado hasta entonces.

– O –

Arnaldo y Maurizio desaparecieron en cuanto anocheció. Alessandro se había subido a una piedra para observar las estrellas. Ezio se sentó en silencio a pensar en su nueva vida y se quedó dormido poco después, agotado por las emociones. Sofía decidió que ese era el momento adecuado para hablar en privado con Alessandro.

Se sentó a su lado.

-Querrás preguntarme por la cruz.

-Siento curiosidad, es cierto. Pero también tengo la sensación de que es un tema difícil.

Alessandro sacó la cruz del interior de su camisa y la observó a la luz de la luna.

-Esta cruz es de la mujer que amo. Me la entregó la última vez que nos vimos a cambio uno de mis rosarios de madera. Intenté negarme al principio, era un intercambio injusto. ¿Cómo podían compararse un viejo rosario de madera con uno de oro y rubíes?-sonrió ligeramente-. Me dijo que el mío era más valioso solo porque lo había llevado toda mi vida y que quería algo para recordarme aparte de las memorias que compartíamos. Así que se lo entregué.

-¿Dónde está ahora?

-No tengo ni idea. La última vez que nos vimos fue hace años. Y no he dejado de amarla.

-Puedes intentar encontrarla cuando regresemos.

-No sé si sería adecuado. Es de familia Templaria.

Sofía arqueó las cejas.

-¿Te has enamorado de tu enemiga mortal?

-Algo así. Estúpido, ¿verdad? Me acerqué a ella con la intención de usarla para obtener información y acabé por enamorarme.

-El corazón no tiene razones.

-Pero desearía que fuera más fácil de sobrellevar.

-¿Has hablado con los chicos de esto?

-Ni siquiera saben que he estado enamorado. Y en lo que a mí respecta, no lo sabrán en un buen tiempo.

-Me parece un poco injusto que tú estés en sus vidas amorosas y ellos no sepan de la tuya.

-Lo sé. Quizás algún día entiendas mi razonamiento. Pero por ahora no me siento preparado para abrirme más de lo que hago-la miró-. Ve a dormir, ha sido un día largo.

Sofía asintió, aun insegura sobre dejarle solo con sus pensamientos. Pero cedió. Se acurrucó junto a Ezio e intentó dormir. No supo en qué momento lo consiguió, pero lo siguiente que sabía era que el sol se alzaba por el este. Arnaldo y Maurizio estaban en su lugar, aun dormidos. Sandro no estaba por ningún lado.

Eso la alarmó. Sacudió el brazo de Ezio y le informó que Alessandro no estaba en el campamento. Ezio también lo encontró extraño. Antes de que pudieran despertar a los otros dos, vieron al médico bajar del cementerio de la fortaleza.

-Oh, bien, estáis despiertos, quiero salir pronto de vuelta a Acre.

-¿Por qué has ido a la fortaleza?

-Quizás esta es mi única oportunidad de ver la tumba del Maestro Médico Tazim, sabes que le respeto más que a nadie, Ezio.

-¿Y para qué el maletín?

-Por si encontraba plantas medicinales, me estoy quedando sin existencias. Por suerte encontré lo que parecía un huerto muy bien surtido. Espero que fuera suyo, había de todo para sanar y matar. Incluso algunas plantas salvajes de ricino-metió la mano en el maletín y sacó un pequeño fruto espinoso-. De esto puedo extraer un veneno extremadamente mortal en pequeñas cantidades.

-¿Deberías sostenerlo con las manos?

-La carcasa no hace nada, solo el interior-volvió a guardarla-. Aunque hay algunas que sí son mortales solo con el contacto, eso os dará una excusa más para no tocar mi maletín. Desayunamos y nos vamos, hay muchas cosas que esos dos prefieren mantener enterradas.

Se sentó con algo de dificultad, la herida aun tenía la costra y dolía al flexionarla. Lanzó una piedra cerca de donde estaban dormidos los árabes. Ambos se enderezaron enseguida, con las hojas ocultas preparadas.

-No vuelvas a hacerlo, Sandro.

-Era la forma más rápida de despertaros.

Discutieron un poco más mientras preparaban el desayuno entre todos. Sofía ya empezaba a acostumbrarse a lo que sería su vida. No estaba tan mal.