– O – 1513 – O –

Al llegar a Italia pensaron por un momento en establecerse en la Toscana, pero Alessandro les ofreció su viñedo a las afueras de Roma, informando de un trabajo del que había intentado huir cuando aceptó ir con Ezio a Masyaf. Le habían ofrecido ser el médico papal, un puesto muy importante dentro del Vaticano, y solo porque el nuevo papa, León X, era hijo de Lorenzo de Medici y este le había hablado sobre el médico español que le salvó la vida.

Iba y venía más o menos cada semana, preocupado por sus hermanos como siempre y feliz de poder dedicarse a la medicina sin impedimento alguno. De hecho fue él quien descubrió el embarazo de Sofía. Ezio empezó a ponerse nervioso, preparando la cuna con sus propias manos. Maurizio seguía en contacto con la Hermandad, sobre todo porque él era quien tenía la gran red de contactos en otros países. Fue él quien dejó escapar sobre el futuro hijo de Ezio poco antes de que los regalos de viejos amigos empezaran a llegar.

El propio Leonardo apareció un día de la nada, en el quinto mes de embarazo, preparado para dibujar un retrato de ambos. Ezio abrazó con fuerza a su mejor amigo de toda la vida.

-¿Terminarás esta obra, viejo amigo?

Leonardo, más viejo pero con la misma chispa en los ojos, sonrió.

-Por ti, mi amigo, lo terminaré.

Sofía y Leonardo se cayeron bien enseguida, hablando durante las horas de posado sobre otros artistas. Ella mencionó el retrato de Durero, lamentándose por no haberlo podido llevar con ella.

Arnaldo se inquietaba cada vez más y pasaba más tiempo en el campo, entre las viñas. Alessandro llegó un día con un nuevo instrumento muy poco conocido y algunas partituras. Arnaldo se impuso la tarea de aprender a tocarlo y a los pocos días ya se escuchaban cortas tonadas.

Sofía misma había empezado otra colección de libros, no tan grande como la que tenía en Constantinopla, pero bastante significativa.

La llegada del primer hijo de Ezio fue anunciada con un grito de dolor. Alessandro expulsó a todos de la habitación y la casa y les ordenó en palabras inequívocas que si ponían un solo pie dentro hasta que se les permitiera, cortaría ese mismo pie. Reunió a algunas de las esposas de los trabajadores del viñedo y a Pilar, su ama de llaves, para ayudarle.

Ezio iba de un lado a otro en el patio trasero, al que se accedía por el comedor. Arriba escuchaba los gritos de Sofía. Arnaldo no le quitaba ojo de encima. Solo hizo un comentario en árabe que hizo sonreír a Maurizio.

Anocheció y el cielo empezó a clarear de nuevo cuando se escuchó el último grito en la habitación principal, seguido de cerca por el llanto de un recién nacido. Ezio casi se derrumbó en el lugar. Alessandro bajó con los primeros rayos del sol y un bulto de mantas en brazos. Se situó frente a Ezio y sonrió ligeramente.

-Tu hija, Ezio.

El bulto de mantas pasó a los brazos de Ezio. De entre los pliegues apareció un rostro diminuto y aplastado. Él sintió al instante un amor tan grande que trascendía su propio entendimiento.

-¿Cómo se puede amar a alguien tanto?

La sonrisa de Alessandro era agridulce.

-No hay nada más poderoso que el amor entre padres e hijos. Es algo que he podido ratificar con todos mis años asistiendo a nacimientos.

La niña se removió inquieta y Ezio volvió a ponerse nervioso.

-¿Qué hago?

-Sujétala con más fuerza, no demasiada. Vamos a llevarla con su madre.

Le guió por las escaleras hacia la habitación principal, la que seguía siendo suya a pesar de sus muchos intentos de entregársela a Ezio y Sofía.

La reciente madre estaba tumbada en la cama, completamente agotada pero esperando con impaciencia a ver a su marido con su hija en brazos. Sus ojos se iluminaron a la vista.

Ezio se sentó a su lado después de dejar a la pequeña contra el pecho de su madre.

-Es preciosa, gracias.

Besó suavemente a Sofía en los labios. Alessandro cerró mejor las cortinas y se despidió de ellos, diciéndoles que descansaran un rato, él volvería para ver si estaba todo bien.

Se sentó con Arnaldo y Maurizio en el patio y los tres brindaron por la nueva incorporación a la familia.

– O – 1519 – O –

Ezio regresó de Francia aturdido. Leonardo había muerto. Tristemente estaba acostumbrado a perder a sus seres queridos, pero eso no lo hacía menos doloroso. Sofía también estaba de duelo, apreciaba al artista como un buen amigo. Alessandro no regresó a Roma con él, dijo que iría a pasar un par de años en España, para buscar a un posible aprendiz. Arnaldo y Maurizio desaparecieron una semana después, habían oído sobre una posible guerra en Tierra Santa y querían ayudar en todo lo posible. O quizás solo necesitaban alejarse del dolor.

Ezio recordaba a su amigo con cariño. Había sido todo un honor poder considerarse cerca de una persona como él, incluidas sus excentricidades e ideas.

El retrato que pintó estaba colgado con orgullo en el comedor.