¡Buenas noches! Hoy se cae el cielo porque me he dignado a aparecer. Es que me he tomado unos días del trabajo y me dieron ganas de escribir después de ver el hermoso capítulo de este lunes.¡Disfruten la lectura y ya nos estaremos viendo en algún futuro!


The Wolf in sheep's clothing


El café era la bebida de los dioses que le ayudó a terminar con éxito cada una de sus tareas escolares. Mas no era lo suficientemente milagrosa como para mantenerla totalmente atenta y despierta a las largas clases del día. Lastimosamente le tocó dormirse en la clase del profesor Kataoka y sentir todo el rigor del estricto profesor.

—Yo, lo lamento. —Fue su escueta disculpa antes de salir del salón de clases con un hermoso pase para la dirección—. De todas las clases en las que pude quedarme dormida tenía que ser justamente la del entrenador. Es la primera vez que me pasa esto en todo el tiempo que llevo de estudiante…

—¿Hacia la dirección?

Adiós al sueño. Hola al momento de breve humillación cortesía de Miyuki Kazuya. Ambos coincidieron en el pasillo.

—¿Otra vez vas a reunirte con tus acosadoras en el baño? —No iba a dejarse de él tan fácilmente—. Parece que te gustan esa clase de cosas… Incluso que te saquen fotos en momentos tan vergonzosos.

Lo único bueno de ser mandada a la dirección fue ver la cara pasmada de Kazuya.

—¿Eh? ¡Espera…! ¡¿Cómo que una foto?!

No podía ni debía existir evidencia como esa.

—Sí. Esas chicas tenían una foto tuya cuando anduviste en paños menores —comunicó—. Deberías tener cuidado. Ya sabes. Nunca faltan los chantajes malintencionados.

—Debe ser una broma. Eso no debe estarme pasando —murmuraba vagamente. Aquel trauma no lo abandonaba del todo.

—Ya no existe. Quita ese penoso gesto de tu rostro. —Sonrió. Las muecas que hacía eran muy divertidas—. ¿Qué? Fue entretenido. Acéptalo.

—Para ti. —Espabiló y regresó a ser el mismo de siempre.

—Como sea, tengo que ir a la dirección o el profesor Kataoka se enfadará.

—Por cierto, cuando terminen las clases necesito que me acompañes a un lugar. Te veo en la entrada de la escuela.

Fue el comunicado exprés del chico antes de retirarse.

—¿A dónde se supone que iremos? Con Miyuki no supone nada bueno.

Su día inició mal y probablemente terminaría peor. No sólo fue ese tendido sermón sobre la importancia de prestar atención en clases y el cuidado de las horas de sueño, sino también la cuestionable petición del capitán de Seidō. Y a eso se sumaba que tenía ganas de dormir y no despertar hasta el día siguiente.

—Te ves realmente horrible.

—Vámonos de una buena vez —exigió.

—Relájate.

Para él era fácil decirlo cuando no estaba desvelado y con la atención de Kataoka encima.

—Hazlo antes de que decida entregarte a esas mujeres para que te hagan lo impensable.

Él optó por callarse y caminar.

—Siempre tan confiable, capitán.

Abandonaron Seidō y arribaron a una vistosa tienda ubicada varias cuadras adelante. Si había algo que necesitara para practicar béisbol allí lo encontrarían. Pero ¿qué compraría que requiriera la participación de dos personas?

—¿Esto no lo hacen el resto de instructores bajo el mando del entrenador? —preguntó enfocándose en las manoplas que tenía enfrente.

—El entrenador me confió que revisara cuál era la mejor elección.

Su respuesta era vaga y la confundía. Y que estuviera evaluando las manoplas tampoco la confortaba.

—Sé claro —demandó.

—Por lo visto el director ha obtenido fondos adicionales para el equipo y podemos costearnos una lanzadora decente.

—Yo no sé nada sobre esa clase de máquinas.

—El entrenador me pidió que te trajera conmigo. Supongo que se debe principalmente a que te quedaste dormida en su clase. —Sus ojos únicamente se encargaban de analizar la mercancía que tenía a su alcance.

Sí. Sonaba bastante razonable.

—Y entonces, ¿cuál es nuestro presupuesto?

—Primero empecemos con un pequeño examen. ¿Cuáles son las diferencias entre el guante del cácher y los jardineros?

—¿Es en serio?

—Es que tus anotaciones son muy confusas. Hasta al entrenador le ha costado descifrarlas.

—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?

Lo que empezó siendo una suave explicación sobre la diferencia en tamaño de las manoplas se convirtió en una exposición extensa sobre la clasificación de los lanzamientos, los tipos de lanzadores, las maneras más efectivas de bateo y las reglas más básicas del béisbol.

Ella guardó silencio y se limitó a escucharlo atentamente. No consideraba propio interrumpirlo, incluso cuando ya estaba empapada en el tema.

Podría ser un pesado tanto para ella como para sus compañeros de equipo. Sin embargo, le profesaba un enorme amor y dedicación al béisbol. Lo sabía con oírlo.

Y esa clase de actitud apasionada removió algo dentro de ella. Algo tan asfixiantemente familiar y desesperante.

—Es todo.

—Hablaste muy rápido.

—Ahora vayamos a ver las máquinas o el entrenador se enfadará de que demoremos tanto.

El muy pillo avanzó sin más.

—No suena mala idea pasar por un bocadillo de vuelta.

—Pido mucha paciencia para no golpearlo.

Aventajaron un par de cuadras desde que salieron de la tienda deportiva cargando unas cuantas cajas. Tomaron un breve descanso; el peso de las mercancías y el calor entorpecían su avance.

Estaban en un parque infantil que hacía mucho tiempo dejó de ser mantenido. Las marcas de abandono saltaban a la vista.

—¿Era necesario que compráramos todo esto? —habló tras sentarse en una de esas pequeñas bancas que bordeaban al abandonado parque infantil.

Las cajas yacían sobre el suelo, una sobre la otra.

—Aprovechamos el viaje.

Él estaba sentado a su lado, con la vista puesta en la caja de arena. También estaba fatigado por el peso que cargó.

—Tú sólo llevas los guantes. No te quejes.

—Gracias por esa guía resumida sobre el béisbol.

—Espero tus notas sean mejores de ahora en adelante o te pondremos a barrer el campo techado. —Sonrió para aumentar sus posibilidades de hacerla enfadar.

—Con esas amenazas cualquiera obtiene motivación para mejorar…

No es que se hubiera acostumbrado a su manía de alterarla, pero estaba lo suficientemente fatigada como para pelear. Un bostezo apoyaba su cansancio.

—Estoy segura de que esa lanzadora será de gran ayuda para todos. Al menos podrán practicar con más tipos de lanzamientos sin tener que explotar a Eijun-kun y el resto.

—Ahora deberán entrenar el doble —agregó feliz, mostrando sus perfectos y blancos dientes.

—Eres un tirano —señaló—. Igualmente ellos entrenarán sin descanso. Son demasiado dedicados que el ejercicio extra no los molestará. —Lo que le causaba admiración—. Son igual de cabezotas que Tetsu.

—Tenemos una meta que cumplir. No podemos permitir que sus esfuerzos sean en vano… En esta ocasión tenemos que conseguirlo.

Reconocía ese tono. Era el que muchas veces escuchó de su hermano cuando mencionaba el tema de las nacionales; ese lejano sueño que se quedó únicamente en eso para él y los de tercero.

—Sería grandioso que pudieran hacerlo —aseveró—. Los harían sentir orgullosos. Es como si sobre sus hombros descansara el sueño de cada uno de sus ex compañeros de equipo.

Sora calló como si conmemorara algo que permaneció por mucho tiempo en sus adentros; como si fuera indeseable y no necesario para su presente.

—¿Dijiste algo?

Allí estaba su faceta burlesca y esa despreocupación digna de un sujeto cínico e incapaz de mantenerse serio por demasiado tiempo. Ella le dio un buen golpe en la cabeza por estropear sus nobles palabras.

—¡Auch! ¡Oye, no soy Kuramochi para que me estés pegando!

—Tú te lo ganaste. Por cierto, ¿quieres un helado?

—¿Helado?

—Frente a este parque hay una heladería. —Señaló el establecimiento colorido—. Te traeré del sabor que me apetezca.

No pudo objetar porque ya se había marchado. Así que resignado, siguió descansando, ignorando al grupo de chicos que también tuvieron la idea de detenerse en ese parque infantil.

Los dulces y bebidas carbonatadas que sacaron de sus bolsas plásticas no fue lo que provocó que quitara su atención del móvil y la depositara en ellos, sino el nombre que escapó de sus labios.

—¿Están seguros que ella es Yūki Sora?

—Totalmente.

—Luce completamente diferente a como la recordaba.

—Obviamente, idiota. La última vez que la vimos estaba en secundaria —insultó a quienes ignoraron los cambios físicos que ocurren con el paso del tiempo—. Me pregunto si continúa llevándose con esos tres.

—Si ellos no eran los peligrosos, ¡lo era ella por sí sola! Los que vivieron su rigor aseguran que sus golpes dolían bastante.

—Y eso que ustedes únicamente la conocieron en la secundaria. Yo asistí a la misma primaria que ella —relataba el más bajito de los tres—. En esa época todos la conocíamos como Ōkami.

«¿Ōkami? Que apodo tan extraño», pensaba Miyuki oyendo discretamente.

—¿Y por qué la llamaban de esa forma?

—En realidad no lo sé con exactitud. Sin embargo, algunos decían que era por su temperamento y su forma de ser.

La persona de la que hablaban tan deliberadamente regresó, obsequiándoles un rápido vistazo que sofocó su cuchicheo. Para cuando tomó asiento y se deleitó del sabor de su helado aquellos chicos se habían marchado.

—¿No te gustó el sabor o te has quedado pensando en lo que ese grupito decía?

Miyuki se atragantó, tosiendo para evitar que el pedazo de cono ingerido lo ahogara. Fue atrapado tan fácilmente.

—Si querían ser más discretos hubieran hablado más reservadamente.

—En aquella época la gente siempre ponía sobrenombres a otros a diestra y siniestra —platicaba Sora sosteniendo su cono vacío—. Aunque ahora que lo pienso, no fueron mis amigos quienes me denominaron de esa manera, sino ese chico…

Tener un conteo de todas las veces que había desviado su camino para dirigirse a tan popular lugar resultaría impráctico. Lo único que deseaba cada vez que sus pies tocaban ese suave césped era divertirse en cada una de las atracciones que había.

Se deslizó un par de veces por la pronunciada resbaladilla antes de dirigir presurosamente hacia la caja de arena. Adoraba ponerse a elaborar pequeñas figuras mientras luchaba para que no se derrumbaran fácilmente.

Mas el esparcimiento de todos fue turbado por la llegada de aquellos cinco niños.

—No te creas demasiado solamente porque te ha salido bien en una ocasión.

—Y ustedes que están mirando, ¿eh? —El segundo arremetió contra los espectadores.

Mismos que se retiraron cuando percibieron el peligro.

—Ahora en lo que estábamos —carraspeó el tercero. Asió al niño del cuello.

—Después es mi turno. Yo también quiero ponerlo en su sitio —soltó una burda carcajada el cuarto.

—¿No creen que estamos siendo demasiado violentos? Podríamos tener problemas con sus padres. —El quinto muchacho no estaba de acuerdo.

—Por favor, eso no va a pasar. Él no abrirá la boca… Y a nadie le importara verlo un poco maltratado.

—Y-yo no he hecho nada malo. ¡Por favor déjenme ir!

Los espectadores restantes huyeron cuando la cruel diversión comenzó. Nadie quería verse arrastrado por esa pequeña riña ni rescatar a alguien que no conocían.

El pequeño no se defendía. Parecía tan acostumbrado que lo único que hacía era proteger su rostro con sus antebrazos.

—¡Ey, ustedes! ¡Deténganse!

Giraron automáticamente, enfocándose en quien se atrevía a mandarlos.

—¿Acaso eres amiga de este tonto? —sopesó el encargado de iniciar la paliza.

—Nunca lo había visto antes —respondió—. Mas eso no importa. ¡Dejen de meterse con él sólo porque es pequeño! —argumentó con ferocidad.

—Lo que faltaba, que una niña viniera a salvarte.

Todos rieron, restándole importancia. Y en breve retomaron su atención en quien realmente importaba.

—Se los advertí.

El primer agresor cayó contra el suelo mientras el resto no procesaba la situación. Todo había ocurrido demasiado rápido.

Si se pensaban que la diferencia de tamaño y sexo marcarían una diferencia, estaban errados.

Aquel que era el líder estaba tumbado con aquella niña a la que despreció, encima, dándole lo que cualquier bravucón necesita para que las ideas cimienten adecuadamente.

—¡Les dije que lo dejaran en paz!

Si los demás creían que se salvarían estaban equivocados. Ahora eran ellos los que corrían alrededor del parque, intentando huir de quien tumbó sin mucho esfuerzo a su líder.

—¡Deben aprender su lección, niños tontos!

Ellos salieron corriendo, amenazándola de que sus padres iban a saber al respecto.

—¡Espero y hayan aprendido su lección! —Les gritó antes de que esos niños se perdieran en la lejanía—. ¿Estás bien?

El chico a quien le salvó el pellejo apenas se había puesto de pie.

—G-gracias. —Sacudió sus ropas y le sonrió con esfuerzo.

—Siempre hay tontos como esos en todos lados. —Resopló—. No permitas que se metan contigo tan fácilmente. Al menos intenta defenderte. —Lo regañó con severidad—. Eres un chico. Debes comportarte como tal.

—Eres una niña y actúas valientemente. Quisiera…

—Ejercítate y verás cómo esos tontos empiezan a respetarte. Sino lo haces te van a comer vivo allá afuera —objetó—. Como sea, tengo que irme.

—¡Vengan, ha vuelto a pelearse!

—¡Lo ha vuelto a hacer!

Aquella pequeña riña atrajo rápidamente a un nuevo público: a niños que conocían de antemano a la brusca jovencita.

—¡Gracias por salvarme, Ōkami-san!

Miró confundida al chiquillo que rescató y se cuestionaba en qué se basó para darle aquel extraño apodo. Sin embargo, antes de indagar ya todos los chismosos se dirigían a ella con ese sobrenombre.

—¡Que no me llamen así, tontos! ¡Tengo nombre y deben usarlo! —recriminó a esos entrometidos que se reían de sus quejas—. Todo es tu culpa.

—B-bueno, es que no conozco tu nombre…

Estaba segura de que rescató al chico más extraño del barrio. No únicamente le dio un apodo, sino que también le hablaba con respeto. Y podría ponerse a discutir con él, mas recordó algo importante.

—¡Rayos!¡Voy retrasada!

—Se ha marchado...

Un silencio incómodo se plantó después de concluir con aquel olvidado relato. Había tenido que excavar dentro de las perecederas memorias de su infancia para traer a la luz el origen de tan particular apodo.

No solía compartir momentos puntuales de su vida con gente que no clasificaba como un amigo. Sin embargo, aquello ya no poseía la misma relevancia que años atrás; ya no interesaba si estaba al tanto de cómo solía ser de pequeña.

Quizá esa nueva perspectiva sobre su persona lo hiciera reflexionar sobre su trato hacia ella.

—Eras bastante salvaje por aquella época.

—Todavía sé cómo poner a alguien en su sitio, Miyuki. —Ella sonrió cínica. Él se arrepintió de ser tan atrevido—. Te asustas tan fácilmente.

—Tu historial criminal convertiría a cualquiera en alguien precavido.

Su dramatismo falso no la engañaría. Sabía reconocer cuándo alguien se sentía verdaderamente intimidado por ella.

—Hasta es efectivo en ti —decía burlona—. Descuida, no te golpearía… No sin tener un buen motivo para ello.

—Eso no me tranquilizó en lo más mínimo. Aunque…

—¿A qué conclusión has llegado? —Suponía que algo se le había ocurrido al receptor tras su relato.

—Si siempre fuiste así de problemática debes tener una lista muy grande de gente a la que le gustaría verte metida en aprietos.

—En retrospectiva, conozco a un par de personas que poseen diferencias conmigo —comentaba—. Y esa carta sería un método muy acertado para darme un escarmiento.

Kazuya se divertía con el predicamento de Sora. Ella lo notó sin esfuerzo, pero como muchas veces atrás, guardó la calma.

—Si realmente se hubiera tratado de una chica enamorada de ti ya hubiera aparecido para esclarecer el malentendido. —Pausó y observó la nula reacción del cácher—. Y sabiendo la molesta personalidad que tienes, no me sorprendería que alguien quisiera jugártela.

—Ambos hemos obtenido algo a cambio.

—Yo no veo nada positivo de todo esto. —Ahogó un suspiro y se serenó—. Este es tu modo de fastidiarle los planes a quien haya hecho esto, ¿no? Posiblemente esa persona no estaba esperando en que todo terminara de esta forma.

—Al menos ya no me molestan todas esas chicas.

Obviamente él es quien obtuvo los mejores beneficios con esa enorme mentira.

«Es demasiado cínico. No obstante, no entiendo su personalidad… Estoy segura que le estoy dando muchas vueltas a algo que no tiene tanta importancia», pensaba Yūki.

Se desprendió de aquella agobiante idea. No iba a empezar a analizar la psicología del chico.

—Miyuki, ¿crees que después de que llevemos todo esto pueda irme a casa?

—¿Ah? ¿Tan cansada estás?

—No. Sin embargo, necesito hacer algunas cosas y a la hora que salgo eso no sería factible. Es por esta vez.

—No creo que haya problema.

Nostalgia. Era así como le sabía el ambiente que hacía tiempo no visitaba; tanto por falta de espacio como por decisión personal. Empero, no se trasladó hasta allí para tener esa clase de pensamientos pesimistas, sino para atender a lo que ese regordete y canoso hombre tuviera que decirle.

—De todas las personas que han venido hasta mí, eres quien mayor sorpresa me causó. Nunca imaginé que pudieras estar interesada en esto —habló seriamente, descansando sus codos sobre la superficie de su despejado escritorio.

—Los tiempos cambian. —Postró su vista sobre el impecable piso alfombrado y después en el auto retrato del director.

—No muchos saben sobre este asunto.

—Alguien me pasó el recado. Y si sigue en pie es porque nadie ha cerrado trato con usted.

—Veo que estás muy decidida.

—Únicamente quiero saber si tenemos un trato o no. De lo contrario me marcho que tengo otras ocupaciones de las cuales encargarme.

—Seguramente será problemático que un ex alumno preste ayuda a los actuales estudiantes del club, mas es innegable que naciste para hacer eso.

—Es un sí o un no. No entiendo por qué se complica tanto.

—Tenemos un trato entonces, Yūki-kun. Sin embargo, no quiero tener ni la más pequeña queja sobre ti o el trato se cancela y lo perderás todo —advirtió.

—Lo único que recibirá será buenas noticias, director. —Sonrió con confianza—. Es un placer hacer negocios con usted.

Habrían de ser sus últimas palabras antes de abandonar la habitación y aquel colegio que le despertaba recuerdos tanto memorables como agridulces.

A la mañana siguiente y con aquel asunto resuelto, se ocuparía del otro aspecto que tenía pendiente: devolver la libreta que no le pertenecía.

—Menos mal que alguien la encontró. —Haruno no podía sentirse más dichosa al tener de vuelta tan valioso objeto—. Muchísimas gracias, Sora.

—¿Otra vez perdiendo las cosas? Realmente no tienes remedio —amonestaba Yui.

—Debes ser más cuidadosa.

—Odio decir esto, pero terminé leyendo todo lo que allí ponía —confesó a sus compañeras. Estas más que enfadadas parecían felices—. ¿Sucede algo?

—Nada. No nos hagas caso —expresaba Sachiko con una pequeña sonrisa.

—Ahora llevemos las pelotas o los chicos comenzarán a desesperarse —sugería Natsukawa.

Pese a que era la mánager más reciente dentro del club ya se había acostumbrado completamente a las tareas. Incluso la dedicación y perseverancia de cada jugador del equipo eran características que le despertaban admiración.

No únicamente estaba la valía personal. También ese fuerte sentido de trabajo en equipo; un lema silencioso que todos conocían, pero que ninguno gritaba.

Sí. Eso era Seidō: vibrante, estrepitoso y hambriento de victoria.

—Este es el equipo que tanto amabas y defendías, hermano. El que deseabas llevar hasta las nacionales. Aún no son lo suficientemente buenos, pero no se han dado por vencidos y siguen luchando por superar lo que pasó el verano pasado…

Sonrió ante sus propios deseos, como si fuera una reacción involuntaria nacida ante sus propios pensamientos.

—Y debo admitir que les tengo mucha envidia…

—¿A quiénes?

Sora se sobresaltó ante la súbita pregunta.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No tendrías que seguir entrenando? —regañó a Kuramochi

—Acabamos de terminar y vamos a comer. Vine a buscarte a petición de los demás —aclaró—. ¿Qué tanto murmuras? ¿Te volviste loca ya?

—Por supuesto que no, Kuramochi. —Porque poco o nada le importaba golpearle la cabeza—. Solamente estaba teniendo mis momentos de reflexión.

—Estar con Miyuki ya te está haciendo daño.

—Más bien le echo la culpa a todos en general. —Empezó a movilizarse y él la siguió sin entender bien—. Tengo hambre.

—Come con nosotros. Te desafío a que te acabes los tres platos de arroz. —Ansiaba ver cómo la chica ingería todo eso para terminar corriendo al baño para vomitar.

Era un poco perverso.

—Esos son muchos tazones de arroz.

—Si logras comértelos todos te contaré un secreto vergonzoso de Miyuki para que puedas usarlo en su contra cada vez que se quiera meter contigo.

Esa propuesta era tan seductora como traicionera.

—¿Qué me dices?

Tres tazones de arroz y numerosas raciones provocaron que los ojos curiosos que veían el espectáculo en silencio, se conmocionaron. Todos sabían lo que ocurriría si Sora se forzaba a comer esa cantidad insana de comida.

—E-eso es demasiado…—comentaba Eijun.

—Podría terminar enfermándose —insinuaba Kominato.

—Todavía puedes echarte para atrás. —Yōichi no despegaba su atención de ella.

Estaba sentado justamente al lado de Yūki para ver todo con lujo de detalle.

—¿De verdad piensa comerse algo como eso?

—¡Es una locura!

—¡Va a vomitar!

No se podía pedir discreción cuando todos esos chicos estaban en el comedor mirando discretamente hacia donde permanecía sentada la hermana menor de su ex capitán.

—Sería muy cobarde claudicar ahora. Por lo que asumiré las consecuencias de lo que sea que pase.

Tomó el primer tazón y así inició la apuesta.

—No olvides la sopa y los acompañamientos.

—¡Vamos, Sora-senpai! ¡Usted puede!

Allí el único que parecía estar de su lado era el eufórico de Sawamura.

El primer tazón bajó fácilmente. Incluso la sopa de miso y el resto de acompañamientos quedaron en vagos recuerdos.

—Aún quedan dos platos.

Kuramochi sentía la victoria en manos. Sabía que una mujer no podía ingerir más de lo que ya había llegado a comer Sora.

—La victoria es casi mía —musitaba el corredor.

Era muy extraño que todos los chicos guardaran silencio a la hora de comida. No obstante, lo que estaban viendo los dejó boquiabiertos. E incapaces de despegar su atención del último cuenco vacío, contemplaron lo que podría considerarse como un suceso improbable.

—Tenía más apetito del que creía…—mencionó.

Los que permanecían en su mesa aguardaban a que vomitara.

—Oye, esto no puede ser cierto —espetaba Kuramochi—. Deberías estar corriendo al baño.

La chica estaba calmosa, sin indicios de náuseas

—¡Eres increíble, Sora-senpai! —alabó Eijun con sinceridad.

—Se ve totalmente bien. —Haruichi estaba asombrado. Y no era el único.

—¿Cómo es que conserva esa figura si come tanto?

—¿Acaso es normal? ¿Será porque es hermana del ex capitán?

—Estoy esperando escuchar ese vergonzoso secreto, Kuramochi.

Un reto era un reto y había que pagar la deuda.

—Pues verás, esto sucedió cuando…

Le susurró directamente al oído. Era información confidencial y no debía ser escuchada por nadie más.

—¿De verdad? Me cuesta créemelo.

—Todo lo que te digo es cierto —aseveró.

—En el fondo realmente se quieren mucho y son buenos amigos, ¿verdad? —Lo dijo con toda la intención de enfadarlo.

Yōichi gruñó ante «semejante insulto».

—El que te encolerices tanto me da nuevamente la razón.