¡Buenas madrugadas gente! Sé que no son horas para actualizar, pero pues apenas terminé de escribirlo y medio editarlo. Así que disfruten leyendo.
**Capítulo con dedicatoria especial a Nayla Kei que ha tenido una semana difícil, pero que siempre está dispuesta a leer mis divagaciones con Kazuya. Ya vete a dormir y deja esto para horas más decentes**
Sweet Impression
Miyuki suspiró, lamentándose por ceder ante la presión de Mei.
—Ya tardó…—Sentado en la solitaria sala, aguardaba por quien también terminó siendo arrastrada a aquella cita doble.
Él sabía de antemano que las mujeres se tomaban su tiempo para lucir presentables cuando salían en una cita. No obstante, no consideraba que ella pudiera ser englobada totalmente dentro del género femenino.
Cansado de esperar, se levantó. Y antes de pisar el primer escalón hacia la segunda planta, la encontró.
—¿No me digas que ya te estabas impacientando? Yo misma te dije que iba a demorar un poco.
—Es que estabas demorando demasiado. —Esa había sido su percepción.
Los ojos del cácher pasaron por la blusa holgada alba de tirantes al short vino que llegaba hasta la mitad de sus muslos. Portaba oscuras y altas calcetas hasta las rodillas que combinaban con sus botines café pardo de tacón delgado y alto. Por encima llevaba una gabardina rosa pálido que la cubriría del frío otoñal.
—Había escuchado que tenías un gusto extravagante a la hora de vestir, mas no imaginé que fuera verdad —comentaba, colocándose el arete de oro rosa en forma de flor en su lóbulo derecho—. Ya estamos casi sobre la hora, por lo que tendremos que tomar un taxi. —Colgó su azabache bolso en su hombro izquierdo como señal de que estaba lista para abandonar la casa.
—Ah…
Kazuya necesitaba que alguien lo pellizcara para que se diera cuenta de que el atuendo de aquel domingo no había sido una coincidencia. Esa mujer podía ser todo menos escasamente femenina a la hora de portar ropa civil.
—La verdad me sorprende que hayas aceptado salir. Supongo que es normal porque se trata de Narumiya-kun.
—Sí, algo por el estilo.
No era la primera vez que admiraba la figura femenina, pero era extraño hacerlo con ella. Porque, aunque eran novios, era Yūki Sora de quien se había quedado abstraído momentáneamente.
«Aceptaré que sabe combinar muy bien las prendas de ropa que posee».
—¿Por qué razón te has quedado tan callado?
—Por nada en particular.
—Entonces, vámonos.
Incluso cuando tomaron un taxi para llegar a tiempo, aquel viejo amigo de Miyuki ya se encontraba esperando por ellos con un semblante impaciente. ¿No sabían lo que era la puntualidad? ¿Creen que tenían derecho de hacerlo esperar?
—Kazuya, ¿qué crees que estás haciendo?
—¿De qué hablas? Si es justamente la una. —Señaló al redondo y grande reloj que estaba incrustado en la entrada de la estación en la que convinieron reunirse.
—¡No me refiero a es! ¿Cómo puedes salir a la calle vestido de ese modo? ¡Y más cuando ella viene tan bien vestida! —El rostro de Mei era de horror ante lo que sus ojos veían.
¿Dónde estaba la policía de la moda cuando se la necesitaba?
El cácher usaba una playera blanca tres cuartos de manga negra, un short café claro hasta las rodillas y unas zapatillas deportivas violetas con naranja. Y aunque se le veía cómodo y deportivo, definitivamente los conocedores de la alta costura y la moda no aprobaría semejante aberración.
—No veo nada de malo en lo que traigo puesto.
Narumiya había intentado infinidad de veces que su amigo aprendiera a vestirse como la gente decente, mas siempre fallaba.
—Vienes a una cita doble en compañía del «Príncipe de la Capital». Lo menos que puedes hacer es estar a la altura. —El as de Inashiro no hablaba únicamente porque tenía boca. Él respaldaba sus palabras con hechos sólidos.
Botines marrones y un pantalón negro y de mezclilla iban a la perfección con la camisa de vestir azul cielo que usaba y que sobresalía mucho más gracias a su chaqueta de cuero. Era el perfecto ejemplo que combinaba la juventud y el buen gusto.
—Tal parece que tu cita no ha llegado todavía.
—¡Kazuya, no me ignores! ¡Tienes que corregir esos execrables gustos! —gritó.
«Nunca imaginé que fuera tan diferente dentro y fuera de la cancha. No cabe duda de que las apariencias engañan».
Guardar silencio le parecía la mejor elección, especialmente porque el rubio continuaba riñendo a su pareja.
—Espero que por lo menos te hayas pasado un cepillo por la cabeza porque esa cabellera tuya luce como un nido de aves.
—Todavía estoy a tiempo de irme y aprovechar el día para entrenar —amenazó. El otro hizo un puchero tan infantil que provocó una sonrisa guasona.
—¡Kazuya, eres muy injusto!
—Y tú te preocupas por temas sin importancia.
—Lucir presentable nunca será un tema irrelevante. —Se mantendría firme en su posición sin importar los argumentos que su amigo le diera—. Estoy seguro de que tu novia debe sentirse avergonzada de ir caminando a tu lado, luciendo tan desentonado.
«Creía que cuando se reunían se ponían a hablar de béisbol hasta decir basta. Sin embargo, están teniendo una plática muy usual entre las chicas».
Cesó con sus pensamientos cuando esos zafiros se posicionaron en ella. ¿Por qué la veía tan fijamente? ¿Por qué estaba caminando hacia ella?
—Narumiya Mei, encantado en conocerte. —El chico extendió su mano y ella la estrechó—. Kazuya fue un grosero al no hablarme sobre ti. Pero me alegra que hayas aceptado. Ahora podremos conocernos mucho mejor.
—Él es muy insistente y no conoce eso llamado como privacidad. Podemos irnos —siseaba Miyuki para quien en verdad estaba considerando sus palabras.
—Y bien, ¿cómo te llamas? —Estaba decidido en saciar su curiosidad. Y lo haría con o sin el permiso de ambos.
—Narumiya-kun, lamento la demora.
Una segunda voz femenina se unió al grupo de tres. Una evidentemente desconocida para los inscritos en Seidō.
—¡Anna! —saludó entusiasta con una sonrisa encantadora que tenía el poder de derretir los corazones de cualquier fémina—. Descuida, has llegado justo a tiempo.
—Y a nosotros nos ha echado el sermón de que lo hemos puesto a esperar —murmuraron tanto Sora como Kazuya para el que ahora pasaba totalmente de sus existencias.
—¡Vamos, acércate para que puedas presentarte! —invitaba con caballerosidad.
Su lacia y azabache cabellera caía con delicadeza hasta la mitad de su espalda. Sus castañas pupilas quedaban enmarcadas con unos lentes de diseño cuadrado y gruesa montura. El apiñonado de su piel resultaba agradable a la vista y perfecto para alguien de largas y delgadas piernas. Sus pronunciadas curvas no dejaban indiferente a quien le dedicara unos segundos a su exterior.
Llevaba puestos unos botines negros de tacón en armonía con unos pantalones entubados caqui a la cadera. Su blusa era blanca y lisa, entallada y con un cuello en uve. Y aunque era casi imperceptible, un pasador decorado adornaba el costado derecho de su cabeza mientras que de su mano izquierda colgaba una chamarra alba y delgada con una cinta en la cintura.
—Buenas tardes. Mi nombre es Harada Annaisha. Gusto en conocerte, Kazuya Miyuki —expresó con cordialidad y notoria emoción.
—Esta chica de aquí es la novia de Kazuya. Se llama…—Mei reaccionó. Ella no tuvo la oportunidad de presentarse apropiadamente.
—Yūki Sora.
No es que fuera grosera, simplemente prefería ver cómo él y su novio se peleaban verbalmente en vez de ponerse a hablar sobre sí misma.
—¿Yūki? —El apellido captó la atención del rubio hasta el punto de arrastrar su mirar hasta la muchacha—. ¿Estás relacionada de algo con Yūki Tetsuya?
—Mi apellido es de lo más común. Debe de haber cientos en todo Tokio —expresaba para quien sospechaba que le mentía.
—Es la hermana menor de Tetsu-san.
Fue ventilada por tu propio novio.
—Ese partido fue uno de los más divertidos y emocionantes de la temporada. Nadie esperaba que tu hermano bateara a Narumiya-kun. —Annaisha estaba a un costado de quien continuaba considerando al ex cuarto bateador de Seidō como uno de sus más acérrimos rivales—. En el béisbol nada está completamente asegurado; incluso al final puede sorprenderte. Esa es la magia del deporte más apasionante e increíble que puede haber.
—Kazuya, explícate. ¿Por qué razón decidiste salir con ella? ¿Es que acaso me odias? ¿Por qué me estás traicionando de esta manera?
—Justamente por este motivo no te lo dije. —Tenía el presentimiento de que se alteraría un poco si sabía la relación entre Sora y el sujeto que siempre le plantaba cara cada que subía al montículo.
—¡Dile a tu hermano que la próxima vez que nos veamos me encargaré de que no pase ni siquiera a primera base! —A veces su timbre de voz se podía oír serio y decidido—. Lanzaré tan rápido que ni siquiera sabrá qué fue lo que lo sacó.
—Mi hermano está estudiando para su examen a la universidad. No volverá a desafiarte —soltó para quien ardía en pasión por irse a ponchar a su hermano mayor.
—Pásale mi mensaje, Sora-chan.
—No le diré nada si me sigues llamando de ese modo.
¿Qué tenía el mundo contra su nombre y ese honorífico? O tal vez él también la quería incordiar como cierto receptor que conocía.
«La cita ni siquiera ha dado comienzo y ya estoy totalmente agotado».
Annaisha conocía a Mei cerca de dos años y estaba tan acostumbrada a su forma de ser que no le extrañaba su comportamiento actual. Y aunque una parte de ella sabía que había exagerado un poco al agitarse tanto por la relación consanguínea de la chica y el ex bateador de Seidō, también lo veía como algo enternecedor.
«Se me hace familiar su rostro. Mas no puedo recordar de dónde… Probablemente ya estoy pensándolo de más. Hasta puede que la esté confundiendo con otra persona»», pensaba Harada.
—¿Comer? Todavía es temprano para eso. —Narumiya recuperó su porte y temple usuales—. La comida es el tercer punto de la lista.
—¿Lista? ¿De qué hablas? —Sora miró al descarado cácher; sospechaba que había ignorado el itinerario de cierto amigo suyo a propósito.
—Kazuya, te dije todo lo que haríamos en la cita el día que me confirmaste tu asistencia. —Sus ojos de cachorro triste, abandonado e ignorado, aparecieron—. Jamás me pones atención.
—Descuida, se lo hace a todos.
—¡Sora-chan, tú entiendes mi dolor!
«No me quejaré solamente porque me resulta muy divertido ver cómo Narumiya-kun lleva la paciencia de Kazuya al límite».
Nadie se esperaría que ese hombre pagaría tan pronto todo lo que le había hecho hasta ese día. Era tan entretenido y relajante que sonreía con candidez mientras los escuchaba en silencio.
«Harada-kun se ve que está más que acostumbrada a Narumiya-kun. Incluso disfruta de la fraternal amistad que existe entre ambos. Aunque por alguna razón su rostro me es familiar… Esas gafas las he visto en otra parte. ¿En dónde?».
Su mirar se encontró por primera vez con el de esa bonita joven y se mantuvo así por unos cuantos segundos.
«¿Será que ella también tiene el presentimiento de que nos hemos encontrado en algún otro lado con anterioridad, pero no conmemora en dónde?».
Harada era una persona directa que no temía lanzar preguntas si la duda la invadía. Sin embargo, apenas la había conocido; no habían intercambiado más que el nombre.
—Anna, ¿sucede algo? —preguntaba Mei para quien se había quedado callada repentinamente.
—No. No ocurre nada —respondió cortésmente, mirándolo de soslayo.
—Será mejor que nos pongamos en marcha que hay muchas cosas por hacer —proponía para ese par de noviecitos que temían por todas las actividades que tenía preparadas.
—Todavía podemos escapar de aquí —murmuraba para Sora. Ambos empezaron a desplazarse cuando Annaisha y Mei lo hicieron.
—Tengo el horrible presentimiento de que, si hacemos eso, la pasaremos peor.
—Ciertamente sabe cómo convertirse en un dolor de cabeza.
¿No era hermoso que tuvieran en común la misma visión hacia el rubio? Tal vez no eran tan diferentes como creían.
—Además, ¿no has pensado en por qué te insistió tanto para que vinieras a esta cita? —Él lo meditó brevemente, pero no quiso darle demasiadas vueltas al asunto—. Hasta donde he escuchado Narumiya-kun es muy popular en su escuela; las conquistas deben sobrarle.
—Él adora las citas dobles. No creo que se deba a otra cosa.
Viajar en tren era la opción más plausible económicamente hablando. También les aseguraba llegar a su primer destino en menor tiempo. Y mientras la corta travesía daba marcha, el joven que se había encargado de orquestar la cita doble, tomó la palabra para dirigirse al resto:
—Nuestra primera escala será Shinagawa. —Mei tenía un mapa que pasó a cada uno de sus acompañantes—. Y se preguntarán: ¿qué es lo que iremos a hacer allí?
—No. Yo la verdad no.
—Kazuya, deja que termine —regañó a quien seguía reacio a toda esa experiencia—. Entonces, ¿por qué nos dirigimos allá?
—Porque visitaremos un acuario —respondió Narumiya.
Mientras Miyuki pensaba en toda la multitud que habría y tendría que soportar, Sora parecía mostrarse interesada.
—¿De verdad iremos a un acuario? —Annaisha no pudo ocultar su sorpresa. Le fue inevitable no mirar al sonriente joven.
¿Por qué siempre poseía esa actitud tan fresca, tan despreocupada, casi encantadora?
—Sé que amas a los tiburones blancos y quería que los vieras en algún acuario. Sin embargo, al investigar me di cuenta de que estos no sobreviven en cautiverio. Y tuve que buscar otra opción.
Sabía que en algún momento le mencionó que aquel pez cartilaginoso era su animal favorito. Sin embargo, jamás se esperó a que él deseara mostrarle uno y que se tomara tantas molestias para lograrlo.
—En el acuario de Shinagawa hay una sala especial donde proyectan a través de hologramas, tiburones blancos en su ambiente natural.
Annaisha tenía muchas cosas que decir, pero la mayoría la condenarían. Se supone que debía resistirse a él, no rendirse ante su detallismo.
—Sé que no es lo mismo... No obstante, algún día iremos al mar a verlos personalmente.
—Sí, gracias. Estaré aguardando por ello con ansias —expresó en automático, dejando que el raciocinio se apagara en su cerebro—. Él puede ser en verdad…—murmuró.
—¿No te gustan los acuarios? —preguntaba Miyuki a quien había estado buscando algo con la ayuda de su celular.
—No me gustan los sitios concurridos. Sin embargo, si se trata de un acuario, puedo tolerarlo. —Ninguno de los dos era fanático de las multitudes—. Hay un pasillo de veinte metros bajo el agua que permite caminar a través de un mar de mantarrayas. Y debe ser espectacular. Quiero intentarlo.
—Buena suerte con ello.
—Ni creas que te dejaré escapar. —Lo amenazó—. Irás y te maravillarás con esas magníficas criaturas marinas.
Kazuya sonrió. Le resultaba divertido y algo tierno que le dijera indirectamente que deseaba estar a su lado.
—¿Y a dónde más iremos? —Harada poseía un desconocimiento total sobre lo que se haría en aquella cita doble; solamente podía deducir las actividades gracias a las citas previas que había tenido con sus ex parejas.
—Caja de bateo, ir a comer a un restaurante, ver una película y luego la cena. —Había planeado todo con ojo de detalle. Tenía los tiempos bien delimitados—. A qué es grandioso, ¿verdad? ¡Sé que están impresionados por mi planeación! No se contengan, elógienme.
—La caja de bateo suena grandioso. —Annaisha se emocionó. La llama de la pasión ardía intensamente en sus achocolatadas pupilas. Estaba lista para hacerlo—. Cuenta conmigo, Narumiya-kun.
«Tiene la misma expresión que Kazuya y los chicos».
Miró en silencio a la motivada jovencita, meditando sobre si era buena idea el tomarse el atrevimiento de preguntarle algo que a leguas parecía más que obvio.
—Harada-kun, ¿de casualidad juegas sóftbol?
—Sí. —Su contestación inmediata la tomó por asalto—. El béisbol es mi más grande pasión. Por lo que me he dedicado la mayor parte de mi vida a él.
—No van a creerlo, pero Anna es la mejor receptora que tiene nuestro equipo de sóftbol en Inashiro. ¡Desde su primer año logró ascender al primer equipo! —relataba con júbilo, con esa pasión que lo envolvía cuando lanzaba en su mejor forma. Evidenciando lo mal que lo traía aquella jugadora.
—También eres cácher —dijo Miyuki con interés y curiosidad—. ¿Has tenido la oportunidad de atrapar para Mei?
—Por supuesto. —Sonrió con profunda satisfacción—. Sus lanzamientos son una verdadera obra de arte que ningún cácher debería privarse de ver y experimentar.
Mei no pudo evitar sonreír bobamente. Adoraba que reconocieran lo increíble que era, pero le fascinaba mucho más que lo hiciera ella.
—A la hora de jugar ella tiene un estilo muy parecido a ti, Kazuya: agresivo, impasible. Adora provocar a los bateadores mientras se divierte con los resultados que obtiene por ello —describió a quien lucía tan calmada.
—Narumiya-kun me habló mucho sobre ti. Sobre que eran amigos de años. Y yo, al ser cácher, sentí curiosidad de conocerte y cruzar palabras contigo. Considero que charlar con alguien que comparte tu misma posición es bastante proactivo; es una manera de obtener retroalimentación. —Eso ponía en manifiesto el motivo que orilló al rubio a ser tan insistente con su asistencia—. Además, no siempre se tiene la oportunidad de conocer al mejor receptor de todo Japón. Y es algo que debo agradecerle a Narumiya-kun.
—Ciertamente no es común que me ponga a hablar con otros jugadores que comparten mi misma posición. Y si Mei ha reconocido tus habilidades, entonces no habrá desperdicio en ello.
—Oh, Yūki-kun, espero no malinterpretes mi interés hacia Miyuki-kun. Solamente lo veo como un igual. Mi verdadero amor radica en los pitchers y sus monstruosas habilidades de lanzamiento.
—Cualquier encanto se muere cuando sabes cómo es en realidad. Que no te cieguen sus habilidades para el béisbol.
¿Alguien pidió brutal honestidad? Tal vez nadie, pero eso fue lo que recibió Miyuki.
«Ella también tiene fetiche con los lanzadores. Como este incordio que tengo a mi lado».
—Sora parece que ya te conoce muy bien, Kazuya. —Narumiya abrazó su barriga con ambas manos para contener su risotada—. ¡Y lo que le falta por conocer!
—Narumiya-kun me advirtió sobre eso también. Que no eras precisamente alguien ejemplar.
—Ey, esto se siente como si estuvieran conspirando contra mí…
—No lo parece, lo están haciendo.
—Tú eres quien más debería estar de mi lado. —Se quejó.
—Kazuya, existen causas indefendibles. Tu personalidad es una de ellas.
A Mei y Annaisha les fue imposible seguir conteniendo sus carcajadas por más tiempo. Ante sus ojos eran una pareja de lo más variopinta que les estaba aportando momentos de lo más chuscos y memorables.
Tras llegar a la estación correspondiente tomaron rápidamente un taxi a petición de Narumiya. Arribaron prontamente para comprar las entradas y poder al fin, acceder a tan famoso y popular acuario de Tokio. Era domingo y muchos buscaban distraerse.
El atractivo real de aquel acuario radicaba en su número de salas. En ellas se exhibían sus más de 450 especímenes acuáticos.
El emblemático tanque de 500 toneladas fue su primera escala. Allí se apreciaba detalladamente toda la magnificencia de las tortugas marinas verdes, rayas gigantes y muchas más especies que no reconocían.
—¿Las tortugas te parecen entretenidas? —cuestionaba Kazuya a quien admiraba a los quelonios que nadaban cerca de donde permanecían de pie.
—Actualmente las tortugas son los reptiles más antiguos que existen sobre la faz de la Tierra. Han sobrevivido desde el Triásico. —Le informó—. Con frecuencia son vistas en la cultura popular como criaturas tolerantes, pacientes y sabias.
—Deberías ser más como una tortuga —aconsejó con seriedad.
— Y tú deberías ser como un mapache. Ah, espera, ya lo eres.
—Que una tortuga y un mapache sean pareja no suena muy atractivo que digamos. —Tanto Sora y Kazuya voltearon hacia el que se había metido en su charla—. Deberían ser como Anna y yo.
—Ella ni siquiera está aquí contigo —mencionaba Yūki para el gracioso que estaba atacándolos.
—Prefiere ver a esos peces payaso por su cuenta que lidiar contigo. —Se unió para molestarlo—. Tal vez ya la asfixiaste.
—¡No aceptaré las palabras de un mapache y una tortuga que mantienen una relación extraña!
—Al menos tengo una tortuga.
—Y yo un mapache.
—¡Ustedes dos son horribles! —exclamó como niño malcriado. Hizo un puchero y ellos le dedicaron una sonrisa burlesca.
—Ya cambió de pez. Ahora está mirando a esa mantarraya gigante —comentaba Sora para quien veía en dirección a Harada.
—Ella ama los peces grandes. No me sorprende.
—Quisieras ser un pez grande en este momento, ¿no, Mei? —Kazuya no desperdiciaba las oportunidades que tenía para meterse con ese rubio—. Te atraparon por completo. —Que se oyera tan divertido mientras se lo decía no hacía feliz al pitcher.
—¡A ti también!
—No.
—Todo esto fue orquestado con el fin de tener una cita en regla con Harada-kun, ¿no? —Narumiya guardó silencio, delatándose—. A sabiendas de que eres bien parecido, popular y con una labia peligrosa, supongo que ella se resistió y por eso no tuviste más remedio que atacar desde otro punto. Eso fue bastante astuto de tu parte.
—Espera, ¿acabas de decir que soy todo un conquistador? ¿Y que soy más guapo que Kazuya? —Sus celestes pupilas brillaban con la intensidad de un manto estrellado—. Kazuya, ¡tu novia es muy sabia y tiene un gusto excepcional! Por lo que déjame felicitarte por tan gran elección.
—¿Qué? —Yūki sintió repentinamente una mirada encima.
—Nada.
—Kazuya, no me digas que estás celoso por lo que Sora-chan acaba de confesarme tan abiertamente.
Lo codeó con suavidad, sonriéndole como lo hacía cuando lograba ponchar a todos los bateadores que osaban pararse frente a su montículo.
—Es comprensible. ¡No únicamente soy el Príncipe de Tokio, sino también el más apuesto de todo Inashiro!
—No lo estoy —espetó.
—¡Ese tono de voz me dice que sí! —Lo conocía mejor que nadie más. No iba a engañarlo tan fácilmente.
—Claro que no.
—Sora, dile algo bonito. No sé, que incluso cuando se viste tan mal, se ve varonil. —No tenía reparo en aproximarse a Sora y susurrarle todo aquello—. O que sus atrapadas son las más impresionantes de todo Japón.
—Él no necesita esa clase de cosas. Es muy seguro de sí mismo —murmuró para él sin mucha preocupación.
Miyuki ya estaba con la atención puesta en una mantarraya. Todos amaban a esas criaturas.
—A los hombres nos gusta recibir piropos de nuestras novias. Y él no es la excepción.
¿Así funcionaban los chicos ahora?
—Díselo como si le lanzaras una recta rápida y poderosa. Él no sabrá cómo demonios fuiste capaz de lanzar una monstruosidad como esa, pero igualmente la atrapará y estará ansioso de que le arrojes otra.
—¿Algún día dejaremos de usar esta clase de analogías?
—Ya no te quejes y hazlo. ¡Anda! —La empujó para que se encaminara hacia donde estaba el silencioso muchacho.
«¿Cómo terminé metiéndome en esto?».
Aunque quisiera escapar, Mei no se lo permitiría. Estaba a sus espaldas, animándola en silencio a la vez que esas rubias cejas se alzaban y bajaban como señal de que se atreviera a calmar las aguas con su sentida pareja.
—Kazuya, eres un tonto.
Él quiso objetar, mas no fue lo suficientemente rápido.
El agarre alrededor del cuello de su camisa lo sobresaltó. Lo segundo, lo impresionó. La contemplaba como si fuera lo único que se le permitía hacer. Finalmente, todo aquel estremecimiento se transformó en calma, en aceptación, en un instante agradable donde ella había tenido el suficiente valor para traspasar su espacio personal y robar sus labios.
—Eres bien parecido. Más que el mimado de tu amigo. Aunque eso no soluciona tu conflictiva personalidad.
¿Quién de los dos se encontraba más abochornado? ¿Ella por besarlo y decirle algo tan comprometedor? ¿O él al darse cuenta de que le había demostrado su interés en público?
Toda la gente había dejado de observar a las criaturas marinas para centrarse en ellos.
—S-Sora, nos están viendo…—Él era tan poco afecto a esa clase de demostraciones que no sabía bien cómo reaccionar.
—Y-ya lo noté…—habló con nerviosismo, soltando el cuello de su camisa—. Es tu culpa por ser tan llamativo.
—¿Eh? Claro que no. —Sus ropas nada tenían que ver con ser el centro de atención de los chismosos.
—Como sea, nos siguen viendo.
Como buen par de cohibidos se apartaron, quedándose lado a lado. Distraerse con las adorables tortugas era mejor que contemplar al otro.
—Kazuya, Sora, son como dos niños de secundaria —decía el rubio con guasa. Le parecía adorable su comportamiento—. Yo mismo les enseñaré cómo se hace. —Narumiya llegó hasta Harada con una seguridad digna del Príncipe de Tokio—. Ver animales tan majestuosos como estos resulta muy relajante y estimulante. ¿No lo crees, Anna?
—Existen dos especies de mantarrayas: la mantarraya arrecife y la mantarraya gigante
—Supongo que esa de ahí es una mantarraya gigante. —Se aventuró a concluir.
—Su disco central alcanza a medir los nueve metros —ilustraba sin apartar su atención de tan majestuoso ser—. También carecen de aguijón a diferencia de otras especies.
—Como siempre, sabes muchas cosas.
Mei sabía perfectamente que la chica era un cerebrito o un ratón de biblioteca como solía denominarla Carlos, así que ya estaba acostumbrado a esos datos curiosos que soltaba de vez en cuando.
«Se ve que está disfrutando del acuario».
La experiencia lo respaldaba debido a la infinidad de citas que tuvo durante esos meses en las que el despecho lo movió a buscar el consuelo de su corazón. No obstante, ella no funcionaba como el resto de sus anteriores intereses.
Lado a lado, con un par de centímetros de separación. La distancia perfecta que causaba tanto tranquilidad como ansiedad.
Extendió su mano con decisión hacia la de Annaisha, rozándola con urgencia y suavidad, uniéndose a la de ella a través de una promesa de meñique.
«Anna puede ser tan encantadora».
La miró con discreción. Sus mejillas estaban teñidas de un llamativo y brillante carmesí.
—Iremos por algo de beber así que...—Kazuya se había detenido justo porque Sora lo tomó del brazo—. ¿Pasa algo?
—¿Todavía preguntas? Míralos. Están muy ocupados y no quieren ser interrumpidos.
—¿Ocupados? Yo sólo veo que Mei se volvió demasiado soso. —Sabía de antemano lo descarado que era ese pitcher por lo que se le hacía raro su comportamiento—. Les doy una semana máximo.
—Eso es grosero y cruel de tu parte.
—Únicamente estoy siendo honesto. Mei puede ser insoportable. No muchas chicas lo toleran después de que descubren cómo es en realidad.
—Siento que estás describiéndote a ti mismo.
—En fin, vayamos por algo de beber que estoy sediento. —Dio media vuelta y aguardó a que su pareja hiciera lo mismo—. Traigámosle un helado por si le rompen el corazón para cuando regresemos.
—¿No sería mejor tu apoyo moral?
—El helado es más barato y menos problemático que eso —soltó sonriente. Su bellaquería era tan espeluznantemente natural.
—Eres vil.
—Gracias.
—¡No te estoy elogiando!
Para los cuatro era la primera vez que veían un espectáculo holográfico.
El majestuoso rey de los mares nadaba entre los espectadores, haciendo gala de su robusto cuerpo y su amplia y redondeada boca que mostraba una hilera de blancos y peligrosos dientes. Y antes de que pudieran acostumbrarse a aquel animal, otros más emergieron súbitamente.
Era lo más cercano que estarían de nadar entre tiburones.
—La longitud más frecuente entre los tiburones blancos adultos es de 5 a 7.5 metros. Siendo las hembras las de mayor tamaño. —Estaba fascinada y tremendamente abstraída por los tiburones blancos que poca importancia le daba a que lucía como una niña pequeña visitando por primera vez el parque de diversiones—. Son criaturas magníficas dignas de ser admiradas y vivir libremente en cada océano del mundo.
—Y es aquí donde Mei desearía ser un tiburón blanco. Sería uno bastante pequeño. Casi una cría —comentaba Kazuya.
—Si él fuera un tiburón blanco, tú serías su merienda del medio día —señalaba Annaisha.
—Lo cual me provocaría dolor de estómago y náuseas. —Se defendió Mei porque tenía buen oído y escuchó claramente lo que dijo.
—Si la presa es pequeña como del tamaño de un león marino, el tiburón blanco se la engulle completamente. Sin embargo, si la presa es de gran tamaño —Annaisha volteó a ver al cácher, ofertándole una pequeña sonrisa—, arranca un trozo grande de la misma y la ingiere. Así hasta que la devora toda.
—Vas a sufrir mucho antes de morir, Kazuya —habló Sora para quien decidió sabiamente dejar las bromas sobre tiburones.
Dejaron atrás la sala interactiva y se encaminaron hacia la instalación más destacada: su túnel sumergido de veintidós metros que ofrecía una panorámica única de 180 grados desde abajo.
Caminaron con tranquilidad, maravillándose del grandioso trabajo de ingeniería que fue necesario para la construcción de tan intimidante espacio. Se dejaron cautivar por el gran banco de mantarrayas que nadaba por encima de ellos; las sentían tan próximas, tan al alcance de sus manos y simultáneamente tan lejanas, como un sueño.
—No es tan malo caminar por aquí, ¿no te parece? —Sora se movía al lado de Miyuki. Llevaban un ritmo moderado y constante. Solamente así se podría disfrutar de una caminata por aquel alucinante túnel.
—Al menos no hay tanta gente.
—Kazuya, debes aprender a disfrutar un poco más de lo que hay a tu alrededor.
¿Era un consejo, un sermón o un llamado de atención?
—Ya lo hago.
—¿Y qué otras cosas te gustan hacer además del béisbol? —preguntaba Yūki con cierta burla.
—Cocinar.
—Aparte de eso.
—Molestar a la gente —respondió cierto muchacho que, aunque iba muy feliz gozando de la compañía y plática de Annaisha, no podía evitar ponerles atención.
—Supongo que eso cuenta —apoyaba Sora—. Intenta negarlo un poco.
—Hay cosas que no pueden ser negadas. —Su honestidad era muy impertinente—. Gracias a eso Sawamura y Furuya han mejorado muchísimo. Deberías de verlo más como una virtud que pocos saben apreciar.
¿Por qué era tan caradura? ¿A qué se debía esa risilla malévola mientras se adelantaba?
—Sora, de ahora en adelante, mucha suerte. —Le deseó Narumiya poniendo una mano sobre su hombro.
La sonrisa que Mei le obsequió era digna de un modelo; era su forma de darle apoyo moral. Sora lo sintió como si estuviera dándole el pésame.
La última y casi obligada parada del recorrido por el acuario de Shinagawa era la tienda de recuerdos.
—Esta tienda sí que es amplia. —Yūki miró en todas direcciones. No sabía si había más peluches, souvenirs o gente.
—Esperaré por allí. —Miyuki no tenía nada que comprar. No estaba en la necesidad de permanecer en ese sitio rodeado de tantos seres humanos.
—Está bien —expresó. Ella comprendía su repelús a las multitudes.
Él se limitó a irse a la esquina derecha superior, a un costado de una expendedora de bebidas.
—¡Anna, mira! ¡Es genial! —Mei se aproximó a la joven con prisa. Quería que viera lo que llevaba—. Es perfecto.
—Ciertamente lo es. —Observó embelesada el afelpado objeto que tenía sujeto entre sus manos. Estaba magníficamente hecho, cuidando hasta el más mínimo detalle; era una obra de arte—. Es adorable.
—Pues es tuyo.
¿Había escuchado claramente? ¿De verdad se lo estaba obsequiando?
—Es un regalo de mi parte por haber aceptado el venir conmigo a esta cita doble.
Su sonrisa, sus celestes pupilas que refulgían como un diamante bajo la luz, la manera de ser que tenía hacia ella... Todo era un maldito combo que destruía fácilmente la barrera que puso entre él y ella hace casi un año atrás; la misma que ahora era más frágil que una delgada capa de hielo.
—No era necesario que tuvieras esta clase de atenciones hacia mí. Pero te lo agradezco. —Tenía el peluche entre sus brazos. Era tan suave y tenía una esencia impregnada en toda su superficie.
—Ah, lo siento si huele a perfume. Es que fue una odisea llegar a la caja; había demasiada gente y temía que alguien me lo quitara. Así que lo pegué a mí.
No sólo era perfume de chico, sino que era su perfume.
—Estoy seguro que con una lavada se irá.
Ella asintió con lentitud. Se sentía tan boba por lo feliz que la había hecho sentir con tan poco.
Mei y Annaisha concluyeron sus compras. Pronto se hallaron al lado de Kazuya, aguardando a que Sora se reuniera con ellos.
—Ya se está demorando —expresó Narumiya con una soda fría en su mano izquierda.
—Se entretiene con cualquier cosa —agregaba Miyuki. Él tenía una revista de béisbol que había llevado consigo por si se aburría.
—Y ese universitario se dio cuenta de ese hábito.
Ambos beisbolistas cesaron sus actividades al oírla. Y sin discreción orientaron su mirar al punto que Annaisha focalizaba.
El alto estante no pudo ser alcanzado por la joven, ni siquiera con tacones. Y aquel alto joven le había hecho el favor de bajarle el objeto que tanto anhelaba.
—Los ciudadanos de este país son todos muy cordiales y serviciales —mencionaba Narumiya.
—Y al parecer también son muy diplomáticos —sentenciaba Annaisha para los dos ingenuos que la acompañaban.
—¿Ese peluche de pingüino es lo único que querías? —preguntó el extraño a quien tenía su atención puesta en el peluche entregado.
—Sí. Gracias.
—No hay de qué —contestó con una sonrisa. Una que ella no notó—. Por cierto, no eres de por aquí, ¿cierto? —Ella permaneció en silencio y él lo interpretó como un sí—. Shinagawa es un lugar grandioso para turistear. Podría ser tu guía turístico si es que temes perderte.
—Mi sentido de orientación es excelente. Además, he visitado esta ciudad en numerosas ocasiones. Conozco todo bastante bien.
El muchacho parpadeó y se rio ante sus palabras. Ella no entendía qué parte de todo lo que le dijo era tan gracioso.
—Mei ya empezó a impacientarse. Será mejor que nos apresuremos antes de que se ponga insoportable.
—¿Kazuya? —nombró. Él había llegado, deslizando su brazo alrededor de su cuello, reduciendo el espacio entre ambos.
—Vayamos a pagar esto y reunámonos con Mei y Harada —recomendó con naturalidad.
—Está bien. —Se apartó de Miyuki, conflictuada—. No sé si este peluche sea la mejor elección. También me gusta ese de allá —Todo lo que le interesaba lo ponían tan lejos de su alcance.
—Ya tuviste tiempo suficiente para pensarlo. Llévatelo. —Le hizo gracia su inesperado mohín—. Toma.
El rosáceo y afelpado pulpo que le entregó era tan achuchable que no dudó en estrecharlo entre sus brazos.
—Es lo suficientemente grande como para usarlo de almohada.
Ahora que hacía memoria, ella tenía varios peluches en su habitación. No era de sorprender que estuviera feliz de adquirir uno más.
«A veces puede ser tan infantil».
Sonrió. Era una escena tan poco ordinaria que se transformó en un episodio inolvidable.
—Bueno, si está de buen humor podrá soportar a Mei y al resto de la cita.
