¡Muy buenas noches! Hoy regresé antes que la última vez, mas no se acostumbren. Sólo gocen el bug y disfruten de este capítulo que tiene de todo un poco.


Irony


Los altos rascacielos y el creciente afluente de personas fue dejado atrás. El naranja y el amarillo se atenuaban, desapareciendo suavemente del amplio cielo.

El trayecto de regreso a la estación fue tranquilo, plagado de conversaciones superficiales que llevaron a los cuatro a relajarse, a olvidarse de los pequeños tropiezos que experimentaron durante el transcurso de la cita doble.

Se detuvieron afuera de una tienda de conveniencia. Sora y Annaisha estaban un poco sedientas y deseaban comprar unas bebidas antes de dirigirse a la estación del metro.

—Debes aceptar que esta cita ha sido espectacular. —Mei ya había dejado atrás el momento nada masculino que vivió con él. Era alguien que se sobreponía rápidamente.

—Ruega para que Sora no le envíe esa imagen a Kuramochi o estaremos muertos.

Con semejante pieza, Yōichi haría lo impensable. Ya lo de menos sería que Sawamura lo señalara de traidor.

—Es tu novia, haz algo.

—Lo dices como si fuera tan simple.

Si esa chica fuera fácil de convencer ya tendría de regreso la grabación que Mei le hizo. Pero no. Negociar con ella era peor que hacerlo con un tirano.

—Es porque no estás atacando correctamente —aseguraba—. Kazuya, eres su novio, convéncela como es debido.

Hizo silencio. Narumiya chasqueó la lengua, torciendo el entrecejo.

—¿Quieres que te explique cómo hacerlo? —preguntó. Tal vez Miyuki desconocía de esos temas más de lo que se había imaginado.

—¡No!

—En ti queda que esa fotografía no sea compartida en todo Seidō. Porque si eso pasa, llegará hasta Inashiro y entonces mi impecable reputación será ensuciada por tu falta de temple para ver películas de terror.

—Te recuerdo que fuiste tú el que me abrazó. No yo. —Iba a defenderse de semejante difamación.

—Oye, ¿no crees que ya se demoraron bastante? Digo, no había muchos clientes. —Más de quince minutos para seleccionar y pagar un producto era mucho tiempo desde su perspectiva.

—Tal vez no se deciden qué bebida comprar o decidieron llevar otras cosas. —Kazuya no era tan alarmista.

—¡Idiota! ¡Mira! ¡No se están entreteniendo con las compras, sino que esos tontos están amedrentándolas! —Sujetó el rostro de Miyuki con ambas manos, girándolo hacia el interior del combini para que entendiera la severidad de la situación—. Tenemos que ir a salvarlas.

—Créeme. Los únicos que necesitarán protección van a ser esos dos. —Sabía muy bien que su novia lo único que tenía de frágil era su apariencia.

Sin embargo, Narumiya ignoró sus palabras y entró a la tienda, llevándoselo a rastras.

—¿Por qué no se van y las dejan en paz? Es obvio que ellas no desean hablar con ninguno de ustedes dos.

Mei tenía demasiadas agallas. No se dejaba intimidar por la diferencia numérica. Él iba a defender a Harada.

—Oh, ¿qué es lo que tenemos aquí? —El más alto y de peinado afro postró su atención en quien les hablaba con demasiada desfachatez—. ¿Quién dejó salir de casa al pequeño de secundaria?

—El cuatro ojos y tú no deberían estar fuera de casa a estas horas. Regresen con sus mamitas antes de que les pase algo. —El segundo era corpulento, con dos arracadas en cada oreja.

—Los únicos que deberían de largarse de aquí, son ustedes dos. —Harada miró con hosquedad a los dos entrometidos que habían estado flirteando tanto con ella como con Sora. Eran justamente la clase de hombres que más la enfadaban.

—Sí. Háganlo antes de que se me quiten las ganas de dialogar con ustedes dos. —Yūki no poseía mejor semblante que Annaisha.

—Ya las escucharon. ¡Esfúmense! —El as de Inashiro se mantenía firme. Podría lucir pequeño al lado de esos hostigadores, mas no se dejaría intimidar.

—Mei, no seas inconsciente. Si te metes en una absurda pelea podrías salir seriamente lastimado. Y si eso ocurre perjudicarás a todo tu equipo.

Miyuki tenía razón. No obstante, para Narumiya también estaba en juego su orgullo y la seguridad de la joven a la que había invitado a salir.

—No soy tan descuidado como piensas. Sé valerme por mí mismo.

—Solamente hablas y hablas, niño bonito. Pero no veo que actúes. —El de peinado afro lo agarró del cuello con su mano derecha, alzándolo levemente del suelo para que estuvieran cara a cara—. Te enseñaré cómo se respaldan las palabras con hechos.

—Suelta a Narumiya-kun, ahora mismo. —La petición provenía de Annaisha. Ya había sujetado al abusador de su antebrazo izquierdo—. Hazlo.

—¡Qué patético! —exclamaba el larguirucho adolescente entre carcajadas—. ¡Hasta esta chica ha visto que eres incapaz de valerte por ti mismo y ha decidido intervenir por ti!

—¡No son más que unos pobres diablos!

Y los denigrantes adjetivos continuaron hacia esos dos jugadores de béisbol.

—Por ningún motivo puedo permitir que hieras a nuestra estrella. Incluso si eso significa que tenga que recurrir a medidas que no son del todo mi agrado. Mas tu nulo interés por el diálogo no me está dejando otra elección. —Annaisha lo liberó y avanzó lo suficiente para estar delante del abusador—. No hay otra opción. Una disculpa por adelantado por mi brusquedad.

Mei fue soltado, no por la buena voluntad del pandillero, sino porque había sido obligado. La persona más inesperada empleó un método que dejó a todos impresionados.

—Oh, un estilo callejero y salvaje. Difícil de predecir, pero a la vez arriesgado. Lo ejecutaste muy bien. —Felicitaba Sora a quien desafió cualquier premisa para atestar un puñetazo en la cara al malhablado infractor—. Esto como que se me hace familiar...

—¡Maldita zorra! ¡¿Qué es lo que le has hecho a mi amigo?! —Se habían olvidado del otro sujeto hasta que habló, hasta que se acercó a la jugadora de Inashiro—. No tendré condolencia solamente porque eres una chica.

—Te adelanto que jamás he sido buena con las disculpas.

Las palabras desconcertantes de Sora fueron acompañadas con una contundente acción. Aquella patada circular media fue lo suficientemente efectiva y dolorosa para mandar a su víctima contra el suelo.

—Tienes bastante fuerza en las piernas. Y que lo hayas pateado en tacones le da un mérito extra.

Annaisha no era partidaria de la violencia. Sin embargo, admitía que esa patada media había sido espectacular.

«Ahora que hago memoria, ese día que fui a dar a ese lugar, los adultos que estaban a mi alrededor hablaban de una niña que les había dado un escarmiento a unos chicos del vecindario... ¿Se tratará de ella? Aunque eso significaría que nos conocimos desde mucho antes...».

—¿Se encuentran bien ustedes dos? —preguntó Yūki a los que estaban pasmados.

—S-sí...—contestó Mei contemplando a los pobres diablos aún botados en el piso, quejándose—. Kazuya... ¡Sora es una salvaje! ¡Una bestia! ¡Mira cómo dejó a ese idiota! ¡Es que de milagro no le rompió nada a ese saco humano! ¡¿A qué se dedica?! —Nunca en su vida había errado en juzgar a una mujer como ese día.

—Tu cita no es precisamente una doncella en apuros. —Que Narumiya quisiera ignorar lo que ambos vieron era asunto suyo—. Ella también es una salvaje.

—¡Ey, no te refieras a mi Anna tan despectivamente! —Ahora su amigo acaparaba toda su atención—. Retira lo dicho.

—Ustedes son los únicos que deberían retirarse.

Esos dos individuos también tenían amigos que se cansaron de esperarlos. Yacían parados a sus espaldas, obligándolos a girarse y tomar distancia.

—Nos haremos cargo de estos dos enclenques.

—Parece que llegó el resto de la basura. —La boquita de Mei ya los había condenado—. Nos encargaremos de ustedes dos. ¿No es así, Kazuya?

—No creo que esa sea una buena idea...

¿Pacifista o cobarde? ¿Cuál de las dos era Miyuki Kazuya?

—Harada-kun y yo ya tenemos las bebidas. Vayamos a pagarlas. —Sora se acercó a los dos que estaban cortándoles el paso—. ¿Pueden hacerse a un lado? —Empezaba a molestarse por los estorbos que la vida depositaba en su camino.

—Ustedes pueden irse. Sus acompañantes no.

Harada y Yūki entendieron que esos dos no habían visto quiénes fueron los que apalearon a sus amigos. Simplemente dedujeron que habían sido ellos por ser varones.

—Lo siento. Aquí nadie osará tocarle ni un solo cabello a mi delicado y pacifista novio porque Seidō se queda sin su capitán y mejor cácher. —Caminó hacia esos dos deslizando su mano hacia la bolsa derecha de su gabardina—. Y obviamente no puedo permitir que lo lastimen bajo ningún precepto porque, aunque es un incordio, es mi incordio y únicamente yo lo molesto.

Ellos rieron. Era una chiquilla altanera que a lo máximo les sacaría un gas pimienta que fácilmente le arrebatarían. Mas no se trató de un aerosol. Uno de ellos cayó de rodillas al suelo ante el dolor que le embargó el cuerpo cuando ese pequeño objeto se le incrustó directo en el abdomen.

—¡¿Por qué una chica tiene una taser?!

—Fue un regalo de cumpleaños de uno de mis mejores amigos —respondió—. Dijo que necesitaba protección extra. —El arco voltaico visible y ruidoso del arma le advertía que debía mantener su distancia o lo lamentaría.

—Sora, no olvides que te menospreciaron con la mirada. ¡No tengas piedad y dale otra descarga!

Mei era un rubio listo y precavido que ya estaba a las espaldas de Yūki junto con Harada. Su seguridad y la de su enamorada eran primero.

—¿Qué clase de amigos te regalan esa clase de cosas? —Kazuya era otro joven cauto que estaba junto a quien además de su novia se había vuelto su guardaespaldas—. Empiezo a creer que únicamente te llevas con vándalos. —Lo soltó en broma, pero ella no le siguió el juego ni tampoco se rio.

—Ki-chan es un alma libre. Las normas de esta sociedad no le acomodan bien.

—¡Vámonos de aquí!

El único que no había sido maltratado en el combini, siendo movido por el instinto de supervivencia, cargó a sus amigos como bien pudo y escapó.

—Kazuya, engáñala y será lo último que hagas en tu corta y patética existencia. —Narumiya siempre tan positivo y con consejos que absolutamente nadie pedía.

—Literalmente podría ser tu último error —expresó Harada para el sujeto que pecaba de pasivo.

Annaisha, aunque estaba en contra del uso indiscriminado de violencia, consideraba que por mínimo debió de mostrar más preocupación por la seguridad de su novia. ¿Era tan indiferente a lo que pudiera pasarle o es que confiaba plenamente en que ella podía salir airosa? ¿Cuál de las dos?

—Paguemos para dirigirnos a la estación —proponía Sora tranquilamente.

Abordaron el tren y cada pareja tomó asiento frente a la otra. No obstante, no había el mismo ambiente que en la mañana; el único ruido que escuchaban era el del tren en movimiento.

—Esa experiencia fue más de lo que ha podido procesar Narumiya-kun —expresó Sora después de ver al rubio ensimismado en la pantalla de su celular, como si viajara solo—. Y Harada-kun está absorta en su mundo. —La mencionada vaciaba toda su concentración en el pequeño libro que sostenía entre sus manos—. Y pensar que hasta hace una media hora destilaban miel.

—Agradece el silencio y la paz que hay en vez de quejarte. —Él sí estaba complacido por cómo marchaba todo— ¿Qué pasa ahora? ¿Estás preocupado por esos dos? —Sintió su mirada encima y le fue inevitable no curiosear al respecto.

—¿Por qué tú estás tan normal? —cuestionó, rotando para quedar cara a cara. Deseaba una respuesta, así como analizar sus reacciones corporales—. Derribé a un tonto con una simple patada y al otro le di una descarga eléctrica. Deberías estar todo traumatizado como Narumiya-kun.

—Con tu carácter y tu innecesaria habilidad para provocarles dolor físico a otros, era evidente que esos sujetos terminarían en el suelo, llorando. —Yūki suspiró, dándole la razón—. Y ese no es el caso de Mei. Por eso está en negación.

—¿Intenta ignorar la realidad para que la perfecta imagen que tenía sobre Harada-kun no se destruya y pueda seguir viéndola como la chica ideal para él? ¿Tanto le ha afectado verla ser «tan poco femenina»?

—Todo ha sido culpa suya, por idealizarla. No debería indignarse.

Para Miyuki no era la primera vez que veía que algo como eso ocurría. Era como un mal hábito que Narumiya poseía cuando una chica lo cegaba tanto que no podía ser consciente de todos sus defectos.

—Ciertamente ese fue un gran error de su parte.

—No sientas pena por él. Se lo tiene más que merecido. —Sería el último en estar preocupado por el amargo momento de Mei.

—Kazuya...—habló quien por un largo tiempo estuvo callado—. ¡Kazuya! ¡Hazme caso!

¿Por qué se veía de ánimos otra vez? ¿No podía seguir deprimido hasta llegar a Tokio y usar eso de pretexto para regresar a Seidō?

—¡No finjas que estás durmiendo porque estaba escuchando perfectamente todo lo que decías sobre mí!

El cácher se cruzó de brazos, quedándose estático, fingiendo que dormía profundamente.

—Con que osas desafiarme, Kazuya. —Se levantó y llegó a su puesto.

—¿Qué estás planeando? —Sora tuvo un mal presentimiento.

—Se ha quedado dormido porque está exhausto del día que hemos tenido. Por lo que debe descansar lo más cómodamente posible. Y considerando el lugar en el que estamos, la mejor elección es el regazo de su querida novia.

Únicamente Narumiya Mei tendría el descaro de recostar a Miyuki sobe los muslos de Sora como si fueran una almohada.

—K-Kazuya...—No comprendía el afán del lanzador de ponerla en apuros.

—¡Mei! —profirió al recuperar su espacio personal, tras haberse apartado de su pareja y abandonar tan comprometedora posición—. ¿Qué estabas pensando?

El pitcher iba a tomarse en serio su reproche, mas al ver esas mejillas encendidas, optó por ensanchar una sonrisa victoriosa.

—¡Mei!

—¡Deberías verte a ti mismo! ¡Estás rojo con una acción tan simple! —Señalar era de mala educación, pero poco o nada le interesaba la etiqueta.

—Narumiya-kun —El aludido calló—, ¿te has divertido haciendo esto?

¿Responder con honestidad o fingir que nada de aquello ocurrió? Dudaba principalmente porque la veía tan sosegada, como si lo sucedido no le hubiera afectado; tanta pasividad apestaba a peligro.

—¡Todo es culpa de Kazuya!

—Narumiya-kun —Lo nombró por segunda ocasión. Dibujó una suave sonrisa en sus labios y eso le despertó pánico—, eres un amigo de lo más considerado. Incluso te has adelantado a mis pensamientos.

¿Lo estaba felicitando o amenazando pasivamente? Que alguien le dijera porque estaba a nada de confundirse y perder la razón.

—¿Lo... he hecho? —preguntó dudoso.

—Por supuesto.

Miyuki se limitó a observarla. Él sabía que esa mujer estaba maquinando algo y lo mejor era no intervenir porque podría resultar contraproducente.

—Después de superar las extenuantes prácticas del entrenador Kataoka, a Kazuya le gusta relajarse. Por lo que a veces le doy un masaje en toda la espalda para que descanse. —Y él no negaría lo buena que era para esa tarea—. En otras ocasiones le es más que suficiente reposar y dormir sobre mi regazo. Aunque lo hacemos en privado.

Cuando Narumiya procesó cada palabra que Sora le dijo no podía dejar de mirar a su rival y amigo.

—K-Kazuya... No sabía que ustedes dos eran tan íntimos.

¿Desde cuándo Miyuki empezó a disfrutar como era debido de las relaciones sentimentales? ¿Cuándo dejó de ser tan chapado a la antigua?

—Pensaba que ni siquiera tenías el valor de tomarte de la mano por la calle.

—Él a veces peca de tímido y reservado. Sin embargo, no es un atributo que me disguste del todo. Podría decirse que provoca que me atraiga aún más de lo que ya lo hace.

El as de Inashiro seguía atónito. Y su pasmo se incrementó cuando Sora se prendó del brazo del moreno. Lucían como una pareja acaramelada que no se cohibía en mostrarles a todos lo bien que disfrutaban estando juntos.

—Kazuya puede dormir sobre mi regazo las veces que quiera y él lo sabe perfectamente. ¿Verdad?

—Sí...—contestó por inercia. Su mente era un lienzo en blanco.

Únicamente podía enfocarse en lo que Sora pensaba sobre ciertos aspectos de su personalidad, sobre lo que supuestamente hacían a escondidas de todos y lo que deliberadamente le estaba haciendo creer a Mei.

—Estoy segura que con lo que le dije te dejará en paz hasta la próxima que se vuelvan a reunir.

Era la primera vez que una chica le hablaba tan cerca del oído. Fue inevitable no ser dominado por un fugaz e intenso cosquilleo.

—Eres un bonito tomate.

—No te atrevas a decir nada más.

Su mirada escapó a la de ella. Tal vez si dejaba de verla o recordar cada una de sus palabras y acciones el rubor de sus mejillas se extinguiría como lo hacía la tarde ante el advenimiento de la noche.

Jamás concibió la idea de que encontraría a alguien con un cinismo más grande que el suyo. Y lo peor era que justo esa persona era su novia.

«Ella es realmente perversa. Más de lo que creía que era».

Tokio era una ciudad estruendosa plagada de luminarias y numerosos establecimientos que invitaban a la gente a permanecer fuera de casa para olvidarse de cualquier problema que agobiara sus vidas y entregarse plenamente a la diversión nocturna. No obstante, esos cuatro jóvenes perseguían un objetivo diferente al resto de adolescentes y parejas que se movían entre las atascadas calles.

—¿Hacia dónde nos dirigiremos, Narumiya-kun? —cuestionamiento que nacía a raíz de que llevaban más de quince minutos caminando.

—Sora, iremos a uno de los mejores restaurantes que hay en toda la ciudad —respondía Mei.

—¿A cuál?

—¡Iremos a Hyotan!

Yūki cesó su andar. ¿Por qué tenían que ir justamente ahí? Había tantos restaurantes buenos a lo largo de la ciudad como para haber elegido justamente ese.

—¿No te gusta? La comida es excelente —postuló con fervor—. La calidad de la carne y la fórmula secreta de su salsa de sukiyaki demuestra que el sabor es lo más importante.

—Incluso yo lo he visitado en algunas ocasiones con mi familia y no nos hemos arrepentido en lo absoluto —habló Harada—. ¿No te gusta su sazón?

—No es eso...

—¿Y entonces? —El rubio la presionaba con la mirada. A él no lo dejaban con la duda encima.

—Pues...

—Es el restaurante de sus padres.

Kazuya hablando cuando no debía hacerlo y frente a la persona menos indicada. Tal vez se estaba vengando por apenarlo en el tren; o simplemente le apetecía ir a cenar al restaurante de sus padres porque le gustaba la comida de allí.

—¡Oh! ¡¿En serio?! —A Narumiya se le iluminaron los ojos ante esa revelación—. ¡Esto es más que perfecto! —Tomó sus manos entre las suyas con la emoción de un chiquillo al ver la enorme pila de regalos bajo el árbol de Navidad.

—¿Por qué lo es? —Temía.

—¡A tus padres les encantará que su adorable hija lleve a cenar a su novio y a los queridos amigos de este! —Ella quería zafarse de su apretón, pero él no la dejaba—. ¡Sora, eres una novia increíble por invitarnos a cenar a todos! Kazuya debe sentirse orgulloso de tener una mujer empoderada en todos los aspectos. Especialmente en el ámbito económico.

—E-espera...—Debía detenerlo, mas él poseía demasiado entusiasmo.

—¡Anna, Kazuya, andando! Tenemos que llegar a Hyotan para cenar hasta hartarnos.

—Gracias por la cena, Yūki-kun. —Annaisha hasta la ofertó una reverencia a quien, prácticamente, les iba a pagar la cena.

—¿Chicos?

Todo había pasado tan rápido que no pudo reaccionar. Ahora esos tres estaban de lo más emocionados por el banquete que se iban a dar

—Vas a mal acostumbrar a Mei. Luego no podrás quitártelo de encima.

—Tú fuiste el que le dijo algo que no debía. —La sonrisa que le obsequiaba haría babear a alguna chica incauta, pero no a ella. No en ese momento.

Recorrieron una cuadra y avistaron el concurrido restaurante de dos plantas. Y la siempre mirada observadora de Mei se distrajo al encontrar un llamativo y sublime automóvil aparcado frente al establecimiento.

—El dueño de ese auto sí que tiene un buen gusto. —Mei silbó ante aquella máquina de correr de tonalidad azul rey, franjas horizontales blancas y rines deportivos.

—Narumiya-kun, no sabía que te gustaran los autos. —Harada había descubierto algo nuevo sobre el chico.

—Podría decirse que sé un poco al respecto —estipuló sonriente—. Sé apreciar una obra maestra de la ingeniería automotriz cuando la veo. —Siempre tan sabio hasta para temas que no se relacionaban con el béisbol.

—Entonces, ¿qué modelo es? —Miyuki tenía el deber moral de cobrarse sus bromas. Y como sabía de antemano que conocía de vehículos tanto como él de fútbol, era la oportunidad perfecta para dejarlo en evidencia—. Ilústranos, Mei.

—Ah... ¡Claro que lo sé! —Se hundió a sí mismo intentando lucirse frente a Anna.

—Es un Ford Mustang Shelby.

La respuesta llegó de la mano de Yūki.

«Tiene que ser el auto de su padre. Lo que significa que sus hermanas y sus padres están aquí...».

—Sora, estoy sorprendido. Eres un estuche de monerías. —Si la estaba halagando, preferiría que no lo hiciera—. Kazuya jamás debe de aburrirse contigo.

—Entremos antes de que me arrepienta de invitarles la cena.

Accedieron, inundándose con las deliciosas fragancias culinarias que acamparon en sus fosas nasales. Sus estómagos les murmuraron que aquellos estímulos consiguieron su objetivo deseado.

—¡Huele demasiado bien! —Mei estaba ansioso por hincarle el diente a la jugosa y suave carne que tanto le fascinaba.

—Parece que tendremos que esperar un poco. Todas las mesas están ocupadas —mencionaba Harada tras darle un rápido vistazo al área.

—Podemos ver en la segunda planta —sugería Kazuya.

—Excelente idea. Vayamos. —A Narumiya no le gustaba esperar.

«Si no están aquí, deben de estar en la segunda planta...Y nosotros iremos justo para allá», razonaba Sora.

Podía denominarlo como un favor divino o pura suerte, pero antes de que pudieran dirigirse hacia las escaleras, una mesa se desocupó.

—Ya tenemos nuestra mesa —mencionaba Yūki para los chicos.

—La buena suerte siempre acompaña al Príncipe de Tokio.

—Mei, vamos a pedir sin ti si no te apuras —expresaba Miyuki.

Sora y Annaisha ya se habían sentado y leían el menú.

—¡Ey, no se atrevan a pedir sin mí!

En poco tiempo su mesa tuvo una diversidad de coloridos y suculentos platillos. Dejaron la charla de lado y se centraron en saciar su apetito. Incluso tuvieron la osadía de pedir los postres por adelantado.

—Nada mejor para terminar un domingo que con un helado frito. —Sora tenía una cuchara en su mano izquierda para atravesar el crujiente exterior que protegía un frío relleno.

—No dejo de asombrarme de lo que es capaz de comer. —Mei con apuro se había terminado su segundo plato de sukiyaki y no podía pensar en el postre.

—Todo ha estado delicioso. —Annaisha limpió la comisura de sus labios con una servilleta.

—Si como más voy a estallar. —Ese día había sido de completa glotonería para Kazuya.

—Deberían probar esto. ¡Es una delicia!

Sora podría seguir deleitándose con la textura y sabor de aquel postre capeado si no fuera porque sus ojos se encontraron con aquellos que se comparaban con la tonalidad del despampanante automóvil que estaba aparcado afuera.

—Mira que es raro verte en el restaurante de tus padres. —No era lo grave y áspero de su voz lo que calaba, sino su altura y la fuerte presencia que emitía. Fácilmente superaba el metro noventa—. Y más en compañía de otros que no sean esos tres.

El hombre de complexión atlética, poseía piel morena y una cabellera negra azulada corta. Y portaba un uniforme de policía.

Aunque lo más curioso de aquel desconocido que conocía bastante bien a Sora, era que parecía conocer de alguna otra parte a la otra jovencita que estaba allí presente; la que notó cuando se aproximó hasta su mesa.

—No cabe duda de que el mundo es un pañuelo. Mira que encontrarte a ti también —hablaba con Annaisha. Y pese a que ella no pronunció monosílabo alguno, sus gestos faciales hablaron por ella—. Espero que no estén planeando ninguna trifurca en conjunto o me tendré que ver en la necesidad de llevarlas de nuevo a la estación de policía.

—Espera...

—¿Acaba de decir estación de policía? —Narumiya giró su atención hacia Harada. Le fue imposible contenerse.

Aquella revelación había sido el equivalente a un jonrón hecho por Tetsuya Yūki.

—Tal parece que no saben nada sobre sus citas —versaba para los dos muchachos que mostraban diferente grado de perplejidad—. Y por lo visto ustedes dos ni siquiera se acuerdan de haberse conocido desde antes.

No era la primera vez que llegaba a ese sitio de la mano de aquel intimidante hombre. Por eso la mayoría de los rostros de allí le eran sumamente familiares. Estos al reconocerla la saludaron con una sonrisa preguntándose el motivo por el cual había sido traída en esta ocasión.

Tomó asiento frente al escritorio del uniformado que la atrapó infraganti y se mantuvo callada. Su interés estaba en la placa dorada que descansaba en el inmueble de roble.

Suspiró ante la nula organización que el moreno poseía y que se reflejaba en las pilas de documentos que se habían acumulado.

—¿Qué es lo que hablamos la última vez que viniste? —Sus oscuras y agudas pupilas azul rey se posicionaron en quien tenía más interés en su papeleo que en él.

—Que las rosquillas rellenas no se pueden comparar con las tradicionales de toda la vida. Esas que se toman con una buena taza de café.

Respuesta que llevó al hombre a fruncir el ceño.

—De eso no hablamos la vez que te traje por andar incordiando a los mocosos de aquel parque. —La niña lo veía con fingida sorpresa. Era como si de verdad no supiera de qué hablaba—. Todos esos niños te señalaron por haberlos golpeado.

—No diré nada sin la presencia de mi abogado.

—Tú ni siquiera tienes uno —señaló—. Y hoy de nuevo vuelves a hacerlo. Sólo que en otro parque. —Ella se cruzó de brazos, indignada—. Ahora te haces la ofendida.

—No es mi culpa. Sino la de todos ellos. —Estaba tan segura de su postura que hasta había iniciado una confrontación de miradas con el policía—. Eso les pasa por abusivos.

—Golpearlos a ellos también te convierte en una abusadora.

—Claro que no, Dai-san. —Él se mentalizó. Ya sabía lo que se vendría—. Apunto hacia el cazador no hacia las presas. De manera que no se trata de empoderamiento ni intimidación, ni mucho menos de un acto de abuso. —Se puso de pie y apoyó sus manos sobre el escritorio. Nuevamente cruzaron miradas—. ¡Socorro al menos hábil, al abusado, al oprimido que no puede ayudarse a sí mismo por sus propios medios!

—Si mi abogado hubiera tenido la mitad de la labia de esta niña, mi mujer no me hubiera quitado todo después de pedirme el divorcio. —Comentario que provino de otro oficial que se había acercado para dejar un fólder con más documentación.

—No le des cuerda o será mucho peor.

—Buenas tardes, Matsushita-san —saludó la infanta con bastante educación—. ¿Cómo sigue de su espalda baja? ¿Y ya hizo avances con Ito-san?

—El remedio de tu abuelo es increíble. Desde que me lo tomé me siento como un jovencito de veinte años —expresaba bonachón y sonriente—. Y sobre lo de Ito-chan... Este fin de semana tenemos nuestra primera cita.

—Esas son excelentes noticias —decía para el hombre—. Te aconsejo que hables de temas que sean interesantes para ella.

—¡Ey! ¿A dónde van? ¡Aún no he terminado de hablar con ella! —Y antes de que aquel uniformado se llevara a esa niña, lo ahuyentó—. A mí no me vas a embaucar como a todos los idiotas que hay aquí. —Ya estaba a su lado, jalándole las mejillas—. Vamos, te llevaré a que cumplas con tu castigo y después le llamaré a tu abuelo para que pase por ti.

—Ponla a que archive todo lo de este mes y déjala ir. —Un tercer policía llegó. Mas no venía solo. Una niña de cabellos oscuros y pupilas achocolatadas lo acompañaba—. Quiero que también te encargues de ella.

«¿Por qué trae una manopla de cácher? ¿La habrán traído por las mismas razones que a mí?», pensaba Sora.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Se le fue encima a dos chicos y los golpeó con esta manopla hasta que un adulto logró detenerla —relató para su compañero—. Como los padres de esos niños armaron todo un jaleo le hablaron a la policía y terminamos aquí.

—¿Por qué tengo que lidiar con niñas problemáticas?

¿Le veían cara de correccional?

—Buenas tardes. Mi nombre es Harada Annaisha. Es un gusto conocerlos, oficiales. —Se presentó la segunda niña conflictiva del día.

—Te quedarás con el oficial Suwabe-san mientras nos encargamos de comunicarnos con tus padres.

Ella asintió y el adulto se retiró.

—Estoy a su cargo, Suwabe-san.

—Vengan conmigo. —Se movilizó y ellas lo siguieron en silencio—. Ya que no puedo mandarlas a hacer limpieza comunitaria tendré que ponerlas a hacer algo.

Estaban en una oficina. Probablemente la más desordenada y polvorienta de todas porque a donde quiera había papeles mal puestos y archiveros a nada de vomitar todo el papel que se les había metido.

—¿Lo mismo de siempre? —cuestionó quien ya era más que conocida ahí.

—Sí. —Vio a ambas y suspiró—. Explícale a ella lo que tiene que hacer. ¿Entendido?

—Por supuesto.

El adulto responsable se fue, dejándolas solas.

—Sacaremos todos los informes y los clasificaremos de acuerdo a la fecha porque Dai-san no quiere que curioseemos en los crímenes que hay escritos ahí.

—Esto... ¿Cómo te llamas? —No podía dirigirse a ella apropiadamente si no conocía ni siquiera su nombre.

—Yūki Sora —respondió—. Pero todos me llaman Ōkami. Puedes decirme de ese modo.

Annaisha estaba confundida. Era la primera vez que conocía a alguien que se presentaba con nombre y apodo.

—¿Ōkami? —Dudó. Mas tuvo el presentimiento de que ella se sentía más cómoda con ese apodo cuando estaba frente a los extraños.

—Ya que las presentaciones están hechas, hagamos lo que Dai-san ha dicho o no terminaremos.

Sacaron cada uno de los fólderes y los pusieron sobre el suelo para acomodarlos más eficientemente. Y aprovecharon para limpiar el interior de los archiveros y todo aquello que fuera víctima del polvo.

Tras más de una hora el trabajo estuvo hecho. Todo relucía de lo pulcro que ambas niñas lo dejaron. Ellas por su lado eran las que lucían como aquella oficina cuando recién comenzaron.

—¿Y a ti por qué te trajeron aquí? —Sora no era demasiado curiosa con quienes no conocía. No obstante, a esa comisaría sólo iba a dar ella y sus amigos; era la primera vez que la veía a ella.

—Alguien se metió donde no lo llamaban y tuvo que recibir un llamado de atención.

—¿Y usaste eso para golpearlo?

—Sirve para muchas cosas más allá de atrapar una pelota de béisbol —indicó—. Y tú, ¿qué fue lo que hiciste?

Porque esa niña que tenía frente a ella era bajita y menuda, de una complexión que costaba trabajo creer que pudiera arremeter contra alguien.

—Nada extraordinario como tú que usaste una manilla. Únicamente ajusté el orden social que imperaba en el parque.

—¡A uno lo mandaste al suelo con una patada y al otro le diste un derechazo!

Yūki se indignó ante la llegada e intromisión de Suwabe.

—Soy pequeña y frágil. ¡Ni siquiera puedo abrir un frasco de pepinillos sin pedirle ayuda a mis hermanos!

—Ese cuento te lo creen los que no te conocen. —Ella lo ignoró. Justo como siempre lo hacía cuando deseaba negar algo que era cierto—. Quédate aquí hasta que regrese para llevarte a casa —sentenció para la revoltosa que mejor conocía—. Harada, ya han venido por ti. Andando.

—Está bien, Suwabe-san. —Se mentalizó sobre el llamado de atención que recibiría por parte de su progenitora; pero al no ser la primera vez estaba preparada para afrontar la situación—. Hasta luego, Ōkami-kun.

—Adiós. Y que el castigo te sea llevadero. —Se despedía con un ademan—. Y aprende a golpear bien o la próxima vez te lastimarás los nudillos.

—¡Ey! ¡Deja de incitarla!

—¿No que ya se iban?

—¡Pequeña mocosa!

El mutismo que el revelador y comprometedor relato provocó aún se mantenía vigente, causando incomodidad en quienes nunca se imaginaron que esas dos se conocieron desde hace varios años atrás bajo circunstancias tan escandalosas.

Miyuki miró a quien estaba comiendo muy tranquilamente su postre y suspiró. Él sabía que ella no fue precisamente una niña tranquila y que poco o nada le importaba meterse en líos; pero sí que le sorprendía que todos en la jefatura de policía la conocieran tan bien. Aunque lo más revelador era descubrir que embaucaba a la gente de su alrededor con una destreza que provocaba alabanza y temor.

—Jamás jugaría sobre lo que siento por alguien.

Kazuya parpadeó a consecuencia de lo patidifuso que lo dejaron sus palabras.

—¿Qué? —Estaba confundido y ni siquiera él sabía por qué.

—A veces puedes ser bastante transparente.

Miyuki calló involuntariamente. Y se limitó a masticar la cucharada de postre que le fue introducida a la boca tan inesperadamente.

—Disfrútalo. Sabe bien.

Narumiya por su parte continuaba abstraído, asimilando el relato que ese policía les contó cuando reconoció a Annaisha y a Sora. Si bien ya había dejado a un lado lo del combini, enterarse de aquel episodio de su pasado lo hizo percatarse de muchas cosas.

La chica de quien se había enamorado no era tan delicada y frágil como él creía que era. Ni siquiera se imaginaba que fuera capaz de levantar su puño contra alguien hasta ese domingo. Todo el conocimiento que adquirió de Harada en los dos años que llevaban de conocerse no era más que una fracción de todo lo que ella representaba.

«Nunca creí que Anna resultara ser tan... poco convencional. Que fuera así de salvaje como la novia de Kazuya».

Había sido demasiado presuntuoso al creer que conocía lo suficiente a Harada como para que ya nada lo sorprendiera sobre su persona. Y también se volvió prejuicioso al descubrir aquel matiz de su persona.

—Anna...

—Yūki-kun y yo nos conocimos hace varios años atrás. Y por coincidencias de esta vida, ambas llegamos a la misma jefatura de policía aquel día. Ella tumbó a dos tipos de una patada y yo golpeé a un idiota con mi guante.

Se había esmerado para evitar que Mei descubriera que ella podía ser tan escasamente femenina. Mas toda esa pantalla se desmoronó cuando ocurrió lo de la tienda de conveniencia y él empezó a distanciarse. Ya no podía seguir rehusando ese lado suyo; tenía que mostrarse tal cual era ante él y descubrir así, si todos esos sentimientos que Narumiya le profesaba eran tan sólidos como para aceptarla con todo y sus defectos.

—Supongo que ese idiota se lo tenía bien merecido. Porque no perderías los estribos de no ser así, Anna.

¿Qué importaba que hubiera apaleado a alguien en el pasado o al que quiso pasarse de listo con ella hace una hora atrás? ¿No era grandioso que ella fuera capaz de protegerse a sí misma?

—Ten cuidado. No quisiera que salieras lastimada —expresó con seriedad, con preocupación genuina. Y esos sinceros sentimientos llegaron hasta Annaisha, llevándola a sonreír con alivio, con felicidad, con cariño—. Yo también soy capaz de protegerte, Anna.

—No hay necesidad de eso. Yo puedo cuidar de los dos.

¿Imaginó alguna vez que se enamoraría tan profunda y estúpidamente de alguien hasta el punto de sentir toda aquella dicha por ser aceptada y querida por ese ser especial?

—De ninguna manera, Anna. Yo te protegeré de todos esos idiotas.

—No. Lo haré yo.

—Esos dos están demasiado melosos —comentaba el policía tras haber escuchado y visto a esos enamorados—. Más te vale que no te metas en problemas, ¿entendido? —dijo para Sora—. Y tú haz tu trabajo. Mantenla tan ocupada para que no tenga tiempo de ir a golpear a nadie.

—Ah...

¿Cómo se supone que respondiera? No eran los clásicos consejos que recibían las parejas.

—Descuida. Él hace bien su trabajo —hablaba Sora para el que la veía con evidente desconfianza.

—No sé por qué no te creo.

—Eres un hombre de poca fe, Dai-san.

Suwabe suspiró. Y miró con pena al desentendido cácher