¡Buenas noches! Ya estoy de nuevo aquí. Lean con confianza, que es sábado nocturno de actualizaciones locas.


Glass


No era el primer chico arrogante que le obsequiaba una hojeada de superioridad condimentada con despotismo. Era, desde su perspectiva, una persona desagradable de la que prescindiría de su nombre. Tampoco era la primera ocasión en que por diferencias de opinión terminaba en desacuerdo con alguien.

La diplomacia para manejar la situación ya no era viable.

—Si piensas declararte, hazlo rápido porque tengo muchas cosas que hacer en el club de baloncesto —habló con descaro.

¿Qué lo hacía creer que lo había citado atrás de los salones para hablarle sobre amor?

—Eres más subnormal de lo que ya creía que eras. Aunque lo peor es tu nivel de desfachatez.

Nunca creyó que la mirada de una mujer pudiera serenarse hasta el punto de provocarle miedo.

—No sé de qué me estás hablando, maldita loca. —Retrocedió dos pasos, movido por la ansiedad que lo hacía temer y sudar.

—A las basuras como tú no se les debería tener ninguna consideración. No obstante, tengo que ayudarte a recordar para que no vuelvas a hacerlo. —Avanzó y él nuevamente se hizo para atrás—. Los de tu tipo siempre son tan patéticos y cobardes.

Sus últimos insultos impactaron contra su dignidad y ego masculino. Era un ataque directo contra su persona, contra lo que era. No podía quedarse cruzado de brazos y dejar que continuara humillándolo. Tenía que callarla por el método que fuera.

—Será mejor que guardes silencio como una buena chica. O te cerraré la boca y estarás lloriqueando.

La distancia que los separaba se extinguió. Él tenía sus ojos puestos en ella mientras sus manos sujetaban con brusquedad sus antebrazos con la intención de lastimarla y dejar en su piel escandalosas marcas de maltrato.

—Cretino.

Su atacante no respondió. Le dolía lo suficiente el pie izquierdo como para expresar algo más allá de quejidos de dolor. Y aunque buscara reincorporarse para cobrarse aquel pisotón, la vida le advertía que desistiera de aquella idea.

—Allí está tu segundo error.

El suelo lo acogió cuando aquel puñetazo se estrelló veloz y certeramente en medio de su rostro, justo donde estaba su nariz. La dolencia que sacudió cada uno de sus nervios se ubicó en su cara, en esa zona tan cartilaginosa; algo posiblemente se había roto porque la sangre comenzó a fluir.

—¡Maldita seas! ¡Maldita salvaje! ¡Me has rotó la nariz! ¡Voy a acusarte y haré que te expulsen! —aullaba colérico desde el suelo, desde esa posición que era la más segura para él.

—Para empezar, tendrías que explicar por qué motivo estás aquí, atrás de los dormitorios de las chicas en horario no escolar.

¿Había sido demasiado estúpido o su vanidad por recibir una declaración amorosa lo cegó tanto como para que no se diera cuenta de que infringió un par de normas al dejarse llevar?

—Otros chicos han intentado anteriormente colarse por los dormitorios para espiar a las chicas. No sería extraño que «hubiera otro más».

Nada había sido casualidad. Ella lo había planeado todo meticulosamente hasta el punto en que él era el malo del cuento y ella la persona que había detectado sus asquerosas intenciones. Ella actuó en legítima defensa del honor y pudor de sus compañeras de escuela.

—¡Jamás creerán ese cuento! ¡Los profesores no van a apoyar tu versión!

—Entonces no deberías tener ese rostro de pánico. —Él no poseía un espejo para verse, pero ella podía leerlo—. No está rota. No estés armando un drama —decirle quejica sería el acto más benévolo de su parte.

—¡Maldita seas!

Deshonra. Eso y más lo hizo ponerse de pie. Y por su mente cruzó el cometer su segunda equivocación de la tarde. Mas se quedó únicamente en un anhelo; algo dentro suyo le advertía que lo siguiente que ella le lanzaría no sería tan compasivo.

—¡Vas a pagar por esto! Te lo puedo asegurar. —Se fue de allí corriendo.

—Si le hubieras puesto un poco más de fuerza a ese puñetazo, esa nariz estaría completamente rota.

Ella reaccionó como lo haría una escurridiza liebre ante el más ligero de los sonidos: rápida y energéticamente porque eso hacía la diferencia entre vivir un día más o perecer ante las garras del halcón. Y la situación que se le estaba planteando en ese preciso instante era equivalente a la de ese animal placentario.

«Por su comentario es evidente que vio todo de principio a fin... Estoy en graves problemas».

Había tantos profesores en aquel colegio que le resultaba una tarea imposible el ubicarlos a todos. Pero por su atuendo podía deducir que se dedicaba a enseñar Literatura o alguna asignatura de naturaleza parecida.

—Tu silencio demuestra que estás consciente de que te has metido en un enorme lío, señorita. ¿No es verdad?

Una persona que portaba un elegante y costoso traje no podía ir por ahí sin hablar con propiedad. Y es que hasta su ondulada cabellera castaña cobrizo estaba perfectamente peinada mientras su rostro lucía un impecable maquillaje.

—Tengo razones de peso que justifican lo que acaba de ver. Sin embargo, poco o nada importan ahora. ¿No?

La serenidad del grisáceo se encontró con la curiosidad creciente del marrón.

—Vendrás conmigo. Iremos directamente a la dirección y allí podrás justificarte todo lo que quieras. Ya quedará en la directora la decisión final.

Objetar apresuraría su condena; no podía permitirse semejante suicidio. Se limitaría a seguirla, meditando sobre cómo se dirigiría y expondría sus motivos hacia la mayor autoridad de toda la escuela.

«Debo manejar la situación adecuadamente. No puedo permitirme ser suspendida o mi abuela no dejará de reñirme».

La ausencia del alumnado transformaba a cada uno de los pasillos transitados en un camino de confinamiento, en un pequeño viaje de introspección que culminaría en una especie de cámara de castigos y sentencias, donde la clemencia venía de la mano de un ejecutor que muchas veces carecía de benevolencia.

—Pasa. —La profesora abrió la puerta y le permitió el acceso.

—Gracias.

Entró. Su interés recayó en el juego de sillas con abultados cojines en los que los alumnos aguardaban por su castigo. Y sin pedir autorización, se sentó y aguardó.

—La directora ha salido desde muy temprano. Regresará antes de las ocho de la noche.

¿Planeaba dejarla allí, esperando más de cuatro horas?

—Entonces volveré mañana temprano para que atienda mi caso. —Su intención era levantarse e irse, mas esa mujer le indicaba silenciosamente que permaneciera sentada.

—¿Por qué no me cuentas los motivos por los que casi mandas a la enfermería a ese chico? —Se colocó a su lado, aguardando por la respuesta que tenía que darle quisiera o no.

—Usó su balón de baloncesto para herir de muerte a un indefenso gato —contestó—. Pese a que lo llevé de urgencias a un veterinario no pudieron salvarlo; el golpe causó daños internos graves.

Cólera, impotencia, furia. Todas esas asfixiantes y dolorosas emociones la consumían tan fuertemente desde las entrañas que sus pupilas las reflejaban, las dejaban notar para que comprendieran a la perfección su sentir.

—Yo encontré a ese gato vagando por la escuela hace dos semanas, parecía estar buscando algo, así que mientras indagada por las instalaciones yo le daba de comer y beber. —Sabía que estaba mal alimentar a un animal callejero dentro de la escuela, pero no podía negarle algo tan básico a un ser viviente—. Iba a llevármelo y buscarle un hogar. Sin embargo, justo cuando lo estaba buscando, lo encontré moribundo en el suelo...—Sus dedos se aferraron al contorno de la silla, intentando evitar que aquel pesar volviera a dominarla como cuando se encontró con esa desgarradora escena. No quería perder los estribos—. Quienes hacen algo como eso no merecen ser llamados seres humanos. Son peor que escoria.

—Entiendo completamente tu enfado. Yo tampoco tolero esa clase de actos aberrantes. Incluso yo le hubiera dado su escarmiento, sin moderarme como lo hiciste tú.

¿Estaba intentando hacerse la buena y comprensiva con ella o de verdad sentía empatía? ¿A dónde quería llegar con discurso?

—No obstante, hacer justicia con tus propias manos no siempre será la respuesta. Debes seguir los lineamientos.

—¿Acusarlo con algún profesor? —cuestionó con mordacidad—. ¿Para qué? Me mandarían a la dirección de todos modos y solamente le llamarían la atención al tipo ese. Después de todo, ese gato no debía estar en la escuela y al estar muerto el problema estaría resuelto.

—Tienes una perspectiva muy torcida sobre el comportamiento de los adultos.

—No la escucho que esté negándome nada. Únicamente oigo lo que siempre he escuchado de boca de la gente mayor que me rodea —expresó. La adulta sonrió con disimulo.

—Tienes agallas, niña. —No fue ese extraño elogio lo que la dejó sin habla, sino la forma en la que la estaba viendo—. ¿Por qué no hacemos un trato?

—¿Un trato? ¿De qué me está hablando?

Los maestros no iban por allí ofreciendo esa clase de cosas únicamente porque sí.

—Mi nombre es Tsukino Someina. Soy la profesora de Historia; también soy la entrenadora del equipo de sóftbol femenino de esta escuela. —Extendió su mano en son de saludo.

—Yūki Sora. —Aceptó su apretón de manos.

—¿Alguna vez has jugado sóftbol? —La curiosidad no era agradable cuando estaba dirigida hacia ella.

—No. —Poseía una hipótesis sobre hacia dónde quería llegar.

—Nuestro equipo siempre tiene las puertas abiertas para jugadoras potenciales que estén dispuestas a aprender y superarse.

Había acertado totalmente y su respuesta era tan obvia que Tsukino no necesitaba ni preguntarle.

—Piensa que, al formar parte del club, ganarías más de lo que perderías.

—¿Quiere que me una a su club y a cambio mantendrá mi incidente en secreto para que no sea expulsada?

—Parece que además de fuerte y defensora de los derechos animales, eres lista… ¿Qué me dices?

«Si algo me gusta de esta escuela es que no obligan a sus alumnos a formar parte de ninguno de sus clubes. Y ahora debo hacerlo para salvar mi pellejo».

Hasta el abogado más fracasado le diría que el trato que le ofrecieron era el mejor al que podría aspirar con todas esas pruebas en su contra. Sin embargo, también estaba esa parte que le decía que debía aceptar las consecuencias de sus actos. Había tantos puntos que evaluar y tan poco tiempo para ello.

—A tus padres no les gustará que su hija sea expulsada a menos de dos meses de iniciado el curso escolar.

No era la reacción de sus padres la que le preocupaba, sino la de sus abuelos. Ellos estallarían y la condenarían por el motivo de aquella suspensión definitiva.

—Si aceptas no sólo les evitarás semejante pesar, sino que se sentirán orgullosos de que su hija se dedique a uno de los deportes más queridos de este país.

Sora reconocería que sabía cómo conducirse para conseguir lo que quería.

—No espere demasiado de mí.

—Oye, ¿tan pronto y piensas menospreciarte?

¿Qué tanta confianza cree que tenían como para jalarle las mejillas?

—Soy una persona realista. —De nuevo sufrió un tirón en sus mofletes—. Eso me está doliendo.

—Haremos que uses toda esa fuerza bruta que posees para mandar a volar cada bola que llegue a ti. Aunque primero evaluaré tu condición física y aptitudes para colocarte en la posición que más te beneficie.

—¿Cuándo se supone que voy a empezar? —cuestionó con recelo.

—Justo iba en dirección al campo de prácticas cuando me topé contigo y ese chico. Vayamos para allá inmediatamente.

«Esperen, ¿todo lo del llamado de atención y la venida hasta acá no fue más que circo y maroma? ¿Cuándo planeó todo esto?».

Astuta y manipuladora, eran los dos adjetivos principales que describían a su actual entrenadora.

—Ni siquiera vengo con ropa apropiada para entrenar...

—Descuida, tenemos suficientes uniformes.

El campo de béisbol que tenía frente a ella era amplio, meticulosamente cuidado y bordeado por un enmallado que impedía que las suaves pelotas salieran volando e hirieran a algún incauto. También contemplaba un par de almacenes hacia el norte. Y alrededor de la cancha, corrían enérgicamente, las que desde esa tarde serían sus compañeras de equipo y con las que irremediablemente tendría que presentarse.

—Vamos para que las conozcas, Yūki-kun —animó a quien observaba el entusiasmo con el que trotaban aquellas adolescentes.

—Entendido.

A la entrenadora no le tomó más que un par de minutos en reunir a todo su equipo. Todas mostraban una mirada atenta y curiosa hacia el rostro desconocido que la acompañaba.

—Ella es Yūki Sora. Y a partir de hoy será un miembro más de nuestro equipo de sóftbol. Espero que puedan orientarla si tiene alguna duda. Por favor, llévense bien entre ustedes. —Le dio un par de palmadas en la espalda a quien no se había pronunciado—. ¿Por qué no interactúas un poco con las chicas en lo que traigo tu uniforme?

—Bien...

Someina se había retirado, dejándola ahí, a solas con ese mundo de desconocidas.

—¿Te gusta mucho el béisbol, Yūki-kun?

—¿Por qué recién te unes al equipo? ¿Tenías problemas de salud o algo parecido?

—¿Qué posición juegas?

Demasiadas interrogantes. Demasiadas miradas encima. Era la presión social que correspondía por ser la nueva.

—Me gusta el béisbol gracias a mis dos hermanos y a uno de mis mejores amigos. Los tres lo practican activamente. —Iría en orden—. Y no me había unido anteriormente al club porque he estado atareada con la mudanza; perdí la noción del tiempo. —El verdadero motivo lo mantendría oculto por el bien de ella y de Tsukino—. Podría decirse que me desempeño como jardinera izquierda.

—Yūki-kun, ¿hablaste de mudanza? ¿Es que has venido de muy lejos?

—Vivo en Tokio.

Todas se miraron entre sí con más dudas que hace unos minutos atrás cuando llegó.

—¿Es que en Tokio no hay buenas escuelas de sóftbol?

—Yo escuché sobre Inashiro. Su equipo es excelente.

—¡Oye, no seas desconsiderada! Probablemente escuchó de nuestro equipo y quiso unirse. Después de todo, nuestra escuela ha llegado varias veces a las nacionales a lo largo de su historia.

—Chicas, no deberíamos confiarnos. No olviden a nuestro acérrimo rival. El torneo pasado casi perdemos contra ellas.

—Mis abuelos paternos consideraron que esta escuela era apropiada para mí por el gran prestigio que posee. Por ello me inscribieron aquí. Pero al quedarme tan lejos de casa, tuve que mudarme a esta ciudad cons ellos —relató para quienes resultaron ser un poco chismosas.

Cierto era que no sabía que había un equipo de sóftbol; mucho menos que fuese tan bueno. Y eso únicamente significaba que Tsukino no le iba a dejar nada fácil las cosas.

—Tal parece que estás llevándote bien con las chicas. —Someina no llegó con su atuendo planchado y costoso, sino con el uniforme deportivo característico del instituto—. Tu cabello es muy bonito, se ve que lo cuidas muy bien… Tendremos que cortarlo un poco.

—¡Un momento!

Su entrenadora ya tenía en su mano derecha unas largas y brillantes tijeras de metal, de esas que se ocupaban en costura. Yūki por su parte, había retrocedido por precaución.

—No pienso llevarlo por encima de los hombros. Debe quedar a media espalda.

—Perfecto.

Sora suspiró aliviada. Al menos no iba a quedar con un ridículo peinado que recordara a la mitad invertida de un coco.

—Si faltas o no realizas los entrenamientos completos, te cortaré un centímetro de cabello.

—¡Eso es una amenaza! —Había entrado a la cueva de un oso y la entrada estaba bloqueada. No podía escapar, sólo enfocarse en sobrevivir—. Siempre que me propongo a hacer algo lo llevo a cabo sin importar qué. No debe preocuparse en ese aspecto.

Su cabello estaba en juego. Tenía una motivación adicional.

—Me gustan las chicas comprometidas y decididas. Nos llevaremos bien.

A Sora no le costó darse cuenta de que su entrenadora estaba muy lejos de ser convencional; nadie en su sano juicio reclutaría a una persona solamente porque golpeó a alguien tan eficientemente. También se ponía a correr con los miembros de su equipo para demostrarles que incluso alguien de su edad podía ser igual o más veloz que ellas.

Aunque sus entrenamientos rozaban lo espartano, nadie se quejaba. Todas parecían estar acostumbradas a ese estilo tan salvaje. No les importaba acabar sudadas y polvorientas; durante el entrenamiento la palabra «glamour» no existía.

—Nunca te lo pregunté y tú jamás lo mencionaste, pero, practicabas algún deporte de contacto. ¿Verdad?

A Tsukino ya no se le hacía extraño ver a la joven quedarse después de la práctica limpiando y puliendo su bate metálico.

—No consideré que fuera un dato relevante. Por eso no vi la necesidad de mencionarlo.

—De hecho, es más sustancial de lo que piensas.

Sora cesó su labor y la miró; estaba interesada.

—¿Cómo se relaciona una cosa con la otra?

—Primero dime, ¿qué practicabas?

Kick Boxing durante secundaria, por curiosidad. Ya sabe, para probar algo nuevo. Y kárate durante mis años de primaria gracias a mi abuelo materno que tenía su propio dōjō. —La entrenadora dio un largo chiflido como muestra de lo asombrada que estaba—. Soy buena causándole dolor físico a las personas.

—Eso fue como esperar un tirabuzón y recibir en su lugar un change-up.

Esa mujer adoraba hacer chistes y analogías con tópicos de béisbol. Y ella no acababa de acostumbrarse a su humor.

—Eres técnicamente más peligrosa que la pistola de electrochoque que traigo en mi bolso...

—Una chica debe saber defenderse. No puede esperar a que alguien venga a su rescate.

—En eso tienes razón —apoyaba—. Regresando al tema. El que te hayas dedicado a deportes como esos ha sido bastante beneficioso. —Sora buscaba respuestas y ella le provocaba más dudas—. Los practicantes de kick boxing son rivales muy fuertes para cualquier persona que se dedique a otra arte marcial de lucha de pie; ya que estos tienen una gran resistencia, contundencia y aguante debido a la forma en la que se practica ese deporte.

Ese era conocimiento sabido. Su antiguo entrenador siempre se lo recordaba cada vez que alguna de ellas perdía algún combate.

—Eso aunado a tus buenos reflejos te convierten en algo temible a la hora de abanicar y conectar.

—Sí sé que los reflejos son buenos, sin embargo...

—Más que reflejos yo los denominaría como «instinto animal». Tu cuerpo reacciona por reflejo, como si se moviera por sí mismo antes de que tu cerebro actúe. Una habilidad con lo que se nace.

¿Lo consideraría un insulto porque le había dicho que poseía una «parte animal» más desarrollada que el resto? ¿O lo tomaría como un halago poco convencional?

—Lo hace ver como si fuera un animal salvaje que golpea la pelota por mero instinto.

—No lo quise poner en esas palabras, pero sí. Es de esa manera. —El descaro nunca se detenía con esa profesora de Historia—. Si tuerces demasiado el entrecejo te arrugarás antes de tiempo, Yūki-kun.

—Eres la entrenadora, no deberías salir con esas ocurrencias —criticó.

—Si te hace sentir mejor, parece que es de familia —aseguraba—. Estuve viendo en Internet los partidos de Seidō. Y puse especial atención en el swing de tu hermano mayor; y la mayoría de las veces se mueve por instinto, como un animal que no piensa dejarse acorralar por su depredador.

Ella jamás había analizado a su hermano desde esa perspectiva. O posiblemente nunca puso tanta atención cuando entraba a la cancha a entregarlo todo.

—No es que me dé mucho consuelo.

—Piensa que tus padres deben estar muy contentos al saber que han procreado jugadores prometedores.

¿Ellos se sentirían dichosos al respecto? Esa mujer la estaba poniendo a pensar cosas que jamás pasaron por su cabeza.

—Ahora vete a casa. No quiero que tus abuelos se preocupen. No queremos que dejen de traernos esas deliciosas galletas cada que tengamos un partido oficial, ¿verdad?

—Así que se trata de eso. —La vio con discriminación.

—Por supuesto que no. —Palmeó su espalda con la suficiente fuerza para alterar su centro.

Desde su llegada a Seidō jamás habló sobre su anterior escuela ni los pormenores que vivió durante su estadía en el equipo de sóftbol. Nada sobre su pasado en Sendai había sido siquiera insinuado; tanto por lo recelosa que era sobre su vida personal como por el trasfondo y las personas que dejó atrás; no merecía la pena revivir aquellos días que perdieron su calidez y propósito. No obstante, hizo una excepción con aquel chico cuyo semblante no sabía leer con mucha precisión.

No podía decir si consideró su relato como aburrido, como una banalidad o como un desperdicio de tiempo. Hablar sobre viejos capítulos personales siempre era una apuesta.

—Podría decirse que Rei-chan reclutó a Sawamura casi por los mismos motivos que tu entrenadora. —Y vaya que le causó mucha risa el enterarse de ese detalle.

Podía volver a gozar de la misma experiencia.

—Jamás logré comprender la arbitrariedad con la que se movía esa mujer. —Ni hasta el último minuto que formó parte de ese equipo logró hacerlo. Ella era tan caótica como un destructivo huracán.

—Y por lo que has contado, los equipos de sóftbol siguen la misma dinámica que los de béisbol, ¿no? —Ella asintió y él reanudó su charla—. Los mismos torneos, las nacionales... Suena muy divertido.

—Hokkaidō, Tōhoku, Kantō, Chūbu, Kansai, Chūgoku, Shikoku, Tokio, Hokushin'etsu y Kyūshū suelen ser generalmente las diez regiones que participan en cada torneo. Justo como ocurre con ustedes.

—¿Y tu escuela a qué región pertenecía?

—A Tōhoku. Estaba ubicada en Sendai, capital de la prefectura de Miyagi. —Amaba ser tan precisa como le fuera posible—. El Instituto Tsurouka-kita es conocido por ser implacable en las competencias deportivas en las que participa. Y el sóftbol no es la excepción.

—El ataque no lo es todo sin una buena defensa.

—La entrenadora era agresiva en sus juegos, mas nunca descuidó la defensa. Siempre supo emplear adecuadamente los puntos fuertes de cada jugadora, fortaleciendo sus flancos más débiles. Era buena motivando al equipo —versó con cierta pizca de orgullo. Admiraba a esa mujer; incluso si no lo confesaba abiertamente—. Y nuestra estrella era de temer.

—¿Qué clase de lanzamientos tiene? —Para un cácher como él, no importaba el género del lanzador. Lo único que le valía era lo que era capaz de lanzar hacia su guante.

—Sato-kun lanza una tremenda curva que pocas pueden tocar. Y aunque su slider no era perfecto, le daba muchos problemas a nuestras contrincantes. —Kazuya esbozó una enorme sonrisa que gritaba la emoción que sentía por conocer a una pitcher con un arsenal tan interesante—. Ella se esfuerza mucho porque sabe que es la estrella y también porque quiere salir de la sombra de su hermana mayor.

—A la larga eso puede ser un arma de dos filos.

—Sí. Pero ella es muy necia. Siempre entrenaba más que el resto porque nunca estaba satisfecha con lo que lanzaba —suspiró con lamentación—. Era muy divertido verla riñendo con la cácher; lucían como un matrimonio.

—Vaya, desde ahí ya gustabas de disfrutar de la desgracia ajena.

—No del mismo modo en que tú lo haces, Kazuya-kun.

—Ahora queda claro por qué actuabas algo rara con Harada. No únicamente fue porque ambas son unas prófugas de la ley, sino porque se enfrentaron.

Tanto que se esmeró para que esa verdad no saliera a la superficie y ella misma se encargó de revelarla. Su consuelo era que solamente lo sabría Miyuki y no cierto rubio que de vez en cuando la sacaba de quicio con sus mensajes llenos de fotos de él con Annaisha.

—Mi memoria no es tan mala como para no haberla recordado. Sin embargo, no siempre competíamos contra Inashiro. Si bien son buenas, de su lado hay otro equipo igual de desafiante; y lo mismo aplicaba para nosotras —contó, acariciando su mentón con su mano izquierda—. A veces no calificábamos y lo mismo ocurría con ellas.

—Suenas a que disfrutabas de esa rivalidad.

—Sin buenos rivales es imposible que mejores.

Él estaba totalmente de acuerdo con ella. Por algo amaba enfrentarse a jugadores formidables

—Todo parecía ir bien para ti y tu equipo. ¿Cómo fue que terminaste en Seidō donde ni siquiera hay un equipo de sóftbol?

—Terminé lesionada durante el Torneo de Primavera de este año. Realicé una barrida demasiado brusca y muy mal calculada para completar una carrera —respondió—. Apoyé mi mano izquierda sobre la tercera base con demasiada fuerza para evitar ser ponchada.

Las lesiones dentro del mundo deportivo eran tan comunes que no causaban demasiada impresión en quienes se desarrollaban en aquel campo. Y él estaba acostumbrado a ver esa clase de incidentes.

—Terminaste con un esguince de muñeca.

—Mis abuelos paternos son muy sobreprotectores, por lo que después de ese incidente decidieron que lo mejor era que regresara a Tokio. Y mis padres para no tener problemas con ellos, aceptaron —explicó—. Seidō no tendrá equipo de sóftbol, pero es menos asfixiante que ese instituto para señoritas y señoritos de la alta sociedad japonesa. —Había sido un verdadero incordio el asistir a una escuela tan apretada.

—Y no olvides que fue en Seidō donde conociste al mejor cácher de todo Japón.

Una arrogancia que resultaba tanto irritante como atractiva. Y una sonrisa que invitaba a callarlo o a seguir admirándolo hasta que el raciocinio se suicidara del rascacielos más alto.

—No me hagas reconsiderar la propuesta de Harada-kun de transferirme a Inashiro. —Tenía deseos encontrados. Por un lado, quería abofetearlo; y, por otra parte, quería plantarle un buen beso para que dejara de parlotear.

¿Cuál de las dos ganaría?

—Oh, eso sería muy conveniente. De esa forma podrías obtener información valiosa de Mei y los demás. —Allí estaba otra vez ese gesto que combinaba su innegable perversidad con su comicidad a la hora de hablar.

—¿Y crees que Narumiya-kun es tan tonto como para dejarse espiar?

—Solamente dile que es el mejor pitcher que Japón haya concebido nunca antes y lo tendrás mostrándote todos sus lanzamientos sin parar mientras pide que lo alabes por lo bien que lo hace. Y si le agregas que es el más apuesto e inteligente se olvidará por completo que alguna vez estuviste en Seidō.

Sora jamás creyó sentir lastima por ese altanero rubio hasta que se dio cuenta de cómo era en verdad la relación que guardaba Kazuya hacia él.

—Esa horrible personalidad tuya cada día se tuerce un poco más —señaló—. Narumiya-kun tiene que buscarse otro mejor amigo.

—¡Gracias!

—¡No es para que te sientas agradecido por eso!

Después de que Sora se calmase para no dejar a Seidō sin su capitán y su preciado cuarto bateador, prosiguió a pagar la cuenta y poder así, abandonar el restaurante. Y si bien aún no era demasiado tarde, ambos prefirieron encaminarse hacia la escuela y tomárselo con calma; estaban demasiado llenos y el paseo les sentaría bien.

—A todo esto, todavía no has hecho eso que me prometiste a cambio de las fotografías que Narumiya-kun me envió. —Un comentario casual en medio de un paseo nocturno bajo la protección de la luna.

—Ah...—No lo había olvidado. Rogaba para que ella pasara de ese tema y no tuviera que preocuparse más al respecto.

—Y ya que me he acordado de ellas, las respaldaré en mi computadora. Porque una nunca sabe cuándo puede ocurrirle una desgracia a mi celular.

El cuerpo de Kazuya fue azotado por un salvaje escalofrío que lo alertaba del inminente peligro que se avecinaba.

—Todavía no termino de ver la última carpeta. Podría hacerlo esta noche.

—¡No! —Sabía que las peores y más comprometedoras fotografías estaban allí. No permitiría que ella las viera.

—Entonces pactemos un trato y las borraré hoy mismo. —Se adelantó, quedando frente a frente. Esa clase de cosas debían hablarse directamente.

—¿Qué es lo que quieres?

Las sonrisas de Sora eran tan escasas como los lanzamientos perfectos de Sawamura. Y, sin embargo, estas aparecían cuando él estaba. Era como si se las dedicara únicamente a su persona, o como si nacieran a raíz de su presencia.

—Conociéndote debe estar relacionado con comida.

Sora frunció el entrecejo como protesta de que le estaba diciendo glotona, como queja de que odiaba resultarle tan predecible. Era tan infantil y no temía mostrarle esa parte de su personalidad.

—Y entonces, ¿en qué consistirá nuestro trato? —Sonrió presuntuoso, dispuesto a encarar cualquier desafío.

Él era Miyuki Kazuya, el mejor cácher de todo Japón y no se acordaba ante ningún contrincante.