Unfinished


—Me gustan los hombres decididos que no le tienen miedo a los retos —expresó para quien aún mantenía una sonrisa llena de plena confianza—. No tienes de qué preocuparte. Es muy sencillo.

—Subestimarte podría salirme muy caro.

—No seas tan arisco, Kazuya. —Se deslizó hacia su flanco izquierdo, con centímetros de separación—. Lo primero será esto.

¿Por qué le gustaba tomarlo en curva cada vez que tenía la oportunidad? ¿Por qué no se imaginó que ella podía querer algo tan simple?

Se incorporó porque debían avanzar o se convertirían en un estorbo para los transeúntes que circulaban por la calle. Su marchar se volvió más pausado. No por petición de ella, sino por la calidez que rodeaba su mano.

—¿Todo bien, Kazuya?

¿Podía ser más cínica? ¿Por qué preguntaba cuando sabía la razón de que avanzaran más lento? ¿Fingía ante su predicamento?

—Sí. No hay razones para que suceda la contrario —habló con firmeza.

—Oh, es bueno saberlo. Pensé que estaba resultando muy fría la noche y por eso te habías estremecido repentinamente —platicó frescamente. Para ella aquella caminata, tomada de la mano de su pareja, era como un tour por el parque.

—El clima está bien. —Ni la fría brisa nocturna hacía mella en él.

—Y dime, ¿nunca te interesó otra posición?

—No. Desde que empecé a jugar siempre me apasionó la posición de cácher. Es la más divertida de todas —dijo con más soltura. Empezaba olvidarse poco a poco que ella tenía su mano entre la suya.

—Dirás que te gusta tener el control de todo lo que ocurre en la cancha. Como si fueras quien mueve las piezas en un tablero de ajedrez. —Era imposible no ver ese gesto guasón en los labios de su novio, respaldando su conclusión—. Nuestra cácher no era tan perversa como tú.

—Eso significa que se aburría mucho durante los partidos.

—Para nada. Su verdadera pasión radicaba en volver locas a las bateadoras. Adoraba ver cómo se les atascaba la bola.

—Oh, en eso sí nos parecemos. —Hacerlo era tan divertido.

—¿Y tú empezaste a jugar béisbol desde niño? —preguntó sin mirarlo. Ponerle atención a lo que tenía en frente era esencial para no accidentarse.

—Sí. Gracias a mis vecinos que me invitaban a jugar. —El día en que conoció aquel maravilloso deporte fue uno de los instantes más felices de toda su infancia, de toda su vida.

—¿Y ya eras así de fastidioso con tus compañeros de equipo como lo eres ahora?

—Jamás han sabido apreciar mis increíbles consejos.

¿En serio le salía con una desfachatez como esa? ¿Cuánto autoestima se tenía?

—Tú únicamente sabes incordiar a la gente —señalaba Sora.

—Puedo decir exactamente lo mismo de ti.

La charla casual sobre béisbol que inició a la salida del restaurante hizo de su travesía algo mucho más corto y llevadero.

Los labios de Miyuki esculpieron una entusiasta sonrisa que se ensanchaba entre más se adentraba en aquel tema que tanto lo apasionaba y del que era todo un experto. Era como un niño pequeño. Estaba tan cargado de entusiasmo que este se desbordaba a través de esas vibrantes y centelleantes pupilas cafés. Y esa parte de él también empezaba a gustarle.

—Cierto es que si hubieras aceptado la invitación de Narumiya-kun para unirte a Inashiro hubieran formado el equipo soñado. Hubieran sido imparables.

—Hubiera sido muy aburrido —objetó.

Ella entendía perfectamente su sentir porque era consciente de la afición que él poseía hacia los desafíos.

—Igualmente ese uniforme no se te vería bien. No son tus colores —expresaba bromista.

—Todo lo que me ponga se me ve bien.

Sora rodó los ojos ante su egolatría.

—Eso no te da derecho a vestir tan extravagante.

—Tal parece que Mei ya te contagió con esas ideas raras. —Y rogaría al cielo para que no le compartiera otros hábitos—. Espera, ¿qué hora es?

Perder la noción del tiempo no era propio de él. No obstante, cuando charlaba sobre béisbol la situación cambiaba totalmente; y si a eso le agregaba una persona que le prestaba toda su atención y además aportaba y preguntaba sobre el tópico, era como un combo fatal para él.

—Casi las diez —respondió tras sacar su móvil y verificarlo—. Llegamos aquí hace más de una hora, pero ni tú entraste ni yo me fui.

—Ah, lamento eso. —Se disculpó. Ella levantó sus hombros restándole importancia.

—Estabas tan concentrado en la plática que ni siquiera te diste cuenta de que continuábamos tomados de la mano.

Kazuya arrastró con lentitud sus ojos hacia su mano; seguía estrechada con la de ella y ninguno mostraba intenciones de soltarse. Y lo más ridículo era el nerviosismo llegó para recordarle que aquel contacto físico lo aturdía por no estar acostumbrado a ello.

«Es difícil de creer que pueda ser tan cohibido para esto cuando es tan cínico y desvergonzado».

—Será mejor que entre a los dormitorios.

—Antes de eso tienes que cumplir mi última petición. Al hacerlo borraré esas «vergonzosas» fotografías tuyas. Y ambos podremos irnos.

Miyuki aguardó. Después de lo que había hecho podría contra cualquier petición.

—Bésame.

Él retrocedió, se liberó de su agarre y la distancia entre ambos se ensanchó. Ella por su lado, parpadeó con desconcierto, como si la reacción del receptor hubiera sido una de las más raras que hubiera presenciado.

Se instaló un silencio lleno de expectativas. Y ambas miradas intentaban entender el actuar del otro.

—Kazuya, ¿te encuentras bien? —Ante ella había un joven cuyas mejillas fueron coloreadas sutilmente por el pasional tono de la grana.

—Sí.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué?

Él quería fingir demencia. Ella contenía sus ganas de reírse.

Sabía que él le había mostrado una imagen ajena a su persona. No todo era cinismo y autosuficiencia; él también podía mostrarse cohibido y tímido.

—¿Vas a besarme o no? —Ella lo observaba expectante.

Él tragaba saliva con pesadez canalizando su atención en el objetivo de esa noche: sus labios. Si podía realizar un double play en un partido, ¿cómo no iba a poder con aquella petición?

Sora ya no podía agregar u objetar nada. Sus labios habían sido confinados por la persona a la que desafió abiertamente. Sin embargo, se tomó su tiempo para disfrutar de aquella experiencia tan grata.

—¿Ves? No fue tan complicado. Hasta te la dejé bastante fácil si consideramos que aquí sólo estamos nosotros dos.

La bendita soledad que les rodeaba era un tesoro que él supo valorar.

—Y como soy una persona de palabra, aquí tienes. —Extendió su teléfono hacia él para que lo tomara. Este dudo en hacerlo—. Ahí están las carpetas. Solamente tienes que borrarlas.

—Eh...—Tenía el electrónico en su mano derecha, pero no sabía cómo se manejaba esa cosa. No se parecía en nada a su celular.

—¿No piensas borrarlas?

—Ah, sí. En eso estoy

¿Por qué la gente se obsesionaba con esos teléfonos táctiles? ¿Cuál era el sentido en hacerlos cada vez más sofisticados? Esos objetos únicamente debían servir para recibir y hacer llamadas telefónicas.

—Presiona con tu dedo índice sobre cada icono de carpeta. Después selecciona este en forma de bote de basura. Y en cuanto te salga un mensaje dile que sí. —Lo instruyó.

—Bien. —Siguió sus indicaciones para eliminar todo ese material comprometedor—. Listo.

—Ya con el ajuste de cuentas hecho, entra o terminarán llamándote la atención —expresó con su celular de vuelta—. Nos vemos mañana.

—Sí. Hasta luego. —Se despidió y se dirigió a los dormitorios.

—Es tan divertido molestarlo. Lo hace ver un poco lindo. —Dio media vuelta para retirarse. No obstante, no dio ni el segundo paso cuando se detuvo a observar los alrededores—. ¿Uh? Juro que sentí una presencia... Tal vez fue mi imaginación.

La temperatura descendía más conforme diciembre avanzaba. La gran mayoría de estudiantes usaba un suéter extra, bufanda y guantes afelpados para retener el calor corporal. Era un mes gélido, envuelto en grandes celebraciones que entusiasmaban a los jóvenes de preparatoria, motivándolos a concluir el ciclo escolar para disfrutar plenamente de sus vacaciones invernales.

Sin embargo, Kazuya no era de las personas que sintiera una especial emoción por esas fiestas decembrinas, pero toleraba muy bien el entusiasmo de quienes lo rodeaban y hablaban sin parar sobre lo que harían en esos días libres en compañía de su familia, amigos y gente querida.

—Jamás he visitado Chiba. Debe ser una ciudad bastante movida. Que por algo es uno de los puertos principales de Kanto —hablaba Tatsuhisa recargado en uno de los pupitres más próximos a los de Kuramochi y Miyuki—. Algún día debería ir.

—Perderás tu tiempo. Allí no hay nada interesante. —Yōichi conocía muy bien su ciudad natal y aunque le era querida porque su madre había nacido allí, no existían demasiadas cosas que la hicieran memorable o llamativa para los turistas.

—Y ya que Kuramochi salió de allí, puedes jurar que las calles están llenas de rebeldes que se tiñen la cabeza de rubio. Por lo que no te recomendaría que prolongaras tu estadía en un sitio como ese.

—¡Idiota! ¡No toleraré ese comentario de alguien que no ha salido de Tokio! —Porque mientras él lo miraba con profunda aversión, el cácher sonreía con la intención de hacerlo sulfurar aún más—. Ojalá te enfermes empezando el año.

—Te sucederá algo peor por desearme ese mal.

—Si se enferman a inicios de año tendrán tiempo para recuperarse antes de volver a clases.

—Tú también te vas a enfermar por ponerte de su lado —amenazaba el corredor a cierto rubio.

Su charla cesó ante el murmullo de las cuatro chicas que entraron al salón y que no conocían el concepto de discreción. Todas regalaron su atención al capitán de Seidō antes de tomar asiento. Aunque lo que terminó de confundir a los tres jugadores fue la llegada repentina de Sawamura.

—¿Y a ti qué demonios te pasa? —preguntó Kuramochi después de recibir al pitcher con una cálida patada en su trasero.

—¡Gracias al capitán seremos el hazmerreír de toda la escuela! —exclamó. Sus manos sujetaban el cuello del mencionado—. Ya sabía que eras un maldito caradura, ¡pero has cruzado la línea!

—¿De qué estás hablando? —Miyuki quería saber a qué se refería.

—¡Ten un poco de pudor y deja de mostrar estas cosas tan inmorales! —Liberó a su capitán para extraer de la bolsa de su pantalón un cartel doblado.

Cuando el contenido quedó a la vista, entendían el porqué del comportamiento del chico de primero.

—¡Mira qué bonitos bóxeres usa nuestro capitán! —Jamás había agradecido tanto el ir a la escuela como esa mañana en la que alguien había decidido ridiculizar a uno de los más grandes prodigios de béisbol de todo Japón.

—Miyuki, ¡debería darte vergüenza el dejarte tomar fotos de esta naturaleza! Y peor aún, ¡imprimirlas en carteles para pegarlos por toda la escuela! —A Eijun no le importaba faltarle al respeto a su superior.

—¿Qué has dicho? —cuestionó al tiempo que se levantaba de su puesto.

—¡Qué pegaste esta clase de cosas obscenas por todo el plantel!

—Mierda. Eso no suena nada bien. —Tatsuhisa miró al afectado de semejante bromita subida de tono y luego codeó a quien no paraba de carcajearse.

—¡Ey! —También le iba a dar una de sus bonitas patadas, mas el joven se movilizó hasta la salida del salón, mirando en ambas direcciones.

—Lo que Eijun dice es verdad. Están en todos lados. —Souh confirmó la pesadilla—. Aunque algunos están siendo despegados y guardados por las chicas. —Lo que tampoco era un consuelo para el afectado—. No vimos nada de esto pegado por la escuela cuando llegamos. Por lo que seguramente lo hicieron mientras estábamos en clase; de ese modo lo verían todos cuando tuvieran una hora libre.

—¿Y bien, Miyuki? ¿Por qué lo has hecho? Si no quieres seguir siendo miembro del equipo porque planeas largarte a Inashiro, existían otros métodos menos humillantes.

Sawamura debería agradecer que su capitán no fuera violento porque cualquier otro ya hubiera puesto un estate quieto a esa boquita suelta.

—Idiota. Es obvio que no he sido yo.

Él descubrió que esa no era la foto que aquellas obsesionadas le tomaron cuando lo encerraron en el baño y lo privaron de sus pantalones. La imagen impresa era de otro momento de su vida; solamente podía pensar en que alguien lo acosaba más de cerca de lo que creía.

—¡No te creo!

—Esto huele a mujer despechada. —Yōichi se había vuelto un experto en mujeres—. Miyuki, ¿qué es lo que hiciste esta vez?

—Que yo no he hecho nada.

—Tal vez ese sea el problema: que no haces nada. —Eijun sí sabía de lo que hablaba que por algo era un amante de los mangas románticos—. Con esa torcida personalidad que posees no dudo que las chicas terminen todas arrepentidas y deseando tu cabeza.

—Se lo tienen bien merecido por guiarse únicamente por su apariencia. —Kuramochi se unió al zurdo.

—No tienes que molestarte por los de este piso. —Mientras ellos habían estado enfrascados en una conversación que no llevaba a ninguna parte, alguien optó por pasar a la acción y arrancar todos esos carteles—. No obstante, tendremos que hacer algo con los que están en las demás plantas.

—¿Por qué demonios lo estás ayudando?

Kuramochi sabía que ninguno de los dos eran amigos y que únicamente se hablaban lo necesario en clases y a la hora de entrenar, así que, ¿por qué estaba tomándose tantas molestias?

«De todas las personas que conozco, él debería ser el último en preocuparse por lo que le ocurra a Miyuki. Después de todo, es el ex novio de Sora».

—Que se insulten a diestra y siniestra sin tregua es muy diferente a este nivel de acoso —dijo para quien continuaba analizándolo—. Si esto se extiende, llegará a oídos del entrenador. Y eso sí será problemático.

—En eso tienes razón. —El de primero aceptaba que estaba en todo lo cierto.

—Tenemos clase libre y somos tres personas, podemos peinar el edificio entero —propuso Tatsuhisa para los de su mismo grado—. Eijun, tú puedes encargarte de los que haya en tu piso en tu camino de regreso a tu salón de clases.

—La idea de que Miyuki pruebe una cucharada de su propia medicina me seduce enormemente. Mas tienes razón. Si el entrenador ve todo esto se enfadará y eso repercutirá en el equipo de un modo u otro. —El sentido común invadió el cuerpo del lanzador. Y con actitud recompuesta y una sonrisa deslumbrante, salió de allí como un tren desbocado.

—Sawamura te hace más caso a ti que a nuestro capitán. —Ya no bromearía sobre el cácher en ropa interior, pero todavía podía atacarlo desde otros puntos.

—Entonces...—Entregó aquel comprometedor material a la víctima de tan escandaloso atosigamiento.

—Andando. —Era su pellejo el que estaba de por medio. Claramente no iba a quedarse sentado sin hacer nada.

El piso de tercer año fue su primera escala. Y si bien sabían que no era un sitio en el que deberían estar tan a la ligera, tenían que encargarse de arrancar de las paredes esos carteles escandalosos que destruían la imagen no sólo de su capitán, sino también del equipo entero de béisbol.

Recorrieron cada salón, los jardines, hasta las canchas deportivas de otros clubes. Incluso se adentraron en los baños de los chicos, encontrándose con la desagradable sorpresa de que ese mundo de papel también había invadido esos espacios tan privados.

—Ya son todos. —Kuramochi destruyó la última pieza entre sus manos antes de arrojarla al horno en el que quemaban la basura escolar.

—Justo a tiempo. —Kazuya veía la pequeña pantalla de su celular. Restaban menos de diez minutos antes de que la siguiente clase comenzara.

—Ey, esperen. Hay un sitio en el que no revisamos. —Los dos muchachos dilucidaron sobre las palabras emitidas por el francés.

—Los baños de chicas. —Coincidieron en la respuesta.

—Si entramos y somos descubiertos, estaremos acabados. —Yōichi no estaba dispuesto a correr semejante peligro por ese zorro embustero—. Digámosle a Sora que lo haga.

—Ni siquiera la hemos visto.

—No podemos esperar a localizarla. Tendremos que hacerlo nosotros mismos. —Tatsuhisa era un sujeto de agallas, dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para lograr su cometido.

Se reubicaron hasta los baños de las chicas de primer año. Estaban mentalizados a cruzar la línea de lo prohibido. Pero cambiaron de idea cuando vieron a un gran número de chicas entrar y salir.

—Ha llegado la hora del día en que las chicas van juntas al baño. —Kuramochi y su desconcertante información sobre el género opuesto.

—Así no podremos llevar a cabo lo que planeamos. —Souh permanecía recargado contra la pared, justo en medio de esos dos que compartían postura.

—Ya tenemos la mayoría. Regresemos al salón.

—¡Ah, no! ¡De ninguna manera vas a huir! No después de todo lo que corrimos. —Se despegó de la pared y los vio con una sonrisa que delataba que se le había ocurrido un grandioso plan—. Miyuki ya tiene un collar alrededor del cuello, por lo que él está fuera del juego. No obstante...

—¿Por qué me estás viendo de ese modo? —Tatsuhisa tuvo la sensación de que debía correr.

—¡Ey, escuchen! —Tomó aire y elevó su timbre de voz para ser escuchado por todos—. ¡Tatsuhisa Souh ha dicho que saldrá en una cita romántica con la chica que le traiga todos los vergonzosos carteles del capitán de Seidō que se encuentran en sus baños! Repito: ¡Tatsuhisa Souh saldrá con la chica que traiga esos horribles carteles aquí en el menor tiempo posible!

Lo peor no era que ese cínico chico ofreciera al francés como trofeo, sino el revuelo que sus palabras causaron en las féminas que lo escucharon; ninguna desperdiciaría aquella oportunidad dorada.

Sí. La mortal competencia inició.

—Asunto arreglado. Solamente tenemos que esperar.

—Tienes mi completa autorización para darle su escarmiento. —Miyuki siempre apoyando a su particular estilo.

—Ya escuchaste al capitán, Kuramochi.

—¡Te recuerdo que tú fuiste el que quiso ayudar en primer lugar!

La venganza era un platillo que se comía frío y en soledad.

—¡Aquí están todos los carteles!

Si Yōichi no había gritado ante el susto que esa chica le provocó al hablar tan efusivamente a sus espaldas era porque tenía una fama que construyó y debía proteger.

—Son absolutamente todos los que había en los baños de las chicas de cada piso. Ya no deben preocuparse.

—Tenemos a nuestra ganadora. —Kuramochi recibió esos rótulos perfectamente enrollados y se hizo a un lado para que ella pudiera estar frente a «su premio».

—Chigusa Haruka, encantada en conocerle, Tatsuhisa-senpai.

—El gusto es mío. —Y aunque él no había estado de acuerdo en cómo se hicieron las cosas tenía que cumplir con la parte del trato—. Este sábado, a las ocho de la noche nos vemos afuera de la escuela.

—Perfecto. ¡Ahí estaré!

Nada como una jovencita que se marchaba con la emoción mejorándole el humor.

—No todo fue tan malo, ¿no te parece, Tatsuhisa? —Le encantaba tentar su suerte porque ahí estaba, codeando al nuevo—. Miyuki recuperó sus carteles y tú tienes una cita con una chica de primero.

—Dejen de perder el tiempo o los dejarán afuera. —El cácher se apoderó de aquello que le causó tanto bochorno y se fue.

—El maldito ya se largó y ni las gracias nos dio.

—¿De verdad esperabas que lo hiciera?

—Tatsuhisa —No había un lazo profundo entre ambos. Sin embargo, le tenía la suficiente confianza para echarle el brazo alrededor del cuello—, ¿por qué has hecho todo esto?

—Es el capitán y cuarto bateador. Es un jugador indispensable. No podemos permitirnos que su participación en el equipo se vea mermada a causa de esos carteles.

—Sé que hay algo más.

—Si lo resolvemos nosotros será menos problemático.

—¿Qué quieres decir con eso? —El celeste y el castaño concordaron.

—A Sora. —Ese nombre fue el último que cruzó por su cabeza—. En general, a ella le molesta mucho este tipo de situaciones. Súmale que a la persona a la que decidieron hostigar es alguien importante para ella. Es obvio que no permitiría que esto continuara; le pondría un alto a quien fuera que estuviera detrás de esto. Y ambos sabemos que la diplomacia muchas veces se le va de las manos.

—Diría que estás exagerando, mas tienes toda la razón. —Con esa duda resuelta le abordaba otra más sustancial y más alejada del cácher—. ¿Sigues sintiendo algo por ella?

—Tú sí que no temes reparo en preguntar lo que sea. —¿Estaba evadiéndolo? —. Incluso si todavía quedara algo de esos sentimientos dentro de mí, no significa que incordiaré a alguno de los dos. Ella y yo somos buenos amigos; y los amigos se cuidan las espaldas, ¿no?

—Bueno, es verdad.

—Además, mi único interés en este momento es el equipo de béisbol —declaró con absoluta seguridad.

«Es mucho más maduro de lo que me imaginaba. Me pregunto cuál fue el motivo por el cual él y Sora terminaron».

Y con la violencia del rayo, un nuevo pensamiento lo atravesó desde la cabeza hasta los pies.

—¿Dónde estará Sora? No la hemos visto desde que dio por terminado el cuarto período —exteriorizaba Kuramochi.

—Pensé que tú sabías dónde estaba.

—¡Por supuesto que no! Ni que fuera su novio para saber esas cosas. —Tal vez lo que uno de los dos había querido evitar se había hecho realidad.

—Demonios —expresaron al unísono.

Aquella hora libre la emplearía para continuar leyendo la novela policíaca que llevaba siempre en su maletín o en su defecto, limitarse a atender las ocurrencias de aquel par de jugadores que no la dejaban ni escuchar sus pensamientos con tranquilidad. Había tantas actividades para desempeñar en esos sesenta minutos. Sin embargo, recibió un mensaje que la orilló a abandonar su salón de clases.

Ella no tomaría aquel mensaje de texto como lo haría cualquier otra chica, que cegada ante la emoción de reunirse a escondidas con algún chico, ya se hacía con una declaración amorosa en puerta. No era de ese tipo de adolescente; y en más de una ocasión empleó esa misma vía para darle su escarmiento a quien le colmó la paciencia.

Nadie emplearía el salón de Ciencias para un encuentro amoroso.

—No se trata de ella. No obstante...

Unos minutos después de que arribara, él entró. Su rostro no le era ni remotamente familiar, pero él la observaba como si en verdad la conociera.

«¿Será acaso el hermano menor del que Miu me habló?».

Mismo tono de pelo, misma tonalidad de pupilas. Todos los rasgos físicos encajaban.

—¿Fuiste quien me mandó ese mensaje?

—Eso no importa. Si estoy aquí es para dejarte en claro un par de cosas.

Con seguro en la puerta y la llave escondida en la bolsa trasera de su pantalón la aisló de todo.

—¿Eres el hermano menor de Oshiro-kun? —Él negó—. Entonces debes de ser su mejor amigo o en su defecto, alguien que se ha enamorado estúpidamente de ella. Porque ningún novio se rebajaría a meter las manos en asuntos relacionados con el ex de su pareja actual.

—No pienso responder tus preguntas. —Ella se mantuvo ecuánime. No se perturbaría por una trivialidad como esa—. Únicamente quiero que seas consciente de lo que puede ocurrir si no tomas en cuenta mi petición.

—¿Ni siquiera me dices quién eres y tienes el descaro de amenazarme? Tú sí que no conoces el descaro. —Optaría por resolver la situación a través del diálogo.

Por ahora.

—Tu novio no solamente es un engreído que se cree con el derecho de salir con la chica que quiera y jugar con sus sentimientos como se le venga en gana, sino que también parece ser un exhibicionista que no le importa mostrarse en ropa interior por los pasillos de la escuela.

Ella misma había visto y arrancado esos carteles tan escandalosos que la habían dejado malhumorada y con muchas ganas de saber quién había sido el gracioso que orquestó todo.

—Tal parece que pronto recibirá lo que se merece.

—Te oyes justo como la clase de resentido que organizaría una venganza tan lastimera como la que acaban de hacer al tapizar la escuela con esos carteles. —Frente a frente confrontaba a idiotas como él.

—Y tú no eres más que una cualquiera.

Si no estaba en el suelo, arrepintiéndose de su grosería con un semblante lleno de dolor, era porque tenía toda la atención en esas fotografías que sacó y tiró al suelo.

—Sales con el capitán del equipo de béisbol de la escuela y simultáneamente con ese chico que ni siquiera va en nuestro colegio.

«Sabía que no estaba experimentando un delirio de persecución. Sabía que alguien estaba observándonos en la entrada de Seidō. Incluso fui acechada hasta llegar a mi casa».

Conocía a la perfección al joven plasmado en cada fotografía y comprendía el motivo que lo hacía creer que entre ellos había algo más que simple amistad; era tan fácil malinterpretar y usarlo en su contra.

—Y como yo sé tu pequeño secreto... ¿Qué te parece si haces algo por mí?

Sora aguardaba. Quería seguir haciéndole creer que él estaba en lo cierto.

—Déjame adivinar. ¿Quieres que termine con él y a cambio tú no le contarás nada?

—Eres lista. Ahora entiendo por qué has logrado embaucar a Miyuki.

De ninguna manera podría timar a alguien como él.

—Lo tienes completamente domesticado que no duda en llevarte de la mano y robarte un beso como si de verdad fuera un buen novio. Como si en realidad sintiera algo por alguien.

—No pienso hacer lo que me estás pidiendo —habló ya sin disfrazar su enfado—. Asimismo, aléjate de Kazuya y abstente de repetir una bromita como la de hoy. —No estaba preguntándole si le parecía bien o no su propuesta. Se lo estaba exigiendo.

—Es lo menos que merece una escoria como él.

—Retráctate.

—No quisiste cooperar. Tendré que irle a mostrar estas fotografías. Y descuida, tengo más tomas vergonzosas como esas para llenar la escuela tantas veces como se me dé la gana.

Siempre se esforzaba por seguir la vía del diálogo y acuerdo mutuo. Mas la gran mayoría de las veces había fallado; no por falta de insistencia y buenos acuerdos, sino porque la otra parte siempre se dejaba cegar por la injundia.

Las palabras eran un mero adorno.

—Te dije que te retractaras, pero no lo hiciste. Y en cambio, amenazaste con volverlo a hacer. —Se agachó frente a quien estaba de cuclillas contra el suelo, abrazando su estómago, esperando que con ello el dolor se mitigara—. La próxima vez no seré tan dulce contigo y te golpearé con mayor fuerza.

—¡Maldita seas! —Si con aquel gancho directo a la boca de su estómago le había bastado para doblarse de dolor, no quería imaginarse lo que un golpe en serio le provocaría a su anatomía—. ¡Le mostraré esas fotos y terminará contigo!

Lo siguiente que lo impactó fue un puntapié en su nariz cortesía del dedo índice de Yūki.

—Eso no ocurrirá porque Kazuya ya sabe quién es ese chico y la relación que guarda conmigo. —Rompió sus ilusiones—. Y al final creerá en mí antes que, en un chico como tú, que intenta destruirlo tan suciamente.

—¿Quién demonios eres? ¿Cómo es que puedes ser tan...? —No se la habían descrito de tal forma.

—¿Salvaje? —Terminó la oración y dibujó una pequeña sonrisa en sus labios—. Puedo serlo aún más. Por ello te aconsejo que no tientes tu suerte.

Él no era débil. Poseía la fuerza para encargarse de una chica de su complexión. Pero no era idiota. Se dio cuenta de que el golpe que recibió fue ejecutado con maestría; ella sabía pelear y eso iba a ser su condena si intentaba aprovecharse de su ventaja por ser hombre.

—Ya me hiciste perder mi valioso tiempo por lo que debo regresar a mi salón de clases. Sin embargo, antes escucharás claramente el mensaje que le trasmitirás a Oshiro-kun.