Enmity
Durante el resto del día no hizo comentario alguno sobre aquellos carteles que pusieron en apuros la dignidad y el pudor del actual capitán de Seidō. Tampoco mencionó su encuentro con el que indudablemente era el perpetrador principal de tan asqueroso acoso porque no era necesario; ella misma se estaba haciendo cargo de tan repugnante ser humano.
No permaneció durante más tiempo dentro de las instalaciones del club de béisbol. Esa tarde le había surgido un compromiso inesperado que no podía cancelar, aunque fuera lo que más deseara.
Había sido un día caótico que encontraría su final en el interior de una cafetería de tonos pastel cuya especialidad radicaba en la preparación de diversos y exquisitos postres. Era el lugar por excelencia para las chicas de su edad y para ese lanzador amante de las cosas dulces.
—En verdad estoy sorprendido. Jamás creí que aceptarías mi invitación. —Sus celestes pupilas veían con estupefacción pura a quien tomaba asiento frente a él.
—Todavía estoy a tiempo de retirarme e irme a casa —habló. Lo haría si continuaba tentándola.
—No lo decía de ese modo. Es sólo que pensaba que eras igual de asocial que Kazuya. Es todo.
—Estoy segura de que salgo más que él, Narumiya-kun. —Hojeó el menú y navegó entre todos esos nombres cursis que hacían referencia a los productos que vendían—. Se me hace extraño que me hayas citado a mí y no a él.
—Oh, es que con quien quería hablar era contigo.
Sora colocó la carta sobre la mesa y puso completa atención en el as de Inashiro.
—¿Sobre qué? —Esa boba sonrisa no la ayudaba a relajarse—. Y más importante, ¿Harada-kun sabe que estás aquí, conmigo?
—Por supuesto que lo sabe. Yo no le guardo secretos. —Allí estaba esa aura rosa, rodeándolo, combinando maravillosamente con el decorado de la cafetería—. Mi Anna sabe que únicamente tengo ojos para ella y que nunca buscaría a otra mujer. Y mucho menos si esta es la novia de Kazuya.
—Bien. Entonces continúa.
—¿Y tú? ¿Le dijiste a Kazuya que te verías conmigo después de las actividades del club de béisbol?
—No.
—¿Por qué no le dijiste? —¿Ese gesto en su cara era un puchero o una mueca de molestia? ¿A qué venía su conmoción? —. Eso habla muy mal de ti, Sora-chan. ¿Qué clase de novia eres que le ocultas parte de tu vida a Kazuya? ¡¿No me digas que lo estás engañando?! ¡Estás saliendo con otro y por eso no le cuentas sobre lo que haces!
Yūki contó hasta cien para no privar a Inashiro de su estrella.
—No estoy engañando a Kazuya ni contigo ni con nadie más.
El cuerpo de Mei se agitó ante el modo en que lo estaba observando. Sentía una enorme presión, como si le ordenara silenciosamente que se relajara con respecto a ese tema.
—Además, él no quiere que me junte mucho contigo porque teme que me contagies tus raras manías.
—¡¿Ah?! ¡¿Qué?! ¡¿Por qué dijo algo tan cruel?! —Estampó sus manos contra la mesa, como lo haría un crío que está a punto de hacerle la rabieta del siglo a su mamá—. ¡Kazuya es un malagradecido! Después de todo lo que he hecho por él, ¿y es así como me paga? —Drama puro y de excelente calidad.
—Narumiya-kun, enfócate en lo que importa. —Ese chico divagaba muchas veces. Había que estarlo dirigiendo hacia el camino correcto—. ¿Para qué querías que nos viéramos?
—Ah, sobre eso. Quiero que Kazuya y tú vengan a mi casa en noche vieja para recibir el Año Nuevo. También invité a algunos chicos del equipo de Inashiro.
No estaba esperándose una invitación como esa y, por ende, no sabía qué responder.
—Considera que Kazuya estará de vacaciones y probablemente tenga muchas cosas por hacer. Querrá pasar esos días en familia. —Suponía.
—Sora, él nunca hace algo en esas fechas —soltó con notorio aburrimiento—. Se la vive viendo otra vez los partidos de las grandes ligas, cocinando e ignorando su teléfono. Técnicamente se dedica a existir y no disfruta de su juventud.
—Después de entrenar tan duro en el año es muy válido que haga absolutamente nada.
—¡Pero Sora! ¡Estamos hablando de un chico sano, con novia, en período vacacional y que no está aprovechando todo eso para pasar unas vacaciones memorables!
—Narumiya-kun, estás exagerando.
—¡Claro que no!
—Ya sabes cómo es él. No sé por qué estás esperando que actúe diferente. —No se había hecho pareja del chico más social y extrovertido del mundo.
—Pues estoy esperando que tú hagas bien tu trabajo y le enseñes a vivir un poco.
—Me estás pidiendo imposibles.
Reconocería que Mei sí se desempeñaba como un amigo ejemplar. Y aunque muchos se asustarían por su intensidad en materia de amistad, ella lo veía con normalidad; sus amigos más cercanos poseían un comportamiento similar.
—Sora, debes convencerlo de ir a la fiesta. Es tu deber cívico como novia. —Estaba muy segura de que eso no formaba parte del contrato de noviazgo—. Además, ya te presenté con los chicos y ellos están ansiosos por conocerte.
—No creo que eso sea mi... ¡Espera! ¿Cómo es que me presentaste?
—La noche que regresé de la cita doble le conté a Masa-san y al resto la manera tan maravillosa en que Anna y yo nos hicimos novios —relataba con un orgullo que se equiparaba con sus habilidades de lanzamiento—. Y también aproveché para hablarles sobre ti.
—Si serás rufián —musitó.
Con cada oportunidad que tenía para conocerlo, más estaba de acuerdo con la actitud recelosa de Kazuya hacia él.
—Y al final de mi relato todos quisieron conocer a la chica que protegió y salvó el trasero del mejor cácher de todo Japón. —Tal vez Narumiya contó su aventura sin dolo, pero esos jugadores se habían hecho de un grandioso material para molestar a Miyuki—. Y cuando mencioné que eras la hermanita del ex capitán de Seidō la intriga fue mucho mayor.
—Solamente quieres que vayamos a tu fiesta para tu entretenimiento personal.
—Tú encárgate de convencer a Kazuya para que podamos divertirnos en grande. —Él escuchaba lo que quería oír y nada más—. ¿Qué te parece si pedimos? Estoy muriéndome de hambre.
—Narumiya-kun, debes comer apropiadamente y no llenarte de golosinas. Estos productos azucarados no forman parte de tu régimen alimenticio.
—Primero: llámame por mi nombre. Ya somos amigos, es lo normal.
A ella nadie le notificó sobre ello. ¿Cómo es que ahora eran amigos? Únicamente se habían visto dos veces en toda su vida; no podían forjar un lazo como ese en tan poco tiempo.
—Y segundo: si nadie se entera, no pasará nada. —Hacía clara referencia a los postres que iba a zamparse.
—Na...—Se retractó de dirigirse a él por su apellido al ver sus cejas fruncidas—. Mei, hay algo que quisiera preguntarte.
—Te escucho —dijo señalándole a la mesera todo lo que quería.
—¿Sabes cuál fue el motivo por el cual terminaron Oshiro Ena y Kazuya?
—Oh, ya la conociste.
—Sí.
—Mi consejo es que te mantengas lejos de esa loca. Será lo mejor para ti y tu relación con Kazuya —advirtió.
—Esa era la idea desde que me abordó para presentarse ante mí y «aconsejarme» sobre Kazuya. Sin embargo, alguien allegado a ella decidió tomar cartas en el asunto.
—Ellos empezaron a salir como pareja a inicios de mayo del año pasado. —Tal como le había dicho Kuramochi—. Como ambos eran miembros de clubes deportivos no había mucho tiempo para verse fuera del horario escolar, por lo que asistir en el mismo salón de clases era un modo de pasar tiempo juntos.
—Pues todo parecía marchar bien.
—Él problema fue que ella se enamoró, mas él no.
¿Amor no correspondido? ¿Podía contemplarse de esa manera? ¿No eran las relaciones sentimentales los lugares donde las emociones humanas evolucionaban, crecían, se estancaban o morían?
—Y si a eso le agregamos que Kazuya se enfoca tanto en el béisbol que no se acuerda ni siquiera de sí mismo...
—Y lo escasamente comunicativo que es.
—Tienes todo lo necesario para que una relación se vaya al garete.
Había sido como una pequeña bola de nieve que rodó cuesta abajo hasta convertirse en un monstruo que nadie pudo frenar hasta que se estrelló.
—Él terminó con el noviazgo y ella acabó con un corazón roto.
—No se puede obligar a nadie a sentir algo que no quiere o no puede —citó como un credo personal.
—Sora, ¿alguna vez alguien te ha roto el corazón?
¿La cuestionaba por su comentario o por mera curiosidad?
—Sí. No obstante, las circunstancias fueron completamente diferentes a las de ellos.
Había experimentado el dolor de la ruptura, la amargura de no poder seguir al lado de aquella persona aun cuando eso era lo único que deseaba; de seguir sintiendo tanto y no poder erradicar esos sentimientos.
—¿Y qué fue lo que hiciste después de que eso ocurrió?
No quería revivir el pasado y allí estaba él, invitándola a revisar sus viejas memorias.
—Lo que cualquier otra persona haría: seguir con su vida y esperar a que ese mal trago pasara. —Fue un proceso lento e insufrible, mas no imposible de ejecutar—. ¿Estás preguntándome todo esto para ver cómo actuaré si las cosas no terminan bien entre Kazuya y yo? ¿O recopilas información sobre la novia de tu mejor amigo?
—Ambas. —El Rey de Tokio era un maldito cínico y un chismoso consumado—. No quiero que Kazuya tengo otra loca obsesionada y tóxica queriendo arruinarle la existencia.
—Descuida, no soy de ese tipo.
—Y ya que estamos en materia, ¿cuántas relaciones has tenido antes de Kazuya? —Directo como siempre.
—Te responderé si me contestas una pregunta.
—Adelante. —A él nada le asustaba.
—¿Les han roto el corazón a ti y a Kazuya? —La curiosidad no era mala y menos si estaba justificada.
—A Kazuya no.
Lo cual sorprendía un poco a Sora. ¿Pero qué había de él?
—Tú y yo estamos en el barco de los corazones rotos.
—¿No estás siendo dramático? Puedo jurar que eso no le ocurriría a un chico como tú.
—¡Claro que no estoy siendo dramático! —exclamó cruzándose de brazos, indignado—. Ocurrió a comienzos de mi último año de secundaria. —Su rostro adquirió seriedad. Incluso eso conocido como melancolía y desconsuelo se derramó sobre sus ojos—. Justo cuando iba a declararme a la chica de la que me había enamorado, ella vino a mí y me confesó que el chico del que había estado flechada desde primer año le pidió ser su novia.
Él forzó una sonrisa y rascó su nuca con un oculto nerviosismo. Todavía existían viejas heridas que no habían terminado de cerrar; quizá nunca lo harían.
—Golpeé al idiota que empezó a pegar carteles vergonzosos de Kazuya por toda la escuela y amenacé pasivamente a su ex novia. —Lo más sano para ambos era dejar ese tema en el olvido y enfocarse en el presente—. A tu amigo no le gusta proteger su propio pellejo, mas ese no es mi caso. No pienso permitir que esa loca lo arrastre a él o a mí a su venganza sin sentido.
Pocas cosas lograban impresionar a Narumiya Mei. Mas las acciones y palabras de esa chica lo habían logrado sin esfuerzo.
—¡¿Que tú hiciste qué?!
—Lo que escuchaste, Mei. —No iba a repetir su fechoría en un sitio público—. Le dije a Oshiro-kun que resolviera sus rencillas en una plática directa con Kazuya y no me hizo caso. No me puede culpar por buscar otra forma de detenerla.
—Sora, ¡eres tan buena protegiendo a Kazuya! Estoy tan conmovido. —¿Y esas lágrimas falsas que limpiaba con un pañuelo de dónde habían salido? —. Yo sentiría mucha vergüenza de que fuera mi novia la que cuidara de mí todo el tiempo. No obstante, el ego masculino no existe en Kazuya. Por eso ni debe afectarle.
«Ya me queda claro por qué son amigos. Los dos son iguales. Ambos se echan tierra mutuamente».
—¡Ey! ¡Todavía no respondes a lo que te pregunté hace rato!
Extenuado y bañado en sudor se dispuso a dar una última vuelta alrededor de la cancha antes de ducharse y cenar. Sólo debía aguantar un poco más para descansar y olvidarse del día tan vertiginoso que vivió. Ese era su plan hasta que se encontró con un rostro desconocido.
—¡Ey, oye! —El desconocido levantó su mano derecha, moviéndola efusivamente de un lado a otro, buscando llamar su atención—. ¿Podrías orientarme?
Kazuya no era la clase de personas que entablaban pláticas con extraños, pero era alguien a quien le inculcaron modales básicos. Se aproximó hasta el chico que parecía alegrarse de haber recibido una respuesta positiva.
—Menos mal aún quedaba alguien por aquí —pronunció frente al capitán de Seidō, del otro lado del mallado.
El bermellón de su desobediente cabellera sobresalía. El color miel de sus pupilas se conjugaba con una piel que rehuía de los rayos solares. Y su estatura que llegaba el metro ochenta le proporcionaba un atributo físico difícil de ignorar.
Portaba una camisa sin mangas verde olivo. Y unas oscuras bermudas se acoplaban a las zapatillas deportivas que usaba.
—¿Estás buscando a alguien? —Era la conclusión más plausible.
—En realidad, sí —respondió velozmente—. Quisiera saber dónde puedo encontrar a Yūki Sora.
—¿A Sora? —soltó. La resultaba inusual que alguien preguntara por ella; más si ses trataba de un chico.
—Ella me dijo que era mánager del equipo de béisbol de Seidō y que en ocasiones suele irse más tarde de lo normal. Por eso me aventuré a venir a buscarla directamente. Pero no la he visto por ninguna parte —explicó con una pizca de desilusión en su voz.
—Ella se fue temprano hoy.
—Debí haberle hablado por teléfono para decirle que vendría a verla —suspiró decepcionado—. Pasaría a verla a su casa. Sin embargo, ya estoy corto de tiempo...
—¡Ey, Miyuki! ¡Sawamura y Furuya se niegan a dejar el bullpen hasta atrapes para ellos! —Debía evitar que esos dos cometieran una tontería y se lesionaran. Por eso había ido a buscar al cácher—. ¿Al fin han venido a golpearte por alguna treta que hiciste?
—Vine a buscar a una amiga mía. No vine a pelearme con nadie.
—¿Una amiga? Las únicas chicas que hay aquí son las mánager...—Yōichi examinó con mayor detalle al extraño. Poseía una arracada de plata en su lóbulo izquierdo y una pequeña coleta en la parte posterior de su cabeza; esa no era la apariencia de un chico de hogar—. Solamente una de nuestras mánager podría tratar con un sujeto como este… Eres amigo de Sora, ¿o me equivoco?
—Has dado justo en el blanco —Sonrió con diversión—. ¿Te lo dijo mi apariencia?
—Ella parece del tipo de chica que se codea con pandilleros.
El pelirrojo rio ante la idea que tenía sobre su amiga. Tampoco se le veía molesto por lo despectivo que había sido.
—Tú debes ser Kuramochi Yōichi, ¿cierto? —El corredor parpadeó. No estaba esperándose formar parte de las conversaciones que Sora tenía con sus viejos amigos—. Ella dice que siempre la estás molestando; y frunces el ceño justo como lo estás haciendo ahora.
—Te atrapó.
—¡No quiero escuchar eso de su idiota e insoportable novio!
—Claro que me ha hablado sobre ti, Miyuki. —Ambos lo miraban con curiosidad—. De hecho, no pensé que serías tú a quien me toparía mientras la buscaba.
—No me digas que ya estabas pensando otra clase de cosas, Miyuki. —Yōichi era un hombre de oportunidades y siempre las aprovechaba—. Como que te había llegado la competencia.
—Claro que no —refutó.
—Por cierto, me llamo Rokujō Kishō. Gusto en conocerlos. —Se presentó amistoso. Tal vez únicamente su exterior era rudo y un poco intimidante—. La próxima vez que visiten Shinagawa no duden en avisar para que les dé un tour completo por toda la ciudad y no tengan que verse con idiotas como los de la tienda de conveniencia.
—Espera, ¿tú fuiste quien le regaló esa cosa a Sora? —Nunca olvidaría ese pequeño aparato con el que su novia electrocutó a esos provocadores.
—Si te estás refiriendo a la pistola de electrochoques, sí. Fue un obsequio de cumpleaños. Creí que le sería útil ya que hay muchos idiotas por allí.
—Ella ya es peligrosa por sí misma. No necesita de aditamentos extras. —Kuramochi hablaba desde la voz de la experiencia. Ahora tenía otra cosa por la cual angustiarse.
—Chicos, me he divertido bastante charlando con ambos. Mas tengo que irme. —Dedicó especial atención en Kazuya—. Cuida de Sora —expresó un adiós con un ademán, dejándolos en un momentáneo silencio.
—Los amigos de Sora son muy extraños —expresaba Kuramochi contemplando a ese pelirrojo que corría.
—Eso explica por qué se volvieron tan amigos.
—Ey, ¡¿qué estás insinuando?! ¡Trae tu maldito trasero aquí mismo! —gritó mosqueado. Sus quejas y malas palabras fueron en vano; el cácher ya se había retirado con una sonrisa llena de frescura y cachondeo.
Se despertó quince minutos antes de que su alarma sonara. Y con pesada somnolencia salió de la cama para vestirse y dar inicio a la rutina de preparación; desde ese punto sus oídos serían bombardeados con la ensordecedora voz del pitcher de primero mientras le proporcionaba a Furuya razones por las cuales no podía recibir sus lanzamientos desde tan temprano.
El entrenamiento matinal concluyó en conjunto con el desayuno y la ducha matutina. Otro día vestido de absoluta normalidad; o eso quiso creer. El conmemorar todo lo vivido el día anterior en la escuela lo hacía cuestionarse seriamente si tenía que zanjar directamente aquel asunto.
Vistió su uniforme y abandonó su habitación. Tal vez caminar por los alrededores antes de dirigirse a la escuela lo ayudaría a despejar su mente.
Alguien parecía haber tenido la misma idea.
—¿Y esa cara de sorpresa? —cuestionó cuando notó el desconcierto en aquellos ojos cafés.
—Es la primera vez que te veo por aquí tan temprano.
La cercanía de su hogar con respecto a la escuela hacía de ella una de las primeras alumnas en arribar al plantel.
—No veo ningún letrero que diga que no puedo transitar por aquí a estas horas. —Fue la defensa que desplegó—. Y ya que traes el uniforme, deduzco que ya desayunaste. Vayamos a la escuela.
—Mandona.
—Tienes que ir a clases, lo diga o no. No cuenta como una orden. Es únicamente un comentario casual para iniciar bien el día. —Miyuki esbozó una media sonrisa; le entretenía que fuera tan orgullosa para cosas tan triviales.
—No tan temprano.
—Un día que lo hagas no va a matarte. —Y aunque él se mostró un poco renuente por llegar tan temprano, terminó caminando a su costado—. Sé que esto podría no interesarte, pero ya sé quién fue el idiota que imprimió y pegó todos esos carteles.
¿Habría estado indagando para llegar hasta el culpable? ¿Lo había sorprendido infraganti? ¿Y si ese fue el motivo por el que desapareció durante la clase libre que tuvieron ayer?
—¿Quieres saber quién fue?
—Sinceramente no podría importarme menos.
Sí. Sabía que él reaccionaría tan desinteresadamente.
—Ciertamente es un sujeto al que no vale la pena que conozcas. —Ella hubiera deseado esa suerte, mas las circunstancias fueron otras—. Ya le dije amablemente que no volviera a hacerlo.
—Eso significa que lo amenazaste y posiblemente lo golpeaste. —Sora podía ir y engañar a otros con que era una mujer de diplomacia, pero no a él—. No vale la pena que te metas en problemas por alguien así.
—La mayoría de los hombres poseen un ego tan frágil que prefieren callar a acusar a la chica que les dio una bonita paliza. Y él es completamente de ese tipo. —Estaba tan acostumbrada a lidiar con esa clase de patanes que los reconocía casi de inmediato.
—No te metas en líos innecesarios —repitió.
¿Era advertencia o un consejo? ¿Cuál de las dos?
—Ese tonto está intentando desacreditarte. Incluso podría hacer algo mucho peor que afectara tu estadía en el equipo de Seidō.
¿Una persona podía llegar a esos extremos? Miyuki creía fehacientemente que con los días se aburrirían y lo dejarían de acosar; así era como ocurría siempre.
—Está enamorado de Oshiro-kun. No va a estar satisfecho con lo de ayer.
—Sora, no pasará nada. No seré expulsado del equipo. No seas tan alarmista.
Ella era temperamental y directa exponiendo sus puntos de vista. No se quedaba callada cuando estaba en desacuerdo. Y en ese aspecto era totalmente opuesta a sus anteriores parejas. También era inesperadamente protectora hacia él, hacia lo que la gente quisiera hacerle. Y sinceramente no sabía muy bien cómo sentirse al respecto. Resultaba sumamente desconcertante.
—Sí que eres optimista, Kazuya.
—Y tú demasiado necia. —No le reprochaba. Sin embargo, quería que entendiera que no necesitaba obsesionarse con el tema—. La novia del capitán del equipo de béisbol de Seidō no debería estar envuelta en actos vandálicos de ningún tipo. Piensa en mi impecable fama.
—Jamás tuviste una excelsa reputación, Kazuya —apuntó—. Que yo vaya a poner en su sitio a un tonto no empeorará la famita que ya tienes por toda la escuela.
—A Tetsu-san no le gustará que su hermana se vuelva una delincuente. Ponte en sus zapatos.
Estuvo a punto de comprarle el discurso, pero cuando descubrió esa sonrisa de zorro embustero, desistió.
—Está bien. No haré nada contra ese idiota porque me lo estás pidiendo tú. Porque por mí ya estaría contra el suelo rogando piedad. —Aceptar su petición no la privaba de quejarse.
—Salvaje.
—Es lo que hay.
—Por lo menos intenta negarlo un poco.
Incluso cuando llegaron juntos, su caminata compartida quedó pospuesta cuando el cácher fue abordado por su hermano mayor y algunos miembros de tercer año. Y pese a que podía quedarse y escucharlos hablar sobre el campamento invernal y su decisión de ayudar al equipo durante esos días de incesante entrenamiento, decidió llegar al salón de clases.
—Esta fecha quedará marcada en el calendario como el día en que Kuramochi Yōichi llegó antes que nadie a clases. —Si no había ingresado era porque él estaba parado bajo el umbral, obstruyendo el paso—. ¿Vas a dejarme pasar?
—Dame tu maletín. Yo mismo lo dejaré en tu puesto. —Esa repentina amabilidad escondía algo.
—¿Qué es lo que está pasando? —pidió. Y él se mantuvo silente—. Si no vas a decirme nada, déjame pasar.
—¡No! ¡No entres!
Era demasiado tarde para peticiones o advertencias. Ella se coló al interior del aula con notoria facilidad.
Por mero instinto miró hacia la verde pizarra, hallando el motivo por el cual se le había prohibido el acceso.
Las fotografías que habían sido pegadas ahí con intención de hacerla ver como alguien que irrespetaba a su pareja y gustaba de atesorar el calor ajeno, fueron la primera chispa que encendió la mecha de su irritabilidad. Lo segundo que contribuyó a que el fuego arrasara su interior era la cobardía que percibía en quienes maquinaron aquel plan urdido por la desesperación y deseos ciegos de amedrentarla.
—¡Mierda! —blasfemó inútilmente. Ella no lo escuchó—. Se ha quedado totalmente callada, absorta en ese estúpido pizarrón. ¡Le dije a Sawamura que se apurara con el agua y el jabón!
—Esto va a acabar muy mal. —Fue la premonición que escapó de los labios de Tatsuhisa cuando se reunió con Kuramochi.
