Troublemakers
Llegó a casa y saludó a su familia que recién terminaba de cenar. Se apresuró a ducharse y vestir la ropa más cómoda del día. Tomó su teléfono celular y le marcó a la persona con la que tenía un asunto que resolver.
—¡Sora! ¡Es toda una novedad el que me estés llamando! ¿Lo has hecho porque al fin te has dado cuenta de que soy el mejor pitcher de todo Japón y deseabas decírmelo antes de irte a dormir?
No estaba esperándose un saludo ordinario de su parte. Lo que dijo superaba con creces cualquier otra cosa que se hubiera imaginado.
—No —respondió secamente—. Te marqué por otro motivo.
—¿Por los rumores que se han creado de nosotros dos?
—Sí.
—¿Por qué no hiciste nada? ¡Esa tarde que nos vimos me juraste proteger a Kazuya de esa maniática! —Era inevitable que los reclamos no llovieran—. ¡Y mira todo lo que pasó! ¡Todos en Inashiro creen que estoy engañando a mi reina! —expresó con una molestia pasiva.
Quería mostrarle más enojo, pero probablemente se controlaba a sí mismo por ser la novia de Kazuya.
—Mei, mi intención era hacerlo. Sin embargo, tu queridísimo amigo me dijo que abortara la misión. Que todo se iba a arreglar solo.
Ahora ambos estaban enfadados.
—Sora, jamás sigas las peticiones de Kazuya. Sólo te traerán problemas. Es como una zarigüeya. Finge que está muerto para alejar a sus depredadores.
—Hoy todo mundo anda con las analogías con animales...
Primero Kuramochi y ahora el Rey de Tokio.
—Despreocúpate. Yo directamente me haré cargo de todo este problema —aseguró.
—No es necesario. —Le advirtió—. Es algo que solucionaré personalmente y con mucho gusto. Tú solamente debes seguir parándote en tu montículo y continuar lanzando como si nada hubiera ocurrido.
—Se oye como si fuera a correr sangre. —Le divertía. Claro que lo hacía. Especialmente porque no era su pellejo el que estaba en riesgo.
—Dejando eso de lado, no te llamé para informarte sobre mi resolución. Si no para hacerte un llamado de atención.
—¿A mí? ¡¿Por qué?! —Se afrentaba con tanta facilidad.
—Tu novia vino a Seidō, buscando a Kazuya. Y no precisamente para charlar sobre béisbol. —Narumiya la dejó continuar—. ¡Lo cacheteó! Y no satisfecha con eso, le lanzó pelotas de entrenamiento como si fuera un animal indeseable.
—¡Mi Anna jamás haría algo como eso! —Sabía que Annaisha no era una frágil flor de cerezo. Mas de eso a que hiciera todo lo que Sora le relataba, la parecía una locura; simplemente impensable.
—¿Qué ganaría yo con mentirte? —espetó temperamental—. Le dio una cachetada que le dejó toda la mejilla inflamada. Y aparte tiene hematomas en todo el torso —relató con menos injundia—. Sé que Kazuya tiene parte la culpa en todo esto, pero ni él merecía un trauma como el que hoy le produjo Harada-kun.
—No me lo creo. —¿Por qué estaba siendo tan obtuso? —. Mi hermosa reina no llegaría a esos extremos. Sobre todo, al saber que puede lesionar a Kazuya de gravedad e imposibilitarle seguir jugando.
—Puedes venir a visitarlo mañana mismo si quieres para que te des cuenta de que no estoy exagerando.
—Oh, hablamos después Sora.
Desde el otro lado de la bocina escuchó perfectamente una puerta abriéndose. ¿Quién le visitaba a esas horas de la noche? ¿Sería la persona que estaba pensando?
—Hasta mañana. —Colgó y enfocó sus entusiasmadas pupilas en la persona que había entrado con el sigilo de un ladrón experto—. ¿Dónde habías estado que me tenías todo abandonado? —Mei, aun con esos aires de madurez y grandeza que se daba, seguía comportándose infantilmente para muchas situaciones. Y el no tener su dosis de calidad al lado de su amada novia, era una de ellas—. ¡Anna! —Se lanzó a abrazarla. A compartirle su calidez y a trasmitirle lo mucho que la había echado de menos en toda esa tarde.
—Mei —nombró. Y lo apartó un poco para poder mirarse atentamente—. Tu amigo ha aprendido su lección. Y pronto tu orgullo y dignidad serán resarcidos. Puedes estar tranquilo, mi rey.
—¡¿Entonces lo que me dijeron fue cierto?! —gritó. Rápidamente se tapó la boca con ambas manos; alguien lo escucharía y entonces se meterían en gravosos problemas—. Sora acaba de hablarme, quejándose de que golpeaste a Kazuya.
—Se lo tenía bien merecido por ser un cobarde. —La impresión que poseía sobre ese cácher no hacía más que empeorar conforme más lo conocía.
—¡Pudiste herirlo de gravedad! —Estaba conmovido de que protegiera su honor y lo cuidara con tanta devoción, mas también sabía que lo que hizo fue imprudente en demasía—. Pudo quedar lesionado.
—¿Lesionado? —enunció con molestia—. La única lesionada aquí, soy yo. Mira cómo me quedó la mano... La mano con la que lanzaré el día de mañana. —Mostró su palma. Estaba enrojecida, inflamada y muy adolorida.
Narumiya entendía el amor que Kazuya le profesaba al béisbol, por lo que sabía que, si algo le impidiera jugarlo parcial o totalmente, lo destruiría por dentro. Asimismo, comprendía su postura, sus deseos de defenderlo y a los extremos que tuvo que llegar para hacerlo.
Estaba preocupado por su amigo. Pero sobre todas las cosas, le angustiaba más el estado físico de su novia y el dolor del que sería víctima desde esa misma noche.
—Lo siento. Me exalté un poco. No era mi intención hacer menos tu situación. —Tomó su herida mano entre las suyas; era pequeña y lo suficientemente fuerte para atrapar sus salvajes lanzamientos—. Gracias por todo, Anna.
—No tienes nada qué agradecer. —Su mano estaba cautiva, con delicadeza, entre las del pitcher. A veces le parecía tan divertido como enternecedor que él la contemplara como una chica tan frágil cuando era consciente de que, físicamente hablando, era muy resistente—. Siempre estaré ahí para cuidar tu espalda, Mei. De quien sea.
—Tal vez Kazuya no merecía todo ese castigo, pero seguramente él tuvo la culpa de que te descontrolaras y todo acabara de ese modo. —Oh, esa bendita sonrisa que únicamente se comparaba con la calidez y el brillo del astro rey. Era perfecta. Era lo que necesitaba para terminar su día—. Vayamos por un poco de hielo para que baje un poco la hinchazón.
La mañana del día siguiente no había estado llena de mensajes o fotografías denigrantes. No había necesidad de ello porque los que se alimentaban de los encabezados amarillistas se giraban en otra dirección cuando la veían llegar; poseían el cinismo de susurrar todo lo que no tenían el valor de decirle en la cara.
No se amedrentaría por lo que la gente cuchicheara a sus espaldas. Alguien le había enseñado desde muy pequeña que una de las pasiones más adictivas y bajas del ser humano era la de hablar de otros, como si esas vidas le pertenecieran. Y simultáneamente, se ofendían en cuanto se les reclamaba.
Y con esos ojos cargados de prejuicios sus clases concluyeron, dando pauta a las actividades del club.
«Kazuya no recuerda la conversación que tuve con Harada-kun. Y ninguno de los chicos le dirá nada sobre que me reuniré con ella y lo que ocurrirá esta tarde».
Los bates metálicos que pulía con profunda devoción podían ser usados como espejos de tan relucientes que estaban. Ocuparse le ayudaba a mantener su mente en orden.
—Sora, ven conmigo.
Escuchó ser nombrada. Inevitablemente buscó a su interlocutor.
—De una vez te advierto que no pienso limpiar ni una pelota más. Les dije que ya estaban listas para ser guardadas, pero ustedes las tomaron igualmente —expresó mostrando su desaprobación ante lo desobedientes que habían sido.
—Tonta, no se trata de eso. —Kuramochi suspiró exasperado—. Tú sígueme.
—Primero ayúdame a guardar estos bates.
Él la apoyó en su petición. Y pronto regresó al campo A pese a que las prácticas habían acabado.
Su desconcierto alcanzó la cúspide cuando halló una reja llena de pelotas de béisbol y un bate metálico que no había pasado por su proceso de calidad.
—Está sucio.
—¡Eso es lo de menos! —gritarse formaba parte de su código de amistad—. Ponte esto y luego toma el bate.
—¿Por qué? —Observó esos guantes negros con duda.
—No queremos que mates a nadie este día. Por eso los chicos y yo decidimos que necesitabas una terapia que te ayudara a relajarte para liberar tus ansias asesinas —explicaba colocándole el casco y las coderas.
—¿No crees que estás exagerando? —Hasta los guantes le había puesto.
—Estamos hablando de un posible homicidio. Ninguna medida es demasiado exagerada. —Colocó sus manos sobre sus hombros, palmeándolos—. Vas a tomar una pelota y la impulsarás hacia arriba. Que no quede muy alta. Y entonces...
—Kuramochi, sé cómo hacerlo —expuso—. Y yo libero mejor mi estrés golpeando un saco de boxeo o en su defecto, un costal humano.
—La pelota es lo único que vas a golpear este día. —Sus palabras sonaban a regaño y a amenaza.
—Está bien. Haré lo que me pides. —No tenía otra elección. Mataría el tiempo en lo que recibía el mensaje de Harada-kun.
El sonido tan característico de la pelota impactándose contra la dura superficie de un bate era tan familiar para cada miembro del club de béisbol que era inevitable no sentirse curioso por su origen.
Ignoraba las furtivas miradas porque su atención estaba en cada pelota que tomaba y golpeaba con inesperado control. Y aunque había varios esféricos concentrados en el jardín central y derecho, poseía una notoria predilección por arrojarlas hacia el jardín izquierdo.
—¿Esa es Yūki-kun? —Takashima fue una de las personas que indagó cerca de la cancha de béisbol para averiguar si eran los chicos los que estaban haciendo revuelo.
—Sí —contestó quien se había movilizado hasta ahí para ver si Kuramochi lograba su objetivo.
—Oh, Miyuki-kun, ¿tú también te cortaste afeitándote? —Se le escapó decir a la profesora de inglés al encontrar el albo parche sobre la mejilla del cácher.
—Algo así...—Agradecía que el hielo hiciera maravillas con los procesos inflamatorios o tendría la mitad del rostro tan inflado como un pez globo tras ser atacado por un depredador.
—Y yo pensando que intentabas esconder una bofetada dada por Yūki-kun. —Las mujeres y su sexto sentido empezaban a aterrar a Miyuki—. La cual seguramente te hubieras merecido.
—Rei-chan, ¿qué me quieres dar a entender con eso? —Porque tenía derecho a indignarse con lo que estaba insinuándole.
—Mejor una cachetada a que te golpee con una de esas pelotas.
—No estoy seguro cuál de las dos opciones sería menos dolorosa.
Verla sosteniendo un bate, inmersa no en la pelota que le lanzaban, sino en el punto al que quería mandarla, era nuevo; ajeno a su persona. Aun cuando lo había confesado de su boca no lo había visto por su propia cuenta. Y aquella faceta no le resultaba en lo más mínimo indiferente.
—Ya trajeron más —decía Rei. Sawamura cargaba una reja amarilla—. Al final no pudieron resistirse.
Esos chicos que había visto esforzarse, sufrir y disfrutar del béisbol de Seidō, habían llegado en compañía del pitcher de primero con un guante por debajo del brazo. Era evidente lo que harían, aprovechando la energía que les quedaba y el ímpetu con el que esa adolescente bateaba.
—El entrenador los mandó a descansar y ellos ya están actuando tan despreocupadamente.
—Miyuki-kun, deberías preocuparte más de que ninguno de ellos se adelante y anote una carrera en tus propias narices —versó y ajustó sus gafas. Su sonrisa estaba teñida de burla y malignidad.
—No hay manera de que eso suceda. —Le aseguró sonriendo con altanería.
—Los hombres que son tan confiados como tú son a los que más rápido se les escapa la presa.
—Rei-chan, ¿volvieron a dejarte?
Él corría, riéndose. Ella lo maldecía, deseando que la siguiente pelota rebasara la valla e impactara directo contra su cabeza. Tal vez de ese modo dejaría de comportarse como un imbécil.
Ninguna pelota lo alcanzó.
—¡Es tan divertido sacar a Rei-chan de sus casillas! —Su carrera lo había alejado de las injurias de la profesora, acercándolo hasta sus compañeros de equipo—. No me sorprende que los chicos sigan con energías para seguir atrapando la pelota. Lo que sí es inesperado es que ella mantenga el ritmo.
Y sin hacer el mínimo ruido, pronto estuvo a las espaldas de Yōichi.
—¿Se divierten?
—¡Idiota! —Una patada directo al trasero fue lo que recibió Miyuki después de ser insultado—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en tu cuarto, llorando por el trauma de ayer?
—No sé de qué me estás hablando.
—Descuida, tenemos fotos y hasta vídeos de lo que te hicieron —comentó—. Y bueno, ¿qué es lo que quieres? Si has venido a molestar, mejor regresa por donde viniste.
—Sí, bueno. Necesito hablar con Sora.
Kuramochi puso atención a su petición. Sin embargo, dio media vuelta y lo ignoró.
—¡Zono, inténtalo con más fuerza! ¿Dejarás que la hermanita de Tetsu-san te haga sufrir?
—¡Sora-senpai, usted también tiene el instinto animal de Tetsu-san! —gritaba un emocionado Eijun.
—Esto está resultando más divertido de lo que esperaba. —Kanemaru compartía su opinión abiertamente.
—La hermanita de nuestro ex capitán está llena de sorpresas. —Kawakami también terminó arrastrado en aquella terapia para mitigar el estrés. Y no se le veía arrepentido—. Deberíamos hacer más sesiones como estas de ahora en adelante.
—¡Ya traje las bebidas y las toallas! —comunicaba Takeru para los enajenados chicos que amaban el béisbol más que su existencia misma.
—Ey, ¡que alguien traiga más pelotas! Ya se agotaron.
—Chicos, ya vi que se están divirtiendo...—La oración de Kazuya se escuchaba como un murmullo en aquel ambiente ruidoso congestionado de tantas voces.
—Yo iré por ellas.
—También trae más bebidas. Ya se nos acabaron.
—Yo pido una lata de café frío —expresó su gusto quien había cesado con su terapia sólo porque se le acabaron las pelotas.
Ella escuchó vagamente su nombre seguido de un agarre sobre su antebrazo derecho. Su siguiente panorámica fue la de los miembros del equipo de béisbol, alejándose más y más mientras no comprendía qué era lo que les causaba tanta risa.
—Oh, Kazuya. Eres tú. —Y menos mal que se percató de que era él porque ya iba a ponerse a la defensiva—. ¿Ocurre algo? ¿Por qué estamos caminando tan de prisa?
—Sí. Quería hablarte de un par de cosas.
Estuvieron frente a las máquinas dispensadoras de bebidas cuando se detuvieron.
—¿Te provocó alergia la crema?
—No. ¿Por qué piensas que te hablaría de eso en primer lugar?
—A algunas personas les produce comezón o enrojecimiento. Podía ser tu caso... Tampoco es un tema tabú. —Él negó con su cabeza—. Te escucho entonces.
—Iré a hablar con Oshiro sobre lo que está haciendo. Intentaré persuadirla de que detenga todo esto.
Parpadeó un par de veces. Entre abrió sus labios queriendo forzar una palabra que nunca adquirió forma. Impactada, continuaba asimilando su promesa.
—Kazuya, el golpe que te dio Harada-kun de verdad te afectó. Ya estás diciendo incoherencias. —Se resistía a creer lo que escuchó.
—Hoy estás en exceso graciosa. Ya te está afectando relacionarte con Kuramochi.
—Es tu culpa. Siempre pasaste de ir a hablar con ella y ahora de repente te apetece hacerlo.
—¿Celosa? —Se necesitaba valor y mucha soberbia de su parte para atreverse a hacerle tal insinuación mientras no ocultaba que lo estaba disfrutando.
—Tú sabrás si me engañas con una loca como esa.
Su respuesta no era precisamente la que estaba ansiando. Era mejor.
—¿Me estás amenazando? —preguntó con fingido temor.
—Tómalo como un ultimátum.
—Es exactamente lo mismo —objetó.
—Quiero ir contigo cuando lo hagas.
Él la vio con extrañeza. No la consideraba alguien celosa o posesiva. ¿Y si la había juzgado mal?
—Su hermano menor va en el equipo de judo. Si él te ve cerca o se entera que quieres hablar con ella, se te querrá ir encima. Y no pienso permitirlo.
—Está bien.
—¿En serio? ¿No vas a reñirme por eso y a decirme que soy una exagerada? —Que alguien anotara en el calendario el día en que Miyuki estaba de acuerdo con ella. Era un día que pasaría a la posteridad.
—No.
—Estoy sin palabras. No sé qué decir.
—Lo otro de lo que te quiero hablar es sobre lo de anoche...—Su oración fue como un bisbiseo que estaba destinado a ser escuchado únicamente por ella—. Ni se te ocurra decírselo a nadie o ambos estaremos en graves problemas...
—Es algo que no le contaría a nadie, tonto.
—Y otra cosa.
¿Todavía había más? Ese día Kazuya no dejaba de sorprenderla.
—Mei quería que me reuniera hoy con él, que quería hablar de algo importante. Sin embargo, le dije que no podía, porque íbamos a salir después de terminadas las prácticas de la tarde.
—¿Me estás usando de excusa, pequeño embustero rastrero?
—Lo menciono porque es probable que te llame para asegurarse que no le he mentido. —Ella no sabía qué era peor: que el mintiera tan ruinmente o que Narumiya todavía le creyera.
—¿Y si quiere hablar contigo?
—Dile que no quieres que esté incordiando en nuestra cita y cuélgale —El dolor de su mejilla no lo limitaba a disfrutar plenamente de la mentira que había orquestado. Estaba mucho más tranquilo, tan fresco, tan campante.
—¿Qué tanto odias al pobre de Mei como para hacerle esto?
—Por fin podré descansar apropiadamente esta noche. Y sin tener que oír sus quejas. —La risa es capaz de curar todos los males, pero también era un reflejo de lo torcido que podía ser alguien.
—Mei, voy a conseguirte otro mejor amigo.
Inashiro era una de las escuelas más prestigiosas que había en todo Japón. No únicamente resaltaba en su parte académica, sino también en la deportiva; especialmente en el béisbol y sóftbol. No obstante, ellos no estaban ahí para admirar sus instalaciones ni conocer a sus jugadores estrella sino para reunirse con quienes poseían un objetivo en común que buscaban aplastar.
—Eres inesperadamente puntual —comentó Annaisha para la mánager de Seidō cuando se hallaron reunidas—. Tú también traes compañía.
—Técnicamente él era quien se iba a encargar del obsesionado con Oshiro-kun y de su hermano. Pero los planes cambiaron. —Su mirada se encontraba atenta a la joven. Si bien se hablaban civilizadamente, todavía estaba un poco resentida por lo que le hizo al cácher—. Yūki Sora.
El joven de cabellera oscura perfectamente arreglada y corta, acorde a los cánones escolares, emanaba un aire de seriedad que se acentuaba gracias a sus tranquilas y oscuras pupilas grisáceas. Era alto, delgado y sus facciones faciales lo convertían en alguien bien parecido.
Vestía demasiado formal para su edad.
—Kimura Seiya —expresó educada y escuetamente. Lucía como alguien que había tenido una educación impecable.
—Rokujō Kishō. —El pelirrojo también dio a conocer su nombre—. Sora me había pedido el favor de encargarme del hermano de esa chica y su amigo. Aunque me comentó que había alguien que deseaba hacerlo personalmente.
—Sí. Yo.
Rokujō sonrió divertido ante el ímpetu de la muchacha. Kimura rodó los ojos ante la obstinación de su amiga de querer meterse en problemas por ese irritante pitcher.
—Esos chicos tienen actividades específicas. Mas coinciden en un mismo punto durante el día —explicaba el amigo de Sora a la interesada—. Ese horario va desde las 7 a las 8 de la noche.
—A Ambos les gusta visitar un establecimiento de billar ubicado en Shinjuku.
—¿En qué parte? —indagó Seiya.
—¿Dónde más? En el barrio rojo. —La respuesta de Kishō provocó un gesto de desagrado en el muchacho.
—Anna, deja que ellos se encarguen de este asunto. Tú no tienes por qué meterte en un sitio como ese para poner en su lugar a dos indeseables. —Si la había acompañado no era por su simpatía hacia as de Inashiro ni para salvar su reputación. Lo hizo por ella, para evitar que se metiera en problemas legales o se lastimara de gravedad.
—No. Esto lo tengo que hacer por mí misma —expresó con una convicción inamovible que no claudicaría sin importar cuántas buenas razones le diera—. Y tú prometiste venir conmigo. —Se acercó a él, tomándolo del brazo, dedicándole una pequeña y cálida sonrisa—. Vamos.
—No olvides el código que establecimos.
—Claro que no.
Shinjuku era el centro comercial y administrativo más importante de la Metrópolis de Tokio. En él se hallaba la famosa estación de trenes más utilizada en todo el mundo. Por ello, en el área cercana a su estación coexistían una gran concentración de tiendas de electrónica, centros comerciales, cines, restaurantes, bares y hoteles internacionales. Sus calles eran el reflejo de la modernidad.
Con media hora de caminata intensa arribaron hasta el centro neurálgico de Shinjuku; este colindaba con el barrio coreano de Shin-Okubo. Y entre ambos puntos moraba el barrio rojo.
—Anna, todavía estamos a tiempo de irnos —pronunciaba Kimura sin apartar sus ojos del enorme arco carmesí que anunciaba la entrada a uno de los barrios más polémicos de todo Tokio. Ese que no querría visitar nunca en su sano juicio.
—Este sitio está atiborrado de locales. Espero que sepan a cuál tenemos que ir. —Annaisha estaba más centrada en su meta que en lo que decía su amigo de secundaria.
—Por supuesto. —Rokujō tomó la delantera y pronto se halló con la compañía de Sora.
—Avancemos, Seiya. —No quería quedarse rezagada por lo que apresuró su andar.
A Kimura le restaba seguirla intentando no prestar atención a su alrededor.
No se necesitaba indagar profundamente para hallar multitud de establecimientos especializados en el entretenimiento adulto, clubes nocturnos y hoteles del amor. Y con la misma proliferación también había bares y restaurantes. Tal vez lo que más perturbaba a quien deseaba no estar allí, eran esas miradas clandestinas que lo devoraban; no quería sopesar los bajos deseos que provocaba en esas mujeres y varones.
—¿Qué clase de estudiantes de preparatoria son esos dos para rondar estos sitios? —Por fuera se veía tan impávido. Sin embargo, por dentro, se sentía incómodo, asqueado de estar en una zona prohibida donde el degenere se vivía en su máximo esplendor.
—Llegamos.
Ignoraron el vistoso nombre del billar y accedieron. Su interior no era menos llamativo.
Había una cantina al fondo cuya barra rebosaba de adolescentes, adultos mayores y unos cuantos trajeados que optaron por irse a relajar a media semana. Y frente a ese mundo de alcohol había ocho mesas de billar. Una rockola amenizaba el ambiente.
Los chicos que vinieron a buscar se encontraban a mano derecha de la entrada, hasta el fondo. Y ellos por su parte se mezclaron entre quienes esperaban su turno para jugar
—Akimoto Taiki es el nombre del chico que está tomando la gaseosa de naranja. Y el que tiene el taco en sus manos es Oshiro Toshio, el hermano menor de la loca —informó a quien se limitó a escucharlo antes de dirigirse a la mesa en la que estaban esos dos—. Y yo que creía que tú eras muy impulsiva.
—Siempre habrá gente que lo sea más —habló Sora. Su amigo le sonrió en silenciosa complicidad—. Ella no podrá sola con los dos.
—Espero no sean un estorbo para Anna. —Les advirtió Kimura a ambos.
—En lo más mínimo. —Yūki estaba concentrada exclusivamente en Harada.
Annaisha ignoró los ojos que la inspeccionaron. Su objetivo estaba a menos de dos metros de ella que casi podía escuchar su puño estampándose contra alguna zona blanda de sus cuerpos.
—¿Se te ofrece algo? —Taiki al no conocerla de ninguna parte, la cuestionó.
Su respuesta fue un puñetazo directo en la cara que lo arrojó al suelo.
—¡¿Qué demonios te pasa, loca?! —Akimoto se puso de pie furioso secando con el reverso de su mano la delgada línea de sangre que escurría de su nariz.
—¡Es lo mismo que yo te digo! ¡¿Cómo te atreves a ensuciar el nombre de mi rey, del rey de Tokio?! —gritó tan alto que todos cesaron sus actividades y los convirtieron en el centro de su entretenimiento—. ¡No eres más que escoria y estoy aquí para que te arrepientas de lo que has hecho!
—De modo que tú eres la novia de ese rubio alzado. —Sus palabras encolerizaron aún más a quien no le importó darle otro golpe directo en la cara—. ¡Maldita seas! ¡Pegas como una mula! —maldijo, negándose al diálogo.
—Deja que me haga cargo de ella —propuso Oshiro, golpeando suavemente su palma con el taco.
—No. Yo puedo encargarme de esta maldita loca —estableció.
Gracias a su entrenamiento como cácher, sus reflejos eran agudos; tan finos para ayudarla a sortear cada puñetazo que el adolescente le arrojaba. Pero ella necesitaba apalearlo más. Y ese deseo la volvió descuidada, otorgándole a Taiki una oportunidad para que la alcanzara.
Sus rodillas flaquearon, impactándose contra el piso de azulejos monocromáticos. Y sus manos abrazaron con aprehensión su estómago, intentando mitigar el penetrante dolor que la encorvaba, que la imposibilitaba para levantarse.
—No pienso dejártela tan fácil. —Necedad y un amplio umbral del dolor la impulsó a ponerse de pie para arremeter con más fuerza que antes.
Le entregó otro puñetazo a Akimoto y aprovechó para obsequiarle uno a Oshiro. Nadie podía meterse con Narumiya sin pagar las consecuencias.
—Vas a arrepentirte por haberte metido con nosotros. —Toshio se acercó a su amigo. Estaba dispuesto a darle una paliza a una mujer tan altanera.
—¡Isha! —Esa era la clave establecida entre ambos para marcar un límite, para dictaminar que ya era suficiente para alguna de las dos partes involucradas en la pelea.
Ella atendió a su acuerdo y tomó distancia de esos dos, soportando el malestar físico que padecía. Ellos, en cambio, no iban a permitírselo.
—¿A dónde crees que vas ahora, preciosa? La fiesta apenas va a dar comienzo y tú eres la invitada estrella. —Taiki la apretó con fuerza excesiva, llevándola a contraer su rostro ante el malestar que le provocaba—. Te devolveremos el saludo.
—¿Por qué no te diviertes conmigo?
No hubo tiempo para ver quién le hacía tan tentadora invitación. Tampoco para percatarse de que el entorno había cambiado. Solamente hubo segundos dolorosos en los que sintió una rápida y salvaje opresión en la boca de su estómago, acompañado de un golpe a la mitad de su espalda que lo hundió contra el suelo.
La falta de aire era el menor de sus inconvenientes.
—Creo que ya no tienes ganas de seguir divirtiéndote, Akimoto-kun. Es una lástima. —Sora sonreía. Él tenía una expresión de pavor porque la había reconocido y sabía lo que ocurriría—. Escoria.
Su insulto fue acompañado con una patada en su costado. El impulso que era necesario para que él experimentara lo duros que eran los laterales de una mesa de billar.
—¡Maldita, me encargaré primero de ti!
Sora no había olvidado la presencia del hermano menor de Ena. No obstante, ella no estaba destinada a enfrentarlo.
—Un hombre que lanza injurias contra una mujer es basura. Y aquel que se atreve a ponerles la mano encima ni siquiera debería seguir respirando.
La altura del pelirrojo podía ser material de intimidación. Mas lo que causaba esa sensación en quienes lo confrontaban era su perfecta y candorosa sonrisa; esa que alertaba de que algo no estaba bien aun cuando no se detectaba una amenaza latente.
Toshio hubiera deseado tener la misma suerte que su altanero amigo y no vérselas con aquella patada frontal ascendente que lo derribó, haciéndole escupir un puñado de sangre.
—Ki-chan, espero no lo hayas golpeado en serio —señaló viendo a quien pasó de ser un engreído a un llorón—. Una quijada rota es mucho más complicada de encubrir.
—Si se la hubiera roto estaría inconsciente del dolor. —Miró al chico que balbuceaba incoherencias y sintió pena—. Para ser miembro de judo no es muy bueno.
—¡Esta no la voy a perdonar! ¡Sabrán de mí! ¡Los demandaré! —chilló el que se llevó la paliza más dolorosa.
—Yo solamente vi a una chica defendiendo la vida privada de su novio ante dos adolescentes resentidos que expusieron material personal en todo Internet. Y bueno, hasta donde sé la difamación es un delito que se persigue —explicaba Yūki.
—Ustedes la agredieron y ella actuó en legítima defensa —agregó Kishō al discurso de su amiga—. Y nosotros hicimos lo que cualquier otro ciudadano promedio haría.
—¡Nadie les va a crees! ¡Aquí todos fueron testigos de lo que nos hicieron!
—¿Testigos? Aquí nadie vio nada, ¿verdad, chicos? —Rokujō preguntó a todo el público espectador.
—Solamente vi a dos cobardes aprovechando su número para intimidar y golpear a una chica indefensa —contestó el cantinero.
—No deberían dejar entrar chicos como ellos aquí. ¡No sabemos cuándo podían írsele encima a una chica!
—Ella exclusivamente quería hablar y esos dos terminaron apaleándola... ¡Qué horror!
—¿Y si llamamos a la policía?
—¡¿Qué están diciendo?! ¡Fueron ellos los que se metieron con nosotros!
—Chico, te recomiendo que te vayas y te lleves contigo a tu amigo o tendrás muchas más cosas que te duelan. —El adulto que era amo y maestro de la barra compartió un sabio consejo para el imprudente bañado en cólera—. La gente de aquí aborrece a los malos perdedores que amenazan con ir de soplones. Es la ley no escrita de este barrio.
El hombre entrado en años, no intentaba engañarlo. Los mismos que habían estado jugando tranquilamente al billar los veían con desprecio.
—¡Vámonos de aquí, Taiki!
—¡No vuelvan a meterse con mi rey, malditos cobardes! —Annaisha continuaba convaleciente, pero ya tenía fuerza para lanzar injurias.
El peligro dotaba al cuerpo de energía y fuerza suficientes para escapar de una situación puntiaguda. Y había sido esa adrenalina la que lo impulsó a irse en compañía de su amigo.
—Un problema menos. Ahora vayamos por la ex novia tóxica —recomendaba Sora acercándose en compañía del pelirrojo hasta Harada y Kimura—. Esa patada frontal estuvo impecable. Fue una obra de arte.
—La sentí un poco sosa —decía burlón—. Cambiando de tema. Debimos de haber intervenido antes —expresó Kishō al examinar el estado físico de la receptora.
—Sí. Pero ella no lo iba a permitir —mencionó—. Deseaba darles su escarmiento personalmente. Tú deberías entenderla mejor que nadie.
—El dolor pasará, mas la satisfacción de haberlos golpeado perdurará por siempre.
—Sí. Justamente.
—¿Puedes andar sola? —Seiya estaba preocupado incluso cuando ya estaba acostumbrado a esos duelos donde ella salía molida a golpes; su orgullo la orillaba a no mostrar debilidad.
—Sí. —Pese a que sentía una palpable incomodidad no iba a ser tan patética como para dejarse vencer por ello. Además, todavía le quedaba una presa que cazar—. Yūki-kun, Rokujō-kun, gracias. —Gratificó durante su proceso de levantarse.
—Anna, empiezo a creer que de tu círculo social soy el único civilizado —pronunció para quien se alzó de hombros y le quitó todo el peso a su afirmación—. Aunque nunca me sentía tan seguro como hoy teniendo a esos dos perros guardianes a nuestro lado —susurró exclusivamente para ella—. Al final lo único que importa es que tú estés bien.
—¿Irás con esas heridas? —Kishō observaba los nudillos enrojecidos y ligeramente mojados por la sangre.
—Por supuesto.
—Pasemos a la farmacia antes de dirigirnos a la casa de Oshiro-kun. —La idea de Sora fue apoyada silenciosamente por Annaisha y Seiya.
Algodón, vendas, alcohol y desinfectante fueron la compra principal de camino a la estación de Shinjuku.
Tras una rápida curación que involucró desinfectar las magulladuras de los nudillos de Harada y vendar sus manos para evitar infecciones o roces dolorosos, tomaron el metro. La travesía concluyó cuando las puertas del metro se abrieron lejos de aquel barrio de pecado y lujuria.
—Existe una gran probabilidad de que esa chica no vaya a aceptar reunirse contigo, Sora. Sobre todo si su hermano ya le comunicó lo que le hicimos —expresaba Kishō con una bebida fría en su mano derecha y un bollo caliente en la izquierda.
—Podrías tener razón.
—La haremos salir de su casa. Quiera o no. —Annaisha ya estaba encandilada y no iba a detenerse ahora.
—¿Y ella sabe pelear? —indagaba Seiya para los dos que conocían mejor al objetivo.
—A lo mucho podría arrojarnos una pelota de voleibol. Nada grave. —Y para Sora pelotas de tales dimensiones no eran un riesgo real porque se podían esquivar con facilidad.
—Si se atreve a hacerlo se la devolveré con mayor fuerza.
—Como debe de ser. —Yūki la apoyó.
Preguntaron un par de veces por el número de la casa que deseaban encontrar. Y finalmente estuvieron afuera de la residencia. No tocaron el timbre. Aguardaron a que aquella llamada telefónica diera por terminada. Esperaron a que el pez mordiera el anzuelo mientras se mantenían lejos de la mira de quien fuera a salir por la puerta principal de aquel hogar.
Habían trazado un plan simple y funcional. Cada quien debía realizar su parte.
—Sí que tienes descaro en venir a buscarme a mi propia casa —increpó frente al enrejado que impedía el acceso a su domicilio.
—A los cobardes hay que venir a cazarlos directo a su madriguera o salen corriendo a esconderse en cualquier hoyo. —No había dulzor en sus palabras, sólo algo parecido a la vileza—. Y tú eres justo de esa clase de animales rastreros.
—¡¿Cómo te atreves a insultarme?! —La rabia era una emoción tan fuerte que orillaba a la gente a cometer imprudencias. En su caso: abrir la reja para salir.
—Deja a Kazuya en paz.
—¡No lo haré! —gritó cegada en cólera—. ¡Él merece lo que le está pasando!
—Él no tiene la culpa de que tú seas una idiota que no lo ha superado y quiera arruinarle la vida. —El hablar directo era uno de los aspectos que más la caracterizaba y el que más problemas le ocasionaba; porque nunca se medía con lo que decía—. Si se acuerda de ti es por lo fastidiosa que estás siendo y no por otra cosa.
—¡Cállate!
—Olvídate de él y consíguete una vida. —Si Sora no le había hecho nada aún era porque le había prometido a Harada que se la dejaría a ella.
Abofetearla era su ideal. No obstante, su muñeca quedó presa en la mano izquierda de quien había intentado atacar.
—Por cierto, hay alguien más que quiere saludarte.
Sora la jaló hacia ella y después la empujó hacia su costado izquierdo. La mandó a las fauces de un león aún más hambriento.
—¡A ver si así aprendes a no meterte con la vida de otros, maldita loca!
Las palabras llenas de asco y furia de Annaisha eran lo que menos le dolía a tan irritante chica. La sujetó del cabello con fiereza para conducirla hacia abajo, hacia su rodilla que impactó bruscamente contra su nariz.
—Uy, le acaba de romper la nariz de un rodillazo. —Kishō chifló ante tal proeza—. Ese estilo es muy callejero. Muy poco común en una chica.
—Si no vuelven a ponerla en su sitio, quedará chueca... ¿Quieres que te la acomode? —Sora sonrió ante el pavor que la joven mostró cuando le ofreció su ayuda—. Aburrida.
—¡Ni se te ocurra acercarte! ¡Aléjense de mí, malditos monstruos! —blasfemó cubriendo su nariz con sus manos y corrió a esconderse en su casa.
—Bueno, ¿quién tiene hambre? —Yūki tenía sus prioridades bien establecidas.
—Nosotros nos retiramos. Todavía tenemos que llegar a Inashiro —habló Kimura para ese par que ya estaban planeando dónde ir a cenar.
—Gracias nuevamente.
—Esas palabras están de más. —Sora se atrevió a darle un par de palmadas sobre su hombro derecho—. La próxima vez que visites Seidō puedo enseñarte a lanzar un puñetazo en regla sin arrancarte la piel de los nudillos. Y después podemos ir por un delicioso ramen.
—Suena bien. Sobre todo, la parte del ramen-
Harada sabía que Sora al final había sido una víctima más al igual que Mei por lo que no tenía nada contra ella. Y aunque le resultaba normal que defendiera la integridad de Miyuki, le parecía aún más raro que además de no actuar con hostilidad hacia ella, la hubiera respaldado en aquella pelea.
Sí. Era una chica extraña. No sabía con exactitud cómo interpretar sus acciones hacia ella.
—Hasta la próxima. —dijeron Sora y Kishō como despedida para los que ya habían parado y abordado un taxi.
—Ki-chan, vayamos por okonomiyaki. Me muero de hambre.
—¿Segura?
—Sí. ¿Es que no tienes apetito?
—No, no es eso. Yo lo decía más por tu novio.
—¿Qué hay con él? —No lo entendía.
—¿No se molestará o encelará de que vayamos a cenar juntos? —Ella calló y meditó su pregunta.
—No lo creo. Kazuya es muy seguro de sí mismo. Consideraría imposible que yo me fijara en alguien más que no fuera él —comunicó con una gran confianza.
—Perfecto. Entonces vayamos a cenar hasta que nuestros estómagos duelan.
