¡Buenas tardes! Esta vez regresé más rápido. Así que disfruten de este capítulo que nos trae mucha miel. ¡Nos vemos hasta la próxima!
Red
Eijun se giró hacia atrás, con lentitud pasmosa, movido principalmente por el agudo escalofrío que lo estremeció.
Era miedo. Era ese sentimiento que orillaba a todo ser vivo a huir del peligro para preservar su vida. Era justamente lo que experimentó cuando se encontró con el dueño de aquella habitación.
—¡Juro que el causante de todo esto es esa enorme rata! —Tenía que deslindarse de toda responsabilidad.
—Todos los cuartos estaban cerrados. Así que, ¿cómo fue posible que ese roedor se metiera aquí? —A Kuramochi le gustaba verlo sufrir.
—¡Furuya! ¡Debió de haber sido él quien no cerró la puerta después de que te vinimos a buscar antes de que comenzara el entrenamiento! —exclamaba con notorio nerviosismo. Obviamente estaba ocultándoles parte de la verdad—. Yo siempre le he dicho que debe cerrar la puerta después de que salga de algún cuarto. Que es de mala educación no hacerlo.
—Sawamura —pronunció melodioso el afectado de aquel desastre—, al parecer tienes mucha energía pese al entrenamiento, ¿no?
—Un... poco...
—Entonces no significará ningún problema el ponerte a limpiar todo este lugar mientras yo voy a dormir a tu habitación, ¿verdad? —Miyuki sonreía malicioso, diciéndole con la mirada que no era un trato que estaba a votación.
—Kazuya, no seas un inquisidor. —Yūki intervino por un castigo justo—. Eijun-kun, ve por una cubeta con agua y jabón. También trae una escoba y un mechudo. Ah sí, y un paño.
—¡Entendido! —gritó. E inmediatamente salió de ahí, dispuesto a traer todo lo que le habían pedido.
—Mientras él regresa, podemos adelantar aquí. —Y con eso la joven se estaba refiriendo a esos dos.
—Esta ni siquiera es mi habitación. —Renegaba Yōichi—. Me largo. —Una pena que le hubieran echado un juego de cama encima—. ¡Ah!
—Lleva eso al área de lavado —pidió antes de depositar otro conjunto de sabana y colcha—. Kazuya, ve por ropa de cama limpia.
—Ey, se supone que debería ser Sawamura el que haga todo esto. —Él quería descansar y se lo estaban impidiendo.
—Sí hacemos esto entre todos, terminaremos rápido. —Su lógica era indiscutible—. Y es mejor ayudar pacíficamente, ¿no?
Ambos estuvieron a nada de quejarse y dejar todo para irse a descansar. Pero la sonrisa que Sora les estaba regalando eran tan cautivadora como amenazadora.
—En un momento regresamos. —Los hombres inteligentes vivían más.
Para cuando Kazuya y Yōichi volvieron, Sawamura estaba barriendo con enorme injuria. Sora por su lado, ya había acomodado cada cosa que estaba fuera de lugar; e incluso el escritorio relucía de lo bien que fue lustrado.
—Es una maniática de la limpieza —concluyó Kuramochi al verla con el mechudo listo para trapear todo el piso de la habitación.
—Lo es. —No había ninguna otra mánager que puliera los bates como lo hacia ella. Hasta las pelotas lucían como nuevas.
Ninguno se movió de donde estaba. Presentían que serían regañados por esa chica que estaba terminando de dejar impecable el piso.
—Si pisamos el piso mojado, ¿nos golpeará? —Yōichi ya deseaba deshacerse del juego de sabanas limpias que cargaba. Miyuki se hizo el loco para no llevar nada.
—Mejor no nos arriesguemos.
—¡Revise debajo del colchón de la cama de Miyuki para ver si no está escondiendo cosas indecentes! —Eijun señaló a su capitán y después su lecho.
—¡Oye! Yo no tengo cosas extrañas en mi habitación. Ese es Kuramochi.
—¡Claro que no, maldito!
—Oh, pues sí que hay algo debajo de esta litera. —La afirmación de Sora provocó que esos muchachos vieran con burla al propietario del cuarto.
—¡Péguele Sora-senpai, péguele duro por ser un infiel!
—¡Si serán...! —¿Cuál era la fascinación que poseían esos dos para incordiar su vida? Lo peor, es que siempre elegían los momentos en los que estaba Sora para hacerlo.
—Debe ser ese roedor... Aunque —agachada debajo de la litera, forzaba su vista para descifrar lo que ahí se escondía—. Chicos, esto no es una rata —advirtió tras usar la lámpara de su celular para iluminar—. Es un gato.
—¿Un gato? ¿Cómo demonios confundes un gato con una rata? —No se lo explicaba Yōichi.
—Sora, sácalo de ahí —demandó Miyuki.
—Y tenga cuidado que araña muy feo.
—De tres no se hace uno...—Ella suspiró y se levantó. Sería un suicidio el sacar al felino a mano limpia—. Cierren la puerta. —Kuramochi lo hizo—. Voy a obligarlo a abandonar su escondite. Y cuando lo haga, saldrá corriendo, y uno de ustedes tendrá que atraparlo.
Ninguno tuvo oportunidad de objetar. Para cuando se dieron cuenta, Sora tenía la escoba metida bajo la litera.
Un agudo maullido. Y posteriormente el golpe contundente de quien fue el desafortunado que terminó sobre el suelo con una bola de pelo enorme y grisácea, encima.
—¡Excelente atrapada, capitán! ¡Por algo es nuestro cácher estrella! —Sawamura levantaba su pulgar arriba en apoyo.
—¿No es un gato algo pequeño? —cuestionaba Kuramochi viendo al desafortunado que tenía al animal aferrado a su cara—. Está bastante mugroso.
—¡Quítenme esto! —Apenas y se le escuchaba gracias al gato que decidió adueñarse de su rostro.
—Aguante un momento capitán. Ahorita se lo retiro.
—Eijun-kun, detente. —Sora apenas puedo evitar que el menor jalara al felino para despegarlo del rostro de su novio—. Si haces eso solamente lograrás que le clave sus garras y terminará muy herido.
Yūki no tenía ningún recurso a la mano. Únicamente le quedaba apostar todo a una simple maniobra; y si funcionaba con el gato de su vecino, lo haría con ese que se aferraba a Miyuki.
—A todos les gusta que los acaricien aquí. —Rozó con suavidad el mentón del minino. El ronroneo fue la clave que revelaba su éxito—. ¿Quién es un lindo y bonito gatito?
El animal se relajó gracias a las afables caricias que recibía por parte de Sora. Y ante el asombro de todos, logró apartar al pequeño del rostro de Miyuki; evitándole pasar por una dolorosa tortura.
—¿En dónde te metiste que terminaste así de sucio? —Estaba siendo lo más cuidadosa posible para que el gato no se incomodara y luchara por escapar—. Tenemos que darte un baño y algo de comer.
—Yo me iré a bañar y tú irás a dejar a ese gato fuera de los terrenos de la escuela. —Miyuki estaba de pie, limpiando superficialmente su rostro.
—Kazuya, no seas cruel —replicó—. Debe estar hambriento. Que por algo robó las bolas de arroz. Y un buen baño caliente no le sentará mal.
—Hazlo entonces, pero lejos de aquí. —Tomó todo lo necesario para ducharse y salió.
—Sora-senpai, hay una pequeña tina en el área de lavado que puede usar para bañar al gato. —Sí todos tuvieran la bondad de Eijun este sería un mundo mejor.
Kazuya había terminado de asearse y se dirigió a su habitación, seguro de que podría descansar y olvidarse de todos los contratiempos que vivió. Mas cuando entró, se dio cuenta de lo equivocado que estaba; no sólo esos tres continuaban allí, sino que ahora contaban con un pequeño animal.
El gato que debía de haber sido sacado de los dormitorios de Seidō continuaba ahí.
—Ninguno de ustedes debería seguir aquí —sentenció Kazuya para quienes no se preocupaban ni por la hora que era—. Sobre todo, tú, Sora.
—Me entretuve bañando a la gatita y dándole de comer.
¿Había dicho gata? ¿Se tomó las molestias de descubrir su género, bañarla y alimentarla?
—Mírala, es hermosa.
El azul cielo de esos ojos ovalados representaba el principal atractivo de esa tranquila y silenciosa minina. Y mientras su cabeza era ancha y grande, sus orejas de bordes redondeados le proporcionaban mucho más encanto. Asimismo, era de pelaje semi largo, suave a la vista y de dos tonalidades: café oscuro de las patas, orejas, cola y parte de su rostro, y crema el resto de su cuerpo.
Era la expresión pura de belleza felina.
—Bueno, fea no es. —No es que los gatos le apasionaran. De hecho, no era un gran fanático de las mascotas en general.
—¡Iré a dormir ya! —anunció el pitcher con un grito.
—Idiota, primero tienes que bañarte. Apestas. —Kuramochi, con su usual amabilidad, obligó al menor a salir de la habitación con una patada—. Si van a divertirse, no hagan mucho ruido que las paredes son de papel. —Rio y se fue satisfecho con su último comentario hacia esa pareja.
—Kazuya —nombró. Él aguardó—. ¿Podría pasar la noche contigo?
Miyuki se paralizó. Abstraído ante la pregunta tan comprometedora que había recibido en un tono tan normal y cordial.
La miró, aguardando por su respuesta, mientras debía estarse preguntando por qué motivo sus mejillas habían adquirido un tímido bermellón.
Si sería cínica.
—¡¿Qué?! ¡¿Que quieres qué?!
—Que si podrías dejar que esta gatita pase la noche contigo. No quiero exponerla al frío de allá afuera.
Kazuya exhaló, más tranquilo, ignorando que hace unos segundos esas palabras trastabillaron sus pensamientos.
—Llévala a tu casa.
—No puedo hacerlo porque mi madre es alérgica al pelo de gato. Y como puedes ver, esta gatita tiene abundante pelaje. Tenla esta noche y mañana me pondré a indagar sobre si tiene un dueño.
Miyuki rascó su mejilla, evitándola. Estaba haciéndole esa cara de cachorro triste que busca atención. Lo peor es que esa minina copiaba el gesto.
—Si ensucia la habitación, la sacaré sin pensarlo.
—Ya ha ido al baño, no te preocupes. Y de todos modos ya hemos puesto un arenero para ella.
Él únicamente veía una caja llena de arena a un lado de su escritorio.
—Una noche —reiteró. Y ella bajó al felino para que eligiera el mejor sitio para dormir.
—Gracias.
Sus labios se adueñaron de los de Kazuya, para jugar con ellos, para enredarse en una suave guerra en donde los segundos en los que se centraron en ellos mismos, olvidándose de donde estaban, fueron insuficientes.
—Descansa o mañana lo lamentarás. —Una advertencia burlesca que provenía de quien en parte tenía la culpa de que él no estuviera todavía en su cama.
—Embustera —dijo tras marcharse. Sus labios continuaban sintiendo los de ella.
La alarma de su celular todavía no sonaba cuando entre abrió sus ojos y se encontró con ese mundo crema, mullido y con fragancia a lavanda. Estaba tan cerca que el pelaje le rozaba la nariz y las mejillas. Estaba tan próximo que advertía con claridad esas celestes pupilas que se dilataron al verlo reflejadas en ellas.
La gata maulló y él gritó.
El pequeño animal salió corriendo, escapando de ese ruido humano con el cual fue recibida tras despertar mientras se metía rauda bajo la cama.
—Recuerdo haberla dejado sobre ese cojín...—Miyuki contempló la cama temporal que le proporcionó al felino y después volvió a recostarse—. Todavía me queda un poco más de tiempo para dormir, así que...
Ni siquiera cerró los ojos antes de que su reloj despertador, sonara. Era hora de levantarse para iniciar con el entrenamiento matutino.
—Esto no puede estar pasándome...
Se alistó para la práctica y salió, asegurándose de cerrar la puerta de su habitación. Porque si bien no estaba cómodo con su nueva inquilina, sabía que, si algo le ocurría a ese animal, Sora no lo iba a perdonar tan fácilmente.
El resto del día cursó con normalidad. Y para cuando la hora de la comida llegó, la persona que lo arrastró a aquella aventura gatuna, tomó asiento a su lado.
—Ya publiqué su fotografía en algunas redes sociales para buscar a su dueño —habló. Él, por su parte, estaba comiendo su segundo tazón de arroz—. Hasta el momento no ha habido suerte.
—¿Y qué es eso que traes contigo? —No había pasado desapercibido la bolsa que tenía a un costado la joven amante de los animales.
—Traje un bulto de alimento y arena; unos platos para su comida y agua —respondió a quien se había arrepentido de preguntar—. Incluso hay un par de juguetes para que se entretenga.
—Sora, te dije que admitiría a ese animal por una noche.
—Solamente unos días más en lo que encontramos a su dueño o un adoptante. —Sus palabras eran una súplica muy moderada—. No seas tan huraño.
—Podría hacerlo —dijo, aliviando a la mortificada chica—, a cambio de algo.
Nada era gratuito en esta vida. Y mucho menos cuando se hablaba de Miyuki Kazuya.
—¿Qué es lo que quieres? —El porvenir de esa gatita radicaba en el éxito de sus negociaciones—. Puedo comprarte algo que quieras.
—Me lo he estado preguntando de un tiempo para acá. ¿Cómo es que tienes tanto presupuesto si eres una estudiante de preparatoria?
Porque sus presentes de cumpleaños no eran precisamente baratos. Y la cita doble con Mei tampoco debió de haber salido económica.
—Responderé si dejas que esa gatita se quede esta noche en tu cuarto. —Él sabía que no le contestaría fácilmente, pero no esperaba que usara esa duda suya a su favor—. Es un trato justo, ¿no?
—¿Mi curiosidad a cambio de un día más de estadía para ese gato? —Sora se alzó de hombros, restándole importancia al asunto—. Significa entonces que por cada día que pase ese animal en mi habitación, tú me confesarás algún dato curioso sobre tu persona. ¿No?
—Sí. Justamente eso.
No esperó una resolución como esa por parte de su pareja, mas resultaba irresistiblemente conveniente.
—Bueno, empecemos con la curiosidad de este día. —A él no le importaba que todos los de Seidō se enteraran de sus secretos. Mientras él obtuviera lo que quería, era suficiente.
—Fabrico cosas que vendo a través de Internet. —El rostro de Miyuki pedía ahondar en los detalles; era necesario y parte del trato—. Elaboro muñecos de peluche. Ya sabes, osos, conejos y demás variedad. —Tal vez esa era la razón por la que coleccionaba esos objetos afelpados—. Incluso cuento con una página que hizo hace tiempo una antigua novia de Ki-chan.
El celular de Sora estaba en las manos del cácher con el navegador abierto. Unos segundos fueron suficientes para que aquella página web de la que hablaba, cargara.
Se desplazó con su dedo índice por toda la página, atendiendo a la pestaña principal que mostraba los modelos de peluche más nuevos, así como sus respectivas medidas, material del que estaban hechos, precios y costo de envío.
—¿No puedes cocinar ni un curri, pero puedes elaborar peluches tan complejos? —ironizaba—. Algo muy extraño ocurrió contigo.
—Mi abuela paterna fue quien puso todo su esfuerzo en enseñarme a cocinar. Sin embargo, no lo logró por más que lo intentó. Frustrada me obligó a aprender a tejer y coser...—contaba con una mueca que intentaba ocultar el desagrado que ese fragmento de su pasado le causaba—. «Porque una mujer que se precie debe saber cocinar y coser», decía...
—Esto es más elaborado. Va más allá de lo que te enseñaron. —Se dio cuenta que tocó una fibra sensible que no debía seguir presionando—. Oh, se parece al pulpo que compraste.
—Una vez que aprendí lo básico, terminé expandiendo mis horizontes. Y encontré en la fabricación de peluches un mercado muy redituable. —Las minas de oro se encontraban en los sitios menos esperados—. Y ese pulpo no me quedó tan bien como el de la tienda de regalos, aunque gustó bastante entre mis compradores —comunicaba satisfecha—. También obtengo dinero extra vendiendo mi ropa en tiendas de segunda mano; mi abuela suele mandarme ropa varias veces al año.
—Ahora ya tengo a alguien que pueda bordar mi nombre a mis camisas —bromeó, sonriéndole como si no temiera a las consecuencias de sus palabras.
—Les bordé el nombre a las camisas de Tetsu y Masa para evitar que terminaran con la prenda del otro. Tienen gustos muy similares con la ropa y las tallas que emplean no distan mucho. Así que...—Nada como compartir anécdotas de sus hermanos—. Dame tus camisas para que les borde tu nombre.
—Estaba bromeando. —¿Por qué se le olvidó que ella siempre reaccionaba contrario a lo que deseaba?
—Eso fue justamente lo que pensé, Kazuya.
No podía irse de Seidō sin pasar de visita por la habitación que servía de hogar y refugio a la pequeña minina que tuvo la osadía de colarse hasta los dormitorios. El pequeño animal se encontraba panza arriba, en medio del cuarto, sosteniendo entre sus zarpado un ratón de tela; se entretenía con tan poco.
—¿Y eso? —cuestionó a quien traía un poste pequeño que podía quedar erguido en el suelo gracias a su base.
—Eso un rascador. Algo sumamente necesario para un gato. Con esto se mantendrá alejado de tus muebles.
Colocó el objeto a un costado del cojín que el cácher designó para que fuera la cama de la gatita. Incluso por esa misma área se hallaban los platos de comida del felino.
—¿No crees que la conscientes demasiado? —A su parecer exageraba en los cuidados que ese animal debía tener—. A este paso te encariñarás innecesariamente.
—Hago esto para que tus pertenencias no sean dañadas por ella. Además, es muy pequeña, puede ser educada.
—Ciertamente es algo...diminuta. —No era tan pequeña, mas su guante de cácher era más grande que el cuerpo entero de esa criatura.
—¿Por qué no la cargas un rato? —La pregunta sobrevino cuando su pareja levantó al cuadrúpedo del suelo para sostenerla con sumo cuidado—. Es muy cariñosa.
—Así estoy bien. —Sora no aceptó su negativa. Y antes de poder reaccionar ya tenía a esa minina sobre sus dos manos—. Eres rápida y ágil para cosas innecesarias.
—Limpiaré su caja de arena. Encárgate de ella. —Y él sabiamente decidió no meterse con su tarea.
—Tus dueños son realmente irresponsables —Se sentó al borde del colchón de la litera inferior. La peluda gata tenía sus celestes orbes puestas en él—. Un gato de tu talla no duraría ni un día allá afuera. Cualquier perro podría comerte.
La gata maulló tan suavemente que apenas fue audible. Se cansó de estar sobre la palma de sus manos; indagar era propio de la naturaleza de los gatos.
—Ey, quieta —ordenó inútilmente. La minina restregaba su cabeza contra su abdomen, como si estuviera rascándose; o eso es lo que él creía—. Sora, esta cosa debe de tener pulgas.
—No tiene. Ayer que la bañé le quité todas las que tenía —aseguraba—. Si tiene ahora, es porque tú debiste de habérselas pegado.
—¡Yo no tengo pulgas!
—Revisaré a la gatita antes de irme para ver si dices la verdad.
—Se ha quedado dormida... Y de una forma muy extraña. ¿Esto es normal?
La gata dormía boca arriba, enroscada, como si fuera una pequeña bola.
—Deja de juzgar cómo duerme y déjala descansar.
—Va a llenarme el pantalón de pelos. —Dedujo que con toda esa maraña de cabello se le debía caer en grandes cantidades.
—Soltará pelo en poca o mayor medida, dependiendo si está mudando o no. —O ella sabía mucho sobre gatos o él era un completo ignorante—. Ya que estás ahí sin hacer nada, cepíllala.
—¿También le compraste esto?
—Cepilla y deja de cuestionarme.
Él suspiró. Resignado inició con la tarea que le fue impuesta.
—Sí, ella siempre es así de mandona. —Se quejó con quien se había despertado ante su cepillado; movía su cola de un lado a otro, encantada con lo que le hacía—. Y parece que tú también lo eres.
Sonrió divertido al cesar el cepillado porque la minina aferró sus patas delanteras al peine. Parecía estarle diciendo que todavía no era suficiente, que aún no podía parar.
—No la estés molestando —pidió Sora. El cácher usaba ese cepillo para hacer que la felina saltara de un punto a otro, ansiando enterrar sus garras en este.
—Tú siempre quitándole la diversión a todo —expresó guasón.
El despertarse aquella mañana había sido toda una proeza. Porque por un lado estaban sus responsabilidades escolares y por otro, su fuerte deseo de seguir durmiendo porque la noche anterior había trasnochado.
Afortunadamente, su madre se compadeció de su condición y le obsequió una taza de oscuro y cargado café. Justo lo que necesitaba para resistir el pesado día que le aguardaba.
—Con la fiesta que tendremos en casa, necesitaré tomarme otra taza de café o no resistiré. —No sentía la necesidad de apresurar sus pasos. Por esa única ocasión estaría bien llegar a la escuela justo a la hora, como el resto de sus compañeros de clases—. También está el asunto de la gatita. Sigo sin encontrar a sus dueños, aunque hay mucha gente que desea adoptarla. —Exhaló cansada—. Por lo menos convencí a Kazuya para que la cuidara mientras tanto.
Haber expuesto aspectos de su vida no había sido del todo malo. Por lo menos había podido pasar a ver a la pequeña felina, ponerle comida y agua, así como cambiarle la arena a su caja y dejarle más juguetes para que no empezara a destrozar las pertenencias del receptor.
Después de haber jugado y mimado a aquella gatita, se dirigió al comedor. Allí le esperaba la tarea más demandante del día: preparar la cena de Navidad en compañía de las chicas.
—¿En qué las ayudo? —Sora sabía que en la cocina era más un estorbo que una ayuda, por lo que se limitó a comprar ingredientes o cargar cosas pesadas.
—Ayúdame a pesar lo necesario para que empiece a hacer el pastel. —Sachiko era, después de todo, la encargada del postre navideño.
—Claro. —Siguió a la entusiasta muchacha.
Ambas estarían del lado contrario de la cocina. Debían tener su propio espacio mientras las otras dos se concentraban en otra tarea.
—Pesarás la harina y luego la colarás. —Umemoto se veía muy segura dando indicaciones. Hasta le anotó en una hoja los pesos exactos de cada ingrediente.
—Te oyes como alguien que tiene experiencia haciendo pasteles. —Encendió la báscula electrónica, colocó un cuadrado de papel encerado y llevó el aparato a cero para pesar apropiadamente.
—Mis padres son dueños de una gran pastelería en el centro de la ciudad. Preparar pasteles es algo que domino a la perfección.
—Eso lo explica.
—Ey, Sora.
—No soy buena en la cocina y tampoco me atrae la idea de cocinar —expuso presurosa. Mejor hablar antes de que preguntara por qué motivo no sabía cocinar cuando sus padres tenían un restaurante.
—Ah, no. No era eso lo que quería preguntarte.
—¿Entonces? —Temió interrogarla.
—¿Sabes si Tatsuhisa-kun tiene pareja o sale actualmente con alguien?
Yūki detuvo su proceso de pesado y volcó su atención en ella.
—¿Te gusta? —Estaba parcialmente sorprendida ante esa confesión.
—No, no. —Movió su cabeza de derecha a izquierda para darle más peso a su respuesta—. Es bien parecido, mas no lo veo de esa manera.
—¿Le gusta a alguna amiga tuya y me preguntas a mí porque has visto que nos llevamos bien? —Sachiko sonrió—. Hasta donde sé, él está soltero.
—¿Cuál es su tipo de chica ideal? —indagó, aprovechando que ella se mostró accesible con el tema.
—No es que tenga un patrón como tal...—No recordaba ninguno cuando le preguntó sobre sus antiguas parejas—. Aunque ninguna ha sido japonesa...—Por obvias razones no iba a decirle que ella estaba en esa lista de ex novias.
—¡¿Extranjeras?! —Su exclamación fue lo suficiente ruidosa para que Haruno y Yui la vieran—. ¿No le gusta lo nacional? ¿Es porque tiene ascendencia francesa?
—No en realidad. —Se iba a limitar a dejarla con esa contestación. Pero Umemoto demandaba con su mirada una aclaración—. Él lleva viviendo en Japón hace poco menos de dos años. Su historial de novias únicamente incluye francesas.
—¿No es extraño que no haya tenido a nadie en todo este tiempo? A sabiendas lo popular que es aquí en Seidō.
—Entre adaptarse a nuestro país, la escuela y demás cosas, no tenía mucho tiempo libre —indicó para la curiosa muchacha.
—Mi amiga la va a tener difícil...
Tras largas horas de duro trabajo las mánager pudieron ver materializado sus esfuerzos en cada platillo que habían colocado estratégicamente sobre la mesa principal. Alrededor de la pieza principal de la noche había un vistoso y delicioso pastel con temática de béisbol.
También se tomaron la molestia de decorar el comedor con todo lo alusivo a aquellas fechas festivas.
La hora acordada llegó. Los invitados poco a poco entraron, viéndose ansiosos por probar todo lo que esas animadas chicas prepararon con tanto esfuerzo y esmero para ellos
Mas ninguno de ellos podía comer nada aún. Debían esperar a que el entrenador diera por terminado su discurso en el que, además de desearles una excelente navidad, gratificaba a las chicas por toda su dedicación hacia con el equipo.
Y en un parpadeo todo se llenó de ruido y grandes sonrisas.
—¡Esto está realmente delicioso! —A Sawamura apenas se le entendía lo que hablaba; tenía la boca atascada de comida.
—No hables con la boca llena, idiota. —Kuramochi se abstuvo de golpearlo o podría provocar que se ahogara.
—Nada de esto lo has preparado tú, ¿verdad? —Kazuya, como siempre, haciéndose el gracioso con quien podía causarle bastante daño.
—Ayudé a picar, a pesar y a lavar trastes. —A este punto ya no le importaba que él se burlara de ese aspecto de su persona. Ella misma lo reconocía.
—Toma. —Sachiko llegó en compañía de Yui, sosteniendo un plato con una rebanada de pastel—. Vamos, pruébalo. —Le entregó el postre.
Él tomó una cucharada y la degustó. Todos lo observaban expectantes ante su veredicto final.
—Está más o menos rico.
—¡¿Más o menos dices?! —La peor respuesta posible llegó.
—Puede mejorar.
Todos le hacían señas para que se callara, que dejara de condenarse a sí mismo. Él los ignoraba.
—Paren ustedes dos —pedía Natsukawa
—Entonces devuélvemelo y come otra cosa.
—Te dije que no estaba mal. No que fuera incomible. —Miyuki era de los pocos que podía comer despreocupadamente después de haber desatado la furia de una chica.
—A mí me gustó. —Sora no era tan quisquillosa a la hora del postre—. Y el diseño fue muy acertado.
—Gracias, Sora. Tú sí tienes buen gusto.
—Únicamente para la comida. Para los hombres deja mucho que desear. —Yōichi siempre con los comentarios más atinados—. Basta con ver con lo que está saliendo actualmente.
—Si hubiera salido contigo, entonces sí pensaría que tiene mal gusto. —Kazuya atacó directo a la yugular.
—Alguien quiere su regalo de Navidad adelantado. —El corredor intentaba patear al cácher y el otro lo evadía, sonriéndole con burla—. ¡Quédate quieto, maldito bufón!
—Veo que se divierten mucho de este lado. —El ex capitán de Seidō se acercó en compañía de Kominato e Isashiki.
—Es bueno ver que tienen tanta energía pese al campamento de invierno. —Jun sostenía un vaso con refresco viendo a esos dos que continuaban riñendo.
—En dos días más querrán que su existencia termine de lo mucho que les dolerá el cuerpo. —Ryōsuke podía lucir dulce y encantador con su gorro navideño, pero de su boca sólo salía veneno y oscuros deseos.
—Sora, ¿ya invitaste a Miyuki a la cena de esta noche en casa? —interrogaba Tetsuya a su hermana menor. Mostraba un pequeño interés al respecto.
—Necesita dormir bien. No puede desvelarse tan deliberadamente por una trivialidad —respondió sin quitarle la atención a quien ahora estaba intentando escapar del agarre de cierto amante de la lucha.
—Entiendo. —Su mano acariciaba la cabeza de su hermana con gentileza. Esa siempre era la forma en que él le decía que había hecho algo bien, que había obrado correctamente.
Una comida deliciosa y un montón de momentos divertidos e inolvidables hicieron de aquel festejo navideño una de las mejores experiencias que esos chicos de preparatoria tendrían para el futuro. Y aunque muchos de los chicos habían decidido quedarse y seguir enfiestados, hubo quienes optaron por irse en silencio para no importunar y cortar el flujo de la fiesta.
—Recuerda nuestro trato. —Ella simplemente se aseguraba de la seguridad de la felina.
—Te di mi palabra. Deja de estar de desconfiada. —Y al tocar ese tema, se acordó de algo importante—. ¿Y la curiosidad de este día?
—Cuando estoy cansada y tengo demasiado sueño, suelo hablar con la verdad. Sin importar lo que me pregunten.
—Justo como los borrachos con el alcohol. —Esa sí que era una verdadera curiosidad; una que de ser empleada correctamente sería muy beneficiosa para él.
—Para tu mala fortuna, no soy una fanática de desvelarme a menos que sea estrictamente necesario. Y cuando lo hago, me encargo de tomarme un café bien cargado para despabilar y funcionar como siempre. —No era tonta, sabía que él podría usar aquello en su contra.
—¿Cómo se supone que le saque jugo a estas curiosidades si tú misma te encargas de impedírmelo? —Ella lo codeó, expresándole silenciosamente su inconformidad ante su deseo—. Auch. Salvaje.
—Ni siquiera te pegué duro. Llorón.
Ya se encontraban cerca de los dormitorios, lejos del bullicio que todavía se escuchaba.
—Antes de que me marche.
Las mujeres eran criaturas misteriosas que poseían la capacidad de guardar toda clase de cosas en sus bolsos; ella, por ejemplo, había sacado un paquete rectangular forrado de papel azul rey con estampado de manoplas de béisbol.
¿Dónde vendían esa clase de envoltorios? Él no lo sabía. Pero le agradaba lo que ahora tenía entre sus manos.
—¿Qué se supone que es?
—No se supone que preguntes —criticó—. Si lo abres lo sabrás.
Al diablo la delicadeza. Lo que interesaba era descubrir el contenido.
—Mis padres me dijeron que, si te placía, podías venir esta noche a nuestra casa para celebrar Navidad.
Tenía que comunicárselo; así se lo decretó su madre. Eran reglas sociales que ella no apreciaba del mismo modo que sus progenitores.
—No puedo. Mañana continuamos con el campamento infernal. Digo, invernal.
—Eso mismo les dije. —Ella alzó sus hombros y él sonrió—. Al menos así te salvas del intercambio de suéteres feos.
—¿Suéteres feos? —Se imaginó a su novia usando una de esas prendas horrendas y se carcajeó—. Qué bizarra tradición. —Supuso que era algo que hacían año con año.
—Termina de abrir tu regalo y cállate.
El cácher acabó con la tarea que había dejado a medias.
De rojo oscuro era cada prenda que había sido doblada y guardada meticulosamente en aquel paquete navideño. Una bufanda, un gorro y un par de guantes es lo que recibía por Navidad.
—Póntelos. —pidió.
Vestir aquellos aditamentos para el invierno no tomó demasiado tiempo. Y para el alivio y alegría de Sora, habían quedado perfectos en la anatomía del cácher.
El rojo fue creado para ser usado por él.
—Cuesta creer que esas manos tuyas, capaces de provocar tanto dolor, tengan la habilidad de crear cosas como estas.
Él sonreía ante lo que dijo, ante ese obsequio que ella hizo a mano para él.
Y por un breve instante conmemoró esas viejas navidades donde su padre le entregaba ropa invernal y ocasionalmente, algún accesorio para béisbol.
—Dejaré estar tu insulto únicamente porque todo te quedó y no tengo que rehacerlo.
—Tú sabes que esto no era necesario.
—Lo sé, pero ya lo he hecho. Aguántate.
Si bien había sido obligada por su madre para que le regalara algo a Kazuya, al final fue ella quien lo acabó haciendo por cuenta propia.
No fue una mala decisión. Lo supo al descubrir su sonrisa, ausente de burla o falsas intenciones. Él estaba feliz por su presente y eso también la hacía sentir bien a ella.
—Me retiro. Todavía tengo que ayudar en casa antes de que la fiesta de Navidad dé inicio. —La noche todavía era demasiado joven para descansar.
—Espera —pidió.
—¿Sucede algo?
Él rascaba su nuca con tensión, como si con eso pudiera tranquilizarse y enfocarse en lo que buscaba hacer. Ella, en silencio, aguardó.
—¿Te preocupa algo? —Dedujo al verlo tan mudo y tan rígido.
—No —respondió rápidamente—. Toma. —Sacó un pequeño envoltorio de su bolsillo delantero y lo extendió.
—¿Para mí?
Él asintió. Ella se limitó a analizar la pequeña bolsa de celofán con motivos navideños; era tan pequeña y bonita.
Desató el moño y substrajo el contenido.
—Esto es...
—Lo sé. Demasiado simple y ordinario. Especialmente si lo comparamos con todo lo que me diste. —Su mano izquierda acariciaba su cuello de abajo hacia arriba, rehuyendo de ella.
—Es muy bonito, Kazuya. Demasiado —expresó con una emoción tan evidente.
Él sintió curiosidad por verla, por comprobar que sus palabras eran sinceras y no una mentira blanca para no hacerlo sentir mal por ese regalo «tan simple».
—¿Lo has elegido tú? —Él con lentitud asintió—. Me ha gustado mucho, Kazuya. ¡Muchas gracias!
Sonreía. Lo hacía a causa del colgante para celular que le había regalado. Lo hacía porque estaba feliz de que él hubiera tenido ese detalle con ella aun cuando no establecieron darse algo por Navidad.
Sonreía genuinamente. Sonreía gracias a él.
—Exageras —expresó burlonamente.
—Claro que no —objetó—. Es perfecto para mi celular.
El pequeño gatito siamés de mirada celeste se aferraba a una pelota de béisbol. Era, en su conjunto, un colgante encantador que ahora pendía del móvil de su novia.
—Tal parece que el gran Miyuki Kazuya puede ser detallista.
Quejarse no estaba permitido esa noche. Lo único admisible era un beso robado que llevó a ambos a sonreír mientras sus labios aun extrañaban los contrarios.
