¡Buenas tardes! ¿Ya listas para seguir viendo cómo se complica la vida Kazuya? Cualquiera que sea la respuesta, aquí tienen la continuación. Nos esteremoss leyendo próximamente.

Guest: Todo es diversión hasta que la forma en que se complique la vida empiece a arruinar la ship XD Pero aún falta para eso.


Parallelism


Abordó el auto. Notó su entusiasta sonrisa embellecida con un labial rosa mate y se preguntó qué había ocurrido para que su madre manifestara tan alegre estado de ánimo. Quizá aquel abrumador oleaje de dopamina fue lo que la motivó a recogerla después del club de béisbol para invitarla a comer.

Escuchaba la estación de radio y los tarareos de quien manejaba con diligencia. Respondía los mensajes de sus mejores amigos y pensaba, sin quererlo, en el próximo evento que acaecería en marzo.

Marzo no era la celebración del Día Blanco; tampoco el aniversario de un año más de vida. Marzo era la remembranza de una fugaz primavera que rebosaba con anhelos sinceros, promesas tontas y sentimientos que se creían tontamente inamovibles; una primavera que principió cálida y esperanzadora antes de asfixiarla entre la lacerante melancolía y el insoportable arrepentimiento.

Una primavera que no terminaba.

—Cuando recibí aquella llamada tuve un mal presentimiento… Creí que te habías vuelto a meter en problemas como solías hacerlo de niña.

Sora la observaba en silencio, aguardando por la continuidad de su discurso.

—Me alegra haberme equivocado —enunció aliviada—. Era una llamada de agradecimiento.

—Eres muy ambigua. No estoy entendiendo nada.

—Te encantará tener una nueva experiencia culinaria.

Descendieron del automóvil. Y las dudas de Sora se acrecentaron. Se hallaban dentro del barrio más multicultural de la capital; un sitio poco frecuentado por ambas, pero muy visitado por personas de múltiples nacionalidades. El lugar estaba repleto de restaurantes coreanos, mercados y tiendas de alimentación especializada. Las librerías y tiendas de cosméticos también abundaban.

—¿Qué hacemos en Shin-Okubo? —cuestionaba a su progenitora, avanzando entre la gente.

—Estamos aquí para aceptar su agradecimiento.

—¿Agradecimiento? ¿De quién? —No entendía nada con lo escasamente esclarecedora que era.

—¡Hemos llegado!

No pudo leer el nombre grabado sobre aquella gran placa de madera porque no dominaba aquel idioma extranjero. Mas observó el colorido tazón de fideos adosado a un costado del letrero y a los comensales disfrutando su cena en las mesas exteriores del establecimiento.

Una vez dentro se mantuvo callada. Analizaba la interacción de su madre con quien, deducía, era la propietaria de tan concurrido restaurante de comida coreana.

—Así que tú eres quien ayudó a mi hija aquella noche.

Sora parpadeó, sumida en una amnesia temporal. No sabía a quién se estaba refiriendo.

— La chica que llevaste a la jefatura de policía…—mencionó su madre.

La joven que la vomitó encima. Qué desagradable evocación.

—Te agradezco enormemente lo que hiciste esa noche por mi hija.

Su gratitud sincera estuvo acompañada de una reverencia y unos profundos ojos canela que constriñeron su corazón.

—Ah… Realmente no tiene nada qué agradecerme —expresaba para quien sonreía con candor y espontaneidad. Su gesto podía ser tan contagioso—. Cualquier otra persona en mi posición lo hubiera hecho.

—No te desmerites. No todas las personas son tan empáticas.

No se describiría a ella misma como una persona empática. Solamente se trataba de los hilos morales que fueron tejidos por su madre alrededor suyo desde que era pequeña. Si a alguien debían aplaudirle su honesta empatía tenía que ser a su madre; quien nunca ha dudado de ayudar a otros.

—Disculpa mis modales —hablaba la mujer, aclarando su garganta—. Me llamo Jung Sun-hi.

Sora repitió la peculiar pronunciación un par de veces en su cabeza. No quería expresar incorrectamente su nombre.

—No te quedes allí parada. Ven a saludar. —Sun-hi llamó a la jovencita que permanecía en silencio detrás de la barra que servía las bebidas—. Ella es mi hija.

Únicamente conmemoraba que era más alta que ella. No había notado su blanca piel, la miel de sus pupilas o el profundo azabache de su caída cabellera que discurría hasta un tercio de su espalda.

Sus piernas largas y torneadas no desentonaban con su complexión delgada. No había discordancia entre su rostro adolescente y el suave maquillaje que usaba esa noche.

—Me llamo Ha-neul. Espero puedas excusarme —habló para Yūki—. Ha sido culpa mía el que hayas venido hasta aquí.

La reverencia desconcertó a Sora tanto como lo hicieron sus palabras.

—Quería extender mi agradecimiento a la persona que me auxilió aquella noche; aun siendo yo una completa extraña en su vida.

La timidez que divisó en ella fue una percepción errónea. Alguien que se conduce con recelo social no podría estar parada frente a ella con tan ferviente seguridad, con una postura tan relajada y honesta.

La franca sonrisa que acompañó su fresca y educada presentación desembocó en la entrega de una bolsa de celofán cundida de galletas de mantequilla.

—¿Y esto?

Una respuesta automática que fue formulada antes de razonar la situación apropiadamente.

—Forma parte de mi agradecimiento y mi disculpa…por vomitar. —La vergüenza la hizo cubrir su rostro con ambas manos—. Pagaré los costos de la tintorería.

—No es necesario. Y gracias por las galletas.

—Ni se te ocurra comértelas todas, ¿entendido? —Miró a su hija torcer los labios en protesta—. Disfrútalas con moderación.

—Las galletas son un postre excelente. Pero enfoquémonos momentáneamente en la cena —pedía Sun-hi—. Acompáñenme a su mesa.

Sora se centró en su tortilla de huevo, marisco y cebolleta. No tenía intención de ser partícipe de la plática de dos madres que compartían la misma edad y un amor incondicional hacia la cocina. Tampoco buscaba entablar una conversación con quien yacía a su lado comiendo gustosamente su col fermentada.

—¿Te ha gustado el haemulpajeon?

—¿El que…?

—El haemulpajeon. Es así como se llama el platillo que estás degustando.

Sora bajó sus palillos, mas no la miró.

—Sabe bien. Es crujiente y jugosa.

—También deberías probar el bulgogi. —Ofreció—. Son tiras de ternera maceradas en soja, jengibre, ajo, azúcar y pimienta negra, cocinadas a la parrilla.

No pudo resistirse al encanto de la carne y se sirvió unas cuantas porciones. Era suave y deliciosa.

—Muchos desconfían de la combinación de ingredientes. Sin embargo, el resultado final es excelente —habló Ha-neul animadamente—. Nosotros también tenemos nuestra propia versión de su famoso «sushi».

Kimbap se llama, ¿no?

—Vaya, eres conocedora de la comida coreana.

—No en realidad —refutó—. Si sé de este platillo es gracias a alguien. Le encanta comerlo.

—Deberías recomendarle a ese alguien que venga a visitar nuestro restaurante. Quedará encantado.

—Sí. Quizás podría ser de su agrado.

No volvió a hablar. Se limitó a comer en silencio porque la curiosidad de su madre la orilló a indagar un poco sobre la chica que permanecía sentada a su costado derecho.

La joven que conoció, adormilada y desorientada, asistía a una escuela pública de alto nivel. Compartían el mismo grado escolar. Y mientras ella era mánager del club de béisbol, Ha-neul era parte del consejo estudiantil.

—Hay algo alrededor de mis piernas…—susurraba Yūki deslizando la mirada sobre el blanco mantel—. ¡¿Un perro?!

Su repentino gritillo provocó en su madre una rápida inspección por debajo de la mesa. Justó a un costado de la pierna izquierda de su hija se hallaba el culpable de su fugaz susto.

—¡Dan! —exclamaba Ha-neul sacando al animal escondido debajo de la mesa—. Una disculpa, Yūki-kun. Dan es muy traviesa y siempre olfatea a los nuevos clientes.

—¿Perros es un restaurante? —Era desde su perspectiva muy anómalo.

—No pienses que nuestro establecimiento es un lugar de higiene cuestionable —expresaba Sun-hi—. Nuestro restaurante es pet friendly. Y las personas pueden traer a sus mascotas. La única condición es que deben tenerlas cerca de ellos y no deben ser agresivos con otras mascotas o personas.

Sora atendió a la explicación con el mismo interés con el que observaba los vivarachos ojos de aquel encantador corgi que meneaba su pequeña cola de un lado a otro.

—¿Quieres cargarla? —preguntaba Ha-neul.

Desde su posición era muy evidente el deseo que albergaba y que no se atrevía a manifestar verbalmente.

—Es muy dulce.

Iba a negarse. Pero sus ansias por cargar a tan entusiasta mascota la superaron.

—Te gustan mucho los perros, ¿no es así, Yūki-kun?

—Gatos, perros, aves…—respondía su madre—. Podría decirse que no discrimina cuando del reino animal se trata.

—Entonces debes tener muchas mascotas.

—No tengo —contestaba a la vez que acariciaba la cabeza de Dan—. Mi madre es alérgica a los pelos de los animales.

—Konomi, debe ser difícil tener a una hija amante de los animales siendo tú alérgica.

—Fue bastante complicado al inicio. No obstante, con el tiempo lo fue entendiendo.

Sora encontró su reflejo en las amorosas ciénagas chocolate de Dan. Allí se tropezó con la falsa aceptación que tuvo que obsequiarles a sus padres. Nunca renunció por voluntad propia al privilegio de tener una mascota; todo le fue impuesto sin posibilidad de objetar.

Jamás tuvo elección.

—Podría mostrarte también a Gamja —expresaba Ha-neul—. Es un poco malhumorada al principio, pero después se vuelve muy amorosa.

Sora no tuvo la oportunidad para negarse. Con su brazo izquierdo rodeaba y sostenía al apacible corgi mientras era conducida hacia la segunda planta a través de las escaleras que estaban detrás de la barra de bebidas. Ya en ese piso, alejada de los comensales, encontró el hogar de aquella jovencita que le indicaba por dónde dirigirse.

Había posters pegados sobre cada pared, una cama individual, un espejo tocador con luces, una alfombra mullida agua marina y un amplio ropero. Sin embargo, lo que más robó su atención fue el maniquí de costura en medio de la habitación y un librero plagado de rompecabezas 3D.

—¿Sucede algo, Yūki-kun?

Sora dejó de prestar atención a lo que la rodeaba para centrarse exclusivamente en esos bonitos y llamativos rompecabezas de metal.

—¿Te gustan los rompecabezas? —interrogó Ha-neul.

—No soy especialmente afecta a ellos —respondió tan rápido como su mente conectó con el presente—. Más bien estoy sorprendida de la gran variedad que tienes.

No permitiría que aquella coincidencia la empujara a recordar a la persona que prometió sepultar en lo más hondo de su corazón.

—A mi madre y a mí nos encantan los rompecabezas. Sobre todo, los 3D.

—¿También tienes afición por la costura?

No era interés por conocerla más. Se trataba de desviar el rumbo de la conversación hacia algo que no le produjera incomodidad y aflicción.

—Sí, me gusta confeccionar prendas —respondía enroscando la cinta métrica alrededor del cuello del maniquí—. Es algo muy útil cuando andas baja de presupuesto y quieres vestir algo bonito.

—Debe ser mucho trabajo —señaló previo a devolverle su libertad a Dan.

—Al principio fue bastante complicado. Mis primeras prendas dejaban mucho que desear… Aberraciones de la alta costura.

Yūki no podía opinar. Sus primeros peluches pudieron haberse convertido en fuente de inspiración para alguna leyenda urbana. Seres así de aberrantes conocieron su final en el abrasante fuego.

—¿Es Gamja? —preguntó Sora.

Ha-neul había regresado al cuarto con una bola de pelos sobre sus manos.

—Nunca había visto un animal como este. ¿Qué es? Parece un roedor muy mullido.

—Es una chinchilla… ¡Y tiene un pelaje supersuave!

Yūki quería comprobar sus palabras, mas se resistió. No quería asustar al roedor.

—Ciertamente es muy bonita.

—Su pelaje es hipoalergénico. Por ello es muy buena opción para personas que padecen alergias.

—¿Significa entonces que podría tener una chinchilla y mi madre no tendría que preocuparse por sus estornudos compulsivos? —Tal revelación la hizo pensar en más de una posibilidad para hacerse de su primera mascota—. No. Olvídalo. Ella le tiene pavor a los roedores. Y seguramente ver uno de este tamaño le provocará un colapso…

—Sí que la tienes complicada.

—Ya cuando me independice podré tener una. Aunque ya no sé si tendré el suficiente tiempo para cuidar de ella…—suspiró ante un predicamento que solamente existía en su cabeza.

—Podrías conseguir un gato. Son muy independientes y no requieren tanta atención… Podría decirse que hasta uno sale sobrando en sus vidas —comentó burlona.

—Jasper es de ese estilo. Supongo que eso de que las mascotas se parecen a su dueño es muy real —susurraba—. Aunque Change-up es amorosa y sociable, nada que ver con su apático dueño…

—¿Has dicho Change-up? ¿No es el nombre de un lanzamiento en el béisbol? —Parpadeó—. ¿Quién nombra así a una mascota?

—El obsesionado al béisbol que tengo por novio.

—¿Sucede algo, madre? —interrogó al mismo tiempo que abría la puerta.

—Lamento interrumpirlas, pero es hora de que Yūki-kun regrese a casa —informaba para la adolescente—. Tu mamá espera por ti en la planta baja.

A su lista de contactos se añadió un nuevo perfil: el de Ha-neul. Y pese a que no entendía por qué querría intercambiar número telefónico con ella, no pudo negarse porque su madre estuvo presente cuando se lo pidió.

Eligió la estación de radio. Se recostó sobre su asiento y luchó por no cerrar sus ojos ante el cansancio que le sobrevino desde que subió al auto.

—¿Qué te pareció la comida?

—No puedo quejarme de su buen sabor.

—Ha-neul es una chica bastante simpática, ¿no crees?

Sora cerró los ojos. Se abstuvo de responder inmediatamente porque finalmente le fue revelado el verdadero motivo por el que aceptó aquella cena gratuita. Nunca se trató de una nueva experiencia culinaria.

—Tú lo has dicho —comunicó.

Konomi exhaló ante su apática respuesta.

—Sora, cariño. Ya ha pasado casi un año desde eso… Tienes que soltarlo y seguir adelante. Deberías conocer a más personas. Eso te ayudará a superarlo.

Desde que regresó a su hogar se esforzó por dejar de lado todo lo que vivió en Sendai, tanto lo bueno como lo malo porque cada aspecto le producía remordimiento y añoranza; la hacía vulnerable y susceptible de buscar respuestas que no necesitaba para sostener su decisión.

Sus días se llenaron de nuevos rostros, de nuevas voces, de nuevas experiencias… Empero, eso no significaba que pudo olvidarse de quien creyó que nunca le daría la espalda.

—Descuida. He conocido a mucha gente nueva desde que llegué a Seidō —expresó rápidamente antes de que su pauta silenciosa diera paso a más escrutinio—. No necesito que te preocupes más por el tema.

—Y ya que quedó ese asunto resuelto... ¿Qué planes tienes para tu cumpleaños? Es casi dentro de un mes.

Sora olvidaba que su madre poseía un alma festiva. Siempre gustaba de celebrar todos los cumpleaños de los miembros de su familia; y el de ella no era la excepción.

Lo único que a ella le gustaba de su manía era la cantidad de comida que preparaba.

—Quiero visitar a mi abuelo —expuso antes de girarse hacia la ventana—. Es lo que quiero para mi cumpleaños.

—Visitar a mi padre, eh... —suspiró.

El semáforo se puso en rojo.

—Son muchas horas de aquí a Nagasaki.

—Si tomo un vuelo llegaré en menos de cinco horas.

—Una menor de edad no puede viajar sola en avión sin la supervisión de un adulto.

—Entonces será en tren.

—Hablaremos de este tema con tu padre, Sora.

Eso era una forma nada sutil de decirle que no viajaría sola sin importar el transporte que ocupara ni los buenos argumentos que le regalara.

—Está bien. —Aceptó no por conformidad, sino porque no deseaba iniciar una riña verbal de camino a casa.

Resintió el agotamiento de la batería de su reproductor portátil cuando la estruendosa voz de Eijun se anidó en sus oídos; se quejaba de la absurda cantidad de deberes escolares que tenía para la semana y de que lo ignoró desde la cena. También hubo otro motivo por el que lamentó no cargar su reproductor la noche anterior: sus compañeros de equipo y el tema abordado tras su rutina de gimnasio.

—Quizás deberías prestar atención a lo que hablan —propuso Kuramochi con una sonrisa guasona nada disimulada.

Para Kazuya, el Día Blanco era un día más del mes de marzo. Una fecha llena con la venta de chocolates, flores, peluches y joyería... Una forma para retribuir las atenciones y el chocolate dado en San Valentín.

Y él ahora debía gratificar el presente entregado por Sora. Pero ¿qué podría darle? Por ahora se limitó a escuchar a sus compañeros de equipo.

—¿Y si le compras un ramo de flores?

—Podría ser... Mas no sé cuál sea su favorita.

Miyuki, haciendo memoria, no recordaba a Sora demasiado emocionada viendo los cuadros de flores de su madre. Es más, hasta parecía tenerles cierto recelo a los tulipanes amarillos.

Las flores estaban descartadas. Además, no se veía a sí mismo entrando a una florería para elegir el ramo más vistoso y sublime de todos.

—¿Un perfume acaso?

—Jamás ha usado perfume. Y no sé qué tipo de esencia le guste. Aparte, luego son muy penetrantes. No sería agradable para ninguno de los dos.

Sora usaba perfume. Él mismo lo percibió aquella tarde mientras la cargaba. Sin embargo, él sabía de esencias lo que Sawamura de la historia del béisbol. Aparte debían ser costosos y eso ya era un punto en contra. Por algo su madre los cuidaba tan celosamente.

—¿Y has pensado en ropa? Las chicas aman estrenar ropa nueva.

—Regalarle ropa a una chica es lo peor que pueden hacer —intervenía Yōichi para el grupito tan animado de beisbolistas—. No importa qué elijan, siempre pondrán un pero.

—Es verdad…

—Tienden a ser muy quisquillosas con eso… Que, si las hace ver gordas, más anchas…

—Entonces recurramos a los chocolates. Nunca fallan.

Por supuesto que Miyuki sopesó la idea de obsequiarle chocolate: era económico y fácil de hallar. No obstante, no lo sintió correcto; menos cuando recordaba su protector de pulgar. Y ese tenue cargo de conciencia lo empujaba a ir un paso más allá de lo convencional.

No podía ser solamente chocolate.

—Café… Eso es.

—¿Eh? ¿De qué diablos estás hablando, Miyuki?

Él gesticulaba confundido, el cácher sonría triunfante.

—¿Ahora qué está tramando este idiota? —susurró.

Supo que su respuesta había sido ignorada cuando fue llamado por el entrenador para que se presentara en la entrada de los dormitorios. Allí, bajo el arco que da la bienvenida a los miembros del equipo, estaba su madre, saludándolo suavemente con su mano derecha.

Miraba hacia la ventana a medio bajar. Escuchaba la estación favorita de su madre reproduciendo canciones de antaño que la trasportaban a sus años dorados en la universidad. Asimismo, meditaba que ese domingo iba a escabullirse para comprar todo lo que necesitaba para preparar su regalo para el Día Blanco; un plan que se desmoronó.

Su incomodidad no recaía en la falta de un regalo de cumpleaños, tampoco en entrar a aquel amplio y bien decorado salón de eventos, sino en la mesa que eligieron para él.

Suspiró para sus adentros e ignorando la sonrisilla malintencionada de Makoto, tomó asiento.

En aquel festejo familiar yacía un sinnúmero de rostros que nunca conoció y que probablemente jamás lo haría porque no le interesaba intimar lazos familiares con ninguno de ellos.

—Siempre impresionando a todos con tu particular sentido de la moda. —La mofa de Makoto se acompañó de una mueca mordaz.

—Y aun así es más popular que tú —atajó Maiko.

Se había acercado a ellos para saludar.

—Eso no le quita lo nerd que es.

Mas su charla se estancó. La persona que organizó la fiesta llegó de la mano con Erika.

—Makoto, no quiero ninguna discusión por este día. ¿Entendido?

El adolescente se cruzó de brazos como respuesta de que aceptaba la petición, aunque no estuviera de acuerdo.

—Tu padre ha invitado a personas importantes a su fiesta de cumpleaños. No quiero que demos una mala impresión.

No es que su madre fuera una obsesionada con quedar bien frente a todos, pero apoyaba fervientemente a su actual esposo cuando hacía eventos en donde invitaba a su jefe y superiores.

Eran un gran equipo.

—Las fiestas de adultos siempre son tan aburridas y tediosas —murmuraba Maiko aguardando a que la comida llegara hasta su mesa—. ¿Y si nos escapamos? No notarán nuestra ausencia.

La idea de huir lo seducía como el fuego a un pirómano. Sin embargo, su madre se daría cuenta y el regaño sería memorable. Por ello se limitó a comer y saludar tímidamente a quienes se acercaban a su mesa en compañía de su madre.

Cuando tuvo la oportunidad, se levantó para ir al sanitario. Y con esa excusa llegó hasta el jardín exterior del salón de eventos.

Se encontró solo en aquel espacio abierto. Y en ese estado tan poco apreciado por el ser humano se halló cómodo y tranquilo.

—Quisiera estar en el campus y no aquí...—Se repitió cuando encontró una banca en la cual descansar—. Supongo que debo soportarlo unas horas más.

Su profundo anhelo lo separó de su entorno. Y para cuando su mente y presente coincidieron ya había dejado atrás aquel primoroso jardín de begonias. Mas su asombro por estar lejos de la pomposa fiesta no fue mayor a cuando descubrió a quien se volvió su sombra silenciosa.

—Descuida. He convencido a mamá para que nos deje estar fuera de la fiesta por un par de horas —explicaba Makoto adelantándose a su posición.

Miyuki tenía intenciones de abandonar el festejo, mas no iba a hacerlo en compañía de su hermano político.

—El postre se veía apetecible. Ha llegado el momento de probarlo.

Intentó regresar sobre sus pasos. No obstante, su brazo fue sujetado firmemente por Makoto.

—Le dije que iríamos juntos a recoger el regalo para mi padre, por su cumpleaños, aprovechando que estamos juntos.

Kazuya no tenía nada en contra de su padrastro porque siempre fue cordial y educado con él; nunca se metió en sus asuntos personales. Sin embargo, no nacía en él el deseo de obsequiarle algo por su nacimiento. Esa clase de atenciones únicamente nacían hacia con su padre biológico y abuelos paternos.

—Descuida, no necesitas poner ni un solo yen, hermanito —siseó burlón—. Basta con tu magnífica presencia.

Zafarse de su agarre no era complicado. Pero sumirse en una acalorada conversación con su madre, si lo era. Estaba de manos atadas.

—Andando. Hay un centro comercial a unos quince minutos de aquí —informó.

«¿Un centro comercial? Allí podría encontrar lo que necesito», pensó Miyuki.

—Deja de hacer el tonto y vámonos.

Ninguno se dirigió la palabra durante el trayecto. Cada quien se distrajo como mejor le convino: Makoto con su celular y Kazuya admirando los alrededores como si disfrutara de la arquitectura urbana de la ciudad.

—Cuesta creer que alguien tan poco femenina como ella, use esta clase de colgantillos —enunciaba Joshuyo.

Cruzaron las puertas automáticas del centro comercial, deteniéndose a unos metros de la entrada. Fue allí cuando aquel descarado chico materializó la foto que le mandó por correo electrónico.

—Si no quieres que ella nos regañe, más vale que hagamos la compra rápidamente —señaló Kazuya, adelantándose.

No iba a caer en su juego de provocación. Menos cuando ya le había repuesto aquel colgante a Sora.

Makoto bufó. Guardó el colgante y se convirtió en el guía de aquella tarde de compras.

Miyuki avanzaba, observando las tiendas departamentales; tenía un objetivo que cumplir antes de abandonar el centro comercial.

—Llegamos —avisó Joshuyo.

El establecimiento en cuestión era una tienda de trajes para caballero. Allí solamente había adultos debatiendo sobre qué esmoquin era más elegante.

Kazuya aprovechó que Makoto hablaba con la dependienta para decirle vagamente que tenía que ir al baño y que regresaría pronto.

—Aquí es.

En la planta baja estaba su objetivo.

El fragante olor del café era tan embriagante como la esencia de un perfume costoso y delicado. La gente podría no gustarle en su totalidad, mas su presencia no le era indiferente a nadie.

Pronto se encontró navegando entre estantes que contenían numerosas marcas provenientes de países occidentales. Empero, lo único que a él le importaba era el precio del producto. Tenía que encontrar algo que se adecuara a su bolsillo.

—¿Algún producto que sea de su interés?

El cácher se sobresaltó ante el silencioso acercamiento del vendedor.

—Estoy mirando...para elegir el adecuado.

—Puedo recomendarle nuestros productos premium. Así podrá gozar de una taza de exquisito café.

—No los busco para preparar una bebida. Mas bien...son para cubrirlos de chocolate.

—Descuide. También tengo opciones para eso.

Y todas las que le mostró eran ridículamente costosas. ¿Es que el café no era un producto económico?

—También contamos con otras variedades que podrían ser de su interés.

Salió de la tienda con una bolsa de café a precio asequible y un pequeño libro que abordaba su historia y algunos consejos para comprar el mejor grano.

—Ahora tengo que comprar chocolate para fundir...

Dio un vistazo rápido al interior de la tienda de trajes. Halló inmediatamente a su hermano político. Estaba muy parlanchín con otro grupo de chicos que compartían su estatura y rango de edad. Se trataba de amigos de su escuela porque recordaba vagamente sus caras de alguna ocasión en que fueron invitados a casa de su madre estando él presente. Asimismo, notó que sus risas y susurros estaban encaminados hacia alguien que desentonaba totalmente dentro de aquella tienda departamental.

No eran discretos. Las miradas iban y venían entre sus propietarios y el conjunto casual que portaba el joven que estaba absorto analizando qué corbata llevarse. Mas lo que esos engreídos chicos no notaron, el cácher lo divisó inmediatamente.

El joven era más alto que él y ellos. Poseía la constitución de alguien que no había dejado de entregarse al deporte; uno que quizás no tuviera nada que ver con el béisbol.

—Se vuelve más bocón cuando está con sus amigos.

Kazuya pausó la compra de chocolate. Entró con sigilo a la tienda mientras sus labios se ensanchaban ante la premisa que se creaba dentro de su cabeza. En aquel escenario ficticio, Makoto aprendía a cerrar su altanera boca con una simple mirada de aquel desconocido.

Se ocultó detrás de un estante de metal saturado de esmóquines negros. Y observó la escena que se desarrollaba a menos de dos metros de él.

—O está completamente absorto en su compra o pasa totalmente de sus comentarios.

Si sus lanzadores tuvieran esa misma serenidad los juegos no acabarían siendo tan problemáticos para el equipo.

—Se está moviendo... Los ha ignorado.

Miyuki volvió a sonreír cuando uno de esos cuatro chicos empezó a hablar en tono alto sobre los parámetros para elegir una buena corbata. Y a esa altanería sin sentido se le unió la de su hermano político.

—Nunca puedes quedarte callado, ¿verdad, Makoto?

Mientras Kazuya sonreía burlón, como cuando se divertía a expensas de Sawamura, Makoto y aquel bocaza cesaron su parloteo como si tuvieran obstruida la garganta.

El extraño no les dijo nada. Mas su ladina mirada los sondeó minuciosamente cosiendo sus bocas, obligándolos a apartarse de su camino.

Miyuki rio tan quedito que nadie notó su presencia. O así lo creyó hasta que halló su confusión perfectamente plasmada en la nitidez de aquellos ojos verdes; los mismos que silenciaron al par de adolescentes.

Era imposible que lo escuchara reír y burlarse de ese par. Entonces ¿por qué lo veía tan fijamente?

«Su sola presencia intimida bastante...», caviló Kazuya.

Tener de frente a alguien más alto que él, con una complexión que invitaba a pensar que sus golpes debían doler, le removió remembranzas del pasado. Aquella época cuando su baja estatura, cuerpo menudo y lengua suelta lo convirtieron en el blanco de muchos abusadores; incluyendo los de su propio equipo.

El silencio que los cobijaba levantó la incertidumbre en Miyuki y la curiosidad en ese grupo de fisgones. Todos estaban expectantes sobre lo que haría o diría ese desconocido de temperamento calmo.

—¿Sucede algo...? —Kazuya se aventuró a hablar.

—¿Miyuki Kazuya? —pronunció sin retirar su atención de quien se notaba cada vez más confundido—. ¿Realmente será él? —Rascó su barbilla con insistencia rebuscando en internet con la ayuda de su móvil—. Parece que sí es él.

—¿Eh? Este... —Pestañeó—. Claro que lo soy.

—No está por ninguna parte. —Miró alrededor.

Parecía estar buscando algo o a alguien con bastante insistencia.

«No sé de qué está hablando... Es demasiado raro», infería el cácher.

Él hubiera preferido seguir descifrando las palabras de aquel joven a tener que lidiar con Makoto y su grupito.

—Oh, ¡Miyuki-kun! Nos volvemos a encontrar. Qué casualidad, ¿no?

El primero en dirigirse a él, de pelo ondulado y ojos grandes y achocolatados era el más pretencioso de los cuatro. Su familia era adinerada y eso lo volvía poco asimilable.

—Lo sorprendente es que no esté entrenando como enfermo. ¡Al fin decidiste vivir un poco!

El segundo en hablar, de pelo teñido de rubio y un arcillo en la ceja derecha, no era más agradable que el anterior.

—Supongo que fue obligado a venir a la fiesta de su padrastro.

El último de la comitiva, de cabello corto y peinado, era el que menos miramientos poseía al hablar.

—Ya compraste lo que necesitabas. Hora de retirarnos.

A Miyuki le importaba poco o nada el devolverse solo al salón de fiestas. No obstante, sabía que si regresaba solo su madre le llamaría la atención y lo mandaría de vuelta por el impertinente chico.

Prefería ahorrarse ese desgaste de energía.

—Descuida. Ya avisé que demoraremos un poco en regresar... Ella dijo que no había problema. Que estaba bien porque así tendríamos más tiempo de calidad entre hermanos.

Si algo tenía que reconocerle a Makoto era su labia para volcar las circunstancias a su favor. Y siempre que lo hacía se metía un poco con su persona. Y ahora que estaba acompañado sería un poco peor.

Empero, lo que más le molestaba era que usara su supuesta hermandad para pasar tiempo juntos cuando era obvio que ninguno era del agrado del otro. Y quizás lo más chocante era que su madre no se diera cuenta que era una batalla perdida el que ambos pudieran siquiera tratarse como seres humanos decentes.

Y ser consciente de que prácticamente fue obligado a aceptarlo como parte de su familia le hizo recordar episodios de su infancia que no necesitaba sobreponer a su presente.

Él estaba bien con su pequeña familia.

—Esperaré en la entrada a que termines tus asuntos —exteriorizaba dando media vuelta.

Todavía tenía una compra por realizar. Aprovecharía ese tiempo extra.

—Vamos, ven con nosotros. Será divertido.

—Queremos conocer más al hermanito de nuestro amigo.

—Es evidente que lo último que busca es pasar su tarde con alguno de ustedes.

Todos habían olvidado que existía un sexto en su plática. Y fueron conscientes de su descuido cuando opinó sobre sus planes.

—De cualquier forma, tengo un asunto que tratar con él.

El desconocido se concentró en Miyuki. Y este únicamente podía preguntarse si había hecho algo que lo molestara. Asimismo, se cuestionaba por qué conocía su nombre.

Lo siguió en silencio. Y no se atrevió a preguntar nada; ni siquiera cuando estuvieron en la planta baja del centro comercial.

—Eh... Este... ¿Qué asunto tienes conmigo? —preguntó cuando se detuvieron.

Ambos estaban de pie frente a un establecimiento de comida rápida.

—Supuse que no querías rodearte de esos chicos —respondió checando las promociones pegadas en las amplias ventanas del restaurante—. Por eso dije esa mentira que no es del todo una mentira.

—¿Qué significa eso? —Quiso sonar burlón. Pero le fue imposible esconder su genuina extrañeza.

—Que no esperaba conocerte bajo tales circunstancias —contestó, viéndolo por encima del hombro—. Soy amigo de Sora desde hace varios años... Me llamo Hayami Sae.

Ese nombre lo había oído de Kishō. Él era el hermano mayor de aquella extrovertida pelirroja.

Qué contraste de personalidades la de ambos hermanos.

«¿Cómo es que sabe de mí? ¡Un momento...! Rokujō igual me conocía. Significa entonces... ¿Qué les ha contado Sora sobre mí a este par?», reflexionaba Miyuki.

Pasó del pánico de que su novia hablara de él con sus amigos más cercanos a que justamente uno de ellos presenciara los detalles de su condición familiar en vivo y en directo.

—Entremos a comer —pedía Sae. Las puertas automáticas se abrieron para ellos—. Después te llevaré de regreso a ese salón de fiestas.

Quiso pedirle que guardara su secreto tanto como deseaba declinar su invitación para comer. Mas su garganta se negó a cooperar con sus más sinceros deseos.

Otra vez aquella incapacidad de manifestar sus deseos en palabras.

—Y dime, ¿Sora la pasa bien en Seidō?

Lo cuestionó Sae una vez que ambos tomaron asiento y aguardaban por su orden.

—No he escuchado que se queje de nada relacionado a la escuela... Parece que se divierte.

Ella únicamente se quejaba de él y Kuramochi. Mas de eso no había necesidad de que se enterara.

—Lamento haber interrumpido tus compras. Acabando de aquí puedes continuarlas —dijo enfocándose en él—. ¿También eres un adicto al café como Sora?

—A los chicos y a mí nos ayuda a mantenernos despiertos durante la época de exámenes...—mintió descaradamente.

La comida los mantuvo callados. Y para cuando Kazuya terminó, notó que su acompañante tenía un apetito de temer.

¡Se había comido cuatro hamburguesas junto con sus respectivas papas fritas!

Entonces recordó que ese chico era el compañero de glotonería de Sora. Obviamente su apetito tenía que ser de temer; hasta para tratarse de un chico.

«¡¿Todavía le queda espacio para el postre?!», pensó aturdido.

Abandonaron el restaurante. Y Kazuya se cuestionaba cómo pudo devorar el cuarto cono de helado.

Sae se desprendió de su gorro de lana. Allí estaba ese pelo rojizo tan llamativo como rebelde.

—Tengo una última cosa que comprar —avisó Miyuki.

—Entonces te veré en la entrada principal.

—De verdad no hay necesidad de que lo hagas.

Le había pagado su comida. No buscaba deberle nada más.

—Dije que te llevaría y eso haré. Soy alguien de palabra —estableció firmemente—. Despreocúpate por esos pormenores.

Su objeción exclusivamente existió en su cabeza porque Sae ya se había retirado.

—Los amigos de Sora son demasiado raros... Más de lo que es ella.

Se sintió victorioso a la entrada del centro comercial con su bolsa de chocolate y café. Y el no tener que interactuar con su hermanastro y su bola de amigos fue un plus que disfrutó tanto como hacer un double play.

—Realmente está aquí.

Creyó que Hayami se marcharía. Pero no. Se encontraba en el punto de reunión.

Ya sobre la acera se detuvieron unas calles abajo. Del Audi negro aparcado a su costado salió un hombre de mediana edad y trajeado; los saludó y les abrió la puerta para que accedieran.

—Mi plan era irnos en taxi. Sin embargo, mi madre insistió en esto —suspiró indicándole que entrara.

—Ah, con permiso...

Kazuya no estaba acostumbrado a montar en un auto lujoso conducido por un chófer. Era una experiencia que nunca estuvo a su alcance.

Desconcertado y algo apenado, entró al automóvil y dio las indicaciones para llegar al salón de eventos del que escapó hace un par de horas atrás.

—No demoraremos en llegar. Es cerca de aquí —señalaba Sae viendo la pantalla de su celular—. Quizás la situación se vuelva un tanto problemática.

Miyuki no quiso pensar en lo que ocurriría cuando descendiera del auto. Por ahora disfrutaría del silencio del viaje.

«Seguramente Makoto ya le llamó para decirle que lo abandoné para regresarme por mi cuenta», razonaba Miyuki.

Kazuya creyó ingenuamente que todavía podía pensar en qué decir en lo que bajaba y llegaba hasta su mesa. Grave error. Su madre estaba en la entrada del salón. Su molestia era tan evidente como la sonrisa mordaz de quien permanecía a su lado.

—¿Por qué te alejaste de Makoto y te fuiste por tu cuenta?

Miyuki torció los labios.

—Fue mi culpa el que se apartara de ese chico. Le extiendo mis disculpas por las molestias causadas.

Tan ensimismado estaba que olvidó que el pelirrojo lo siguió hasta la entrada del salón.

—En cualquier caso, siempre estuvo acompañado por su grupo selecto de amigos... Aparte yo expresé abiertamente que lo traería de vuelta. Supongo que se le olvidó mencionárselo —explicó señalando con la mirada a quien ya no sonreía—. Finalmente, lo importante es que está de regreso.

—Está bien —exhaló suavizando sus facciones—. Te agradezco que hayas traído a Kazuya.

—De nada.

Fue tanto su respuesta como su despedida.

—¿Para qué has comprado todo eso? —preguntó curiosa.

—Economía doméstica.

Su respuesta rápida y concisa satisfizo a su madre.

—Regresemos —ordenó pasivamente Hanan.

Las ventanas impolutas. La meticulosidad con la que cada cuadro, mueble y pequeño objeto fue organizado a lo largo de la habitación era tan relajante de ver; una satisfacción que únicamente una persona apasionada por el orden y el fragante aroma de la limpieza disfrutaría.

Retiró el cubrebocas que la aisló del polvo y los fuertes olores de los productos de limpieza. Se quitó los guantes y guardó todo lo que empleó en aquella tarde en la que decidió ayudar a su gran amigo a ordenar y asear su nuevo apartamento.

—He terminado justo a tiempo. —Sora se giró hacia la puerta recién abierta—. Estoy muriéndome de hambre.

—Lo sabemos. Por eso compramos de regreso —habló Kishō—. Además… Te dije que no era necesario que fueras tan exhaustiva y que te ayudaríamos.

—Sabes mejor que nadie que no le gusta que la ayuden a limpiar si no están a su altura —comentó Sae colocando las bolsas plásticas sobre la mesa del pequeño comedor—. Cosas de gente maniática.

—No eres precisamente quien para hablar de comportamientos obsesivos compulsivos —señaló Rokujō.

—Lo que me sorprende es el buen precio por el que lo estás rentando.

Sora podía entablar una conversación y sacar los recipientes de comida.

—Un apartamento bonito y barato —continuaba Yūki—. Quizás cuando me independice podría rentar aquí mismo.

—Probablemente tus padres no lo permitan. —Kishō intercambió una mirada rápida con Sae. No estaba seguro si hablar más sobre el tema—. Hay una razón por la que la renta es bastante barata.

—¿Es porque estamos en Kabuki-chō?

—No —respondieron.

—¿Entonces?

—Bueno, este edificio es apodado «Yakuza Mansion» —informaba Hayami—. Y se sabe que muchos de los inquilinos son miembros de dicha organización. Aunque son de rango bajo…

—Es difícil hallar rentas económicas —suspiró Kishō—. Descuida, es bastante tranquilo.

—Por cierto —Miró de reojo a Sae y preguntó: —, ¿te entretuviste u ocurrió algo? Eres alguien muy puntual y se nos hizo extraño que llegaras un par de horas después de la hora acordada.

—Sí. Tuve un contratiempo. —Hizo una pausa y se centró en Sora—. Conocí a Miyuki.

—¿A Miyuki? ¿Cómo? ¿No habías ido a comprar una corbata para tu hermano?

—¿Kazuya en un centro comercial en pleno domingo por la tarde? Eso no suena a él…

—Es que no estaba allí por voluntad propia —añadió, alistándose para comer su segundo envase de fideos—. Fue arrastrado a una fiesta. Y no estaba muy satisfecho con ello.

—Evidentemente —reiteró Yūki—. Él no es afecto a esos eventos. Sobre todo, si son familiares… Por cierto, ¿estaba acompañado?

—Sí, de un chico poco digerible.

—Tiene que tratarse de Makoto —exhaló fastidiada—. Es un verdadero pelmazo.

—Y no solamente él. Estaba con sus amigos —añadió el pelirrojo—. Eran igual de memorables.

Sora se cuestionó sobre si mandarle un mensaje porque no era lo habitual en ellos. Desde su perspectiva podría sentirlo anómalo o en el peor de los casos, sospechoso considerando las circunstancias en las que se vio envuelto esa tarde junto a uno de sus mejores amigos. Empero, era su novia. Tenía permitido escribir y preguntar cómo había estado su domingo, ¿no?