¡Muy buenas noches! Espero que hayan tenido una linda semana y no se estuvieran muriendo de calor como yo. Les traje un capítulo nuevo para cerrar la semana como se debe.
*Guest: Gracias por comentar, pequeña. Me quedé en duda sobre a qué amistad te refieres.
Remoteness
Desde que la vio esperándola en la entrada de los dormitorios supo que no debía permitirle el acceso. Mas sus ojos ardían con una resolución que no apagaría ni con su mejor discurso. Así, con las futuras consecuencias meciéndose dentro de su cabeza, la guio para acercarse a uno de los dos motivos que la condujeron hasta allí.
Notaba la fuerza innecesaria con la que sujetaba las dos bolsas de tela que traía. Estaba tan tensa que no requería un gran ojo observador para notarlo. Los nervios la derrumbaban; mas se negaba a escapar. Quizá su moralidad la atormentó hasta empujarla a destripar el engaño que recreó y mantuvo por tantas semanas.
Tal vez así era como obtendría su libertad.
—En media hora terminarán el entrenamiento matutino. Tendrás una media hora para hacerlo.
Ambas observaban a los chicos detrás del enmallado protector. Desde allí no serían detectadas por ningún miembro del equipo.
—Lamento hacerte venir en domingo a la escuela —susurró cabizbaja—. Pero mamá no dejaba de preguntarme si le había contado toda la verdad.
—No es como si tuviera los grandes planes para hoy —dijo tranquilamente—. Además, mira. No soy la única que no puede despegarse de Seidō.
Señaló a las otras mánager que permanecían paradas a un costado del entrenador Kataoka.
—Todos son muy entregados en este equipo. —Lucía maravillada y asombrada—. Es el mejor equipo al que pudo llegar mi hermano.
Concordaba con ella incluso cuando su reaparición la tentó a quebrantar su promesa.
—Mientras esperamos puedes comerlos. —Mostró el contenido de su bolsa, invitándola a extraer su contenido—. Ya me explicaron que no podremos realizarles ningún festejo porque estarán ocupados con el torneo. Por ello pensamos que sería buena idea que coman algo delicioso en vísperas de su cumpleaños.
Sora sacó la caja, destapándola prontamente. Lo que contenía era mucho más valioso que el oro. Eran rebanadas de milhojas.
—Tres capas de hojaldre con dos capas de crema pastelera —expresó la rubia—. Degustarlo es todo un arte: debe comerse a la temperatura adecuada.
—Ni demasiado caliente para que la crema se desparrame, ni demasiado frío para que sea suave y se sientan los aromas.
—Pasa el tiempo y algunas cosas contigo no cambian, Sora. —Sonrió cándidamente—. Aunque ahora eres mi ex cuñada.
No pudieron evitarlo. La tormenta los ahogó.
—Supe por Shiko que estás saliendo con alguien de aquí.
Iba a enterarse. Sin embargo, eso no aliviaba la culpa que la asfixiaba.
—Sí. Es cierto.
No requería ser juzgada por nadie más. Ella misma era su propio juez y verdugo. Porque por más que se dijo a sí misma que un simple gustar puede prosperar en medio de una maraña de espinas y rosas, todavía lo señalaba como una falta de respeto a los sentimientos que la unieron tanto a Tatsuhisa Souh.
¿Es que creía que esos sentimientos permanecerían en su corazón hasta que dejaran de sangrar? ¿O tenía que mutilarlos hasta que no quedara nada de ellos ni de sí misma? ¿Cómo se supone que se olvida totalmente a una persona que nunca te rompió el corazón?
—Es obvio que estoy un poco indignada de que salgas con alguien que no sea mi hermano… Mas eso no significa que haré alguna rabieta.
Sora rio disimuladamente.
—Están avanzando, cada uno a su manera…y eso tiene que ser suficiente. ¿No?
Quería creer ciegamente en que así era.
—¡Sora-senpai! ¡Sora-senpai!
Sawamura corrió a saludar, encontrándose con un rostro ajeno.
—Me llamo Tatsuhisa Reira. Soy la hermana menor de Souh. —Se presentó educadamente—. Un gusto.
—¡Sawamura Eijun, la futura estrella de Seidō!
—¿Podrías decirle a Souh que nos encuentre por las máquinas expendedoras? —pidió Yūki.
—¡Entendido!
No esperaron demasiado. El francés arribó saludando globalmente a ambas. Él pudo deducir rápidamente por qué su hermana había venido sola cuando nunca se separaba de su gemela.
—¿Quieres intercambiar una rebanada de milhojas por una tarta Paris-Brest?
—¿Por qué no? Se ve muy apetitoso.
Sora no podía ignorar las delicias que le fueron entregadas al rubio.
—Entiendo que estén disfrutando de sus pastelillos ¡pero! —Llamó su atención, agitando sus manos frente a ellos—. No olviden mi predicamento.
—Lo llamaré inmediatamente.
—No le digas nada inadecuado —pedía Yūki—. Ella se encargará de explicarlo todo.
—Todavía estás a tiempo de retractarte, hermana.
—No lo haré. Tengo que contarle la verdad.
Sesenta segundos eternos. Sesenta segundos que fueron suficientes para materializar su inevitable encuentro con el destino.
Mientras ella respiraba para invocar su valor, la otra parte se sentía contrariada y confusa.
—Tatsuhisa, ¿qué significa esto? —cuestionó hoscamente. Se sentía encajonado—. ¿Quién es ella?
—Yo misma responderé todas tus preguntas, Mochi.
Se marcharon. Necesitaban espacio y tiempo para hablar tendidamente sobre las dudas de uno y los arrepentimientos del otro; aclarar por qué no eran desconocidos pese a que solamente uno reconocía al otro.
—Espero que ese tonto no suelte algo inapropiado —rogaba Sora—. O tendré que ordenarle las ideas.
—Sobreproteger a mi hermana no le hará ningún bien. —Mordió su pastelillo, ignorando las risas que se colaban desde el comedor—. Ella es muy consciente de que fue rechazada.
—Conjeturo que al inicio no pensó que fuera a interesarse en él… Únicamente eran dos amigos jugando en un arcade.
—Aunque ella siempre asistía a esos duelos disfrazada.
—Es porque tras salir de sus clases particulares no quería ser vista por ninguna de sus amigas del colegio mientras estaba en un arcade o en Akihabara.
—Pues si fueran buenas amigas no deberían tener problema con que ella poseyera esas aficiones.
—En eso concuerdo contigo.
Suspiraron. Ya estaban tardando.
—Una disculpa por la demora.
Se sobresaltaron ante quien les habló desde sus espaldas. Vaya susto.
—¿Estás bien? —La cuestionaba Sora tratando de encontrar alguna señal de malestar en su rostro.
—Sí. Ahora ya me siento mucho mejor.
Les sonrió dulcemente. Y eso los apaciguó.
—Si me disculpan, me retiro. Tengo conservatorio en un par de horas. —Se despidió y partió.
—Parece que las nuevas generaciones saben manejar mejor las relaciones sentimentales.
—Souh, te escuchas como un viejo.
—Es porque soy un alma vieja.
—Ey, ustedes dos. Lo sabían, ¿verdad?
No eran ingenuos, pero esperaban que él los borrara de su radar.
—¿Lo sabíamos? Sí. ¿Podíamos hablar al respecto? No —habló Sora.
—Fue su decisión de principio a fin. No tuve más remedio que respetarla —dijo Tatsuhisa para quien claramente estaba mosqueado—. Presionarla a confesar la verdad hubiera sido contraproducente.
—Entiendo que puedas sentirte traicionado porque te ocultó su verdadero nombre y apariencia. —Se cruzó de brazos y su rostro perdió sus expresiones—. Sin embargo, al final te lo contó todo aun sabiendo que acabarías molesto. Tal vez sea innecesario para ti, pero fue un cierre para ella.
Del mismo modo que lo fue para ella hablar con Chris.
—Nunca dije eso —gruñó molesto—. Es sólo que…—Los miró y decidió callarse el resto para él mismo—. Olvídenlo.
Entró al comedor, dejándolos solos.
—Probablemente no vaya a dirigirte la palabra en varios días, Sora.
—Tú te quedarás sin compañero de videojuegos.
—Igual ya no tengo tiempo para eso.
Era el capitán. Conocía a la perfección sus actividades. Y en la medida de lo posible tenía que echar a andar el motor anímico de sus compañeros de equipo. Tantas responsabilidades que varios meses atrás lo aplastaron, logrando que se sincerara en contra de su orgullo. Mas contaba ocasionalmente con Maezono y Kuramochi para animar al resto del equipo e infundirles la chispa explosiva de la competitividad.
Sin embargo, desde que la semana inició notó un comportamiento extraño en el escandaloso de Chiba. No sólo ya no se acercaba a su escritorio durante los descansos para hablar de cualquier cosa, sino que tampoco lo había visto molestar ni a Sawamura ni a su novia; y eso, aunque sonara ridículo, era un foco de alarma.
—Todo empezó desde el domingo, después de que regresó al comedor tras ser llamado por Tatsuhisa.
Empero, eso no explicaba el cambio repentino en su humor. Y es que hasta había chicos de segundo quejándose de lo aterradoras que se habían vuelto sus miradas.
—Quizás la pubertad le llegó tardía.
Su bufona sonrisa no pasó desapercibida por quien mejor conocía lo que se escondía tan un gesto tan simple.
—Lo que sea que estés fraguando, deséchalo.
—A veces siento que vigilas cada uno de mis movimientos. Solamente así podría explicarse cómo es que apareces cuando estoy pensando en chistes graciosos que le contaré a los chicos cuando se llegue la cena.
—Soy una chica llena de ocupaciones. No tengo tiempo para estar atenta a todo lo que hace mi burlón novio —expresaba con una sonrisilla—. Pero tengo que darme mis vueltas ocasionalmente y ver en qué te has metido.
—¿Estás diciendo indirectamente que me buscas para ver que no esté siendo asediado por alguna chica bonita?
Miyuki sabía que provocarla con un tema como ese no era prudente; y hasta era algo bajo de su parte. Mas molestarla era tan satisfactorio que se olvidaba de la moralidad y su instinto de supervivencia.
—Pues si tanto ansiabas que una «chica bonita» te coqueteara, debiste darle tu verdadero número telefónico. ¿No te parece?
Había sido demasiado crédulo cuando tuvo la brillante idea de usar el número telefónico de Sora para apaciguar las insistencias de aquellas jugadoras de softbol. Creyó que no se atreverían a mandarle mensaje para algo más que sobrepasara el tema del béisbol. No obstante, con la pantalla de aquel celular casi picándole los ojos, descubrió que las subestimó.
Lo último que esas chicas querían era hablar sobre partidos y estadísticas. Buscaban algo más físico y escasamente decoroso.
El ingenio de Kazuya se apagó. Esos agudos ojos grises le advertían que las bromas no estaban permitidas, que meditara apropiadamente en su argumento.
—No creo que sea para tanto…. Debieron darse por vencidas después de que las dejaste en leído.
Notó su fallo después de que habló. Su mirada no se suavizó. Esos ojos que chispeaban cuando bromeaban juntos ahora le recordaban a una implacable tormenta que ahogaría a una ciudad entera.
—Una cosa era que tus fanáticas me asediaran por ser tu supuesta novia. Y otra totalmente diferente a que ahora, ya siendo pareja oficialmente, tenga que soportar a cada una de las chicas que babean por ti solamente porque tú no eres capaz de marcar límites
—Fue una simple broma.
—Fue una broma muy desagradable. No vuelvas a repetirla.
Su espalda era tan lejana, pero su enfado tan íntimo que se adhería a su pecho, incomodándolo.
—Vamos, no es para que reaccione de esa forma… Igual ya se le pasará.
El enojo no se apaciguó después de hablar con el causante de su asedio indiscriminado. Empeoró. Se agudizó por su falta de arrepentimiento. No le ofreció una disculpa. Únicamente recalcó que era una mera broma de la que tenía que reírse un poco antes de olvidarla.
Quizás ella ayudó a labrar el camino por el que se conducía actualmente porque sus interacciones iniciales se cimentaron sobre comentarios sarcásticos y bromas descaradas. Tal vez si hubieran hablado sobre qué líneas no debían cruzarse no estaría irritada consigo misma por haberse alterado.
¿Su error fue suponer que él sabía qué acciones y actitudes estaban desaprobadas dentro de una relación? ¿O la falla estaba en esperar a que actuara de esa manera porque sus noviazgos pasados nunca la hicieron pasar por eso? ¿Estaba bien tomarlos a ellos como punto de referencia?
—Tonto Kazuya…
La puerta fue azotada. Y la persona, causante de su sobresalto, debía estar deseando haber venido a otra hora al almacén.
—¿Vas a seguir ignorándome, Kuramochi?
—Vine a guardar las pelotas. —Su neutral respuesta la irritó más—. Con permiso.
Se hizo a un lado para que el chico acomodara la reja a conveniencia.
—¡Kuramochi-senpai, dese prisa! ¡La cena será servida pronto!
Vio al energético pícher y supo que el sería su fiel aliado.
—Eijun-kun, ¿puedes hacerme un gran favor? —Sonrió y se acercó al obediente muchacho para susurrarle al oído—. Gracias.
—Descuide, Sora-senpai, ¡cuente conmigo!
Yōichi quedó frío. No podía abrir la puerta. Tenía seguro y este solamente se quitaba desde fuera.
—¡Sawamura, abre! ¡Regresa aquí, idiota! ¡Esto no es gracioso!
Gritó tanto que su garganta empezó a secarse y doler.
—Fuiste tú la que le dijo que hiciera esto, ¿no es así?
Se giró hacia ella. Estaba tan serena que lo indignaba.
—¿Por qué lo has hecho? —lanzó—. Dile al tonto de Sawamura que vuelva para sacarme de aquí.
—Lo haré cuando sea el momento —expuso—. Que nos vayamos pronto o más noche será cuestión tuya.
Sus dientes rechinaron. Su sien se transformó en una tierra recién arada. Y sus ojos escupían las frases altisonantes que su boca rechazaba expresar por respeto.
—Hoy es miércoles y me has estado ignorando desde el lunes. Así que dime, ¿cuál es tu problema conmigo? —demandó, acercándose mientras él daba un paso para atrás—. Habla, Yōichi.
La rigidez de la pared golpeándole la espalda le refrescó la memoria. Estaba atrapado en aquel almacén. Y sin importar hacia donde corriera, ella lo presionaría.
—¿Esta es tu técnica de seducción? ¡Ja! ¡Con razón acabaste al lado de un idiota como Miyuki! —Le entregó una gozosa sonrisa—. Puedo darte mis consejos para la próxima.
Kuramochi se encogió de hombros. Miró vacilante las manos que se plantaron a ambos lados de su cara. Y se arrepintió de provocarla innecesariamente cuando encontró esos apacibles ojos juzgándolo silenciosamente.
—No es lo que yo cuestioné.
—No pasa nada.
—Este comportamiento vino después de que hablaste con Reira. —Notó la ligera contorsión de sus labios y exhaló—. ¿Es porque te sentiste traicionado por las dos? ¿O es que te arrepentiste por desairar a una chica tan bonita? ¿Es que ahora ya te sientes atraída por ella?
Obviamente se sintió traicionado tanto por la chica que se volvió su compañera de juegos como por ella que consideraba como una amiga.
Escuchó atentamente a Reira. Vio a una niña perdida que temía mostrarle sus verdaderos colores a la gente por recelo a ser señalada y rechazada. Le agradeció por esas noches divertidas y esas conversaciones tendidas sobre videojuegos y temas tontos. Y secretamente se disculpó con ella por ser tan hipócrita.
La había rechazado aun cuando congeniaban tan bien solamente porque su apariencia no se adecuaba a sus gustos. Y, sin embargo, cuando descubrió su real yo le costó concentrarse, estaba extraviado en esos hermosos ojos verdes y sus cabellos dorados como el trigo.
Ella era hermosa y él un imbécil superficial.
—Todo lo que has deducido.
Podía seguir negándolo, mas entendió que la aceptación le permitiría dejarlo ir, soltarlo completamente. Y sus arrepentimientos se irían con ello. Quería creerlo.
—Tú estabas respetando su decisión. Y ella únicamente quería que alguien se tomara las molestias de conocerla honestamente… Y con eso en mente no dejaba de pensar en lo bonita que era y en qué pasaría si le dijera que ahora quizás podríamos hacerlo funcionar.
Imperioso buscó su mirada. Allí encontraría la condena que dictaría para él.
—¿Quieres que te abofetee para que te sientas mejor?
—Eh… ¡¿Qué?! ¡¿Por qué pediría eso?! —Ciscado cubrió sus mejillas con sus manos.
—Tus ojos llenos de culpa ruegan por un castigo para sacudir tu miseria.
Sonrió engreído, intentando ocultar que había sido desenmascarado tan fácilmente. Despejó sus mejillas. Estaba listo para que esa mano se impactara contra uno de los lados de su cara.
No cerró los ojos. Iba a enfrentar esa bofetada de frente, como un hombre. Mas lo único que sentía eran unas palmaditas en su mejilla.
—Espera… ¿por qué no tengo el cachete hinchado después de tu cachetada?
—Al final sí eres de «esa clase» de chicos —indicó con diablura—. Lo siento. No voy a complacer tus fetiches. Pídeselo a otra.
—¡¿Cuáles fetiches?! ¡Me haces ver como un degenerado masoquista! —Se exaltó. La tomó por los brazos y la agitó violentamente—. ¿Por qué no lo hiciste? —Más calmado la fue soltando.
—No he escuchado aun mi disculpa.
—¿Por qué tendría…? —Calló ante esos ojos que destilaban resentimiento—. Vale, lo siento. No debí aplicarte la ley de hielo.
—Ya te habías castigado a ti mismo lo suficiente. No necesitabas que yo te proporcionara dolor físico —indicó, extrayendo su móvil de la bolsa de su falda—. Además, se darían cuenta de que te golpeé.
—Esa fue la verdadera razón por la que no lo hiciste…—susurró.
—Necesitabas un empujoncito para abrir tu corazón y expresarme todas tus preocupaciones.
—Me encerraste en el almacén y después me acorralaste.
—De nada, Yōichi.
—¡Pequeña descarada!
Se quejó tendidamente. Asimismo, le estaba agradecido por orillarlo a confrontarse y entenderlo en el proceso. Era una buena amiga; alguien en quien podía vaciar su confianza.
—Oye, ¿me has llamado por mi nombre?
—Sí. No creo que haya nada de malo —dijo relajada—. Me llamas por el mío. Tengo derecho de hacer lo mismo.
—No digo que esté mal, es sólo…que se siente raro.
—Pues te acostumbras y listo.
—¿Te han dicho que eres muy mandona?
—Papá dice que es normal porque me crie entre hombres.
—Tu padre es el causante principal de que lo seas…—Exhaló ya más despejado—. Y ya que todo está bien, escríbele al idiota de Sawamura para que nos saque de aquí.
—Lo acabo de hacer. Mas no ha leído el mensaje.
—Entonces llama a tu incordio personal.
Sora guardó su teléfono y se sentó a un costado de los estantes que contenían los guantes.
—Me ha ignorado…
Con la cautela de un tigre acechando a su presa se sentó a su lado. Inspeccionó sus labios creando mansamente una planicie. Mas la glabela mostraba definidos surcos que evidenciaban su auténtica molestia.
—¿Se han peleado?
Aunque su conclusión era acertada, no dejaba de sorprenderlo. Los había visto interactuar desde junio del año pasado y nunca se enojaron el uno con el otro. ¿Es que el ser pareja era el detonante para la enemistad?
—Me obligaste a hablar. No me iré de aquí hasta que me cuentes que pasó
—Eijun-kun vendrá pronto. Corre para que te dé tiempo cenar.
—Sora Yūki.
Qué atrevimiento el suyo llamarla por su nombre completo. Eso era exclusivo de su madre cuando estaba disgustada con ella.
—¿Recuerdas ese partido contra el equipo de softbol? —Él asintió obediente—. ¿Y esas chicas que pululaban alrededor de Kazuya?
—De modo que se tratan de celos. Ya estás en esa etapa.
Su atrevimiento obtuvo un pellizco de cachete.
—¡Ya entendí!
—Esas chicas le pidieron su número telefónico para solicitarle consejos y mejorar en su juego.
—Conociéndolo sacó alguna excusa para no dárselo o le dio el de alguien más.
—Les dio el mío. ¡El mío!
Yōichi no podía creer lo que escuchaba. Es que no concebía una estupidez como esa. Luego recordó que hablaban de Miyuki Kazuya, que aparte de embaucador y descarado, gustaba de burlarse de otros.
—Ese idiota… Mira que jugársela a su propia novia.
—Él me dijo que lo hizo bromeando. Que estaba seguro de que no se atreverían a escribirle para algo más que no fuera sobre béisbol —contaba con malhumor—. Ellas se olvidaron de que existía el béisbol.
Kuramochi tuvo la autorización para leer las tres conversaciones que evidenciaban lo bien que se le daba al cácher alterar las hormonas de las chicas sin siquiera tocarlas. Su sola existencia ya era dañina para ellas.
—Es increíble todo lo que le quieren hacer.
—Yōichi, no te di a leer eso para que fantasearas con ellas —regañó—. Sino para que entendieras todo el contexto.
—Tu novio es idiota. Acéptalo ya. Te ahorrará muchos dolores de cabeza —habló entregándole su teléfono—. Si bien él no se imaginaba que esas chicas te fueran a mensajear para decirte esas cosas, eso no le quita culpa. No debió darles tu número telefónico.
—Decirles no era lo que él debió hacer.
Kuramochi estaba completamente de acuerdo con ella.
—Sora, tú y yo somos personas directas. Si algo nos gusta o no, lo decimos de frente. No obstante, no todas las personas son de esa manera. Especialmente Miyuki —suspiró. No se imaginaba que hoy fuera el día en que abogaría por el cácher—. Probablemente quiso decirles que no, pero cedió ante la presión.
—Pues les hubiera dado tu número.
—Sí, ya entendí que estás molesta…
—También le advertí que no quería que bromas como estas se repitieran en el futuro.
Kuramochi no sabía nada sobre relaciones. Todo lo que entendía de ese mundo era por Sawamura y su amor por los mangas de romance. Sin embargo, hasta él era consciente que Miyuki no debía cruzar ciertas líneas.
—Estoy seguro de que él debe estar muy tranquilo en este momento, cenando como si nada hubiera pasado.
—Ojalá le dé indigestión.
—¿Te han dicho que eres muy vengativa?
—La venganza es un sentimiento natural en el ser humano. Es otra forma en la que expresa su sentir.
—Deja de pensar en venganza, tonta. —Jalaría sus mejillas para que volviera a centrarse—. Además, aunque lo hicieras, él no se disculpará; no honestamente. Así que en su lugar responde esos mensajes.
—Pensé en hacerlo, pero no lo sentí correcto.
—Sora, él le dio tu número a unas chicas desconocidas, ¿y te preocupas de usurpación de identidad? —Soltó sus mofletes, cruzándose de brazos—. Finge que eres Miyuki y diles que únicamente les diste tu número para hablar de béisbol; que sus comentarios inapropiados están de más porque tienes novia y la respetas.
—Miren esa madurez. Tan impropia de ti.
—Síguele y dejo de aconsejarte.
—Es un gran plan… La verdad es que pensaba bloquearlas y ya.
—Quizás no recibas tu disculpa, mas le mostrarás a esas chicas como un sujeto comprometido con el béisbol y su novia. Y esa distorsionada percepción las alejará de él. Te dejarán en paz y te habrás vengado de él sin que lo note si quiera.
—¿La difamación será mi venganza? —Analizó su plan, tratando de entender el punto de todo eso—. ¿Lo estamos difamando diciendo cosas buenas sobre él?
—Usualmente debería ser al revés, pero para ofenderlo hay que hablar positivamente de él —aseguraba—. Aparte, él no podrá reprocharte nada. Después de todo, es parte de su «broma». Te ha hecho pasar por él; posees la libertad de interpretar su papel hasta el final.
—Y como a él poco o nada le importan los mensajes de ellas, no se enterará de lo que les escriba.
—¡Exacto!
—Hagámoslo. —Chocó su puño contra el de su cómplice.
Hoy no poseía un distractor que lo desconectara del ruido diario que acompañaba a cada desayuno del equipo. Debía comer, conservando su tranquilidad. Ignoraba los gritos de emoción de su lanzador de primero, las indirectas de Furuya y las carcajadas de Kuramochi ante el chiste que contó Kanemaru hace unos minutos atrás.
Escuchó lo orgulloso que estaba Maezono por recibir un consejo del entrenador para mejorar su bateo. Y se saltó las quejas de algunos chicos de segundo año que no habían tenido la posibilidad de ascender al primer equipo para representar a Seidō durante el invitacional de primavera; lamentaciones que se intensificaron cuando el miembro más reciente del equipo se apropió de una de las dieciocho posiciones.
Miyuki entendía su frustración, pero también respetaba las decisiones del entrenador. Además, estaba seguro que él no era el único que reconocía el duro trabajo que el francés venía realizando desde su llegada al equipo. No se había ganado su puesto por favoritismo, había sido una mezcla de esfuerzo, dedicación y aptitudes físicas.
—¿Crees que vaya a funcionar?
La interrogante se colaba desde su lateral izquierdo.
—¿Hablas de Tatsuhisa?
Kuramochi asintió.
—Será su primer partido oficial.
—Está manejando bien su situación actual. Un partido no debería ser un desafío para él.
Miyuki miró al moreno, extrañado. No le había dirigido la palabra hasta hoy. ¿Qué demonios ocurría con él?
—¿Qué te pasa a ti? —El que lo observara tan fijamente lo incomodaba—. ¿Quieres que te golpee?
—Claro que no.
—Entonces mastica más rápido.
No tenía necesidad de interrogarlo para encontrar las razones a su extraño comportamiento. No era propio de él inmiscuirse en la vida personal de otros. Siempre conservaba su distancia, siempre observaba las interacciones sociales desde un lugar prudente, convirtiéndose en una especie de espectador; nunca en el actor principal. Y él estaba satisfecho con su pequeño papel.
—Andando o se nos hará tarde para las clases —indicó Kuramochi, arrojando una palmada sobre su hombro derecho—. No querrás que nos castiguen.
Siguió su ritmo. Mientras más se acercaban a la escuela, más charlas golpeaban sus oídos. Hablaban de la graduación de los de tercer año, del próximo ciclo escolar, de lo bien que les fue en la semana, de las cosas rutinarias a las que él no tenía acceso total. Se había entregado en cuerpo y alma al béisbol que solamente tenía anécdotas sobre su primer guante de cácher, su primer jonrón, los primeros raspones en sus rodillas; memorias entrelazadas que hilaban su historia.
—Hoy te ganamos.
Escuchó a Kuramochi dirigirse a Sora. Ella entró al salón después de que ellos tomaron asiento.
—Buenos días, Kazuya, Yōichi.
Ella tomaba asiento. Y Kazuya se preguntaba si había escuchado bien el saludo conjunto que les dio.
«¿Acaba de llamarlo por su nombre?», repasó el cácher.
Se conocían de meses. Ya muchos los encasillaban como amigos cercanos. Y aun con eso de por medio ella nunca se dirigió a él por su nombre hasta ese día. ¿Qué fue lo que cambió?
—Ya no me seguiste contando cómo te fue en la escuela después de que llegaste con ese corte de pelo. —Se había girado hacia Sora para sostener el contacto visual—. Estoy seguro de que rompiste muchos corazones.
—Es lo que me ganó por enviarte la imagen equivocada…—Directamente le restaba la resignación—. Y no te seguí contando porque me quedé dormida. ¡Pasaban de las once de la noche!
—Eso explica por qué llegaste tarde: te quedaste dormida.
«¿Desde cuándo estos dos se llevan tanto?».
Miró de reojo al moreno. Sonreía candorosamente conteniendo la risa que le provocaba dolencias en el estómago. Hablaban de algo que él no lograba dilucidar en su totalidad.
Pareciera que se comunicaran en código. Sin embargo, solamente eran dos personas conversando sobre acontecimientos en común que no guardaban relación con él.
—Por cierto, las chicas me mandan a preguntarte cuál es tu relleno favorito de pastel.
—¿Como para qué te enviarían a preguntarme algo como eso? —inquirió, entrecerrando sus ojos.
—Ya todo mundo sabe que tu cumpleaños es este sábado.
—¿Y cómo es que todos lo saben cuando solamente te lo he dicho a ti y a Kazuya?
—Tal vez lo escribí por error anoche mientras me mensajeaba con Umemoto —expresó inocente—. Vamos, dime. Las harás felices.
Quiso seguir resistiéndose a celebrar su cumpleaños. Mas la persuadió el arrepentimiento. Las chicas siempre la trataban bien. Y ahora querían organizarle algo por su nacimiento. Ella debía corresponder a tan noble gesto.
—No soy exigente con los pasteles.
—Es lo que una glotona diría.
—Apoyo la noción de Kuramochi.
Y los dos rieron descaradamente en su cara.
—Me encargaré de que no les den pastel a ninguno de los dos.
El agua caliente relajaba su cansado cuerpo, preparándolo para el tan necesitado descanso. Y aunque su visión, obstruida por el vapor caliente, no reconocía con claridad los rostros de sus acompañantes nocturnos, podía identificarlos sólo con su voz. Había sido lo suficientemente desafortunado como para terminar compartiendo la hora del baño con varios de sus compañeros de equipo. Mas no le sorprendía. Desde temprano el infortunio lo agarró de la mano para nunca soltarlo.
Se convirtió en la víctima predilecta de los profesores para responder sus preguntas y ejercicios. Durante el almuerzo perdió la oportunidad de comprar el aperitivo que únicamente vendían cada jueves. Antes de que acabara la práctica de la tarde su guante le entregó su último suspiro. No quería ni imaginar lo que ocurriría durante la cena.
«Solamente quiero que este día termine», pensó Kazuya como suplica.
Todavía podía permitirse estar en el agua caliente unos quince minutos más.
—¿No necesitaremos más globos? —preguntó Watanabe—. ¿El color rosa estará bien?
—A la mayoría de las chicas les gusta —confiaba Kawakami—. ¿Las serpentinas y el letrero de cartón están listos?
—Kominato y yo fuimos a comprarlo después de que acabó la práctica —comunicó Kanemaru—. También trajimos una bomba para inflar los globos.
—¿Creen que el regalo que elegimos entre todos sea de su agrado? —preguntó Maezono—. Aunque Tetsu-san fue el que nos aconsejó.
—Chicos, creo que empiezo a disfrutar esto de organizar fiestas sorpresa. —Shinji estaba complacido.
—Pues el siguiente es el de Yoshikawa —dijo Kuramochi—. Seguramente las chicas quieran hacerle algo también.
Kazuya permaneció en silencio. Y una actitud tan reservada, casi indiferente, los desconcertó.
No pudieron siquiera decirle algo y evitar que se marchara.
—Olvídenlo. Él sabe lo que hace —pidió Yōichi—. Lo que haga no es asunto nuestro.
