¡Buenas tardes! Espero que no estén muriendo de calor en sus respectivos estados/países, porque yo estoy derritiéndome. Y hablando sobre derretimientos, les dejo la actualización de este mes. Las cosas se pondrán un poco picositas. ¡Lindo fin de semana!
*Guest: Y aquí saldrán más personajes XD Y efectivamente, Sora es divertida pese a ser tan seria.
Setback
Eran los cuartos de final del Torneo de Primavera. Seidō y Kasugaichi volvieron a enfrentarse. Ambos lanzadores demostraron ser calmados y confiables a la hora de lanzar, produciendo un placentero encuentro que cautivó a la audiencia. Mas el rival se preparó para arrinconar al animado Sawamura.
Kasugaichi no pudo inmutar al zurdo, así como tampoco descifrar completamente sus lanzamientos. Cuando creían haber descubierto el patrón, enfrentaron otro enteramente diferente. Y con ese plan orquestado entre Kazuya y Eijun se deshicieron de todos los bateadores.
La cobardía con la que lideraba el cácher rival repercutió negativamente en su pícher, en su control, en los flojos y casi torpes lanzamientos. Las bases estaban llenas.
Los bateadores de Seidō ganaron impulso en la tercera entrada, consiguiendo más carreras en la cuarta. Obteniendo un total de seis. Sin embargo, en la alta de la quinta entrada, los lanzamientos de Sawamura perdieron su control dando como resultado una bola muerta y una base por bolas. Con dos outs y las bases llenas, Seidō enfrentó su primera crisis dentro del partido.
«Quizá fue demasiado pronto pedirle lanzar de este modo. Pero igualmente esto es bueno…que podamos probar tu nueva forma de lanzar bajo una situación peligrosa».
Miyuki debía confiar en él, en que podría entregarle una bola rápida que volcara el juego a su favor.
«Lo primero sería mejorar la precisión».
El seco y fuerte sonido del esférico aterrizando en el guante de Kazuya destruyó la oportunidad de anotar de Kasugaichi.
Eijun dejó el montículo con cero carreras perdidas en cinco entradas. Y el ace tomó su lugar.
El extraordinario pícher que tuvo un papel importantísimo en el invitacional mostró toda su fuerza.
—¡Dos outs!
—¡Strike! ¡Bateador fuera!
—¡Se va ponchado con una pelota alta!
Con una diferencia de ocho puntos en la séptima entrada, el juego terminó.
—Su debut ha sido igual al de su hermano, cuatro meses antes —comunicaba Takashima—. Primera vez como miembro inicial, primer home run.
—Debes sentirte muy orgullosa de tu hermano, Sora. —Codeó a quien mostraba una sonrisa victoriosa.
—¡Por supuesto! —reafirmó—. Aunque no lo parezca, está muy satisfecho. Esa cara me lo dice todo.
—¿De verdad? —parpadeaba Haruno—. No puedo distinguir su semblante que tiene ahora de otros que muestra cuando entrena.
—Es lo que todo mundo dice de Masa —rio suavemente.
El encuentro de Ichidai contra Niou se mantenía fresco en las cabezas de los silenciosos chicos. Algunos pensaban en cómo enfrentarían el slider de Amahisa, otros más abandonaron ese pensamiento para disfrutar de su música o la panorámica mientras viajaban en el autobús de regreso a Seidō.
—Amahisa-kun posee uno de los mejores slider que hayamos visto hasta ahora —musitaba Sora al cambiar de hoja a su pequeña libreta de espiral grueso—. También tiene una bola curva que usa ocasionalmente para desequilibrar a los bateadores.
—No obstante, es un poco inestable al principio del partido. Una abertura que tenemos que aprovechar antes de que agarre impulso —añadió Miyuki girando suevamente su cuello.
—Si los derrotamos tendremos la oportunidad de ir contra Inashiro. Porque ambos sabemos que el Príncipe de Tokio no va a dejarse aplastar por Teito.
—¿Te imaginas lo divertido que sería que Mei perdiera ese partido?
Miyuki sonrió. Sus ojos refulgían con perversidad.
—Ey, ¿pueden dejar de hablar de partidos y estadísticas?
Kuramochi se asomó encima de sus cabezas. Su mirada irritada demostraba que quería que se callaran.
—Son nuestros próximos rivales —defendió Kazuya.
—¿Y qué? Cuando lleguemos a Seidō hablaremos sobre ellos.
—¿Sabías que toca la guitarra y la batería?
Ambos la miraban intrigados. ¿Cómo obtuvo esa información?
—Yōichi, tú te burlabas de su ridículo corte de pelo. Y, sin embargo, Amahisa-kun tiene novia.
—¡¿Novia?!¡¿Él?! —Rechinó los dientes ante aquella injusticia—. Ni siquiera es bien parecido. Y es tan alto como un poste de luz.
—A algunas mujeres les gustan altos —dijo Sora, alzándose de brazos—. Quizá sea gracioso.
—¿Qué se siente que un gigantón de casi dos metros tenga novia y tú no?
La risilla malvada del cácher apareció.
—¡Idiota!
Sora necesitaba mucha paciencia. Su novio no dejaba de reírse de lo desafortunado que era Yōichi para los temas del amor. Y el corredor intentaba pescarlo del cuello de su camisa.
—¿Algún día tendré paz con estos dos al lado?
Los chicos continuaban discutiendo el partido de Ichidai. Sus conversaciones acaloradas no cesarían ni para despedirse del grupo de chicas que disfrutaron de su contienda contra Nou. Mas ellas entendieron su ensimismamiento y se retiraron entre sonrisas emocionadas; también ansiaban ver a Seidō convertido en el ganador del torneo.
Alejaron momentáneamente sus pensamientos sobre béisbol para centrarse en esa habitación que fue alterada en su totalidad. Los muebles no estaban. En su lugar había colchones, almohadas y colchas: la estética perfecta para una pijamada entre chicas.
Cuando Sachiko, Haruno y Yui descendieron de las escaleras, bañadas y cambiadas, se toparon con otro par de invitadas que se presentaron tan pronto como se encontraron.
—¡Sus pijamas son realmente adorables! —elogiaba Miu—. Por cierto, traje un poco de botana para amenizar la noche.
—Y yo bebidas —dijo Ayane.
Eran dos enormes mochilas repletas de bebidas carbonatadas y frituras diversas. No iban a terminarse eso, aunque estuvieran al borde de la inanición.
—Mi madre también preparó muchas cosas para que cenáramos —susurraba Yūki—. Se ha emocionado.
—¿Será Masashi? —preguntó Hayami una vez escuchado el timbre.
—No es él. Debe tratarse de alguna de ellas —musitó Sora.
Ha-neul y Maiko entraron. Y de pie en la sala miraban a Sora con urgencia, pidiéndole silenciosamente que rompiera la tensión que se creó desde que accedieron a la casa sin conocer a nadie más que a ella.
Yūki afinó su garganta y las presentó formalmente ante quienes tuvieron la cortesía de entregarles su nombre.
—Con razón tu madre arregló así la sala y nos preparó tantas cosas para comer —habló Miu.
Todas ya habían visto el banquete que les esperaba en la cocina. Lo consideraban fuera de serie.
—Esta chica que ven aquí, adicta a vestir coordinada y cuidar de su piel, creció rodeada de barbáricos hombres. Beisbolistas, pandilleros, peleadores… Exceptuándome a mí y Fuji-san no había más chicas cercanas en el radar.
—Las chicas del club de kick boxing también cuentan, Miu.
—No, porque nunca salías con ellas a ningún lado —replicó—. Es por eso que su madre se emocionó al saber que traía a casa a siete hermosas chicas y no una panda de trogloditas que con apuro se bañaban.
—Iré por las mascarillas. —Intentó escapar, pero fue frenada por la pelirroja—. A ti te voy a poner una mascarilla de barro.
Rieron al verse con la mascarilla y el pelo recogido. Estaban cómodas formando un círculo en medio de aquel mundo de colchones de algodón.
Hablaron sobre las ventajas y desventajas de asistir a sus respectivas escuelas. El nivel académico que tenía cada una y el deporte en el que sobresalían.
Color favorito, artistas más escuchados, gustos culinarios, películas que volverían a ver… Todo eso y más fue preguntado mutuamente por protocolo, para conocerse un poquito mejor, para buscar puntos en común que pudieran acercarlas al perfil de amistad.
—La manera en que Sora conoce a otras personas es bastante aleatoria —contaba Hayami—. Y tu caso avala perfectamente eso, Jung-kun.
—Tuviste mucha suerte de encontrarte con Sora. —Haruno todavía se sentía mortificada por su relato.
—Ellas no debieron obligarte a tomar después de que les dijiste que no. Qué desagradables. —Sachiko frunció los labios.
—Afortunadamente has cortado toda relación con ellas. —Natsukawa le sonrió con calidez.
—¿Entonces cómo se conocieron ustedes dos? —interrogaba Maiko.
—La conocí después de haber invitado a todo el salón a mi fiesta de cumpleaños —respondió Miu—. Fue en primer año, al poco tiempo de iniciar el curso… Asistió porque se enteró de que la comida que servirían sería deliciosa.
Todos los ojos se inclinaron hacia Sora. Ella apretó su almohada de Pompompurin para fingir que no se sentía apenada por lo que acababa de confesarles.
—La fiesta fue interrumpida porque mis padres tuvieron que llevar a mi hermano y a Sora al hospital. ¡Les dolía el estómago por comer demasiado!
Yūki sumió su cara en su almohada. Las chicas estallaron en risas.
—Ahora dejen que les cuente cómo conoció a sus otros dos mejores amigos. Van a reírse bastante.
Sora envolvía su larga almohada. Miu seguía hablando sobre cómo conoció a Reiji y Kishō.
Reiji llegó un día a la puerta de su casa, disculpándose por la pelota que había caído del lado de su jardín. La pelota se estrelló contra los botes de pintura que usaba en ese momento para realizar un dibujo para su abuelo. La obra se arruinó, así como su vestido blanco.
Ambos en aquel momento tenían seis años.
—Y Reiji al día siguiente le trajo una gelatina de café que su mamá preparó para disculparse por lo de su vestido.
Oh, sí. Ese día que probó la gelatina de café un mundo se abrió para ella. Fue el inicio de su amor hacia el café.
—Echo de menos esas gelatinas —musitaba con añoranza.
—Con Kishō, mi primo, no fue tan tranquilo el asunto.
Rodaron cuesta abajo hasta caer a un frío y angosto cuerpo de agua. El nivel era tan bajo que yacieron tumbados uno encima del otro. Mientras él jaló de su cabello, ella le pateó directo en el abdomen, logrando que la soltara.
Fue una riña nacida a raíz de una confusión.
—Mi tonto primo fue a apalear a quien se metió con un amigo suyo... Y como le habían descrito que se trataba de un chico bajito, menudo y de cabello corto y oscuro...pues se fue sobre Sora.
—Pobre, Sora. Tu largo cabello...—Lamentaba Haruno.
—Fue un cambio de imagen muy radical —soltó Sachiko.
—Deben aceptar que ese corte le sentaba muy bien —comentaba Ha-neul después de ver la controversial foto.
—Como chico hubiera sido bien parecido —soltaba Maiko con una sonrisilla.
—Jamás permitas que tus hermanos corten tu pelo —señalaba Ayane con pesar—. Me ocurrió. Mas no fue tan trágico como para terminar así.
Quería cortar su pelo para dejarlo bonito antes de volver de sus vacaciones de verano. Sin embargo, terminó con un corte muy parecido al de Sawamura.
—Hasta segundo año pude tener mi pelo largo de vuelta —exhaló—. Por lo menos no me acaloré tanto en verano.
—¿Quién quiere que le muestre fotos de Sora en su primera fiesta de disfraces interpretando a una Jorogumo?
A raíz de aquellas fotos donde se le veía divertida, empezaron a emerger las de ellas. Tantos disfraces y botargas que cada una usó durante su infancia. Eran bonitos recuerdos.
—Ninguna pijamada está completa si no hablamos sobre chicos. —Miu sonrió con perversidad—. Omitiremos a Sora porque únicamente se fija en beisbolistas.
—Significa entonces que hay otros además de Miyuki-kun —soltó casual Natsukawa.
—Lo veo bastante normal cuando creció entre beisbolistas. —Unemoto se alzó de hombros—. Aunque me intriga quiénes estuvieron antes de Miyuki.
Sora advirtió en la iluminada sonrisa de Miu sus oscuras intenciones.
Planeaba callarla, pero se frenó. Si ella misma ya había cerrado aquel capítulo de su vida con Yū, entonces podría dejar que la gente se enterara de que ambos alguna vez se quisieron como pareja.
—¡¿Chris-senpai?! ¡¿El Chris-senpai que todas conocemos?! —Sachiko se exaltó. Estaba de mínimo, conmocionada.
Quienes conocían al afamado cácher la veían con asombro genuino. Luego sonrieron con picardía. Y quienes no ubicaban al chico, Miu hizo el favor de mostrarles una fotografía.
—Es bien parecido —opinaba Jung.
—Tienes buenos gustos. Con razón te fijaste en Miyuki. —Maiko levantaba sus cejas con travesura.
—¡Eran la cosa más tierna que podían ver! —exclamaba Hayami, abrazándose el pecho—. Me pregunto qué pasó con tu buen gusto cuando elegiste a Miyuki.
Las mánager no intentaron defender al capitán de Seidō. Conocían su personalidad torcida. Y cuando lo comparaban con Chris, peor parado quedaba.
—¿Tan increíble es Takigawa-san? —Ha-neul mostró un interés legítimo.
—Dejen que yo les cuente al respecto. —Umemoto aclaró su garganta. Estaba en su elemento.
Sora aprovechó que estaban todas entretenidas para fugarse a la cocina. La tarta de fresa japonesa estilo sándwich de frutas estaba deliciosa y quería seguir degustándola.
«Menos mal que no sabe de Souh, sino hubiera sido más catastrófico».
Se asomó discretamente hacia la sala. Ahora Sachiko estaba dándoles una introducción concisa al béisbol.
Sonrió espontáneamente.
—Quizá no fue tan mala idea el hacer esta pijamada. Podríamos repetirla en el futuro.
Se lamentaba por la mala suerte de haber sido interceptado por aquel par de pícheres. Si hubiera seguido otra ruta para dirigirse a su habitación seguramente no hubiera sido el último en ducharse y compartir un silencio incómodo con el entrenador. Y para cuando se halló en el silencio y resguardo de su cuarto, apareció aquel joven receptor que lo miró con hostilidad desde el día que se conocieron.
Y aunque muchos podrían sentirse ofendidos por recibir aquellos altivos ojos de alguien más joven, a él poco le interesaba. Le bastaba con que trabajara y se comprometiera con el equipo. Era su último año, no estaba interesado en hacerse amigo de los chicos de primero. Mas esa noche sintió en esos ojos azul pálido algo muy diferente a la hostilidad.
—¿Sucede algo? —preguntó sentado al borde de su cama. Todavía continuaba secándose el cabello.
—Miyuki-senpai, ¿tiene un resfriado?
—¿Será?
Kazuya meditó su pregunta, contrastándola con el bochorno que actualmente asediaba a su cuerpo. Ya no debería sentirse acalorado porque tenía más de media hora que salió de ducharse.
—Tras entrenar fui atrapado por Sawamura y Furuya… Quizás me haya enfriado un poco con el sudor.
—Tiene la cara roja —señaló Kōshū—. Tome, un termómetro.
—Me checaré la temperatura por si acaso. Aunque si tengo lo más probable es que sea una fiebre leve. —Tomó el termómetro digital y lo usó—. ¡Oh! ¡Los termómetros de hoy en día son muy rápidos!
—Ah, ¿sí?
—Como no me suelo resfriar no he tenido la oportunidad de usarlos.
—Volviendo a lo principal. ¿Cuánto marcó? —indagó Okumura.
—39°c.
—Tiene que descansar —presionó a su necio capitán—. Hágalo.
—Ya entendí. Pero no se lo digas a nadie. No quiero preocupar a los demás innecesariamente. Y aparte, hoy ve a dormir en otra habitación. Sería problemático si te contagio.
—Está bien.
Guardar un secreto siempre fue sencillo para Kōshū. No obstante, ninguno se había relacionado con la salud de un tercero. Por lo que no estaba completamente seguro si estaba haciendo lo correcto pese a que fue una petición directa de su capitán. Y aquel profundo y largo suspiró que entregó durante su cena lo expuso ante quien lo conocía a la perfección.
—¿Qué ocurre Kōshū? ¿Fue tan duro terminarte todos los tazones?
—Taku, ¿qué harías si te resfriaras?
—Lo normal sería ir al hospital o tomarme un medicamento para el resfriado —contestó prontamente—. ¿Es que acaso te resfriaste?
—No. No fui yo.
—Si no fuiste tú, ¿entonces quién? No me digas que se trata de Miyuki-senpai.
—Qué rápido te diste cuenta —enunció sorprendido.
—¿Cuántos años crees que llevamos jugando béisbol juntos? Entiendo la mayor parte de lo que piensas. Por lo que no deberías estar sorprendido.
—La verdad es que Miyuki-senpai tiene una fiebre de 39°c.
—Eso no se oye nada bien. ¿No crees que deberías consultarlo con el entrenador para que lo lleven al hospital?
—No quiere preocupar a nadie.
—Comprendo el sentimiento, pero si para mañana no le baja la fiebre no estaría mal consultárselo al entrenador —sugería Seto.
—Ciertamente.
—Miyuki-senpai sí que la tiene difícil al tener que tomar en consideración muchas cosas.
Su plática, lejos de pertenecerles únicamente a ellos dos, terminó agregando a tres personas más.
—¿Qué le pasó a Miyuki Kazuya? —cuestionó rápidamente Sawamura.
—Es un tema que no te incumbe —dijo Kōshū.
—¡Oye, chico lobo! ¿Acaso no conoces la conexión que hay entre el capitán y yo? —gruñó.
—¿Qué con eso?
—Paren ustedes dos —ordenó Kuramochi para quienes ya estaban parados frente al otro—. Y es cierto, Sawamura. A ti no te incumbe este tema.
—¡¿Estás de su lado?! —Se sintió traicionado.
—¿Podrías decirme qué es lo que ocurrió, Okumura-kun? —preguntó Sora una vez que se coló entre Eijun y el receptor.
Kōshū no podía seguir negándolo. Obviamente esos tres los escucharon y si se acercaron fue porque necesitaban respuestas. No podía negarse, incluso si con eso rompía la promesa que le hizo a Miyuki.
—Tiene una fiebre de 39°c. Sin embargo, él mismo me dijo que no quería que nadie se enterara.
—¡¿Qué acabas de decir?! ¡Ese desgraciado capitán!
—Sabía que esto iba a ocurrir. Por eso no quería que él lo escuchara. —Okumura suspiró fastidiado—. Vamos. Me preocupa Miyuki-senpai.
—Andando ustedes también —expuso Yōichi para Sawamura y Yūki.
Cuando escuchó el crujir de la puerta anunciando su total apertura se maldijo por creer que su secreto estaría bien protegido en los labios de Okumura. Mas no tenía escapatoria. Tendría que enfrentar las consecuencias de su descuido.
—¡Miyuki Kazuya! ¡¿Cómo es eso de que te has enfermado y quieres guardar el secreto?!
—Idiota, guarda silencio. —Pateó el trasero del escandaloso muchacho para que dejara de incordiar—. Con tus gritos lo último que lograrás es que se mejore.
—Te dije que no se lo contaras a nadie.
—Kazuya, no regañes a Okumura-kun. Él simplemente estaba preocupado por su terco capitán —habló Sora para quien se mostraba receloso por la llegada de todos—. Y como sospechamos no estás haciendo nada sustancial para descender tu temperatura.
—No hay necesidad —replicó—. Para mañana temprano estaré totalmente integro.
—Es tan necio este idiota —susurró Kuramochi.
—Dormiré. Con eso bastará.
—Eres tan obstinado como siempre —exhaló, mirando a quien se había girado para darles la espalda—. Eijun-kun, acompáñame un momento afuera.
—¿Qué estarán planeando? —Se preguntaba Seto.
—Supongo que algo para hacer que Miyuki-senpai mejore.
—Idiota, tú la conoces tan bien como yo. Sabes que es mucho más terca que los dos juntos —Sus palabras dirigidas al aparentemente dormido cácher, también las escucharon los de primer año—. No te va a dejar escapar.
Escuchó nítidamente la advertencia de Kuramochi, pero su respuesta quedó atrapada entre su mundo consciente y el de los sueños. El agotamiento físico no provenía de la práctica de aquel día, sino del proceso fisiológico por el que empezó a atravesar su cuerpo. Dormir adecuadamente renovaría sus energías, mejorando exponencialmente su estado de salud.
Llegó la hora de despertar. Sin embargo, sus párpados pesaban. Debía abrir los ojos y alcanzar el reloj despertador. La alarma que sonaba frenéticamente dentro de la silenciosa habitación se sentía como un taladro que perforaría su cráneo para acceder a su corteza cerebral. Una tortura que finalizó cuando el reloj se estrelló contra el piso, estropeándose.
Se sujetó de la escalera de la litera para no caer. El vértigo que lo golpeó bruscamente cuando se levantó no era ni remotamente tolerable. No podría ni dar dos pasos más antes de ser recibido por el suelo. Su descanso no había solucionado nada.
—Me siento como si un camión hubiera pasado encima de mí…
Con pesadez se sentó. Tocó su frente. Estaba más caliente que la noche anterior. Pero también encontró una compresa tumbada en el suelo.
—¿Quién me habrá puesto eso?
—¡Quién más que yo!
—Mi fiebre tiene que haber subido porque ya estoy alucinando.
Miyuki se puso rápidamente las gafas. Tenía que asegurarse de que no estaba viendo un espejismo producto de su fiebre. Y en efecto, no estaba alucinando. El pícher estaba frente a él, sonriente; orgulloso por algo que él ni podía imaginarse.
—Me quedé a cuidar de ti toda la noche —habló recogiendo la compresa—. Ya había bajado tu fiebre, pero veo que esto no sirvió del todo.
Kazuya vio con mayor detalle el buró pegado a su litera. Encima había un termómetro, más compresas y un recipiente con agua. Y las ligeras ojeras del menor acababan de validar su afirmación.
—Conozco algunos remedios caseros. No obstante, no pude dártelos todos anoche porque te quedaste dormido.
—Siento eso.
De verdad se lamentaba estarle dando problemas a sus compañeros de equipo. Lo último que necesitaba era convertirse en un lastre para todos.
—Más al rato probaremos otros —decía impaciente—. Por el momento será mejor que me aliste para la rutina de preparación.
Él sabía que en su estado actual le resultaría imposible asistir tanto a clases como al entrenamiento.
—Tienes que comer algo o nunca mejorarás.
Su estómago protestaba ante la falta de alimentos. No había tenido oportunidad de cenar anoche.
—Que tengas hambre es una buena señal —comentó Sawamura al escuchar a ese estómago delator—. ¡Descuida! El desayuno ya tiene que estar aquí.
Eijun se despidió. Y su perplejidad se esfumó cuando la vio asomándose cautelosamente al interior de su cuarto cargando un bulto mediano de tela.
—De nuevo las alucinaciones…
—Al menos conservas intacto tu sentido del humor. —Colocó su paquete frente al buró—. Hoy tendremos que abordar el problema desde otro ángulo.
Iba a decirle que era mala idea que estuviera ahí. Mas su objeción quedó atascada entre su garganta y el termómetro que le fue introducido en la boca para comprobar su temperatura.
—38.6°c.
Había bajado un poco, mas no lo suficiente.
—No mejorarás sino comes bien.
Sora retiró la manta que cubría su preciada carga. Era una olla mediana. La destapó para servir su contenido dentro de un cuenco mediano. Era arroz hervido con jengibre encurtido, huevas de pescado y vegetales salteados.
—No creo que tengas la fuerza suficiente para sostener esto y comer a la vez.
Ignoró la confusión de su novio y se acomodó a su costado. Ambos sabían lo que ocurriría.
—Puedo hacerlo solo.
—Con esfuerzo puedes mantenerte erguido, Kazuya —replicó—. Nadie lo sabrá. Deja de preocuparte.
Era vergonzoso. No quería ser tratado como un niño pequeño incapaz de valerse por sí mismo. Él podía hacerlo.
—Entre más pronto comas, más rápido me iré. —Llevó la cuchara alargada de cerámica hacia su boca con una modesta porción—. Descuida. Esto fue cocinado por mi madre. No morirás.
La intensidad de su cefalea y la agudización de su malestar general le impedirían negarse por más tiempo. Tenía que ceder o se sentiría mucho peor.
—Debes terminarte todo lo que traje.
—Es demasiado… Otra vez se ha excedido tu madre.
Era un plato sencillo, pero reconfortante y de fácil digestión. Sabía bien y tenía la temperatura perfecta que lo hacía agradable para su condición. E inesperadamente, para cuando lo notó, había vaciado la olla de cerámica que ella le trajo.
—Terminado esto, procederemos a lo siguiente.
—Dijiste que te irías después de…—Forzaba su vista para verla con nitidez. Por momentos pensaba que estaba solo hablándole a la nada.
—Antes de que inicien las clases iré a comprarte algo de medicina.
Sora se levantó y con suavidad fue recostando al testarudo cácher que seguía de quejumbroso. Lo arropó y colocó una compresa bien humedecida sobre su frente.
El cansancio lo derrotó nuevamente. Mas murmullos escapaban ocasionalmente de sus labios. Ni en sus sueños podía escapar de la insistencia que Furuya y Sawamura poseían para que recibiera sus lanzamientos; quizás por ello su entrecejo se contraía.
—Más que un sueño debe de ser una pesadilla para ti, Kazuya.
Retiró sus gafas, colocándolas en un sitio seguro para evitar que se rompieran. Y mientras recogía todo lo que llevó, tapó su boca para sosegar un bostezo. Era demasiado temprano para entregarse al sueño; aún tenía clases y las actividades del club.
El baño de agua fría despertó su mente y su cuerpo. Lamentablemente ese efecto placebo únicamente le duró hasta finales de su cuarta clase.
«No necesito comer, necesito dormir».
Su plan era sencillo: usar la hora del almuerzo para dormir. Con eso podría sobrellevar el resto de su jornada escolar.
—¿A dónde vas tú?
Su descanso se vio comprometido con la llegada de Kuramochi. Tenía que pensar en algo rápido o sería descubierta.
—Tengo que ir a un lugar donde se te está prohibida la entrada.
—¿Al baño? —Arqueó una ceja. No le creía—. Tendrás que aguantarte las ganas.
—¿Por qué debería?
—La profesora Takashima quiere hablar con nosotros dos.
El punto de reunión fue cerca de la biblioteca. Una zona tan poco concurrida a esa hora les beneficiaría para charlar tendidamente sin interrupciones ni fisgones.
—Estoy enterada del estado de salud de Miyuki gracias a Sawamura —habló Rei—. Sé de antemano que se negó a que informaran sobre su condición ya fuera a mí o al entrenador.
Evidentemente había buscado al pícher para hacerlo hablar cuando notó el ausentismo de Miyuki. El resto vino solo.
—Sabe que es un grandísimo idiota. Si nos ocultó lo de su lesión, una gripa no sería la excepción.
—Tuve que comunicárselo al entrenador —avisó—. No obstante, logré un acuerdo con él.
—¿Un acuerdo? —Yūki necesitaba más especificidad.
—El entrenador insistió que lo mejor sería llevarlo con un médico. No obstante, los tres sabemos lo necio que puede ser —suspiró para controlar el enfado que ese cácher le inducía—. Tuve que proponerle otra solución para tenerlo contento. —Se centró en Sora y le sonrió—. Le dije que alguien se encargaría de vigilar y cuidar de Miyuki mientras se recuperaba.
—¿Yo?
—Sawamura insistía en ser su cuidador. Mas no podemos permitir que ese idiota se enferme también. Y lo mismo aplica con el resto del equipo —decía Yōichi—. No consideramos apropiado pedírselo a las demás mánager. Por lo que…
—Tú fuiste la decisión más acertada —afirmaba Rei—. Y no debes de preocuparte por permanecer en el cuarto de Miyuki. Tienes permiso especial para permanecer ahí para cuidar de ese grandísimo tonto.
Ella era consciente de lo cercanos que eran su novio y esa profesora de inglés. Mas hoy había comprobado el evidente favoritismo que le guardaba al cácher. Porque solamente eso la llevaría a ser tan permisiva con alguien que debería ir al médico para atenderse.
Quizá el que fuera un simple resfriado no era una verdadera alarma de la cual preocuparse.
—Está bien. Me encargaré de ese incordio.
Rei y Yōichi sonrieron. Se sentían todos unos ganadores.
—Sin embargo, tengo una condición para hacerlo.
—Lo que sea —aseguró Rei.
Todavía recordaba la risa burlona de Kuramochi y la mirada enternecida de Takashima. Ambos disfrutaban de su decisión de cuidar a Kazuya por diferentes motivos.
Y si era sincera consigo misma no sabía por qué había aceptado. Con traerle comida y medicamentos bastaría. No obstante, cuando volvió a casa pensando en cómo convencería a su madre para que cocinara una olla de sopa de arroz, la oyó discutir por teléfono; parecía molesta por algún chisme que le estaba contando una vieja amiga suya del colegio. Entonces ella quedó descartada porque no tendría humor para escucharla ahora. Y aunque pensó en su padre, no pudo siquiera decirle porque esa misma tarde estaba en casa de su hermana; y esas reuniones se extendían hasta la mañana siguiente.
Con Kishō atiborrado de trabajo y Sae con los mismos dotes culinarios que ella, estaba en graves problemas.
—El motivo de tu llamada me sorprendió bastante —expresó Hayami una vez en la cocina—. Continúo impactado.
—Pues ese rostro tuyo sigue igual de estoico de siempre. Me cuesta creerte.
—En teoría la sopa de arroz no es difícil de elaborar. Vi varios videos de camino acá.
—Yo también estuve buscando recetas mientras esperaba que llegaras... También fui de compras.
Sobre la mesa yacían vegetales, salmón, jengibre encurtido, arroz, ciruelas umeboshi y cebollín.
—Lamento convertirte en mi conejillo de indias, Sae.
—¿Es porque soy exigente con la comida?
—No al nivel de Kazuya, pero sí —confesó apenada—. Además, eres muy resistente. Lo que sea que salga de mi cocina lo tolerarás muy bien.
Sae la observó silenciosamente durante unos segundos que a Sora le parecieron una tortura. Finalmente se acercó a ella y palmeó su espalda.
—Cuando Kishō se entere que probé tu primera comida hecha en condiciones antes que él no dejará de quejarse —confesó malicioso—. Ese será mi mejor pago.
—Ay ustedes dos. Nunca cambian. —Ella sonrió entrañable. Le enternecía esa parte de ellos—. Aunque intenté preparar algo cuando estuve de viaje con la ayuda de la abuela de Kazuya.
Sora suspiró. Había sido un completo fiasco. Porque al final sólo ayudó a picar algunas cosas; el mérito total fue de Honoka.
—Pasó lo mismo con los chocolates de San Valentín del año pasado.
—Ah sí... Esos salieron comestibles, aunque visualmente horribles.
Practicó durante una semana entera para preparar bombones de chocolate. Y lo único que consiguió es que no llevaran a alguien a la sala de urgencias. La estética dejó mucho que desear.
—Y esta noche deberás dominar la sopa de arroz.
—Considero que al ser una receta tan simple podré manejarlo.
—Lo positivo es que al estar enfermo su percepción del sabor no será la misma.
—¡Exactamente! —celebró—. Así que basta con que no le haga daño.
Recordaba la pila de trastes que lavó como cada combinación que ejecutó para encontrar el sabor que más se ajustara a sus gustos. Tampoco olvidaba los comentarios que le proporcionó su comensal para que los considerara y aplicara en su próximo intento.
Y aunque en apariencia era algo sencillo que no debió tomar más de un par de intentos, la realidad es que cuando al fin estuvieron complacidos con el resultado, las manecillas del reloj de pared marcaron las dos de la mañana.
Tal vez si no hubiera sido tan quisquillosa podría haber dormido un poco más. No obstante, cuando se despertó para preparar la sopa de arroz, probó la culminación de su esfuerzo y se sintió plenamente satisfecha.
Mas aquella lucha culinaria debía mantenerse en secreto tanto de Miyuki como de cualquier otra persona. Sólo eso la salvaría de las constantes burlas de su novio y el malicioso Kuramochi.
—Escuché por Sawamura que le llevaste de desayunar a Miyuki.
Habló al fin después de encontrarse en el pasillo de la escuela y dirigirse a los dormitorios de Seidō.
—Anoche no cenó. Supuse que al despertar tendría hambre.
—¿Qué tan temprano te levantaste para cocinarle esa sopa de arroz?
Sora no podía creer que se percatara de su cansancio cuando ya ni siquiera asistían al mismo salón de clases.
—No fui yo —refutó—. Le pedí a mi madre que lo cocinara para Kazuya.
Tan natural resultaba para él correr rápidamente como para ella sostener una fachada.
—¿Segura?
—Sabes que la cocina y yo somos como el agua y el aceite. Simplemente incompatibles.
Y esa enemistad se mantenía vigente. Pero anoche realizó una excepción como la que hizo hace más de un año atrás con Souh.
—¿Entonces por qué has bosteza tanto este día?
—Porque estuve platicando con Sae para ver qué haríamos por el cumpleaños de Ki-chan —respondió rápidamente.
El cumpleaños de su amigo y las gachas de arroz fueron los típicos principales. Por lo que no mentía totalmente.
—¿Realmente no me estás mintiendo?
—¿Por qué estás tan obstinado en que la razón de mi desvelo sea el desayuno de ese incordio? —bufó.
—Porque es tu incordio favorito. —Rio—. Aparte, no tendría nada de malo que le prepararas algo. De cualquier forma, vas a cuidarlo todo el día... Y una comida sería lo de menos.
Tenía razón. Y eso molestó a Sora. Sin embargo, cuidar de él como si fuera su enfermera particular no golpeaba su ego como lo hacía el prepararle algo de comer a alguien.
—Cuando lo haga, lo tendré en cuenta.
—Mujer orgullosa.
—Mejor apurémonos para que quede todo listo antes de que empiecen las prácticas.
Kuramochi, aun conociendo las manías casi compulsivas de Sora, continuaba sorprendiéndose de lo que era capaz de hacer con tal de «sentirse a gusto» en determinada área. Y por ello no le extrañó la condición que pidió para dedicarse enteramente al cuidado del caprichoso cácher.
La colcha y sábanas fueron cambiadas. El piso entero fue aspirado. Y cada mueble y objeto fue sacudido y acomodado.
Había dejado a Miyuki descansar temporalmente en uno de los cuartos vacíos que ocupaban los jugadores retirados. Y para cuando acabó el calentamiento decidió visitar a Sora para comprobar si ya era prudente traer de vuelta a su infame capitán.
—Todo está impecable. —Miró cada recoveco. No había nada sucio ni fuera de lugar.
—Los que viven aquí son bastante ordenados y limpios. Eso agilizó todo.
—¿Quieres que lo traiga de vuelta?
—Sí, por favor.
—Iré por Zono para que me ayude. Ya vuelvo.
Transportar un peso muerto de más de setenta kilogramos no era una tarea sencilla. Por eso Sora agradecía enormemente que ese par recostaran a su pareja para que lo único que tuviera que hacer fuera taparlo.
Los chicos se retiraron, deseándole suerte. Lo hicieron porque aquel cácher había despertado.
—Debe ser bastante tarde ya... Tendrías que estar en tu casa.
Ella se arrodilló frente a su cama para que sus miradas se encontraran.
—Kazuya, has perdido la noción del tiempo —habló para alguien que forzaba su vista para definir su silueta—. Hoy es un nuevo día. El segundo estando enfermo.
El dolor de cabeza disminuyó. Pero todavía se sentía afiebrado. Incluso experimentaba debilidad y cansancio. Estaba en un estado bastante lamentable de salud.
—Ve a casa. No quiero que te contagies.
—Mi salud es impecable —atajó—. Además, no puedo dejarte solo.
Miyuki dedujo lenta y torpemente que le impusieron el cuidarlo por ser su novia.
—Olvida lo que ellos te dijeron. Yo me encargaré de mí mismo.
—Si bien es cierto que me pidieron ayuda para cuidar de su obstinado capitán, eso no significa que esté haciendo esto únicamente para hacerles un favor. —Con sus codos apoyados en el suave lecho, dejó caer su mentón sobre la red protectora que crearon sus manos entrelazadas—. Yo quiero estar aquí, cuidando de ti. No pienso dejarte solo.
Sus labios entreabiertos como los botones de las rosas que buscaban florecer, silenciaron elegantemente la objeción que tenía preparada para derrocar su postura inicial. El calor que llevó a su cuerpo a balancearse entre altos y bajos picos febriles palideció ante el cálido gorgoteo que reactivó sus sentidos dotando a sus palabras de mayor profundidad y efecto; de un sentido que no comprendía plenamente y que, sin notarlo, lo estaba arrastrando hacia un territorio desconocido que él jamás pisó.
Tragó saliva mansamente y relamió sus labios. No buscaba una breve hidratación, sino una emancipación de sus palabras que lo habían dejado tan sofocado; tan ridículamente acorralado y sin ninguna salida de emergencia a la cual correr.
Buscaba la inequívoca chispa de la burla en esos ojos profundos ojos grises. Necesitaba indicios de que no lo dijo en serio, que solamente agregó esas comprometedoras oraciones para quedarse y cumplir con su promesa. Pero él mejor que nadie sabía que los ojos son incapaces de mentir por más máscaras que las personas sobrepongan para ocultar su escabroso y vulnerable yo.
Mas ella no portaba ninguna máscara. Sus palabras guardaban concordancia con esos ojos que no renunciarían a reflejar su afiebrado rostro. Y él no estaba acostumbrado a alguien como ella.
—¿Kazuya?
Sora parpadeó perpleja. Su respiración entremezclada con su caliente aliento era el preámbulo que ninguno de los dos advirtió.
—Recuéstate.
Su petición murió en sus labios, con un beso húmedo y caliente que exigía correspondencia y la misma intensidad. Y mientras ella lo alejaba del peligroso filo de su cama, él sujetaba su rostro para no apartarla, para guiarla peligrosamente hacia un territorio que estaba prohibido para una chica.
Tal vez era la fiebre de Kazuya o el cansancio de Sora lo que impedía que se separaran más allá de un breve receso para estabilizar sus respiraciones. Quizás eran sus labios echándose de menos. O una combinación de ambos aderezado de la chispeante curiosidad de dos adolescentes que se atraían físicamente.
