¡Buenas tardes! No, no me he olvidado de esta historia. Es sólo que pasaron cosas jeje. Pero lo importante es que estoy aquí con una nueva actualización. ¡Disfruten, que esto se pone un poco más interesante!


Cross the line


El estadio bullía con las hinchas de los dos grandes equipos del oeste. Eran las semifinales del torneo metropolitano de primavera de Tokio y todos ansiaban ver quién pasaría a las finales para coronarse campeón. Ninguno de los dos equipos guardaría a sus jugadores clave. Ambos saldrían con todo desde el inicio. Aprovecharían que Amahisa no se caracterizaba por ser un buen abridor y presionarían a Ichidai tanto como pudieran para apoyar a Furuya.

Apostarían por el instinto y velocidad de Kuramochi.

—¡Desde el inicio un doblete!

—¡Cae en el jardín central!

Un toque auspiciado por Tōjō llevó a Yōichi a tercera base. Kominato remató la secuencia de jugadas avanzando a base a la cuarta bola.

—Cuarto bateador, cácher, Miyuki Kazuya.

Con un out y corredores en primera y tercera base, se colocó en la caja de bateo el inamovible cuarto bateador de Seidō.

Miyuki se mantuvo firme. No abanicó con ninguno de los lanzamientos. Amahisa tuvo problemas con dirigir sus lanzamientos a la zona del strike.

—¡Bola!

El tercer lanzamiento se extravió de la zona del strike.

—¡Va por abajo entre la primera y segunda base!

Miyuki selló la iniciativa con una carrera impulsada, permitiendo que Kuramochi llegara a home. El quinto bateador, Shirasu, atacó en el primer lanzamiento. Y el corredor en segunda avanzó a tercera.

Ichidai retiró a los dos siguientes bateadores finalizando su turno en la defensa tras otorgar dos carretes a Seidō.

Cuando Furuya subió al montículo el público esperaba que correspondiera el esfuerzo e ímpetu de sus compañeros de equipo. Sin embargo, sus lanzamientos atravesaron por las mismas dificultades que las de Amahisa Kōsei.

Con bases llenas, Ichidai estuvo a punto de anotar. Pero de alguna manera Seidō mantuvo la primera entrada sin ceder carreras.

Ambos pícheres lucharon por encontrar su control mientras eran respaldados por sus compañeros de equipo, impidiendo que el contrario anotara.

—Entiendo. Acabaré con ellos —declaraba con su aura combativa.

—Es para despistar a los bateadores de Ichidai. Con que vayan abajo al medio será suficiente —dijo Miyuki calmadamente.

Ichidai volvió al ataque. Amahisa ponchó al quinto y sexto bateador consecutivamente con tres lanzamientos cada uno.

—Séptimo bateador, jardinero izquierdo, Yūki-kun.

—¡El primer lanzamiento es una curva!

Y por primera vez en este juego se consiguieron tres outs consecutivos.

En la parte baja de la quinta entrada, Ichidai anotó cinco carreras, obligando a Seidō a realizar un cambio de jugador. El as fue sustituido por el enérgico zurdo: Sawamura Eijun.

—¡Voy a atacar con todo! ¡Jardineros, cuento con ustedes!

Con una bola rápida al interior, Sawamura ponchó al cuarto bateador.

—¡Strike! ¡Bateador fuera!

Eijun demostró que las situaciones apabullantes no derrumbarían su espíritu. Volvió el montículo suyo para imposibilitar que Seidō entregara más carreras. Nunca flaqueó, sorprendiendo al público y a los rivales que observaron el partido.

Lamentablemente al final de la novena entrada, el triunfo le fue otorgado a Ichidai.


—¿Por qué parece como si estuvieras molesta? —preguntó Kuramochi.

Los tres se dirigían al autobús.

—Tu percepción sobre el significado de mis gestos faciales está muy distorsionada —señaló Sora—. Solamente tengo un sabor amargo tras nuestra derrota contra Ichidai.

—Probablemente no eres la única que se siente de esa forma —murmuraba Kazuya enfocando a sus compañeros de equipo que les llevaban la delantera.

—Apresurémonos o seremos los últimos en subir el autobús. No quiero escuchar los gritos de Sawamura otra vez.

—Ya veo. Quieres sentarte al lado de Kazuya para disfrutar de sus elocuentes pláticas —comentó una vez que se infiltró entre ambos.

Era tan descarada.

—¡De ninguna manera! ¡Siéntate con él!

—Al fin podré descansar de escuchar sobre Matsui-san.

—Idiota, ¡él es de los mejores campocortos que hay! —replicaba Yōichi—. Alguien necesita un poco de educación beisbolística.

Sora se quedó con una oración a medio decir. Takashima se acercó, pidiendo hablar a solas con el cácher.

—Miyuki-kun, te están buscando —expuso Rei después de que se desplazaran hasta una de las entradas del estadio—. Te esperamos en el autobús. No demores.


Conforme se acercó los dos rostros lejanos adquirieron familiaridad.

La mayor lo saludó con euforia, como alguien que no ha visto a un amigo en muchos meses. Su acompañante levantó su rostro hacia él con timidez; buscaba en sus ojos una especie de señal que le permitiera entregarle un saludo más familiar.

Decir que estaba seguro de que ella reaparecería en su vida, sería una falacia. Nunca concibió dicha posibilidad porque había pasado bastante tiempo; todo había cambiado, desde sus sentimientos hasta su amistad. ¿Para qué arriesgarse a un reencuentro incómodo?

—Hola, Shio —saludó Kazuya con abertura.

Su despedida estuvo coloreada de tonos cálidos y melancólicos. Estuvo la alegría de coincidir cuando eran unos niños impetuosos de primaria y la fortuna de forjar una amistad; así como el milagro de que sus sentimientos crecieran hasta convertirlos en pareja.

La tristeza también abrió su paraguas sobre ellos.

El día de su despedida, ella mordía ocasionalmente sus labios para no romper en llanto. Mas sus palabras torpes y lentas mostraron lo mucho que se esforzaba para que su voz no se quebrara. Peleó valientemente hasta el final para no llorar y volver todo mucho más difícil.

Él no lloró ni en ese momento ni días después cuando asimiló su ausencia. Pero si estaba ese pequeño vacío de que algo faltaba en su vida; de que de repente las cosas fuera de la cancha de béisbol eran un poco más aburridas. Y esa sensación lo acompañó durante su primer año en Seidō.

Empero, las situaciones, las personas, los momentos, todo lo vivido desde su despedida hasta el día de su reencuentro lo moldearon en un nuevo yo. Recordaba su pasado conjunto con cariño y calidez, mas sus sentimientos ardieron, dejando una estela luminosa que poco a poco se apagó

Los sentimientos humanos eran como estrellas fugaces.

—Lo hicieron muy bien. —Akemi quería ser prudente al abordar el tema del partido.

—Kazuya, lamento mucho que no hayan podido avanzar hacia la final.

—Obtendremos nuestra revancha en verano.

Claramente esperaba ganar junto a su equipo. Sin embargo, no podía lamentarse por el juego perdido. Había que enfocarse.

—Ese encuentro contra Inashiro todavía sigue pendiente. —Le recordó Shio sonriente—. Mei no tendrá piedad.

—Sería aburrido si fuera de otro modo.

—Veo que su rivalidad se mantiene vigente hasta este día.

—Es hora de que nos vayamos, hermana. Harás que lo deje el autobús.

—En eso tienes mucha razón... Lo siento, Kazuya. No era nuestra intención quitarte el tiempo.

—Descuida. Siempre nos retrasamos al irnos por culpa de Sawamura.

—Andando, Shio.

—Seria genial que pudiéramos reunirnos los tres, como en los viejos tiempos —expresó con emoción—. Aunque probablemente vayan a estar muy ocupados.

Su tiempo era escaso y valioso. Sin embargo, podría darse la oportunidad solamente para ver la cara de Mei.

Seguramente le recriminaría por no contarle que Shio volvió a Tokio.

—Podríamos tener un espacio en algún punto.

—¡Perfecto! Entonces estaremos en contacto.

—Que tengas una linda tarde, Kazuya. —Se despidió Akemi.


Habían pasado unas cuantas horas desde su derrota contra Ichidai. No obstante, nadie aceptaba que todavía existía la frustración y el qué hubiera pasado si las circunstancias hubieran sido un poco diferentes. Ocultaban esa parte humana porque no había tiempo para lamentaciones. Debían enfocarse en el torneo de verano, en la oportunidad para acercarse a su sueño. Era última vez que los de tercer año pelearían por un puesto hacia las nacionales, el último verano que jugarían al lado de sus compañeros de equipo.

Demasiadas emociones encontradas. Tan poco tiempo para asimilarlas y sobrellevarlas.

—Otra vez te escapas a practicar. ¿No quieres que la gente te vea trabajar duro?

Miyuki sonrió vagamente. Esos afilados ojos que siempre lo invitaban a desistir de mentir aparatosamente, se presentaron.

Acompasados avanzaron.

—Sawamura se sentó por su lado… ¿Eso fue porque no pudimos anotar? —preguntaba Kuramochi.

—No estoy seguro... Como sea, se sentía como una patada en el trasero.

—¿Verdad?

—También bateó bien para variar. Nadie podría quejarse.

—De haber bateado yo, habría cambiado las cosas. ¡Demonios!

Redibujó aquel partido una y otra vez en su cabeza, corrigiendo los errores del encuentro real. Sólo se llenó de más frustración.

—¿Viniste a quejarte?

—¡No!

—Adelante. Soy el capitán. Te escuchó —soltó jocoso.

—¡Qué te calles! ¡Y no digas eso sonriendo!

Kazuya reía. Yōichi prensaba el cuello de su sudadera. Y un tercero apareció, suspirando ante la escena.

—¿Cuántas veces se pelean al día ustedes dos?

Se apartaron inmediatamente. No querían ser su centro de burlas.

—¿Y ese atuendo? ¿Otra vez subiste de peso? —Burlón buscaba enfadar a su amiga—. Unas diez vueltas al campus y tendrás el precalentamiento hecho.

Lo había privado de meterse con Miyuki. Y ahora vaciaría todas sus bromas sobre ella.

—Claro que no, tonto. Solamente quería estar cómoda para sacar a pasear a estas preciosuras.

Kuramochi veía las fotos de dos hermosos caninos. Miyuki ya los conocía, por lo que iba a unirse a las burlas del corredor. No obstante, sus ojos fueron de su cabello sujeto en un moño bailarina a su sudadera negra para concluir en sus leggins deportivos.

—¿Van a seguir practicando? —preguntaba Sora.

—Iremos al campo techado a golpear unas cuantas bolas antes de la reunión con el entrenador —respondió Kuramochi.

—Puedo ayudarlos si quieren.

—Tanta amabilidad repentina es sospechosa. ¿No estarás huyendo de alguna responsabilidad, Sora-chan? —tanteó Kazuya.

—A ti te voy a arrojar las pelotas directo en la cara.

Ninguno de los dos quiso cuestionar sobre por qué prefería estar gastando su tarde ayudándolos a entrenar en vez de realizar otra actividad más entretenida.

—Va la siguiente.

Ella arrojaba la pelota. Y ellos la golpeaban tan preciso y duro como podían. Un ejercicio que duró hasta que todas las rejas de pelotas fueron vaciadas.

—Recojamos.

Sora no pudo ni tomar una de las rejas. Esos dos las alinearon sobre el área en la que batearon. Entendió el porqué cuando arrojaron las pelotas dentro de cada reja.

—A que logro encestar más pelotas que tú, idiota.

—Te oyes muy seguro, Kuramochi. ¿Qué es lo que quieres perder?

—Ya han perdido la dignidad infinidad de veces. Perder otra cosa ya no debería afectarlos.

Eso les pegó directamente en su ego. Mas callaron porque sabían que con eso se vengó por mofarse de ella en ropa deportiva.

—Sigan arrojando esas pelotas o no acabaremos nunca.

Yōichi estaba bastante animado lanzando las pelotas dentro de cada reja. Kazuya lo hacía más por practicidad que por diversión. Y Sora optó por la forma tradicional porque había varias pelotas dispersas hasta el fondo.

—Entonces, ¿qué te trajo hasta aquí?

Kuramochi ya sentía la suficiente confianza como para indagar con más insistencia.

—Vine a extenderles una invitación.

—¿Invitación? —Ladeó su cabeza—. Y yo que creía que hacías todo esto para pasar más tiempo con tu incordio.

—Por eso deberías regalarme una fotografía de Kazuya. Así podría verla los domingos para no añorarlo tanto —expresaba desvergonzada, sonriendo satisfecha al advertir el arrepentimiento en su cara—. Es la mejor solución, ¿no?

—¿Sabes qué? ¡Olvídalo! —mascullaba irritado—. ¡Te voy a mandar su peor foto!

—Tú comenzaste. —Disfrutaba tanto devolverle sus jugarretas—. Y lo de la invitación era cierto.

—¿Nos vas a llevar a pasear por la ciudad para ir a cenar a un restaurante bonito y elegante?

—Algo por el estilo. —Bajó el cierre de su sudadera. Estaba un poco acalorada—. Nos marcharíamos después de su reunión con el entrenador para que no tengan problemas.

—Entiendo que quieras llevarte a este bueno para nada. Pero ¿yo qué figuro en todo esto?

—Es una salida en grupo. No veo por qué no puedas ir… Si no quieres no te obligaré.

Miyuki escuchaba cabalmente su conversación mientras terminaba de recoger las últimas pelotas. Si bien podía usar de pretexto de que quería seguir practicando, sabía que Sora hallaría un modo para persuadirlo. Así que se ahorraría la guerra verbal y accedería. Tampoco es como si salieran cada fin de semana. De hecho, ya ni recordaban cuándo fue la última vez que tuvieron una cita.

—Y ahora están hablando sobre las películas de Godzilla —susurraba.

Permaneció en silencio, observándolos. No era un gran conocedor sobre el tema, por lo que se abstuvo de comentar. Entonces se reencontró con aquel rosa pastel. Con ese color tan personal que le evocaba el sueño que ingenuamente creyó olvidar hasta ese día.

Si las escenas de aquel sueño se lavaron con la última gota de agua fría, ¿por qué volvían a filtrarse? ¿Era culpa?

—Hemos tenido suficiente por este día. Llevaré estas rejas por mi cuenta. —Kuramochi apiló dos rejas, levantándolas fácilmente—. Les encargo el resto.

—Tramposo.

Yōichi se fue, riéndose por dejarles la parte más pesada.

—Esta vez se salió con la suya. —Sora se agachó para sujetar la reja. Se tambaleó un poco, pero recuperó su centro—. Iré a dejar esta.

—Yo me encargo.

Miyuki sostenía la reja de los costados, indicándole que podía soltarla.

—Puedo hacerlo por mí misma. Lo sabes.

—Nunca aceptas fácilmente ayuda de otros, ¿verdad? Pasó lo mismo cuando estuviste aquí limpiando un montón de pelotas.

—Esta vez quiero hacerlo sola.

Un tirón por ambas partes y las pelotas se propagaron bajo sus pies.

—Más trabajo...

—Te dije que lo haría yo —soltó intentando sonar serio, mas era obvio que quería reírse de ella—. Ahora ayúdame.

—Entonces, ¿vendrás con nosotros al rato? —Recoger pelotas no la imposibilita para sostener una conversación con su novio—. Será una cena tranquila. Te devolveré a Seidō sano y salvo.

—Ser honesta no es tan malo, ¿no?

Ella exhaló. Presentía una respuesta así.

—Descuida. El lugar al que iremos estará a la altura de tu paladar —señalaba orgullosa—. No habrá quejas de tu parte.


Las pelotas fueron recogidas en su totalidad y llevadas con cuidado al almacén. No querían otro incidente.

—¿No te parece que está algo polvoriento aquí? —Su dedo se deslizó por la superficie de uno de los estantes; había motas de polvo en su carne—. Quizás el lunes podría limpiar junto a Kuroki-kun y Oda-kun.

—Deja de explotarlas. —Acabó de acomodar las rejas y añadió: —. He escuchado que se quejan de lo estricta que eres.

—No soy estricta.

Los ojos entrecerrados de su pareja exponían una opinión opuesta.

—Aceptarlo podría servir para que seas más flexible.

Él no era el primero en decirle que a veces se pasaba de estricta. Mas fue educada para serlo prácticamente en todos los ámbitos.

—No lo soy.

—Si no lo aceptas, no iré al rato con ustedes.

Con una sonrisa en sus labios deslizó su brazo izquierdo alrededor de su cuello, acercándola a él.

—Eso es chantaje.

Esos ojos de júbilo y cinismo estaban tan cerca de su rostro como su nariz y sus labios. Tanta cercanía arrastraría a uno de los dos a romper su proximidad.

Ella cedió ante la tensión que crearon con tan absurda conversación. Y nuevamente disfrutó de esos labios juguetones que sonrían ante su segunda victoria sobre ella.

Sora estableció lo breves o profundos que serían sus besos. No permitió que él demandara una pauta diferente.

Sus manos se afianzaban a sus hombros para no trastabillar. La diferencia de altura la obligaba a ella a estar de puntillas y a él a inclinarse para conectar. El vaivén de sus besos anestesiaba sus sentidos. La cercanía que compartían los concientizaba del cuerpo ajeno, de las sensaciones y texturas que la piel y la tela recreaban entre ellas.

Sus labios plantaron un último beso. Y sus manos se hallaron cómodas en la marcada curva de sus caderas.

Sora respiraba agitada, un poco más acalorada que cuando recogió el montón de pelotas. Kazuya seguía con un pecho oscilante, una garganta seca, preguntándose hacia dónde se escapaba su preciado autocontrol.

No era un sueño. No era como en su sueño. Pero estaban a solas, encerrados en un almacén, demasiado cerca el uno del otro.

«¿Qué demonios estoy pensando? Grandísimo idiota», cavilaba Miyuki con reproche.

Pensar fríamente era lo correcto. Mas cuando esos besos lo envolvían con ternura y añoro se desconectaba un poco más de su yo racional, de ese yo que bromeaba con todo, incluyendo las guerras de caricias y besos.

Miyuki sonrió bajo el escalofrío que provocaron sus manos delineando su cintura de arriba abajo. Lo hacía lentamente para palpar su tersa piel, para descubrir su vientre plano, para percibir su reacción…

Ella ocultó su nerviosismo. Nunca antes estuvieron en una posición tan comprometedora por lo que no estaba segura si era correcto aventurarse un poco más o abstenerse. Tampoco se atrevería a preguntar abiertamente porque era vergonzoso en tantos sentidos.

Sora dudó, mas la volátil y efímera valentía que sacudió su cabeza la llevó a arriesgarse. Aró su mejilla hasta el tronco de su cuello con suaves y acompasados besos, mimando tiernamente su nuca con sus manos. Concentrada en su labor ignoró el temblequeo del cuerpo opuesto, así como el suspiro suicida que se desvaneció, advirtiendo lo placentero que fue su toque.

Él se maldijo, acercándose hacia la descubierta piel de su cuello. Ella apretó sus labios para no demostrarle que estaba dejándose llevar por aquel deleitoso cosquilleo nacido de sus húmedos besos. Cuando sus callosas manos recorrieron presurosamente toda su espalda entendió que todavía no estaban satisfechas; ambicionaba un poco más.

En aquella condena conjunta negarían férreamente la embriaguez que elevó su temperatura corporal, presionando sus respiraciones y el golpeteo interno de su corazón. Rechazarían externamente la idea de que el gustar inicial escaló hacia un goce físico que ya no se contentaba con besos ocasionales. Lo harían para no sentirse expuestos frente al otro, para lidiar con aquel golpe hormonal que lentamente despertaba en ellos otra clase de deseos.

Su último beso murió después del cuarto timbrazo del celular de Miyuki.

—Tengo que responder. —Se excusó antes de apartarse y aceptar la llamada—. ¿Qué es lo que quieres, Mei?

—¿Por qué me respondes en ese tono? ¿Sigues molesto por perder contra Ichidai? ¡Aunque no es para menos! Ese partido dejó mucho que desear, Kazuya.

—Si únicamente llamaste para eso, adiós.

—¡Ey, no te atrevas!

—Al grano, Mei.

—De verdad estás malhumorado. ¡Siento pena por Sora-chan!

—Mei, no voy a repetirlo.

—¿Por qué no me dijiste que Shio-chan regresó a la ciudad? —reclamó.

—Ya lo sabes. No veo el problema. —Rogó por paciencia.

Se hacía una idea de lo que vendría a continuación.

—Ella me escribió hoy después de mi partido contra Teito —contaba presuntuoso—. La verdad no esperaba que ella fuera a volver después de que se mudó de Tokio.

Kazuya todavía recordaba el semblante de tristeza de Mei cuando se enteró de que Shio se mudaría. Así como las lágrimas que retuvo mientras despedía a la chica que robó y rompió su corazón.

Esperaba que esa etapa la tuviera superada.

—A tu gorila personal no le hará gracia que te estés telefoneando con tu viejo amor de secundaria.

—Para tu información ya le he contado todo a mi hermosa Anna. ¡Entre ella y yo no hay secretos!

Estaba orgulloso del grado de confianza mutua que poseía con su amada reina.

—Ella no debe preocuparse por absolutamente nada. ¡Mi corazón y mis lanzamientos perfectos le pertenecen!

—Nauseabundo. Colgaré.

—¡Espera, pequeño amargado! —gritó perforándole los oídos—. Estaba planeando una salida entre los tres, como en los viejos tiempos.

—Tengo la agenda llena. Será para la próxima primavera.

—¿Qué te parece hoy mismo por la noche?

—Tú mañana tienes un partido —refutaba—. Y yo ya tengo planes.

—¿Planes? ¡¿Tú?! ¡Tú jamás sales a ninguna parte!

Colgó. No quería seguir escuchando las incoherencias de aquel rubio.

—Mei no tiene remedio.

Rascó su nuca. Arregló un poco su revuelta cabellera. Ya estaba más calmado, menos abochornado. Lo estuvo hasta que devolvió su atención a su pareja. Ella estaba al teléfono y él percibió el enrojecimiento sobre la longitud de su cuello y su peinado estropeado.

Recordó cómo sus manos rodearon su cintura y espalda, sintiendo su piel descubierta y la ligereza de la licra.

Con pesar y culpa entendió que el malhumor del que lo acusaba Mei era real. Se había enojado un poco por interrumpir su pequeño momento de diversión e intimidad.

—Kazuya, tengo que irme —avisaba para quien reaccionó al escucharla—. Debo arreglarme para estar lista para pasar por ustedes dos.

—Sí. Está bien.

Verse fijamente los cohibía, preferían ignorarse.

—Antes de que me vaya, me cercioraré de que no esté por los alrededores…

Sora se asomó cautelosamente hacia el exterior, buscando al que podría convertirlos en su diversión personal. Afortunadamente la zona estaba despejada.

—Qué bueno que Yōichi se marchó. —Aliviada cerró la puerta.

—Ni que estuviera vigilándonos para ver qué hacemos.

—Kazuya, le has hecho tantas cosas en estos casi tres años que se conocen. Obviamente buscará la más pequeña oportunidad para cobrárselo.

—No es tan vengativo como tú.

—Eso piensas tú. —Ella padeció de todas sus ocurrencias cuando la chantajeaba—. No te atrevas a contarle a nadie lo que ha pasado aquí.

—¿Qué te hace pensar que le diré a alguien sobre lo que hicimos aquí? —preguntó arqueando una ceja—. Estaremos muertos si alguien se entera.

—Lo mencionaba para estar prevenidos —atajo—. Bueno, ya me retiro. —Con la mano sujetando el pomo, le dedicó un último vistazo a su novio—. Reza para que mañana no amanezca con un chupetón en mi cuello… ¡Tonto salvaje!

Se fue. Él se carcajeó ante la posibilidad de que a partir de mañana su novia fuera amante de los cuellos de tortuga.

Acalló. Finalmente, el peso total de sus acciones lo aplastaron, abrumándolo. No podía seguir engañándose cuando su cuerpo habló por él hace unos minutos atrás al negarse a apartarla de su lado.

—He firmado mi propia sentencia.


No quería devanarse el resto de la tarde porque la lógica no tenía derecho a opinar. La respuesta era tan clara que provocaba una sonrisa nerviosa; una acompañante indiscreta que podría escupir deliberadamente su pequeño secreto para arrastrarlo a la ruina.

Aseó su cuerpo. El agua fría lo serenó mientras las charlas superficiales de quienes compartieron el baño con él, lo recomponían en su totalidad. Y las concisas y estimulantes palabras del entrenador lo devolvieron a su habitad natural: el béisbol. Si se entregaba enteramente a ese hermoso deporte no sería vacilado por sus erráticos pensamientos lascivos.

De pie sobre el camino que cada tarde recorría de vuelta en compañía de su bate, aguardaba pacientemente en compañía.

—¿No tendremos problemas por escabullirnos de la cena? —interrogó Kuramochi una vez que checó la hora en su celular.

—Hablé con Rei-chan después de la reunión que tuvimos con el entrenador. No tendremos ningún inconveniente.

—Se acerca un coche... ¿Quién podría ser a esta hora?

Los rines plateados y el azul cobalto de aquel Bentley Flying Spur volvieron aún más elegante y primoroso su estilizada estructura

Apenas estaban admirando aquella belleza cuando vieron un rostro sumamente familiar asomándose desde la ventana abierta del copiloto.

—Kazuya, Yōichi, ¡buenas noches!

Sora descendió para abrir la puerta trasera. Ella y Miyuki se quedaron en los asientos de atrás. A Kuramochi le tocó ser el copiloto. El copiloto del hermano mayor de Miu.

«Esa Sora lo hizo a propósito», pensó Yōichi.

—¿Qué te causa tanta gracia? —Sora escuchó la risilla del cácher y tuvo sus sospechas.

—La noche está fresca. Justo para usar una bonita blusa de cuello de tortuga.

Pellizcó a su cínico novio antes de que siguiera parloteando más de la cuenta.

—Tonto. Cállate.

Por su culpa tuvo que ponerse esa blusa de manga corta para ocultar las marcas rojas de su cuello.

—¿Qué tanto cuchichean ustedes dos? —Kuramochi escuchó claramente lo que dijo su capitán.

—Que iremos a un izayaka a cenar. Allá nos encontraremos con Ki-chan.

—Eso no fue lo que escuché.

—Despreocúpate. Mi hermana no estará presente esta noche.

Yōichi lo miró discretamente. Estaba extrañado por su comentario tan aparentemente aleatorio.

—No es como que me importe. —Optaría por rotar el rostro hacia la ventana.

Ya no gustaba de ella. Sin embargo, todavía no se perdonaba a sí mismo por ser tan ingenuo y creer que Miu querría algo serio con él. De ahí nacía su verdadera molestia cuando la mencionaban o la veía.

Odiaba haberse encandilado tanto con aquella pelirroja.

—Igualmente a ella no le gustan los izayaka —comentaba Sora.

—No. En esta ocasión sí quería venir —habló. El semáforo estaba en rojo—. Sin embargo, está castigada hasta nuevo aviso.

—¿Y ahora qué fue lo que hizo esa tonta? —Sabía que esa amiga suya cometía cada locura.

—Fue castigada por lo que hizo en noviembre del año pasado —respondió con una molestia que ambos beisbolistas percibieron—. Estoy hablando de la fiesta a la que fuiste arrastrada sin tu consentimiento.

Sora recordó la estirada celebración a la que fue llevada contra su voluntad. Asimismo, al idiota al que golpeó por estropear el regalo de Kazuya.

—Por eso llegaste tarde ese día que celebramos el cumpleaños de Miyuki.

—¿No se los contaste?

No dio explicaciones de por qué llegó tarde. Tampoco compartió el incidente con ninguno de sus amigos. Quedó en un secreto.

—No. A nadie.

Sintió un par de ojos encima. Y quizás ahora se sentía un poco culpable por callar.

—Me enteré justamente porque ese cretino la visitó este viernes. Se quejó de lo avergonzado que quedó después de que te llevó a su fiesta.

—¿Qué fue lo que hiciste? —Yōichi la veía desde su asiento delantero.

—Lo golpeé porque no quería devolverme el regalo que no le pertenecía —espetó—. Se lo merecía.

Kuramochi se carcajeó. Era justamente lo que se imaginó. Kazuya suspiró cuando relacionó aquel regalo hurtado con el suyo.

—Tuvieron la mala suerte de que los escuchara. Y hacer hablar a ese idiota fue tan sencillo como decirles a mis padres que su hija prácticamente secuestró a alguien para botarla en una fiesta que pudo acarrear consecuencias graves.

Los dos creían que estaba exagerando un poco. Mas era entendible porque Sora era una amiga muy cercana para él.

—No entraré en detalle sobre lo que les hace a las chicas que lleva a sus fiestas. Pero si recalcaré que nunca ha obtenido un escarmiento por forzarlas.

Esa explicación bastó para que los dos se pusieran de su lado. Y también fue suficiente para establecer que Miu no era ni remotamente una buena amistad para Sora. ¿Quién se atrevía a vulnerar a una amiga de esa forma?

—Eso explica por qué no me ha llamado ni mensajeado.

—Le quitaron su celular. Y a partir del lunes la llevarán y recogerán a la escuela.

—Qué bueno que lo golpeaste. Se lo tiene más que merecido. —Se le escapó a Kuramochi.

—Es lo que un delincuente diría.

—Idiota, ¡tú cállate!

—¿No te trae recuerdos el ver cómo pelean estos dos? —preguntaba inocentemente—. Es como verte a ti y Ki-chan un día cualquiera.

—Claro que no.


Para el par de beisbolistas era la primera vez que pisaban un izayaka. Lucía tan lujoso y costoso.

Se acercaron a su mesa. Hojearon el menú y se lanzaron miradillas de que no podrían pagar con lo que traían en los bolsillos.

—Si juntamos lo que traemos nos alcanza para dos tazones de arroz —murmuraba para su capitán.

Ambos se sentaron contiguamente. Sora estaba a la izquierda de Miyuki.

—Los vasos de agua son gratuitos.

—Nunca dije que pagarían algo —informó Sora—. No cenaron en Seidō. Tienen que hacerlo bien aquí.

—Este grandote de aquí pagará todo —espetó Kishō palmeando bruscamente a Hayami—. ¿Verdad?

Rokujō llegó a los pocos minutos que ellos. Ambos pelirrojos se ubicaban enfrente.

—En realidad nosotros...—balbuceaba Yōichi.

—Pidan lo que gusten —habló Sae atendiendo al menú—. La cuenta corre por mi cuenta.

—El ramen picante de aquí es delicioso. Por sí se animan.

Sora era amante del picante. Ellos morirían si intentaban aguantar su ritmo.

—Vamos, no seas tímido —murmuraba para su pareja—. El de la idea de esta cena fue justamente de Sae. Por eso está corriendo con todos los gastos.

Si Miyuki no entendía a Kishō, menos podía descifrar a Sae. Ambos eran como el blanco y el negro, pero coincidían en sus actitudes hacia él y su instinto protector hacia Sora. No podía ni imaginarse cómo era Reiji Irabu.

No tenía mucha experiencia conociendo los diversos matices de las personas. Sin embargo, juraba que ese par encabezarían el listado de los más estrambóticos. Un par de extravagantes pelirrojos cenando con un par de adictos al béisbol. Qué irrisible combinación.

—¿Y han pensado en las ligas profesionales? Seguramente ya hay unos cuantos reclutadores con los ojos puestos en ustedes dos —soltaba Rokujō.

—Por ahora nuestro único pensamiento es alistarnos para el torneo de verano —habló Miyuki—. Es nuestra meta más próxima.

—Centrarse en los objetivos inmediatos es una sabia decisión. —Sae le dio un codazo a su acompañante—. Ya se preocuparán del mundo profesional cuando termine el verano.

—Idiota, ¿por qué me has golpeado?

—Fue un codazo. No un golpe como tal. No exageres.

Kuramochi y Miyuki veían a ese par que se echaban en cara lo que ocurrió en sus años de preparatoria. Sentían una especie déjà vu.

—Justamente así es como lucen ustedes dos.

—¡Por supuesto que no! —replicaron.


La mesa se llenó de numerosos y variados platillos; eran tan coloridos como apetecibles. Su sabor valía cada centavo.

La cena lejos de ser silenciosa e incómoda se llenó de numerosas interrogantes. Aquel par de pelirrojos que aparentemente eran ajenos al mundo que tanto amaban, poseían nociones básicas y muchas dudas de cómo se regía el rey de los deportes. Inclusive preguntaron directamente sobre su carrera beisbolística.

Si había beisbol de por medio ambos se transformaban en personas sumamente extrovertidas.

—Por eso era tan confuso. Ese tonto de Reiji nunca supo explicarse correctamente. —La queja de Kishō fue apoyada por Sae—. Lo que tuvo que soportar Takigawa.

—Quizás el cabezazo que se dieron por intentar atrapar aquel escarabajo rinoceronte tuvo repercusiones en él. Eso explicaría muchas cosas.

—O cuando se reventó la rama en la que estaba sentado… Si lo piensas siempre fue muy desafortunado.

—No deberías ser tan presuntuoso, Kishō. Tú confundiste a Sora con un chico solamente porque sus hermanos arruinaron su cabello.

—Te recuerdo que me apaleaste por eso.

—Esperen —interrumpió al par—, ¿cómo que Sora acabó con un peinado de chico?

Sora se atragantó con su propia saliva cuando oyó a su novio queriendo abrir un nuevo tema de conversación. Una charla que involucraba fotografías, anécdotas y los problemas que su nombre unisex trajo consigo.

—Créeme, te aburrirás escuchando esa historia —expresó rápidamente—. Sería cien veces más entretenido escuchar sobre la carrera delictiva de Yōichi. Seguramente hasta formaba parte de una pandilla.

No logró que Miyuki desistiera. Así como tampoco evitó que ese par de amigos suyos empezaran el relato de cómo fue que regresó de sus vacaciones de verano con un peinado tan revolucionario.

Y aunque estaba atenta a las reacciones y comentarios de Kazuya, sus ojos atendían a su plato parcialmente vacío. Picoteaba la ensalada mientras su cabeza maquilaba algunos recuerdos cercanos.

Después de bañarse, cuando observó su cuello aún enrojecido pensó inevitablemente en lo que ocurrió en el almacén, en Kazuya, en sus manos sosteniendo sus caderas y acariciando su espalda y cintura, en sus besos... en todo.

Estaba avergonzada. No por lo que pasó dentro de esas cuatro paredes, sino porque disfrutó de aquel instante de intimidad. Y la posibilidad de que se repitiera le agradaba.

—En lo último que debería estar pensado es en eso... Tonta —musitaba.

Con Takigawa nunca llegó tan lejos. Se besaban torpemente. Eran dos chiquillos que sentían pena al tomarse de las manos o decirse lo mucho que se gustaban. Era impensable que pudieran ir más allá de los besos largos y los abrazos afectuosos.

«Yū siempre fue tan caballeroso y decoroso. Probablemente él sólo llegue hacer esas cosas con su futura esposa. Lo que lo vuelve algo adorable», pensaba Sora con una sonrisa.

Tatsuhisa fue punto aparte. Mas debió advertir desde el día en que quedó flechada de él que su relación sería como la mañana de navidad: repleta de regalos por abrir.

Él la ayudó a combatir su timidez. Le mostró que las muestras de afecto entre pareja eran de lo más naturales. A su lado descubrió que el placer y el deseo eran una dupla maravillosa.

«Souh siempre fue tan descarado…y abierto para esos temas», caviló divertida.

Empero, Miyuki era desconcertante. Amaba el béisbol por encima de su propia vida. Y aunque era bromista y gustaba de provocarla por mero disfrute —como un alimento nutritivo para su ego— nunca dio indicios de querer algo más carnal con ella.

No es que no fuera consciente de que tenía cierto encanto físico, pero jamás tuvo esa seguridad de despertar en Kazuya la chispa del deseo. Para ella ese planteamiento no existía; y si lo consideró fue porque Annaisha lo mencionó en la plática que tuvieron en año viejo.

¿Por qué tenía que darle importancia a ese tema justamente ahora? Ni siquiera debería seguir pensando en ello.

«Puede que solamente lo haya hecho para tener con que molestarme después. Sí, por simple diversión», especulaba Yūki.

Y esa opción magullaba un poco su autoestima. No le gustaba esa sensación de insuficiencia.

—¿Todavía tienes espacio para el postre?

—Ah, yo creo que paso —respondió tan pronto entendió la pregunta de Sae—. Estoy demasiado llena.

—Después de comer toda esa carne, es normal —soltaba Kuramochi—. Glotona.

—No quiero escuchar eso de quien se comió toda una parrillada —expuso burlonamente—. Entonces pediré el postre para llevar.


Con el estómago lleno partieron de regreso a los dormitorios de Seidō. La travesía silenciosa y tranquila arrulló a los dos beisbolistas hasta que cayeron presas del cansancio. Y mientras ese par dormían, otro más permanecía alerta.

—¿Sucede algo?

—Solamente estaba pensando en que no tendré Golden Week —contestó para esos ojos verdes que se reflejaban en el espejo retrovisor interno—. Estaré atareada con el equipo.

—El año pasado fue igual.

Le entregó la razón con un suspiro cascado.

—¿Te molestaste cuando empezamos a hablar sobre tu corte de cabello?

No. Eso jamás la importunó. Lo consideraba un evento divertido en su vida del que podía presumir.

—Son...asuntos de índole femenina.

—¿Significa entonces que necesitas de otra chica para tratarlo?

—No estoy segura si esa sería la mejor solución.

Sabía que ese tema tenía que tratarlo con Kazuya. Únicamente a ellos les concernía. Sin embargo, dudaba demasiado.

«Pensará que soy una pervertida... Tonto Miyuki Kazuya», pensaba Sora, ahuyentando su nerviosismo.

Su hombro aparentemente era el mejor sostén para la oscilante cabeza de Miyuki. La convirtió en su almohada temporal.

«Qué sinvergüenza es... Bueno, si mañana aún siguen esas marcas en mi cuello hablaré con él», rumiaba Yūki.

Dejaría que el azar tomara la decisión por ella.