¡Buenas noches! He vuelto y les he traído un poco de salseo para que no se quejen de que esto no avanza y no tenemos drama suficiente. Ya me darán sus opiniones. Sin mayor dilación, ¡disfruten y no se burlen demasiado del Kazuya!


Electric touch


Alcanzó su límite. Entre las prácticas situacionales de fildeo de medio día y el entrenamiento habitual de cada tarde estaba lo suficientemente cansado y polvoso para permanecer sentado en el suelo. Y desde ese punto de comodidad observaba a su obstinado capitán abanicando mientras respondía a las dudas que Sora le exteriorizó con respecto al Invitacional de Tokio al que fue convocado.

Verlos juntos esporádicamente a lo largo del día era prácticamente una normalidad para él y para los miembros del club de beisbol. Pasaron de ser la novedad entre sus compañeros de equipo a la pareja estable que funcionaba porque consiguieron un extraño equilibrio entre sus personalidades y el carácter de cada uno. Aunque quizás lo que más favoreció a que siguieran juntos era explícitamente la forma de ser de Sora.

Ella respetaba los tiempos de Miyuki. Pero siempre encontraba algún recoveco para pasar tiempo a solas con él. A veces eran meras charlas sin sentido, en otras abordaban temas más sustanciales como el desempeño global del equipo. Se compenetraban maravillosamente cuando decidían meterse con él para su disfrute personal. Asimismo, tuvieron sus salidas de pareja; aburridas desde su perspectiva.

—¿Qué tan patética tiene que ser mi vida social como para estar analizando la relación sentimental de este idiota?

Olvidó sus desaventuras sentimentales, conservando su postura silenciosa.

Conocía a Kazuya desde su primer año. La arrogancia con la que dirigió sus pasos para arrebatarle el puesto de cácher a Takigawa, la madurez que lo llevó a respetar y a admirar a aquel acérrimo rival, el cómo ocultó su lesión en nombre del equipo y su propio ego, el abrirse por lo abrumado que lo tenía la capitanía… Todos esos acontecimientos que mostraban parte de su naturaleza siempre estuvieron estrechamente relacionados con el béisbol. Nunca hubo nada aparte del béisbol que lo hiciera reaccionar. No hasta que Sora apareció.

La conocieron como la hermana menor de su ex capitán hasta que el trato diario y constante los fue acercando de formas diferentes. Para él se convirtió en su primera y real amiga; para Kazuya era la chica que seguía ostentando el título de novia.

—Estoy seguro de que no soy el único que está sorprendido de que hayan durado tanto.

Era un pensamiento cruel, demasiado realista, demasiado perfilado a la personalidad del cácher.

No percibía a Kazuya como un insensible, pero tampoco era el sujeto mega detallista y empalagoso que las chicas creían que debía ser tras su faceta de beisbolista. Él era un idiota que amaba el béisbol por encima de su propia vida, que disfrutaba de jugarle bromas a terceros; un sujeto tan hermético sobre lo que verdaderamente siente que tendía a ser malinterpretado. Justo como ocurrió cuando pasó lo del entrenador Kataoka.

Y la suma de todos esos aspectos dificultaban demasiado que alguien atravesara las robustas murallas que el mismo Kazuya levantó para que nadie conociera lo que escondía en su interior.

—Verdaderamente eres como un grano en el culo.

Se calmó. Husmeó en la cajita de madera que Sora le entregó. Había cuatro filas de hanami dango.

—Miyuki tiene razón, nos está engordando.

Guardó su alegato al fijarse nuevamente en su capitán. Había terminado de abanicar, mas continuaba platicando con Sora; teorizaban sobre los jugadores que ascenderían para jugar en el torneo de verano.

Fue como su hipótesis se consolidó: Miyuki hablaba mucho cuando estaba feliz. Y nada lo hacía tan feliz como el béisbol.

—Ese idiota debe estar todo extasiado de que la chica con la que sale soporte sus desvaríos beisbolísticos.

No. Para Miyuki ya no sólo se trataba de béisbol. Su pequeño e impenetrable mundo interior se estaba abriendo lenta y constantemente a otros panoramas, a otras vías que conducían a expresiones distintas —e igualmente válidas e inestimables— de felicidad. Y lo más irrisorio es que ni siquiera él mismo se daba cuenta de esos cambios.

Sí. La sonrisa descarada que destilaba arrogancia y autosuficiencia seguía ahí. Sin embargo, era más pícara, más encausada a robar la atención de quien pellizcaba suavemente sus costados exclusivamente para molestarlo.

—Dejen de estar de ridículos frente a mí.

Tosió. Su ágil reacción le evitó ahogarse con el último dango que le quedaba.

¿Es que no podía comer tranquilamente? ¿Por qué tenían que estar dando un espectáculo frente a él?

—Ey, ¡no olviden que sigo aquí! —habló finalmente, interrumpiendo el beso—. ¡Vayan a otro lado a besuquearse! Impúdicos.

—¿Ya te comiste lo que te traje?

—No cambies el tema, ¡pequeña descarada! ¿Qué pensarán tus hermanos de que estés en un sitio como este besándote con tu noviecillo?

—Sigo pensando en que nos estás engordando… ¿Ese es tu método para que ninguna chica ponga su atención en mí, Sora-chan?

—Claro que no, tonto. Les traje porque mi mamá preparó hoy para vender algunos en la tienda, aprovechando que aún es primavera.

—Sora-chan, el orgullo es muy malo. Abraza la sinceridad.

—Debería abrazarte a ti, idiota. Eres quien más la necesita.

—Me encantaría seguir presenciando cómo refuerzan sus lazos de amistad, pero debo irme a casa —avisaba Sora para el par que ahora estaban callados, ignorándose—. No olviden bañarse.

—Andando, idiota. —Una patada suya lo movilizó torpemente—. Si sigue aquí es por tu culpa.

—Si yo no…

—Tan astuto para el béisbol y tan lento para otras cosas. —Sonrió conteniendo su risa—. Vámonos ya.


La acompañaron hasta su casa. Y después de despedirse se aseó y se arregló. Todavía no era demasiado tarde para perderse momentáneamente entre ruidosas e iluminadas calles.

—Cenaré afuera.

Atravesó el núcleo de la antigua ciudad siguiendo las pequeñas carreteras que bordeaban al río Nogawa. Los edificios residenciales unifamiliares a ambos lados de la carretera desprendían un aire muy vintage que agradaba tanto a visitantes como a residentes. Y a pocos metros se erguía un letrero que enunciaba con orgullo que en verano las luciérnagas transformaban la oscuridad del rio en un cielo tintineante de estrellas movibles.

—¿Hace cuánto que no venía aquí?

Su constipada cabeza necesitaba aclararse para que la suma de todas las circunstancias que la asolaron no la tragaran como el agua torrencial a una moribunda presa. Así como la piel herida se cubría de escaras para sanar, ella debía recubrirse a sí misma con una capa de fortaleza y resiliencia.

Subió la manga de su sudadera para encontrar los delgados vendajes alrededor de su muñeca. Esas ocultas lesiones le recordaban la aparición de aquella mujer, su confesión y el dolor y la culpa que aún habitaban en ella. También la llevaron a relacionarla con aquellos mensajes y el paquete sin remitente.

Aunque sus deducciones fueran correctas, no había pruebas. Y una confesión de su parte no llegaría nunca.

—No necesito seguir pensando en ello… No estando aquí.

Nunca caminó aleatoriamente. Su memoria corporal la condujo hasta aquel vecindario por los agradables recuerdos que se escondían entre calles, recovecos y establecimientos. Dos veces a la semana cenaba ramen con su abuelo; a veces estaban solamente los dos, en otras sus hermanos o sus mejores amigos.

—Increíble. Todavía sigue en funcionamiento.

El restaurante conservaba su nombre de antaño. Mas la tipografía fue renovada; era más colorida para atraer la atención de potenciales comensales.

Sentada frente a la barra veía trabajar a los dos cocineros principales.

—Es mucho más amplio que cuando venía con mi abuelo. —Hasta el menú que sostenía lucía moderno—. Espero que el sabor siga siendo el mismo. Su receta secreta de su caldo era una exquisitez.

—¡Esto sí que es inesperado!

Reconoció inmediatamente al anciano que se acercó a ella. Todavía conservaba su barba de chivo y su esbelta silueta.

—Goda-san, buenas noches. Qué gusto verlo.

—¡Mírate! Has crecido tanto desde la última vez que te vi. Ya eres toda una señorita.

—Y usted sigue luciendo igual. Los años no pasan por usted.

—No veo a Hanzō por ninguna parte.

—Mi abuelo ya no vive en Tokio, Goda-san. Se mudó antes de que entrara a la preparatoria… Tres años desde eso.

—Lamento escucharlo —sopesaba el anciano—. Adorabas a tu abuelo. Siempre estabas a su lado… Aún recuerdo cuando llegaba aquí acompañado de todos ustedes. Todos mirábamos incrédulos cómo lograba que los seis se comportaran.

—Muchos decían que nos tenía bien domesticados. —Aquello todavía la provocaba risa—. Él siempre nos defendía diciendo que éramos buenos niños.

—Recordar es vivir —soltó risueño—. Pide lo que quieras. Esta noche la casa invita. Hay que celebrar que una de las queridas estudiantes de Hanzō regresó a este humilde establecimiento.

—Se lo agradezco, Goda-san.

Un ramen clásico recién preparado llenaría su estómago y reanimaría su aturdido corazón. Era increíble el poder sanador que un platillo tan simple tenía en ella.

—Disfrutaré cada bocado al máximo.

Un segundo tazón le fue servido. Aquel anciano todavía recordaba el buen apetito que poseía.

—Estoy siendo muy afortunada… No todos los días se tiene comida deliciosa y gratuita. ¡Comeré un tercer tazón!

Mas sus pensamientos felices se estropearon cuando fue empujada rudamente sobre el borde de la barra de madera, ocasionando que derramara parte de su delicioso ramen.

Se giró rápidamente para encarar al idiota que casi hace que cayera sobre su plato. No obstante, no se trataba de un él, sino de una chica que fue empujada hacia ella y que ahora se sostenía de su banquillo.

«Esta chica me es familiar… ¡Ella era con quien estaba platicando Kazuya mientras elegía mi nuevo colgante!», pensó rápidamente.

La ignoró. No porque no quisiera ayudarla a levantarse, sino porque en su campo de visión apareció el causante del empujón mal intencionado.

Esa noche las sorpresas y las coincidencias confabularon para translocarla.

—¿Amamiya-kun?

La percepción que tenía de ella mutó. Pasó de ser sosegada y reservada a valiente y audaz. Porque inclusive presenciando el maltrato que aquella amiga suya sufrió se atrevía a recriminarle al chico, exigiéndole una disculpa y que se retirara.

—No me marcharé hasta que hayamos cenado a solas.

—Shio solamente aceptó que vinieras con nosotras porque quiso ser amable contigo, no porque le interesaras, ¡idiota!

—¡Márchate ya! —demandó firmemente—. No permitiré que lastimes más a Rika-chan

Sora reconocía las agallas de ambas. No obstante, los tipos como él no entraban en razón con palabras. El ser rechazados por una bella chica los volvía muy reactivos. Ya tenía experiencia lidiando con personajes así gracias a Hayami Miu.

«Bueno, Miu siempre fue una sádica. Se quitaba a tipos como estos de encima endulzándole el oído a otros con menos materia gris en su cabeza. Amamiya-kun se encuentra muy lejos de eso», caviló Yūki pendiente de la situación.

Si quería cenar plácidamente tenía que deshacerse de la molestia que no se callaba y amenazaba con irse, llevándose a la fuerza a Amamiya.

—Te daré la oportunidad de que te marches tranquilamente. —Descendió del banquillo para estar frente a frente—. Si lo haces no te dolerá nada el día de mañana.

—¡¿Quién demonios eres tú?! —bramó—. ¡Lárgate! Este asunto es entre ellas y yo.

Su empujón estableció cómo serían las negociaciones entre ambas partes.

—Parece que a ti nadie te enseñó que no debes tocar a una chica sin su consentimiento... Descuida, todavía estamos a tiempo para corregir esos malos hábitos.

Acortando la distancia entre ambos, levantó su rodilla para golpearle con su parte frontal. Empujándolo contra ella incrementó el impacto de su rodillazo.

Una ejecución expedita que llevó al malhablado bravucón al suelo.

—Levántate. Todavía no terminamos. —Masajeaba sus muñecas, abriendo y cerrando sus manos—. Estaba calentando. Mi siguiente golpe irá con toda mi fuerza.

Él la miraba con rabia y con alarma. Si aquel impacto a su estómago no fue lanzado con la intención de lastimarlo, ¿cómo se sentiría lo que iba a hacerle?

—Niño, ya que la inteligencia no es tu mejor cualidad, sigue el consejo de este anciano. —Goda sostenía una escoba. Era el arma que pensaba emplear para sacar a ese chico problemático de su restaurante—. Lárgate. No tienes ninguna oportunidad contra alguien que ha entrenado toda su vida en las artes marciales mixtas. Te destrozará antes de que le pongas un dedo encima.

El muchacho escapó. No se quedó a comprobar si los alardes del viejo eran ciertos.

—¿Se encuentran bien? ¿Necesitan que llame a sus padres? —interrogaba el anciano.

—No. Ambas estamos bien —expresó inmediatamente Rika.

—Gracias a ambos, sobre todo a ti, Yūki-kun. —Amamiya envolvió sus manos entre las suyas—. Te agradezco que hayas intervenido. Nos salvaste.

—La forma en que te dirigiste a él, ¡y ese rodillazo! ¡Fue genial!

Sora parpadeaba. Estaba muy embrollada por su reacción. Usualmente a quienes salvó de tontos abusivos le daban un tímido agradecimiento y una mirada que comunicaba que no estaba bien que una chica se defendiera de esa forma.

—En realidad no fue nada...—Ella únicamente quería que nadie la interrumpiera cuando cenaba.

—Aún no me he presentado. Mi nombre es Chihara Rika. —Sonriente extendió su mano hacia ella.

—Yūki Sora. —Tomó su mano por inercia, estrechándola—. Si me disculpan, terminaré mi ramen.

Limpió el caldo derramado sobre la barra antes de sentarse. Afortunadamente su platillo no se había enfriado; podía seguir comiendo. Fue así hasta que notó a las dos chicas tomando asiendo a cada lado suyo.

«¿Qué está ocurriendo? ¿Ya no hay ninguna mesa disponible?», pensaba Sora echando un rápido vistazo.

Había varias mesas libres.

¿Cómo terminó en esa situación?

Callar y comer era la mejor decisión.

—Eres la novia actual de Miyuki ¿verdad?

—¡Rika-chan! No creo que sea apropiado que estés abordando ese tema.

—¿Por qué?

—La harás sentir incómoda.

—Solamente tengo curiosidad al respecto. Miyuki rara vez dejaba de entrenar. Verlo en esa tienda en Shibuya fue anómalo.

«Técnicamente abandonó su entrenamiento a causa de su madre sino no te hubieras cruzado con él», repasaba Yūki.

—Kazuya de vez en cuando salía con nosotras tras sus entrenamientos. Por lo que decir eso es exagerado.

—Siempre lo solapas —refunfuñó—. Mejor cuéntanos cómo fue que se conocieron y desde cuándo.

—¡Rika-chan!

—Lo conocí porque soy mánager en el equipo de béisbol de Seidō —contestó—. Además, mi hermano mayor fue su capitán.

No quería darle vueltas a por qué Rika tenía tanta curiosidad sobre ella y Kazuya. Pero al conmemorar una vieja charla que tuvo con Kokone formuló una hipótesis.

«Esa tonta habló sobre mí exagerando mis supuestas cualidades… Y Chihara-kun tuvo que haber sido esa chica a la que le contó todo eso», discurrió Sora con hastío.

—Entonces tu familia es amante del béisbol.

—A grandes rasgos, sí.

Agradeció que cambiaran el foco de su atención a temas más casuales como lo era el hablar sobre su día y lo que harían a partir de mañana, en el segundo día de la Golden Week.

—¿Y ustedes viven por aquí? —Tomaría su turno para el interrogatorio. Era justo.

—Yo no —contestaba Rika—, pero Shio sí.

—Anteriormente mi domicilio se ubicaba cerca del de Kazuya. Sin embargo, al regresar mi madre eligió una casa que estuviera más cerca de su nuevo trabajo. Y por eso terminamos aquí.

—Es tranquilo. La vista al río es bonita. Y en verano pueden verse muchas luciérnagas. —Tentó el borde de su vaso de cristal antes de extinguir su sed—. En general es un gran vecindario.

La siguiente pregunta se congeló dentro de su cabeza. Varios mensajes se apilaron hasta que los leyó. No había mucho texto, pero sí numerosas fotografías que evidenciaban que Miu se estaba divirtiendo en grande en algún establecimiento chic de Tokio. Obviando que el castigo le fue retirado o se las apañó para escapar de casa.

Exhaló. No le sorprendería ninguna de las dos posibilidades.

Hayami era invitada frecuentemente a fiestas por gente de su mismo círculo social. No podía evitarlo. Sus padres la educaron para que aprendiera a construir buenas relaciones con personas igual de adineradas que su familia.

«Me manda fotos como si yo conociera a toda esa bola de estirados… ¡Un momento!», recapacitó Sora una vez realizó un mayor escrutinio a cada fotografía.

La última foto que envió era fácilmente la más cómica de todo el recopilatorio. Sin embargo, los gestos graciosos quedaron olvidados cuando encontró aquel rostro conocido, desagradablemente conocido.

«¿De dónde se conocen estos dos? ¡No! Mejor dicho, ¿cómo no consideré la posibilidad de que se conocerían algún día? Después de todo, la familia de Makoto vive en uno de los barrios lujosos de Tokio», reflexionaba Yūki.

Se abstuvo de preguntar. Si se conocieran de tiempo, tanto Makoto como Miu hubieran abierto la boca; él contándole su relación de hermandad política con Kazuya y ella destapando toda la vida privada de su novio en la primera oportunidad que tuviera.

Debía ser su primer encuentro. Y rogaría porque fuera el último.

—Tendrán que disculparme, mas debo retirarme. —Se levantó. Y miró al par de chicas que intercambiaban opiniones sobre el postre a pedir—. Tengan una excelente noche.

La despidieron con una sonrisa franca, deseándole que volviera a casa con bien. De camino departía sobre el derecho al libre albedrío al que cada ser humano tenía derecho. Eso de ser moralmente correcto era complicado y apestaba.

—Arruinaré esa futura amistad… Idiotas como Makoto tiene a por mayor.


Le echó un último vistazo al calendario pegado sobre el refrigerador. Era el segundo día de la Golden Week. Un día más en que se dirigiría desde temprano a los campos de práctica de Seidō. Esos aguerridos beisbolistas estaban tan enfocados en fortalecerse para antes del verano que no echaban de menos las espectaculares vistas que obsequiaban los cerezos en flor; esos días libres existían para entrenar y pulir sus habilidades. Una mentalidad digna de elogiar. Simultáneamente era la fecha en la que se reuniría a comer con Ha-nuel. Lo había prometido desde la semana pasada.

Bajó las mangas de su sudadera. Las muescas hechas por aquellas uñas se cubrieron con finas costras. Restarían unos cuantos días más antes de que desaparecieran completamente. Y por ello no podía permitir que absolutamente nadie las notara. Usaría mangas largas hasta que no quedaran vestigios de aquella agresión.

—Quisiera ver las prácticas, pero Kadenokoji-san me aconsejó que no volviera temporalmente…

La abierta confesión de su pecado y la confrontación con aquella mujer seguían vigentes en su cabeza. Era imposible que los olvidara. No obstante, mantener su mente ocupada la salvaba de pensar demasiado. Por eso agradecía estar atareada.

—Terminaré mi desayuno y me iré.

La mañana se fue rápida entre apoyar a los chicos, curar raspones y las actividades usuales que acompañaban a las gerentes día a día. Y gracias a que contaban con un par de manos extras la carga conjunta era menor. Así la hora de la comida llegó.

—¿No vienes a comer con nosotras al comedor? —Sachiko había terminado de lavarse las manos.

—¿Irás a tu casa a comer? —indagaba Yui.

—Ha-neul me escribió que acaba de llegar —contestaba—. Hace una semana me pidió que comiéramos hoy. Aunque le advertí que no podríamos ir a ningún lado porque tengo trabajo aquí en el club.

—No la hemos visto desde la pijamada que hiciste —decía Haruno—. ¿Por qué no la traes contigo al comedor?

—¿No habrá algún problema si lo hago?

—Descuida. Tengo una idea para que funcione. —Umemoto sonría con agudeza.

Siguiendo las indicaciones de Sachiko infiltraron a la ajena al plantel. Y con la parte más complicada resuelta se hicieron de un espacio en el bullicioso comedor para ser deslumbradas por la comida que la joven traficó en las cinco cajas de almuerzo que guardaba en su mochila.

—Aprovechando que vendría a Seidō pensé que sería buena idea que todas comiéramos… Lamento las molestias. —Jung se disculpó con todas.

—Todo se ve realmente delicioso. ¿Lo han preparado en el restaurante de tu madre? —Natsukawa tenía sus palillos listos.

—Ha salido de la cocina de nuestro restaurante familiar. Sin embargo, fui yo la que cocinó.

—Si no comen se enfriará.

Todas rieron ante el comentario de Yūki. Ella ya llevaba un cuarto de la comida consumida.

—También he traído el postre.

Sora asentía ocasionalmente ante lo que alguna de las chicas platicaba. Disfrutaba de su comida coreana tanto como de la camaradería de esas cuatro chicas. No es que fueran increíblemente cercanas, pero después de aquella pijamada ya conocían varias anécdotas la una de la otra; podían denominarse abiertamente como amigas y expresarse abiertamente.

Verlas reír y sonreír genuinamente la hizo reconsiderar su postura de resistirse a involucrarse demasiado con otras chicas. Quizás sería bueno para ella aventurarse a conocer genuinamente a nuevas personas; a gente que valía la pena como ellas.

—¡Son realmente hermosas! —exclamó Yoshikawa cundo recibió su bolsita de celofán—. ¿Qué son?

—Son hwajeon. O sea, pasteles de arroz dulce con pétalos de flores —explicaba Jung—. Las flores son reales y comestibles. ¡Tienen vitaminas y antioxidantes!

—Es una verdadera lástima que tengamos que comerlas —susurraba Umemoto.

—Deben comérselas. Para eso las hice.

—Si no quieren las suyas, puedo comérmelas.

—Sora no siente remordimiento alguno cuando de comida se trata…—Sachiko suspiró—. Su glotonería no tiene paragón.


Los colores rojizos y anaranjados del cielo perdían su calidez. Y la llegada de la noche significaba que el entrenamiento había terminado oficialmente. Ya con su pase a la libertad se dirigió a la expendedora para conseguir unas cuantas bebidas frías.

—No tenías que quedarte todo el día a ayudarnos. —Depositó la última bebida en su bolsa plástica—. Solamente fue una mentira blanca de Sacchi para que te permitieran el acceso a las instalaciones.

—Lo sé. Pero quise quedarme y ayudarlas con sus tareas —comentaba Ha-neul a la vez que se marchaban—. Ha sido una experiencia nueva para mí. Nunca antes formé parte de ningún club deportivo. Además, estoy agradecida de que me explicaran más sobre el béisbol.

—Una vez que Sacchi empieza a hablar de béisbol es imparable. Ibas a salir con conocimientos de aquí lo quisieras o no.

—Son chicos apasionados. Se divierten mucho haciendo lo que aman… Aparte también tuve la oportunidad de conocer a tu novio. Aunque fuera de lejos.

—Te caerá mejor de lejos.

La amena reunión de chicas finalizó despidiendo a Sachiko y el resto de managers. No pasaban de las ocho de la noche, pero querían volver a casa para reponer energías para el día de mañana.

—¿Todavía no te irás a casa, Sora? —interrogó Ha-neul.

Se habían sentado en las escaleras que conducían a una de las entradas de acceso a los campos de entrenamiento. Esa zona solía ser recorrida frecuentemente por Miyuki para practicar su swing en solitario. Quizás esa noche sus caminos podrían encontrarse.

—Mis amigos vendrán a recogerme. Cenaremos en un nuevo establecimiento que abrió el fin de semana. Se rumorea que su okonomiyaki es exquisito. Y tenemos que comprobarlo.

—Nunca deja de sorprenderme lo mucho que amas la comida.

Sora se encontró con un par de familiares beisbolistas saliendo de la seguridad de los campos de Seidō con bate en mano.

—Y eso que no la has visto en sus mejores rachas —espetaba Kuramochi—. Come más que un beisbolista.

—Vete a practicar. Hoy tu bateo fue bastante flojo. Eijun-kun arruinó todas tus oportunidades para anotar una carrera.

—¡A este idiota también lo poncharon! ¡Díselo a él también!

—A diferencia de ti, bateé todos sus lanzamientos. Fue tan predecible.

—Ah, disculpen… Buenas noches. ¡Soy Jung Ha-neul!

Su presentación espontánea y enérgica captó la atención de todos.

—Me disculpo por mi intromisión. —Se inclinó brevemente—. Espero no haber sido una molestia.

—¿Jung qué? —Yōichi era incapaz de pronunciar aquel nombre—. ¿Eres extranjera acaso?

—¿Él es Kuramochi Yōichi?

—El legendario pandillero de Chiba.

—¡¿A quién le estás diciendo legendario pandillero?! —gritó visiblemente irritado.

—Mentira no ha sido.

—Tú cállate, idiota.

La gente ya estaba acostumbrada a verlos platicar sueltamente como a sus tontas peleas.

—Son tan buenos amigos como nos contaste aquella vez.

—Les gusta negar lo que es evidente para todos.

—¡Que no lo somos! —vociferaron.

Tras pasar de largo del tema de su supuesta amistad, se sentaron un par de escalones debajo de ellas.

—¿Y por qué siguen aquí? —Kuramochi las notaba muy cómodas—. Ya deberían estar en sus casas.

—¿Me estás corriendo? —Le sonrió dulcemente.

—N-no, claro que no…

—Espero a Sae y Ki-chan. Cenaremos juntos —habló—. Los invitaríamos, pero parece que hoy estarán varias horas abanicando.

—Estoy seguro de que Kuramochi estaría más que encantado de ir con ustedes. Sobre todo, de compartir asiento con Hayami.

—Vayamos los dos. —Depositó su mano sobre el hombro del cácher con ocultas intenciones—. Miyuki también desea pasar tiempo de calidad con los mejores amigos de su novia. ¿Verdad?

Kazuya sentía cómo apretaba su hombro con una fuerza innecesaria. Se estaba cobrando su broma.

—Aunque ahora que lo pienso… La gente usualmente tiene solamente un mejor amigo. ¿Por qué tienes dos? —A Yōichi le intrigaba.

—¿Por qué tener únicamente uno cuando puedo tener tres o más? —soltó descaradamente—. Con Ki-chan voy a los karaokes, tengo una tarde de spa o una ida de compras a los centros comerciales. Con Sae hago tours gastronómicos, veo series policíacas y disfrutamos del ramen picante. Y con Rei-chan solía ir a atrapar escarabajos; asimismo participábamos en las pruebas de valor para asustar a los participantes y muchas otras cosas divertidas.

Ni Miyuki ni Kuramochi esperaron esa respuesta. Mas evidenció lo mucho que aún desconocían de aquella chica que conocieron hace casi un año atrás.

—Y ya que los has mencionado… ¿Por qué razón nos invitaron aquella noche a cenar? —interrogaba el campocorto.

—Sae quería conocer un poco más sobre mi novio y el nuevo amigo que hice en Seidō. También ofrece sus disculpas por si su acto desconsiderado les causó contratiempos.

Yōichi estaba desconcertado. Tal vez había malinterpretado las intenciones de Hayami. Kazuya conmemoró la charla que tuvo con él en el restaurante de comida rápida y dejó de ver cómo inusual aquella invitación a cenar.

«Esos dos están más atentos de Sora que sus propios hermanos», pensaba Miyuki.

Lo que dejó de ser descabellado cuando razonaba mejor la situación. Su novia creció con dos hermanos entregados al béisbol. No debieron pasar tanto tiempo juntos como probablemente quería. Entonces esos amigos suyos llenaron ese vacío, convirtiéndose en personas invaluables para ella; casi como unos segundos hermanos.

—Ese gigantón es muy extraño.

—No te sientas mal solamente porque mide diez centímetros más que tú.

—¡Aquí nadie mencionó nuestras estaturas! ¡¿Y en primer lugar cómo sabes mi estatura?!

—Indudablemente él podría ser tu cuarto mejor amigo —comentaba divertidamente Ha-neul.

—Quizás el quinto.

—¡¿El quinto?! ¿Por qué un número tan bajo? —objetaba.

—¿Esos son celos? —sopesaba Miyuki con una sonrisa desvergonzada que buscaba su provocación—. Piensa en las posibles acciones que te llevaron a esa posición.

—Idiota, ¡no estoy celoso!

—Esa mirada aterradora dice todo lo contrario.

—Sora, ahora entiendo por qué pasas tanto tiempo aquí. Es muy divertido escuchar sus discusiones.

—Su amistad es tan entrañable y encantadora como la de Sae y Ki-chan. —Una sonrisilla se asomó en sus labios.

Nombrarlos fue como un acto de invocación. Ese par estaban al pie de donde iniciaban las escaleras.

—Este idiota lo único que tenía de encantador lo perdió cuando salió de la guardería.

—Departió el subnormal que creyó la leyenda del te teke. —Hayami regresó su ataque.

—¿Hablas de la pequeña joven estudiante que sufrió un accidente al caer en las vías del tren y ser partida a la mitad? —Se unía Jung—. Sino mal recuerdo el nombre proviene del sonido que realiza ese fantasma al arrastrarse moviendo los hombros y las manos.

—Sí, sí, ¡justamente ese!

Los cuatro ajenos al mundo de lo paranormal los miraron.

—L-lo siento. No quise emocionarme al respecto.

—Descuida. Además, siempre es genial encontrar a otro amante de lo sobrenatural. —Entusiasta descendió para extender su mano hacia su nueva compañera de eventos paranormales—. Rokujō Kishō.

—Jung Ha-neul, encantada —estrechó su mano alegremente—. Apenas nos conocemos, pero ya había escuchado sobre ustedes dos tanto por Sora y Miu.

Los dos pelirrojos cruzaron miradas, conviniendo secretamente un acuerdo.

—¿Por qué no vienes con nosotros a cenar? Nos encargaremos de llevarte a casa —comentaba Kishō.

—Por mí no hay ningún problema. Solamente tendría que avisarle a mi madre.

—Andando entonces. —Yūki se levantó, sacudiendo su short—. Y no entrenen hasta muy tarde.

Miyuki sonrió ante esa petición que ambos sabían no se cumpliría. Pero también hubo confusión cuando esos ojos verdes se chocaron con los suyos antes de irse.

—¿Y eso qué fue? Él es muy desconcertante.


Durante la cena de ayer —con sus mejores amigos y Ha-neul— siguió recibiendo más mensajes sobre aquella fabulosa fiesta; mas los ignoró. No necesitaba seguir viendo a Makoto en su celular. Aunque esa indiferencia no significaba que había desistido de evitar que ese par de consagraran como amigos. No. Esa misión ya era para ella un objetivo de vida.

Esa idea conspiradora fue apartada momentáneamente. Los ronroneos de Change-up la relajaban, sacudiendo todo el estrés de su cuerpo. Era una terapia tan efectiva que quisiera tenerla toda la tarde en su regazo cepillándola.

—¡Eres tan adorable!

La mínima se giró panza arriba. Meneando su cola maullaba. Sus ojos tan profundamente azules la embelesaban.

—Gracias a que Kazuya y los demás están entrenando tan arduamente es que puedo estar aquí contigo.

La bajó para desplazarse cómodamente por la habitación. Llenó su comedero automático y cambió el agua de su bebedero. También aprovechó para cambiar la arena.

—Me alegra que tanto Okumura-kun como Kimura-kun no tengan problema con tener a Change-up aquí.

La puerta de abrió. Era Kazuya. Todavía secaba torpemente su cabello con el borde de la toalla.

—¿Otra vez hablando sola?

—Es entretenido. Deberías intentarlo tú también de vez en cuando.

—Así deja de ser divertido. Por cierto. Hay algo que quiero comentarte.

¿Tocarían el tema del almacén? ¿Iban a tener justamente esa conversación incómoda estando a solas en su habitación?

No era precisamente pánico lo que sentía. Era vergüenza.

—¿Sobre qué? —tanteaba cautelosa.

—Shio me escribió hoy temprano preguntando por si mañana podía venir a verte.

La tranquilizaba que no fuera el tema que ella pensaba. No obstante, que aquella chica quisiera verla la translocaba.

—¿Hay algún motivo en especial para ello? —Su curiosidad eran genuina.

—Quiere darte las gracias por lo que hiciste por Chihara y ella.

—No lo hice para que me dieran las gracias. Técnicamente fue porque acabé involucrada.

—Eso le comenté. No obstante, quiere agradecértelo apropiadamente. De esa forma funciona ella.

El desconcierto la asoló. No comprendía esa insistencia en agradecerle cuando el martes por la noche le dio las gracias.

Otra duda la asaltó: ¿se habían estado mensajeando desde que ella se mudó de Tokio? Quizás sí. Tal vez su relación concluyó en buenos términos y por eso podían escribirse tranquilamente.

¿Terminar bien con alguien bastaba para tratarse como si nunca hubiera existido nada entre ellos? Ella nunca pudo volver a comunicarse con Yū hasta la noche que decidió que era tiempo de arreglar sus problemas. Y con Souh pasaba exactamente lo mismo.

¿Significaba que ellos habían sido más maduros que ella en ese aspecto?

—Entonces, ¿qué quieres que le diga?

—Nos iremos el sábado desde temprano para los partidos de la Golden Week. Por lo que mañana después de la práctica de la tarde estaría bien.

—Entendido.

Sora pasó por su sudadera el rodillo que la libraba de los pequeños pelos que Change-up soltaba. Era imprescindible realizar ese ritual antes de volver a casa o la alergia de su madre se disiparía.

«Sé que dije que si no tenía ninguna marca al día siguiente no tocaría el tema...pero», pensaba Sora dubitativa.

—¿Ocurre algo?

¿Y si notó su mirada contrariada?

—Pensaba si aquel juego amistoso que tendrán en el invitacional podrá ser visto por terceros.

—Oh, no estoy seguro de ello. —Colgó su toalla y se paró a su costado—. ¿Es una indirecta de que quieres ir a verme? ¿No puedes soportar estar lejos de mí por tres días?

—Deberías quedarte toda la semana en Inashiro, tonto.

Asió firmemente el cuello de su camisa para acercarlo a su nivel. Desde allí besarlo era una tarea tan sencilla y agradable.

—Me provocarás dolor de cuello si me tienes así por mucho tiempo.

—Es tu culpa por ser tan alto.

—¿Cuánto mides? ¿1.50 m?

—Por supuesto que no... Mido 1.64 m.

—No es que haga mucha diferencia. —Sintió otro jalón. Estaba más inclinado que antes—. Mi cuello.

—Tengo algo que discutir contigo o, mejor dicho, hablar. —Lo soltó, retrocediendo un paso. Su intrepidez la encerró.

Se sentía como un suicidio.

—Es sobre lo que pasó… en el almacén.

Todo gesto de burla se desvaneció del rostro de Kazuya. Sus labios se sellaron, mas sus pupilas sacudidas por el sobrecogimiento revelaron que aquel tema hacía mella en él. No servía de nada que su cabeza luchara para aferrarse a una postura contraria cuando su cuerpo reaccionaba instantáneamente.

No había transcurrido ni una semana desde que acabaron en bochornosa posición. Era imposible que aquello quedara olvidado para ambos sin importar las preocupaciones que los acecharan o lo tan ocupados que estuvieran; porque siempre había un pequeño espacio para que ese asunto pendiente los abordara.

Un asunto sin resolver era una invitación abierta y permanente a una fiesta incómoda en la que te convertías inmediatamente en el anfitrión.

Miyuki prefirió clasificarlo como un instante donde su razón quedó adormecida momentáneamente por el efecto nocivo de sus hormonas. Un impulso estúpido que ahora los tenía atravesando una conversación embarazosa; una charla que él quería evitar y que ella afrontaría más temprano que tarde.

—Jamás estuvimos en una posición como esa antes —decía ella.

No. Nunca lo imaginó. Pero todo comenzó por ese estúpido sueño que lo despertó en la madrugada para notificarle que su cuerpo ansiaba el tacto y calidez del suyo. Allí brotó esa pequeña chispa que prometía ensordecerlo cuando detonara.

—Antes que diga algo más, que sepas que no he estado saliendo contigo porque quisiera hacer ese tipo de cosas contigo… Nunca consideré siquiera la posibilidad. Además, no impondría mi voluntad sobre la tuya. Yo tampoco querría ser forzada a hacer algo que no quisiera.

Si Sora lo hubiera presionado para ir más allá de un par de besos no continuarían juntos. Sin embargo, ella siempre se mantuvo distante en ese aspecto; ni siquiera cayó cuando intentó provocarla para sonsacarle el contenido de su regalo de San Valentín.

Para ambos aquella tarde de sábado fue la primera vez en que ambos cedieron.

—Si pensaste en que aquello me fue… desagradable. Te equivocas —habló torpemente. Su nerviosismo no se percibía en su voz, pero dentro de su pecho, sí—. De ser así te hubiera apartado con un buen golpe.

Ella no permitiría que nadie la tocara sin su consentimiento. Y si lo intentaban se llevarían una dolorosa sorpresa.

—Lo que quiero decir es que…

Miyuki no podía creerlo. Estaba inquieto por su oración a medias. Los latidos de su corazón eran como una jauría de lobos aullándole a la luna llena: eufóricos y persistentes.

¿Qué es lo que aguardaba escuchar?

—No…me disgustó lo que hicimos. No obstante, tu opinión en todo esto es muy importante —Su voz flaqueaba. El valor se apagaba velozmente—. Si únicamente fue un desliz, lo entiendo. No debes preocuparte. Nuestra relación seguirá tan bien como hasta ahora.

La claridad y la determinación en esos altivos ojos grises no le permitían dudar. Podía asegurar que se conducía con la verdad, pero, asimismo, detectaba un diminuto recoveco que guardaba un íntimo deseo que no quería revelarle. Probablemente era el mismo que palmeaba su espalda para empujarlo a hablar.

La breve exploración del cuerpo contrario. El goce chispeando entre besos y caricas. La maravillosa desconexión. Les gustó todo. Empero, Kazuya lo ocultaba por orgullo, Sora por la premisa al rechazo.

Razones válidas que se desmoronaban cuando la contrariedad se alojaba en la habitación.

—Sé que no eres tan bueno conversando de temas ajenos al béisbol, mas…esperaba escuchar tu opinión al respecto.

Su comunicación verbal apestaba. Jamás se daba a entender apropiadamente; siempre había malinterpretaciones y falta de tacto. Y en un tema que fácilmente lo encasillaría como un pervertido, no le resultaría más fácil.

Estar de acuerdo con ella estrechaba la normalidad de su relación. Como si aquel resbalón fuera un sueño azaroso que los visitó para extraviarse en el inconsciente. Su racionalidad dictaminaba que era la decisión apropiada que lo alejaría de malestares indeseables. Mas su parte más insensata buscaba ajumarse con aquel seductor veneno.

—No estoy...

Atenta a lo que diría no podía despegar su atención de él, de esos labios llanos, de esos ojos refulgiendo rebatimiento y denuedo.

Sora se estremeció cuando sus manos se afianzaron en su rostro. Su respiración tibia y lentamente quebrantada se perdía entre la suya. Y su réplica moría en aquel beso que ambos persiguieron.

—No estoy en contra de experimentar un poco —runruneó Kazuya.

No había indulgencia en su provocación pasiva. Tampoco misericordia en la sonrisa que le regaló antes de inclinarse un poco más para alcanzar la expuesta piel de su cuello.

Ella tembló ante el húmedo camino que labró desde su mejilla hasta el nacimiento de su cuello. Con mesura acarició su castaña cabellera, todavía húmeda por la reciente ducha; viajó hasta sus hombros atravesando la magnífica cordillera de su abdomen para estancarse sobre su pecho. Su corazón sufría la misma marcha forzada que el suyo.

Respondía con cierta torpeza a su constante, pero suave empuje. Para él era incómodo estar a su altura y ella entendía que debían encontrar el equilibrio. Mas no esperaba que la comodidad mutua los condujera hasta su cama.

El techo fue reemplazado por el rostro pícaro de su novio. Su libertad fue tomada por él cuando fue aprisionada entre su cuerpo; sus manos y rodillas se apoyaron a sus costados.

No había alcohol inundando sus venas ni una enfermedad que mallugara su razón. Esta vez eran acciones conscientes.

Esa sonrisa arrebatadora, esos labios juguetones que la besaban a intervalos lentos y desesperantes la hacían olvidarse de sus traviesas manos. Aquellas manos grandes y ásperas ya no estaban conformes con la curvatura de sus caderas; delinearían sus caderas y sus bien formados muslos.

Se retorció. Su cintura era contenida por un firme agarre que se coló descaradamente por debajo de su sudadera y chamarra. Sus dedos deslizándose desde su ombligo hasta sus dos últimos pares de costillas la condenaban a la desesperación. Era frustrante el ruego silencioso que se retorcía dentro de ella.

—Kazuya tramposo.

Miyuki tan centrado en disfrutar de aquella suave piel, de aquel cuerpo curvilíneo, recién notaba sus mejillas rojas y su respiración intermitente. La forma en que esos ojos grises se perdían en los suyos era distinta a muchas otras veces en que se miraron fijamente; en ellos florecía el deseo y la pasión. ¿Los suyos también eran un espejo de esas sensaciones impredecibles?

—Tú eres quien está jugando sucio aquí, Sora.

Mientras sus besos se acompasaban, apaciguando el anhelo contrario, la cremallera de su sudadera cedió ante el torpe agarre del cácher. Estaban acalorados, embriagados dentro de aquel método de expresión corporal.

Kazuya tragó saliva. Ya no analizaba más su rostro, sino la respiración sobresaltada que llevaba a sus pechos a subir y bajar melodiosamente.

Se sintió un cretino. Empero, era innegable que era la parte del cuerpo femenino que más le llamaba la atención. Si no podía apartar su atención de ahí es porque estúpidamente su lado más visceral deseaba tocar…

Sora se irguió para que sus brazos se engancharan a su cuello, para morder su labio inferior antes de perderse en los besos que nunca admitiría que le fascinaban tanto. Lo besó detrás de su oreja e infiltró su mano por debajo de su camisa; acarició su espalda, su delirante abdomen, cada centímetro de tan perfecta anatomía. Cada toqueteo obligó a Kazuya a matar a cada uno de sus suspiros placenteros.

Ocultar su disfrute no disminuiría lo expectante y deseoso que se encontraba.

Las ansias lo estaban doblegando. Una bocanada de bravura era todo lo que requería para dar el siguiente paso. Mas los planes estaban destinados a cambiar.

Inmovilizados guardaron silencio. El miedo a ser descubiertos era tan crudo que no pudieron digerirlo hasta el tercer golpeteo de su puerta.

—¡Miyuki-senpai!

Era Sawamura llamando al cácher con gran fervor.

—No se retirará fácilmente —expresó Sora acomodándose su blusa y cerrando su sudadera—. Aunque actuemos con naturalidad, él probablemente…deduzca lo que ha pasado.

—Es muy denso. No va a…—calló.

Sora estaba sonrojada, evadiéndolo.

Supo a lo que se refería cuando fue consciente del problemita que tenía en su zona baja. El que ella provocó con sus numerosas caricias y besos, del que tendría que hacerse cargo antes de que alguien lo notara.

Se levantó, dándole la espalda. De por sí era vergonzoso el saberse en ese estado como para mirar a su novia que también lo había notado.

—No es…como si hubiera puesto la atención ahí, tonto —explicaba atropelladamente—. Sino más bien que cuando estábamos muy cerca, pude…

—Sora, no necesitas ser tan específica…

Si tuviera un espejo podría ver sus mejillas hirviendo en rojo. Añoraba ser devorado por la tierra.

—A juzgar por la hora la gran mayoría debe estar reuniéndose en el comedor para cenar…—Estando de pie sacó de su bolsillo una dona para atar su cabello—. Eijun-kun debió venir por ti a petición de Yōichi.

—Ese idiota lo hizo a propósito —murmuró.

—Si demoramos más será todavía más sospechoso.

¿Más? ¿Era posible empeorar más su situación?

—¿Tienes hambre? —Lo interrogó.

—Sinceramente no.

Lo único que lo aquejaba era la urgencia de salir corriendo para darse un duchazo.

—Entonces déjamelo a mí. Tengo un buen plan.

La puerta fue abierta. Sawamura sonreía buscando insistentemente a su capitán. Miyuki estaba frente al escritorio limpiando su guante. Sora cargaba a la amorosa Change-up que ronroneaba armoniosamente. Todo lucía tan normal como siempre.

—Eijun-kun, ¿has venido por este obstinado para que vaya a cenar?

—¡Así es, Sora-senpai!

—Entonces tendré que pedirte disculpas. —Se apresuró—. Le he pedido que me acompañe a casa porque quería mostrarle mi pequeña colección de cromos de béisbol.

—Descuide, Sora-senpai. Lo entiendo. —Miró a su descarado capitán para mostrarle su dedo pulgar arriba—. Ya era hora de que te comportaras como un hombre decente. ¡Al fin has dejado a un lado tu moral cuestionable!

—¿Cómo que moral cuestionable?

—No lo entretendré demasiado. Volverá a los dormitorios antes de que siquiera noten su ausencia —prometía.

—Si se porta mal, no dude en castigarlo —aconsejó antes de retirarse.

—Esto nos dará tiempo…—Exhaló agobiada, cerrando la puerta. Demasiadas emociones fuertes para un día—. Sobre todo, a ti.

—No imaginaba que tuvieras una colección de cromos… ¿Qué tan grande es?

—Kazuya, eso no es lo importante en este momento.

Ella suspiró. Él despabiló. Su ciego amor por el béisbol esperaría.

Tomó su toalla y pertenencias para escapar de su habitación. En ese espacio aislado por cuatro paredes descubrió un aspecto de él mismo que no conocía. Una faceta que siempre existió y que nunca tuvo la oportunidad de emerger hasta ese día en que la tentación lo empujó a borrar la línea de su cordura tras un toque eléctrico.