¡Buenas noches! Ya aparecí con una nueva actualización que traerá a colación algunos secretillos. Y pues también tocó sembrar algo de intriga. Así que ¡disfruten! Nos leemos para la próxima.
Confrontation
El pastel de fresas era un manjar que siempre disfrutaba. Amaba las fresas y la dulzura de la crema batida. Era una combinación de la que nunca se atosigaría. Tan grande era su amor que recurría al autocontrol para no comer hasta que le doliera el estómago. Sin embargo, no pudo contenerse cuando le entregaron aquella caja blanca con tan espectacular postre en su interior.
Agradeció el regalo y fue en busca de una cuchara. Cuando regresó continuaban reunidos en el área de entrenamiento interior. Takashima charlaba amenamente con Amamiya sobre asuntos escolares que estaban lejos de ser atractivos para los estudiantes que seguían practicando su swing. Kuramochi estaba al lado de Miyuki; se acercó por la curiosidad que Amamiya Shio y Chihara Rika le provocaron. Había mucha obviedad en su repentina cordialidad. Mas se abstuvo de reunirse con ellos. Prefirió tomar su distancia y reposar en el suelo.
Tomó una primera cucharada, saboreándola de principio a fin. Con el segundo bocado conmemoró lo que estuvieron haciendo ella y Kazuya la noche anterior en su habitación. Fue descabellado, una estupidez, un momento lleno de adrenalina que los condenó desde el inicio a ser descubiertos por alguno de los chicos. Y aunque afortunadamente se las apañaron para no ser descubiertos no significaba que debían ser tan impulsivos; no en sitios tan concurridos.
Sentía la culpa por dejarse llevar dentro de su dormitorio. Pero esa falta se empequeñecía cuando sobreponía el disfrute que sobrevino cuando estuvo inmersa con su atractivo y juguetón novio. Era muy hipócrita de su parte preocuparse ahora por la decencia. Si hace más de un año atrás ya había hecho a un lado esos principios moralistas, podía hacerlo nuevamente. Sin embargo, eso no evitó que se sintiera abochornada cada vez que sus miradas se encontraron a lo largo del día. Pudieron carecer de pudor la noche anterior, mas eso no les quitó los nervios cuando tuvieron la cabeza fría.
«Ya no quise preguntarle hoy si nadie sospechó que no fuera al comedor a cenar…», pensaba Sora un tanto preocupada.
Un cuarto de su pastel desapareció. Y todavía le quedaba apetito para continuar.
—¿Va a estar bien…? Se está comiendo el pastel ella sola…—comentaba Rika. Estaba absorta en esa chica que comía despreocupadamente.
—No tienes nada de qué preocuparte. Su apetito es de temer. —Kuramochi fue testigo de ello innumerables veces—. Confío ciegamente en que podrá comerse ese pastel entero.
—¿Qué clase de ciega confianza es esa? —Miyuki sonrió.
—Bueno, esa noche se comió tres tazones de ramen —mencionaba Shio—. Qué envidia. Comer así y no subir de peso.
—Ahora que lo mencionas —Yōichi echó un rápido vistazo a su amiga— luce igual que siempre.
Miyuki se rehusó a mirar a su novia como lo hacía el campocorto. El hacerlo sería contraproducente para su cabeza. No necesitaba verificar nada visualmente cuando anoche sus manos palparon sus muslos y sus caderas con meticulosidad. No había kilos extras, sólo un cuerpo que balanceaba su genética y su ferviente entrega a los deportes de contacto. Una anatomía que hizo comportarse como un idiota adolescente.
—¿Y a ti qué te pasa? —Arrastró su pregunta cual susurro.
—Solamente estoy pensando en el partido que tendremos contra Hakuryū. Si logramos poner en aprietos a un equipo de su talla con los números que Sawamura domina, entonces podremos decir que hemos triunfado.
Kuramochi sabía que esa línea de pensamiento era propia de un enfermo del béisbol como lo era Miyuki Kazuya. Sin embargo, sabía que existía otro motivo por el que ocasionalmente se perdía dentro de su cabeza sin poner atención a lo que otros decían. No era por ese par de chicas que lo conocían desde antes de secundaria, tampoco los partidos que se avecinaban el fin de semana ni los dos lanzadores de segundo año que peleaban por su atención. No. Esa falta de concentración debía deberse indudablemente a la hermanita de su ex capitán.
«Se hablaron bastante poco durante este día. Tampoco se miraron demasiado y cuando lo hacían lucían apenados», razonaba Yōichi.
Recordó rápidamente los acontecimientos de la tarde de ayer. Allí debía encontrarse la respuesta o por lo menos, alguna premisa.
«Sawamura dijo que ese idiota se fue a dejar a Sora a casa y que ella le mostraría su colección de cromos de béisbol…No fue a cenar y estuvo de vuelta en su habitación antes de que Okumura regresara», rumió Kuramochi ávidamente.
Rascaba su barbilla, echándoles un vistazo discretamente. Ambos estaban centrados en lo suyo, ignorando prácticamente la existencia del otro. Y si no era una pelea lo que creaba ese falso escenario de distanciamiento únicamente quedaba una opción. Algo tan descabellado como un salto al vacío.
«No me digan que estos dos… ¡No! ¡No hay forma que un mojigato como Miyuki se atreviera a llegar a segunda base! Eso es algo de lo que sólo creo capaz a Sora… ¿Y si ese fue el caso y por eso son incapaces de verse a la cara?», especuló el campocorto.
Sora ignoraba completamente las peligrosas y casi acertadas deducciones de Kuramochi. Estaba ensimismada en la página de internet que Kadenokoji le recomendó para aprender más sobre el baile de salón y enterarse de las noticias que acontecían alrededor de ese deporte tan poco conocido y reconocido.
—He encontrado varios artículos hablando sobre él… Las parejas que ha tenido son muy bellas y elegantes —musitó casi inaudiblemente.
Tosió para no ahogarse con un trozo de fresa. Las últimas fotos disponibles de la galería mostraban un rostro que ya no le era desconocido.
«¡Esta mujer de aquí es…! ¡Es Amamiya Akemi!», pensó Sora, alarmada.
Analizó a la profesora con reserva. Se aseguró de que fueran la misma persona.
—El mismo rostro, las mismas curvas… Amamiya-san fue pareja de baile de Kadenokoji-san. ¿Significa que son contemporáneos? —murmuró.
No podía acercarse a preguntar frescamente desde cuándo se dedicaba al baile de salón y cómo fue su experiencia siendo pareja de alguien como lo era Kadenokoji Hyun. Era una profesora. Y por encima de eso, sacar a flote semejante tema levantaría curiosidades mal intencionadas por parte de esos dos beisbolistas. Prefería ahorrarse ese mal trago.
—Parece que te ha encantado el pastel que te hemos traído, Yūki-kun.
Fue descuidada. La mujer a la que quería interrogar se acercó. Estaba a su costado de cuclillas.
—S-sí, ha estado delicioso. Muchas gracias. —Su cara estaba recompuesta del susto. Su corazón no.
—Qué nostalgia. Esas fotos nos las tomaron el año pasado.
Yūki se maldijo. No había transcurrido el tiempo límite para que la pantalla de su celular se bloqueara.
—¿Estás interesada en el baile de salón?
—Ah, no realmente... —respondió automáticamente—. Sólo siento curiosidad desde que lo conocí gracias a Kadenokoji-san.
Quiso darse un buen pellizco. ¿Cómo se le ocurría mencionarlo frente a ella? Si sería tonta.
—Oh, de modo lo conoces. ¿No te parece que es alguien increíble?
Esa no era la reacción que tenía en mente. De hecho, estaba sorprendida de su entusiasta sonrisa y de esos ojos que refulgían intensamente.
—No solamente es un increíble bailarín. Sino también es alguien muy agradable con quien se puede platicar de cualquier cosa.
—Tiene un gusto impecable a la hora de vestir. Es elegante, educado, comprensivo...—enumeraba Yūki.
—Y también muy apuesto.
No estaba ni mínimamente sorprendida de que Akemi gustara de Hyun. Había varias chicas que únicamente asistían a tomar clases para verlo.
«Y ninguna por más hermosa que sea cautivará su corazón... Él tiene otra clase de preferencias», pensó Sora compadeciendo a la profesora.
—Y dime, Yūki-kun, ¿cómo es que se conocieron?
—Lo conocí gracias a sus padres... Nuestras familias viven por la misma zona. Y ocasionalmente paseo a sus dos perros.
No estaba mintiendo. Únicamente no contó toda la verdad.
—Seguramente fue la envidia de muchas chicas cuando fueron pareja de baile —comentaba.
—Podría decirse —contestó Akemi—. Aunque la realidad es que él ha tenido varias parejas de baile. Muchas chicas han pasado por sus enseñanzas y lo han acompañado en numerosas competiciones.
—¿No eligen la misma pareja siempre?
—Técnicamente puedes cambiar de pareja cuando tú gustes. Pero lo que usualmente se ve es que sea siempre la misma.
—¿Entonces por qué pasa eso con Kadenokoji-san?
—Él dice que todavía no encuentra a la persona que lo complemente.
—Eso suena muy romántico.
Sabía que era exigente y muy meticuloso. Mas no esperaba ese mismo nivel al elegir a su pareja de baile.
—¿Verdad que sí?
Sora asintió.
—Y ahorita tiene de pareja a una chica extranjera.
Si bien no se llegaba a escuchar el contenido de la plática entre Sora y Akemi, eso no evitaba que ese par de beisbolistas dejaran de estar extrañados.
—Está hablando mucho —musitaba Kuramochi.
—Lo cual más que inesperado es raro.
—Son un par de exagerados —señalaba Rika.
—Para nada. —Yōichi fijó sus ojos en su amiga y suspiró—. Cuando llegó a Seidō no mostraba interés en relacionarse demasiado con nadie. Nos hablaba lo justo.
—Y si empezó a dirigirnos un par de oraciones decentes fue porque Tetsu-san la hizo nuestra tutora.
—Nos hizo conocer el infierno.
—Probablemente pasemos por el mismo calvario cuando empiecen los parciales.
Sonrieron sincronizadamente. Y ninguno lo notó más que esas dos chicas que estaban paradas frente a ellos.
—Para quejarse se ven muy felices ante esa futura posibilidad.
—¡Rika-chan!
—Digo lo que veo. Han de ser masoquistas.
—Ey, como que a esa chica no le agradas mucho —susurró para su capitán—. Aprovecha cada oportunidad para decir algo contra ti.
Era la mejor amiga de su ex novia, debía odiarlo por alguna razón que a él no concebía.
—Son imaginaciones tuyas.
—Por supuesto que no lo son, idiota.
—Quién se iba a imaginar que Miyuki podría hacerse de otro amigo además del estirado de Narumiya.
Yōichi pateó sutilmente al cácher después de que aquel comentario corroborara lo que le había dicho.
—¡Oye!
—Todo es tu culpa, idiota.
—Una amistad sincera. Justo lo que necesita Miyuki. —La sonrisa de Rika rozaba lo descarado.
—Rika-chan, es suficiente. —La tomó del brazo con sutileza, para acercarla a ella—. Lamento esos comentarios, Kazuya.
—Descuida.
—¿Ya te vas? —preguntó Kuramochi en tono alto para Sora.
Ella se puso de pie sosteniendo la valiosa caja blanca.
—Sí. Mi madre me ha pedido que vaya a comprar algunas cosas para la cena.
—¡¿Todavía vas a comer más?! —Yōichi se acercó para arrebatarle el pastel—. Esto será confiscado. Es por tu bien.
—Pensaba guardarlo para desayunarlo mañana.
—Sora, el pastel no es para desayunar.
—No hay una ley que lo prohíba.
—Lo disfrutaremos por ti —soltó malicioso para quien veía cómo su preciado manjar se alejaba—. Ya puedes ir a casa tranquilamente.
—Lo dejaré pasar esta vez porque tengo prisa. ¡Pero un cuarto de tu futuro pastel de cumpleaños será mío, Kuramochi Yōichi! —amenazó—. En compensación por devorar el mío cuando viajamos a Osaka.
—Espera, ¡¿qué has dicho?!
—Lo que escuchaste, Kurabaka.
—Fue tu error por comerte su pastel.
—Te recuerdo que tú también tomaste una rebanada.
—Aunque era de café estaba bastante bueno.
—¿Ves? El incordio de tu novio también hurtó tu pastel.
—Ella ya se fue. —Le comunicó Rika.
—La mitad de ese pastel es prácticamente suyo —soltaba Kazuya con vileza.
—Miyuki-senpai, lo buscan.
Sawamura no se acercó en solitario. Gozaba de la compañía de aquel alto pelirrojo.
—¿Qué es lo que…?
—Entre los entrenamientos y partidos es normal que lo hayas olvidado —comentó—. Vine por Change-up. Prometí cuidarla durante los tres días que estarán fuera de la ciudad.
—Él la cuidó cuando estuvimos en Osaka, ¿no? —preguntó Yōichi al cácher—. Sora no dejó de mostrarnos las fotos de Change-up con tu gato.
—Era de esperarse.
—Nos vemos —dijo para las dos pasmadas jovencitas que miraban con discreción al desconocido—. Hayami, andando antes de que sea más tarde.
Una golosina fue suficiente para que Change-up se dejara cargar mansamente y ser escondida dentro de la amplia sudadera que usaba Sae.
—Miyuki, lamento haber interrumpido tu reunión —habló acomodando a la minina para sujetarla apropiadamente.
—Ya iba a darla por terminada. No importa.
—Además de que una de ellas te odia. No dejó de mandarte indirectas —mencionaba Kuramochi jugueteando con la pelota favorita de la gata—. Aunque hasta ella se quedó callada cuando te acercaste. Eso fue un tanto grosero, ¿no?
—Bueno, es difícil ignorar a alguien como él… Resalta.
—Realmente no me importa —expresó despreocupado—. Si no es por mi altura o mi apariencia, es por mi apellido. Estoy acostumbrado.
—¿Tu apellido? —interrogaba Yōichi—. ¿Qué tiene de malo?
—Así como hay apellidos famosos por sus aportaciones a la sociedad y su moral intachable, también están los que son conocidos por hacer uso de sus recursos e influencias para satisfacerse a sí mismos. —Sacudió su cabeza. No quería profundizar—. Lo que quiero decir es que mi familia tiene mala fama.
—Cosas de ricachones. —Kuramochi sonrió—. Es un mundo que ninguno de los dos entendemos.
Sae sonrió tan fugazmente que ninguno lo notó. Estaba complacido con la respuesta del corredor y la nula importancia que le dieron al tema en cuestión.
—Entonces, no los molesto más. Me retiro.
La puerta se cerró. Y ambos se veían embrollados.
—Miyuki, no sé tú, pero para mí, Hayami es el más extraño de los amigos de Sora… Rokujō es más fácil de leer.
—Por primera vez estoy de acuerdo contigo… Imagina cómo será Irabu Reiji.
—No sé si estamos listos para conocerlo.
Dos mensajes recibidos simultáneamente la llevaron a inventarse rápidamente una excusa para abandonar Seidō. El primero provenía de otro número desconocido cuyo contenido no accedió. El segundo, el que la impulsó a irse, era inesperadamente de aquel bailarín del que tanto habló con Amamiya.
No es que el contenido del mensaje fuera alarmante, sino que se había emocionado tanto que quiso apresurarse a llegar a casa y cambiarse. No podía asistir a aquel evento vistiendo su uniforme escolar.
Era un evento de baile cerca del Celeo Kokubunji.
—Por fin llegué.
Cuando entró al pequeño, pero elegante salón se envolvió por la festividad y el glamour de todas las jóvenes que presumían silenciosamente sus fastuosos vestidos y a sus elegantes parejas.
Estuvo encantada de principio a fin con el baile estándar. Era una clara expresión de elegancia y sobriedad.
—No sé exactamente qué tipo de estilo se baile fue ese...
—Lo denominan Slow Fox.
Sora se giró hacia quien llegó hasta su puesto.
—Es el más técnico de los bailes de salón. Su estructura es de cuatro tiempos por compás, bailado a 30 compases por minuto con pasos largos y deslizados.
Hyun también se volvía muy parlanchín cuando hablaba sobre baile de salón al mismo nivel que Kazuya con el béisbol. Eran un par de apasionados.
—Gracias por la aclaración y la información.
—¿Cómo has estado desde aquella noche?
—Un poco más tranquila. No obstante, mi cabeza sigue dándole vueltas a todo ese asunto.
—Es entendible. Han pasado pocos días. Y todo el asunto es sumamente delicado. Tomará su tiempo.
¿Cuánto tiempo más?
—Gracias por invitarme a este evento. Lo he disfrutado mucho.
—Vamos, te acompañaré a casa.
—¿No cree que vaya a haber problema con eso? Si quiere puedo tomar taxi.
—Estaremos bien.
El estacionamiento estaba atiborrado de vehículos, pero solamente ellos dos se movían entre sus pasillos. La gente todavía continuaba en el salón disfrutando de los aperitivos y las bebidas que los anfitriones patrocinaron.
Hoy no se desplazarían en motocicleta. Esta vez viajarían en una camioneta blanca T-Cross.
—Con que a esto te referías con que nos diéramos un tiempo para pensar las cosas.
Sora que estaba admirando el auto familiar pudo ver al joven acercándose precipitadamente hacia ellos.
Cuando puso su atención en Kadenokoji percibió nítidamente la escena. Era el chico que vio aquella noche. Mas no estaba dedicándole una mirada llena de afecto y deseo, sino una que quemaba con odio y celos.
No pudo hablar. Sus ojos no asimilaban lo que ocurrió.
Un labio roto, una delgada línea de sangre escurriendo desde la comisura de sus labios y un puñetazo ansioso por embestir contra aquel adolorido rostro.
No necesitaba entender lo que pasaba para que su propio cuerpo se moviera.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Lárgate!
Se interpuso entre Hyun y aquel idiota que detuvo su siguiente golpe solamente porque no era su objetivo, no el inmediato.
—Por favor, vete de aquí —rogaba—. No quiero que él te lastime.
Sora no ignoró su súplica, mas no podía escapar cobardemente y abandonarlo en las manos de una ex pareja violenta. Ni siquiera si eso significaba que pudiera salir herida.
Había poco espacio para maniobrar. No podía recurrir a ninguna patada frontal para apartarlo. Únicamente le quedaban los puños. Protegió su mentón con su mano trasera, su torso y caderas giraron como las agujas del reloj propulsando su puño izquierdo apretado a través de un arco hacia la derecha por la parte delantera del cuerpo.
Un golpe a media altura que atacó directamente sus zonas blandas.
De cuclillas contra el suelo, soportando el dolor de su gacho ascendente oblicuo enfrentaba los efectos del aerosol de pimienta que le fue rociado directamente a la cara.
—¡Aprovechemos para irnos! —Hizo reaccionar al chico con un toque sobre su antebrazo.
La camioneta arrancó. El estacionamiento estaba a kilómetros de distancia, pero lo que allí ocurrió viajaba con ellos en el asiento trasero.
—Va a reprenderme por no acatar su orden y golpearlo, ¿cierto? —Su atención estaba en el embotellamiento que interrumpió su escape—. Entonces hágalo, aprovechando el tráfico.
Su manga blanca limpió los últimos vestigios de sangre. Y el dolor que lo molestaba se adormeció. Ya no pensaba en su antigua pareja que finalmente consolidó su celotipia con violencia física, sino en la adolescente que se quedó para defenderlo; la que golpeó a aquel agresor con notoria maestría.
—El que me desobedecieras fue imprudente. Un acto temerario que pudo terminar muy mal. Porque inclusive si te hubiera protegido no garantizaría tu seguridad.
—Mi umbral al dolor físico es muy grande.
Los desgarres musculares, los golpes, los moretones, todas las dolencias físicas que conllevaban los deportes de contacto que por muchos años practicó, la obligaron a ser muy tolerante con el dolor.
—Sora.
Se orilló, encendiendo las intermitentes.
—Sí, creo que ese comentario fue inapropiado. —Lo miró con una mueca labial—. Mas es verdad. He practicado la mayor parte de mi vida deportes de contacto físico.
—Eso explica ese puñetazo —Exhaló. Estaba extenuado por tantas conmociones—. Sin embargo, no puedes ir por la vida hablando el lenguaje de la violencia.
—El que lo agredió no le dio tiempo ni de hablar. Estaba cegado por su enojo y sus celos. Era escapar, enfrentarlo o que nos diera una paliza a los dos. Solamente estaba de acuerdo con una de las tres opciones. Mejor que sufra él y no nosotros.
—Eres tan obstinada que sin importar mis argumentos sostendrás tu postura. Lo demostraste esa noche y lo reafirmas hoy.
—Entrené todos estos años para que él se sintiera orgulloso. Para que no se preocupara por mí.
La fotografía en su celular la retrataban a ella cuando era una pequeña niña de cinco años de edad abrazándose dulcemente al cuello del hombre mayor que la cargaba cuidadosamente. Era un encantador momento embellecido con un paisaje cundido de hortensias azules.
—¿Para que no se preocupara por ti?
—Mi abuelo solía decirme que las mujeres tenemos la vida un poquito más complicada sólo por ser mujeres. Que lamentablemente muchas veces no es suficiente con tener carácter y encarar de frente las circunstancias adversas —dijo con la añoranza de reencontrarse con el hombre de la fotografía—. Mencionaba que muchas veces tenemos que defendernos a nosotras mismas para perpetuar nuestro valor y seguridad porque casi siempre nos encontraremos solas.
Kadenokoji entrevió el mensaje oculto que existía entre todas esas líneas que conducían a lo autosuficiencia femenina. No se trataba de adoctrinarla para nunca necesitar de la ayuda de terceros, sino del único método que aquel anciano concibió como viable y correcto para proteger y salvar a su nieta de aquello que le causaba tanto pesar.
—Sé que luce muy serio, ¡pero es muy amable y paciente! Aparte de genial y listo.
Hyun sonrió. Sora amaba tanto a su abuelo que sus ojos mostraban un brillo tan diferente al que había visto en ella.
—Gracias por lo que hiciste, Sora. Pero por favor no lo repitas porque no podría con el cargo de consciencia si algo te sucede.
—Entonces le recomiendo que compre alguna de estas dos cosas o las dos. —Presumió su gas pimienta y su pistola aturdidora de bolsillo—. Lo sacarán de muchos apuros.
—De verdad que no dejas de sorprenderme… ¿Siempre los llevas contigo?
—Sí. Por eso son de tamaño compacto para que pueda meterlas en cualquier bolsa.
—Después de lo que pasó lo estoy considerando seriamente.
Descendió del vehículo una cuadra antes. Lo mejor era que nadie en su casa descubriera que un hombre ajeno a su familia o sus amistades cercanas estaba con ella a esas horas de la noche. Sobre todo, quien la esperaba tranquilamente en la sala de su casa.
—Me sorprendió recibir un mensaje tuyo tan tarde. —Dejó su bolsa sobre el sillón y se acomodó a su costado derecho—. Por cierto, muchas gracias por ir a recoger y cuidar de Change-up durante los próximos días… Antes que nada, ¿tienes hambre? —Él negó con su cabeza—. ¿Comiste mucho?
—No he tenido mucho apetito durante este día.
—¿Tienes fiebre? ¿Te duele el estómago? —Checó su temperatura poniendo su mano sobre su frente—. Normal.
—No estoy enfermo como tal.
—Sae, deja de ser tan ambiguo.
—Hay algo de lo que quiero hablar contigo. Es muy importante. Aunque no sé por dónde empezar… Sinceramente también estoy algo inquieto por cómo reaccionarás. Le di muchas vueltas antes de llamarte.
Únicamente un tema sumamente delicado volvería a Sae una persona dubitativa. Él siempre era directo y conciso, sin estorbosas vacilaciones que entorpecieran su discurso. Alguien que no temía a la incertidumbre.
Por primera vez, en esa noche, estaba siendo avasallado.
—No importa qué tan grave o delicado sea lo que tienes que confesarme. Siempre estaré para ti, Sae.
Posó su mano sobre su espalda, palmeándola suavemente. Era un gesto compartido que adquirieron en algún punto de su niñez y que los apaciguaba.
—Te escucharé hasta que estés más tranquilo. No te preocupes más.
El agobio que lo carcomía fue expulsado de su cuerpo a través de una larga exhalación. Y con la vacilación soltándole la mano, miraba a quien estaba a su lado dispuesta a escucharlo.
—Mientras estuve de intercambio en Canadá conocí una cultura muy diversa. Tantas cosas que aquí podrían ser señaladas y juzgadas, allá eran tan naturales… Es decir, los canadienses son típicamente muy abiertos, únicos. Fue un choque gigantesco para alguien que venía de un país tan hermético y anticuado socialmente hablando.
—Una nación moderna y progresista, de mentalidad abierta… Investigué un poco después de que nos dijiste que te ibas de intercambio.
—Estudiar allá fue muy revelador para mí, en más aspectos de los que imaginaba. Descubrí algo nuevo sobre mí.
—¿Qué te gustaría irte a vivir allá después de terminar la universidad? —tanteaba apesadumbrada—. Bueno, hay ciudades bonitas como Quebec. Es entendible.
—No voy a irme como Reiji. —Acarició su cabeza con el cariño de un hermano mayor—. Este hallazgo está relacionado con mis gustos personales. Mis preferencias de pareja.
—¿Te gustan los chicos? —Cubrió inmediatamente su boca.
Fue una conclusión apresurada. Quizás el exceso de azúcar del pastel, la adrenalina por encarar a ese ex novio violento y las pistas confusas que le dio la arrastraron a posibilidades poco realistas.
—P-perdón, no quise decir algo tan inapropiado…
Sora no estaba delirando. En esos labios vio una tenue y efímera sonrisa. Un gesto de aprobación.
—Me has sorprendido por llegar tú sola a ese desenlace.
Si ella jamás hubiera conocido a Kadenokoji Hyun su mundo continuaría tan cerrado como la mentalidad de muchos adultos que recriminaban las muestras de afecto en público o el cambio de pensamiento con respecto a la mayoría.
Entonces, al ver a su mejor amigo enfrentándose a aquella lucha interna que rescribía lo que él sabía sobre sí mismo, agradeció profundamente el conocer a aquel bailarín. De la mano de aquel desconocido investigó por días sobre el tema hasta saciar su curiosidad. Pasó de no comprender cómo es que la gente se sentía atraída por su mismo sexo a aceptarlo y respetarlo.
Discurrió que solamente eran personas amándose y respetándose mutuamente. Y eso no tendría por qué ser recriminado o ridiculizado.
—Desde que volví a Kokubunji he conocido a muchas personas que me han ayudado a ampliar mis perspectivas sobre muchas cosas. Inclusive sobre las preferencias románticas de la gente… No sabía sobre tantas cosas.
Lo notó mucho más relajado. Y ella estaba satisfecha por darle la confianza que necesitaba para hablar.
—¿Tengo que preocuparme por el tipo de personas con el que te has estado relacionando?
—No —contestó rápidamente para no levantar sospechas—. Sabes que soy muy meticulosa con la gente a la que permito acercarse demasiado a mí.
Esa no sería la noche en que le confesara que compartió su más grande secreto con prácticamente un desconocido, con un hombre mayor que ella.
—Entonces cuando salías con esas chicas, ¿realmente no te atraían?
—Analicé mis relaciones pasadas y lo que ocurrió en Canadá, pero todo fue en vano. La lógica no sirvió mucho. Así que simplemente acepté que guardaba inclinación tanto por mujeres como por hombres.
Una revelación más fortuita que la anterior. Otra puerta que la invitaba a alejarse del desconocimiento.
—Iré a la cocina a preparar café. —Sonrió—. Nos espera una larga charla.
Un nuevo día.
Su cuerpo, tan acostumbrado a madrugar, estaba listo para dejar la cama. Sin embargo, estaba agotado mentalmente.
No era el juego contra Hakuryū y los lanzamientos de Sawamura lo que saturaron su cabeza desde hace dos noches atrás. El tema que volvió un caos sus pensamientos estaba muy apartado del béisbol. Era en realidad algo que nunca creyó repercutiría en él tan escandalosamente. Un imposible como un lanzamiento perfecto directo a su guante.
Con un movimiento perezoso se puso sus gafas. Faltaba media hora para que su alarma sonara y un par de horas más para que el autobús los llevara de viaje para los juegos de la Golden Week.
Trotaba por la periferia de Seidō. Buscaba un paisaje diferente a sus entrañables campos de entrenamiento. Zigzagueaba entre las calles angostas que dividían al vecindario. En sus coloridas fachadas, ventanas amplias, jardines inmaculados y estilos modernos y minimalistas, encontró la serenidad. Su cabeza lentamente se fue despejando.
Fue así hasta que se detuvo inconscientemente frente al portón de la casa de su antiguo capitán. El hogar de la persona que se convirtió paulatinamente en un pensamiento recurrente.
Sintió el corazón detenérsele cuando la puerta se abrió frente a él.
¿Cómo explicaría que llegó ahí por casualidad? Nadie le creería. Ni él mismo lo haría.
No eran unos ojos grises los que se acercaron, sino unos verdes.
—¿Hayami?
Fue un impulso el que lo orilló a soltar su apellido entre una interrogante.
—Buenas —saludó cerrando el portón—. ¿Haciendo un precalentamiento antes de los partidos de hoy?
Miyuki salió de su espasmo ante una conclusión acertada a medias.
—Más o menos.
—Si no te molesta podemos trotar juntos —hablaba realizando los pertinentes estiramientos—. Siempre y cuando eso no irrumpa con tus tiempos.
«Cada vez es más extraño», pensó Miyuki.
Kazuya se olvidó de Hayami cuando apareció quien trataba de ahuyentar de sus pensamientos.
Blusa de tirantes delgados, escote en uve y shorts a la mitad de sus muslos. Un conjunto en satín aguamarina.
—Sae, no olvides pasar por la leche cuando regreses de correr. No tenemos. Y papá quiere hacer pan francés para el desayuno.
Las mañanas continuaban siendo frescas. La mayoría de las personas optarían por un pijama más abrigador y conservador. Y si su novia compartiera esa postura, él no se hubiera obligado a desviar su atención hacia el jardín de enfrente.
La suave y holgada prenda no era más que un inútil distractor para ocultar sus perfiladas curvas.
Su cintura era como una media luna recostada sobre el mar, arrullándose para dormir en los brazos del sol. Sus caderas podrían ser tocadas con la maestría de un arpista creando discretas melodías. Mas sus piernas, firmes y tonificadas, eran el atrevido recordatorio de que seguía siendo un chico atravesando forzadamente por la pubertad.
Era un cuerpo proporcionado entre hombros y caderas. Una armonía que le arrojó una invitación descarada para que la mirara tendidamente.
Lo que hizo inconscientemente.
«Se supone que vine a despejarme no a esto...», recapacitaba Miyuki frustrado.
Trató de relajarse, de no pensar en cómo se sentirá el satín contra su piel y sus manos.
—¿Kazuya? ¿Qué estás haciendo por aquí?
Sus interrogantes llegaron a su oído, provocándole un cosquilleo que casi lo hace brincar.
—Ah, estaba trotando por el vecindario. Y de repente me encontré con Hayami.
Ya habían pasado el día de ayer apenados por lo que hicieron a puerta cerrada en la habitación del receptor. No volverían a sentirse cohibidos. Su orgullo y descaro los imposibilitaban de expresar ese estado de bochorno frente al otro.
—¿Ansioso por el partido del domingo que tendremos contra Hakyrū? —Acarició dulcemente su cabellera, revolviéndola—. Lo harás muy bien, Kazuya. Obtendrán la victoria.
—Será un encuentro complicado en el que dependemos de qué tan bien funcionen los números de Sawamura.
—Eres el cácher estrella. Bajo tu dirección pulirás aún más las grandiosas habilidades de Eijun-kun. —Sus manos se adhirieron a los costados de su cadera como una taza de dos asas—. Son una dupla imparable.
—No olvides que también es un idiota.
—Sólo es un poco lento para algunas cosas, pero eso no lo convierte en un bobo.
—Es lo mismo que yo dije.
—Claro que no, tonto.
—¿Por qué a él lo defiendes y a mí me insultas? —soltó falsamente ofendido—. Te recuerdo que soy el capitán y tu novio.
Lastimosamente su sonrisa ancha y descarada arruinaba sus planes melodramáticos.
—Y mi novio hará espacio en su apretada agenda mañanera para desayunar con su novia. ¿Verdad?
Excusarse con que en Seidō lo estaría esperando con un desayuno caliente y nutritivo lo alejaría de la residencia Yūki y de ella y su sugestivo pijama. Mas cuando la oyó suspirar como aceptación de su rechazo, habló torpemente para rebatir su conclusión.
—Sí. Está bien.
No lograba entenderse a sí mismo. Quería irse para dejar el sofoco que secaba su garganta y endulzaba su imaginación. Empero, también quería permanecer ahí para desafiar su temple y demostrarse que todavía tenía el control sobre sus deseos.
—¡Perfecto! —Estaba complacida por asegurar su estancia en el desayuno familiar—. ¿Correrás un poco más o deseas pasar ya?
Kazuya carraspeó.
—Daré unas vueltas más aprovechando que Hayami lo hará.
No planeaba correr en compañía del pelirrojo, mas era su boleto de salida temporal. Unos cuantos kilómetros lo ayudarían a purgar su mente.
Sí, él creyó que serían un par de kilómetros y no más de diez vueltas a la manzana. Fue un maratón equivalente a lo que él hubiera corrido en el campo de entrenamiento.
Secó el sudor de su frente recuperando el aliento. A su corazón le tomaría unos minutos más el parar los ecos profundos que percutían sobre su pecho.
«Apenas pude mantener su ritmo. Es bastante rápido pese a ser tan grande... Es un monstruo», pensaba Kazuya respirando ya con normalidad.
—Toma. Debes tener sed.
Atrapó la bebida hidratante sabor uva.
Se habían detenido en una tiende de conveniencia.
—Ya he comprado lo que Sora me pidió. Regresemos.
El cácher rogaba para que no retornaran trotando.
—No estamos lejos. Llegaremos fácilmente caminando.
Ya había más movimiento en la calle. Gente dejando sus hogares para ir a trabajar, dueños responsables sacando a pasear a sus mascotas y uno que otro entrando a casa tras una noche de intensa fiesta.
—Hay algo que quisiera consultarte, Miyuki.
Lado a lado, conservando su distancia, ambos atendían a lo que estaba enfrente.
—¿Sora te agrada como es actualmente?
—¿Eh? ¿Qué quieres decir con eso?
—No sé qué tan cercanos eran en sus primeros meses en Seidō, pero estoy seguro de que percibiste un cambio en ella conforme transcurrieron los meses. No hablo de su personalidad, sino de su estado de ánimo.
En retrospectiva sus palabras cobraron veracidad. La Sora que llegó a Seidō en junio del año pasado era más seria y callada, más indiferente a los asuntos del equipo. Y aunque cumplía con sus actividades nunca quiso integrarse más de lo estrictamente necesario. Parecía forzarse a permanecer ahí con una mirada fría y pobremente indulgente.
Probablemente si su ex capitán no la hubiera nombrado su tutora temporal ella jamás se hubiera acercado a dirigirle más que un educado saludo de buenos días.
—Proyectaba un aura de pocos amigos.
Un par de segundos después analizó lo que tontamente dijo.
—No es lo que quise decir…
—Cierto es que ella muchas veces resulta intimidante para el sexo opuesto. Mas no es ese punto al que quería llegar —Lo observó por encima del hombro, analizando lo que se tenía permitido explicar—. Yo hablaba más bien sobre su antipatía hacia el equipo y las personas que la rodeaban.
—No estaba muy contenta siendo una mánager. Se resistió a serlo hasta que no tuvo otra elección… Y no diría que era antipática, sino que guardaba una prudente distancia de todo y de todos. Sin embargo, eso cambió con el tiempo.
—Presiento que Tetsu tuvo algo que ver en todo ello. Y no puedo culparlo, es lo que cualquier hermano mayor haría.
—¿No estás exagerando? Él simplemente la obligó a ser mi tutora temporal para ayudarme con los exámenes finales.
—«Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo» —citó—. Inclusive el mundo interno de una persona. Es por eso que la acción de Tetsu, aunque insignificante a primera vista, era justo lo que Sora necesitaba.
Estaba perdido. No procesaba el mensaje real que Hayami intentaba trasmitirle o la verdad que buscaba contarle indirectamente.
—Para Sora fue muy complicado abandonar Sendai para luego ser arrojada a una escuela desconocida donde la única persona de su confianza era su hermano mayor. —Peinó hacia atrás sus sueltos cabellos. Despejar su frente también lo conducía a aclararse—. Me alegra que Kuramochi y tú aparecieran en su radar, independientemente del papel que adquirieron cada uno en su vida.
Kishō lo aturdió, pero Sae lo aturulló. Ambos pelirrojos eran incomprensibles para él y su bajo entendimiento de la conducta humana. No obstante, había sido Hayami quien le reveló que existía otra versión de la historia de por qué Sora se vio obligada a abandonar su otra escuela.
Él no haría hincapié en el cambio anímico de su mejor amiga solamente para probar su nivel de observación. Su intención detrás de esa mención parecía tan obvia como confusa.
—Hayami, ¿qué fue lo que realmente pasó en Sendai?
—¿Tu pregunta surge a raíz de un interés malsano o debo atribuirlo a tu inclinación por conocer más sobre la vida de Sora? ¿Cuál de las dos?
Esos ojos verdes lo encerraron. La presión lo tragaba. Se concebía diminuto, un insecto que ardía bajo la lupa reflejante de los rayos solares. ¿Cómo podía ser tan intimidante sin ponerle un dedo encima?
—Si te soy sincero, la verdad es…
