Relato 5- Afecto con defecto.
Resumen: Kaede Rukawa le hace una visita a Hanamichi Sakuragi cuando se encuentra en el hospital recuperándose por una lesión en su espalda.
Pudo haberse dejado invadir por la tristeza y el miedo, pero al saber que la lesión no había sido lo suficientemente grave como la impedirle jugar básquetbol en el futuro Hanamichi se sintió con esperanzas. De cualquier forma tuvo siempre el apoyo de sus amigos. Haruko que le había enviado cartas de vez en cuando también fue atenta en irle a ver en más de una ocasión junto a su hermano mayor para dejarle unas flores, mientras que los otros miembros del equipo de Shohoku incluyendo al entrenador Anzai se tomaron la molestia de darle una visita para contemplar su mejoría. La visita de Mitsui fue algo especial puesto que él mismo sabía lo que se sentía sufrir de una lesión que te impidiera seguir jugando; sus palabras de aliento habían sido de mucha ayuda y lo habían puesto muy contento, casi que hasta el pelirrojo podría haberse lanzado hacia él y besarle las mejillas. Por su puesto que no hizo algo así, pero unas palmadas en la espalda bastaron para demostrarle su aprecio.
Casi todos los miembros de Shohoku fueron a verle en días al azar, excepto una personita en especial.
Hanamichi Sakuragi se encontraba leyendo una de las tantas revistas que Yohei y los demás le habían llevado para que no se aburriera demasiado en aquel cuarto de hospital, pues ni siquiera había televisor.
Estaba tan sumido en la lectura que no se hubo dado cuenta de que alguien había recorrido la puerta del cuarto y se escabulló en el lugar. Rukawa entró ágilmente con sigilo cual felino y se posicionó frente al pelirrojo. Carraspeó a propósito para que Hanamichi se percatara de su presencia de una vez por todas. Al verlo ahí plantado frente a la puerta el pobre lesionado soltó un grito de terror.
—¡Waaaaah!, ¡¿pero qué…?!
—¡Cállate! —exclamó Rukawa corriendo hacia él y cubriéndole la boca para evitar que otro sonido saliera—. ¿Quieres que vengan y que crean que estás loco?
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, zorro?, ¿no presumías que estabas por largarte a jugar? —dijo de mala gana quitándose la mano ajena de encima con un manotazo brusco.
—Algo como eso.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó girando la vista hacia la ventana fingiendo desinterés—. Solo estás ahí estorbando, siéntate de una maldita vez.
Rukawa no rechistó y tomó asiento justo a un lado de la cama.
El silencio entre ambos era tentador. Tanto así que ninguno de los dos puso de su parte por interrumpir ese momento. Así era como se entendían mejor; era su forma de declarar paz, aunque no lo dijeran. Sin palabras, solo miradas.
Cuando Rukawa supuso que hacer una visita y permanecer como gárgola no era lo correcto, comenzó con un tema de conversación que solo dirigía a un nuevo pleito como era ocasional entre ellos dos.
—Tenemos nuevo capitán y no eres tú.
—¡Pff!, ¡eso ya lo sé, zorro! ¿Y qué? Cuando salga de aquí se darán cuenta que el indicado para tomar el cargo soy yo. —Al decir lo último puso su típico rostro de orgullo.
Rukawa rodó los ojos con molestia por ese típico comportamiento, pero, en sus adentros, sonrió. Al fin y al cabo, había ido para verlo y escucharlo. Sacar tema de conversación incluso si solo era para pelear estaba bien. Adoraba ver que se encontraba vivaracho y con ánimos de echar bronca pese a su condición.
—Y… ¿cómo lo está haciendo? —preguntó con un tono más gentil—. Hablo de Ryo-chin.
—Sabe manejarlo. Le da igual toda clase de adversidad mientras pueda seguir junto a senpai.
—Oh, él y Ayako, ¿eh? Es un pillín. —Comenzó a reír de forma traviesa—. Me pregunto qué será ahora de Mitchi y Gorila. Digo, ahora que este genio se encuentra reponiendo sus fuerzas se encuentran varados, ¿no? —Soltó una risotada.
Rukawa no le reía las gracias pero lo observaba con atención. Había algo en Hanamichi Sakuragi que le gustaba y que desde luego le costaba aceptar. Se limitaba a escuchar sus payasadas sin añadir nada más a menos que esas escasas palabras suyas ayudaran para arrancarle más de sus estúpidos delirios.
—¿Y tú, zorro?, ¿vienes a pedirle consejos al talentoso Sakuragi? Luego de mi tero perfecto traje la victoria a Shohoku. ¿El poderoso Sannoh?, ¡ja! Resulta que este genio es mucho más fuerte que ellos… ¡ja, ja, ja! Vamos, pregúntame lo que quieras y admira mis asombrosas habilidades, de todas formas no pienso responderte nada pero vamos, pregunta, pregunta. ¡Ja, ja!
—Arrogante idiota.
—¿Qué? Soy fuerte y talentoso y desde luego mucho más apuesto que tú —dijo con confianza. «¿A que ha venido eso?», pensó el pelinegro. Hanamichi siguió diciendo—: ¡Si el lesionado fuera otro la historia habría sido completamente diferente!, ¡estarías llorando como bebé si no es que muerto! —Volvió a reír—. ¡Por suerte Hanamichi Sakuragi estaba ahí para salvar el día!
—¿Acaso crees que eras el único que estaba jugando?
—¡Pff!, ¡sin mí el equipo de Shohoku no es nada!
—Descerebrado.
—¡¿Cómo me llamaste?!
Rukawa no repitió la frase, pero le observó con atención. No había ido a verle para pelear con él y Hanamichi pareció entender ese gesto, pues de nuevo hizo un puchero y se giró hacia la ventana. Ambos se prestaban para comenzar pleitos sin importar lo que dijeran o cómo lo dijeran. Intercambiar palabras e iniciar una conversación era una tarea imposible y ya lo habían entendido. Seguro que guardar silencio era lo mejor.
Sin esperar mucho Kaede Rukawa sacó algo del bolsillo de su sudadera. Lo puso a un lado del pelirrojo donde pudiera tomarlo. No se lo dio directamente en la mano, aunque así lo había querido al principio. Era un omamori para la buena salud.
—¿Qué es eso?
—Los bobos como tú se mueren rápido.
—¡¿Ah?!
—Y esto es… para que no te pase nada.
Hanamichi vio fijamente a Rukawa. Mantuvieron el duelo de miradas por unos segundos hasta que el pelirrojo no pudo soportarlo más. Se rascó la nuca con incomodidad, ¿qué se supone que debía contestar a eso? Lo lógico era que Rukawa quisiera envenenarlo o algo.
—N-No… ¡No lo necesito! Soy un genio, ¿lo olvidas?
—Y eres tan bobo que te pusiste en peligro para quedar bien con la gente.
—¡No fue así! Yo solo…
—Tíralo si quieres, pero voy a dejarlo aquí.
Hanamichi infló las mejillas a la vez que fruncía el entrecejo. La cara se le veía colorada por la combinación de vergüenza e ira.
—¡Mhm! Haz lo que quieras.
—Y entonces… —dijo Rukawa tanteando el terreno—, ¿crees que soy apuesto?
El rostro de Hanamichi se puso todavía más colorado y puso una expresión de desconcierto que solo hizo que se sintiera molestísimo consigo mismo por andar de bocón y no saber controlar sus emociones.
—¡Dije que yo era más apuesto que tú! —rectificó.
—Lo que quiere decir que al compararte conmigo… —comenzó a razonar— …aceptas mi atractivo, ¿no?
—¡¿A qué demonios viene todo esto?! —exclamó con el corazón latiendo a mil por hora.
—¿Me equivoco?
Al clavarle la mirada logró cautivar a Hanamichi. Sus ojos negros con sus pestañas largas eran capaces de hipnotizar a cualquiera, tanto así que al final el pelirrojo terminó cediendo.
—Puede que… sea notorio para hombres y mujeres que… lo eres —dijo con un hilo de voz sin dirigirle la mirada.
—¿Notorio para ti?
No obtuvo respuesta. Era difícil deducir si Sakuragi estaba enojado o apenado. Estaba cruzado de brazos prestando atención a las gaviotas que revoloteaban en el cielo azul.
Dado el repentino silencio, Rukawa se puso de pie. El pelirrojo pensó en un momento que se iría del hospital puesto que ya lo había visto y había logrado molestarlo. Pero no fue así. Sin ningún tipo de pena Kaede Rukawa se acercó peligrosamente al paciente y con una de sus manos acarició su espalda por encima de la ropa.
—¿Qué…?
—No te muevas —ordenó Rukawa.
Hanamichi obedeció. Se quedó quietecito y en silencio. Estaba temeroso por lo que el muchacho pudiera hacerle, pero atento por su curiosidad.
—¿Te duele?
—N-No… mucho… —dijo tartamudeando.
Ese fue el permiso que necesitaba para continuar con el tacto. Rukawa lo acarició por encima de la ropa hasta que tomó la confianza suficiente para meter su mano por debajo de la prenda. Al principio solo palpó la robusta espalda ajena como queriendo encontrar el punto del desgarre, pero en cambio, se dejó llevar por sus verdaderos deseos y comenzó a tentar lenta y melosamente la cálida piel de Hanamichi. Recorrió con sus largos dedos cada centímetro, sintiendo la suavidad de su cuerpo.
—Zorro…
—Cállate.
—¿Qué estás haciendo?
—Se siente bien, ¿cierto? Olvídate del dolor por un segundo.
El tacto siguió hasta que logró robarle un suspiro al pelirrojo, cosa que hizo que se pusiera rojo como tomate. El tacto en su espalda en recuperación era tan placentero que le hizo sentir alivio; sentir que su cuerpo volvía a ser suyo. No obstante, no podía permitir que un hombre le arrancara gemidos de satisfacción.
A como pudo de separó, dándole un leve empujón con el brazo.
Con tal de no hacerle hacer grandes esfuerzos, Rukawa se retiró sin rechistar.
—Ya decía yo que eras maricón.
Hanamichi estaba colorado, enojado como nunca. Sobre todo enojado consigo mismo como de costumbre, porque, muy en el fondo, temía que Rukawa le despertara su lado menos viril.
—También lo eres tú, ¿no? Te gusta que esté contigo.
—¡¿Qué dices, bastardo? ¡Por supuesto que no!
—Estabas preguntándote todo este tiempo el porqué de que yo no hubiera venido a verte.
—¿Uh? Yo… no…
—Y aquí estoy, Sakuragi.
La mención de su nombre le puso los pelos de punta. Rukawa nunca le había hablado usando ninguno de sus dos nombres. Estaba provocándole y vaya que le estaba funcionando.
—Y encima no hay nadie viéndonos… —dijo acercándose sugerentemente a su rostro—. ¿Te gustaría hacer algo?
—Maldito zorro…
—Nadie va a enterarse. ¿Qué dices?
—No me metas en tus mañas. —Pese al tono de repulsión con el que hablaba, cada que decía una palabra miraba brevemente los labios del pelinegro. Esa tentación estaba siempre presente.
—¿No quieres quitarte la curiosidad? Cómo es besar a un hombre —cuestionó Rukawa inclinándose sobre la cama y quedando encima de Hanamichi, logrando recostarlo—. Nadie va a juzgarte, solo estoy yo.
—Yo… N-No…
El de cabellos negros pasó una mano por el rostro ajeno y lo atrajo hacia sí. Levantó su barbilla con gentileza para posicionarlo y darle un beso que le haría cambiar de parecer. Hanamichi quise echarse hacia adelante y arrojarlo, pero el dolor de su espalda, aunque leve, se hizo presente y no le permitió moverse como lo deseaba. Tan solo aceptó su destino y cerró sus ojos con fuerza. Estaba tembloroso, no quería evitarlo. «¡¿El zorro en serio va a besarme?!»
Sintió su aliento cerca, sus labios estaban a nada de rozar los suyos. De forma inconsciente alzó los labios esperando ese piquito que nunca llegó.
Rukawa se tardaba. Demasiado.
Perplejo abrió los ojos tan solo para darse cuenta de que Rukawa lo miraba fijamente con una expresión serena todavía sosteniéndole de la barbilla. Tenerlo tan cerca hacía que su cara ardiera en calor.
—Pensándolo bien… —dijo el pelinegro con su tono de voz somnoliento— …no deberíamos hacerlo si no quieres. —Mostró una expresión extraña que, si se podría parecer a algo, parecía una sonrisa. Se separó de Hanamichi luego de darle un pellizquito en la mejilla de manera juguetona—. Vine para ver que estuvieras bien. Ya te vi, estás bien, ya me voy.
El pelirrojo se sentía aturdido. ¿Acaso el tonto zorro apestoso había jugado con él? Sí, lo hizo. Y le gustó ese juego por mucho que le doliera admitirlo. Ya había comenzado a sentir en su imaginación el dulce roce de los labios carnosos del chico. Un roce de labios que dolorosamente no sucedió.
—¡Espera! —lo llamó con una mezcla de enojo y suplica.
—No soy tan cruel como para robarte así tu primer beso.
—¿Cómo sabes de…?
—Un idiota como tú no podría besar a nadie.
El pelirrojo soltó una risa de mofa.
—¿Y tú?, ¿ya besaste a alguien?
Rukawa sonrió y se encogió de hombros. Ese gesto hizo que a Hanamichi se le erizara la piel.
El pelinegro volvió a acercarse al rostro de Hanamichi y le sujetó de las mejillas con ambas manos atrayéndolo hacia sí. La acción tomó por sorpresa al chico, haciendo que se ruborizara. Apenas vio venir cerquita el rostro de Rukawa, Hanamichi cerró sus ojos.
Apenas le dio un suave beso en el puente de la nariz.
Se separó de inmediato. Caminó hacia la puerta y la abrió. Echó una mirada hacia atrás antes de salir para decir:
—Vendré después.
Hanamichi Sakuragi estaba inmerso en sus pensamientos. La sensación de los labios ajenos en su rostro seguía ahí y sin duda había sido dulce. Meneó la cabeza varias veces intentando deshacerse de sus pensamientos intrusivos que solo alimentaban la idea de que Rukawa era llamativo.
Vio hacia abajo y tomó el amuleto que el joven le había regalado. Un amuleto de color rojo con dorado. Le pareció curioso que haya elegido ese color sin saber que era su favorito, ¿o quizá sí lo sabía? No era momento de pensar en eso.
Observó por la ventana la luz destellante del sol reflejándose en el océano. La vista era preciosa. Deseaba recuperarse rápido y volver a jugar junto a Rukawa.
Sujetó el omamori con ambas manos y se lo llevó al pecho. «Para que no me pase nada…»
Kaede Rukawa y Hanamichi Sakuragi tenían una forma muy particular de demostrar su afecto. Si no era a golpes era con insultos, y si no era con ninguna de esas, era con indirectas o con comentarios fuera de lugar. Esa era la forma tan llena de defectos para demostrar afecto que ambos compartían. Era justo a lo que cualquiera llamaría "afecto con defecto".
Eran tan tontos que, desde el primer momento en que se conocieron, fueron incapaces de percibir el brillo en los ojos que ambos ganaron por el encuentro. Tan torpes para que pudieran gustarse el uno al otro.
Fuera destino o no, los dos chicos agradecían en el fondo a ese día de primavera, pues el nacimiento de una rivalidad trajo consigo la posibilidad de un amor llevadero.
«Estaría mejor que para la próxima ese zorro trajera algo de comer», pensó con una sonrisa juguetona.
