Atemorizada, se adentró a la habitación con Kyoko a su lado —quien, dicho sea de paso, estaba igual o peor que ella.
No estaba preparada para lo que vio.
El Presidente observaba fijamente a un punto detrás del sofá, más allá de lo que ella alcanzaba a ver, entre confundido, divertido y totalmente estupefacto. Y era esa última emoción la que la aterrorizaba más. ¿Qué era lo suficientemente extraño como para sorprender a un hombre que montaba elefantes en medio de una compañía de talentos? Ella no quería saberlo, pero era lo suficientemente lista como para saber que no sería tan afortunada. Kyoko a su lado se encontraba en un estado similar y de pronto sintió alivio al saberse acompañada, aunque no estaba segura de si realmente mejoraba la situación.
Una leve tos proveniente detrás de ella logró llamar la atención del hombre en cuestión y con horror notó como este parecía no hallar palabras. Finalmente se aclaró la garganta y les pidió esperar fuera de la habitación por un momento. En sus ojos la risa era evidente y Kanae no pudo evitar el ligero temblor que le recorrió la espalda.
Una vez fuera, fue Kyoko quien rompió el silencio.
–¿Qué acaba de pasar?
–Te juro que no tengo idea pero esto no me gusta nada.
