Un par de horas más tarde, Hermione estaba rodeada de pilas de pergaminos y viejos registros que el elfo doméstico había traído a la sala. La cálida luz de la lámpara mágica iluminaba las páginas amarillentas, y el leve aroma de pino fresco se mezclaba con el olor a papel antiguo. A su lado, Draco hojeaba uno de los documentos, su expresión concentrada y algo sombría.
—Aquí hay algo —dijo Hermione, su voz cargada de emoción contenida. Deslizó un pergamino hacia Draco, señalando un pasaje subrayado con tinta roja. —Es un relato de un ancestro tuyo, Alaric Malfoy. Dice que la Marca del Solsticio fue creada para proteger la mansión de amenazas externas, pero tenía un precio: solo podía ser activada por dos magos trabajando en conjunto, en un ritual de cooperación.
Draco levantó la mirada, una chispa de comprensión en sus ojos. —Eso explica por qué la maldición se ha despertado ahora. Después de la guerra, he intentado aislarme, protegerme... pero la magia familiar siempre exige conexión y unidad.
Hermione frunció el ceño, considerando sus palabras. —Entonces, necesitamos replicar el ritual, pero esta vez de manera correcta. Ambos debemos realizarlo.
La expresión de Draco se suavizó, y por un momento, el peso de su nombre y su legado pareció desvanecerse. —¿Estás dispuesta a hacerlo, Granger? A correr este riesgo conmigo.
Hermione lo miró, evaluando no solo la situación, sino al hombre que tenía frente a ella. Había cambiado, eso era evidente. Ya no era el joven arrogante que recordaba de sus días en Hogwarts, sino alguien marcado por las decisiones y las consecuencias de una vida complicada. Asintió, con determinación.
—Lo estoy. No dejaré que una maldición acabe con esta Navidad —dijo, y esbozó una sonrisa, pequeña pero sincera.
Draco pareció aliviado, y una chispa de esperanza iluminó su mirada. —Entonces, empecemos. La medianoche se acerca.
Conforme avanzaba la noche, el salón se transformó en un espacio de preparación. Elfos domésticos trajeron velas y hierbas, y Hermione dibujó un círculo de protección con tiza mágica en el suelo. Draco recitaba las palabras de un hechizo antiguo mientras ella colocaba los elementos ceremoniales en sus lugares.
El reloj marcó las once y cincuenta y cinco cuando ambos tomaron sus posiciones dentro del círculo. La tensión era palpable, y el silencio se rompía solo por el latido acelerado de sus corazones.
Draco extendió una mano hacia Hermione, sus dedos temblando levemente. Ella lo tomó, sintiendo el calor de su piel. —Sea lo que sea que pase, quiero que sepas que estoy agradecido por esto —murmuró Draco, su voz baja y sincera.
Hermione lo miró, sorprendida por la vulnerabilidad que percibía en sus palabras. —Lo resolveremos juntos, Malfoy.
Con las manos entrelazadas, comenzaron a recitar la antigua invocación, una armonía de voces que resonaba en la sala como un eco de poder ancestral. Las velas parpadearon y el aire se cargó de energía, mientras la marca del suelo brillaba con una luz dorada.
Hermione no pudo evitar observar a Draco de reojo. La intensidad con la que pronunciaba cada sílaba, la preocupación velada en sus ojos grises y la tensión en su postura le decían más de lo que él alguna vez se había atrevido a admitir. Este no era el Draco Malfoy que ella recordaba de sus años en Hogwarts. Este era un hombre que había luchado contra sus propios demonios y que, a pesar de todo, buscaba proteger lo que le quedaba. En ese instante, Hermione supo que algo más que un ritual se estaba forjando en esa noche navideña. Algo que podría cambiarlo todo.
La luz dorada del hechizo se tornó inestable, parpadeando como una vela a punto de extinguirse. Hermione sintió que el suelo bajo sus pies temblaba ligeramente, y antes de que pudiera reaccionar, una explosión silenciosa los envolvió en una ola de magia. La habitación desapareció, y un torbellino de colores y luces los arrastró. Draco soltó un grito ahogado, pero su mano permaneció aferrada a la de Hermione.
Cuando el mundo dejó de girar, se encontraron de pie en medio de un bullicioso Callejón Diagon, pero algo era diferente. Las tiendas estaban decoradas con luces navideñas más modernas, y un grupo de niños corría con juguetes flotando tras ellos, riendo a carcajadas.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —preguntó Draco, mirando alrededor con el ceño fruncido.
—No lo sé, pero esto no parece nuestra época —respondió Hermione, señalando un cartel que anunciaba "Navidad 2023: Magia y Alegría".
Antes de que pudieran procesar lo que ocurría, un niño rubio de cabello rizado corrió a toda velocidad hacia ellos, esquivando a los demás transeúntes. Vestía una bufanda verde y plateada y tenía una risa contagiosa que hizo que ambos se quedaran inmóviles.
—¡Atrápame si puedes! —gritó el niño, girando la cabeza hacia atrás mientras corría.
Draco y Hermione se miraron, perplejos. El niño les resultaba extrañamente familiar, pero no lograban ubicar por qué.
—Ese niño... —murmuró Draco, señalándolo.
Antes de que pudiera continuar, una voz femenina los interrumpió.
—¡Scorpius! ¡Ven aquí ahora mismo!
Hermione y Draco voltearon en dirección de la voz y vieron a una versión más madura de ellos mismos, claramente de unos siete años en el futuro. La Hermione del futuro llevaba un abrigo elegante y el cabello recogido, mientras que Draco lucía un aspecto más relajado pero igualmente refinado, con una bufanda oscura alrededor del cuello. Se quedaron detrás observando lo que ocurría, como su supieran que así debía de suceder.
El niño, Scorpius, regresó y los confundió con sus padres, le pareció extraño, se quedó mirando hacia Draco y Hermione con curiosidad.
—¿Por qué están mirándose así? —preguntó, ladeando la cabeza. Luego corrió hacia ellos y tomó la mano de Hermione. —Estoy cansado de correr. ¿Podemos ir a casa ahora? ¡Pero antes quiero mis ocho juguetes!
—¿Ocho juguetes? —repitió Draco, claramente desconcertado.
El niño asintió con entusiasmo. —¡Sí! Leí ocho libros esta semana, como dijo mami que tenía que hacer para obtener juguetes.
Hermione sintió que se le formaba un nudo en la garganta al escuchar a Scorpius llamarla "mami".
Draco se arrodilló frente al niño, observándolo detenidamente, como si quisiera grabar cada detalle de su rostro. Los rizos dorados, la forma de los ojos eran los de hermione, pero el color era gris, parecía una mezcla perfecta de los suyos y los de Hermione... No cabía duda.
—¿Cómo que ocho libros? ¿Y de verdad los leíste? —preguntó Draco, más divertido que incrédulo.
Scorpius bufó, cruzando los brazos. —¡Claro que sí! Uno de ellos era sobre dragones y otro sobre pociones. ¡Puedo recitarte los ingredientes de la poción de sueño sin errores!
Draco soltó una carcajada, mientras Hermione se llevaba una mano a la boca para contener una mezcla de risa y llanto.
—Esto no puede ser real —susurró Hermione, mirando a Draco con ojos llenos de emoción.
—No lo sé, pero si esto es un sueño, no quiero despertar —respondió Draco en voz baja.
Scorpius los miró con curiosidad y luego tiró de la mano de Hermione. —¡Vamos, mami! También quiero mi chocolate caliente. Papá dice que siempre debo pedirlo con crema batida extra.
Hermione y Draco se miraron, atónitos pero incapaces de resistirse a seguir al niño. Mientras caminaban detrás de Scorpius, sus versiones futuras intercambiaban sonrisas divertidas desde la distancia, como si supieran exactamente lo que estaba sucediendo.
Draco rompió el silencio con un comentario seco. —Bueno, al menos sabemos que el niño es brillante. Seguro que lo sacó de mí.
Hermione arqueó una ceja, volviendo a su tono habitual. —Oh, claro, porque los logros académicos no tienen nada que ver conmigo.
—¿Logros? Estoy seguro de que le encantan los dragones gracias a mis genes, Granger.
—Malfoy, esto es un milagro navideño, y tú ya estás compitiendo.
Ambos se echaron a reír, algo incómodos pero felices, mientras seguían a su hijo del futuro hacia una tienda decorada con luces brillantes. En medio del caos del tiempo y la magia, encontraron algo que los unía: un futuro lleno de promesas.
Mientras caminaban con Scorpius hacia una tienda de chocolates, Draco y Hermione no podían evitar mirarlo con fascinación. El niño parloteaba sobre los libros que había leído y los juguetes que deseaba, completamente ajeno al hecho de que estaba acompañado por una versión más joven de sus padres.
Cuando llegaron frente a la tienda, las versiones futuras de Draco y Hermione aparecieron de nuevo, llamando a Scorpius con una sonrisa cálida.
—¡Scorpius! —dijo el Draco adulto, con un tono entre severo y afectuoso—. Nos preguntábamos a dónde habías ido.
El niño corrió hacia ellos, completamente despreocupado. Debido a que tiempo atrás sus padres le advirtieron que eso podría ocurrir.
—¡Mami, papi! ¡Encontré a unas personas que se parecen mucho a ustedes! —dijo señalando a los Draco y Hermione jóvenes, sin notar nada extraño.
Hermione, tratando de mantener la calma, sonrió torpemente. —Debe ser una coincidencia... ¿verdad, Malfoy?
El Draco adulto intercambió una mirada significativa con su Hermione, y ambos asintieron con suavidad. —Así es, hijo. A veces, la magia de nuestros ancestros hace cosas curiosas —respondió la Hermione adulta mientras le acariciaba el cabello.
—Ahora, entra a la tienda y elige tus chocolates. Nosotros te alcanzaremos en un momento —dijo el Draco adulto, guiando al niño hacia la puerta.
Cuando Scorpius estuvo fuera de oído, el Draco adulto se giró hacia sus versiones jóvenes. —Sé cómo llegaron aquí, pero no deberían de estarlo. No queremos que alteren nada —dijo con una mezcla de firmeza y diversión.
—¿Qué quieres decir con "alterar"? ¿Esto es real? —preguntó Hermione, sin poder ocultar su asombro.
—Tan real como las decisiones que tomarán cuando regresen a su tiempo —respondió la Hermione adulta con una sonrisa amable. — A menos que realmente desees ser una Weasley, yo creo que prefieres estar con Malfoy, en navidad y resolviendo maldiciones el resto de tu vida... —Le dio un guiño.
Sin más explicaciones, sus versiones futuras levantaron sus varitas y conjuraron un hechizo que los envolvió en un destello dorado.
