VIII
Se vio una última vez en el empolvado espejo de su habitación y por un momento su reflejo lo incomodó, no solo era que no estaba acostumbrado a usar esa ropa fina de satén con brocados o a dejar su plateado cabello suelto, era ver nuevamente a los ojos a ese muchachito sin norte, sin hogar ni familia. Era aceptar que aún era ese chiquillo sin algo propio y esa sensación le amargaba la boca…
Escuchó como Miroku tocó un par de veces la puerta de su habitación pero no esperó su permiso para abrir y entrar.
—Te ves bien —InuYasha quería arrancarle esa sonrisa socarrona con un buen golpe en la cara.
—Déjame tranquilo —espetó tomando el terno azul oscuro que descansaba en la silla de madera frente a él—, ¿averiguaste quién llegó de la capital?
—Fui a las cocinas, todo mundo habla de nuestros invitados —comenzó Miroku caminando por la mediana habitación con dirección a una de las ventanas—. Parece que se trata de Lord Kirinmaru y un tal sir Jaken, ¿los conoces?
InuYasha hizo una mueca de disgusto antes de regresar su mirada al espejo de cuerpo completo que tenía en una de las paredes.
—Jaken es consejero de mi hermano, un lambiscón de primera —respondió vistiéndose con el terno, teniendo cuidado de levantar su cabello—. Y Kirinmaru…fue el hombre que me trajo al valle por órdenes de la reina madre.
Miroku soltó un silbido, tratando de disipar la preocupación que de pronto sintió.
—Tal vez llegaron con instrucciones de llevarte con ellos, ¿no lo has pensado?
—Yo no me iré a ningún lado si no es con Kikyo como mi esposa.
—¿Aún piensas pedirles su intervención con ese asunto? —preguntó Miroku pero de inmediato cambió su enfoque—. Quiero decir, ¿crees que quieran ayudarte?
—Si lo pongo como condición, tal vez acepten, aunque sea solo para que las cosas se den en paz —sugirió con una altivez que no era común en él sacar a relucir, era una actitud que le recordaba un poco a su padre. Ese pensamiento la incomodó así que trató de disipar abotonando su terno.
—InuYasha, no sé si sea tan fácil —el hombre de ojos azules se sinceró—. Si es cierto lo que sospechamos, no creo que le haga mucha gracia a su majestad verte llegar casado con una campesina.
—Lo tengo que intentar —alejó su vista del espejo y la clavó en su amigo quien seguía de pie frente a la puerta principal—. Y si no es con Kikyo, no me casaré con nadie.
—Que los dioses nos amparen entonces —Miroku elevó ambas manos al cielo y volteó hacia la puerta—. Iré a solicitar una audiencia para ti con los señores. Lo que sea que tengas planeado decirles, será mejor que lo estudies bien.
Justo cuando su amigo salió de su recámara, InuYasha caminó hasta su cama y, lanzando un pesado suspiro, se sentó en uno de los bordes. Despistadamente, levantó la vista y buscó, por una última vez, su reflejo en el espejo. Estaba tan cerca de dejar de ser ese chiquillo sin nada que nadie, ni siquiera Sesshomaru, se lo iba a impedir.
El silencio en su despacho, a pesar de estar tres personas presentes, era fúnebre. Cuando Lord Kirinmaru y Sir Jaken anunciaron que habían venido al valle para llevarse a InuYasha para casarlo con una muchachita de familia noble, lo último que esperaban era enterarse que él ya había elegido a otra mujer y, para peor, una campesina.
Lord Kirinmaru sugirió simplemente llevarse al joven y ya, sin importarles la muchacha pero él les advirtió. InuYasha era testarudo, no se sentaría simplemente en un coche y dejaría atrás a la mujer con la que se había encaprichado.
El silencio por fin se interrumpió cuando, al abrirse la puerta principal, su hijo Bankotsu entró a la sala.
—Ya he ordenado que vayan por Kyoya —informó su hijo recolocándose a su lado izquierdo detrás del escritorio.
—¿Es el padre de la joven? —preguntó Kirinmaru sin levantarse de su asiento.
—Sí, es el encargado de uno de los molinos del pueblo —respondió el joven pelinegro.
—¡La hija de un molinero! —lanzó sir Jaken, aterrado por la idea—. Es inconcebible que permitieran que su alteza se relacionara con esa clase gente.
Takemaru tuvo que apretar los labios, frustrado, no quería exasperarse con los emisarios del rey pero, que lo culparan por las idioteces de su hijastro le tocaba una fibra sensible en su orgullo.
—Se trata solo de un arrebato entre muchachos, mis señores, pero esto se solucionará de inmediato —respondió con cordialidad—, les aseguro que no les causará más problemas y podrán llevarse a "su alteza" de regreso a la corte.
—Cuanto antes mejor —finiquitó Lord Kirinmaru—. Una vez coordinemos con el padre de esa mujer su…desplazamiento, quiero que hablemos con el príncipe.
—Por supuesto, mis señores —acordó Takemaru—, cuenten con ello.
El hombre de mediana edad con el mismo color de ojos que ella la miraba como si estuviera loca.
—¿Casarte con el joven InuYasha? —sentados en el sencillo comedor de madera de su hogar, su padre dejó de lado el estofado que ella y su hermana Kaede habían preparado para cenar—. No, no creo que eso vaya a pasar. No es posible.
Kikyo, quien había aprovechado que Kaede y Suikotsu ya se habían levantado de la mesa para hablar con su padre, se mordió los labios un poco frustrada. Tal vez fue impulsiva en no esperar a que InuYasha hablara primero con él, pero Suikotsu la había asustado tanto que ahora no temía ser imprudente.
—Padre —sentada a un lado de él, le fue fácil alcanzar su mano, grande y callosa, para tomarla con las suyas—. Él ya habló con Lord Takemaru y también le escribirá a su hermano.
—¡A su majestad!, ¡por todos los dioses! —su padre soltó su mano y se levantó de la mesa, pasmado—, ¿te das cuenta de las insensateces que estás diciendo, Kikyo?
—No son insensateces, padre —Kikyo también se levantó de la mesa, procurando que su tono de voz se mantuviera a un nivel tranquilo—. Él me quiere como yo lo quiero, ¿por qué no es posible?
—Es un aristócrata, hija —el hombre robusto y de barba espesa insistió.
—¡No lo es!
—Aun cuando sus padres no estaban casados, sigue siendo miembro de dos familias importantes —su padre no le dio tregua.
—Si ese es el problema, le pediré que renuncie a su familia —tanta necedad le provocaba tal desilusión que sentía ganas de llorar.
—¿Y tu crees que voy a dejar que te cases con un bastardo sin apellido?
—¡Entonces me voy a fugar con él! —Kikyo vio los ojos de su padre abrirse tanto que pensó que le saltarían de la cara, cuando vio que se acercaba a ella con intenciones, probablemente, de abofetearla ambos escucharon el rechinido de la puerta principal.
—Disculpe, señor Kyoya —Suikotsu entró despacio, consciente de que estaban discutiendo—. Ha llegado un grupo de guardias…y quieren que lo acompañen.
—¿Te han dicho para qué? —preguntó el hombre robusto, tratando de disipar el enojo que le había hecho sentir su hija.
—Los ha mandado Lord Takemaru —se explicó con calma—. Parece que necesita hablar con usted.
Kikyo no pudo evitar contener la respiración y su corazón comenzó a golpearle fuertemente en el pecho. InuYasha ya había hablado con los invitados de la capital. Tenía que ser eso. Por su vida, por la de InuYasha. Por su futuro juntos.
