Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de Tufano79, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from Tufano79, I'm just translating with the permission of the author.

Thank you so much for allowing me to translate your story to Spanish, I'm truly honored!

Enlace de la historia en inglés: www fanfiction net /s /12756048 /1/ Mechanics-and-Mistletoe

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Resumen: Bella, una ejecutiva tensa y fría, se dirige a casa para pasar la Navidad. La primera Navidad que estará en casa desde que comenzó a trabajar para la compañía Fortune 500 que la contrató en la universidad, hace ya casi diez años. La única razón por la que regresa a casa es para conocer a la nueva esposa de su hermano, y sus padres amenazaron con excluirla del testamento si no tenía tiempo para ver a su familia. Sin embargo, está nevando, hay una tormenta y el auto de Bella no fue diseñado para ese frío. O la nieve. O cualquier otra cosa que no sea un clima perfecto y soleado.

Edward Cullen está solo en Nochebuena, trabajando, como siempre. Su familia ya no está y lo único que le queda es su negocio familiar, Servicio de Remolque y Reparación Cullen, aunque eso no le va bien. El negocio está lento. Sus facturas se están acumulando y teme perder su fuente de trabajo si eso no mejora. Por la radio se entera de un conductor varado que está atrapado en la carretera. Edward se pone su abrigo de invierno, guantes y enciende su camioneta, conduciendo hasta el lugar.

Un pequeño auto deportivo está atrapado en una zanja, casi completamente cubierto de nieve. Una mujer hermosa, con tacones y un abrigo de piel, tirita afuera de su auto. Edward inmediatamente la reconoce como la chica que una vez conoció y que deseó en secreto durante años. El hermano de ella, Jasper, le dijo que se fuera a la mierda, que ella era demasiado buena para él: un mecánico grasiento, nada más que un obrero.

¿Podrá esta chica de clase alta enamorarse de un chico que mantiene las manos llenas de grasa?


BPOV

―Sí, te escuché ―espeté mientras arrojaba mi equipaje a la cajuela del auto―. No estoy disponible este fin de semana. Tengo que ir a casa para Navidad o una mierda así. Mi hermano Jasper hizo que mi madre me hiciera sentir culpable para volver a casa. Tienen un gran anuncio que dar o algo así.

¡Pero tenemos esa reunión el miércoles por la mañana a primera hora, Swan! ―gritó mi jefe, Peter―. Eres la única persona que puede hacer esta mierda. ¡Será mejor que lo hagas!

―Y lo haré, Peter. Lo prometo ―mascullé, pellizcando mi nariz y respirando profundamente―. No me he tomado ningún descanso desde que me contrataste, la mejor de mi clase en la Universidad de Chicago. Me tomaré tres días libres, pero estaré allí para la reunión del miércoles. No te compliques más, hombre.

Bien, bien ―Peter refunfuñó―. No te mueras conduciendo hacia los putos bosques, Swan.

―¿Por qué haría eso, Peter? Te veré en un par de días. Feliz Navidad, aunque sé que eres más Scrooge que nadie.

Ja, farsante ―gruñó, riendo en voz baja.

―Tú también, viejo ―canté, terminé la llamada y arrojé el teléfono al asiento delantero de mi Porsche. El automóvil deportivo, llamativo y ostentoso como era, fue el regalo que me hice cuando me convertí en vicepresidente de adquisiciones de la empresa en la que trabajo, ascendiendo de rango en diez años, obteniendo mi Maestría en Negocios y siendo conocida en la industria como el Cisne Negro. Era hermosa pero despiadada en la sala de juntas. Era un título que tenía muy cerca de mi corazón. Estaba orgullosa de ello.

Entré al auto y salí de mi lugar de estacionamiento. Maniobrando entre el laberinto de cemento y vehículos de lujo, salí del garaje y arrugué la nariz.

―Joder, nieve. ―Odiaba la nieve. Le pedí a Peter que me transfiriera a la oficina en Los Ángeles, pero se negó. Yo era su mano derecha. Con tetas y amor por todas las cosas de Louis Vuitton.

Mientras me dirigía hacia la autopista, mi celular sonó por los parlantes del auto, gracias a la conexión Bluetooth. Miré el identificador de llamadas y vi que era mi madre, Renee.

―Hola, mamá.

¿Estás en camino, Isabella? ―preguntó―. No te hemos visto en años, jovencita. En mi opinión, ya hace demasiado tiempo.

―Lo siento, he tenido trabajo ―indiqué. Me encogí de hombros―. Pero sí, estoy en camino. No entiendo por qué.

Isabella, no conoces a la esposa de tu hermano. ¡Los dejaste plantados en su boda! ¡Y tienen noticias! ¡Tenemos noticias! ―Renee chilló.

―Estaba en Londres para una reunión de negocios ―gruñí en respuesta―, estaba programada...

La boda de tu hermano estaba programada mucho antes, Isabella ―Renee suspiró, sabiendo que nunca iba a ganar. Estaba ansiosa por salir de mi ciudad natal desde el primer momento en que mi padre me llevó a su empresa antes de venderla, jubilándose a la edad de cuarenta y cinco años. Nada me detenía y solo quería ascender en el mundo, no descender. La voz de mi madre rompió mi ensoñación―. Entiendo que amas tu trabajo. Te pareces mucho a tu padre en ese sentido, pero tu trabajo no te mantendrá abrigada ni te amará cuando seas mayor.

―No necesito amor. ―Me encogí de hombros, mintiéndome a mí misma. Cuando en realidad, simplemente apagué mis emociones después de haber sido herida en la escuela secundaria―. Tengo un condominio de un millón de dólares y gente que se encarga de todo lo que necesito. Mira, voy en camino a pesar de todo lo que está pasando en el trabajo, fechas límite, reuniones y ventas de fin de año. Está nevando y odio conducir en la nieve. Ese accidente de cuando tenía... Necesito prestar atención, mamá. Estaré allí en un par de horas.

Está bien, jovencita ―Renee accedió, su voz triste―. Te amo. Cuídate.

―Gracias ―respondí, terminando la llamada y agarrando el volante con fuerza. Encendí la radio y puse la estación AM para escuchar el reporte del tráfico y del clima. Como temía, el tráfico iba a ser un asco y el tiempo iba a ser peor.

―Jódeme.

¿Qué no daría por estar de vuelta en mi condominio, con mi vibrador, una botella de vino Conundrum y una novela erótica?

Suspiro.

El tráfico cada vez se hacía más lento y la carretera empeoraba progresivamente. Me hizo desear haber alquilado un todoterreno para ir a la casa de mis padres cerca del lago Ginebra. Eran apenas las tres de la tarde y solo había llegado a los límites de la ciudad. Me había ido hace solo una hora desde el norte cercano. Me llevaría horas llegar a la casa de mis padres. Salí de la autopista, llené el tanque de gasolina y revisé mi correo electrónico. Vi un correo de mi compañero de sexo, Jacob. Me estaba preguntando si quería verlo más tarde para divertirnos desnudos.

Incluso lidiar con sus besos babosos y sus torpes embestidas sonaba más interesante que conducir en la nieve, pasar tiempo con mis padres, mi hermano y su nueva esposa, y sus noticias.

Respondí al correo electrónico de Jacob con un no, pero dejé la posibilidad abierta para el futuro.

Encogiéndome de hombros, volví a mi auto y volví a la autopista. Tendría mejor suerte en las carreteras principales con esta nieve. No quería quedarme atrapada en una zanja o algo así. Dios no quiera que le pase algo a mi bebé.

EPOV

―Factura, factura, factura ―me quejé, arrojando mi correo sobre el escritorio de mi oficina―. Publisher's Clearing House. ¿Quizás gané un millón de dólares? ¿Qué opinas, Nicky? ―le pregunté a mi gato, Nicodemo. Maulló, ladeando adorablemente la cabeza. Bueno, no era mi gato. Era un callejero que pasaba el rato en mi garaje porque hacía calor y le dábamos de comer. El garaje que heredé de mi papá, quien lo heredó de su padre antes de eso, Remolque y Reparación Cullen. Ha estado en la familia durante tres generaciones, pero tal como iba el negocio, yo lo llevaría a la ruina. Abrí el sobre de la revista, suspirando profundamente―. Sin suerte... maldita sea.

Me senté pesadamente en mi oficina. Estaba decorada para Navidad con luces parpadeantes y un pequeño árbol. Rosalie, una de mis dos empleadas, insistió en que hiciéramos que el lugar se viera festivo. Ella trajo los adornos de su casa e hizo que pareciera que Rudolph se cagó aquí. Tuve que admitir que era agradable. Me recordó a casa y a las cenas familiares que tenía cuando era niño con mis padres.

¿Ahora? Solo soy yo.

Mi madre murió de cáncer cuando yo estaba en el tercer año de secundaria. Fue brutal, rápido y se la llevó incluso antes de que tuviéramos la oportunidad de aceptar el diagnóstico. Mi papá hipotecó el garaje para pagar su tratamiento, pero no funcionó, dejándonos endeudados hasta los ojos. Cuando ella murió, una parte de él también murió. Era el amor de su vida. Mi mamá trabajaba en la escuela secundaria local como secretaria y mi papá como mecánico y conductor de grúa, como su papá. No teníamos mucho, pero éramos felices hasta que murió mamá.

Mi padre se mantuvo firme hasta que me gradué de la escuela técnica. Al terminar la secundaria, tomé un programa de dos años para intentar hacer algo más con el garaje, tomando clases de negocios, clases sobre vehículos extranjeros y tutoriales sobre cómo instalar algunas de las últimas tecnologías en los automóviles. En el momento en que terminé la escuela técnica, mi papá se tragó una bala, dejándome el garaje y la montaña de deudas que conllevaba. Afortunadamente, mi mejor amigo y otro empleado, Emmett McCarty, vino y me ayudó en mi dolor y pérdida. Emmett era mecánico como yo. Rosalie dirigía la oficina, se ocupaba de la facturación y se ocupaba más bien de la parte comercial del taller.

Ambos son un regalo de Dios, pero si las cosas no cambian, tendré que dejarlos ir. Tal como estaban las cosas, vivía en el pequeño apartamento detrás del garaje. Vendí la casa en la que crecí para pagarle a algunos acreedores.

Fue como poner una tirita en una arteria sangrante.

Tenía casi treinta y dos años, era huérfano y estaba a punto de declararme en quiebra. Y una perdiz en un peral…

―¡Edward! ¿Dónde estás? ―bramó Emmett.

―En la oficina ―grité. Nicodemo siseó, saltando desde su posición debajo del árbol. Odiaba a Emmett. Probablemente, porque el tipo se sentaba sobre él constantemente. Mi corpulento mejor amigo entró, dejándose caer en el sofá, evitando por poco la cola de Nicky.

―Lo siento, pequeño ―musitó. Emmett se rio entre dientes.

―¿Y te preguntas por qué no le agradas? ―resoplé―. ¿Qué pasa?

―Rosie quiere que vengas para Navidad. No puedes quedarte aquí escuchando la radio, amigo ―pidió Emmet.

―La radio equivale a dinero, amigo ―repliqué―. Nadie más está abierto. Necesito el efectivo para pagar la hipoteca este mes.

―Todavía estoy enojado porque la gente del seguro de vida no te dio ni una pizca de ese dinero ―Emmett refunfuñó―. Te lo merecías.

―Sí, bueno, cuando el solicitante se quita la vida, la póliza es nula y sin efecto. ―Me encogí de hombros, demasiado hastiado para repetir la misma discusión que habíamos tenido durante casi nueve años―. Mira, estoy bien. Nicky y yo veremos Una historia de Navidad, beberemos unas cervezas y comeremos una cena congelada de pavo. Rico. Además, no quiero entrometerme en tu Navidad con Rosalie. ¿No vas a...?

―¿Proponerle matrimonio? ―preguntó, moviendo las cejas―. Tengo el anillo. Usé el dinero de mi segundo trabajo como conserje en la escuela secundaria para pagarlo. ¿Quieres verlo?

Asentí y sacó una caja de terciopelo negro. Al abrirlo, vi un anillo de compromiso elegante pero pequeño. Era una piedra de corte redondo con algunas piedras más pequeñas que bajaban por los hombros del anillo.

―Es realmente bonito, Emmett. A ella le va a encantar.

―¿Crees que dirá que sí? ―dudó, recogiendo la caja y guardándola en su bolsillo.

―Rose te ama. Por supuesto que sí. ―Sonreí.

―Tú también mereces un amor así, Ed ―dijo Emmett, encogiendo los hombros―. ¿Por qué no tienes citas?

―Uno, no tengo dinero ―reí―. Dos... realmente me gustaba una chica que conocí en la escuela secundaria, pero su hermano... sí, me amenazó con cortarme las pelotas si volvía a acercarme a ella. Chica de clase alta, chico andrajoso. Nunca iba a suceder.

―Entonces, ¿has sido monje desde entonces? ―cuestionó, con sus ojos azul hielo muy abiertos.

―Joder, no. He tenido sexo y he tenido relaciones, pero hasta que no arregle mi situación, no puedo ponerme en primer lugar ―expliqué, encogiendo los hombros―. Agradezco la invitación, Em. Te amo como a un hermano, pero tengo que quedarme aquí. Nicodemo y yo nos vamos a relajar.

―Más bien a congelar ―masculló, estremeciéndose en la fría oficina. Me miró―. Si encuentro un inversor que ayude con este lugar, ¿lo considerarías? No eres tan jodidamente orgulloso, ¿verdad?

―Por supuesto que no ―sentencié―. Sé que me estoy ahogando en deudas. Estoy haciendo lo mejor que puedo, pero necesito ayuda. Estamos bien para mantenernos a flote al menos durante un par de meses más. No te preocupes por eso.

―No es el garaje lo que me preocupa. Eres tú, Ed ―aclaró Emmett―. Pasaré mañana con algunas sobras. Rosie está haciendo jamón, aderezos y sus famosos dulces confitados.

―Gracias, Emmett. Dale un abrazo de mi parte. ―Sonreí. Él asintió, dejándome en la oficina. Nicodemo le siseó, golpeándolo mientras se iba―. Oye, él es quien te da la comida para gatos de marca, Nicky. Sé amable. ―Me levanté del escritorio y revisé la radio para ver si todavía estaba funcionando. Escuché a algunos camioneros allí, junto con algunas charlas de la policía. Con un profundo suspiro, caminé hasta la sala de descanso y preparé la cena. Mientras mi comida congelada se calentaba, miré por la ventana cómo la nieve se acumulaba y cubría las carreteras y los edificios―. Feliz maldita Navidad, Edward.

BPOV

―Mamá, esta nieve es horrible ―me quejé―. ¡Apenas puedo ver el camino delante de mí! No estoy segura de poder llegar esta noche. Quizás encuentre un motel y pase allí la noche.

Isabella, tienes que estar aquí ―gimió mamá―. Lo prometiste.

―Sí, lo prometí, ¡pero no cuando hay un apocalipsis nevado! Sería una hora de camino si las carreteras estuvieran despejadas. Debería estar allí esta noche, en algún momento. No me esperes despierta ―dije. Terminé la llamada y apagué el teléfono para no tener que escucharla quejarse de mi retraso. Ya estaba teniendo suficientes problemas con el clima. No necesitaba su chantaje encima de todo lo demás.

Las carreteras estaban resbaladizas. La nieve era bienvenida ya que debajo lo que había era una capa de hielo. Mi Porsche estaba derrapando y conducía como una abuela, porque no quería sufrir otro accidente automovilístico. Me tocaron la bocina, me insultaron y me sacaron el dedo medio. No me importó. Sólo quería llegar a donde necesitaba estar en una maldita pieza. Yo era un desastre andando. Quería tomar un Xanax, acurrucarme bajo una manta y dormir el resto de las vacaciones.

Salí de la autopista y conduje por un camino rural. Mis nudillos estaban blancos por agarrar tan fuerte el volante. La nieve había aumentado y era una maldita ventisca que soplaba a través de la carretera y hacía que mi auto derrapara incontrolablemente. Entré en pánico, intenté mantener la calma, pero no pude. Cuando un camión enorme me cerró el paso, perdí el control, giré y giré y mi auto terminó en una zanja, a unos quince metros de donde me cortaron el paso. Estaba mirando en sentido contrario y mi auto ya no funcionaba. Sollocé, aterrorizada por lo que acababa de pasar. Me tranquilicé y llamé a emergencias.

Como era Navidad, tomaría un tiempo para que alguien llegara, pero dijeron que intentarían enviarme una grúa. Les agradecí y dije que los estaría esperando dentro de mi auto. Pasó una hora y luego dos. Mi coche estaba casi completamente cubierto de nieve. Salí del auto, envolviéndome en mi abrigo de piel e intentando ver la grúa. La nieve seguía cayendo intensamente. Me estaba congelando y mi auto estaba casi enterrado. Me estaba preparando para llamar a emergencias nuevamente cuando vi las luces rojas y amarillas de la grúa. Agité mis manos maniaticamente. Tenía mucho frío y sólo quería irme a casa. El camión se detuvo frente a mi auto. Lo reconocí de inmediato. Era el mismo camión que me había ayudado cuando tuve el accidente automovilístico en la escuela secundaria. Esperaba que saliera el mismo hombre viejo y amable.

En cambio, una explosión del pasado caminó hacia mí. Sus ojos todavía eran tan verdes como las esmeraldas y su cabello tan bronceado como un centavo nuevo.

EPOV

Conductor varado, mujer, en la ruta 20, a ocho kilómetros de la interestatal. Necesitamos una grúa para asistir ―sonó la voz aburrida por la radio. Me senté, lo que provocó que Nicodemo gritara de terror mientras me acercaba a la radio.

―Grúas Cullen respondiendo, asistiré al automovilista. ¿Nombre? ―le pregunté al despachador.

Algún pájaro o algo así. El conductor conduce un Porsche rojo brillante ―resopló el despachador sin humor―. ¿Quién conduce un Porsche con este clima? ¿Tiempo estimado?

―Tan pronto como pueda ―informé―. Um, ¿una hora?

Entendido, Grúas Cullen. Cambio y fuera.

Me puse mi mono de invierno y arrojé mi equipo pesado en la cabina del camión. Respondí nuevamente que ya iba en camino hacia el automovilista varado. Sin embargo, una hora no fue el pronóstico adecuado. Los caminos estaban casi intransitables. Mi camión era pesado y podía moverse entre los montículos, pero era traicionero, aterrador y me ponía nervioso. Me sentía cómodo conduciendo esta mierda, pero era malo. Realmente, malo.

Casi dos horas y media desde que recibí la llamada, vi una figura acurrucada al costado de la carretera. Su auto estaba completamente cubierto de nieve y ella… ¿estaba usando tacones?

―Es una maldita tormenta de nieve y estás usando tacones ―gemí, estacionándome frente a ella. Me puse el gorro y los guantes y salí del camión. Caminé hacia ella y vi cabello largo y castaño, piel pálida y rosada por estar afuera en el frío―. Edward Cullen de Grúas Cullen. ¿Necesita ayuda, señora?

Estaba envuelta en su abrigo de piel, pero tenía los ojos muy abiertos.

―¿Edward? ―susurró.

―Sí ―afirmé.

Se acercó a mí y pude oler su costoso perfume, soplando en el fuerte viento de la tormenta. Cuando llegó a la luz de mis faros, la reconocí de inmediato. La conductora varada era Isabella Swan, la chica que captó mi atención en la escuela secundaria, la chica a la que llevé al baile de graduación. Ahora era mucho más hermosa, con un aspecto maduro y sofisticado y una figura esbelta.

―Oh, Dios mío, Edward ―susurró, rodeándome con sus brazos. ¿Somos amigos que se abrazan?―. No te he visto desde... ¡oh, mierda, desde el baile de graduación! ―Presionó su mano contra su pecho―. ¡Soy Bella!

―Guau ―reí ansiosamente―, cuánto tiempo, Bella. ¿Vas a casa? ¿Visitas a tu familia? ¿Tu hermano?

―Sí ―dijo, dando un paso atrás y temblando, mirando con tristeza su auto―. Me cortaron el paso y me hicieron perder el control. ¿Puedes ayudarme?

―Déjame echar un vistazo ―pedí. Le entregué las llaves―. Tienes frío y no estás vestida con ropa para este clima. Ve y siéntate dentro de la cabina del camión. ―Ella asintió y se giró, tambaleándose hacia la grúa. Quité un poco de nieve y quedó amontonada sobre su auto. Mirando debajo, vi daños en la carrocería. Sin embargo, con los vientos y la nieve, sería casi imposible sacarlo ahora. Suspirando, regresé al camión y me senté en el asiento del conductor, temblando.

―¿Cuál es el pronóstico? ―preguntó, su voz profunda y ronca, pero muy sexi.

―No puedo sacarlo hoy. Está demasiado oscuro, hay demasiado viento y demasiada nieve ―expliqué―. ¿Tienes algo allí que necesites? ¿Un bolso? ¿Teléfono móvil?

―Mi celular murió. No tiene batería ―indicó, sosteniendo un teléfono inteligente de alta gama―. Y mi bolso está atrás, enterrado debajo de esa mierda. ―Ella frunció el ceño adorablemente hacia la montaña de nieve que era su auto―. Odio la nieve. Realmente odio la nieve.

―No te culpo ―me reí―. Dame tus llaves. Intentaré sacar el bolso del auto. Luego, te llevaré a la casa de tus padres. Dejaré un rastreador GPS en el auto para poder encontrarlo mañana.

―¿Tienes que llevarme a casa de mis padres? ―gruñó, entregándome un juego de llaves.

―¿No quieres volver a casa? ―cuestioné.

―No, no ahora ―suspiró, echándose hacia atrás y cerrando los ojos. A pesar de su obvia belleza, vi que estaba exhausta y deprimida―. Mi mamá... uf, mi familia...

―Al menos tienes una familia ―me quejé. Abrí la puerta y Bella capturó mi manga―. ¿Qué?

―Lo siento, Edward ―se disculpó―. Sé que estás solo y aquí estoy yo, quejándome de mis padres. ―Bajó la vista y se quedó mirando una rasgadura en el asiento―. Yo... solo no puedo soportar estar cerca de ellos. ¿El escrutinio de mi papá, el juicio de mi mamá... y mi hermano? Es un imbécil santurrón.

―No voy a discutirte nada sobre Jasper ―resoplé―. Puedes quedarte conmigo. No tengo mucho. Vivo detrás del garaje, pero tengo calefacción y una cama calientita. Te llevaré a la casa de tus padres mañana. Entonces, ¿bolso y cargador de móvil?

―Sí. ―Se sonrojó―. El bolso está atrás, pero no te preocupes por eso. Realmente no hay nada que necesite allí excepto una pijama. Pero mi cargador está en el frente, enchufado al tablero delantero. ―Me dio una dulce sonrisa, luciendo como la chica con la que fui al baile de graduación―. Gracias, Edward.

Asentí, saltando del auto y tomando un rastreador GPS. Lo coloqué dentro del auto y lo encendí. Quité el cargador y traté de desenterrar la parte trasera del auto, pero los vientos eran brutales. Le daría a Bella algo mío para que se pusiera. Le quedaría enorme, pero sería cálido y estaría limpio. Cerré el auto y caminé de regreso a la grúa. Subí de un salto, listo para decirle que su bolso estaba enterrado, junto con su auto, pero ella estaba dormida, acurrucada contra el andrajoso asiento. Le aparté el pelo de la cara, sonriendo torcidamente y recordando a la dulce chica que había dicho que sí cuando la invité al baile de graduación y la velada mágica que siguió. Suspirando, cogí la radio.

―Despacho, aviso que Grúas Cullen ha recuperado al conductor, pero el vehículo todavía está en la Ruta 20. Lo recogeremos mañana, cuando el tiempo mejore ―informé.

Entendido, Cullen ―respondió el despachador―. Conduce con cuidado y Feliz Navidad.

―Para ti también ―repliqué, parpadeando hacia Bella. Ella se acercó y apoyó su mejilla en mi bíceps y se acurrucó aún más cerca.

Hablando de una explosión del pasado…