Advertencia: Este fanfic será multi capítulo (al momento de subir este no estoy segura si llegará a long fic, ya que no es la idea pero... todo puede pasar en la escritura). No sé cuál será su extensión final, puede ser corto o no.
Los protagonistas serán Inuyasha/Kagome y Koga/Kikyo (si este shipp no es de su agrado, les recomiendo saltarse esta historia) pueden aparecer demás personajes o no, nuevamente todo puede pasar.
Si este primer capítulo les suena familiar es porque es el capítulo del Multishipp (el último que subí) y el segundo publicado es su continuación.
Bienvenidos a esta historia, espero que la disfruten y me cuenten, ¿Qué les pareció?.
El hermoso arte que lo acompaña fue creado por la hermosa Kayla Lynnet (muchas gracias bella por hacerme amar este shipp y realizar esta perfecta ilustración).
Protegerte
Aquel demonio era más fuerte de lo que pensaba y sus heridas lo demostraban. Su respiración agitada y las pequeñas gotas de sangre que caían de sus brazos sólo la ofuscaban más. Entrecerró sus ojos al disparar aquella flecha y notar como parte de su cuerpo era despedazado, pero aún se mantenía en pie.
Debe tener algún punto débil...
Esquivó el golpe de aquel ser, el cuál poseía un aspecto bastante llamativo. Su piel no se veía sólida, por el contrario, era como si de una contextura gelatinosa se tratara y, en más de un momento, se había desprendido de ella sin demasiado interés o dolor.
No se por cuanto tiempo podré soportar.
Hizo una mueca de dolor, tratando de enfocar su mirada y cerró sus ojos.
Hay alguien más aquí, puedo sentirlo...
- Después me encargaré de ti. - murmuró, tomando una nueva flecha mientras el demonio se lanzaba sobre ella. - Es ahí.
La flecha impactó en la zona del abdomen, provocando que este ser explotara y ella tuviese que alejarse varios metros, ya que sus partes podían aplastarla con facilidad.
Una vez que todo terminó, pronunció un largo y sonoro suspiro. Elevó sus ojos al cielo nocturno, el cual estaba cubierto y la primera gota cayó sobre su nariz. Miró por sobre su hombro sin perder su seria expresión.
- Se que estas ahí. - la seriedad también se reflejaba en el tono de su voz. - ¿Qué es lo que quieres?
Aquellos ojos celestes, que se encontraban detrás de aquel árbol, se asomaron sutilmente pero él se mantuvo en silencio.
- Sólo te lo diré una vez... si no quieres morir, sólo aléjate.
Intentó dar un paso, sin embargo su agotamiento era evidente. Hizo una mueca de dolor antes de caer de rodillas, tratando de regular su respiración. Su vista se nubló en ese instante mientras la lluvia comenzaba a intensificarse notablemente.
¿Acaso moriré aquí?
Pensó en el mismo momento en que su pecho tocaba el suelo y sus ojos se cerraron.
¿Qué?
No supo durante cuanto tiempo estuvo inconsciente, sin embargo de un momento a otro comenzó a sentir que su mundo se removía. Abrió ligeramente sus ojos y supo que alguien la estaba sosteniendo, pues su rostro estaba apoyado sobre lo que parecía ser el pecho de alguien. Intentó enfocar su mirada, pero aún se sentía demasiado débil, por lo que la oscuridad la envolvió nuevamente en cuestión de segundos.
- Hermana... hermana... ¡Hermana!
- ¿Qué? - murmuró.
- ¡Hermana! ¡Gracias al cielo!
- ¡Señorita Kikyo! - una voz masculina se unió a la de su pequeña hermana. - ¡¿Se encuentra bien?!
Se sentó, notando que estaba a unos metros de la entrada de la aldea.
- Hermana, estábamos muy preocupados por ti, salimos a buscarte y no podíamos encontrarte...
- Kaede. - la miró, tratando de procesar todo lo que había vivido.
La lluvia se había dispersado, sin embargo ella, al igual que los demás, se encontraban empapados. El sol aún no parecía tener intenciones de salir, dejándole en claro que aún estaba de noche y el frio se estaba haciendo sentir.
- Pensé que habías muerto. - los ojos de la niña se llenaron de lágrimas.
- Tranquila. - colocó una mano sobre su hombro. - Estoy bien.
- Señorita sacerdotisa. - otro de los hombres se pronunció. - ¿Qué sucedió?
- Tuve un encuentro con un demonio y, cuando quise regresar, me perdí. - respondió con una sonrisa fingida. - Y, al parecer, también perdí la conciencia.
- Estas muy herida... debemos curarte.
- Gracias, pero lo mejor es que regresemos a casa antes de que te enfermes, ¿de acuerdo?
- Si. - sonrió, asintiendo.
Kikyo se puso de pie y, mientras los aldeanos y Kaede regresaban sobre sus pasos, ella se mantuvo de pie, volteando y observándo en dirección al bosque.
Estaba lejos de la aldea, ¿Cómo llegue hasta aquí?
Entrecerró sus ojos, tratando de percibir algo más entre aquellas estructuras naturales que se elevaban ante sus ojos, sin embargo no pudo identificar nada fuera de lo normal.
Mientras luchaba con ese demonio... alguien más nos estaba observando. ¿Acaso ese ser fue quien me trajo hasta aquí? ¿Por qué no intento matarme?
Metió la mano en su hakama, tomando aquella perla.
- Ni siquiera intentó llevarse la Perla... - murmuró.
- ¡Hermana!
Miró en dirección de la aldea, en donde la niña se mantenía esperándola. Sonrió y comenzó a caminar en su dirección.
A la mañana siguiente.
Se encontraba sentado en el interior de su madriguera, con sus piernas cruzadas y su mano apoyada sobre su mejilla mientras su mente regresaba una y otra vez a lo vivido la noche anterior.
Inicio del flashback.
La noche lo había sorprendido lejos de su hogar, y estaba de regreso cuando sintió aquella poderosa energía, acompañada de una mezcla de olores que rápidamente llamaron su atención. Una ligera explosión le siguió a aquella pequeña alerta y no lo dudó.
- ¿Qué demonios está sucediendo? - murmuró, escondiéndose detrás de uno de los grandes árboles. - ¿Es una mujer?
Aquella joven se encontraba luchando con lo que parecía ser un gran yokai y, a juzgar por su aspecto, este le estaba dando una ardua batalla. Aún así, no pasó mucho tiempo antes de que finalmente hubiese un vencedor.
Una nueva explosión iluminó el cielo nocturno al mismo tiempo en que el demonio se desintegraba por completo. El silencio reinó el lugar nuevamente y él desvió su mirada ante las primeras gotas de lluvia que comenzaron a golpear su rostro.
- Se que estas ahí. - pronunció de repente ella.
¿Qué?
- ¿Qué es lo que quieres?
Maldición... ¿de verdad me está hablando a mi?
Se asomó ligeramente, tratando de ser lo más cauteloso posible y, para su suerte, ella se encontraba de espaldas. Pudo notar que poseía un largo cabello negro, el cual brillaba aún si sólo era iluminado por el reflejar de las gotas que habían comenzado a caer con mayor rapidez. Supo que se trataba de una sacerdotisa en el momento en el que se acercó a la zona de batalla, pero ahora, observándola con un poco más de detenimiento, lo había comprobado.
- Te lo diré una vez... si no quieres morir, sólo aléjate.
Intentó irse pero, segundos después, se desplomó frente a sus ojos. El sonido de la lluvia cayendo con ferocidad se intercaló con el de sus pisadas, las cuales rápidamente se acercaron a ella.
- A pesar de ser humana, es muy poderosa. - murmuró, observando su rostro y la manera en la que su cabello se había apegado a él.
Maldición, si la dejo aquí podría morir.
- ¿Y por qué me tiene que importar lo que suceda con esta mujer? - volteó, comenzando a alejarse, sin embargo luego de un par de pasos, se detuvo, mirándola por sobre su hombro. - No puede ser...
Regresó, tomándola en sus brazos y comenzando a correr.
Supongo que debe vivir en la aldea que se encuentra cerca de aquí.
Momentos después notó como se removía y por alguna razón su pecho se apretó de inmediato, sintiéndose notablemente nervioso. Un suspiro abandonó sus labios al ver que volvía a quedar inconsciente.
Se detuvo en el mismo momento en el que distinguió las pequeñas casas elevarse frente a sus ojos. La descendió y, nuevamente, se quedó observándola.
Como si de una jugada del destino se tratara, la lluvia se fue dispersando lentamente y la noche quedó en completa calma, la misma calma que ella poseía en su expresión.
- ¡Hermana! - giró ante la voz de aquella niña.
- ¡Señorita Kikyo! - la voz de un hombre se le unió.
- Bien, supongo que ahora estarás a salvo. - susurró antes de comenzar a correr y desaparecer en el medio del bosque.
Fin del flashback.
- Kikyo. - murmuró.
Aún puedo sentir tu aroma en mi armadura... y me gusta.
Meneó la cabeza, tratando de alejar aquellos recuerdos que lo alteraban.
- ¡¿Qué demonios estoy diciendo?! - se puso de pie. - Los lobos y los humanos no deben relacionarse.
Salió de la madriguera y notó que cada uno de los miembros de su tribu estaban dispersos, disfrutando de la mañana y realizando sus tareas cotidianas.
- ¡Oigan! - gritó, llamando la atención de todos los presentes. - A partir de hoy queda terminantemente prohibido atacar a las aldeas humanas, ¿de acuerdo?
- ¿Qué? - el murmullo generalizado no tardó en hacerse escuchar, sin embargo él hizo caso omiso y descendió de la colina.
- ¡Koga! ¡Espera!
- ¿Qué es lo que quieren? - se detuvo, observándolos.
- ¿Qué te sucede? - preguntó Ginta.
- Si, a ti no te interesan los humanos, ¿por qué nos prohíbes cazarlos? - acotó Hakkaku.
El rostro de la miko pasó por su mente.
- ¿Desde cuando cuestionan mis órdenes? - trató de mostrarse desafiante. - ¡Les dije que tienen prohibido acercarse a sus aldeas! ¡¿Esta claro?!
- Ay no te enfades, sólo queríamos saber...
- ¡Ya no pregunten! - comenzó a correr, alejándose de la madriguera.
- Oye, Ginta... algo le ha sucedido, ¿no crees?
- Si, Koga jamás se comporta de esa manera. - respondió, observando como se adentraba en el bosque.
Mientras tanto en la aldea...
La joven se encontraba frente a aquel pequeño espejo, curando las pequeñas heridas que la batalla con aquel yokai le habían dejado.
- Hermana, ¿estas bien? - giró, encontrándose con la niña que la observaba desde la entrada y sonrió.
- Kaede, estoy bien, no te preocupes.
Se puso de pie, dirigiéndose a la salida al mismo tiempo en que la niña se apartaba, dejándole el paso libre.
- ¿A donde vas?
- Necesito tomar un poco de aire. - volvió a mirarla sin perder su nostálgica sonrisa. - ¿Podrías ir a la casa de la señora Izumi? Ella tiene unas hierbas que voy a necesitar.
- Claro... ¿segura que no quieres que te acompañe?
- No. - se acercó, arrodillándose frente ella mientras acariciaba su mejilla. - Gracias por todo lo que haces por mi.
- Hermana. - le devolvió la sonrisa, recostando su mejilla en su mano. - No tienes que agradecérmelo.
Salió corriendo de la cabaña, en dirección de la casa indicada.
- ¡Ten cuidado!
- ¡Tú igual!
Comenzó a caminar en la misma dirección en la que se había desencadenado la batalla la noche anterior. Sin detenerse, metió la mano en su hakama, tomando la Perla y observándola.
El ser que nos observaba no hizo ningún intento de arrebatarla... ¿Acaso no sabe de su existencia?
La tomó por el pequeño lazo que le había colocado y la puso en su cuello como si de un elegante collar se tratara. Fijó su vista en el camino y, sin percibir nada extraño, llegó a su destino, en donde se detuvo y observó todo a su alrededor con especial detenimiento.
- ¿Por qué me salvaste? - murmuró. - Estoy segura de que fuiste tú quién me llevó a la aldea.
Cerró su mirada, concentrando toda su energía en el ambiente y los abrió de repente.
Esta aquí.
Miró por sobre su hombro y, aunque no podía verlo directamente, estaba segura de que no se había equivocado. Una leve sonrisa emergió en sus labios y no supo bien el porque.
- Se que estas aquí. - pronunció con tranquilidad. - ¿Por qué no sales?
- Maldición. - murmuró. - ¿Cómo sabe que estoy aquí? - luchaba contra sus impulsos para no asomarse.
- Prometo que no voy a lastimarte.
- Ja, ¿Y que te hace pensar que podrás conmigo?
Salió sin más, quedándose parado al lado del árbol mientras sus ojos celestes se enfocaban en los de ella. Su corazón comenzó a latir con rapidez en el mismo momento en que notó la manera en la que ella sonreía. Verdaderamente era un contraste bastante sorprendente si la comparaba con la manera en la que la había visto la noche anterior.
- Sólo quería que te sintieras más a gusto. - sin perder la sonrisa, caminó hacia uno de los árboles, en donde se sentó.
- ¿Y que es lo que te hace pensar que quiero hablar contigo?
- Entenderé si no lo deseas. - la dulzura en el tono de su voz era bastante agradable para sus oídos.
Volvió sus ojos a él y podría jurar que aquella mirada estuvo a punto de desarmarlo, por lo que sin decir más, se acercó, sentándose a unos centímetros de ella, observándo en la dirección contraria.
- ¿Qué es lo que quieres saber?
- ¿Fuiste tú el que me salvo anoche?
- ¿Y que si fui yo?
- Entonces te lo agradezco. - él luchaba internamente con el deseo de regresar sus ojos en su dirección. - Si no hubieses estado aquí, podría haber muerto.
- ¿Siempre terminas en ese estado luego de una batalla?
- Sólo cuando el demonio es demasiado fuerte.
- El yokai de anoche no era fuerte. - trataba de sonar desafiante, pero en el fondo se sentía bastante cómodo platicando con ella.
- Puede ser... pero su punto débil no fue fácil de identificar.
- Supongo que esa es una de las debilidades que tienen ustedes los humanos.
- ¿Qué hay de ti? - sintió su mirada sobre él y se quedó observándo fijo al frente. - Los lobos demonios no suelen ser muy amigables.
- Bah, ese concepto lo tienen las personas que no nos conocen.
- Entonces, ¿eres bueno con los humanos?
Aquella pregunta provocó que su cuerpo se tensara e, inevitablemente, giró su rostro hacía ella.
No puede ser...
Sus labios se separaron ligeramente ante la imagen que se le presentó. Sus ojos castaños poseían un brillo diferente (y estaba seguro de que eran de agradecimiento) y su sonrisa parecía más animada que la que le había dedicado al llegar. Una calidez invadió su pecho de repente y, sin darse cuenta se vio obligado a desviar su mirada antes de que sus mejillas ardieran.
- Bueno... nunca me interesaron los humanos. - respondió con sinceridad.
- Pero estoy segura de que tienes que haber asesinado a alguno, después de todo es lo que ustedes suelen hacer...
- Sólo a los que se han cruzado en mi camino de mala manera. No mato porque si, si es a eso a lo que te refieres.
- Es bueno saberlo... a veces uno crece con falsas percepciones o conceptos.
- ¿Qué hay de ti? Tú especie no es muy amigable que digamos.
- ¿Puedo hacerte una pregunta? - volvió a mirarla. - ¿Tú me ves como una humana normal?
- ¿He? - la confusión se apoderó de su rostro. - Por supuesto que si, ¿por qué preguntas?
- Gracias. - volvió a sonreír, desviando su mirada. - Desearía serlo.
- Oye no te estoy comprendiendo...
- Soy la protectora de La Perla de Shikon. - la tomó, sacándola del interior de su camisa. - El demonio con el que estaba luchando anoche vino por ella.
- Oh, con que esta es la famosa Perla.
- ¿La conoces?
- He escuchado su leyenda, pero no me interesa.
- Ojalá todos los demonios pensaran igual. - el tono en el que pronunció aquellas palabras hizo que una pequeña punzada molestara su pecho.
- Hablas como si esa cosa fuese una carga para ti.
- Lo es. - respondió con firmeza. - Estoy segura de que mi vida sería mucho más fácil si ella no existiera.
Vaya, al parecer realmente le afecta bastante.
- A juzgar por lo que vi anoche... no eres una mujer fácil de vencer.
- Es mucho más que luchar con los demonios. - suspiró. - Los humanos tenemos errores, podemos dudar, tenemos emociones negativas que pueden afectar nuestras acciones. - entrecerró sus ojos. - Y yo... no puedo permitirme nada de eso.
- ¿Por qué?
- Porque me debilitaría y la Perla podría caer en las manos equivocadas. - nuevamente aquella sonrisa cargada de nostalgia emergió. - Es por eso que no puedo permitirme actuar como una humana normal. - sus ojos se encontraron nuevamente. - Gracias por decirme que me veo como una.
- Bueno... - titubeo un poco. - Lamento decepcionarte. - se puso de pie y ella hizo lo mismo. - Pero... no eres una humana ordinaria. - la sonrisa de ella se esfumó. - Eres mucho más bonita que todas las humanas que he conocido.
¿Bonita?
Sus ojos se abrieron ligeramente mientras él comenzaba a caminar.
- ¿Lo dices de verdad?
Él se detuvo, observándola por sobre su hombro mientras sonreía.
- Yo no miento, Kikyo... Nos vemos.
Y sin esperar respuesta, comenzó a correr, perdiéndose entre los árboles que se elevaban frente a la mirada de la castaña.
Soy bonita para él.
Sonrió, sintiendo una marea de emociones atravesar su pecho.
Una semana después.
Se cumplían 7 días desde la charla que había mantenido con aquella mujer y la realidad era que no había podido quitársela de la mente en todo ese tiempo.
¿Qué estará haciendo? ¿Estará bien? ¿Habrá pensado en mi?
Eran algunas de las preguntas que, día a día, resonaban en su mente. ¿Había pensado en regresar? ¡Todo el tiempo! Pero se había rehusado a la idea por el simple hecho de creer que, de volver a verla, el deseo de no apartarse de su lado terminaría por consumirlo.
Por alguna razón, el tono de su voz cuando hablaba de aquel objeto que debía proteger, lo había conmovido. Al ver aquella triste sonrisa, había sentido el deseo de tomar la Perla y lanzarla lejos o, si era posible, destruirla para después mirarla y decirle: Eres libre.
Destruirla... ¿acaso era eso posible?
Abrió sus ojos ampliamente ante ese pensamiento y, sin dudarlo, se puso de pie y miró en dirección en la que sabía que se encontraba la aldea. Sus ojos inspeccionaron a su alrededor y notó que la manada estaba encaminándose al interior de la madriguera, después de todo atardecería pronto.
- ¡Ginta, Hakkaku! - gritó al divisar a sus dos hombres de confianza. - Vengan aquí.
- ¿Qué sucede, Koga? - preguntó Ginta.
- Necesito que alguno de los dos se quede vigilando, regresaré en un rato.
- ¿A donde vas?
- No muy lejos.
Antes de que pudiese recibir alguna otra pregunta, se lanzó en aquella carrera que acortaría la distancia entre él y la mujer que había ocupado sus pensamientos todo el día.
Mientras tanto en la aldea, la miko se encontraba rodeada de los niños de la misma, quienes la escuchaban atentamente hablar sobre las diferentes hierbas medicinales que sostenía.
- Y esta es buena para el resfrió. - elevó un pequeño tallo del cual se desprendían unas hojas finas.
- ¡Ese es el que usa mi mamá cuando mi hermana se enferma! - pronunció efusivamente una de las niñas.
- Tu madre hace una excelente elección, Sayo. - sonrió.
- Señorita Kikyo, ¿Cómo hace para saber cuales son las plantas medicinales?
- Es una excelente pregunta, Hoshi...
¿He?
Sintió su energía y aquella sonrisa involuntaria emergió antes de que fuese consciente de ello.
- Pero ya es muy tarde. - los niños se quejaron. - Tranquilos, mañana podemos reunirnos y terminar con esta clase de hierbas medicinales.
- ¡Siiii! - pronunciaron a coro.
- ¿Lo promete?
- Por supuesto Sayo. - se arrodilló frente a ella, ofreciéndole su dedo meñique, el cual la niña entrelazó con el suyo. - Vayan con cuidado. - se puso de pie, observando como se alejaban rápidamente entre juegos y risas.
- Eres buena con los niños.
Volteó ante su voz y su sonrisa se amplió.
- ¿Por qué te tardaste tanto? - respondió sin más.
- ¿Tardarme?
- Pensé que regresarías al día siguiente, pero no lo hiciste.
¿Qué? ¿Quería verme?
- ¿Acaso tú...? ¿Querías verme, Kikyo?.
- ¿Hay algún problema con eso?
- Bueno, si... si lo hay. - hizo una pausa. - Porque si me lo pides... te llevaré conmigo.
Su sonrisa le dio la respuesta, al mismo tiempo en que volteaba y comenzaba a caminar mientras él la seguía. Se alejaron de la aldea hasta detenerse en uno de los barrancos, en donde ella se sentó y él se sentó a su lado.
El cielo se tiñó de una mezcla perfecta entre los colores cálidos y fríos. Un anaranjado con tonos violetas que se reflejaban a la perfección en los ojos del lobo y ella pudo notarlo a detalle.
- ¿Qué sucede? - preguntó al ver como lo observaba.
- Nada. - desvió su mirada sin perder la sonrisa. - ¿Por qué no regresaste?
- Bueno, no pensé que fuera importante.
- Ni siquiera me dijiste tu nombre. - sus ojos volvieron a encontrarse. - Pero al parecer tú si sabes el mío.
Él sonrió.
- Koga, mi nombre es Koga y soy el líder de la tribu de los lobos demonios, aunque supongo que ya lo sabes.
- Un placer, Koga. - extendió su mano. - Y yo supongo que también lo sabes... pero mi nombre es Kikyo...
- Y eres la sacerdotisa protectora de esta aldea. - terminó por ella mientras estrechaba su mano. - ¿Puedo hacerte una pregunta, Kikyo?
- Claro. - ambos regresaron sus ojos al atardecer.
- ¿Nunca pensaste en destruir esa Perla?
- ¿Destruir la Perla? - se sorprendió.
- Tú dijiste que no podías actuar como una humana normal por esa cosa que proteges. Si la destruyeras, serías libre.
Ella tomó el collar, observándolo.
- ¿Realmente crees que exista la manera de destruirla?
- Es un objeto, por supuesto que tiene que haber.
- No es tan simple, Koga. - y nuevamente aquella sonrisa nostálgica. - La Perla de Shikon es mucho más que un mero objeto y... dudo mucho que exista una manera física de destruirla.
- Kikyo... - volvieron a mirarse. - Si encuentro la manera de liberarte, ¿vivirás feliz?
- Koga... ¿Por qué preguntas?
- Porque puedo ver en tus ojos el peso de cargar con ella, además... - giró su cabeza a los últimos rayos de sol que se escondían en el horizonte. - Tu vida está en constante peligro por su causa.
- Hablas como si de verdad te importara lo que pase conmigo.
¡Por supuesto que me importa!
Se puso de pie ante el pensamiento que atravesó su mente, en parte sorprendido por ello.
- Te prometo que vendré a verte pronto. - pronunció con firmeza.
- Koga...
- Sólo... mantente a salvo hasta que regrese, ¿de acuerdo?
- ¿A donde irás?
Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos y provocando un leve sonrojo en sus mejillas.
- ¿Prometes esperarme?
¿A que se refiere con eso?
En ese momento fue consciente de la calidez de la mano del moreno sobre la suya y se dejó llevar, asintiendo levemente.
- Lo prometo.
Él le devolvió la sonrisa y, sin decir más, se alejó en dirección de su madriguera.
Koga, ¿Qué es lo que estás planeando?
Una hora después.
- ¿Y quién de nosotros se quedará esta noche? - preguntó, recostado y observándo las estrellas.
- Pues no lo se. - respondió, bostezando. - Ni siquiera se porque alguien tiene que quedarse vigilando, nadie nos ataca de todos modos.
- ¡Oigan ustedes dos!
- ¿Koga? - se sentó, observándo la caída de la cascada. - Si, es él.
- ¿Qué sucede? - gritó Ginta.
- ¡Vengan!
Hakkaku se puso de pie y ambos descendieron. Una vez que se acercaron a su líder, este les hizo aquella petición.
- Necesito que me acompañen, síganme. - comenzó a caminar, adentrándose en el bosque.
- ¿A donde vamos?
- Vamos a buscar al árbol sabio.
- ¿Al árbol sabio? - preguntaron al unísono.
- Necesito hacerle una pregunta.
Sus compañeros intercambiaron una mirada llena de una mezcla de preocupación y confusión.
- Oye Koga... - Ginta fue el primero en hablar. - Hace días que vienes actuando de manera extraña...
- ¿A que te refieres? - los miró por sobre su hombro.
- Bueno... - Hakkaku continuó. - Has estado bastante distraído y... tranquilo. - susurró la última palabra.
- ¿Qué cosas dices? Siempre he sido tranquilo.
- Claro que si, pero... - respondió con ironía. - Es como si no estuvieras aquí, si me entiendes.
- Aish... - cerró sus ojos sin detenerse. - Si les cuento lo que sucede, ¿prometen no hacer preguntas al respecto? - ambos asintieron. - Bien...
Les relató todo lo sucedido la noche en la que había salido a cazar y se había topado con aquella inesperada batalla entre una sacerdotisa y un yokai. Los dos jóvenes se quedaron observándolo completamente atónitos ante sus palabras.
- Entonces, ¿fuiste a ver a una mujer humana?
- Sólo quería asegurarme de que estuviese bien.
- ¿Seguro que fue sólo por eso?
- ¡¿Por qué más si no?! - se sintió nervioso.
- No te molestes, pero... jamás salvaste a un humano, al contrario... siempre dijiste que eran una especie insignificante.
- Aunque, por otro lado eso explica el porque nos prohibiste ir a las aldeas. - suspiró. - Te enamoraste de esa mujer y ahora no los ves de la misma manera.
- ¡Ginta! - lo miró. - No debiste... - murmuró.
El joven lobo se había detenido sin más, provocando el miedo de sus acompañantes.
Te enamoraste de esa mujer...
Aquella frase se repitió varias veces en su mente en sólo unos pocos segundos.
¿Enamorarme de ella? Es imposible... yo sólo quiero ayudarla a que su vida sea mejor...
- ¡¿De que idioteces estás hablando, idiota?! - gritó, con su puño cerrado.
- Koga... no es que quiera contradecirte pero... ¿no crees que ya has hecho demasiado por ella? Si no te interesa, ¿Por qué...?
- ¡Les dije que no preguntaran nada! - gritó, notablemente molesto.
- De acuerdo, entonces supongo que luego de que obtengas la ayuda del árbol sabio, ya no será necesario que vuelvas a verla. - él no respondió, sólo gruñó observándolo fijamente. - ¡Ay de acuerdo, ya no diré más nada!
Se mantuvieron en silencio hasta que, cuando se encontraban a poco más de la mitad del camino, Koga les ordenó detenerse y pasar la noche en aquel lugar, orden que sus amigos acataron sin objeciones.
Sus compañeros lograron conciliar rápidamente el sueño, algo que no fue igualmente fácil para él, quién no dejaba de pensar en ella.
- Kikyo... - murmuró.
Su rostro se dibujó en el cielo de la misma manera en la que aquella sonrisa se dibujó en sus labios. Su dulce voz resonaba en sus oídos, relajándolo, y el brillo en sus ojos al verlo le aseguraba de que estaba haciendo lo correcto. No comprendía bien el porque, pero estaba seguro de que ella merecía tener una buena vida sin ser presa de aquella Perla. Estaba convencido de que ella era una buena mujer.
Elevó su mano, observándola y recordando la calidez de su palma entrelazada con la de ella.
Ya no será necesario que vuelvas a verla.
Las palabras que Ginta había pronunciado horas antes, borraron por completo su sonrisa y la duda se apoderó de su mente. Si verdaderamente no sentía nada, ¿Por qué el pecho se le apretaba ante la sola idea de alejarse para siempre? ¿Realmente era posible que sólo un par de encuentros llegaran a escalar tan alto? Después de todo, había conocido a muchas de su especie y jamás había sentido esa atracción emocional.
- Kikyo, ¿Qué se supone que tengo que hacer?
Horas más tarde, el amanecer los encontró a unos pocos metros de su objetivo.
El árbol sabio... un magnolia que posee más de mil años de antigüedad. Él es el único que puede ayudarme.
- ¿Estas seguro de que sigue con vida? - preguntó Hakkaku, observándo a su alrededor.
- ¿Crees que alguien como yo podría morir tan fácilmente?
- ¡Ay! - dio un salto, tomando a su compañero. - ¡¿De donde vino eso?!
- No seas cobarde. - se detuvo frente al árbol en cuestión, al mismo tiempo en que su rostro se materializaba ante su mirada.
- Koga, el nuevo líder de los lobos yokai...
- Al parecer estas bastante desinformado, anciano, hace demasiado tiempo que estoy al mando de la tribu. - se cruzó de brazos. - Y vine hasta aquí porque...
- Porque quieres saber si existe una manera de destruir a la Perla de Shikon y así liberar a esa sacerdotisa.
- ¿Qué? - la sorpresa se reflejaba en su mirada. - ¿Cómo lo...?
- Lo invisible a los ojos de los demás, es visible para mi. - su mirada se fijó en la de él. - Y el corazón de los lobos demonios es muy fácil de leer.
- Lo que digas. - trató de hacerse el desentendido. - Entonces, ¿Cómo puedo deshacerme de la Perla de Shikon?
- Sólo existe una única forma en la que la Perla dejará de existir. - su tono serio lo incomodaba. - Y eso sucederá sólo cuando la persona correcta la tenga en sus manos.
- ¿La persona correcta?
- La Perla de Shikon es una joya que resultó de la unión de las almas de la gran sacerdotisa Midoriko y cientos de demonios que lucharon con ella. No es un mero objeto como tal, por lo que la fuerza bruta no funcionará.
- Tú sabes cual es la manera. - no respondió. - ¡¿Por qué no me lo dices de una vez?!
- Si esa sacerdotisa es la indicada, tarde o temprano sabrá la respuesta.
- ¿Y si no es la indicada?
- Entonces su destino estará sellado por esa joya.
- Señor árbol... - Hakkaku se acercó. - Si esa mujer no es la destinada, ¿puede morir a manos de esa Perla?
Su compañero se había animado a preguntar lo que él temía y, como un acto reflejo, se vio apretando los puños mientras esperaba la respuesta que no quería escuchar.
- Sólo la persona correcta escapará a su cruel destino... todos los demás, perecerán bajo su poder.
- ¡Cállate! - gritó. - ¡No me importa si es o no es la persona correcta, Kikyo no padecerá ese destino tan horrible!
- Koga...
- Lamento decirte que nada podrás hacer para impedirlo.
- Eso ya lo veremos, anciano.
Volteó y comenzó a caminar, alejándose lentamente de aquella zona mientras sus compañeros lo seguían. Los primeros metros los recorrieron en silencio, sin embargo luego de intercambiar un par de miradas incómodas, Ginta decidió pronunciarse primero.
- ¿Qué es lo que piensas hacer, Koga?
Él entrecerró sus ojos ante aquella pregunta.
- Ustedes regresen a la madriguera. - su tono dejaba ver una mezcla de tristeza y molestia. - Yo volveré en unos días.
- Koga, si necesitas...
- Estaré bien. - los miró por sobre su hombro. - Cuiden a los demás.
Ambos asintieron mientras él comenzaba a correr, quizás en la dirección de la aldea en la que esa misteriosa mujer se encontraba.
- Esta perdido. - dijo Hakkaku, observándo como se alejaba.
- Esta enamorado. - sonrió levemente su compañero.
No pienso permitir que esa cosa se lleve la vida de Kikyo... He visto en su mirada lo mucho que le pesa el tener que protegerla y no pienso quedarme de brazos cruzados.
Pensaba mientras aumentaba su velocidad.
Un par de días después.
- Muchas gracias por la comida, hermana. - sonrió la niña mientras daba los últimos bocados.
- Me alegra mucho que te haya gustado. - le devolvió la sonrisa, poniéndose de pie.
- ¿A donde vas?
- Iré a caminar un poco. No olvides que por la tarde tenemos que entrenar.
- No lo olvido. - respondió con cierto entusiasmo.
La mujer salió y se dirigió a la misma zona en la que había hablado con el lobo por última vez. Al llegar, se sentó, esperando sentir su presencia una vez más.
¿Prometes esperarme?
Cerró sus ojos, recordando aquellas palabras y los abrió en el mismo momento en que, por fin, percibió su energía.
- ¿Koga? - se puso de pie, observándo hacia la dirección contraria y sus ojos se cristalizaron al verlo acercarse.
- Hola, Kikyo. - sonrió levemente, sin embargo sus labios se separaron ligeramente al sentir como los brazos de ella lo envolvían en un fuerte abrazo.
- Te estuve esperando. - murmuró, apoyando su mejilla en su pecho.
- Lo lamento. - la rodeó, correspondiendo su abrazo mientras cerraba sus ojos. - Yo... no me atreví a regresar antes.
- ¿Qué? - se alejó, observándolo fijamente. - ¿Por qué?
- Yo... quise encontrar la manera de destruir la Perla de Shikon y liberarte...
Sólo la persona correcta escapará a su cruel destino... todos los demás, perecerán bajo su poder.
Frunció el entrecejo al recordar las palabras del árbol sabio y, sin percatarse, apretó levemente el agarre sobre el cuerpo de la joven.
- Pero... no encontré la respuesta que quería y... vine a pedirte disculpas.
- Koga, ¿de verdad hiciste eso por mi?
- Lo siento. - llevó su mano a su mejilla. - Yo... no puedo liberarte Kikyo, pero si puedo protegerte, si vienes conmigo te prometo que...
Sus ojos se abrieron ampliamente al sentir los dulces y cálidos labios de la mujer sobre los suyos.
Kikyo...
Su mirada tembló levemente antes de cerrarse y dejarse llevar por aquel contacto que había calmado todos los nervios que poseía en ese momento. Antes de notarlo, el agarre sobre su cuerpo se destensó, volviéndose una tierna caricia con la que trataba de transmitirle todo lo que estaba sintiendo.
- Hace tiempo que quería hacer eso. - murmuró, abrazándolo nuevamente.
- Kikyo... yo...
- No tienes que decir nada. - sonrió, mirándolo fijamente a los ojos. - Yo no puedo abandonar la aldea y tú no puedes dejar a tu manada, pero...
- Pero no quiero dejarte. - pronunció con firmeza, sucumbiendo al deseo que ya sabía que tenía pero que no había acepado hasta ese momento. - Kikyo, quiero que seas mi mujer.
- Koga. - se sorprendió y él volvió a abrazarla.
- Y no te preocupes por La Perla de Shikon. - acarició su nuca. - Prometo que haré lo imposible por protegerte, sólo confía en mi.
Es... es la primera vez que alguien se preocupa por mi de esta manera. Es la primera vez... que siento todo esto.
Una lágrima rodó por la mejilla de la sacerdotisa, la cual fue acompañada por una tierna sonrisa y la manera en la que estrechó el cuerpo del lobo.
- Confío en ti. - respondió dulcemente
Supe que podía confiar en ti incluso antes de ver tu rostro.
- Kikyo...
Volvió a besarla mientras, poco a poco, aquella mezcla de tonos anaranjados y violetas volvían a iluminar sus rostros de la misma manera en la que lo habían hecho en su primera charla.
