31 de octubre

La Orden estaba reunida en la Madriguera. Había una enorme tensión en el aire, un silencio espeso y denso.

En una butaca junto al fuego, Dumbledore era el objeto de casi todas las miradas. La maldición que le ennegrecía la mano unos meses antes había seguido avanzando hasta alcanzar el hombro y algunos zarcillos comenzaban a dejarse ver sobre el cuello de su túnica en dirección a su sien. Era evidente para todos que no viviría mucho más y eso no era muy esperanzador para enfrentarse a la noche que les esperaba.

A sus lados, como si fueran sus tenientes, se situabanOjolocoMoody y Remus, ambos serios y tensos, especialmente el viejo auror. Esa misión de rescate le estaba haciendo cuestionarse la racionalidad de Dumbledore.

— Repíteme otra vez porque vamos a arriesgar nuestras vidas para rescatar a un mortífago —exigió con su voz gruesa.

— Severus no es un mortífago, Alastor.

— Está marcado.

— Su trabajo hasta ahora ha sido proteger a Harry. Y estos meses se ha hecho cargo de una misión vital para poder derrotar a Tom. Gracias a él estamos muy cerca de poder derrotarlo.

— Eso no aclara qué hacen ellos aquí —intervino Molly, con voz dura.

Y señaló con la barbilla a los jóvenes en el extremo de la mesa. Ciertamente nadie en la mesa entendía la presencia de los tres alumnos que habían llegado con Dumbledore a la reunión.

— Ellos tienen su propia misión.

— ¿No somos suficientes ya? Adultos que sabemos lo que hacemos.

— Nos hemos enfrentado a mortífagos, mamá —intervino Ron—. Varias veces.

— Guarda silencio, Ronald, los adultos están hablando —exigió su madre.

Remus levantó las manos reclamando paz.

— Molly… Ron tiene razón, llevan bastante a sus espaldas. Albus, ¿sabes algo de Harry?

El anciano no respondió, sólo carraspeó y miró hacia Kingsley, que estaba sentado junto a Arthur y Molly.

— Nuestros informantes confirman que a Snape lo tienen en la mansión Malfoy. Y que hace días que está siendo torturado para que desvele el paradero de Black y Potter.

— En ese caso el plan sigue adelante.

— ¿Quieres que avise a los aurores?

— No. Aún.


Uno a uno, los miembros de la orden del fénix se fueron apareciendo a unos quinientos metros de la mansión Malfoy, en una vuelta del camino en lo alto de un pequeño cerro desde la que se podía ver la casa y el terreno circundante.

— Esto no va a ser discreto, somos muchos, Albus.

— Eso es parte del plan, Alastor. Nos conviene que se cree un poco de confusión para que nuestros invitados pasen desapercibidos.

— ¿Invitados?

Albus señaló con la barbilla el camino ante ellos. El veterano auror miró hacia allí, perplejo; ya comenzaba a pensar que su viejo amigo estaba perdiendo la cabeza cuando cuatro figuras encapuchadas y vestidas de negro aparecieron de repente en el medio del camino. Silenciosos, los quince miembros de la orden reaccionaron como uno solo y les apuntaron con sus varitas. Salvo Dumbledore, que simplemente hizo un gesto con la mano, descartando las precauciones, y se acercó a ellos.

Aún así, las varitas siguieron en alto, sin dejar de apuntar, especialmente cuando uno de los recién aparecidos giró lo suficiente hacia ellos como para que la escasa luz de la luna menguante alumbrara un mechón de cabello muy rubio.

— ¿Qué demonios hace Malfoy aquí? —masculló Ron, apretando más fuerte la varita.

— Calma —susurró Neville a su lado.

Vieron a Dumbledore hablando con el encapuchado de menor estatura. Y Hermione contuvo a duras penas un grito cuando otra de las figuras se movió hasta alinearse hombro con hombro con Malfoy y vieron con claridad el brillo del metal de sus gafas. También fue Neville el que le sujetó del brazo cuando ella fue a dar un paso adelante.

— Centraos, nuestro objetivo es la serpiente —exigió Neville en un murmullo, aunque sin perder de vista a las cinco figuras que hablaban quedamente cien metros más adelante.

Ron y Hermione se echaron mano el bolsillo, donde cada uno guardaba un colmillo de basilisco que Dumbledore les había entregado.

Había rumores, rumores de que a Harry lo había secuestrado un mortífago, de que Snape también estaba en el ajo, de que lo habían visto con Malfoy antes de desaparecer. En Hogwarts todo el mundo especulaba y más de uno se había acercado a preguntar a sus mejores lo cierto era que no lo habían visto desde que lo sacaron de la Torre de astronomía y lo dejaron a solas en su habitación para ir a la enfermería a ver a Bill y a los demás heridos. Sabían que estaba bien porque Remus se lo había dicho y se había ofrecido a hacerle llegar una carta por su cumpleaños, pero eso era todo.

Ni los Weasley ni el resto de la Orden sabían nada acerca de Harry y su misterioso secuestrador. Tampoco él había respondido a sus cartas. Y ahora aparecía allí, con Malfoy.

— Esto no es solo una operación de rescate —dedujo Ron mientras comenzaban a caminar silenciosamente hacia las verjas, manteniendo la distancia con el misterioso grupo.

— Yo tampoco lo creo. Si Harry está aquí, es porque Dumbledore va finalmente a enfrentarlo a Quien ya sabéis —respondió Neville.

Los tres seguían con la vista la espalda que parecía más ancha, que se movía muy cerca de la otra más alta y esbelta.

— ¿Y quienes son los otros dos?

Hermione estrechó los ojos, tratando de distinguir mejor en la escasa penumbra. Los cuatro seguían encapuchados y de espaldas poco se podía saber. Estaba convencida de que la persona que caminaba al otro lado de Malfoy era una mujer, por la forma de andar y la silueta. Pero del cuarto individuo no tenía idea.


En un principio, el plan era sencillo: encontrar a Severus y sacarlo de allí, la Orden se ocuparía de los mortífagos mientras. Pero claro, para eso había que confiar en Dumbledore, algo que realmente a esas alturas ninguno de los cuatro Black hacía.

Tal y como habían planeado, Draco abrió las verjas para que todos pudieran entrar. Seguramente las protecciones estarían avisando a Lucius de la presencia de personas que no eran de su sangre, pero en ese horario lo más probable era que estuviera durmiendo y que asumiera que eran mortífagos que volvían de alguna misión, porque solo podían entrar por la verja, no estaban autorizados a aparecerse dentro.

Fue entonces cuando Harry se dio cuenta de la primera omisión en las palabras de Dumbledore: distinguió perfectamente a sus amigos entre los miembros de la orden.

— ¿Qué demonios hacen ellos aquí?

— ¿Qué? —susurró Draco a su lado.

— Hermione, Ron y Neville. Están aquí. Dumbledore no dijo nada. Ellos deberían estar en Hogwarts.

Ambos sabían que realmente en ese frase subyacía un "A salvo en la escuela, lejos de la que se va a liar aquí".

— ¿Qué pretende?

— Vaya usted a saber —gruñó Draco—. Nosotros tenemos que concentrarnos en lo nuestro.

— Sí, sí, pero…

— No es momento de saludos y explicaciones, Potter.

— No me he despedido de ellos —comentó Harry en voz baja.

La mano de Draco salió disparada de debajo de su capa para agarrarle con fuerza por el bíceps.

— No hagas eso —vocalizó despacio, con voz dura —. Nada de despedidas.

Harry no respondió, solo respiró profundamente y miró de refilón a su padre, situado a la izquierda. El perfil de su rostro, tenuemente iluminado por la poca luna que había en lo alto, era diferente a cualquier expresión que le hubiera visto hasta ese momento. Era duro, pero neutro, una máscara que podía identificar con la de Draco cuando escondía sus emociones.

Se frotó las manos sudorosas en los laterales del pantalón oscuro que vestía. Estaba claro que la sangre no era suficiente para conseguir esa calma y frialdad que los otros tres Black mostraban, era una cuestión de entrenamiento.

— Es una técnica de presión —susurró Regulus.

Ni siquiera era consciente de que su padre podía oírle.

— Por si rescatar a Severus no era suficiente motivación para hacernos salir, trae a tus amigos. Espera que te sacrifiques por todos, no lo olvides.

Dumbledore no lo sabía, no tenía idea de que Harry ya no era un horrocrux, realmente ya no lo necesitaba para vencer. Aunque su prioridad era llevarse a Severus, no eran estúpidos, sabían que para el anciano director, se trataba del último enfrentamiento a Voldemort. Y para Harry de la fecha que habían estado esperando.


Conforme se acercaban a la casa, Draco comenzó a sentir como se le apretaba el estómago. Tenía la fuerte sensación de que iban a meterse de cabeza en una trampa, atrapados entre dos ejércitos. Aunque no lo manifestara en voz alta, él estaba bastante seguro de que la presencia de los Gryffindor allí era también en parte para separarlos a ellos dos. Prefería no plantearse a quien elegiría Harry en la batalla.

— Directos a las mazmorras —le recordó su madre cuando ya subían los escalones de la entrada.

No necesitaba un recordatorio. Si por él fuera, entrarían, cogerían a Severus y se marcharían los cinco, y que Dumbledore lidiara con Voldemort. Seguía repitiendo mentalmente la lista de lugares donde podrían perderse sin que nadie les encontrara.

Hacía dos días que Regulus había ido a reunirse con Dumbledore. A pesar de que Harry había insistido en ir, su padre no había cedido ni un milímetro: no confiaba en que Dumbledore no intentara retenerlo. De hecho, había hecho prometer a Draco y a Narcissa que si él no volvía de la entrevista no irían a buscarlo ni permitirían a Harry hacerlo.

Había vuelto con el ceño muy fruncido y se había encerrado en la biblioteca. En otro momento, a Draco le habría hecho gracia, porque padre e hijo hacían exactamente el mismo gesto al enfadarse, había pasado casi media vida observándolo en Potter. Pero en ese momento lo que le ocasionó fue inquietud y había buscado el momento para hablar a solas con él.

— Dumbledore apenas se tiene en pie, Draco. Por mucho que me gustaría que Harry no estuviera en medio de esta mierda, me temo que cuando caiga no va a haber rival para Él y vosotros dos unidos vais a ser la última opción —le había dicho, todavía con las cejas oscuras bajas— Porque además no va a dejar de perseguir a Harry.

El silencio al entrar en el vestíbulo le puso los pelos de punta, era antinatural. Miró a su madre mientras se desviaban hacia las mazmorras antes de que los miembros de la Orden entraran en la casa y vio que tenía los labios apretados en una línea de contrariedad. Ella también se había percatado de que algo pasaba.

Al poner un pie en las escaleras, toda su atención se desvió a la trabajosa respiración que resonaba en las piedras. El apretón en el estómago se dio dos vueltas más a entender que ese sonido áspero y jadeante era su padrino.

— Abre la puerta, Draco —le urgió su madre.

Se acercó y puso la mano sobre los barrotes sin dudar, tratando de ver entre ellos gracias alLumosque Regulus acababa de convocar. La imagen alteró su propia respiración.

Tirado sobre el suelo de piedra, desmadejado como un muñeco al que hubieran tirado desde una torre, Severus tiritaba, sonrojado por la fiebre, mientras trataba de respirar.

— Tiene al menos dos costillas rotas —murmuró Narcissa tras repasarlo con varios hechizos.

— Y está ardiendo. Quizá una pulmonía. Hay que cambiar de plan.

Los dos adultos intercambiaron una mirada preocupada.

— ¿Qué? ¿Por qué? —cuestionó Draco.

— Necesita ir a San Mungo.

El acuerdo con Dumbledore era que mandaban a Snape a Hogwarts con Kreacher. Pero realmente necesitaba más ayuda de la que Poppy sola podía darle. Lo que implicaba que alguno de ellos debía acompañarlo.

— Id con él.

Los tres miraron a Harry, que se había quedado más atrás y contemplaba a su antiguo profesor con el horror pintado en la cara.

— No vamos a dejarte solo, Harry.

Justo cuando Regulus abría la boca también para protestar, se escuchó un ruido fuerte sobre sus cabezas, seguido por gritos.

— Llévalo tú, Regulus —indicó Narcissa poniéndose de pie, varita en mano—. Yo me quedo con ellos. Conozco la casa, seré más útil aquí.

Regulus miró a Harry.

— Volveré en cuanto pueda.

— Ocúpate de él. Estaré bien.

Su padre asintió finalmente. Se enderezó, lo abrazó con fuerza, murmurando algo en su oído que Narcissa y Draco no alcanzaron a oír que hizo que Harry se apretara un momento mucho a él. Al separarse, el chico se pasó el dorso de la mano bajo la nariz y simplemente echo a andar hacia la puerta, haciendo que madre e hijo le siguieran. A sus espaldas escucharon como Regulus llamaba a Kreacher y el sonido de los tres al desaparecer antes de salir de la mazmorra.

— Ponte la capa.

— Draco, no es necesario.

— Ponte la maldita capa, Potter, ahí fuera no valenespelliarmusniprotegos, esa gente tira a matar.

Durante un segundo, Draco pensó que Harry iba a volver a protestar, pero finalmente, aunque con gesto contrariado, la sacó del bolsillo interior de la capa de invierno que llevaba. Con un rápido gesto, se deshizo de la negra y, con la facilidad de la práctica, se echó la invisible por encima.

— Y ahora no te separes de nosotros.

Fuera la casa era un griterío y un intercambio de hechizos que impactaban en los muebles, aumentando el ruido y llenando el aire de fragmentos de tela y pegados a las paredes, tratando de pasar desapercibidos. Draco solo podía confiar en que Harry lo seguía, en medio de todo el caos era imposible tratar de escucharse.

Después, cuando todo aquello hubiera pasado, Harry se burlaría profundamente de él por lo que ocurrió al pasar por uno de los salones pequeños: se quedó congelado. ¿El motivo? Una explosión iluminó la cara de uno de los mortífagos y descubrió en el mismo instante que se trataba de uno de sus mejores amigos, y que con quien se batía en duelo era con Granger.

Esa distracción, que le hizo detenerse un momento, fue suficiente para que todo se complicara de golpe. El grito de la loca, abalanzándose sobre su madre, le hizo dar un respingo y empuñar la varita, pero antes de poder dar dos pasos hacia ellas sintió otra varita contra su cuello.

— Mira qué rata ha traído el gato —comentó una voz desagradable en su oído.


Bajo la capa, Harry se vio en la situación de tener que elegir entre ayudar a Hermione, a Draco o a Narcissa. Cogió aire, una mano agarrando el anillo colgado de su cuello sobre la ropa, la otra en el bolsillo, en el que su padre se había asegurado de meterle la piedra de la resurrección.

— Con Draco, Harry —escuchó de nuevo el susurro de Lily en el oído.

Parpadeó, sorprendido, porque en que sus dedos rozaron la piedra pudo ver a su alrededor las siluetas traslúcidas de sus padres y Sirius. A Sirius acercándose a Bellatrix y a James a Neville, que luchaba también en una esquina del salón contra Pettigrew.

— Yo te acompaño, vamos —insistió su madre.

Siguió a la pareja, el hombre contrahecho que reconoció como Rodolphus Lestrange que resaltaba muchísimo al Iado del alto y rubio Draco, que ni bajo tensión perdía la elegancia en su caminar.

Bendiciendo la insistencia de Draco en que memorizara el plano de la casa, consiguió seguirlos evitando gente. A sus espaldas, Hermione desarmaba a Nott y lo aturdía, y al levantar la mirada del joven que caía, reconoció el revoloteo de la capa invisible y los pies bajo ella.

Cruzaron la casa, evitando distintas confrontaciones que Harry trataba de no mirar, como intentaba no fijarse en las víctimas en el suelo. No le cabía duda de que Lestrange llevaba a Draco como un trofeo a su señor, y enseguida entendió que Draco se lo estaba permitiendo, confiando en que él le seguiría. En el fondo casi era un favor que el lamentable mortífago les estuviera abriendo camino a través de la batalla.

Efectivamente, se abrieron paso hasta el salón posterior, el que Draco había descrito como el salón de baile. Allí, al fondo ante los ventanales que daban al jardín, Dumbledore se batía directamente con Voldemort. Rodolphus sorteó a Lucius y a su propio hermano, Rabastan, que peleaban respectivamente con Kingsley y Arthur Weasley. Ya se colaba el aire frío por varios agujeros en las paredes, porque la habitación estaba en una esquina de la casa y dos de las paredes eran ventanas de cristales de suelo a techo.

Al contrario que en otras habitaciones, en aquella se guardaba un silencio propio de una sala de duelos con varita. No había gritos, los litigantes ni siquiera usaban hechizos verbales, todo era magia, choques violentos de magia, toda igual de oscura porque los seis tiraban a matar.

En cuanto estuvo cerca de Dumbledore, a Harry le quedó claro que el anciano director estaba tirando de sus últimas fuerzas. Parecía que en cada hechizo que lanzaba, la mancha oscura de la maldición crecía y crecía, ennegreciendo su piel y debilitando la mano que sujetaba la varita.

Tampoco el aspecto de Voldemort era alentador. Su piel era gris y sus movimientos eran más lentos de lo que Harry recordaba. Tal y como habían especulado, la pérdida de los horrocruxes estaba afectando a su cuerpo y posiblemente a su energía mágica. ¿Lo habría sentido? de alguna manera tenía que doler que fueran destruídas parte de uno mismo.

Solo la serpiente impedía que pudieran derrotarlo. Buscó con la mirada, seguro de que Voldemort la mantendría cerca de él. Pero no la vio por ninguna parte y casi pierde de vista a Draco, por cuestión de segundos llegó a ver a Rodolphus saliendo por una puerta en el otro extremo de la pared en la que él mismo se apoyaba. Y si no iba a llevarlo ante Voldemort ni ante Lucius, ¿qué demonios pensaba hacer?

— Ve, Harry —sintió el susurro de su madre de nuevo.


Neville no estaba seguro de haber podido derrotar a Pettigrew solo. Lo que en la vida habría esperado era que la ayuda llegara de un espectro.

El mortífago peleaba como la rata que decían que era, tramposamente. Ya había estado dos veces a punto de golpearle con un hechizo que arrancó varios trozos de la pared tras él.

— No ve bien por el ojo derecho —le susurró una voz al oído de repente—, debería llevar gafas, pero cuando éramos jóvenes se dio cuenta de que no le favorecían.

No se giró, simplemente actuó. Lo aturdió con un golpe seguro de varita que hizo que el mortífago cayera hacia atrás y pateara como una cucaracha.

— Átale. Y por Merlín quítale la varita o se convertirá en rata de nuevo.

Obedeció y, tras asegurarse de que Pettigrew estaba inconsciente, se dio la vuelta para agradecer la ayuda. Y lo que se encontró le hizo frotarse los ojos.

— Desde luego te pareces a tu madre muchísimo. Ella también manejaba la varita con la izquierda, ¿lo sabías?

— Eres… ¿un fantasma?

— Un espíritu más bien. Pero no tenemos tiempo para matices, Neville. Hay una serpiente que matar, estoy aquí para ayudarte. Vamos.

Con las cejas muy altas, Neville miró a su alrededor. Hermione estaba ayudando a Ron a deshacerse del mortífago que le hostigaba.

— ¿Eres el padre de Harry? —insistió.

— Lo soy.

— ¿Y esto no es una alucinación?

— Esto es Samhain, Neville, la noche en la que el velo es más delgado. Y el aniversario de mi muerte, así que también es el día de la venganza.

— ¿Te has golpeado la cabeza, Nev? —le preguntó roncamente Ron al acercarse los dos a él.

— ¿Qué? No, no

— Me ha parecido que hablabas solo.

Neville miró de refilón al espíritu de James, que negó con la cabeza y una media sonrisa. Le quedó la curiosidad de entender porqué sí podía verlo y ellos no. Más que nada por estar seguro de que no estaba perdiendo la cabeza. Pero no era momento, la pelea a su alrededor recrudecía.

— Vamos a por la serpiente.

— Por aquí —indicó Hermione, echando a andar muy segura.

— ¿Cómo lo sabes?

— Harry ha entrado aquí.

— Realmente está chica es lista. Escúchame —le susurró James a Neville mientras caminaban pegados a las paredes—. A Dumbledore le quedan muy pocas fuerzas. En el momento en que caiga, Voldemort estará distraído y la serpiente aparecerá a su alrededor. Ahora mismo la mantiene invisible, pero le están menguando las fuerzas.

— De acuerdo.

Al entrar al salón, el aire frío era patente, la mayoría de los cristales de la habitación habían saltado. En cuclillas en una esquina, Arthur Weasley parecía respirar hondo, como si se estuviera recuperando de una gran esfuerzo. Su hijo lo miró, pero no se acercó, apretó los labios y miró al frente.

En el otro extremo del gran salón de baile, Remus acorralaba Lucius, mientras que el director apenas se tenía en pie. La pelea entre Dumbledore y Voldemort era desigual. Ambos parecían cansados, pero sus hechizos seguían siendo formidables.

— Si Dumbledore cae —les susurró Neville a sus dos amigos—, Él se relajará. Atentos entonces a si aparece la serpiente.

Ambos compañeros lo miraron con admiración por su claridad de ideas, lo que hizo que el espíritu moviera la cabeza divertido.

— Una vez fuera la serpiente, Harry aparecerá para enfrentarse a él. No os metáis, solo cuidad sus espaldas.

Neville asintió levemente.

— Usa la espada, para la serpiente —prosiguió James en su oído—. Los colmillos os obligarían a acercaros demasiado.

— ¿Espada?

Al decir la palabra, como si la hubiera convocado, sintió en el bolsillo de la túnica un peso nuevo.

— Por todas las veces en que has dudado de tu lugar en Gryffindor. La espada solo se aparece a los que realmente lo ameritan. Eres un digno hijo de Frank y Alice, Neville.

Sintió el calor de las palabras de James Potter y metió la mano en el bolsillo para tantear, efectivamente, el pomo de una espada.

Como si haberla tocado hubiera precipitado algo, un hechizo de Voldemort lanzó a Dumbledore contra la pared, haciendo su varita rodar de su mano. Los tres jóvenes sintieron un escalofrío al darse cuenta de que los ojos azules estaban fijos en ellos mientras se apagaban. Albus Dumbledore acababa de morir.


Narcissa trató de escapar de Bellatrix. No quería realmente enfrentarse a ella, en primer lugar porque loca o no, era su hermana. En segundo porque la temía como al demonio. Pero el problema era que Bella le gustaba jugar con la comida, y eso incluía poner de los nervios a sus víctimas antes de rematarlas.

— Ay hermanita, te veo preocupada —se burló con su desagradable voz de niña pequeña— ¿es por tu niñito? Deberías —Le tiró un hechizo que impactó justo sobre su hombro, levantando una nube de polvo— Rodolphus tiene un especial interés por los rubios remilgados. ¿No lo sabes? Pregúntale a tu maridito quien le ha calentado la cama mientras tú andabas de mamaíta por ahí.

— Eres repugnante.

— Oh, la señorita melindres. No entiendes de diversión, hermana. Y tu niño… ¿gritará como su papá? ¿O morirá silenciosamente como el engendro de nuestra hermana?

— ¿Qué has hecho? —cuestionó Narcissa espantada.

— Limpieza en nuestra sangre. Y no he terminado. No hay perdón para los traidores, Cissy.

Fue a contestar, abrió la boca para responder a su provocación, pero algo tras Bellatrix llamó su atención: el espíritu de Sirius haciéndole señas. Por gestos, su primo le estaba diciendo que cuando le avisara, se agachara.

No cuestionó, solo sujetó con más firmeza su varita y apretó los dientes. Entonces Sirius se pegó a la espalda de Bellatrix, que estaba alzando la varita de nuevo hacia ella, y le hizo un gesto con la cabeza. Lo siguiente ocurrió muy rápido: el espíritu atravesó literalmente a Bella con el brazo, de espalda a pecho, Narcissa pudo ver perfectamente el puño translúcido de su primo. De la sorpresa, ella disparó el hechizo que preparaba y luego se giró a mirar a su espalda.

Narcissa supuso que habría sido como sentir una barra de hielo atravesarle el pecho, y escuchó perfectamente la exclamación de sorpresa de su hermana al encontrarse cara a cara con el hombre al que había asesinado. Entonces Sirius volvió a mirar a su prima menor y ella entendió. Y disparó un hechizo que hizo a Bellatrix caer al suelo con un suspiro.

— Necesito encontrar a Draco —le dijo a Sirius, dirigiéndose a la puerta, pasando con pretendida indiferencia sobre el cuerpo de su hermana.

— Vamos. Está en el gabinete junto al salón de baile. Pero es mejor no cruzar por allí ahora.

Ella asintió y antes del salón giró a la izquierda por un estrecho pasillo de servicio. El gabinete se usaba en tiempos como antesala para el servicio cuando había grandes reuniones sociales, tenía puerta por los dos lados.

Llegados a la puerta de servicio, se detuvieron y la abrieron una única rendija. Dentro, Rodolphus acorralaba a Draco contra la pared con el cuerpo. Ya tenía Narcissa un hechizo muy doloroso en la punta de la lengua cuando de repente, sin venir a cuento, el mortífago se desplomó como si fuera un saco de piedras.

— Ya tardabas, Potter —comentó Draco, colocándose bien la ropa.

Sirius ahogó una risa cuando vieron emerger a su ahijado bajo la capa invisible.

— Tú podrías haberlo desarmado hace rato —le respondió en el mismo tono gruñón Harry, clavándole el índice en el pecho.

— Nos ha acercado hasta aquí, ahora solo debemos esperar —respondió Draco con calma, pero ambos adultos vieron como cogía su mano y la apretaba fuerte.

El acuerdo de Regulus con Dumbledore era que se aseguraría de que alguien se deshiciera de la serpiente antes de que Harry y Draco intervinieran.

— Tu chico es listo —le dijo Sirius—, Dumbledore y el engendro están luchando apenas a cinco metros de la otra puerta.

— Ya sé que lo es —murmuró, orgullosa, tirando de la puerta para entrar y abrazar a su hijo igualmente.

Apenas lo había soltado cuando afuera hubo de repente un grito agudo, animal, que les recordó a Harry el día anterior. Rápidos, se asomaron a la puerta justo a tiempo para ver a Voldemort caer contra la pared agarrándose el pecho y a Neville bajando una espada ensangrentada, con los dos trozos de la serpiente a sus pies aún moviéndose.

— Ese chico tiene las pelotas de sus padres —comentó Sirius.

Draco no dijo nada, solo le dio un codazo a Harry para que mirara al suelo. Apenas a tres metros, estaba el cuerpo de Dumbledore inmóvil y la varita de sauco había rodado de su mano hacia la puerta de la antesala, como si acudiera a la mano de Draco.

— Invócala —le susurró Harry.

No tuvo que hacer mucho esfuerzo. Y en cuanto la tuvo entre sus dedos, tuvo la certeza de que todo iría bien.