Capítulo 12: Veneno vital

La emoción de la joven se escondía detrás de los arbustos del patio, mientras observaba con atención al dueño de sus pensamientos.

Erii, una adolescente de quince años, llevaba meses enamorada de Hyoga, un joven de su misma edad, pero de otro salón. A pesar de que el chico conocía de su existencia por la amistad de su madre con la de ella, solo se limitaba a saludarla cuando se la encontraba, nada más que eso, lo que causó que la timidez de la chica aumente, al mismo tiempo que su deseo por tener un acercamiento con él. No se atrevía a hablarle, pero sí anhelaba confesarle lo que provocaba en ella para calmar su ansioso corazón.

Mientras el chico jugaba futbol en la cancha con sus amigos, y sin que nadie la viera, aprovechó en esconderle una carta de amor en su mochila. Por un instante se sintió cursi y estúpida con semejante acto, pero cuando decidió dar marcha atrás, el joven comenzó a acercarse, por lo que volvió a su escondite. Desde ahí vio cómo su secreto amor leía la carta con encantamiento, mientras sus mejillas se sonrojaban. Poco después, guardó la nota en su maleta para regresar con sus amistades. Erii le pidió que le responda dejando una nota en la fuente de la escuela, y a pesar de que estaba segura de que eso no ocurriría, el chico le contestó.

Por varias semanas estuvieron intercambiando cartas, sin que Hyoga sepa quién estaba detrás de ellas; incluso, en una de esas, el chico le había regalado un llavero en forma de rosa roja, pues aunque no conocía físicamente a su admiradora, comenzaba a ilusionarse y emocionarse con cada una de sus palabras, las que le costaba creer reales. Erii se iba enamorando cada día más, hasta que un día el joven comenzó a pedirle que le revele su identidad, cosa que ella dudó por miedo al desprecio.

- Mañana… Mañana me presentaré él. – dijo nerviosa. – Ojalá que no me rechace por haberle mentido.

Sin embargo, cuando llegó el esperado día, se enteró de que Hyoga había sido retirado de la escuela, motivo que conoció por su madre más tarde.

Erii sintió la tristeza resbalar por sus mejillas por el tiempo perdido, ante ese corazón que no pudo confesar su juvenil sentir…

*.*.*.*.*

Los ojos de Erii se habían perdido en la mirada del joven que tenía frente a ella, mientras el recuerdo de su secreto adolescente entibiaba su corazón. Por muchos años, sobre todo durante su preparación con Aioros, pensó que lo había olvidado, pero con su lectura de las estrellas, el descubrimiento del cosmos y la tenue aura helada que se sentía dentro del chico, ya no tenía dudas. El caballero del Cisne había aparecido.

- Hyoga... – respondió Erii, centrándose en la conversación. – Sí, soy yo. ¿Me recuerdas?

- Claro que te recuerdo. – dijo el joven, nervioso. – Eres la hija de la señora Dana, la amiga de mi madre. Estudiamos juntos y…

El joven se quedó mudo, sin saber qué decir, pues no comprendía por qué se sentía tan nervioso… o quizás sí. El volver a ver a Erii le despertó una nostalgia que no podía describir, y hasta recordar un hecho aislado de su vida.

- Hyoga, te presento a Shaina. – dijo el joven señalando a su amiga.

- Es un gusto, Shaina. – dijo Hyoga, extrañándose por la máscara, pero tomando la mano de la dama. – Encantado de…

El joven sintió un extraño corrientazo en el cuerpo al tomar la mano de Shaina, mientras su mente se perturbaba con sensaciones extrañas, pero que por alguna desconocida razón se le hacían familiares.

- ¿Lo sentiste, Hyoga? – preguntó Shaina, seria. – El cosmos latiendo en tu interior.

- ¡Shaina! – exclamó Erii, sorprendida. No esperó que la guerrera haría algo así.

- Ya me conoces, no voy a ir con rodeos. – dijo la dama. – Hyoga, respóndeme… ¿Sentiste algo en tu interior?

- ¿Cómo sabes que sentí algo? – preguntó el joven, asustado.

- Sé que lo sientes desde niño. Además…

Shaina levantó su mano para enseñarla, causando que tanto Hyoga como Erii se impacten. La palma y los dedos estaban cubiertos por un ligero granizo.

- No… otra vez. – murmuró Hyoga, cosa que Shaina logró escuchar. – Yo… lo siento, es que…

- Esto te pasa desde pequeño, ¿no es así?

- ¿Cómo lo sabes? – preguntó sorprendido.

- Porque tú y yo somos parecidos. – dijo Shaina. – Soy Shaina de Ofiuco, caballero de Athena.

- Caballero de Athena…

Hyoga, con expresión consternada, se sentó junto a Erii para asimilar lo que le había pasado, recordando varias situaciones de su vida que mantenía en secreto y que solo su madre conocía.

- Esa energía extraña que sientes en tu interior se llama cosmos, y si tú lo deseas, Erii y yo podemos explicártelo con calma.

El joven miró a la sacerdotisa, quien estaba preocupada por su reacción, temiendo que Shaina lo altere por contarle las cosas sin anestesia. Sin embargo, a pesar de la sorpresa, Hyoga tenía bajo control sus emociones.

- No entiendo lo que pasa, pero si ustedes son las que van a quitarme todas las dudas que he tenido desde siempre, lo acepto. – dijo el joven, enfocando su mirada en la sacerdotisa. – Sobre todo si Erii está de por medio.

- Es un buen signo que elijas confiar, Hyoga. – dijo Shaina. – Eso afirma más quien eres en realidad.

- Quién soy en realidad... – repitió Hyoga, obnubilado. – No hablemos aquí, hay demasiada gente. Vamos a mi casa.

- ¿A tu casa? – preguntó Erii, nerviosa.

- Sí, es mejor aprovechar que mi mamá está en un compromiso y no regresará hasta más tarde.

- Me parece buena idea. – dijo Shaina. – Vamos.

Los jóvenes salieron del bar para dirigirse a la casa de Hyoga. El chico se sentía ansioso por conocer la verdad sobre tantas cosas extrañas que se habían presentado en su vida desde hace años.

- Por fin, Dios mío… por fin sabré quién soy.


A pesar de que la madre de Erii había ido a la casa de su amiga Natassia muchas veces, ella nunca tuvo la oportunidad. Le parecía tan irónico que siendo compañera de escuela de su hijo, nunca hubieran coincidido, a pesar de que en la adolescencia eso era muy común. Lo que ella no sabía es que había motivos detrás de todo eso, cosas de Hyoga que ni se imaginaba.

- Este es mi despacho. – dijo el chico, señalando los asientos. – Tomen asiento, por favor.

Hyoga se quitó su abrigo y lo dejó en el perchero. En ese momento, Erii notó el colgante de cruz en su cuello, el que recordó verlo en su adolescencia.

- Esa cruz…

- ¿Esta? La tengo desde los diez años, mi papá me la dio antes de morir. – recordó al joven, apenado. – Sabes que mi madre me crio bajo creencias cristianas, pero mi papá me dijo que esta representa a la Cruz del Sur, la constelación del Cygnus.

- La del Cisne… – repitió Shaina. – La constelación que te corresponde.

- Ya basta de misterios. – dijo Hyoga, serio. – A Erii la conozco del colegio, pero aún me sigo preguntando cómo llegamos hasta aquí. No entiendo por qué todo este tema me da curiosidad y se me hace familiar.

- Escúchanos atentamente a Erii y a mí. – pidió Shaina, comenzando a encender su cosmos. – Tú y yo somos iguales, y ahora te lo voy a revelar.

- Hyoga, naciste bajo la estrella bendecida por Athena, la diosa de la guerra y sabiduría. – dijo Erii.

La habitación se fue llenando de la calidez del cosmos de las chicas a medida que le contaban todo a Hyoga, quien, a pesar de sentirse impactado e incrédulo, escuchó cada palabra en silencio. Su mente comenzó a llenarse de imágenes que nunca había vivido, pero que sentía como suyas; sin embargo, se sorprendió más al oír el nombre humano de la diosa.

- Sé que es difícil de creer, pero esa es la verdad. – dijo Erii, preocupada por el rostro de consternación de Hyoga. – Tú eres la reencarnación del caballero del Cisne, y es por eso que posees ese cosmos tan especial.

- No quiero creerles, me parece absurdo. – dijo el joven, impactado. – Pero por algo quiero hacerlo, sobre todo por varias situaciones que han pasado en mi vida.

- ¿Situaciones? – preguntó Shaina, curiosa.

- Al poco tiempo que murió mi padre, enfermé. – empezó a relatar el joven. – Mi cuerpo comenzó a bajar su temperatura corporal al grado que clínicamente parecía muerto, pero aun así no lo estaba, lo que para los médicos fue un caso extraño. Mientras estuve inconsciente, tuve un sueño que de vez en cuando me invade hasta hoy. Me veo con varios amigos a los que siento tan íntimos como hermanos, con los que luché incansablemente en alguna etapa de mi vida. Y esa diosa está presente… Saori.

- Ella es la reencarnación de la diosa Athena. – afirmó Erii.

- Nace calidez en mi corazón al pensar en ella. – dijo el joven, impactado. – Siento que, con solo imaginarla, el mal se desvanece del mundo.

- Creo que eso es suficiente para que nos creas, Hyoga. – dijo Erii, con lágrimas en los ojos. – Yo entiendo esa calidez que sientes, pues eso provoca Athena en el corazón de quienes creen en ella.

- Por eso elijo creer. – expresó el joven, apretando su cruz. – Ahora que las he escuchado, necesito aferrarme a esta revelación para entender mi destino; esa es una razón por la que crecí lleno de timidez.

- ¿Timidez? – preguntó Erii, sorprendida. – ¿Tú?

- Así es, Erii. – afirmó el joven. – Siempre fui así, a pesar de que los demás pensaran lo contrario. Es por eso que no me atreví a…

Las mejillas del joven se sonrojaron, por lo que de inmediato se dio la vuelta para ocultar su rostro. Iba a confesar algo que no se atrevía, un secreto de su adolescencia que creía dormido y volvió a despertar.

- Ahora comprendo por qué Shaina usa una máscara. – dijo el joven, mirando a la caballero.

- Athena ya abolió esa ley, pero todavía prefiero portarla. – dijo la dama, seria. – Lo que importa ahora es protegerte, pues los espectros de Hades están detrás de los caballeros que aún no despiertan. No podemos dejar que nada te pase a ti o a los que estamos buscando.

- ¿Hay otros? – preguntó Hyoga.

- Así es, ellos corresponden a las constelaciones de Acuario y Escorpio. – respondió Erii. – Se encuentran en Mouthe, en Francia.

- ¿¡Dijiste Mouthe!? – preguntó Hyoga, alarmado. – Yo tengo planeado ir para allá.

- ¿En serio? – preguntó Shaina.

- En el giro de mi negocio han llegado rumores de un hombre francés que trabaja produciendo el hielo más puro del mundo, tanto que nadie entiende cómo lo hace, por lo que llamó mi atención. – dijo Hyoga. – Incluso a veces pienso que él y yo somos iguales.

- ¿Sabes cuál es su nombre? – preguntó Erii.

- No… solo sé que lo laman el "Mago de Agua y Hielo"

Shaina se sorprendió al escuchar ese nombre. Ahora sus corazonadas se iban haciendo cada vez más poderosas.

- Parece un hombre fuera de lo común. – expresó la caballero. – Tenemos que encontrarlo para salir de dudas.

- Mi viaje estaba programado para después de una semana, pero con todo esto ya no puedo esperar. – dijo Hyoga. – Mañana mismo organizaré un vuelo para los tres.

- Gracias, pero no es…

- Shaina, déjame hacerlo, por favor. – pidió el joven. – Soy yo el que está en deuda con ustedes.

- Gracias, Hyoga. – dijo la sacerdotisa, sonriendo.

El joven se perdió en la mirada de Erii, dejándose invadir una vez más por sensaciones que escondió por muchos años. Sin embargo, no era el momento de confesarlo o insinuarlo.

- Gracias por tu ayuda, Hyoga. – dijo Shaina. – En ese caso, nosotras nos retiramos.

- Las acompaño hasta su destino.

- No es…

- Por favor, quiero hacerlo. – dijo el joven. – No puedo permitir que dos mujeres caminen sola por la noche.

- Parece que te olvidas que tienes frente a ti a un caballero de plata. – expresó Shaina con recelo.

- Lo sé y lo respeto, pero aun así permítanme hacerlo, por favor.

Shaina ya se había resignado a aceptar el gesto, mientras que Erii no podía contener la emoción. Los jóvenes se disponían a salir del despacho, pero en ese momento fueron interrumpidos por la llegada de alguien.

- Buenas noches…

Al lugar llegó una mujer de unos cincuenta años, pero que para nada parecía de esa edad, sino mucho menor. Era hermosa, con una mirada pura y amorosa, de elegante presencia. Erii la reconoció de inmediato.

- Buenas noches, mamá. – saludó Hyoga. – Llegaste temprano.

- El evento terminó antes de lo pensado. – dijo la mujer, sonriente. – Veo que tienes visitas, hijo.

- Así es. – dijo Hyoga, señalando a las chicas. – Ella es Shaina…

- Buenas noches, señora. – saludó la Cobra, mirando el sorprendido rostro de la mujer al verla con máscara.

- Y ella es… – continuó Hyoga con la presentación.

- Yo conozco a esta joven...

Erii se acercó hasta la señora, quien la miró fijamente a los ojos, hasta que su mirada se llenó sorpresa.

- Tú eres la hija de Dana, de mi querida amiga. – dijo la mujer, sorprendida. – Erii.

- Buenas noches, señora Natassia. – dijo la joven, sorprendida. – Es un gusto volver a verla.

- Estás tan hermosa, has crecido mucho. – dijo la dama, sorprendida. – Por mi vida tan ocupada no he podido ver a tu mamá, así que me siento muy feliz de que estés aquí.

- El gusto es mío, señora Natassia.

- Dime solo "Natassia". – pidió la dama. – Los amigos de mi hijo son los míos también. Además, recuerdo que Hyoga siempre ha…

- ¡Mamá! – exclamó el joven, sonrojado. – Voy a acompañar a Erii y a Shaina hasta su casa, no tardo en regresar. Hay algo que tengo que contarte.

- Muy bien, hijo, yo iré a tomar un baño. – dijo la mujer, para después mirar a Erii. – Querida, saluda mucho a tu mamá de mi parte.

- Lo haré. Que descanse.

Los jóvenes salieron de la casa, mientras que Natassia, antes de subir las escaleras, colocó una mano en su corazón, como si un presentimiento la hubiera invadido.

- Los hijos son como los cisnes… deben volar hacia su destino.


Shaina fue la primera en entrar a la casa, pues, aunque no lo mencionó, comenzó a sentirse mal de nuevo; el frío la estaba afectando y sentía que la fiebre iba a regresar. Quería soportarlo por sí misma, pues ya habían perdido mucho tiempo en sus malestares. Hyoga y Erii se quedaron a solas para despedirse.

- Aún me parece mentira todo lo que me han contado… pero mi corazón me pide que crea, es algo extraño. – dijo el joven, confundido.

- Nada de lo que está ocurriendo es casualidad, y es por eso que el destino ha hecho que tú también estés interesado en conocer al misterioso Mago de Agua y Hielo. – dijo la joven, sorprendida. – Estoy segura de que él también es un caballero similar a ti.

Para sorpresa de la sacerdotisa, el joven tomó su mano en un acto impulsivo. Hyoga estaba mudo, pensando en qué decir, pero los nervios no le permitían.

- Agradezco a Dios el que seas parte de este camino de reconocimiento. – dijo Hyoga, nervioso. – Ahora podremos ser amigos, ya que en el colegio yo no…

El joven no pudo seguir hablando, por lo que prefirió dejar las cosas ahí. Erii se dio cuenta, pero su propia timidez no le permitió decir nada, al igual que en su adolescencia.

- Mañana las vendré a buscar para el viaje, estoy seguro de que me darán los pasajes. – dijo el joven, alejándose. – Buenas noches.

- Gracias, Hyoga. – dijo la chica, sonriente. – Que descanses.

Erii no entró a la casa hasta que vio al chico perderse en la niebla de la noche. Su corazón tambaleaba de emoción y dicha, mientras acariciaba la mano que le había sostenido.


Hyoga llegó a su casa, donde su madre lo estaba esperando para hablar con él.

- ¿Cómo te sientes ahora que volviste a ver a Erii? – preguntó Natassia.

- ¿Ah? Bueno… – expresó el joven, nervioso.

- Recuerdo que ella te gustaba, pero eras tan tímido que fuiste incapaz de acercártele, a pesar de ser la hija de mi buena amiga. Siempre diste ante los demás una imagen de extrovertido, cuando fuiste todo lo contrario.

- Es verdad que ella me gustó, pero eso cambió cuando…

- ¿Por las cartas? – preguntó Natassia, soltando una risa. – ¿Aún te acuerdas de la misteriosa chica que te envió las cartas anónimas? Pero si nunca conociste su identidad.

- Lo sé, pero por mucho tiempo pensé en ella, pues no necesitó mostrarse físicamente para que me guste. Su declaración, sus hermosas palabras, me ilusionaron como nunca. No era como las demás chicas de mi edad, en ese entonces. – dijo el joven. – Recuerdo que me sentí muy mal cuando me fui de la escuela sin conocer su identidad, pero con el tiempo lo superé. Ya no es más que un recuerdo de adolescencia.

- Quizás el destino quiere que te relaciones con Erii…

- Puede ser, pero no de la manera en la que te imaginas… – dijo el joven, dándose cuenta de que casi comete una indiscreción. – Ella y yo solo somos amigos. Además… Ella me va a llevar hasta alguien.

- ¿A quién?

- Shaina y Erii me van a presentar a un especialista en hielo que vive en Francia, mañana partimos de viaje. No solo me va a ayudar a mejorar al negocio, sino que… – el joven hizo una pausa, buscando las palabras correctas. – Quizás pueda orientarme con este tema del aura helada que me acompaña desde niño. Dicen que somos parecidos.

Natassia cerró los ojos, sabiendo que su corazón no se equivocaba con su presentimiento. Ella sabía que su hijo había nacido con un destino especial que desconocía, y el momento para desarrollarlo había llegado. De ninguna manera iba a cortarle las alas.

- Mi pequeño cisne…

- ¡Mamá! – reclamó Hyoga, sonrojado. – ¡Ya no soy un niño para que me llames así!

- ¡No me importa! – dijo la mujer, riéndose. – Para mí siempre será así. En la cultura griega, el cisne representa el poder, por eso supe desde que naciste que tú ya venías con un propósito especial. Yo apoyo el viaje que vas a emprender, pues es lo que necesitas para encontrarte a ti mismo.

- Mamá…

- Creciste demasiado rápido, Hyoga.

El joven sorprendió al ver que su madre derramó unas cuantas lágrimas, por lo que solo se acercó a abrazarla. Natassia no necesitaba conocer a detalle el destino de su hijo, iba a apoyarlo sin duda alguna.

- Dios bendiga tu viaje, hijo. – dijo la madre, conmovida. – Tómate el tiempo que necesites. Solo promete que vas a cuidarte.

- Te lo prometo, mamá. – dijo el joven, emocionado. – Gracias.

Hyoga también comenzó a llorar, aprovechando que su mamá no lo veía. Se sintió agradecido con Dios de tenerla en su vida, sobre todo por tantas pesadillas que tuvo de niño, donde la veía morir una y otra vez en el fondo del mar. El dolor, aunque fuera por un sueño, se sentía desgarradoramente real.


Mi cuerpo no es más que un cascarón inerte. No veo nada, tampoco puedo hablar, pero la escucha sigue presente dentro de mí, el único sentido que aún me queda.

¿Tan bajo tuve que llegar para cumplir mi objetivo? Me revestí con la armadura de deshonra para fingir traición, y aun así la actuación magistral que el Patriarca había planeado se convirtió en una maldita realidad. Lastimé a compañeros, casi hermanos, pero sobre todo participé en la muerte de uno de ellos. ¿Para qué? Para que al final mi objetivo, la diosa que amo y venero, tome la radical decisión de acabar con su vida, delante de mí, para liberarme de mi yugo. La sangre derramada, la que mis ciegos ojos no necesitan ver, no es suficiente para pagar mi pecado, para sostener esta corta vida que se está apagando con las pobres llamas del reloj.

El signo de Acuario, tan puro como el viento y el agua, está podrido con mis actos; justificados, pero denigrantes y blasfemos.

- ¿Por qué, Camus?

Hasta hace unos momentos, Milo, mi mejor amigo, hermano de mi alma, me estaba ahorcando con impotencia por haber presenciado la muerte de Athena, algo que nadie se esperaba; ni siquiera Shion, su Ilustrísima, quien nos dio la orden de llegar hasta ella para hablarle de su armadura, predijo semejante tragedia que ha destrozado el poco corazón que me quedaba.

- ¿Por qué no hablaste, maldito Camus? – preguntó mi amigo, derramando lágrimas. – ¿Por qué no me mostraste todo el dolor por el que estaban pasando tú y los demás?

Milo, tomado por el llanto, me suelta, por lo que cae de rodillas al suelo, sosteniéndose de mis hombros y con la cabeza agachada. No necesito verlo ni escucharlo, pues por medio de mi cosmos, lleno de dolor y vergüenza, puedo saber cómo se siente. Nunca conocimos a nuestras familias, por lo que desde niños hemos sido como hermanos, tan unidos que solo la muerte nos separó… Y ahora, lo ha hecho la traición y la mentira.

- Lo siento, Milo… pero todo fue por Athena.

Por medio de mi cosmos, le confieso a Milo las razones de actuar de Saga, Shura y las mías, sobre todo por lo vigilados que estábamos por las mariposas del Inframundo. Con cada una de mis palabras, mi querido amigo, a pesar de que se mantenía firme escuchándome, por dentro se desvanecía de la conmoción, impactado por todo lo que tuvimos que hacer en "nombre de Hades", pero por amor a Athena y a la Tierra.

- No merezco ser llamado caballero de Athena, mucho menos tu amigo, pues mi inmadurez me impidió ver lo que tu alma estaba sufriendo. – dijo Milo, apenado. – No tengo perdón.

- El que no tiene perdón soy yo, por la traición y las muertes que me toca llevar aplastándome el corazón. – respondí apenado. – Sin embargo, nada va a detener mi camino. Con las pocas horas de vida que tengo, iré con mis compañeros hasta el castillo de Hades… Acabaremos con él y con este maldito infierno.

- ¡No sé los demás! ¡Yo también iré! – exclamó Milo, fúrico. – Voy a acabar con cada uno de los espectros, con ese maldito dios que nos arrebató a Athena y los forzó a mancharse de traición. ¡Jamás se lo perdonaré!

- El castillo tiene una poderosa barrera, nada podrás hacer contra eso.

- ¡No me importa!

En ese momento, siento un profundo dolor, por lo que caigo de rodillas. No solo mi cuerpo está despedazado por el ataque de Shaka y el de los demás, sino que mi tiempo se acaba. En pocos minutos estaré convertido en polvo.

- ¡Camus! – gritó Milo, acercándose a mí. – ¿Qué te pasa?

- Ya no hay tiempo… – respondí mortificado. – Pero antes de desaparecer de este mundo y regresar al sueño eterno… necesito que me escuches.

Milo se mantiene en silencio, luchando contra sí mismo para no impacientarse y escuchar mis últimas palabras.

- En mi anterior vida no pude decírtelo, pero quiero que sepas que eres el mejor amigo de todos, mi familia completa. – dije, con las lágrimas saliendo de mí. – Si la reencarnación existe… si volvemos a nacer… deseo con todo mi corazón que lo hagas conmigo, pero como mi hermano de verdad, sangre de mi sangre. Sin traiciones y mentiras de por medio.

- Camus… – expresó con los ojos humedecidos.

- El tiempo se acabó, Milo. – dije, poniéndome de pie. – Adiós.

Le doy la espalda a mi amigo y comienzo la retirada hacia donde están Saga y Shura, con quien iré al castillo de Hades para acabar con toda esta basura. Sin embargo, mientras me alejo, me parece escuchar en mi mente la voz de Milo, como si me hubiera dicho algo que no logro descifrar.

Si el universo me vuelve a dar otra oportunidad… solo quiero cuidar a los que amo.

El corazón acelerado de Camus lo despertó de golpe, mientras las imágenes de su mente se iban desvaneciendo; sin embargo, no iba a olvidarlas, pues desde pequeño el mismo sueño regresaba de vez en cuando, y en los últimos días lo había hecho con más fuerza. La primera vez que lo tuvo fue un poco antes de que Milo naciera. A sus cortos cinco años no estaba nada contento de tener un hermano menor, quería seguir siendo el favorito de sus padres. Sin embargo, cuando su mamá le puso a su hermanito en sus brazos, los celos se desvanecieron, pues sintió por él un cariño y familiaridad inexplicables que nunca más pudo abandonar. Lástima que las cosas ya no eran así, pues ahora era visto como su peor enemigo, por un infame malentendido.

- Buenos días…

Sobre el pecho desnudo del joven y enredado en sus brazos, había una dama que lo miraba con simpatía. Sinmone, su amada prometida, ya llevaba un tiempo despierta, atenta a los gestos que había hecho él durante su sueño. La mujer era dueña de una belleza sin igual, con la piel blanca como su fría ciudad de origen, cabello rojizo y ojos color magenta, signo característico del linaje de su familia. Camus, aún somnoliento, la tomó de la cintura para acercarla a sus labios, los que devoró con apasionamiento hasta el punto de querer repetir la noche que pasó con ella, de poseerla hasta saciarse y perderse en los encantos de su cuerpo… pero se contuvo por tener poco tiempo, pues pronto iba a reunirse con su amigo y futuro cuñado.

- Surt llegará pronto… – dijo el joven, acelerado. – Tengo trabajo que hacer con él.

- ¿Y? – preguntó ella, molesta. – Mi hermano no tiene por qué meterse, estamos comprometidos. Él ya se debe imaginar que nosotros…

- Para Surt siempre serás su dulce hermanita, y quiero que por siempre sea así, aunque vayas a ser mi esposa o se imagine lo que sea. – dijo Camus, comenzando a vestirse. – La intimidad nos pertenece solo a nosotros.

- Tan serio, mi querido profesor…

La joven comenzó a mirar el anillo de compromiso decorando su dedo, con su dulce mirada reflejándose en la belleza del diamante. Camus era tres años mayor a ella, pero lo conocía desde niña y siempre lo vio como el inalcanzable mejor amigo de su hermano, con quien compartía salón de estudios y luego trabajo. Jamás imaginó que en la adultez se fijaría en ella como algo más, lo que cambió cuando Camus se convirtió en su profesor de sociología. La convivencia hizo que se enamoren profundamente, hasta convertirse en pareja.

- Hace dos años que no me llamas así. – dijo el joven, riéndose. – Hice mal en fijarme en mi alumna.

- Sabes que desde niña he estado enamorada de ti, pero tú no me tomabas en cuenta. – dijo la chica, fingiendo resentimiento.

- Siempre me pareciste hermosa, pero te veía como la hermana de mi mejor amigo, cosa que después cambió. – dijo Camus, tomando el rostro de su amada, quien aún seguía en la cama con las sabanas sobre su cuerpo. – Ahora eres la mujer que amo, además de mi íntima amiga.

- Estoy tan feliz de saber que mi hermano, tú y yo seremos familia. – dijo la joven, nostálgica. – Desde que murieron mis padres, Surt y yo nos hemos sentido solos. Me alegra saber que tanto tú como tu familia serán parte de nosotros. ¿Ellos ya lo saben?

- Mi madre está de viaje por su trabajo, así que le diré apenas regrese, pero tú sabes que ella te quiere y estará contenta. – respondió Camus, sonriente, pero después soltando un desanimado suspiro. – Y Milo… ya sabes.

- No entiendo por qué ese tonto se comporta así. – dijo la dama, molesta y empezando a vestirse. – Te preocupas por él y aun así es tan mal agradecido.

- Milo no es malo, solo está desorientado. – justificó el joven. – Ya se le pasará…

- ¿Por qué no eres más frío, Camus? – preguntó la joven. – Cuando se trata de tus asuntos de trabajo, eres tan serio y estricto, pero con tus sentimientos eres tan blando.

- ¿Entonces, tengo que ser frío contigo? – preguntó con ironía.

- ¡No! ¡Conmigo jamás!

Sinmone se acercó hasta Camus para besarlo de nuevo, cosa que él correspondió con el mismo afecto.

- Te amo… – dijo la dama, mirando a su amado.

- Yo también te amo. – respondió el joven, acariciando el rostro de su prometida. – Voy a esperar a tu hermano en su despacho. Me preocupa que ayer no regresó a dormir, lo que significa que algo se complicó en la ciudad.

- Está bien. Yo mañana tengo que tomar examen a mis estudiantes, así que iré a preparar el material. – dijo Sinmone. – De todas maneras, si algo ocurre con el trabajo, no duden en avisarme. Recuerda que también soy la asistente de ustedes.

- Lo haré. Gracias.

Camus salió de la habitación de su prometida para ir al despacho de Surt, quien estaba próximo a llegar con una grave mortificación.


Hyoga, Erii y Shaina llegaron a Mouthe a la llegada del ocaso, cuando el frío estaba más espantoso que nunca, y para su sorpresa, la ciudad llena de gente agitada y estresada, yendo de un lado a otro. Algunos gritaban con angustia, llevando a personas desmayadas sobre sus hombros, otros estaban en la botica en largas filas para comprar medicina.

El joven Siberiano, preocupado, detuvo a una persona que transitaba por el camino.

- ¡Señor! ¿Qué es lo que está pasando? – preguntó el joven. – ¿Por qué hay tanto escándalo?

- ¡Hay una neumonía espantosa enfermando a todos! – respondió el hombre.

- Pero…

- ¡Váyanse de aquí antes de que se enfermen! – rogó el hombre, comenzando a toser. – No tengo tiempo de hablar, tengo que ir a buscar medicina para mi mamá. ¡Huyan!

El hombre salió corriendo, perdiéndose entre la desesperada gente, mientras que Hyoga observó el panorama con preocupación. Segundos después, se dio la vuelta para volver al lado de las jóvenes.

- El frío está terrible… – se quejó Erii, tiritando. – No creí que esta ciudad fuera tan helada. Está peor que Siberia.

- No solo eso, Erii. Yo siempre había escuchado que Mouthe era una ciudad tranquila, pero ahora solo la veo llena de caos. – expresó Hyoga, preocupado. – Parece que el clima ha estresado y enfermado a mucha gente.

- Se siente algo perturbador en el ambiente. – continuó la sacerdotisa. – Esto es…

- La muerte está comenzando a acabar con esta ciudad. – dijo Shaina, hablando con dificultad. – Puedo sentir algo siniestro, superior a cualquier...

Shaina no pudo terminar de hablar, pues su cuerpo comenzó a decaer, y de no ser por Hyoga, quien la tomó a tiempo, se habría golpeado contra el piso. La caballero tenía la mirada perdida y respiraba con dificultad, por lo que era incapaz de moverse. Erii se espantó ante tremenda imagen.

- ¡Shaina! ¿¡Qué te pasa!? – preguntó la joven, asustada.

- ¡Está ardiendo en fiebre! – exclamó Hyoga. – Y parece que no puede respirar. ¡Hay que hacer algo, pero ya!

- ¡No puede ser! ¿Por qué? – cuestionó la sacerdotisa, alarmada. – Pensé que solo era un resfriado del que ya había mejorado.

- ¿Tendrá que ver este lugar? – preguntó Hyoga, preocupado.

- Ella ya estaba mal desde antes, pero se intentó recuperar en mi casa porque no aceptó ir a un médico. – respondió Erii. – Ahora sí hay que llevarla a uno.

Shaina, mortificada y en lo poco que logró escuchar, quiso impedir que la lleven donde un médico, intentando inútilmente mostrarse fuerte, pero esto iba más allá de sus capacidades, pues sin aire en sus pulmones, no pasó mucho tiempo para que quedara totalmente inconsciente. Hyoga la tomó en brazos para llevarla al centro médico más cercano.

¡Tenemos que darnos prisa! – exclamó Hyoga. – Se está ahogando…

- ¡Vamos de una vez! – rogó Erii. – Pero...

La joven volvió a observar todo el caos frente a ella, a los habitantes corriendo de a un lado a otro, llorando y entrando en desesperación con familiares o amigos. ¿Qué estaba ocurriendo? Ahora estaba segura de que tantas personas enfermas no era algo normal, era una epidemia que iba más allá de lo físico o biológico.

- Shaina… ¿Qué vamos a hacer? – cuestionó Erii.


La misteriosa enfermedad de la ciudad se había convertido en la preocupación de todos, pero en especial de Surt, el alcalde.

El joven descendía de una familia de gobernantes, quienes en su mayoría habían sido los alcaldes de la ciudad; su padre lo había sido, y al morir, él tomó la tutela por decisión del mismo pueblo, quienes confiaban ciegamente en su liderazgo, el que había llevado de la mejor manera.

Ahora, el joven alcalde tenía una enorme preocupación, la que lo había mantenido alejado de su hogar y de algunas ocupaciones de su cargo... la misteriosa epidemia que estaba causando la angustia y muerte en los habitantes. No tenía idea del origen, no se lo imaginaba, pero durante todo ese tiempo se dedicó a combatirlo con los recursos que tenía a la mano.

- ¿Por qué no me dijiste nada de esto, Surt? – reclamó Camus, molesto. – Sabes que con mis contactos hubiera podido agilizar las cosas.

- Recién te habías comprometido con mi hermana, no quería arruinar el momento feliz de ambos. – dijo el joven. – Con ayuda de los asistentes pude aperturar nuevas brigadas de salud de emergencia y a reclutar más médicos y enfermeras… pero temo que eso no sea suficiente, pues los enfermos aumentan.

- Pues ahora voy a ayudarte, y Sinmone podría asistirme con mis contactos. – dijo Camus, preocupado. – Solo así tendrás la oportunidad de abrir más centros médicos ambulatorios. Lo que sea con tal de seguir apoyando a la gente.

Surt dio un golpe en la mesa lleno de impotencia, pues temía que la situación pudiera empeorar más. Había enfrentado serios problemas en los primeros años de su liderazgo, pero nunca uno como este.

- Gracias por tu apoyo, Camus. – dijo el joven, aliviado. – Sé que estás muy ocupado con el trabajo, tu compromiso y sobre…

- Sobre Milo. No tienes que quedarte callado.

Camus se sintió apenado al recordar la rota relación que tenía con su hermano, y los motivos verdaderos de todo eso solo los conocía una persona, su mejor amigo.

- Camus, debes decirle la verdad a Milo sobre la muerte de tu padre. – dijo el joven. – Me parece sumamente injusto que te dejes tratar así por tu hermano menor. Un día de estos voy a…

- ¡Eso a ti no te corresponde, Surt! – exclamó Camus, molesto. – Si yo te lo confié, es porque eres mi mejor amigo y sé que no dirás nada. Ni siquiera a Sinmone se lo he contado, pues conociéndola, sé que iría a confesarle todo. Fue un juramento a mi padre y lo pienso cumplir.

- Sea como sea, se va a enterar, pues no hay verdad oculta entre el cielo y la tierra. – mencionó Surt. – Y cuando eso pase, se va a arrepentir de cada desplante y rechazo que tuvo contigo… ¡Por imbécil!

- Dejemos ese tema de lado, por favor. Los problemas con mi hermano menor son lo de menos. Ahora, lo que más me importa es ayudarte con todos los trámites para los dispensarios médicos. Iré a hablar con Sinmone para que contacte a algunos proveedores. Mientras tanto, iré al centro del problema a averiguar todo.

- Debes tener cuidado… Ese sitio es…

- Este frío no es normal, por eso debo ir…

- ¿Normal?

- No… es algo que más allá de la ciencia o el entendimiento. Lo presiento así.

El pequeño poder de Camus comenzó a manifestarse dentro de él, cosa que, aunque Surt no sintiera, conocía. Sabía que su amigo no era alguien común.

Camus iba a llegar hasta el fondo de esto, pues así como le preocupaba las labores de su amigo, lo mismo era con la salud de los habitantes.


La fila de gente era inmensa, llena de angustia y desesperación en los portones de emergencia del hospital. Los pacientes más graves se encontraban siendo atendidos en el interior del sitio, pero los otros tenían que estar en una larga lista de espera para que se los tome en cuenta, lo que menos fiebre tenían o que menos se ahogaban.

Shaina, a pesar de estar inconsciente, estaba en la última lista.

- ¿¡Cómo que no pueden atender a nuestra amiga!? – reclamó Hyoga, enfurecido. – Tiene mucha fiebre y respira con dificultad.

- ¡Lo siento, joven! – dijo la enfermera, desesperada, pero hay pacientes mucho más graves que son prioridad, así que a ella le tocará esperar o buscar otro centro médico.

- ¡El siguiente centro está muy lejos!

- ¡Lo siento! ¡Tengo que seguir con los demás pacientes!

La enfermera se fue, dejando a Hyoga sumamente preocupado. Se acercó hasta Erii, quien tenía en su regazo a Shaina, pues no había ninguna camilla donde acostarla.

- Nadie puede ayudarlos, Erii. – dijo Hyoga. – El hospital está a reventar.

- ¡Debe haber algo que podamos hacer! – exclamó la joven, desesperada. – El cosmos de Shaina se está debilitando y eso no es algo que un médico podrá solucionar.

- El cosmos… pero…

- ¿Qué le pasa a esta chica?

Los jóvenes se dieron la vuelta para ver quién les había hablado, lo que causó en ellos tremendo impacto, y no precisamente porque conocieran a la persona en cuestión.

- Tú eres… – expresó Hyoga, sorprendido.

Milo se encontraba en el hospital ayudando a familiares de pacientes que él había tratado en el pasado, a espalda de algunos médicos, pues no todos conocían su "raro" don. Una vez que terminó con su labor, una fuerza, intuición, o algo desconocido, le hizo aproximarse hasta donde estaban los jóvenes, sin saber que eso había causado que su energía reaccione.

- Este joven… – pensó Erii, impactada. – Este es el caballero dorado de Escorpio. Puedo sentir su cosmos. ¡Estoy segura de que es él!

Por otra parte, Hyoga y Milo no podían dejar de mirarse, pues por alguna extraña razón, sentían que se conocían desde antes, a pesar de no haberse visto jamás; incluso, sin que se dieran cuenta, sus respectivos cosmos habían reaccionado dentro de ellos, pero el impacto hacía que sean incapaces de sentirlo.

- ¿Qué le pasa a esa chica? – preguntó Milo, dejando de lado su sorpresa. – Ella va a morir si no la ayudamos rápido.

- ¿¡Pero qué podemos hacer!? – preguntó Erii, al borde del llanto. – No la quieren atender.

- No la pueden atender, que es diferente. – defendió Milo. – El sitio es un caos, ni yo mismo entiendo qué está pasando, pero yo puedo salvar a su amiga.

- ¿De verdad? – preguntó Hyoga, sorprendido.

- Sé que no me conocen, pero les pido que confíen en mí. – pidió Milo. – En mi casa está mi consultorio. Ahí puedo salvarla.

- ¡Hagámosle caso, Hyoga! – exclamó Erii, sabiendo perfectamente la identidad de Milo. – El destino lo trajo hacia nosotros y podemos aceptar su ayuda.

Milo se acercó hasta Erii y tomó en brazos a Shaina. Al igual que le pasó con Hyoga, sintió en ella una energía extraña, e incluso reconoció que la misma fue la que más le atrajo para acercarse.

- ¡Hay que darnos prisa!

Milo se adelantó, mientras que Erii y Hyoga corrían detrás de él. El joven estaba confundido con la facilidad con la que su amiga aceptó la ayuda.

- Erii… ¿Por qué aceptaste? – cuestionó preocupado. – ¡Ni siquiera sabemos cómo se llama ese tipo!

- ¿Acaso no lo sentiste, Hyoga? – cuestionó la sacerdotisa. – El cosmos late dentro de él bajo la constelación de Escorpio.

- Eso quiere decir que…

- Así es… él es un caballero dorado de Athena.

Hyoga se sintió impactado ante semejante revelación. Ahora comprendía esa energía, el cosmos fluyendo dentro de él y de su par.


Una vez que los jóvenes llegaron a la casa de Milo, este último los llevó a su consultorio. El chico colocó a Shaina en la camilla, para así prepararse para atenderla.

- Al menos dinos quién eres. – pidió Hyoga, preocupado. – Te seguimos por la desesperación, pero sería bueno conocer nuestra identidad.

- Me llamo Milo. – dijo el joven, serio.

- Yo soy Hyoga. – respondió el chico, señalando a su acompañante. – Y ella es Erii.

- La mujer que vas a ayudar se llama Shaina. – dijo la sacerdotisa. – ¿Qué harás? ¿Acaso eres médico?

- Solo puedo decirles que soy un curandero con un don especial, capaz de sanar enfermedades respiratorias. – respondió Milo. – Confíen en mí.

Milo se acercó hasta Shaina y cerró los ojos, mientras una energía dorada rodeaba su cuerpo. Hyoga la percibió a la perfección, familiarizándola más con su propio cosmos, pero Erii ya no tenía ninguna duda. El curandero era un caballero dorado y el destino los había reunido en el mismo lugar, a pesar de que eso significara la salud de Shaina en peligro.

Erii siguió observando a Milo, perdida en la inmensidad de ese cosmos que aún seguía dormido; fue tanto su impacto, que tarde se dio cuenta cuando el joven tomó la máscara de la guerrera y se la quitó, descubriendo su rostro.

- ¡No! ¿¡Qué haces!? – gritó Erii, acercándose hasta el curandero.

- ¿¡Qué!? – gritó Milo, asustado por la reacción. – ¡No me quites la concentración, mujer!

- ¡Ponle la máscara inmediatamente! Ella no…

- ¡Tengo que ver el color de sus mejillas para ver si el tratamiento está resultando! – reclamó Milo, indignado, volteando a ver a Shaina. – Yo soy un tipo decente, ni que yo quisiera…

Milo se quedó unos segundos en silencio mirando el rostro de Shaina, el que tuvo que reconocer que le pareció atrayente, a pesar de verse perturbado. Además, algo en ella le llamaba la atención más allá del físico, un aura que la envolvía y aún no identificaba por qué.

- Mujer… quiero decir, Shaina. – habló el joven, nervioso. – Con tu permiso, pero debo hacer esto.

Milo abrió los dos primeros botones de la blusa de Shaina, dejando un fragmento de su esternón expuesto, sin ir más allá, y a pesar de que lo hizo con todo el respeto del mundo, se sintió nervioso ante eso. No era la primera vez que atendía mujeres, pero esta en especial le causaba ansiedad, casi miedo.

- Qué chica tan extraña… me siento raro cerca de ella.

Erii miraba la escena con terror, causando en Hyoga una cómica reacción, pues le parecía exagerado que se preocupe tanto por un tema de salud.

- Erii, tranquila. – expresó Hyoga, tomando de los hombros a su amiga. – ¿Tan terrible es Shaina?

- Si ella se entera que se están acercando a ella de esa manera, enfurecerá. – dijo Erii, ansiosa y agarrando su cabeza. – Además, la máscara…

- ¿Y no que Athena había eliminado esa ley? – preguntó el joven, extrañado.

- ¡Sí! Pero Shaina es complicada. Y siento qué…

- ¿¡Pueden hacer silencio el par de tórtolos!? – pidió Milo, más nervioso de lo normal.

- ¿¡Tórtolos!? – cuestionaron Erii y Hyoga al mismo tiempo, sonrojados.

- ¿No son novios? Hasta casados parecen… – afirmó Milo, sonriendo con picardía.

- O sea… somos amigos desde niños. – respondió Hyoga, igual de sonrojado. – Pero… es que…

- ¡Silencio! – grito Milo, al borde del colapso. – ¡Necesito concentrarme y sus cuchicheos me alteran!

Hyoga aún seguía con sus manos sobre los hombros de Erii, por lo que los retiró rápidamente debido a la vergüenza. Muchas cosas pasaron por su mente, recuerdos de su adolescencia que regresaron con potencia a su mente y cuerpo.

Erii siempre le gustó, pero nunca tuvo el valor de confesárselo. Aquella imagen de adolescente extrovertido no fue más que una fachada para su timidez, la que regresó ahora que la había vuelto a ver y no sabía cómo manejarlo.

Hyoga puso voluntad y decidió concentrase en lo importante. La recuperación de Shaina.

Sin ninguna clase de titubeo, Milo comenzó a emanar su extraño "don". Su dedo índice tomó la forma de un aguijón, el que enterró en el esternón de Shaina, ingresando por ahí el veneno que, para él, en exceso, era la agonía, pero para los demás, la salvación, sobre todo en las enfermedades respiratorias. La inflamación de los pulmones iba a desaparecer en cuestión de minutos.

- Su cosmos es muy poderoso... – dijo Erii, impresionada.

- ¿Por qué me cuesta entender este poder? – se preguntó Hyoga, sorprendido. – Necesito conocer mi identidad para tener paz, para entender mi verdadero origen.

Milo había ayudado a muchas personas con facilidad, pero con Shaina le estaba costando por esa energía que sentía latir dentro de ella, por lo que se concentró más en sanarla, aumentando así su poder, lo que él desconocía como cosmos.

Poco a poco, la temperatura corporal de la caballero comenzó a estabilizarse, lo que se notaba por la recuperación del color de sus mejillas. Milo se sintió aliviado de ver que su paciente estaba mejorando, así que se acercó a tomar su rostro para poder analizarla mejor.

- Ya está libre de la enfermedad. – expresó Milo. – Ahora, solo hay que…

El curandero no pudo terminar de hablar, pues para su espanto, Shaina abrió los ojos, y al ver que alguien desconocido se encontraba "encima" de ella, enloqueció. Sin pensar en nada le saltó al cuello como mecanismo de defensa, cayendo con Milo al suelo.

- ¡Shaina! – gritó Erii, espantada.

- ¿¡Quién eres!? – preguntó Shaina, alterada, tomando a Milo del cuello de su ropa. – ¿¡Qué fue lo que me hiciste!?

- Vaya… – expresó Milo, tomando las manos de Shaina para soltarla de su cuello. – Definitivamente, ya estás bien.

- ¡Te hice una pregunta! – reclamó la caballero.

- ¡Shaina, tranquila! – exclamó Hyoga, acercándose a tomarla de los hombros.

- Soy tu salvador, así que me debes agradecimiento. – dijo el joven, en tono arrogante.

- ¿Qué dices?

Milo no iba a demostrar lo asustado y nervioso que se sentía ante la impulsiva reacción de Shaina, así que se le ocurrió una jugada "inteligente" para que su dignidad no se vea pisoteada.

- Aunque… Ya con ver tu hermoso rostro me siento más que agradecido. – dijo el joven, causando que los ojos de Shaina se desorbiten. – Esa máscara te queda horrible. ¿Eres de alguna tribu escondida?

Fue en ese momento que la caballero se levantó del suelo y notó que su rostro no tenía la máscara, razón por la que se sintió a morir, a pesar de que Athena ya había eliminado esa absurda regla. Shaina no podía describir como se sentía, casi desnuda y humillada ante un desconocido que la había piropeado con burla.

- ¿¡Qué está pasando aquí!? – cuestionó una voz nueva entrando al sitio.

Llegando a casa, Camus escuchó el escándalo ocurrido en el consultorio, por lo que no dudó en ir a averiguar lo que pasaba. En ese instante, Erii reaccionó al verlo.

- Eres tú… el Mago de Agua y Hielo.

El corazón de Camus dio un vuelco al escuchar semejante afirmación, pero la sensación se agravó cuando su mirada se cruzó con la de Hyoga.


Hace pocos días que Aioria llegó a la casa que había sido su hogar toda la vida, donde vivió con sus padres hasta que ellos partieron del mundo, donde su hermano le enseñó a crecer, pero sobre todo a encontrar su destino como caballero de Athena.

La casa tenía un significado distinto ahora que Marin estaba a su lado, pero al mismo tiempo, un vacío implacable con la ausencia de su hermano, la mayor imagen de cariño y autoridad a la que se había aferrado desde siempre.

- Llevo días buscando cosas sobre Aioros, pruebas o evidencias de su ausencia, pero no hay nada, o no logro ver más allá de mis narices. – dijo Aioros, preocupado. – Ni siquiera tengo pistas sobre el supuesto caballero dorado que iba a ver. Nada.

El joven continuó revolviendo los cajones en la habitación de su hermano mayor, esperando encontrar cualquier pista que le pudiera iluminar el camino. Marin no estaba en casa, pues había salido a comprar comida para los dos.

Minutos después, la puerta de la entrada se escuchó desde la distancia, lo que le hizo saber a Aioria que su compañera había regresado. Salió de la habitación de su hermano para recibirla.

- Tardaste mucho… – dijo Leo, dando la vuelta por el pasillo. – Yo estoy…

El joven quedó enmudecido ante la imagen que tenía en frente, al punto de sentir su mente y cuerpo tambalear.

- Por fin estoy en casa, Aioria. – dijo el recién llegado, emocionado.

- Aioros…

¿Un sueño o un delirio?


Comentarios finales:

Hola a todos, espero que se encuentren bien. Estoy muy contenta de estar de regreso con este nuevo capítulo. Hubiera querido actualizar antes, pero las ocupaciones me lo impedían, además que estamos en el mes más hermoso, pero más caótico del año, así que he hecho lo posible por organizarme.

Este capítulo es de transición, bastante tranquilo, pero no menos emocionante, sobre todo por conocer un poco más sobre Erii, Hyoga, Milo y Camus, quienes están próximos a despertar por completo, ¿o no? Recordemos que la epidemia está siendo causada por Hades, usando de instrumento a Aiacos, así que el próximo capítulo tendrá más acción y evolución de los personajes (para bien o para mal).

A diferencia de lo que escribí en el oneshot piloto "Lagunas del pasado", decidí dejar viva a Natassia. Quiero demostrar que Hyoga puede tener evolución y desarrollo de fortaleza con el tema más sensible de su vida, su madre, y que esta, en vez de convertirse en un obstáculo, sea una motivación para su crecimiento. De todas maneras, ella es un personaje secundario.

Espero que les guste la dinámica que se está dando entre Hyoga y Erii. Ellos son el típico caso del amor de colegio, donde nunca trataron personalmente con la persona que les gustaba, pero de alguna manera tenían amigos en común, sus padres se llevaban bien, etc. Para muchos, Hyoga muestra la imagen de ser un chico "cool", pero también lo percibo como alguien tímido, por lo que él pasó algo parecido a lo de Erii. El tema de las cartas es algo clave que se tocará más adelante. Y como algo personal, elegí ese escenario porque en el colegio yo hice eso con un chico que me gustó, le dejaba cartas en ciertos lugares para que las encuentre; la diferencia es que dejé de hacerlo porque me di cuenta de que era tonto, así que jamás se enteró de que fue fui yo. Ay… en ese entonces tenía 15 años.

¿Qué teoría tienen sobre la escena final? Pues la aparición de Aioros se va a relacionar con la de otros personajes, uno de ellos es mi caballero favorito y que no he mencionado para nada. Además, el despertar total de Hades está cerca, y más que todo, el plan que tengo para Ikki y para él.

Con este capítulo cierro el 2024, por lo que el siguiente llegará en Enero del 2025. Muchas gracias por acompañarme en este camino, y espero que lo que siga sea de su agrado.

Les envío muchas bendiciones y que pasen felices fiestas. Que el próximo año se cumplan todas sus metas y sueños.

Un abrazo,

Artemiss