La ciudad de Bandle. Un lugar con mucho movimiento, trabajo y alegría. Para Veigar, el lugar menos deseado para estar. Para Lulu, el mejor sitio para explorar y divertirse.
Era obvio que los yordles conocían a Lulu. La saludaban y le regalaban sonrisas alegres y sinceras. Pero así como ella, Veigar también recibía reacciones. En ese caso, cuando terminaban de ver a la hechicera y veían después al mago, la sonrisa se convertía en miedo y preocupación. ¿Lulu amiga de Veigar? ¿Qué rayos había pasado?
El mago sonreía ante la reacción de los ciudadanos al verle. Eso le aumentaba el ego y el pensamiento de sí mismo de ser un mago maligno y terrible. Pero cuando Lulu dejó de jalarle, para entrar corriendo a una tienda y salir con dos panecillos mientras ella se comía uno y le ofrecía otro, todo ese sentimiento se le iba por los suelos. Sonriendo y con las mejillas hinchadas por estar masticando la comida, era la máxima definición de: hey, que es inofensivo. Mírenlo comer un panecillo.
Y todo eso frente a los yordles que les miraban alrededor. Era incómodo y molesto.
Pudo haber tirado el panecillo. Pudo haberle dado una mordida y escupirlo fingiendo que era horrible (aun sabiendo que a él mismo le encantaban). Podría incluso solo darse la vuelta e irse.
Pero decidió tomarlo con su mano y comerlo en silencio. No admitiría que era para darle cierto gusto a Lulu. Tampoco admitiría que era porque su sonrisa era contagiosa y le ponía de buen humor… por mucho que le irritase eso. Y tampoco lo admitiría porque su estómago rugió al ver el panecillo.
Maldijo al panecillo en silencio. Y con cada mordida colorida y dulce, esperaba que este tuviese consciencia y sintiera una agonía y dolor por cada mordisco dado y hecho.
–Eh, ¿Veigar?
–Mmmmm – fue más una respuesta muda que una interrogante silenciosa. Lo siguiente que dijo Lulu fue con una combinación de humor y extrañeza. También su voz temblaba. Y no de miedo, sino de puro humor.
–… no sé si estas disfrutando el panecillo o lo estas maldiciendo – se tapó la boca –. Tienes la expresión de alguien que está amando cada mordida, pero también estás con una expresión atemorizante. ¿Seguro que el panecillo está bueno? – Veigar tardó en responder. Pero lo siguiente lo expresó con otra mordida y hablando con la boca llena. Aunque Lulu le entendió perfectamente.
–Espero que sufra con cada mordida. – dijo. Las migajas también empezaban a adornarle las mejillas –. Y aun sabiendo rico, lo odio.
–Y eso significa…
–¡Dame otro pan! – le arrebató una bolsa que llevaba Pix, sacando otro pan y comiéndolo con dulce amargura. Pix iba a protestar, pero decidió mejor compartirlo y comerse el suyo propio. Lulu, en cambio, solo pudo reír.
–¡Me alegra que te gusten! Es de mi pastelería favorita – miró el letrero con el título de "Pastelería Monchi" – Cada vez que vengo a la ciudad después de mis viajes, vengo por una pequeña orden.
–Ya había visto ese local – se chupó parte del guante metálico por el glaseado –, pero nunca me molesté en venir. Solo llegaba a la ciudad por lo necesario. No soy muy agraciado por los yordles, como sabrás.
–¿Será porque estas planeando dominar Runaterra y ansias el poder absoluto?
–Pues es lo más ob…
–Nah. Seguro es por tu sombrero.
–¡Hey!
–¡Mira! ¡Es Tristana! ¡Hola Tristana!
La aludida volteó al llamado. Al ver a Lulu, sonrió con alegría. Levantó su cañón hasta quedar apoyado en su espalda y corrió a verla. Saltando a la vez que ella para fundirse en un abrazo entre risas y grito y medio de Lulu. El otro medio era de Tristana, pero era opacado por la primera.
–¡Teniente, firmes! – dijo al separarse. La yordle sonrió y dejando su bastón al lado, hizo su saludo militar. Guardaron silencio un momento para luego volver a reír –. Ya, suficiente. Hoy no estás en servicio. Supongo que vienes de tus locos viajes para buscar el Claro.
–Pues claro – guiñó su ojo –. Pero aun sin éxito – se decayó. Pero levantó la cara con alegría, alzando el brazo de su acompañante –. ¡Pero encontré a Veigar! – él solo pudo seguir comiendo los panecillos con cara amargada y los cachetes inflados. Levantó su mano con su báculo en señal de saludo.
–Bfey – seguía comiendo.
–¿Veigar? ¿Eres amiga de Veigar?
–¡Claro! ¡Somos buenos amigos! ¿Verdad? – todo eso lo decía mientras abrazaba al mago. Este solo se dejaba hacer, siguiendo masticando el panecillo.
–Bfi – "sí".
–Pues que me queme la boquilla de mi cañón. Veigar teniéndote de amiga. Eso no me lo esperaba – miró al mago –. Pero estoy sorprendida. No ha gritado nada de ser el mago más malvado del reino. Ni que nos esclavizará y dominará con sus poderes – lo miró de cerca –. De hecho, parece estar más ido qué otra cosa.
–Ha, ha de ser por los panecillos de Pix – dijo con sencillez. Su sonrisa era de oreja a oreja. Veigar seguía masticando otro panecillo, con la mirada perdida y sin dejar de agarrarse de Lulu –. Pix les añade un poco de magia especial. Solo ella se los come así.
–Ya veo – aun con el alivio, el lado más empático de la artillera salía a la luz. Por mucho que le irritase los gritos de Veigar –. ¿Y crees que estará bien?
–¡Seguro!
El sonido seco del mago cayendo de cara al suelo hizo a ambas voltear. Y Lulu solo pudo reír nerviosa.
–O tal vez no.
Pix seguía volando arriba, comiendo su panecillo.
~0~0~0~0~
Llegaron a casa de Tristana. Sencilla. Dos pisos con sala, comedor y dos recamaras. Dejaron a Veigar dormido en uno de los sillones mientras las dos iban a la cocina. Había que ponerse al día.
–Así que… amiga de Veigar, ¿eh? – decía Tristana, buscando dos tazas en la alacena –. Nunca pensé que el yordle más molesto e irritante de Bandle tuviera una amiga. Bueno, tampoco es que tú seas la menos irritante y molesta de Bandle. Solo que tú llegas a ser adorable. Molesta, pero adorable.
–Agradezco el voto de confianza – Tristana dejó las tazas en la mesa con pura agua caliente. Lulu tomó su bastón y golpeó las dos tazas, diciendo un trabalenguas mágico. El agua se convirtió en té de limón y hierbas aromáticas –. ¡Ta dah! Té expreso al instante.
–Con esos poderes tuyos, la vida ha de ser muy sencilla – al probar el té, su mirada era de sorpresa –. Sabe delicioso.
–Un poco de azúcar demaciano para darle ese toque especial – también bebió del suyo –. Aunque, a decir verdad, me gusta más hacerlo sencillo. Ya sabes. Con las manos.
–Siempre pensé que eras alguien que le gustaba abusar de la magia para todo – se recargó en sus codos, usando ambos dorsos de su mano para apoyar su barbilla –. Siendo como eres, es raro escucharte decir eso.
–¡Y me encanta usarla! Pero… no siempre. En mis viajes todo el tiempo hayo una excusa perfecta para poder usar todas mis habilidades. Y hacer de todos algo memorable y alegre. ¡Eso siempre me motiva a usarlos! – miró su taza, ahora con una sonrisa calmada. Casi reflexiva –. ¿Pero qué sentido tiene usarlo con desenfreno si no puedes experimentar un poco de sencillez? Venir aquí después de tantos meses de viaje me ayuda a recobrar cierta cordura. Toda la magia, en exceso, puede corromperte.
–Y de nuevo, es raro verte hablar con tanta soltura. Y madurez. ¿En serio eres la Lulu que conocí hace siglos? – la aludida solo pudo sonreír entre dientes.
–Soy despistada, Tristy. No tonta. Por algo uso magia, ¿no?
–Una magia que puede volverte loca – hizo una pausa, ahora sujetando su barbilla con una sola mano –. Ahora que lo dices, tiene cierto sentido. Es por eso que siempre andas con una sonrisa casi de ocupar terapia. Los viajes hacen que uses tu magia con mucha frecuencia.
–Más de lo que imaginas. Pero no me arrepiento. Es divertido. Y Pix también se divierte. ¿Verdad, Pix? – el hada se posó en su sombrero, asintiendo con energía.
El ronquido de Veigar sacó a ambas de su burbuja comunicativa, recordando que el malvado maestro del mal estaba tras ellas, durmiendo suelto en el sillón.
–Verlo así de dormido es todo un espectáculo. Como siempre lo recordamos amargado o haciendo sus papeleos de maestro del mal, nunca me puse a pensar que él también duerme. Se ve tan tranquilo que hasta da algo de ternura verlo – ante esa frase, carcajeó –. ¿Qué diablos? ¡Decirle adorable a Veigar es como decir que en otoño las plantas florecen!
–De hecho, dependiendo de la estación y en el lugar que te encuentres, eso puede pasar – dijo Lulu –. Algunas plantas dependiendo de su ubicación han llegado a florecer hasta en estaciones muy difíciles. Lo sé porque encontré una planta muy parecida a la amapola en la cabeza de un cocodrilo, en la profundidad de un pantano al oeste de Jonia – Tristana se quedó muda por un instante.
–Impresionante. No sabía que eso podría pasar.
–Es obvio. Porque yo hice que pasara – se señaló a si misma con orgullo –. Usé mi magia para ello, y los resultados fueron exitosos. Y divertidos. ¡El cocodrilo parecía una linda cocodrila!
–Ahora entiendo por qué pasó – se recargó en su mano, viendo a Lulu reír con Pix revoloteando alrededor.
Cambiaron de tema. Hondaron en el tiempo que estuvieron sin verse. Platicando de los viajes como de las misiones. Los nuevos reclutas como de nuevos descubrimientos a los ojos de Lulu. A base de té y galletas, la plática pasó a horas de conversación, hasta que el sol empezó a ponerse a la distancia. El cielo, antes brilloso y resplandeciente, se tornó opaco y aminorando su luz. No era de noche, ni mucho menos, pero era obvio el hecho que el tiempo siguió al punto que, para ambas era suficiente charla.
–Supongo que es todo por ahora – Tristana se desperezó de su asiento, estirándose –. Uf. Hacía tiempo que no estaba tan quieta en un solo sitio. Me siento entumida.
–Yo una vez estuve quieta todo un día por beber sin querer una pócima de parálisis – también se levantó –. Pensé que era agua cítrica, pero lo verde no siempre es cítrico. Fue el día más aburrido de mi vida.
–Solo a ti te pasan esas cosas – negó con la cabeza con una expresión divertida –. Hablando de parálisis… – miró a Veigar. Seguía dormido con el sombrero cubriéndole la cabeza –, ¿Lo llevas tú o lo llevo yo?
–No será necesario – Lulu se acercó a él con su rostro a pocos centímetros. Primero, le tocó la mejilla con un dedo. A la falta de reacción, le picó dos veces. Aun nada, pero pudo ver una expresión de incomodidad en su rostro. Era un avance. Pero al voltear a Tristana, ella miraba la situación con una mueca divertida.
–El bello durmiente sigue dormido.
–Creo que necesito ser un poco más drástica – se recogió las mangas de su ropa hasta los codos y se tronó algunos dedos. A Tristana le preocupo lo que estaba viendo.
–Oye, no querrás golpearlo o algo, ¿verdad?
–Solo será un leve, pero levesito movimiento – usó el pulgar y el índice como si fuesen pequeñas pinzas, y sujetó la mejilla del mago –. Acción exitosa. Hora de actuar –. Susurró. Y con un poco de fuerza, apretó la mejilla y la estiró, jalando la piel y despertando a Veigar con un grito de sorpresa.
–¡Aaaaah! ¡Duele duele duele duele! – manoteaba al aire. Lulu dio un salto atrás, sonriéndole – ¡¿Qué diablos te pasa?!
–No despertabas – dijo con rostro preocupado –. Pensamos que los efectos de los panecillos te habían afectado mucho – Veigar se ajustó el sombrero con evidente y muy notoria molestia. Pero al verse en el sillón, en una casa ajena y con Tristana inflando los cachetes ante la situación, solo se le vino una frase a la cabeza.
–Te ríes y te quedas sin techo – le amenazó con el índice.
–Mi boca no soltará un ja ni aunque me obliguen – apaciguó las aguas la yordle. Pero le era muy difícil al ver a su amiga guiñándole un ojo en complicidad. ¡Pequeña diablilla!
–… así que estoy en casa de la artillera.
–Me llamo Tristana, Veigar.
–Te llamaré como me dé la gana hasta que admitas que perdiste en el duelo anterior que tuvimos.
–¿Qué parte de que fue empate no entiendes? – ahora refunfuñó. El mago hizo lo mismo.
–No vale. Ya estabas inconsciente cuando disparaste. ¡Me niego a aceptar una derrota de alguien que ya había perdido!
–Que mal perdedor.
–Emmm, ¿de qué me he perdido? – Lulu miraba a ambos desde en miedo.
–Diablos, tanto que hablamos y teniendo al enano aquí…
–¡Hey!
–… que ni te conté que tuve un duelo con Veigar.
–Uuuuuuhh… - miró a su amigo. Él se cruzó de brazos y giró la cabeza, aun indignado.
–Resulta que Veigar venía por provisiones – inició Tristana –. No es algo que nos moleste a todos, siempre y cuando no empiece con sus típicos berrinches de poder y dominación mundial.
–¡Y eso es lo que haré! ¡Ya lo verán!
–Y tampoco que inicie una confrontación innecesaria. Teemo y yo siempre estamos al pendiente cuando nos notifican su llegada – Veigar la fulminaba con la mirada –. Oye, si te comportaras mejor de vez en cuando no tendríamos que darte un «tratamiento especial» cada vez que llegas a la ciudad – él bufó.
–Mientras me consideren peligroso, yo encantado.
–¿Entonces por qué me miras así? – ahora ella se estaba irritando.
–Porque me caes mal.
–Ush. Debí haberte dejado dormido con mi mascota en el patio.
–Pues no lo hiciste. No lo pensaste bien. Lastima.
–Ingrato.
–Fea – y le sacó la lengua.
–Eres un…
–Bueno bueno bueno, creo que nos estamos encendiendo aquí, ¿no? – agarró a su amiga por la espalda, haciéndolo retroceder. Veigar sonreía cínico desde el sillón, sentado ahora de piernas y brazos cruzados –. Cuéntame cómo fue que quedaron en empate ustedes dos. Continua con la historia.
Tristana aún seguía mirándolo feo, pero al segundo respiró y destensó su cuerpo. No sin antes sacarle la lengua también al yordle, dejando sorprendido y sin habla al mago. ¿Cómo se atrevía?
–Como decía, esta vez alguien no dijo algo apropiado frente a Veigar. Y como es de mecha muy corta, pues tuvimos que entrar en acción. Y a tuvimos, me refiero a que tuve yo que intervenir. Teemo se encontraba en una misión al exterior de Bandle – agarró una silla y se sentó, usando el reposa espaldas al frente, apoyándose en ello –. Al principio no quería escuchar, pero le propuse algo. Un duelo.
–Uy, un duelo. ¿Cómo los noxianos?
–Sip. Solo que sería de un solo disparo. Quien le diera al otro y lo imposibilite gana. El premio sería…
–Una dotación de pastelillos de crema por un mes – completó el mago. Lulu inhaló aire con sorpresa.
–Nooooo – miró a su amiga con sorpresa – ¿Y tú aceptaste eso?
–Fui yo quien aceptó – habló el mago de nuevo, apretando los puños y moviendo las piernas con coraje –. ¡Y ya estaría saboreando esos deliciosos pastelillos si no fueras tan mala perdedora!
–¡Que fue un empate, enano! – Veigar iba a levantar su báculo, pero la mirada de Lulu sobre él le detuvo a medio camino, bufando con molestia y volviendo a su sitio con los brazos cruzados – Bueno, continuo. Sí, no fue Veigar quien pidió el reto. Fui yo – Lulu enarcó una ceja –. ¡Tenía hambre! ¡Además y estaba fuera de la dieta! ¡Podría darme el gusto!
–Para alguien que hace mucho ejercicio, me sorprende que aun quisieras dieta.
–Tengo cierta vanidad. Bueno, al final aceptó y nos pusimos en medio de la calle principal. A unos quince metros de distancia. El primero caer sería el perdedor.
FLASHBACK
–Bueno, Veigar. El primero en caer pierde y paga la dotación de pastelillos por un mes – Tristana se ajustó su cañón en sus brazos. Sonreía confiada, pues en teoría, una bala va más rápida que un conjuro.
–¡Jajaja! Esos postres serán más míos de lo que piensas, cañonera machorra – bien, para Tristana esto se había vuelto personal. Al diablo los pastelillos. Ese enano engreído se las iba a pagar.
–Te daré los honores de contar hasta tres, cabeza con olor a pie de atleta – para fortuna de la yordle, Veigar había entendido el insulto. Y eso solo hizo que salieran chispas de su guante metálico y su báculo. Se dio el gusto de sonreírle de forma socarrona.
–Tienes suerte que el grande y malvado mago Veigar sea justo con la apuesta – puso su báculo en lateral de su cuerpo. Específicamente, al lado de él – ¿Lista, machorra?
–Cuando quieras, enano – posicionó su cañón con la boca de este a su lado. Con una sola mano.
Ambos estaban a varios metros lejos del otro. Se miraban a los ojos y ninguno movía un musculo. Ella esperando a estar lista. Y él estando preparado para contar.
Los yordles de la ciudad estaban ocultos y mirando desde una distancia segura. Desde una ventana, atrás de un jarrón, bajo las escaleras, tras los arbustos; todos estaban expectantes del resultado de la contienda.
Todos conocían lo difícil que era Veigar y lo complicado que se volvía todo en su presencia. Era como andar por la ciudad sabiendo que había una dinamita rondando por ahí y por allá a punto de explotar en cualquier momento. Pero era en estos casos cuando los yordles tenían que ocultarse y esperar lo mejor. Usualmente el capitán Teemo estaba presente y le convencía con dialogo que dejara todo tranquilo. La mayoría de las veces, dándole de obsequio un pan de setas. O cualquier alimento que tuviera a la mano. Pero cuando se trataba de Tristana, ese era otro cantar. Uno siempre a punto de explotar y la otra con un temperamento fiero… no era una buena combinación.
Pero era sorpresa, después de mucho tiempo, ver a la artillera interactuar de esta forma con el yordle maligno. Las anteriores fueron más caóticas. Pero esta vez, era un duelo. Y por eso la sensación tensa del ambiente.
–¡Uno! – gritó Veigar. Ambos entrecerraron los ojos. Los yordles de la ciudad se encontraban mirando de un lado a otro – ¡Dos! – volvió a gritar. Tristana apretó el mango de su cañón. Veigar apretó su báculo. Los demás aguantaron la respiración. Bueno, menos una niña yordle que salió del arbusto, con una gran mochila, gritando a todo pulmón.
–¡Tres! – todos saltaron de la impresión. Una mano mayor la jaló de su mochila.
–¡¿Qué haces, niña?! ¡Ocúltate! – y con la misma sorpresa que salió, se volvió a esconder.
Tanto Veigar como Tristana voltearon con impresión, pero al volverse a ver, fruncieron el entrecejo y se dispararon tan rápido como se apuntaron.
Tristana sintió el golpe mágico en su cuerpo a una velocidad que no esperaba llegar a observar. Y si es que pudiese haberlo visto, pues fue tal la rapidez del hechizo que no pudo hacer nada. Solo caer. De ahí entonces no supo nada hasta que despertó unos minutos más tarde.
Veigar se iba a regodear, pues el disparo de Tristana le había dado como un visco jugando tiro al blanco. Y estaba a punto de incluso bailar, si no fuese porque el cañonazo se estrelló en un bote de basura. Este voló hasta un letrero colgante de venta de ropa a la moda para yorldes rompecorazones. El letrero cayó en una carretilla inclinada que contenía macetas del negocio de enseguida. Una de estas voló hasta donde estaba Veigar y se estrelló contra su cabeza, quedando a medio paso, media pierna levantada, y media sonrisa en el aire, para caer como saco de papas al suelo con su bastón al lado.
Todos quedaron en silencio, viendo lo que había ocurrido. No hubo algún tipo de expresión hasta que la niña volvió a salir de los arbustos, dando un salto impetuoso.
–¡Es empate!
–¡Que vengas para acá! – y la volvieron a meter a su escondite.
FIN DEL FLASHBACK
–Y eso fue lo que pasó. O eso me contaron – terminó. Lulu no paraba de reír estando en el piso. Veigar en cambio, seguía refunfuñando cruzado de brazos y maldiciendo. Odiaba que le recordaran sus fracasos.
–¡¿Por qué no estuve ahí?! ¡Hubiera sido genial verlo!
–¡Basta! ¡Me largo de aquí! – Veigar saltó del sillón y caminó hacia la entrada, azotando la puerta al abrirla. Lulu había parado de reír al ver a su amigo yéndose enfadado.
–Ups, mucha risa por ahora. Ya me reiré… en unos minutos. ¡Vamos Pix! – Lulu agarró su bastón y corrió tras él – ¡Gracias por el té, Tristana! ¡Nos veremos después! ¡Me saludas a Teemo! – y corrió hasta alcanzar al mago, que seguía maldiciendo y refunfuñando.
Tristana, sola en la sala, sintió el silencio abrazador de haber traído a dos locos a su casa. Suspiró y fue hacia la puerta.
–A Teemo le gustará lo que le voy a contar – cerró la puerta, escuchando a los dos yordles afuera, siguiendo con su plática –. El loco y la loca siendo amigos. Si uno lo piensa bien, tampoco es tan descabellado.
~0~0~0~0~
Iban caminando. El atardecer estaba en la cabeza de ambos y todos los yordles estaban en la última etapa del día. Cerca de cerrar negocios y acomodando sus herramientas para llegar a casa, cenar y descansar. El día de mañana tendrían más trabajo, así que tocaba reposar. Aunque había otros sitios como los bares, donde los cantineros abrían y recibían a aquellos que deseasen pasar una noche en vela tomando, jugando juegos de apuestas, o simplemente relajarse viendo la barra con una jarra de alcohol en su mano.
Eso a Veigar le importaba tanto como ver el pasto crecer. Se pasó casi todo el día descansando y sentía que había perdido el tiempo. Eso le frustraba. No ayudaba el hecho que Lulu estuviera revoloteando junto con la mosca luminosa hablando sin parar mientras volaba encima de su bastón. Y él solo podía andar con el sentimiento de impotencia de no poder hacer magia.
Dos cosas de las que no estaba acostumbrado. Él era un yordle que no tenía descanso. Siempre tenía algo que hacer. Y hacía bastante que no tomaba un «reposo obligatorio».
–Lulu – la aludida se quedó con la boca abierta, estática en el aire. Le había interrumpido la anécdota en la que habían bailado con un grupo de poros voladores en medio de un festín cerca de las afueras del Fréljord –. Necesito saber si ya puedo usar mi magia.
Lulu bajó de su bastón volador y miró con detenimiento a Veigar. Solo fueron unos segundos, con un dedo en su mentón y parando los labios con concentración. Pegó cerca de su cabeza la punta de su bastón y cerró los ojos. Sonrió al abrirlos.
–Nop. Aun te falta más reposo.
–¡Ah, por favor! – pateó una piedra – ¿Es en serio?
–Si quieres mejorar al cien porciento, deberás guardar reposo hasta mañana, tontito – le tocó la nariz con la punta de su dedo.
–Eso es ridículo. ¡Me siento de maravilla!
–Lo mismo el bandido que se comió una seta cuando le dije que no lo hiciera. Amaneció con la cara hinchada y el cuerpo redondo como el de una rana en un pantano de Aguasturbias – le pegó con el bastón dos veces en la cabeza –. Reposo por una noche más.
Quería gritar. Quería alzar la voz, junto con su báculo, y amenazar a la loca que tenía al frente. Pero no lo hizo. En cambio, solo encajó el báculo en la tierra y respiró hondo.
–Iré a mi torre, entonces – caminó al lado de ella y empezó a andar con apremio. Pero el suelo se le hizo resbaladizo. Y también sintió hundirse. Se vio envuelto en unas arenas movedizas de… ¿chocolate?
–No no, mi amiguito gruñón – Lulu estaba encima de él –. Te conozco y sé que eres capaz de querer hacer magia mientras no estoy.
–¡Lulu! – Veigar se hundía más en el chocolate.
–Te liberaré si aceptas estar en casa una noche más. Mañana seguro amaneces mejor y ya podrás irte a hacer tus maldades maliciosas en tu torre.
Quería replicar, pero en este momento, el hecho que estuviese hundiéndose ya hasta la cintura y más arriba le hacía tomar una decisión con urgencia. Gruñó. Sus ojos se iluminaron. Y estaba a punto de soltar su magia hasta que el bastón de Lulu chocó contra su cabeza. Ahora, mucho más fuerte, ahora sí doliendole.
–¡Te digo que no uses magia! ¡Ush! ¿Qué tan difícil es aceptar la oferta de una buena samaritana?
Tenía ya el chocolate hasta arriba de su pecho. Apretó los dientes, aflojándolos al segundo. Este era su no sabe cuánto suspiro del día.
–Bien. De acuerdo – al momento, con una sonrisa, Lulu bajó y golpeó el suelo con la parte final de su herramienta. El suelo se transformó en suelo real y el chocolate había desaparecido.
–¿Ves? No era tan difícil aceptar una oferta generosa.
–¡Pero pudiste haberme sacado del suelo antes! – miró a su amigo aun enterrado en la tierra. Le miraba con sulfúrico coraje y temblaba por la rabia.
–¡Oh! Em, jajaja. Ups. Lo siento – dos golpecitos al suelo y Veigar saltó medio metro para caer de lomo al piso –. Bueno, ya estando todo en orden, ¡vayamos a mi casa! Hoy toca sopa de calabaza con legumbres. ¡Andando Pix!
Lulu se adelantó, estando aun el yordle en el suelo. Él la miró alejarse desde ahí, recargando su cabeza de forma brusca al piso.
–Por favor, quiero hacer magia.
En efecto, la cena había sido sopa de calabaza. Y la verborrea de Lulu no paró ni si quiera después de lavar los platos. Fue obligado contra su voluntad tener que dejar su túnica y sombrero por una pijama de color azul y purpura. Le ofreció su cama para descansar con la efusividad a tope. Tomó dos mantas del ropero y salió junto con Pix hasta afuera de la habitación. Con una sonrisa de oreja a oreja, volteó hacia él agitando la mano con animosidad. Él ya se encontraba arropado. Y no por elección propia, de nuevo. Había sido acomodado y enmantado con la misma tela de colores brillantes. Quería llorar.
Era lo más humillante que había sentido en años.
–¡Ten buenas noches, Veigar! Pix y yo dormiremos en el sillón de la sala – Pix asintió. Tenía un gorrito para dormir. Lulu tenía también una pijama larga de colores purpuras y rojos. También llevaba su gorro a juego –. Procura descansar y recuerda: nada de magias, señor malevocio – tomó el pomo de su puerta –. ¡Descansa! – y cerró, dejando solo al mago.
Se recostó y miró al techo con desdén. No estaba acostumbrado a esos tratos. Dentro de él, se removían emociones que no había sentido desde que recordaba… ¿Cuándo? ¿Antes de ser encerrado y torturado? Hace mucho que no sentía esa calidez. Casi le parecía ajena. Novedosa. Después de muchos años de ausencia de ese sentimiento, sentirlo de nuevo era como si fuese la primera vez.
Lo odiaba. Lo odiaba porque no representaba todo lo que él era en ese momento. Malvado. Maligno. El sentimiento de miedo debía propagarlo incluso hacia aquellos seres que le apreciaban. Y aunque eran pocos (podía contarlos con los dedos de una mano, o tal vez dos), el sentimiento debía de ser como el regocijo de éxito. De logro. Tener el poder de poder destruir a aquel ser, y que este le supiera… ese sabor era lo que buscaba.
Pero aquí era todo lo contrario. Se había sentido cuidado. Resguardado. Hasta tomó una siesta. ¡Una siesta! ¡Y en la casa de la machorra! Se sentía sucio.
Mordió la sabana con molestia. Esto no debió pasar. Las islas de la Sombra fue lo que inició esta situación tan degradante. Y de solo pensarlo le daban ganas de gritar. Tenía tantas ganas de hacer tantas cosas. A ver si no se ganaba una ulcera por aguantar tantas emociones.
Según Lulu, debía de guardar reposo y actuar con normalidad hasta que la magia de su cuerpo se reestablezca. Cuando la escuchó por primera vez ante eso, pensó que estaba loca. Aunque lo era un poco. Pero le había sanado cuando llegó herido, y al menos debía de acatar sus consejos como agradecimiento. Pero el día de mañana, si llegaba a volver a usar su magia, y no había complicaciones, se iría sin más. Ni las gracias estaría dispuesto a darle. Era un mago. Un villano. Dar las gracias no era una opción.
Bufó con amargura renovada. Y eso estaba bien. Debía de ser lo que era en este tiempo. Lo que fue no será. Y lo que es hoy es lo que deberá ser siempre. Es lo mejor.
Una noche de descanso como un yordle normal. Solo una noche. Mañana volverá a ser el gran Veigar, destructor de mundos.
Oh sí. Ese sentimiento volvía a él. De eso hablaba.
Se giró y cerró los ojos, dándole la espalda a la puerta. Mañana prometía.
Se durmió con una sonrisa en su rostro, sintiendo la siesta como un preámbulo a su verdadero descanso. Y con la esperanza de retomar su rutina diaria de genio mago del mal.
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Veigar se encontraba al frente de la casa. Volvía a sus ropas convencionales, al igual que Lulu, que le miraba desde la entrada. Inhaló y exhaló el aire de afuera. Sintiendo el sabor dulzón y fresco de la mañana.
Un día perfecto para odiar al mundo. Y dominarlo.
–Bueno, creo que tu magia para este entonces ya estará recuperada y bien establecida – voló en su bastón hasta llegar al lado de él –. No siento ninguna perturbación y no veo algo raro como un tercer ojo o una oreja extra – Veigar solo enarcó una ceja –. Significa que estás al cien porciento recuperado. ¡Si!
Eso era un alivio. Mientras Lulu volaba feliz junto con Pix haciendo vueltas y maromas aéreas, él se concentró en buscar alguna victima a la vista para lanzar un hechizo, como recompensa por tener abstinencia de magia por casi dos días completos.
Siguió buscando, pero no encontró algo que le llegase a satisfacer. Quería algo grande, y lo único que encontraba eran roedores o insectos que iban y saltaban de una rama a otra. Giró la cabeza, encontrando un muñeco abandonado. Específicamente, era un maniquí hecho con palos y paja. Era casi del tamaño de un yordle. O un poco más alto. Perfecto para la ocasión. No gritaría de agonía, pero por la necesidad de demostrarse su poder, quedaría por satisfecho.
Se puso en posición, alzando su mano. Lulu notó el cambio de Veigar, preparándose para ver su magia en acción. Se recostó en su medio de transporte volador y miró con detenimiento. Hacía mucho que no veía a Veigar hacer un hechizo, así que no quería perderse ni un momento.
Veigar alzó más la mano hasta por encima de su cabeza. Y esperó. Y ella también. Pix hizo lo mismo. Los tres esperaron. La brisa matinal movió las hojas de los árboles y las ramas de los arbustos. Algunas volaron y revolotearon al ras del suelo. Otras volaron. Pero el silencio y la expectación duraron hasta que el grito en pánico de Veigar hizo saltar a la hechicera de su bastón, cayendo de cara al suelo por el susto.
–¡No, no, no, no, no! – Veigar se agarró la cabeza, haciendo que su sombrero se cayera al suelo. Para que no le prestase importancia, debía de ser grave.
–¡¿Qué?! ¡¿Qué pasó?! – preguntó histérica. Al acercarse al mago, vio la cara de pánico que tenía. Una genuina y clara cara de pánico.
–¡No puedo hacer magia! – dijo con horror en su voz – ¡He perdido mi magia!
Continuará...
